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INSTITUTO INMACULADA CONCEPCIÓN
DPTO. HISTORIA Y CIENCIAS SOCIALES
PROF. CRISTIAN RUIZ F.
CIUDAD CONTEMPORÁNEA.
APUNTE COMPLEMENTARIO PROCESO DE URBANIZACIÓN.
De la estrategia militar a la administrativa
Transformación urbana en el Chile colonial (1541-1810)
La vida urbana comenzó en Chile con el impulso de la hueste de conquista liderada por Pedro de
Valdivia. El primer hito de este proceso fue la fundación de Santiago, en febrero de 1541, cuyas
características no dejaron dudas sobre la impronta militar del asentamiento, pues la villa fue
levantada entre dos brazos del río Mapocho y al amparo del cerro Huelén, desde cuya cumbre se
podía advertir cualquier movimiento hostil en un amplio perímetro.
Los primeros años de la ciudad se debatieron entre precarias condiciones de sobrevivencia y la
permanente amenaza de levantamientos indígenas, pero una vez consolidada su posición,
Santiago emergió como el foco para la colonización de nuevos territorios. La urgencia más
inmediata de los conquistadores fue asegurar la ocupación de espacios que garantizaran las
comunicaciones terrestres con Perú, por lo que la segunda fundación correspondió a La Serena,
en 1544, localizada precisamente en la ruta terrestre hacia la capital del virreinato.
Al comenzar 1550 Pedro de Valdivia marchó al sur, al frente de doscientos españoles y varios
miles de indios auxiliares. La expedición debió enfrentar la tenaz oposición mapuche a su avance
y sólo luego de resistir dos extenuantes batallas, logró asentarse cerca de la desembocadura del
Biobío, donde en octubre se fundó Concepción. Luego penetraron por la costa bordeando la
cordillera de Nahuelbuta, levantaron los fuertes de Arauco, Tucapel y Purén, para continuar
explorando hacia el sur y fundando las villas de Los Confines (Angol), La Imperial (Carahue) y
Valdivia.
Después de la muerte de Pedro de Valdivia, en diciembre de 1553, el avance hispano se tornó
más pausado y se concentró en afianzar el control de los territorios próximos al litoral. Sólo
continuaron los reconocimientos hacia el interior del río Rahue, donde se fundó la villa de
Osorno en 1558, y la isla de Chiloé, que culminó con la creación de Castro, en 1567. Mientras
que la fundación de Chillán, en 1580, obedeció a la necesidad de establecer una línea de
comunicaciones entre Santiago y Concepción.
La insurrección mapuche de 1598 destruyó todas las ciudades españolas entre el Biobío y el seno
de Reloncaví, obligando a restringir el territorio de colonización hasta dicho río, el que
permaneció durante el resto del período colonial como la frontera con el mundo mapuche. Así, el
desarrollo de centros urbanos se detuvo y la población se dispersó en los campos, donde la
amenaza indígena fue menor y la lejanía de los poderes del estado permitió a indios y mestizos
llevar una vida más libre. El advenimiento de la dinastía borbónica al trono español, a comienzos
del siglo XVIII, representó una revitalización de la vida urbana en Chile debido al fomento
otorgado a la creación de nuevos centros poblados, como Talca, con los que se pretendió mejorar
los mecanismos de control burocrático sobre la población y con ello, incrementar la recaudación
de tributos. El criterio para la fundación de nuevas ciudades, privilegió los lugares que
disfrutaron de una posición central en regiones con un significativo potencial de
desenvolvimiento económico, como fue el caso de San Felipe y Los Andes, o que se localizaron
en el trayecto de rutas terrestres de importancia estratégica, comercial y administrativa.
A fines del período colonial la política territorial de los borbones logró configurar la estructura
urbana del Chile central, con un sistema de centros poblados dispuesto longitudinalmente entre el
despoblado de Atacama y la frontera mapuche, ubicados entre sí a una jornada de viaje, y con
ramales que se adentraron en las cuencas más importantes. Tal vez el único aspecto que escapó a
la planificación colonial fue la creación de un puerto que articuló el comercio exterior del reino,
puesto que Valparaíso surgió de forma espontánea.
