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Subjetividad Política
Movimientos sociales:
de la psicología social
a las identidades sociales
Una revisión teórica
• Luis Fernando Villafuerte Valdés
El estudio de los movimientos sociales ha partido de desarrollos teóricos
diversos, los cuales incluyen aproximaciones tan alejadas entre sí, las cuales podemos situar desde tres grandes perspectivas: (a) una conductista,
la cual basa el desarrollo de los planteamientos de la psicología social y
la sociología estructuralista de mediados de años del siglo veinte, en la
cual se sitúa a los movimientos sociales como respuestas emocionales
-muchas veces irracionales- ante problemáticas sociales, por lo cual (b) la
escuela europea, la cual parte del desarrollo de los movimientos sociales
como respuesta a los procesos de quiebre sistémico de la estructura social,
por lo que entonces, la sociedad se organiza de acuerdo a necesidades de
construir identidades políticas o sociales que den respuesta a la necesidad
de construir estos nuevos referentes, que le den cohesión a la estructura
social y, finalmente, (c) la escuela norteamericana que parte de la visión
instrumental de que los movimientos sociales son la respuesta social
ante las oportunidades de obtener algún beneficio, a partir de una fisura
del sistema político, por lo que esta teoría remite específicamente a las
transformaciones de los espacios políticos y no va más allá en los aspectos psicológicos o identitarios dentro de los imaginarios sociales, por lo
que esta visión reduce entonces la participación social exclusivamente a
transformaciones políticas.
Este ensayo establece un recorrido teórico de los principales postulados
de cada una de estas teorías, estructurándose de manera analítica a partir
de tres apartados, los cuales recogen y desarrollan cada una de las escuelas enumeradas anteriormente, así como un apartado de conclusiones,
Fecha de recepción: Febrero 15 de 2007.
Fecha de aprobación: Abril 19 de 2007.
• Luis Fernando Villafuerte Valdés es Doctor en Ciencias Políticas y Administración
Pública. Profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Administrativas y Sociales,
Universidad Veracruzana, México.
Revista de Ciencias Humanas • UTP • No. 36 • Junio 2007
Resumen
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en donde se determina la importancia del estudio de los movimientos sociales
para el desarrollo de las teorías de la democracia dentro de los contextos post
transicionales.
Palabras claves
Movimientos sociales, psicología social, identidades políticas, estructuras sociales
Abstract
The study of social movements has started from diverse theoretical developments,
which include approximations so distant from one another, that we can place
in three big perspectives: a) a conductive perspective base don the discussions
of social psychology and structuralist sociology of the middles of the twentieth
century, where social movements are placed as emotional responses –sometimes
irrational-; b) the European school, which discusses the social movements as a
response to the processes of systemic ruptures of the social structure. Here the
society is structured according to the need to build political or social identities,
which in turn respond to the need to build new referents that shape the social
structure; and finally, c) the North American school which starts from the instrumental vision that the social movements are the answer before the opportunities
to get some benefit from the rupture of the political system. For this reason, this
theory refers specifically to the transformation of political spaces, without going
beyond the psychological aspects within social imaginaries. This vision reduces
the social participation exclusively to political transformations.
Key words
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Social movements, Social psychology, Political identities, Social structures.
La conducta colectiva y
los orígenes de los movimientos sociales
El interés académico centrado en los procesos de los comportamientos colectivos, tuvo un gran auge a principios del siglo XX, debido a los intentos
sistemáticos de construir un marco teórico sólido que permitiera explicar
las crecientes olas de acciones colectivas que surgen durante los años ya
mencionados. La constante expresada en estas acciones va a ser una inusitada violencia y cólera, las cuales Moscovici definirá en términos del precio
a pagar por la inexorable masificación de la sociedad.
El objeto de estudio era el intentar explicar el cómo era posible que grupos
sociales aparentemente apacibles, podían de un momento a otro convertirse
en multitudes histéricas y violentas, que ponían en peligro no solamente la
estabilidad del sistema, sino su vida misma, por lo que el autor ya mencionado los categoriza como las enfermedades correspondientes y lógicas a las
sociedades de masas. Para él, estos tipos de acciones no eran otra cosa más
que los indicadores más representativos de esta transformación radical que la
gente podría sufrir ante situaciones colectivas, en las que el individuo perdía
su propia individualidad y se convertía en un ser anónimo y sin ningún control social, lo que permitía cambiar de una manera total su comportamiento,
y que muchas veces convertía a la persona en presa de un entusiasmo sin
precedente, que se volvía el detonante de marchas, linchamientos, euforia
colectiva, actos tumultosos y, en los casos más extremos, se convertía en
orígenes de revoluciones.
Las escuelas norteamericanas que conceptualizaron el fenómeno de los
movimientos sociales fueron el estructural-funcionalismo, representada por
Parsons, y la escuela del interaccionismo simbólico por Blumer. Las escuelas
norteamericanas establecerían el consenso de que los movimientos sociales
se pueden definir como una serie de conductas colectivas capaces de generar
nuevas formas de identidad y “como producto del impacto diferenciado
que la modernización produce en el sistema de acción social”. (Quiñones,
1997: 15)
En este sentido, la perspectiva interaccionista representada por Blumer
desarrollaba la idea de los movimientos sociales como los efectos que la
industrialización y la urbanización en contextos democráticos provocaba,
en términos de las creencias y actitudes valorativas de los individuos, así
que Blumer concluye que, a fin de cuentas, los individuos construyen sus
propios símbolos de referencia social a partir de la interpretación subjetiva
y su utilidad en términos de qué tanto le ayuda a comprender y adaptarse
al mundo social. Es en este sentido que las instituciones no tienen un nivel
de coerción asfixiante con respecto a los individuos, ya que al tener la capacidad de construir sus significantes sociales, que le dan coherencia a su
vida, las instituciones no destruyen la creatividad, ni la individualidad, sino
simplemente definen lo que las personas pueden hacer en un sentido amplio,
es decir, sólo dan los marcos de conducción dentro de la vida institucional,
en aras de una convivencia efectiva y causal, sin que afecte su creatividad,
la cual se desarrolla libremente.
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Es así que la sociología. y la psicología social se ocuparon de- “estudiar estos
comportamientos colectivos y, básicamente, centraron su atención en la gran
capacidad desestructurante que contenían estos entusiasmos colectivos, ya
que los comportamientos ­políticos derivados de éstos, estaban generando
una serie de conductas bastante peligrosas, que amenazaban la estabilidad
de la forma de vida tanto a nivel individual como institucional. Así, en los
Estados Unidos y los países europeos occidentales, los sistemas económicos
y políticos estaban siendo fuertemente presionados -por estos movimientos,
los cuales se estaban identificando con ideologías comunistas y fascistas,
imperantes en los primeros treinta años de este siglo.
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Lo anterior justifica, entonces, la idea de que los individuos crean sus propios
significados ante problemáticas específicas, por lo que se dan una serie, de
resignificaciones simbólicas, las cuales sirven de abanderamiento para la
creación de nuevas formas de acción colectiva, que tienen como finalidad la
separación de la rutinización de los movimientos institucionalizados. Así que
el interaccionismo -se centra en- la creación de nuevos marcos normativos que
permiten la adaptación individual a las nuevas condiciones sociales, las cuales
van necesariamente acompañadas de esta creatividad individual y social que,
como ya se mencionó, las mismas instituciones dejan desarrollar.
