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INSTITUTO INMACULADA CONCEPCIÓN DPTO. HISTORIA Y CIENCIAS SOCIALES PROF. CRISTIAN RUIZ F. CIUDAD CONTEMPORÁNEA. APUNTE COMPLEMENTARIO PROCESO DE URBANIZACIÓN. De la estrategia militar a la administrativa Transformación urbana en el Chile colonial (1541-1810) La vida urbana comenzó en Chile con el impulso de la hueste de conquista liderada por Pedro de Valdivia. El primer hito de este proceso fue la fundación de Santiago, en febrero de 1541, cuyas características no dejaron dudas sobre la impronta militar del asentamiento, pues la villa fue levantada entre dos brazos del río Mapocho y al amparo del cerro Huelén, desde cuya cumbre se podía advertir cualquier movimiento hostil en un amplio perímetro. Los primeros años de la ciudad se debatieron entre precarias condiciones de sobrevivencia y la permanente amenaza de levantamientos indígenas, pero una vez consolidada su posición, Santiago emergió como el foco para la colonización de nuevos territorios. La urgencia más inmediata de los conquistadores fue asegurar la ocupación de espacios que garantizaran las comunicaciones terrestres con Perú, por lo que la segunda fundación correspondió a La Serena, en 1544, localizada precisamente en la ruta terrestre hacia la capital del virreinato. Al comenzar 1550 Pedro de Valdivia marchó al sur, al frente de doscientos españoles y varios miles de indios auxiliares. La expedición debió enfrentar la tenaz oposición mapuche a su avance y sólo luego de resistir dos extenuantes batallas, logró asentarse cerca de la desembocadura del Biobío, donde en octubre se fundó Concepción. Luego penetraron por la costa bordeando la cordillera de Nahuelbuta, levantaron los fuertes de Arauco, Tucapel y Purén, para continuar explorando hacia el sur y fundando las villas de Los Confines (Angol), La Imperial (Carahue) y Valdivia. Después de la muerte de Pedro de Valdivia, en diciembre de 1553, el avance hispano se tornó más pausado y se concentró en afianzar el control de los territorios próximos al litoral. Sólo continuaron los reconocimientos hacia el interior del río Rahue, donde se fundó la villa de Osorno en 1558, y la isla de Chiloé, que culminó con la creación de Castro, en 1567. Mientras que la fundación de Chillán, en 1580, obedeció a la necesidad de establecer una línea de comunicaciones entre Santiago y Concepción. La insurrección mapuche de 1598 destruyó todas las ciudades españolas entre el Biobío y el seno de Reloncaví, obligando a restringir el territorio de colonización hasta dicho río, el que permaneció durante el resto del período colonial como la frontera con el mundo mapuche. Así, el desarrollo de centros urbanos se detuvo y la población se dispersó en los campos, donde la amenaza indígena fue menor y la lejanía de los poderes del estado permitió a indios y mestizos llevar una vida más libre. El advenimiento de la dinastía borbónica al trono español, a comienzos del siglo XVIII, representó una revitalización de la vida urbana en Chile debido al fomento otorgado a la creación de nuevos centros poblados, como Talca, con los que se pretendió mejorar los mecanismos de control burocrático sobre la población y con ello, incrementar la recaudación de tributos. El criterio para la fundación de nuevas ciudades, privilegió los lugares que disfrutaron de una posición central en regiones con un significativo potencial de desenvolvimiento económico, como fue el caso de San Felipe y Los Andes, o que se localizaron en el trayecto de rutas terrestres de importancia estratégica, comercial y administrativa. A fines del período colonial la política territorial de los borbones logró configurar la estructura urbana del Chile central, con un sistema de centros poblados dispuesto longitudinalmente entre el despoblado de Atacama y la frontera mapuche, ubicados entre sí a una jornada de viaje, y con ramales que se adentraron en las cuencas más importantes. Tal vez el único aspecto que escapó a la planificación colonial fue la creación de un puerto que articuló el comercio exterior del reino, puesto que Valparaíso surgió de forma espontánea. El preludio urbano de la Colonia en Chile, 1541-1552 Fundación de Santiago La fundación de Santiago fue el primer hito importante en el proceso de colonización española de Chile, ya que la ciudad fue el punto de partida de las expediciones que iniciaron el reconocimiento y la ocupación de nuevos territorios. El 12 de febrero de 1541 Pedro de Valdivia escogió asentarse en el valle del río Mapocho, pues consideraba que la numerosa población indígena que allí habitaba, era demostración evidente del provecho agrícola de sus tierras. Para garantizar la provisión de agua y su protección, la villa fue levantada entre dos brazos del río y al amparo del cerro Huelén, desde cuya cumbre se podía advertir cualquier movimiento hostil en un amplio perímetro. La planta fue trazada en forma de damero, siguiendo el modelo tradicional del urbanismo hispano en América, comprendiendo ciento veintiséis manzanas regulares de ciento treinta y ocho varas de longitud, separadas por calles de doce varas de ancho. Al centro de la población se ubicó la plaza mayor, en cuyo contorno se edificó una capilla, algunas bodegas y las casas de los principales vecinos, para lo cual se recurrió a los materiales disponibles en el entorno, como madera, paja, piedras y barro. Junto con el emplazamiento físico de la villa, los primeros colonos se organizaron políticamente en un Cabildo, institución española de origen medieval en la cual la comunidad confía la administración de la ciudad a los vecinos más importantes. Al inicio de la conquista y debido a la gran distancia de otros centros de poder y decisión, el Cabildo de Santiago asumió el gobierno de todo el territorio, con el objeto de enfrentar las dificultades políticas y militares que imponía la resistencia mapuche al avance de los conquistadores. Sin embargo, la designación de un gobernador por parte del rey de España relevó al ayuntamiento de sus responsabilidades ejecutivas y de planificación militar, depositándolas en