El preludio urbano de la Colonia en Chile, 1541-1552
Fundación de Santiago
La fundación de Santiago fue el primer hito importante en el proceso de colonización española
de Chile, ya que la ciudad fue el punto de partida de las expediciones que iniciaron el
reconocimiento y la ocupación de nuevos territorios. El 12 de febrero de 1541 Pedro de Valdivia
escogió asentarse en el valle del río Mapocho, pues consideraba que la numerosa población
indígena que allí habitaba, era demostración evidente del provecho agrícola de sus tierras. Para
garantizar la provisión de agua y su protección, la villa fue levantada entre dos brazos del río y al
amparo del cerro Huelén, desde cuya cumbre se podía advertir cualquier movimiento hostil en un
amplio perímetro.
La planta fue trazada en forma de damero, siguiendo el modelo tradicional del urbanismo
hispano en América, comprendiendo ciento veintiséis manzanas regulares de ciento treinta y
ocho varas de longitud, separadas por calles de doce varas de ancho. Al centro de la población se
ubicó la plaza mayor, en cuyo contorno se edificó una capilla, algunas bodegas y las casas de los
principales vecinos, para lo cual se recurrió a los materiales disponibles en el entorno, como
madera, paja, piedras y barro.
Junto con el emplazamiento físico de la villa, los primeros colonos se organizaron políticamente
en un Cabildo, institución española de origen medieval en la cual la comunidad confía la
administración de la ciudad a los vecinos más importantes. Al inicio de la conquista y debido a la
gran distancia de otros centros de poder y decisión, el Cabildo de Santiago asumió el gobierno de
todo el territorio, con el objeto de enfrentar las dificultades políticas y militares que imponía la
resistencia mapuche al avance de los conquistadores. Sin embargo, la designación de un
gobernador por parte del rey de España relevó al ayuntamiento de sus responsabilidades
ejecutivas y de planificación militar, depositándolas en este funcionario que, por residir en
Santiago, otorgó a la ciudad la calidad de capital del reino.
Los primeros años del asentamiento fueron duros y esforzados. Las riquezas minerales eran
escasas, los parajes cercanos no proporcionaban abundancia de alimentos y los indígenas se
resistían tenazmente a someterse. El cacique Michimalonco atacó la ciudad de Santiago el 11 de
septiembre de 1541, destruyendo el incipiente poblado y poniendo en peligro todo el proceso de
ocupación hispana.
Sin embargo, transcurridos diez años de su fundación, Santiago logró consolidar su posición
gracias a que la habilitación de un puerto en la bahía de Valparaíso le permitió recibir, con mayor
frecuencia, refuerzos y provisiones desde el Perú, mientras que, como consecuencia del
afianzamiento de la ocupación hispana en las cuencas de Aconcagua, Maipo y Cachapoal, el
enfrentamiento con los indígenas se trasladó varios kilómetros hacia el sur. Estas condiciones
permitieron a los santiaguinos disfrutar de mayor tranquilidad y disponer de más tiempo y
recursos para invertir en el adelanto de la ciudad.
El rey de España reconoció estos progresos que posibilitaron el regular funcionamiento de las
instituciones coloniales y concedió a Santiago el título de ciudad y un escudo de armas el 5 de
abril de 1552.
A merced de las catástrofes naturales
Santiago colonial
Al concluir el período colonial, Santiago ya ostentaba el rango de ciudad primada que mantiene
hasta el presente, aunque su proceso de consolidación urbana fue extremadamente dificultoso.
Esto, por las fatigas que supuso la interminable Guerra de Arauco, el escaso desarrollo
económico del reino, así como las recurrentes catástrofes naturales -entre ellas terremotos y
crecidas del río- que obligaron en varias ocasiones a reconstruir la ciudad desde sus escombros.
Las primeras seis décadas que siguieron a su fundación, en 1541, estuvieron marcadas por los
rasgos militares del asentamiento y por una constante sangría de población, puesto que sus
habitantes debieron contribuir a la conquista del Reino de Chile formando milicias y acudiendo
como pobladores a todas las nuevas fundaciones.