Sin embargo, el problema no se ubicaría en los mecanismos de construcción
de estas nuevas actitudes sino más bien las formas que adoptarían, es decir,
sin formas de luchas violentas o pacíficas, por lo cual el sistema tendría la
responsabilidad de no dejar “sueltas” las condiciones del nacimiento de estos
nuevos significados sociales y, sus respectivos comportamientos colectivos. Es
en este momento, en el que el estudio de los movimientos sociales tendrían
que apoyarse en un marco teórico que respondiera a esta insuficiencia del
modelo expuesto y donde la teoría estructural funcionalista nos permitiría
superar estas deficiencias.
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Como es conocido, el estructural - funcionalismo parte de la importancia de
los factores estructurales que condicionan el sistema de acción social. El individuo actúa sobre un entendimiento que tienen marcos referenciales mayores,
que van a estar dando las pautas de comportamiento para el individuo. Estas
normatividades muchas veces van a determinar nuestra conducta, por lo que
se puede observar que el comportamiento no es completamente libre (aquí
se supera la insuficiencia teórica marcada en el interaccionismo simbólico),
sino que estamos sujetos a normas que nos ha planteado la sociedad y dicha
presión va a ser el control social, el cual no tiene otra finalidad más que la
de mantener el orden al interior de esta.
En este sentido, la organización social establece, a partir de las normas que
tiene, un carácter regulador de la conducta de los individuos en un proceso
permanente de interacción y, la importancia del control social radica en que
permite el equilibrio social, objeto básico de interaccionismo. Parsons nos
marca dos tipos de control social: el coactivo y el persuasivo.
El control coactivo se ejerce mediante la orden, la amenaza o el castigo y, se
aplica por medio de sanciones establecidas por la sociedad e instrumentadas
a partir del derecho.
El control persuasivo se lleva a cabo empleando medios de convencimiento
o de control ideológico, tales como los medios masivos de comunicación o
la socialización básica o primaria como la familia, la escuela o la iglesia. Sin
embargo, ¿cuándo es que surge un movimiento social en esta teoría? La respuesta se halla básicamente en dos niveles, uno estriba en la idea de que el
movimiento surge cuando se entra en un proceso de desorganización social,
el cual no es otra cosa más que un desacuerdo entre las normas y valores que
exigen la conducta de los individuos dentro de la sociedad.
Pero la interpretación más importante para este ensayo radicaría en la idea
de que se forma un movimiento cuando se produce un efecto desigual en
los procesos de modernización, lo que afecta el equilibrio existente entre los
diversos grupos sociales, por ejemplo, tenemos el cambio que se vive en las
condiciones laborales y cotidianas de los obreros a partir de la implementación de la máquina en las fábricas de finales del siglo XIX y el impacto
social sería equiparable al drástico impacto en las formas de vida obrera
con la incorporación de la robótica y las tecnologías aplicadas en industrias
de punta.
Es decir, el cambio social viene desde un nivel macroestructural, lo que
significa que afecta directamente a los individuos, a partir de transformar
su posición social (o su lugar en la estratificación social) y su rol, por lo que
empieza a tener divergencias entre los roles, la estratificación, las normas
y valores que le daban sentido, hasta ese momento, al delicado equilibrio
de la estructura. Es por ello que se veían afectadas, por lo que se transitaba
a una etapa de redefinición de los papeles y los equilibrios sociales, y por
ello el movimiento social se interpretaría precisamente como este factor
emergente de reclamo a la macroestructura, para exigir la construcción de
nuevos equilibrios sociales, y por otro lado; se convertiría en una expresión
del mismo carácter de la macroestructura. El individuo queda afuera del
factor de cambio, sin embargo, tiene que participar de alguna manera en este
proceso de cambio, ya que “las alteraciones de carácter sistémico están fuera
de su alcance (del individuo), es decir, se suceden independientemente de su
propia voluntad, se ven obligados a participar en ellos no necesariamente por
que así lo deseen, sino que el sistema social mismo les impone un conjunto
de oportunidades y límites”. (Quiñones, 1997: 12)
Para la sociología europea también era de vital importancia la comprensión
de estos primeros movimientos sociales de principios de siglo, por lo cual,
los dos grandes teóricos sociales, Carlos Marx y Max Weber se preocuparon
por dar un seguimiento teórico a esta problemática.
Weber tiene un interés central en el estudio de los movimientos -en-relación
a la importancia que juegan los liderazgos y la autoridad carismática en la
conformación de las acciones colectivas. Este análisis fue empleado también
por Robert Michels en su trabajo sobre los partidos políticos y, básicamente,
ambos autores coincidieron en tratar de señalar los vínculos entre los distintos
tipos de liderazgo y la formas de organización correspondientes, ya se trate
de la burocracia o de los partidos políticos (específicamente Michels habla
del Partido Social Demócrata Alemán). En sí, Michels ve más allá que Weber
en estos planeamientos (Weber sólo estableció los tipos ideales burocráticos)
y llegó a la conclusión de que la rutinización del liderazgo carismático fluía
desde la conformación de estructuras burocráticas, lo que daba como resul-
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Escuelas europeas
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tado aplicando estas conclusiones al caso de los movimientos sociales, que
dependiendo del grado de burocratización y de instauración del liderazgo,
se podría visualizar si un movimiento se institucionalizaba y perdía todo el
carácter contestatario, o si se seguía conservando su carácter radical.
La visión marxista, radicaba en que los movimientos sociales son manifestaciones colectivas de descontento, lo que lo convertía en un elemento real de
la posibilidad del cambio social. Los marxistas no se preguntan el por qué
surgen los movimientos sociales, ni cómo toman fuerza, sino sólo les interesa
su carácter instrumental en relación a su proyecto ideológico- político, que
muchas veces ni siquiera los miembros del movimiento sabían que tenían ese
potencial de cambio. Es decir, su estudio se remitía una vez más a este carácter
reduccionista y simplista en que se manejaban los términos marxistas.
La visión panorámica de las corrientes clásicas sociológicas más utilizadas,
que corresponden a las anteriormente comentadas, nos permite tener una
idea del tratamiento que se le daba a este fenómeno, sin embargo, estas interpretaciones resultaron insuficientes para explicar los “nuevos” movimientos
sociales que se presentaron en la década de los sesenta.
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Los movimientos estudiantiles y civiles sacudieron los planteamientos
teóricos existentes, sin embargo, antes de pasar a revisar los planteamientos dados a estas nuevas formas de expresión y movilización, es necesario
remitirmos al problema de las grandes acciones colectivas de principios de
siglo, abordadas desde la psicología social de principios de este siglo, ya que
sus postulados acerca de los conceptos de multitud siguen siendo vigentes
hasta nuestros días.
El autor Francés Gustav Lebon argumentaba que la incorporación de las
“clases populares” en la vida política, era una característica básica del advenimiento de las sociedades modernas. Estas clases las va a denominar
a partir del concepto de multitud y su característica principal era que casi
siempre actuaban bajo el principio de la extrema violencia En este sentido,
este autor plantea la “ley de la unidad mental de las multitudes”, la cual fue
una justificación teórica que servía para argumentar que las masas actuaban
bajo la hipnosis colectiva, que es generada por el excesivo colectivismo que
conformaba la sociedad industrial.