este funcionario que, por residir en Santiago, otorgó a la ciudad la calidad de capital del reino. Los primeros años del asentamiento fueron duros y esforzados. Las riquezas minerales eran escasas, los parajes cercanos no proporcionaban abundancia de alimentos y los indígenas se resistían tenazmente a someterse. El cacique Michimalonco atacó la ciudad de Santiago el 11 de septiembre de 1541, destruyendo el incipiente poblado y poniendo en peligro todo el proceso de ocupación hispana. Sin embargo, transcurridos diez años de su fundación, Santiago logró consolidar su posición gracias a que la habilitación de un puerto en la bahía de Valparaíso le permitió recibir, con mayor frecuencia, refuerzos y provisiones desde el Perú, mientras que, como consecuencia del afianzamiento de la ocupación hispana en las cuencas de Aconcagua, Maipo y Cachapoal, el enfrentamiento con los indígenas se trasladó varios kilómetros hacia el sur. Estas condiciones permitieron a los santiaguinos disfrutar de mayor tranquilidad y disponer de más tiempo y recursos para invertir en el adelanto de la ciudad. El rey de España reconoció estos progresos que posibilitaron el regular funcionamiento de las instituciones coloniales y concedió a Santiago el título de ciudad y un escudo de armas el 5 de abril de 1552. A merced de las catástrofes naturales Santiago colonial Al concluir el período colonial, Santiago ya ostentaba el rango de ciudad primada que mantiene hasta el presente, aunque su proceso de consolidación urbana fue extremadamente dificultoso. Esto, por las fatigas que supuso la interminable Guerra de Arauco, el escaso desarrollo económico del reino, así como las recurrentes catástrofes naturales -entre ellas terremotos y crecidas del río- que obligaron en varias ocasiones a reconstruir la ciudad desde sus escombros. Las primeras seis décadas que siguieron a su fundación, en 1541, estuvieron marcadas por los rasgos militares del asentamiento y por una constante sangría de población, puesto que sus habitantes debieron contribuir a la conquista del Reino de Chile formando milicias y acudiendo como pobladores a todas las nuevas fundaciones. Paradójicamente, la contundente derrota experimentada por las armas españolas en 1598, derivó en el afianzamiento demográfico de Santiago, ya que buena parte de los vecinos que habían logrado huir de las siete ciudades destruidas por los mapuches al sur del río Bio-Bío, se radicaron en Santiago, permitiendo la extensión de su tramado hacia el norte del río Mapocho y dando lugar a la formación del barrio La Chimba. Luego, otra tragedia -la avenida del Mapocho en 1609- impulsó al Cabildo a realizar las primeras inversiones de envergadura en la creación de infraestructura para la ciudad, como fueron la construcción de los primeros tajamares es para contener las crecidas del río, y de un acueducto que traía agua limpia desde la quebrada de San Ramón. Así, al comenzar la tercera década del siglo XVII, Santiago había dejado atrás los rasgos de precariedad propios de los primeros tiempos, ostentaba algunas edificaciones de cierta importancia y a su alrededor tenían lugar actividades productivas que permitían el arraigo de la población. Pero no obstante el progreso económico del reino, el entusiasmo de sus habitantes y la actividad de las autoridades, permitieron el desarrollo material de Santiago, el destino infausto no se apartó de su vida urbana, ya que hasta mediados del siglo XVIII, cada temblor de la tierra y cada avenida del río, causaban graves daños a la ciudad y arrancaban la vida de muchos vecinos. Esta extrema fragilidad sólo fue remediada una vez que los principios de la Ilustración fueron aplicados en la construcción de nuevos edificios mediante técnicas fundamentadas en principios científicos. El mejor ejemplo de ello es la obra del arquitecto italiano Joaquín Toesca, que aún tenemos a la vista. Botín de piratas La Serena colonial La Serena, una de las ciudades más antiguas de Chile, fue fundada por Juan Bohón en 1544, junto a la desembocadura del río Elqui. Entonces parecía esperarla un auspicioso futuro de prosperidad y desarrollo, puesto que por sus atributos de localización era un paso obligado para los viajeros que recorrían la ruta terrestre entre Perú y Santiago. Sin embargo, la vida urbana de La Serena colonial enfrentó permanentes problemas que impidieron su desenvolvimiento, tal como lo constató el gobernador Ambrosio O'Higgins en 1788, al comprobar el precario estado del equipamiento urbano de la ciudad. El primero de estos factores fue la permanente hostilidad de los indígenas de la región, que destruyeron la ciudad a los pocos meses de su nacimiento, dando muerte a su fundador. Luego surgió la amenaza de los piratas ingleses que amagaban las posiciones españolas en el Nuevo Mundo, quienes en 1680 y 1686 se apoderaron de La Serena, sometiéndola al pillaje, la violencia y el fuego. Aunque el territorio que contaba con excelentes condiciones era apto para el desarrollo de la minería y la agricultura, haciendo próspera y grata la vida de los serenenses, el temor a nuevas invasiones conspiró en contra del crecimiento urbano y material de la ciudad. De hecho muchos vecinos se mostraron reacios a permanecer en La Serena y gran parte de los excedentes de las actividades económicas más rentables de la región fueron invertidos fuera de ella, como en la capital del reino o directamente en el Perú. Esta anormalidad en la estructura económica local, impidió que en la ciudad se conformara un sector mercantil y financiero formal, por lo que las funciones crediticias fueron asumidas por las órdenes religiosas. Como consecuencia de aquello, resultó que La Serena colonial era una ciudad que mostraba profundos contrastes entre las edificaciones religiosas y las civiles, ya que mientras las primeras lograron alcanzar un aspecto de solidez y prosperidad, el resto de las construcciones permaneció en un estado de precariedad y abandono. Tal vez por eso, La Serena sea conocida hasta hoy como la ciudad de las iglesias. La Guerra de Arauco (1550-1656) Guerra de Arauco, narrada por