Paradójicamente, la contundente derrota experimentada por las armas españolas en 1598, derivó
en el afianzamiento demográfico de Santiago, ya que buena parte de los vecinos que habían
logrado huir de las siete ciudades destruidas por los mapuches al sur del río Bio-Bío, se radicaron
en Santiago, permitiendo la extensión de su tramado hacia el norte del río Mapocho y dando
lugar a la formación del barrio La Chimba. Luego, otra tragedia -la avenida del Mapocho en
1609- impulsó al Cabildo a realizar las primeras inversiones de envergadura en la creación de
infraestructura para la ciudad, como fueron la construcción de los primeros tajamares es para
contener las crecidas del río, y de un acueducto que traía agua limpia desde la quebrada de San
Ramón. Así, al comenzar la tercera década del siglo XVII, Santiago había dejado atrás los rasgos
de precariedad propios de los primeros tiempos, ostentaba algunas edificaciones de cierta
importancia y a su alrededor tenían lugar actividades productivas que permitían el arraigo de la
población.
Pero no obstante el progreso económico del reino, el entusiasmo de sus habitantes y la actividad
de las autoridades, permitieron el desarrollo material de Santiago, el destino infausto no se apartó
de su vida urbana, ya que hasta mediados del siglo XVIII, cada temblor de la tierra y cada
avenida del río, causaban graves daños a la ciudad y arrancaban la vida de muchos vecinos. Esta
extrema fragilidad sólo fue remediada una vez que los principios de la Ilustración fueron
aplicados en la construcción de nuevos edificios mediante técnicas fundamentadas en principios
científicos. El mejor ejemplo de ello es la obra del arquitecto italiano Joaquín Toesca, que aún
tenemos a la vista.
Botín de piratas
La Serena colonial
La Serena, una de las ciudades más antiguas de Chile, fue fundada por Juan Bohón en 1544,
junto a la desembocadura del río Elqui. Entonces parecía esperarla un auspicioso futuro de
prosperidad y desarrollo, puesto que por sus atributos de localización era un paso obligado para
los viajeros que recorrían la ruta terrestre entre Perú y Santiago. Sin embargo, la vida urbana de
La Serena colonial enfrentó permanentes problemas que impidieron su desenvolvimiento, tal
como lo constató el gobernador Ambrosio O'Higgins en 1788, al comprobar el precario estado
del equipamiento urbano de la ciudad.
El primero de estos factores fue la permanente hostilidad de los indígenas de la región, que
destruyeron la ciudad a los pocos meses de su nacimiento, dando muerte a su fundador. Luego
surgió la amenaza de los piratas ingleses que amagaban las posiciones españolas en el Nuevo
Mundo, quienes en 1680 y 1686 se apoderaron de La Serena, sometiéndola al pillaje, la violencia
y el fuego.
Aunque el territorio que contaba con excelentes condiciones era apto para el desarrollo de la
minería y la agricultura, haciendo próspera y grata la vida de los serenenses, el temor a nuevas
invasiones conspiró en contra del crecimiento urbano y material de la ciudad. De hecho muchos
vecinos se mostraron reacios a permanecer en La Serena y gran parte de los excedentes de las
actividades económicas más rentables de la región fueron invertidos fuera de ella, como en la
capital del reino o directamente en el Perú.
Esta anormalidad en la estructura económica local, impidió que en la ciudad se conformara un
sector mercantil y financiero formal, por lo que las funciones crediticias fueron asumidas por las
órdenes religiosas. Como consecuencia de aquello, resultó que La Serena colonial era una ciudad
que mostraba profundos contrastes entre las edificaciones religiosas y las civiles, ya que mientras
las primeras lograron alcanzar un aspecto de solidez y prosperidad, el resto de las construcciones
permaneció en un estado de precariedad y abandono. Tal vez por eso, La Serena sea conocida
hasta hoy como la ciudad de las iglesias.
La Guerra de Arauco (1550-1656)
Guerra de Arauco, narrada por diferentes cronistas durante el período colonial, suele evocarse en
Chile como una constante guerra a muerte, de trescientos años, entre españoles y mapuche. Sin
embargo, la historiografía contemporánea distingue entre un primer siglo de intenso conflicto
bélico (1550-1656) y una etapa posterior en la que se hacen más esporádicos los
enfrentamientos, predominando las relaciones fronterizas entre el mundo mapuche y los hispanocriollos, las que a la par de incidir en un fuerte proceso de transculturación de los primeros, los
transformaron en una de las etnias más poderosas y celosamente independientes de Sudamérica.