La ley de la “unidad mental de las multitudes” está conformada por tres
factores que son:
a El primer principio esta conformado por la idea de que el individuo actúa
bajo un principio de anonimato, lo que le origina un sentido de superioridad sobre los principios de regulación positiva de la sociedad. Esto
significa que los individuos actúan bajo un principio de “irracionalidad”,
los que los mueve a anteponer sus emociones, por lo que las normas o
valores que rigen la sociedad son puestos en un segundo plano.
b El segundo principio operaría en el sentido de que esta emoción se esparce rápidamente, por una especie de contagio o euforia colectiva, la cual
muchas veces se sale de control, y se cometen actos o acciones que originalmente ni siquiera se habían pensado, los que comúnmente terminan
en actos violentos, justificados por el anonimato ya mencionado.
c. El tercer principio se basa en la idea de que bajo la acción de la turba, la
conciencia individual se pierde y se adopta una conciencia colectiva, la
cual reacciona no a partir de la lógica o las normas de convivencia social,
sino de euforia y la inercia, por lo que los individuos no pueden reaccionar
ante esta ola de acciones.
A pesar de que abiertamente se ha rechazado el último punto de la “ley de la
unidad mental”, es decir, se ha descalificado la idea de la hipnosis colectiva,
los otros dos planteamientos de Lebon siguen teniendo una gran vigencia,
sobre todo con las primeras definiciones tratadas sobre los movimientos
sociales. En sí, la conducta colectiva o de las multitudes se puede definir
como “una acción no rutinaria, originada por la emoción de un grupo de
gente congregada, quienes enfrentan una situación ambigua. Estas no son
planeadas y son acciones relativamente espontáneas tanto a nivel individual
o grupal quienes plantean una respuesta para una situación problemática e
inusual”. (Zygmunt, 1986: 25),
Existen muchos tipos de multitudes, pacíficas, violentas, efímeras y, en este
sentido, surgen interrogantes dentro de una multitud: ¿cómo se determinan
los objetivos; cómo se construye la toma de decisiones; cuándo se es unánime
o se está en desacuerdo con alguna posición del grupo? Para aclarar estas
cuestiones revisaremos tres teorías que tratan de explicar el fenómeno de las
multitudes, la teoría del contagio, la teoría de la convergencia y la teoría de
las normas emergentes.
La teoría del contagio plantea que la situación al interior de las multitudes
conduce a que se desarrollen sentimientos y comportamientos asumidos por
todos, sin embargo, esta conducta resulta extraña en relación a las predisposiciones conductuales a nivel individual, por parte de los integrantes de
la multitud. Básicamente esta teoría lo que intenta explicar es el hecho de
que algunas respuestas a un fenómeno social resultan exageradas o fuera de
control, esto quiere decir que la multitud se mueve a partir de comportamientos extremos e irracionales, apoyada por un principio psicológico que lleva
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Tanto el comportamiento colectivo como el movimiento, en este caso, son
retos directos al status quo, sin embargo, la distinción básica entre ambos es
que el comportamiento colectivo (o multitud) es espontáneo y estrictamente
confinado a un lugar espacial y temporal definido. En cambio, el movimiento
es organizado, tiene una base de apoyo bastante clara, y tiene una amplia
referencia en el tiempo. Por lo anterior, la multitud no es un grupo en términos sociológicos, ya que solamente representaría una etapa preliminar en un
proceso de formación de un grupo más amplio. En otras palabras, a partir
de una multitud se puede formar, o bien un movimiento social, o puede
ser la célula de algún partido político, y en los casos más estructurados, el
surgimiento de alguna asociación civil.
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un incremento de las emociones, es decir, una pequeña acción desemboca
en respuestas más grandes hasta el punto en que se llega a una respuesta
colectiva agresiva.
Mientras que la teoría del contagio argumenta que la multitud se conduce
por una espiral extremista, la teoría convergente intenta explicar la multitud
desde la perspectiva de que las causas de conformación no responden a un
estado de animo colectivo, sino que debe haber cierta predisposición en
grupos específicos, de tal manera que las motivaciones para la organización
pueden ser variadas y no necesariamente significan un cambio en el comportamiento individual.
Sin embargo, esta teoría resulta insuficiente en la medida que no supera la
simplicidad de sus argumentos y puede perder de vista la heterogeneidad
al interior de los grupos, elemento que, por excelencia, ayuda a comprender
la composición de los movimientos.
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La teoría de la norma emergente sugiere que cada multitud es gobernada
por una serie de normas creadas y legitimadas por los procesos sociales al
interior de la muchedumbre. La teoría observa que la experiencia del movimiento es equiparable a la extensión de los procesos cotidianos por los cuales
le damos sentido a nuestra vida. Desde esta perspectiva, la principal tarea
de evaluación debe hacerse en términos de la respuesta a la pregunta ¿qué
hacemos aquí? Al momento que se responde a esta pregunta, la multitud
puede ser capaz de darle un sentido a su organización y, así, se decide qué
actos son apropiados para poder llevar a cabo sus demandas.
Esta teoría asume que la multitud no tiene claro los principios por los que
actúa su movimiento. Se da por el hecho de que el grupo se conforma por líderes, seguidores, gente curiosa que juega el papel de espectadores. Los líderes
son los que dan las directrices para las peticiones grupales y los seguidores,
básicamente, no cuestionan ni las propuestas o peticiones, ni las formas de
acción que lleva a cabo el movimiento. Esta perspectiva no reconoce que se
vivan situaciones de contagio, sin embargo, el grupo se cohesiona a partir de
que sus miembros se dan cuenta de que para tener éxito en sus demandas,
es necesario tener una apariencia de cohesión interna, lo que origina que se
dé la conformidad al interior del grupo.
Por las teorías anteriormente vistas, quizá la que más se acerca a una explicación en términos de los nuevos movimientos sociales sería la de la norma
emergente, ya que permite un marco interpretativo, no solamente en términos
de multitud o masas, sino también de comportamientos pacíficos ordenados.
Esto quiere decir que las multitudes no solamente representan un reto violento a las normas sociales, sino de hecho desarrollan nuevas normas y reglas de
acción internamente válidas por el grupo, reglas que usualmente siguen los
criterios de racionalización que involucran una serie de valores y símbolos
que son compartidos con anterioridad por parte del grupo. Esta teoría nos
ayuda a visualizar las diferencias históricas y culturales en el comportamiento colectivo. La sistemática variación en los objetivos y comportamientos a
través del tiempo, sugieren la idea de que la agrupación constituye una clara
normatividad (no necesariamente escrita) al interior del grupo, idea que
posteriormente teóricos como Touraine y Melucci van a desarrollar a partir
de la creación de redes identitarias al interior del grupo.
La superación de la multitud y su transformación a grupos más específicos
en cuanto a su organización (llámese movimientos sociales) va a estar acompañada, paralelamente, por el concepto proveniente de la psicología social,
el de público. Este concepto tiene diferencias muy evidentes con respecto
a la multitud, las cuales ya iremos marcando, sin embargo, la semejanza
fundamental estriba en el hecho de que ambos conceptos son mecanismos
fundamentales para el cambio y la adaptación social, que se va a representar
en la creación de nuevas organizaciones.