diferentes cronistas durante el período colonial, suele evocarse en Chile como una constante guerra a muerte, de trescientos años, entre españoles y mapuche. Sin embargo, la historiografía contemporánea distingue entre un primer siglo de intenso conflicto bélico (1550-1656) y una etapa posterior en la que se hacen más esporádicos los enfrentamientos, predominando las relaciones fronterizas entre el mundo mapuche y los hispanocriollos, las que a la par de incidir en un fuerte proceso de transculturación de los primeros, los transformaron en una de las etnias más poderosas y celosamente independientes de Sudamérica. La primera etapa de la guerra se inició con la conquista de los españoles hacia el sur del país. A pesar de las ventajas iniciales de los españoles, como el uso del caballo y de sus armas, los araucanos rápidamente las aprovecharon, sacando partido además, de su entorno natural, desarrollando así tácticas de combate propias. La avanzada de la hueste, las ciudades fundadas y las fortalezas al sur del Bío-Bío sufrieron continuos ataques por grupos indígenas distintos. De tal modo, las primeras ciudades del sur pasaron a ser fortalezas militares mal abastecidas, constantemente sitiadas y destruidas por los indígenas. Esta situación llegó a su punto más alto tras la batalla de Curalaba (1598), donde el gobernador Martín García Oñez de Loyola fue decapitado y los españoles se vieron obligados a replegarse más arriba del Bío-Bío, abandonando las ciudades fundadas en el sur. Por su parte el ejército español distó de ser profesional y fue descrito por el gobernador Alonso de Ribera en términos lamentables, dada su precariedad material y moral. Éste estuvo compuesto por los encomenderos de Santiago y Concepción quienes debieron costear sus propias armas y pertrechos junto a un gran número de indios de encomienda. Estas tropas realizaron incursiones cada verano para realizar las llamadas campeadas, la destrucción de las cementeras indígenas y toma de prisioneros de guerra como esclavos, lo cual explica, en gran parte, el odio que los araucanos sentían hacia el invasor español. Los distintos gobernadores españoles ensayaron diferentes estrategias para hacer frente a la guerra; sin embargo, todas ellas tienen en común la idea de una frontera con lo cual se solucionó el problema inicial de la sobre extensión del dominio español. Una de las reformas más importantes fue la impulsada por el gobernador Alonso de Ribera, quien suplicó al rey Felipe III la creación de un Real Situado, para pagarles un sueldo a los soldados y así crear un ejército profesional. Finalmente, en 1603, se autorizó este Socorro de Arauco desde las arcas del Virreinato del Perú, el cual tuvo un impacto económico en el comercio realizado en la misma frontera entre indígenas y españoles. Otra estrategia fue la Guerra Defensiva planteada por el Padre Luis de Valdivia en 1612, que consistió en detener las incursiones españolas y la esclavitud indígena para así convertir a la fe a los araucanos. Sin embargo, al cabo de 10 años fue considerada un fracaso y se volvió a la idea de una frontera móvil. Pero para este período (1623 hasta 1656) la intensidad de los combates disminuyó produciéndose una situación mucho más compleja en relaciones fronterizas donde el comercio y otro tipo de interacciones fueron más importantes que la guerra. La presencia de la guerra Concepción colonial La fundación de Concepción, el 5 de octubre de 1550, representó un importante hito estratégico en el proceso de ocupación territorial del naciente Reino de Chile. El sitio escogido por Pedro de Valdivia estaba ubicado en un paraje densamente habitado por población indígena, cuyo sometimiento permitiría disponer a los conquistadores de un abundante contingente laboral para explotar los recursos de la región y numerosas almas que sumar a la tarea evangelizadora de la conquista del Nuevo Mundo. Además, el lugar se situaba al fondo de una amplia bahía bien abrigada del viento sur y reunía las condiciones para ser un excelente puerto, a través del cual mantener un fluido contacto marítimo con el Perú. La exuberancia del paisaje deslumbró a los cronistas hispanos que también repararon en las oportunidades que éste ofrecía para el desarrollo de la minería, la agricultura y la ganadería. Pero la oposición del pueblo mapuche dificultó el desenvolvimiento de estas actividades e impidió la temprana consolidación del asentamiento. De hecho, Concepción fue destruida tres veces en sus primeros diez años de vida. Los rigores de la Guerra de Arauco, obligaron a los conquistadores a disponer la creación de numerosas fortificaciones militares en las proximidades de la ciudad para mantenerla a salvo. Paradójicamente, sólo después del levantamiento indígena de 1598, la vida urbana de Concepción logró afianzarse gracias a que las autoridades coloniales asignaron un fondo permanente remitido desde el Perú -el Real Situado- para mantener un contingente militar profesional y estable encargado de defender la línea fronteriza del río Bío-Bío, que en adelante sería la frontera natural entre el mundo hispano y el mundo mapuche. La llegada del real situado permitió el fortalecimiento del sector comercial afincado en la ciudad, como también de la agricultura y ganadería que se realizaba en zonas protegidas por el sistema de fortalezas militares. La guerra nunca dejó de estar presente en la vida de Concepción colonial, tanto por la permanente amenaza de levantamientos mapuches, o porque la captura de indígenas rebeldes, para ser vendidos como esclavos, se transformó en un lucrativo negocio. No obstante, las relaciones hispano-mapuches no tuvieron sólo el carácter de enfrentamiento bélico, como usualmente se conoce, sino que además derivaron en un complejo sistema de intercambio comercial entre ambos mundos que alcanzó una poderosa gravitación en la economía regional y que, indirectamente, permitió el adelanto urbano de la ciudad. Cuando el desarrollo de Concepción parecía haber alcanzado su madurez, todo debió partir nuevamente de cero. El 25 de mayo de 1751, un violento