La primera etapa de la guerra se inició con la conquista de los españoles hacia el sur del país. A
pesar de las ventajas iniciales de los españoles, como el uso del caballo y de sus armas, los
araucanos rápidamente las aprovecharon, sacando partido además, de su entorno natural,
desarrollando así tácticas de combate propias.
La avanzada de la hueste, las ciudades fundadas y las fortalezas al sur del Bío-Bío sufrieron
continuos ataques por grupos indígenas distintos. De tal modo, las primeras ciudades del sur
pasaron a ser fortalezas militares mal abastecidas, constantemente sitiadas y destruidas por los
indígenas. Esta situación llegó a su punto más alto tras la batalla de Curalaba (1598), donde el
gobernador Martín García Oñez de Loyola fue decapitado y los españoles se vieron obligados a
replegarse más arriba del Bío-Bío, abandonando las ciudades fundadas en el sur.
Por su parte el ejército español distó de ser profesional y fue descrito por el gobernador Alonso
de Ribera en términos lamentables, dada su precariedad material y moral. Éste estuvo compuesto
por los encomenderos de Santiago y Concepción quienes debieron costear sus propias armas y
pertrechos junto a un gran número de indios de encomienda. Estas tropas realizaron incursiones
cada verano para realizar las llamadas campeadas, la destrucción de las cementeras indígenas y
toma de prisioneros de guerra como esclavos, lo cual explica, en gran parte, el odio que los
araucanos sentían hacia el invasor español.
Los distintos gobernadores españoles ensayaron diferentes estrategias para hacer frente a la
guerra; sin embargo, todas ellas tienen en común la idea de una frontera con lo cual se solucionó
el problema inicial de la sobre extensión del dominio español. Una de las reformas más
importantes fue la impulsada por el gobernador Alonso de Ribera, quien suplicó al rey Felipe III
la creación de un Real Situado, para pagarles un sueldo a los soldados y así crear un ejército
profesional. Finalmente, en 1603, se autorizó este Socorro de Arauco desde las arcas del
Virreinato del Perú, el cual tuvo un impacto económico en el comercio realizado en la misma
frontera entre indígenas y españoles. Otra estrategia fue la Guerra Defensiva planteada por el
Padre Luis de Valdivia en 1612, que consistió en detener las incursiones españolas y la
esclavitud indígena para así convertir a la fe a los araucanos. Sin embargo, al cabo de 10 años fue
considerada un fracaso y se volvió a la idea de una frontera móvil. Pero para este período (1623
hasta 1656) la intensidad de los combates disminuyó produciéndose una situación mucho más
compleja en relaciones fronterizas donde el comercio y otro tipo de interacciones fueron más
importantes que la guerra.
La presencia de la guerra
Concepción colonial
La fundación de Concepción, el 5 de octubre de 1550, representó un importante hito estratégico
en el proceso de ocupación territorial del naciente Reino de Chile. El sitio escogido por Pedro de
Valdivia estaba ubicado en un paraje densamente habitado por población indígena, cuyo
sometimiento permitiría disponer a los conquistadores de un abundante contingente laboral para
explotar los recursos de la región y numerosas almas que sumar a la tarea evangelizadora de la
conquista del Nuevo Mundo. Además, el lugar se situaba al fondo de una amplia bahía bien
abrigada del viento sur y reunía las condiciones para ser un excelente puerto, a través del cual
mantener un fluido contacto marítimo con el Perú.
La exuberancia del paisaje deslumbró a los cronistas hispanos que también repararon en las
oportunidades que éste ofrecía para el desarrollo de la minería, la agricultura y la ganadería. Pero
la oposición del pueblo mapuche dificultó el desenvolvimiento de estas actividades e impidió la
temprana consolidación del asentamiento. De hecho, Concepción fue destruida tres veces en sus
primeros diez años de vida. Los rigores de la Guerra de Arauco, obligaron a los conquistadores a
disponer la creación de numerosas fortificaciones militares en las proximidades de la ciudad para
mantenerla a salvo.
Paradójicamente, sólo después del levantamiento indígena de 1598, la vida urbana de
Concepción logró afianzarse gracias a que las autoridades coloniales asignaron un fondo
permanente remitido desde el Perú -el Real Situado- para mantener un contingente militar
profesional y estable encargado de defender la línea fronteriza del río Bío-Bío, que en adelante
sería la frontera natural entre el mundo hispano y el mundo mapuche. La llegada del real situado
permitió el fortalecimiento del sector comercial afincado en la ciudad, como también de la
agricultura y ganadería que se realizaba en zonas protegidas por el sistema de fortalezas
militares.