Quizá el autor que tuvo mucho cuidado en el análisis del fenómeno del público fue Blumer, quien puntualizó la problemática en cuanto a la referencia
del público. Él lo entiende como “un grupo de personas que: a) están confrontadas por un problema, b) que están divididas en sus ideas en cuanto a
la manera “de encontrar la solución y C) que se ocupan en la discusión de un
problema (Blumer, 1976: 182). Si bien, Blumer se inclina a una interpretación
en términos de vínculos comunicantes entre individuos, este esquema se
puede adoptar perfectamente a los movimientos sociales.
Los vínculos entre la multitud y el público podrían ubicarse en el nivel de
antecedentes directos de la confrontación de los movimientos sociales. Si
bien hablamos de conceptos distintos, la pertinencia de la-utilización de las
visiones del fenómeno de la actitud colectiva, radica en que si la multitud y
los movimientos sociales son acciones distintas, este último contiene mucho
de las características que conforman el fenómeno multitudinario. Existen dos
formas de relación entre ambas: (a) el movimiento social necesita resaltar
algunos comportamientos de las acciones colectivas (principalmente necesita
apelar a los sentimientos) para poder mantener sus propuestas u objetivos
en la opinión pública. Por ejemplo muchos movimientos instan a un desalojo
violento por parte de la fuerza pública para atraer la simpatía del resto de
la población y, (b) las acciones colectivas, en términos de la exposición de
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Las diferencias radicarían en los hechos que la multitud tiene como parte
fundamental de su accionar, la reacción ante fenómenos de corte emocional,
los cuales muchas veces, a pesar de que no se hayan construido redes identitarias al interior del grupo, este no presenta un proyecto ideológico claro.
En cambio, la noción de público sí cubre esta última parte, ya que su característica principal radica en la construcción de una oposición clara, la cual
tiene la capacidad de aglutinar bajo preceptos ideológicos y expresados por
la construcción de un discurso racional, el cual llega a definir de una manera
clara y precisa los objetivos, las estrategias, las negociaciones y la solución a
un problema, es decir, la multitud responde a una serie de respuestas emocionales, que muchas veces hacen un llamado a la colectividad, y el público
parte de la necesidad de dar solución a un problema específico.
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temas verdaderamente sensibles para la sociedad, pueden generar una
gran simpatía por el movimiento, así que la base social crece y legitima el
movimiento en si, por ejemplo, movimientos étnicos o reinvindicativos con
relación a problemas ancestrales.
En conclusión, diríamos que el fenómeno de las multitudes puede tener dos
vertientes, por un lado, sólo puede desembocar en una acción espontánea
y no planeada, que no va a tener una preeminencia en el tiempo, no va a
haber consecuencias estructurales u organizativas profundas. Sin embargo,
por otro lado, la organización se puede convertir en la primera manifestación
de lo que más tarde podría ser un movimiento social ,y es precisamente este
último punto lo que a continuación se analizará.
De los viejos a los nuevos movimientos sociales.
Los fenómenos organizativos de principios de siglo, trascendieron los niveles
de conceptualización, en términos de multitud, y se convirtieron en movimientos sociales, definidos y estructurados claramente, tal como los conocemos hoy en día. En este sentido, tal vez un factor principal de desarrollo, en
cuanto a una organización más formal y clarificada, se va a dar a partir de la
capacidad de cohesionar al grupo desde una perspectiva ideológica.
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El proyecto de movilización, con una identificación clara y precisa, en relación
a los objetivos a conseguir, permite dar el salto cualitativo en referencia a
la construcción más endeble del movimiento, es decir, permite por un lado,
la legitimación de su existencia a partir de un reconocimiento estructural y
social de sus principios motivacionales y, por otro lado, el movimiento tiene
la capacidad de verse a sí mismo como objeto y sujeto del acontecer social lo
que permite que los individuos puedan verse tanto desde el interior, como
desde el exterior de la organización.
En este sentido, la ideología básica que daba forma a los movimientos sociales se sustentaba a partir del marxismo, el cual cobijó a los movimientos
agrarios y obreros de principios de siglo, los cuales representan, tal vez, a los
movimientos sociales por excelencia, los cuales de alguna manera entraron
rápidamente a una fase de cooptación por parte del Estado, debido a su
mismo proceso de institucionalización. Sin embargo, el problema de fondo
en cuanto a la construcción de estos movimientos es su excesiva referencia
a la lógica de tener un punto de referencia permanente en los c1eavages resultantes del tránsito hacia las sociedades modernas.
La mistificación ideológica de los movimientos obreros y agrarios descalificaba de entrada la viabilidad de los proyectos propuestos. Los líderes de los
movimientos nunca entendieron el papel relacional de su posición específica
en la macroestructura social y su implicación en el proceso de modernización. Esto explica que la supeditación ideológica no permitiera ver que era
mucho más fácil pedir una serie de reformas al sistema para atenuar las di-
ficultades específicas de cada movimiento, que plantear una salida violenta
y revolucionaria en contra del Estado. Esto tiene que ver específicamente
con la derrota sufrida por los marxistas reformistas durante la segunda
internacional, situación que originó el triunfo de los fundamentalismos a
nivel ideológico.
Este autor parte de una visión estructural para las definiciones del “viejo
paradigma” (Offe, 1988) de los movimientos, y él los interpreta como el
resultado de la violencia estructural y simbólica de los procesos de modernización, por lo que estos “viejos” movimientos son el resultado de una crisis
organizativa que se va a visualizar desde una crisis de significantes en cuanto
a la interpretación social. Por ejemplo, los campesinos en México, en los años
cuarenta, se cuestionaban el mencionado “milagro mexicano” y si este sector
estaba descapitalizado en aras del proceso de industrialización del país, por
lo que se empezaron a organizar para exigir el reparto de tierras, proceso
cancelado en estos años en México. En otras palabras, trataron de entender
el proceso de crecimiento del país desde un significante; aquello les daba
cierto marco interpretativo y, por otro lado, existe un fuerte cuestionamiento
a la autoridad visible. Sin embargo, se tendría que delimitar claramente los
límites de ese poder, ya que si no, se enfocaría mal el nivel de la estructura
del poder al que hay que recurrir, y por lo tanto, el movimiento se encontraría
ante un gran descontento y, además, deslegitimado. Por ejemplo, cuando
se hacen grandes movilizaciones a la capital del país, sin recurrir a ciertas
instancias de resolución estatal, los medios masivos, la opinión pública y
los habitantes de la población afectada por la movilización, manifiestan su
inconformidad con éste.
En este sentido, lo que trata de lograr el actor, es el responder ante una situación de crisis (cualquier tipo de crisis, simbólica, económica, de organización
social), en la cual el movimiento trata de reconstruir las bases de estabilidad
de ese sistema social afectado por la crisis. Desde esta perspectiva, el autor
mencionado líneas arriba nos dice que un movimiento es más importante
cuando “más fundamentalmente es el componente de la acción que ataca la
crisis, es decir, por orden de importancia decreciente: los valores, las normas,
la participación en organizaciones y el empleo de recursos técnicos. A la crisis
responde el esfuerzo de reconstrucción de la sociedad, de sus principios y
de su funcionamiento. Se trata de encontrar una situación normal, de recu-
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Lo anterior provocó que los movimientos se enfrascaran en luchas de suma
cero, las que, como ya se mencionó, solamente llevaron a un desgaste y un
descrédito de estos movimientos. En este sentido, Touraine se pregunta si
es válido un movimiento obrero, si este no toma en cuenta el análisis del
estudio del sistema institucional, en el cual se incluyen las formas de tratar
institucionalmente el conflicto del trabajo, o las crisis económicas, financieras, la movilidad social, etc. Es por ello que para Touraine, los movimientos
sociales se definían primariamente como la “acción conflictiva de agentes de
las clases sociales, que luchan por el control del sistema de acción histórica”.