terremoto, seguido por un maremoto, destruyó la ciudad obligando a su traslado hasta el sitio que actualmente ocupa, mientras que en el lugar de la antigua fundación quedó el pueblo de Penco. El antemural del Pacífico Valdivia colonial (1552-1820) lo largo de todo el período colonial, Valdivia desempeñó un papel estratégico y decisivo no sólo para resguardar la colonización del Reino de Chile, sino también para la defensa de todas las posiciones españolas en el Mar del Sur; puesto que era el lugar perfecto para el reabastecimiento de las expediciones enemigas que lograban sortear con éxito la travesía del Estrecho de Magallanes y donde, además, éstas podían establecer un peligroso entendimiento con los indígenas de la región. La fundación de Valdivia data de 1552 y para su emplazamiento se escogió un lugar en la desembocadura de un extenso sistema fluvial, que reunía condiciones de seguridad y permitía acceder a un amplio territorio, abundante en población y recursos naturales. Sus primeros años de vida no fueron fáciles. A la permanente hostilidad de los indígenas se agregó la escasez de metales preciosos y el reducido aumento de la población blanca, ya que los colonos hispanos siempre estaban dispuestos a abandonar su condición de vecinos para partir a otros lugares en busca de fortuna. En 1575, la incipiente villa resultó seriamente afectada por un terremoto; y dos décadas más tarde fue abandonada, como consecuencia del alzamiento mapuche de 1598. El abandono de la ciudad representaba un poderoso atractivo para los enemigos de la corona española, ya que disponían allí de un sitio para establecerse e introducir una cuña en los dominios hispanos del Pacífico. La oportunidad fue aprovechada en 1643 por una expedición holandesa, que intentó sin éxito colonizar la región. La evidencia del peligro convenció al monarca Felipe IV para ordenar la pronta repoblación de la ciudad y dotarla de un complejo sistema de fortificaciones artilladas. La tarea fue confiada a Antonio de Toledo, hijo del virrey del Perú, quien encabezó una expedición de diecisiete galeones y mil ochocientos hombres, provistos de lo necesario para construir las defensas costeras, disponer las baterías, poblar el asentamiento e instalar ahí un cuerpo del ejército del rey. El diseño de la obra fue responsabilidad del propio Toledo, que concibió la protección del ingreso al estuario del río Valdivia con fuego cruzado de artillería desde el frente y los costados, proveniente de los castillos-fortalezas de Mancera, Niebla, Corral y Amargos; los trabajos estuvieron concluidos hacia 1680. El complejo defensivo valdiviano fue reacondicionado y reforzado a partir de 1764, con ocasión de la Guerra de los Siete Años entre España e Inglaterra. El estudio y ejecución del proyecto fue encomendado por Carlos III a profesionales del Real Cuerpo de Ingenieros Militares, quienes ampliaron y mejoraron las instalaciones hasta convertirlas en la principal fortaleza hispana del Pacífico. El bastión de Valdivia permaneció inexpugnable a los enemigos de España durante el período colonial y sólo fue sometido al final de las guerras de Independencia. Capital ganadera de Chile Osorno (1558-1950) En el siglo XVI, la ciudad de Osorno se transformó en un importante polo de desarrollo al disponer de suelos despejados de bosques, capaces de proveer de alimentos a las ciudades de Valdivia y Villarrica, y a la inmensa población indígena sometida a los rigores del trabajo en los lavaderos de oro de la región. Fue fundada en la región indígena de "Chauracaví", por Pedro de Valdivia en 1553 y reconstruida por García Hurtado de Mendoza el 27 de marzo de 1558, con el nombre de San Mateo de Osorno, en honor a su abuelo. Con la rebelión indígena de 1598 y la destrucción de la ciudad en 1604, dominó por casi dos siglos en los llanos de Osorno el poder de los caciques indígenas. A fines del siglo XVIII, bajo la iniciativa de Ambrosio O'Higgins, se inició el reconocimiento de las ruinas de la antigua ciudad y con su refundación se originó un lento pero sostenido desarrollo urbano. A fines del siglo XIX, Osorno conservaba la extensión que tuvo la primitiva ciudad del siglo XVI. No obstante, el damero original estaba completamente ocupado por viviendas y edificios producto del crecimiento económico e industrial experimentado por la ciudad. En este contexto, se construyó a fines del siglo XIX el primer ferrocarril entre Pichirropulli y Osorno, cuya línea férrea recorría la ciudad por calle Portales a dos cuadras de la Plaza de Armas y su estación estaba localizada en Bulnes con Manuel Rodríguez. La dinámica económica alcanzada por Osorno estimuló las migraciones. La ciudad debió ampliar sus límites. Una zona de crecimiento fue hacia el sur, junto a la línea férrea, con la llamada población Amthauer y con las instalaciones industriales y de bodegaje relacionadas con el transporte ferroviario. También se formó el barrio Rahue, que se localizó al poniente de la línea férrea, constituyéndose en una extensa zona de artesanos y obreros. Además, se formaron las poblaciones de Vicuña Mackenna, Angulo, O'Higgins, Damas, Ovejería y Pilauco. Así, en 1917, el municipio de Osorno redefinió nuevos límites urbanos creando las calles Angulo, Matthei, Amthauer y prolongando Mackenna. Las favorables condiciones para el transporte de la producción ganadera hacia el centro del país impuestas por el ferrocarril, más algunas disposiciones legales como la Ley de Alcoholes y la desprotección a la industria de la curtiembre, implicaron la transformación de las actividades económicas de Osorno. El sector industrial desarrollado por los alemanes tendió a desaparecer en la década de 1920. La nueva orientación económica, fundada principalmente en base a la explotación de trigo y ganado vacuno, se localizó junto al ferrocarril. Ferias ganaderas, lecherías y molinos se trasladaron hacia el sur-poniente donde fue trazada la línea férrea. La construcción de la carretera panamericana a mediados del siglo XX implicó que el crecimiento urbano de Osorno se reorientase con mayor fuerza hacia la zona oriente, donde