La guerra nunca dejó de estar presente en la vida de Concepción colonial, tanto por la
permanente amenaza de levantamientos mapuches, o porque la captura de indígenas rebeldes,
para ser vendidos como esclavos, se transformó en un lucrativo negocio. No obstante, las
relaciones hispano-mapuches no tuvieron sólo el carácter de enfrentamiento bélico, como
usualmente se conoce, sino que además derivaron en un complejo sistema de intercambio
comercial entre ambos mundos que alcanzó una poderosa gravitación en la economía regional y
que, indirectamente, permitió el adelanto urbano de la ciudad.
Cuando el desarrollo de Concepción parecía haber alcanzado su madurez, todo debió partir
nuevamente de cero. El 25 de mayo de 1751, un violento terremoto, seguido por un maremoto,
destruyó la ciudad obligando a su traslado hasta el sitio que actualmente ocupa, mientras que en
el lugar de la antigua fundación quedó el pueblo de Penco.
El antemural del Pacífico
Valdivia colonial (1552-1820)
lo largo de todo el período colonial, Valdivia desempeñó un papel estratégico y decisivo no sólo
para resguardar la colonización del Reino de Chile, sino también para la defensa de todas las
posiciones españolas en el Mar del Sur; puesto que era el lugar perfecto para el reabastecimiento
de las expediciones enemigas que lograban sortear con éxito la travesía del Estrecho de
Magallanes y donde, además, éstas podían establecer un peligroso entendimiento con los
indígenas de la región.
La fundación de Valdivia data de 1552 y para su emplazamiento se escogió un lugar en la
desembocadura de un extenso sistema fluvial, que reunía condiciones de seguridad y permitía
acceder a un amplio territorio, abundante en población y recursos naturales. Sus primeros años
de vida no fueron fáciles. A la permanente hostilidad de los indígenas se agregó la escasez de
metales preciosos y el reducido aumento de la población blanca, ya que los colonos hispanos
siempre estaban dispuestos a abandonar su condición de vecinos para partir a otros lugares en
busca de fortuna. En 1575, la incipiente villa resultó seriamente afectada por un terremoto; y dos
décadas más tarde fue abandonada, como consecuencia del alzamiento mapuche de 1598.
El abandono de la ciudad representaba un poderoso atractivo para los enemigos de la corona
española, ya que disponían allí de un sitio para establecerse e introducir una cuña en los
dominios hispanos del Pacífico. La oportunidad fue aprovechada en 1643 por una expedición
holandesa, que intentó sin éxito colonizar la región. La evidencia del peligro convenció al
monarca Felipe IV para ordenar la pronta repoblación de la ciudad y dotarla de un complejo
sistema de fortificaciones artilladas. La tarea fue confiada a Antonio de Toledo, hijo del virrey
del Perú, quien encabezó una expedición de diecisiete galeones y mil ochocientos hombres,
provistos de lo necesario para construir las defensas costeras, disponer las baterías, poblar el
asentamiento e instalar ahí un cuerpo del ejército del rey. El diseño de la obra fue
responsabilidad del propio Toledo, que concibió la protección del ingreso al estuario del río
Valdivia con fuego cruzado de artillería desde el frente y los costados, proveniente de los
castillos-fortalezas de Mancera, Niebla, Corral y Amargos; los trabajos estuvieron concluidos
hacia 1680.
El complejo defensivo valdiviano fue reacondicionado y reforzado a partir de 1764, con ocasión
de la Guerra de los Siete Años entre España e Inglaterra. El estudio y ejecución del proyecto fue
encomendado por Carlos III a profesionales del Real Cuerpo de Ingenieros Militares, quienes
ampliaron y mejoraron las instalaciones hasta convertirlas en la principal fortaleza hispana del
Pacífico. El bastión de Valdivia permaneció inexpugnable a los enemigos de España durante el
período colonial y sólo fue sometido al final de las guerras de Independencia.