(1985: 239)
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perar las posiciones pérdidas, la integración de la colectividad, las reglas del
juego social,-los principios que animan la cultura. A partir de lo anterior, es
necesario decir que la institución, de manera directa, construye el marco de
acción de los movimientos y se construye desde cuatro niveles.
Primero, el reconocimiento de los límites del campo de decisión, es decir,
cuando el movimiento se enfrenta al Estado y, más concretamente, cuando
este se encuentra institucionalizado, hay márgenes muy específicos en cuanto
a los planteamientos de las demandas, de tal manera, que se trata de negociar
peticiones realmente realizables, ya que esto le va a dar una posición muy
específica dentro de los niveles de decisión.
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Lo anterior conecta directamente con la necesidad de la búsqueda por parte
de los grupos, de mejorar su posición relativa en relación con otras fuerzas
sociales, en la incorporación al sistema de influencia. La estrategia debe
ser compleja debido a que en términos reales, la composición de la petición
resulta insignificante en relación a la complejidad y la tremenda maquinaria a la que se enfrenta el movimiento, por lo que sería el nivel cuatro de
este esquema, ya que la misma estrategia debe de fijar muy bien el abanico
de decisiones que deben tomarse para la resolución de las demandas, sin
embargo, estas decisiones deben anticipar las posibles negativas o bloqueos
por parte de la institución.
En este sentido, es necesario volver a la definición primaria que nos dio Touraine, y debe tratarse de explicar desde los elementos ya vistos. El movimiento
social no puede constituirse como una unidad conceptual en sí misma, sino
que tiene que identificarse en relación a ser parte de un campo de acción
histórico, lo que quiere decir que se tienen que estudiar “las interacciones
entre el actor colectivo del que se trate, su adversario y las exposiciones
relativamente autónomas del sistema de acción histórica en particular del
modelo cultural”. (1985: 271) En este sentido, el sistema de acción es el campo
en el que se producen las interacciones necesarias, por los cuales se producen
y reproducen los componentes que le dan sentido a la sociedad, es decir, es
un tipo específico de sociedad, ya que es la arena en la cual intervienen los
elementos sociales que construyen el desarrollo de la sociedad, así que Touraine nos da una definición más acabada de movimiento social en relación a su
análisis sociológico y nos comenta que “el movimiento social no puede ser
objeto del análisis sociológico; el objeto es el campo de la acción histórica de
que el movimiento es uno de los actores”. (Quiñones, 1997: 15)
Así, desde esta perspectiva, los movimientos sobreideologizados estaban
condenados irremediablemente al fracaso, debido a que estos no buscaban
una respuesta a planteamientos más profundos en cuanto a la construcción
de un orden cultural más amplio; no proponen mecanismos para sortear
las crisis recurrentes en ese tránsito a sociedades industriales, sus fines son
pragmáticos, inmediatistas o políticos, y no tienen una implicación clara
en cuanto al compromiso de una labor constituyente de nuevos símbolos
y significados para la reconfiguración de la sociedad. Es por ello que son
movimientos que cayeron en sus propios errores de concepción de lo que
debería ser un movimiento en sí. Lo antes mencionado da un margen para
engarzar el problema de los viejos movimientos con los “nuevos”.
La inauguración de estos movimientos va a estar marcada temporalmente en
los años sesenta, y se caracteriza a partir de los procesos macroestructurales.
Uno de ellos es el tránsito de una sociedad industrial a una post-industrial y,
el otro, es el cambio fundamental en los procesos y las redes de politización
de la población en general, es decir, que estos nuevos movimientos van a
estar inscritos en una “nueva era social”, en donde su distinción principal va
a ser una conformación social a partir de una influencia directa de las redes
de los medios de comunicación. Giovanni Sartori maneja la tesis de que el
problema fundamental de esta sociedad, es su gran dependencia hacia el
consumo indiscriminado de imágenes, lo que da como resultado que muchas
veces el centro de decisiones políticas se mueva en el sentido de la eficiencia,
que va a estar construida por los mass media.
Tal parece que los movimientos están condenados a salir a la luz pública,
ya que precisamente la clandestinidad de los viejos movimientos originó
su desgaste en términos de sus formas de lucha, y también en un número
reducido o localizado de bases de apoyo para los movimientos. Es por ello
que los integrantes de estos tipos de nuevas movilizaciones entendieron el
potencial de incidencia e influencia sobre la toma de decisiones, siempre y
cuando tuvieran bases de apoyo social de manera amplia, que en un momento
dado pudiera servir como palanca de apoyo en procesos de negociación con
el Estado, o como elemento de un posible chantaje posterior. Dicho de otro
modo, la movilización de la opinión pública es manipulada y fragmentada
con la finalidad de que éste trascendiera sus ámbitos naturales de desarrollo
(es decir, la economía y la política), y se centrara ahora en nuevos problemas
sociales relacionados con la cultura, derechos humanos, medio ambiente,
problemas que en un momento dado se identificaron con la sociología urbana
y conceptos, como el de calidad de vida, los cuales argumentan que eran
producto de los procesos de modernización social; temas que corresponden
a los planteamientos centrales de los nuevos movimientos sociales.
Hablar de los nuevos movimientos sociales resulta, por momentos, repetitivo
debido a la existencia de una gran literatura acerca de los problemas. Los nuevos movimientos sociales tienen una serie de demandas más universalistas
que propiamente ideológicas, por lo que necesariamente la consecuencia de
sus planteamientos implicaría un cambio en la estructura social. Las bases
de estos movimientos están conformadas por miembros de las clases me-
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Si bien, la referencia clásica, cuando se habla de los nuevos movimientos
sociales, se encuentra en las movilizaciones estudiantiles entre los años 19661968, los estudios más clásicos se remiten a la gran capacidad contestataria en
términos de demandas de liberalizar los sistemas políticos característicos de
las democracias occidentales. Sin embargo, uno de los factores más menospreciados en el análisis, recae en el uso consciente y sistemático de los medios
de comunicación en términos de ganar legitimidad en la población.
169
dias, los cuales se comprometen con estas causas mayores debido a que, de
alguna forma, ya tienen resueltas sus necesidades materiales. A diferencia
de los viejos movimientos sociales, las nuevas movilizaciones tienen una
estructura organizativa más flexible, por lo que no hay líderes formales, ni
programas políticos claros. Es por ello que sus formas de negociación política
resultan muy conflictivas, en la medida en que no se reconoce formalmente
la existencia de un proyecto específico. Sin embargo, la presión sobre el Estado es fuerte; “los nuevos movimientos sociales prefieren influir sobre las
decisiones políticas mediante presiones y el peso de la opinión pública, en
lugar de comprometerse directamente con la actividad política convencional”.
(Dalton y Kuechler, 1990: 35).
El estudio de las teorías que dan forma a la explicación de los movimientos
sociales nos lleva a una tensión intelectual entre las visiones estadounidenses
y las europeas, con respecto a cómo es que se debe de entender este fenómeno. Todas las explicaciones han aportado elementos importantes para esta
comprensión, desde Melucci y Touraine, hasta la teoría de la movilización
de recursos, han tenido marcos explicativos muy importantes, sin embargo,
si quisiéramos hacer una distinción entre ambas escuelas, tendríamos que
empezar a reducir sus tesis centrales.