fue trazada la nueva vía de transporte. Así, algunas actividades productivas y de servicio se localizaron en este sector de la ciudad. En todo caso, la nueva vía reafirmó la vocación ganadera de Osorno en el contexto nacional. El confín de la cristiandad Chiloé colonial (1553-1826) El archipiélago de Chiloé, la posesión más austral del imperio español en América, conformó durante el período colonial una sociedad de características muy particulares, marcadas por el aislamiento, la pobreza y el marcado sincretismo cultural. Descubierto en 1553 por el marino Francisco de Ulloa, fue conquistado por Martín Ruiz de Gamboa recién en 1567. Durante los años que siguieron a la conquista, Chiloé sufrió una constante sangría demográfica, producto del tráfico ilegal de indios encomendados hacia los lavaderos de oro de Chile central. Esta situación sólo se contuvo con la gran rebelión mapuche de 1598-1602, la que conllevó la destrucción de todos los asentamientos españoles al sur del río Bío-Bío. Por ese tiempo, llegó a la isla un contingente de españoles e indios amigos que huían de las devastadas ciudades de Osorno y Villarrica, y que se instalaron en la ribera norte del canal de Chacao, fundando los fuertes de Calbuco y Carelmapu. Asimismo, en 1608 llegaron los primeros jesuitas a Chiloé, cuya labor evangelizadora duraría más de 150 años y dejaría una profunda huella en la población del archipiélago. A partir de entonces, la sociedad chilota se fue consolidando paulatinamente, aun cuando tendría que hacer frente a nuevas amenazas, como la de los corsarios holandeses, Baltasar de Cordes (1600) y Enrique Brouwer (1643). A mediados del siglo XVII la economía del archipiélago sufrió una gran transformación producto del auge del comercio de tablas de alerce hacia el Perú, lo que redundó en un progresivo aumento del trabajo exigido a la población indígena encomendada. Ello generó la rebelión huilliche de 1712, que fue brutalmente reprimida. En los años siguientes, y como fruto de las exigencias de los caciques huilliches, se dictaron nuevos reglamentos que suavizaron la situación de los indígenas. En 1780 fueron abolidas definitivamente las encomiendas chilotas, aun cuando se mantuvo la obligación de los indígenas de pagar un tributo directamente al rey. La sociedad chilota del siglo XVIII estuvo sustentada económicamente en la exportación de madera al Perú. Su condición de territorio estratégico para la corona española, permitió que en 1767 pasara a depender directamente del Virreinato del Perú y que se fundara la ciudad de Ancud, cabecera militar de la isla. Por otro lado, Chiloé fue zona de misiones, primero a cargo de la Compañía de Jesús y, posteriormente, de los franciscanos del convento de Ocopa. Para facilitar el trabajo evangelizador, los jesuitas crearon un sistema de misión ambulante que recorría las islas del archipiélago y dejaba la actividad religiosa cotidiana al cuidado de los "fiscales", quienes quedaban a cargo de la comunidad hasta la próxima visita anual de los misioneros. Estos no se limitaron a evangelizar a la población de Chiloé sino también emprendieron expediciones a otros archipiélagos de la zona austral en busca de indígenas para convertir. Por otra parte, los misioneros también viajaron hacia el oriente de la cordillera de Los Andes en busca de la mítica "Ciudad de los Césares". En 1826, y tras varias campañas militares de los patriotas que culminaron con la firma del Tratado de Tantauco, se produjo la anexión definitiva de las islas del archipiélago de Chiloé al territorio nacional. Una historia de enfrentamientos y alianzas La Frontera araucana En contraste con el período de la guerra de Arauco, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, la frontera del sur de Chile comenzó a sufrir una serie de transformaciones que la convirtieron en un espacio de interacción, roces e intercambios comerciales y culturales entre indígenas y españoles. El golpe dado al comercio de indios esclavos, tras el alzamiento indígena en contra de los abusos del Gobernador Acuña y Cabrera, (1655) y la posterior abolición de éste en 1683, acabó con el mayor incentivo de la guerra, lo que incidió en una intensificación del trueque de especies y del mestizaje. De esta manera, la presencia del comercio en las relaciones fronterizas estableció la pauta de convivencia entre los distintos grupos que allí habitaban. Dicho fenómeno se concentró esencialmente en aquellas zonas fronterizas donde existían fuertes o plazas militares, tales como los de la Isla de Laja, las cuales albergaron, con el tiempo, villorrios indígenas, fomentado así el proceso de mestizaje. Del mismo modo, estos espacios de convivencia dieron luz a distintos tipos fronterizos, entre ellos el comisario de naciones y los capitanes de amigos, quienes actuaron como puente entre los intereses de la corona y los de las distintas tribus indígenas. A comienzos del siglo XVIII, la expansión de los mapuche hacia las pampas y el aumento de comercio de ganado, armas y alcohol produjo un impacto en la organización social de los grupos indígenas. Surgieron distintos caciques o úlmenes, cuya base de poder se sustentaba en esta nueva riqueza. Frente a ello, las relaciones entre indígenas e hispano criollos cambiaron de tal modo, que se hicieron necesarias distintas fórmulas para mantener la paz y la convivencia en la frontera. Así, para mediados del siglo XVIII, comenzaron las incursiones indígenas contra las estancias españolas, llamadas malocas, que con el consiguiente rapto de mujeres y ganado, fueron situaciones continuas y amenazantes en la frontera. En este contexto, durante el mismo período, la llegada de la dinastía de los Borbones a la monarquía en España trajo grandes reformas que buscaron consolidar su autoridad en los territorios de ultramar. Este objetivo se tradujo en políticas de asentamiento de nuevos poblados, la regularización del comercio entre indígenas e hispanocriollos, y la destitución de funcionarios corruptos. En lo esencial, las reformas buscaron priorizar la paz y el orden en la frontera, para así resguardar