Capital ganadera de Chile
Osorno (1558-1950)
En el siglo XVI, la ciudad de Osorno se transformó en un importante polo de desarrollo al
disponer de suelos despejados de bosques, capaces de proveer de alimentos a las ciudades de
Valdivia y Villarrica, y a la inmensa población indígena sometida a los rigores del trabajo en los
lavaderos de oro de la región. Fue fundada en la región indígena de "Chauracaví", por Pedro de
Valdivia en 1553 y reconstruida por García Hurtado de Mendoza el 27 de marzo de 1558, con el
nombre de San Mateo de Osorno, en honor a su abuelo. Con la rebelión indígena de 1598 y la
destrucción de la ciudad en 1604, dominó por casi dos siglos en los llanos de Osorno el poder de
los caciques indígenas. A fines del siglo XVIII, bajo la iniciativa de Ambrosio O'Higgins, se
inició el reconocimiento de las ruinas de la antigua ciudad y con su refundación se originó un
lento pero sostenido desarrollo urbano.
A fines del siglo XIX, Osorno conservaba la extensión que tuvo la primitiva ciudad del siglo
XVI. No obstante, el damero original estaba completamente ocupado por viviendas y edificios
producto del crecimiento económico e industrial experimentado por la ciudad. En este contexto,
se construyó a fines del siglo XIX el primer ferrocarril entre Pichirropulli y Osorno, cuya línea
férrea recorría la ciudad por calle Portales a dos cuadras de la Plaza de Armas y su estación
estaba localizada en Bulnes con Manuel Rodríguez. La dinámica económica alcanzada por
Osorno estimuló las migraciones. La ciudad debió ampliar sus límites. Una zona de crecimiento
fue hacia el sur, junto a la línea férrea, con la llamada población Amthauer y con las
instalaciones industriales y de bodegaje relacionadas con el transporte ferroviario. También se
formó el barrio Rahue, que se localizó al poniente de la línea férrea, constituyéndose en una
extensa zona de artesanos y obreros. Además, se formaron las poblaciones de Vicuña Mackenna,
Angulo, O'Higgins, Damas, Ovejería y Pilauco. Así, en 1917, el municipio de Osorno redefinió
nuevos límites urbanos creando las calles Angulo, Matthei, Amthauer y prolongando Mackenna.
Las favorables condiciones para el transporte de la producción ganadera hacia el centro del país
impuestas por el ferrocarril, más algunas disposiciones legales como la Ley de Alcoholes y la
desprotección a la industria de la curtiembre, implicaron la transformación de las actividades
económicas de Osorno. El sector industrial desarrollado por los alemanes tendió a desaparecer en
la década de 1920. La nueva orientación económica, fundada principalmente en base a la
explotación de trigo y ganado vacuno, se localizó junto al ferrocarril. Ferias ganaderas, lecherías
y molinos se trasladaron hacia el sur-poniente donde fue trazada la línea férrea.
La construcción de la carretera panamericana a mediados del siglo XX implicó que el
crecimiento urbano de Osorno se reorientase con mayor fuerza hacia la zona oriente, donde fue
trazada la nueva vía de transporte. Así, algunas actividades productivas y de servicio se
localizaron en este sector de la ciudad. En todo caso, la nueva vía reafirmó la vocación ganadera
de Osorno en el contexto nacional.
El confín de la cristiandad
Chiloé colonial (1553-1826)
El archipiélago de Chiloé, la posesión más austral del imperio español en América, conformó
durante el período colonial una sociedad de características muy particulares, marcadas por el
aislamiento, la pobreza y el marcado sincretismo cultural.
Descubierto en 1553 por el marino Francisco de Ulloa, fue conquistado por Martín Ruiz de
Gamboa recién en 1567. Durante los años que siguieron a la conquista, Chiloé sufrió una
constante sangría demográfica, producto del tráfico ilegal de indios encomendados hacia los
lavaderos de oro de Chile central. Esta situación sólo se contuvo con la gran rebelión mapuche
de 1598-1602, la que conllevó la destrucción de todos los asentamientos españoles al sur del río
Bío-Bío. Por ese tiempo, llegó a la isla un contingente de españoles e indios amigos que huían de
las devastadas ciudades de Osorno y Villarrica, y que se instalaron en la ribera norte del canal de
Chacao, fundando los fuertes de Calbuco y Carelmapu. Asimismo, en 1608 llegaron los primeros
jesuitas a Chiloé, cuya labor evangelizadora duraría más de 150 años y dejaría una profunda
huella en la población del archipiélago. A partir de entonces, la sociedad chilota se fue
consolidando paulatinamente, aun cuando tendría que hacer frente a nuevas amenazas, como la
de los corsarios holandeses, Baltasar de Cordes (1600) y Enrique Brouwer (1643).