La escuela europea
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“ha abordado el problema desde un punto de vista de que
los movimientos sociales son agentes potenciales del cambio,
como sujetos históricos portadores de proyectos políticos que
entrañan a una nueva sociedad en ciernes, mientras que los
norteamericanos se han preocupado más bien por indagar los
factores que hacen posible que la acción colectiva asociada a
los movimientos sociales, sea eficaz frente a los objetivos que
inicialmente se plantean”. (Quiñones, 1997: 15)
A partir de lo anterior, se analizará la perspectiva norteamericana de la teoría
de la privación relativa, la de la movilización de recursos y la teoría de la elección racional, y por la europea, abarcaremos los planteamientos de Touraine
y Melucci, en los cuales se abordará más explícitamente la problemática.
Las teorías estadounidenses de los movimientos sociales
Teoría de la privación relativa
Esta teoría parte de la idea de que los movimientos sociales surgen cuando
ciertos grupos viven una situación intolerable en relación a la distancia entre
su reconocimiento social y lo que ellos creen tener derecho. La distinción va a
partir de una comparación entre sus condiciones actuales, con respecto a las
pasadas, sin embargo, esta teoría tiene más críticas que virtudes en la medida
en que su postura es muy débil, con respecto a tres niveles distintos.
En primer lugar, a pesar de que mucha gente, molesta por una situación,
participa en las movilizaciones, la causa de su participación no se basa en
sus sentimientos de subvaloración social, sino que albergan sentimientos
más altruistas con respecto a problemáticas sociales.
En segundo lugar, la población económicamente más afectada no necesariamente es la que mayormente participa en movimientos, de hecho la población
más activa son las clases medias y las acomodadas, las cuales se identifican
con movimientos pro-defensa de los derechos humanos, derechos de los
animales, del medio ambiente, etc.
Por último, la teoría nunca menciona el momento cuando el descontento o
la privación relativa dan el salto cualitativo y éste se convierte en un movimiento social.
Teoría de la movilización de recursos
La investigación dentro de esta teoría demuestra que los movimientos sociales más efectivos surgen de grupos que comparten dos características: una
relativa homogeneidad y muchos lazos de unión, es decir, que los grupos
más fuertes son aquellos que a parte de la homogeneidad de sus miembros,
comparten una red de lazos. Esta teoría es a veces llamada la teoría de la
movilización, ya que sus bases de apoyo son bloques de grupos organizados,
no alineados, es decir que los movimientos tienen un impulso crucial a partir
de las organizaciones, ya que ellas son las que construyen y movilizan todo
el potencial de estos movimientos.
Esta teoría es bastante exitosa en cuanto a la construcción de un marco conceptual para el estudio de los movimientos, ya que “desplaza el centro de
nuestra atención de las causas de insatisfacción de los ciudadanos hacia las
organizaciones del movimiento social, que dan sentido y dirección al movimiento”. (Dalton y Kuechler: 1990: 27) Sin embargo, también ha sido criticada
en la medida en que subestima la importancia del enojo y la espontaneidad
como el detonante de los movimientos. Aunque un movimiento pueda ser
racional y, conducido por grupos organizados, la conformación no deja de
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Los movimientos sociales se desarrollan a partir de la organización de grupos,
los cuales compiten por recursos escasos. Esta teoría difiere de la privación
relativa en dos sentidos, por un lado, ésta argumenta que la privación y la
competencia son universales y, por lo tanto, son relativamente poco importantes como un indicador de gestión del movimiento y, por otro lado, no
piensan que necesariamente cuando la privación se convierta en movimiento,
el enojo y el resentimiento se convertirán en parte de la organización. Esta
teoría ve al movimiento social como un intento racional para cambiar la distribución de los recursos sociales, y no son estallidos emocionales causados
por el enojo.
171
tener mucha correspondencia de un estallido de enojo e indignación, y no
necesariamente una movilización de redes sociales integrados.
La teoría racional
Quizá la teoría más norteamericana, o profundamente liberal, es la de la
elección racional (rational choice) la cual no sólo permea el estudio de los
movimientos sociales, sino también distintos campos de la política, como:
las políticas públicas, e incluso la vida cotidiana, en la cual se maximizan las
decisiones individuales; “el punto de vista de la elección racional es que las
revoluciones y otras formas de acciones ‘colectivas’ no vienen motivadas por
sentimientos psicológicos de privación o interés en relación con fines sociales;
sólo la expectativa de un derecho particular da motivos a los individuos para
comprometerse políticamente”. (Dalton y Kuechler, 1990: 25).
El problema de una elección racional radica en que los individuos no participan en él, a menos de que haya una garantía de que sus recompensas superen
los distintos costos de la participación. No obstante, esta definición es muy
superada por los mismos movimientos sociales, ya que la mayoría de los
planteamientos contienen una serie de bienes colectivos, lo que contradice
completamente la lógica de un interés propio.
Organización de los movimientos
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En términos organizativos, como es de suponer, las escuelas norteamericanas con gran influencia, se remiten casi exclusivamente a los tipos y a los
grupos que lo organizan, dejando de lado aspectos tan importantes tales
como la creación de nuevas identidades, o nuevas formas de acción, es decir,
hay una preferencia con respecto a las visiones instrumentales en sentido
organizativo.
La base explicativa, en términos organizativos, parte de la idea de que los
movimientos son el producto de las actividades de cientos de grupos y organizaciones, que presionan de maneras diferentes para la consecución de las
mismas metas. Esto nos da la perspectiva para observar que la noción original
de movimiento se encuentra en los grupos y no en los individuos (esta última,
punto de partida de la visión europea). Estos grupos pueden ser altamente
divergentes, y pueden competir contra otros por la participación, además de
tener el apoyo de individuos, aun pertenecientes a un mismo movimiento.
Sin embargo, esta diversidad de organizaciones es positiva, ya que permite
que la gente tenga varios canales y niveles de metas y, por consecuencia, con
distintos niveles de compromiso con respecto al movimiento.
Existe una gran variedad de dimensiones organizativas, las cuales se mueven
en niveles extremos. Una de ellas son los movimientos que tienen su dirigencia a partir de miembros voluntarios, que tienen una lucha permanente por
obtener representación por parte del Estado y por la misma organización.
Otra, organización es aquella que está conformada por una dirigencia profe-
sional, que sirve de representante para grupos marginales. Estos dos tipos de
movimiento tienen como referencia, primero, a los movimientos empíricos
y, segundo, a los movimientos profesionales.
En los movimientos que piden el cambio es muy común encontrar ambos
tipos de movimiento. Los movimientos profesionales, son muy efectivos
cuando solicitan gestionar demandas de grupos marginados, y esto sucede
porque apelan a la conciencia del electorado (Conscience constituency), a
aquellos que pueden desarrollar un compromiso ideológico o moral con las
causas del grupo. Sin embargo, para el movimiento, también es importante
mantener una presencia permanente de cuotas del grupo afectado, ya que
garantizan, por un lado, que siga existiendo como grupo, ya que dan un
sentido de urgencia con respecto a la solución de las demandas (por ejemplo,
movimientos indígenas o campesinos), y por el otro, su situación es usada
como justificación para poder seguir utilizando tácticas de acción directa (no
entendido como acciones violentas), incluyendo la publicidad como arma
para mantener las demandas dentro de la agenda política nacional.