los intereses económicos y estratégicos de la España. Además, se sumó a estos aspectos la preocupación de la metrópolis frente a una posible alianza entre otros imperios y los indígenas de las zonas fronterizas. La instancia más importante utilizada por las autoridades para lograr la convivencia entre indígenas e hispanocriollos, fueron los parlamentos, los cuales reunían al representante de la corona en el Reino de Chile y a los representantes mapuche más importantes. De ellos emanaron acuerdos para normar el comercio, los cruces de fronteras o la celebración de alianzas entre las distintas tribus con el rey de España. Pese a los dos grandes alzamientos indígenas ocurridos en el siglo XVIII (1723 y 1766-1774), durante este período logró consolidarse la estrategia de una penetración pacífica de la Metrópolis, que a la vez mantuvo un equilibrio entre los indígenas y los intereses hispano criollo de las elites locales. La segunda conquista de América Las reformas borbónicas (1700-1788) El 1 de noviembre de 1700 la casa de Borbón accedió al trono de España, luego de la muerte de Carlos II, el último de los Austrias españoles. Heredó la corona el duque de Anjou, nieto de Luis XIV rey de Francia, con el nombre de Felipe V. Su llegada al trono español desató de inmediato la guerra contra Austria, que objetó la legitimidad de Felipe, quien por su parte, contó con el respaldo de Francia; mientras que Inglaterra, Holanda, Portugal, Prusia y las provincias de Cataluña y Aragón, se sumaron a sus detractores. El conflicto, conocido como la guerra de Sucesión, se prolongó hasta 1713, cuando los contendientes firmaron la paz de Utrecht (Holanda), tratado que reconoció los derechos sucesorios de Felipe V, pero obligó a España a desprenderse de todas sus posesiones europeas y a permitir que Inglaterra desarrollara actividades comerciales en América. Era evidente que España ya no era la potencia que había sido durante el siglo XVII y sólo la alianza dinástica con Francia le permitía seguir siendo considerada como una nación relativamente poderosa. Por esta razón Felipe V y sus consejeros se empeñaron en devolver a España su antiguo prestigio. Incrementaron la capacidad de las fuerzas armadas y protegieron la economía del reino de la competencia de sus enemigos. La principal debilidad de estas medidas fue que prácticamente se desentendieron de las colonias ultramarinas, cuya función continuó limitándose al aporte de recursos para financiar las campañas militares europeas y los experimentos económicos en la península. El fracaso de dicha política quedó en evidencia con la derrota española frente a Inglaterra en la guerra de los Siete Años (1756-1763), que culminó con la caída de La Habana y Manila, y obligó al rey Carlos III a reconocer la importancia estratégica de sus posesiones en el Nuevo Mundo. El alcance de las reformas aplicadas por Carlos III en América fue mucho más profundo que las introducidas por Felipe V, debido en parte a que para su diseño los asesores del rey contaron con detallados informes sobre la realidad americana. Los consejeros de Carlos dejaron de concebir a América como un mundo dedicado exclusivamente a la minería y cuya producción debía servir de fuente de recursos para el tesoro real, sino que se empeñaron en estimular las demás actividades productivas y el comercio; mejorar el sistema de administración colonial y hacer más efectiva la autoridad de la Corona en sus dominios. En el plano administrativo, se concentraron en un ministerio todos los asuntos relativos a las Indias; se crearon los virreinatos del Río de la Plata y Nueva Granada; y se instauró el régimen de Intendencias en diversas provincias, lo que suponía el reemplazo de funcionarios criollos por peninsulares más calificados. En el ámbito económico se dispuso la aplicación de estímulos que favorecieran el desenvolvimiento de la agricultura y la minería, mientras que se comenzó lentamente a eliminar el monopolio comercial de la metrópoli sobre sus dominios americanos, aunque se reestructuró el sistema tributario a objeto de elevar sustantivamente la recaudación en las aduanas reales. En materia eclesiástica, se eliminó toda objeción respecto de la primacía de los derechos de la Corona con la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios de los borbones españoles. Finalmente, en el ámbito militar, las antiguas milicias fueron reemplazadas por ejércitos profesionales para cuya formación se enviaron oficiales y tropas desde Europa. En definitiva, las reformas borbónicas cumplieron con los objetivos de dar un nuevo impulso a la economía americana, incrementar el aporte de ésta al imperio español y establecer una burocracia eficiente y leal. Sin embargo, también afectaron los intereses de las elites locales y su aplicación fue tan arbitraria, que contribuyeron a provocar un clima de resentimiento que finalmente derivó en la emancipación política de América. La mirada de los extranjeros Vida urbana en el siglo XVIII Durante el siglo XVIII en Chile y bajo el impulso de la corona y de gobernadores eficientes se llevó a cabo un proceso de fundación de villas y ciudades. Asimismo la obra del arquitecto Joaquín Toesca cambió la fisonomía de Santiago, señalando un progreso urbano que modificó la vida de sus habitantes, realidad que se manifestaba claramente a fines de la Colonia. El testimonio de los contemporáneos, en especial de los extranjeros que visitaron nuestro territorio, nos permite evocar la fisonomía de estos cambios en la vida urbana de las ciudades chilenas dieciochescas. Amadeé Frezier, que estuvo en Chile entre 1712 y 1713, describió La Serena como una ciudad con calles sin pavimentar que parecían campos pues estaban "orladas de higueras, olivos, naranjos, palmas que le dan agradable follaje" y casas edificadas de barro y cubiertas de rastrojos. Según este mismo viajero, Valparaíso estaba compuesto de un centenar de pobres casas mal dispuestas y de diferentes niveles. Las edificaciones se extendían a lo largo de la playa donde se encontraban las bodegas de trigo. Treinta años más tarde, el marino