A mediados del siglo XVII la economía del archipiélago sufrió una gran transformación
producto del auge del comercio de tablas de alerce hacia el Perú, lo que redundó en un
progresivo aumento del trabajo exigido a la población indígena encomendada. Ello generó la
rebelión huilliche de 1712, que fue brutalmente reprimida. En los años siguientes, y como fruto
de las exigencias de los caciques huilliches, se dictaron nuevos reglamentos que suavizaron la
situación de los indígenas. En 1780 fueron abolidas definitivamente las encomiendas chilotas,
aun cuando se mantuvo la obligación de los indígenas de pagar un tributo directamente al rey.
La sociedad chilota del siglo XVIII estuvo sustentada económicamente en la exportación de
madera al Perú. Su condición de territorio estratégico para la corona española, permitió que en
1767 pasara a depender directamente del Virreinato del Perú y que se fundara la ciudad de
Ancud, cabecera militar de la isla. Por otro lado, Chiloé fue zona de misiones, primero a cargo de
la Compañía de Jesús y, posteriormente, de los franciscanos del convento de Ocopa. Para
facilitar el trabajo evangelizador, los jesuitas crearon un sistema de misión ambulante que
recorría las islas del archipiélago y dejaba la actividad religiosa cotidiana al cuidado de los
"fiscales", quienes quedaban a cargo de la comunidad hasta la próxima visita anual de los
misioneros. Estos no se limitaron a evangelizar a la población de Chiloé sino también
emprendieron expediciones a otros archipiélagos de la zona austral en busca de indígenas para
convertir. Por otra parte, los misioneros también viajaron hacia el oriente de la cordillera de Los
Andes en busca de la mítica "Ciudad de los Césares".
En 1826, y tras varias campañas militares de los patriotas que culminaron con la firma del
Tratado de Tantauco, se produjo la anexión definitiva de las islas del archipiélago de Chiloé al
territorio nacional.
Una historia de enfrentamientos y alianzas
La Frontera araucana
En contraste con el período de la guerra de Arauco, a partir de la segunda mitad del siglo XVII,
la frontera del sur de Chile comenzó a sufrir una serie de transformaciones que la convirtieron en
un espacio de interacción, roces e intercambios comerciales y culturales entre indígenas y
españoles. El golpe dado al comercio de indios esclavos, tras el alzamiento indígena en contra de
los abusos del Gobernador Acuña y Cabrera, (1655) y la posterior abolición de éste en 1683,
acabó con el mayor incentivo de la guerra, lo que incidió en una intensificación del trueque de
especies y del mestizaje. De esta manera, la presencia del comercio en las relaciones fronterizas
estableció la pauta de convivencia entre los distintos grupos que allí habitaban.
Dicho fenómeno se concentró esencialmente en aquellas zonas fronterizas donde existían fuertes
o plazas militares, tales como los de la Isla de Laja, las cuales albergaron, con el tiempo,
villorrios indígenas, fomentado así el proceso de mestizaje. Del mismo modo, estos espacios de
convivencia dieron luz a distintos tipos fronterizos, entre ellos el comisario de naciones y los
capitanes de amigos, quienes actuaron como puente entre los intereses de la corona y los de las
distintas tribus indígenas.
A comienzos del siglo XVIII, la expansión de los mapuche hacia las pampas y el aumento de
comercio de ganado, armas y alcohol produjo un impacto en la organización social de los grupos
indígenas. Surgieron distintos caciques o úlmenes, cuya base de poder se sustentaba en esta
nueva riqueza. Frente a ello, las relaciones entre indígenas e hispano criollos cambiaron de tal
modo, que se hicieron necesarias distintas fórmulas para mantener la paz y la convivencia en la
frontera. Así, para mediados del siglo XVIII, comenzaron las incursiones indígenas contra las
estancias españolas, llamadas malocas, que con el consiguiente rapto de mujeres y ganado,
fueron situaciones continuas y amenazantes en la frontera.