Movilización
Hay un estado máximo de movilización, que se alcanza cuando prácticamente
todos los miembros se dedican de tiempo completo al movimiento, haciendo
que sus recursos y miembros se dediquen enteramente al movimiento y que
sus recursos y miembros aumenten vertiginosamente en un lapso corto de
tiempo, aunque la mayoría de los movimientos nunca alcanzan este nivel
de desarrollo. La movilización procede por dos tácticas, una de ellas es la
búsqueda de afiliaciones individuales, las cuales reclaman la incorporación
al movimiento por voluntad propia, y esta es conocida como la “micromovilización”. La otra se le llama la “movilización en bloque”, en la cual
el reclutamiento de bases de apoyo para el movimiento se da en términos
grupales o corporativos.
La micromovilización tiene cuatro niveles: (a) el primero es la de la estructura
de alineamientos, el cual tiene como objetivos el recurrir a los individuos con
intereses similares, más no idénticos, los cuales tratan de ser incorporados
bajo el argumento de que su participación del movimiento sea positiva, (b)
el segundo nivel, sería la estructura de la ampliación, que consiste en que
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La movilización se entiende como el “proceso por el cual un grupo obtiene el
control de una manera significativa de bienes, sobre las cuales no tenía control
previamente” (Etzioni, 1968: 388). Estos bienes pueden ser tecnologías, dinero
o miembros. Los recursos disponibles de los movimientos dependen de dos
factores, la cantidad de recursos controlados por los miembros de un grupo,
y la proporción de los recursos que los miembros estén dispuestos a aportar
para contribuir al movimiento. Entonces, la movilización puede proceder por
el incremento del tamaño de los miembros, incrementando la proporción de
los objetivos, que los miembros están dispuestos a dar al grupo.
173
los individuos tomen consciencia de los problemas sociales, y a partir de ahí
se atrae a los individuos que tengan alguna afinidad con problemas específicos, que son objeto de lucha por parte de los movimientos, (c) el tercero
sería, el de estructura por extensión, el cual amplía el marco de los movimientos sociales, en términos de la extensión misma de sus problemáticas,
tratando de esta manera el poder incorpore a la mayor cantidad posible de
miembros individuales u organizacionales, con fines de lucha que pueden
englobarse en los objetivos del movimiento y por último, (d) la estructura
de la transformación, la cual funciona como una reconversión religiosa, en
los términos de que se trata de convencer a los candidatos a incorporarse
al movimiento, y de que la visión de la realidad social era errónea y, por
lo tanto, demandan de estos tiempos completos y dedicación absoluta al
movimiento, lo que, como se puede ver, es el origen de los movimientos
fundamentalistas o extremistas.
La movilización en bloque
La movilización también utiliza el alineamiento de organizaciones, la cual es
conocida como la estrategia de la movilización en bloque, que opera en términos de reclutamiento a otras organizaciones, para apoyar al movimiento. Este
tipo de movilización es muy efectiva en relación a la obtención de recursos
para el movimiento, tanto a nivel económico, como de bases de apoyo. Sin
embargo, esta forma es efectiva en movimientos en que manejan un nivel
razonable de demandas, es decir, demandas técnicamente razonables, las
cuales además les exigen poco tiempo a sus miembros, razón por la cual estas
medidas no son efectivas en movimientos radicales o extremistas.
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Las teorías identitarias y la tradición europea
La sociología europea siempre se ha preocupado por la relación que pueda
haber entre los actores sociales y el cambio, y en esa medida, los intentos para
comprender los movimientos sociales, se inscriben dentro de esta tradición de
recuperar la importancia del sujeto en relación a la estructura. El pensamiento
de uno de los más grandes teóricos sobre los movimientos sociales, Alain
Touraine, sigue esta línea conceptual, ya que recupera el debate acerca de que
la realidad social esta construida por relaciones sociales, las cuales superan
la visión determinista de que las estructuras están sobre los hombres, por lo
que su concepto de sociedad es dinámico, en constante movimiento. Es por
ello que a esta escuela se le va a denominar nacionalista, la cual va a tener
su punto de partida en una crítica a la ideología de la modernidad.
Touraine, como ya se dijo, contradice esta teoría de la supremacía de las estructuras, por lo que tratan de explicar desde la perspectiva de que los actores
son los constructores del orden social. Es en este contexto, que se empieza
a desarrollar el concepto de movimientos sociales, el cual es interpretado
como una tensión social inherente a una sociedad construida sobre las clases
sociales, por lo que los movimientos sociales tratan de recuperar el control
de su propia situación social en la estructura. Es decir, tratan de impactar
no sobre las estructuras políticas, sino en los ámbitos culturales y simbólicos
que conforman la vida cotidiana, por lo que aparecen nuevos temas que no
son precisamente económicos o políticos, sino que son valores universales,
morales o éticos, que tienen su condensación en temas como la ecología, las
identidades, las preferencias sexuales, etc.
Por lo anterior, era indispensable que con la creación de la identidad se
definiera un principio de oposición, es decir, la capacidad del movimiento
para nombrar e identificar a sus oponentes. Por último, se construye el
principio de totalidad. No hay movimiento social, nos dice Touraine, que
se define únicamente por el conflicto, el principio de totalidad es el sistema
de acción histórica cuyos adversarios “situados en la doble dialéctica de las
clases sociales, se disputan el dominio de la sociedad”. (Touraine, 1992: 252).
En este sentido, Touraine, define al movimiento social en términos de “una
acción colectiva organizada, entablada contra un adversario social, a través
de los cuales una sociedad actúa sobre sí mismo y sobre las relaciones en
su entorno” (1992: 253). Así que en síntesis, este autor definió a los nuevos
movimientos sociales en términos de su carácter cultural y su consecuente
incidencia en los ámbitos individual y en la vida cotidiana.
Sin embargo, el gran salto cualitativo a nivel teórico lo va a dar el sociólogo
italiano Alberto Melucci, quien introduce la problemática central de la lucha
por los retos simbólicos dentro de los movimientos. Esta tesis es la derivación
de observar que la característica principal de la sociedad contemporánea, es
su alto nivel de consumo de imágenes e información, por lo que la lucha ahora
se va a centrar en la obtención y en el control de los medios que proporcionan
la carga simbólica, la cual se va a definir como información.
De alguna manera, esta tesis es apoyada por los principios de las sociedades
post materiales que enumeró Inglehart, en el sentido, que la lucha ahora no
es de bienes, sino de bienes culturales, es decir, de reproducción de sentido,
así que la lucha cotidiana se centra en la capacidad de generación de la información en todos los niveles de la vida, por lo que las capacidades cognitivas
de los individuos, pasan a ocupar un lugar central en la sociedad.
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Este autor no parte desde una perspectiva de la estructura social, sino de la
acción social, la cual incluye tres niveles que van a adaptarse al funcionamiento de la sociedad Estos son: el de su autoproducción, el de su adaptación
y, el de su organización, teniendo un motor de cambio condensado en los
movimientos sociales. Pero el problema ahora radica en saber cómo es que
surge un movimiento social. De inicio, no toda acción colectiva nos conduce
a un movimiento social, sino que este debe cumplir una serie de requisitos
para ser considerado como tal. El proceso de gestación está conformado por
tres principios. Primero, un movimiento social nace a partir de la gestación
de una identidad que le permita al individuo construir y consolidar una
cierta conciencia que le va a servir para definirse y afirmarse con respecto a
su papel y a su situación concreta en el movimiento.