inglés John Byron se expresó de modo similar respecto del puerto, aunque reconocía ciertos adelantos. Sin embargo, las referencias de los viajeros sobre la capital del reino eran más halagüeñas. Aunque George Vancouver de paso por Chile en 1795 advertía sobre la suciedad de las calles, Byron expresaba que Santiago era una ciudad emplazada en una "hermosísima llanura", bien pavimentada con abundantes naranjos, floripondios y "toda suerte de flores que perfuman las casas y a veces la ciudad entera". Agregaba que "en el medio de la ciudad se halla la plaza mayor, llamada plaza real, en la cual desembocan ocho avenidas. El costado poniente lo ocupan la catedral y el palacio episcopal; en el costado norte se encuentran el palacio del presidente, la Real Audiencia, el Cabildo y la cárcel; al costado sur hay una hilera de portales a todo lo largo de la cual están las tiendas y encima una galería para ver las corridas de toros; y en el costado oriente hay algunas grandes casas que pertenecen a personas de distinción". Como en siglos anteriores, las ciudades continuaron celebrando diferentes funciones públicas y entretenimientos. En efecto, la recepción de los gobernadores, la jura de los reyes, el nacimiento de algún infante y las fiestas y procesiones religiosas marcaban el transcurso del tiempo. Los juegos y diversiones, dentro o fuera de las casas, se esparcieron por todo el territorio y alcanzaron al finalizar el siglo gran acogida. Los más populares fueron las riñas de gallos, las corridas de toros, el juego del volantín, del trompo, de los bolos y la pasión por los naipes y la lotería. Las tertulias y recitales poéticos eran diversiones de las clases más acomodadas y eran amenizados por el clavicordio y los toques de flauta. La juventud de los barrios populares bailaba al ritmo del fandango y el zapateo y paulatinamente se introdujo el minuet y la contradanza. Hacia finales del siglo XVIII el desarrollo del comercio lícito o ilegal había logrado introducir modas, costumbres, diversiones y objetos europeos que no tardaron en expandirse entre la población del reino y de paso abrir los horizontes para la llegada de nuevas ideas. La política de población en la era borbónica Fundación de ciudades: siglo XVIII El siglo XVIII inauguró una crucial fase en la historia del desarrollo urbano de Chile e Hispanoamérica. Si bien desde los inicios de la colonización se había instruido la creación de asentamientos urbanos como ciudades, villas y pueblos de indios, hacia el siglo XVIII múltiples factores confluyeron para que de la mano de las reformas borbónicas, se promoviera una decisiva modernización en la organización territorial y urbana americana. A partir de la llegada de la dinastía borbónica a la corona española, el Estado absolutista inspirado por los ideales ilustrados de fomento económico y civilización, propició una reconquista de las colonias americanas. La necesidad de mejorar el control de las burocracias, elites y poblaciones locales; facilitar la integración de todos los sectores a la economía; y extender la centralización del poder colonial a territorios hasta el momento marginados, catapultaron la planificación urbana como una política central de los borbones, quienes desearon imponer así su diseño del orden social de la vida colonial. La política urbana reformista fue impulsada además por la recuperación demográfica experimentada por las poblaciones indígenas, que habían colapsado tras la conquista, y el crecimiento de las poblaciones mestizas y castas. Por otra parte, los nuevos patrones de asentamiento y redes de población obedecieron a factores de orden económico y comunicativos demandados por el mercado colonial, la intensificación de la producción exportadora, la especialización y tecnificación agropecuaria, y especialmente a los estímulos recibidos por la minería colonial. La revitalización dieciochesca de los espacios urbanos se expresó en la refundación y transformación de ciudades existentes que marcaron su progreso a través de obras arquitectónicas como las realizadas en Santiago por Joaquín Toesca, la reorganización en barrios vigilados por alcaldes, y el fomento a la educación e higiene. También se manifestó a través de la creación de nuevos asentamientos. Hasta ese momento el Reino de Chile con excepción de las ciudades de La Serena, Valparaíso, Santiago, Chillán y Concepción era predominante rural, cuya población se encontraba aislada y diseminada en haciendas y estancias con base a actividades trigueras y ganaderas. Desde la primera mitad del siglo XVIII la población rural chilena comenzó a concentrarse a partir de la creación de villas y ciudades. Las fundaciones fueron lideradas por Gobernadores como José Antonio Manso de Velasco, Domingo Ortiz de Rosa y Ambrosio O´Higgins, y la Junta de Poblaciones, institución creada para el caso, que llevó a cabo la llamada política poblacional. El proceso inicia en 1717 con la fundación de Quillota, prosiguiendo años después con mayor intensidad bajo el gobierno de José Manso de Velasco. Él funda la ciudad de San Felipe en 1740; luego Cauquenes, San Agustín de Talca y San Fernando en 1742; Santa Cruz de Triana (Rancagua) y Curicó en 1743 y Copiapó en 1744. Tras este impulso inicial el proceso se detuvo hasta que, entre 1752 y 1755, el gobernador Domingo Ortiz de Rozas reanudó la fundación de nuevas villas: Illapel, Petorca, La Ligua, Casablanca, San Javier, Coelemu y Quirihue. Finalmente el gobernador Ambrosio O'Higgins culminó este ciclo fundando, entre 1788 y 1796, San Carlos, Combarbalá, Vallenar, Los Andes, San José de Maipo, Constitución, Linares y Parral, y refundando ciudades como Osorno. La fundación de ciudades como Los Ángeles se enmarcó directamente en la necesidad de asegurar la paz y el sometimiento de la frontera mapuche. Pese a que el mundo rural siguió siendo preponderante en la vida colonial chilena, la magnitud del proceso de fundación de ciudades impactó seriamente la fisonomía del Reino. No resulta errado por eso considerar que la formación histórica de Chile central, halla una de sus raíces fundamentales en el siglo XVIII reformista e ilustrado. Santiago Lorenzo Schiaffino y Gabriel Guarda Geywitz son dos autores fundamentales que han estudiado con mayor detención este importante proceso. Vida urbana en la cuenca del Aconcagua San Felipe y Los Andes (1740- 1910) El territorio que comprende el curso superior de la cuenca del río Aconcagua es una zona de gran fertilidad agrícola, por lo que tempranamente comenzó a atraer a colonos hispanos y criollos. Así, el sistema de asentamientos en el valle del Aconcagua se estructuró en función de las haciendas cerealeras, que aprovechaban la disposición de generosos suelos, abundante riego y la proximidad del puerto de Valparaíso, desde donde accedían a los mercados del Perú y las regiones mineras en el sur de aquel virreinato. Durante la mayor parte del período colonial, la población de la cuenca vivió dispersa en el territorio; y la vida urbana sólo comenzó a partir de la política de poblaciones impulsada por las autoridades hispanas desde inicios del siglo XVIII. La fundación de San Felipe, el 3 de agosto de 1740, fue la primera medida práctica del proyecto urbano impulsado por los reyes borbones sobre las posesiones de la Corona de España en América. No obstante la gravitación de la agricultura, la región poseía otra importante actividad, cuyo influjo le permitió diversificar su base económica. La presencia del camino internacional a Mendoza, a través de la cordillera de los Andes, posibilitó que en sus orillas aparecieran pequeños puestos comerciales dedicados a prestar servicios a viajeros y caravanas. Asociados a estos baratillos y fondas, se fueron conformando posesiones agrarias de dimensiones mucho más reducidas que las de las haciendas, donde predominaba el cultivo de vides, frutales y forraje. Así, el intenso trajinar en torno a la ruta transcordillerana generó las condiciones para que en julio de 1791, unos 25 kilómetros al sur de San Felipe y cerca de una parroquia dedicada a la advocación de Santa Rosa de Viterbo, se fundara la villa de Los Andes. La naturaleza de las actividades predominantes delineó un estilo de vida distinta en cada una de las dos ciudades. Mientras en San Felipe se impuso el tono señorial y conservador de las haciendas, a Los Andes el tránsito de personas y bienes le otorgó un espíritu liberal y distendido, más parecido al de un puerto que al de una villa interior. A lo largo del siglo XIX estas características se acentuaron, como consecuencia del auge cerealero que afianzó la posición de las grandes tenencias territoriales y de la entrada en operaciones del Ferrocarril Trasandino en 1910, que reforzó la demanda para el comercio y los servicios establecidos en Los Andes. Hacia la tercera década del siglo XX, estas identidades diversas e incluso antagónicas se fueron diluyendo, ya que la declinación de la agricultura latifundista favoreció la proliferación de la pequeña y mediana propiedad en el sector de San Felipe, mientras que las oportunidades de comercialización en Los Andes permitieron la llegada de inversionistas interesados en capitalizar los predios ubicados en sus inmediaciones. Así, tempranamente en relación a otras regiones chilenas, en la parte alta de la cuenca del Aconcagua surgió un dinámico sector agroindustrial dedicado a abastecer la floreciente demanda proveniente de los principales centros urbanos y enclaves mineros del país. Su época de esplendor Valparaíso (1820-1920) Durante la Colonia, Valparaíso fue el puerto de entrada a Santiago, ciudad de la que dependía, y su comercio se estableció casi exclusivamente con el puerto de Callao, en el Perú. El advenimiento de la Independencia y la libertad de comercio, permitió el comienzo de una expansión económica sostenida. Este fenómeno se vio reflejado en el aumento de la población porteña: de 5.000 habitantes contabilizados en 1810, se llega a 40.000 en 1842. Entre estos se incluían inmigrantes extranjeros atraídos por la posibilidad de comercio con las nuevas repúblicas de América y hombres jóvenes, que se desplazaban hacia el puerto, en busca de oportunidades. La ciudad transformó drásticamente su fisonomía. Se produjo una sectorización: en las zonas bajas se ubicaron los comerciantes extranjeros y los cerros fueron ocupados por los grupos sociales más pobres; el área plana también se dividió entre el puerto y el barrio El Almendral, con un carácter más rural. Un grupo de ingleses, después de sufrir varias inundaciones en el plano, se instalaron en el Cerro Alegre, donde floreció un barrio de lujo aislado del resto de la sociedad porteña. Sin embargo, esto constituyó una excepción. Muchos inmigrantes, en su mayoría protestantes, contrajeron matrimonios con jóvenes chilenas, lo que significó más de un conflicto con la Iglesia Católica. La presencia de gran número de extranjeros transformó la sociedad porteña otorgándole un carácter cosmopolita, que se manifestó también en su arquitectura y en el desarrollo urbano. Las viviendas comenzaron a construirse de dos y tres pisos al estilo europeo. La cuestión urbana y las obras públicas fue una preocupación permanente en las iniciativas edilicias y privadas de esta época; se invirtió en la excavación de los cerros para ampliar la zona plana y los materiales extraídos se utilizaron para ganar terrenos al mar; se realizaron importantes obras de pavimentación de las calles; se desarrolló el transporte urbano y se crearon espacios públicos como plazas y paseos. El crecimiento de la ciudad y el auge económico en las últimas décadas del siglo XIX, generó una incipiente clase media que concentró sus actividades en el comercio minorista, como pulperías, y en el área de servicios, como imprentas y notarías. A pesar de las oportunidades de movilidad social, la mayor parte de la sociedad porteña vivió en una situación de marginalidad. La pobreza, las enfermedades y la prostitución eran comunes en los lugares de diversión que frecuentaban los marineros que llegaban al puerto. En medio de estos contrastes, Valparaíso comenzó a decaer como centro urbano en las primeras décadas del siglo XX. FUENTE: MEMORIACHILENA.CL