175
Los centros de poder actualmente están determinados por los lugares que
garantizan el nacimiento y los flujos de la comunicación, en este sentido,
el éxito radica en la capacidad de descifrar los códigos comunicacionales,
por lo que los actores sociales deben procurar desarrollar un principio de
autonomía, que se va a desarrollar en los niveles cognitivos, identitarios y
simbólicos. A pesar de que sigue la tradición de Touraine en la comprensión
de la sociedad en términos de interacción y significado, Melucci llega a
plantear la inoperancia del concepto de movimientos sociales, en la medida
en el que él argumenta que lo que tenemos ante nosotros son redes individuales o grupales, cuya dinámica nos impide una conceptualización como
entidades dadas y estáticas. Estas redes se caracterizan por estar en constante
movimiento y, por consecuencia, los pactos o los acuerdos individuales son
a corto plazo, y están fuertemente cargados por un gran pragmatismo, por
lo que “los elementos que deben observarse en una red, son las formas sumergidas de la vida cotidiana dentro de las cuales surgen los movimientos
y los objetivos específicos que les dan sentido a sus acciones.
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Es por lo anterior, que la verdadera labor de los movimientos sociales, es cuestionar esos códigos de información y de representación que están implícitos
en el desarrollo de la acción social. Es precisamente a esto lo que se llama
el reto simbólico, que no es otra cosa que el desenmascaramiento del doble
lenguaje con que se manejan los asuntos públicos por parte del Estado. Así
que un movimiento se va a convertir en algo importante en la medida que
pueda hacer visibles al resto de los componentes de la sociedad. Este doble
juego, en términos de la vida cotidiana y en la medida en que un movimiento
tenga éxito, en un momento dado puede tener un ámbito de posibilidades de
negociación con los centros detentadores del poder (no solamente político,
sino también financiero, ambientalista, jurídico, etc.).
La acción colectiva se desarrolla en contextos históricos y políticos específicos,
por lo que los movimientos sociales se nos presentan fragmentariamente y,
sólo se nos indica lo visible que es la lucha política. Sin embargo, un movimiento colectivo no puede remitirse solamente a este ámbito, se tiene que
buscar el sentido simbólico de la lucha. En este sentido, la acción colectiva
tiende a institucionalizar demandas muy concretas, así que desaparece el
sentido más profundo y queda encubierto en una representación de conflictos
institucionalizados, lo que origina un desmantelamiento y una fragmentación
de las demandas globales, y por eso, hay una aparente separación entre los
movimientos sociales y la toma de decisiones políticas, es decir, se pierde el
sentido original de la lucha.
Desde esta perspectiva, los movimientos sociales crean nuevos hábitos, prácticas, actitudes y, lo más importante, sistemas de representación, los cuales
pueden conducir a dos situaciones, una positiva, en términos de nuevas
prácticas o valores en el término de la cotidianidad de los sujetos, y una
situación negativa, que se construiría desde los excesivos particularismos
simbólicos que podrían desembocar en fundamentalismos o extremismos
mesiánicos.
Siguiendo la tradición simbólica, existe un par de autores que llevan más
allá los planteamientos de Melucci. Eyerman y Jamison, no solamente ven
la acción colectiva como un reto al poder establecido, sino más bien como
una “fuerza socialmente constructiva, en la que la acción social es capaz de
producir nuevos conocimientos”. (Eyerman y Jamison, 1994: 48). Para estos
autores, lo que genera un movimiento social, son nuevos conocimientos, que
no es otra cosa más que la socialización de estos nuevos significantes.
En resumen, este apartado trata acerca del estudio de los movimientos sociales, el cual es amplio y complejo, en donde se entrelazan tradiciones teóricas
y epistemológicas, así como intereses muy particulares. Para conocer la conformación de los movimientos, sin embargo, la visión tal vez más interesante,
es la que nos maneja la problemática de las luchas simbólicas dentro de los
ámbitos culturales en esta sociedad completamente cruzada por nuevos
significantes, y entre ellos está el “nuevo” papel de los medios de comunicación, o como acuñara Marshall Mcluhan, estamos ante la “aldea global”,
Así es que la lucha de los movimientos es la recuperación de estos símbolos,
al menos parcialmente, y el “movimiento social expresa la constitución de
cierta identidad colectiva, identidad que se asienta en una cosmovisión
compartida y que se expresa en conductas y exteriorizaciones simbólicas
así, como en la delimitación de oposiciones sociales más o menos definidas
como el ‘nosotros’, y el de uno o varios ‘ellos” ( Melucci, 1985: 232).
Los movimientos sociales son productores de significados y estrategias que
dotan de sentido a las acciones sociales con respecto a las esferas políticas,
económicas o administrativas (Dalton y Kuecheler, 1992). Estas acciones
en medida en que son una recreación y resignifación de los universos simbólicos de la sociedad pueden ser significados tanto democráticos como
autoritarios.
El estudio de los movimientos sociales ha cobrado vigencia en estos años, ya
que los procesos de transición política han puesto en la mesa del debate el
papel de la participación política de la sociedad civil. Su forma visible son
los movimientos sociales. Abordar este tema puede resultar una tarea muy
amplia, ya que el análisis de la movilización social se ha abordado desde diferentes perspectivas, tales como la: (a) la escuela histórica de los movimientos
sociales, (b) la psicofuncionalista , (c) la de movilización de recursos; y (d) el
enfoque identitario, la cual se divide en tres enfoques: (1) enfoque clásico,
(2) enfoque contemporáneo y el (3) enfoque cognitivo.
El análisis de este tipo de manifestación social puede tener dos interrogantes,
por un lado, el por qué se organizan las sociedades, y por otro lado, cuál es
el impacto de estas organizaciones sobre las estructuras políticas. Estas dos
interrogantes son el eje de las distintas teorías acerca del tema. El móvil de
estas preguntas es entender cómo es que se generan las condiciones sociales
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Conclusiones
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para que la acción colectiva se produzca, como también explicar el desarrollo
de los procesos de autoorganización.
La construcción de los paradigmas sobre los movimientos sociales se puede
ubicar en cuatro grandes escuelas: (a) la primera ubica a los movimientos
como resultado de los procesos de modernización y su impacto en las estructuras sociales, (b) una segunda que responde a condicionantes psicológicas del comportamiento colectivo en donde los movimientos son tratados
como producto de fases evolutivas en los estados mentales colectivos de
la población,1 (c) otra etapa que responde a la mitad de los años cincuenta
del siglo pasado, donde toman importancia tanto la estructura organizativa
como los recursos con que cuenta el movimiento y (d) una última que surge
a principios de la década de los ochenta del siglo pasado, que parte de la
creación de identidades políticas y sociales que reclaman espacios de interacción entre la sociedad y el Estado.2
Estas cuatro visiones responden a etapas históricas y lógicas distintas, por lo
que su estudio resulta fundamental para entender las dinámicas, el sentido
y los motivos del por qué la sociedad se organiza, así también permitirá desentrañar el papel y el potencial de la participación social en la construcción
de los sistemas políticos democráticos.
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