En este contexto, durante el mismo período, la llegada de la dinastía de los Borbones a la
monarquía en España trajo grandes reformas que buscaron consolidar su autoridad en los
territorios de ultramar. Este objetivo se tradujo en políticas de asentamiento de nuevos poblados,
la regularización del comercio entre indígenas e hispanocriollos, y la destitución de funcionarios
corruptos. En lo esencial, las reformas buscaron priorizar la paz y el orden en la frontera, para así
resguardar los intereses económicos y estratégicos de la España. Además, se sumó a estos
aspectos la preocupación de la metrópolis frente a una posible alianza entre otros imperios y los
indígenas de las zonas fronterizas.
La instancia más importante utilizada por las autoridades para lograr la convivencia entre
indígenas e hispanocriollos, fueron los parlamentos, los cuales reunían al representante de la
corona en el Reino de Chile y a los representantes mapuche más importantes. De ellos emanaron
acuerdos para normar el comercio, los cruces de fronteras o la celebración de alianzas entre las
distintas tribus con el rey de España. Pese a los dos grandes alzamientos indígenas ocurridos en
el siglo XVIII (1723 y 1766-1774), durante este período logró consolidarse la estrategia de una
penetración pacífica de la Metrópolis, que a la vez mantuvo un equilibrio entre los indígenas y
los intereses hispano criollo de las elites locales.
La segunda conquista de América
Las reformas borbónicas (1700-1788)
El 1 de noviembre de 1700 la casa de Borbón accedió al trono de España, luego de la muerte de
Carlos II, el último de los Austrias españoles. Heredó la corona el duque de Anjou, nieto de Luis
XIV rey de Francia, con el nombre de Felipe V. Su llegada al trono español desató de inmediato
la guerra contra Austria, que objetó la legitimidad de Felipe, quien por su parte, contó con el
respaldo de Francia; mientras que Inglaterra, Holanda, Portugal, Prusia y las provincias de
Cataluña y Aragón, se sumaron a sus detractores. El conflicto, conocido como la guerra de
Sucesión, se prolongó hasta 1713, cuando los contendientes firmaron la paz de Utrecht
(Holanda), tratado que reconoció los derechos sucesorios de Felipe V, pero obligó a España a
desprenderse de todas sus posesiones europeas y a permitir que Inglaterra desarrollara
actividades comerciales en América.
Era evidente que España ya no era la potencia que había sido durante el siglo XVII y sólo la
alianza dinástica con Francia le permitía seguir siendo considerada como una nación
relativamente poderosa. Por esta razón Felipe V y sus consejeros se empeñaron en devolver a
España su antiguo prestigio. Incrementaron la capacidad de las fuerzas armadas y protegieron la
economía del reino de la competencia de sus enemigos. La principal debilidad de estas medidas
fue que prácticamente se desentendieron de las colonias ultramarinas, cuya función continuó
limitándose al aporte de recursos para financiar las campañas militares europeas y los
experimentos económicos en la península. El fracaso de dicha política quedó en evidencia con la
derrota española frente a Inglaterra en la guerra de los Siete Años (1756-1763), que culminó con
la caída de La Habana y Manila, y obligó al rey Carlos III a reconocer la importancia estratégica
de sus posesiones en el Nuevo Mundo.
El alcance de las reformas aplicadas por Carlos III en América fue mucho más profundo que las
introducidas por Felipe V, debido en parte a que para su diseño los asesores del rey contaron con
detallados informes sobre la realidad americana. Los consejeros de Carlos dejaron de concebir a
América como un mundo dedicado exclusivamente a la minería y cuya producción debía servir
de fuente de recursos para el tesoro real, sino que se empeñaron en estimular las demás
actividades productivas y el comercio; mejorar el sistema de administración colonial y hacer más
efectiva la autoridad de la Corona en sus dominios. En el plano administrativo, se concentraron
en un ministerio todos los asuntos relativos a las Indias; se crearon los virreinatos del Río de la
Plata y Nueva Granada; y se instauró el régimen de Intendencias en diversas provincias, lo que
suponía el reemplazo de funcionarios criollos por peninsulares más calificados. En el ámbito
económico se dispuso la aplicación de estímulos que favorecieran el desenvolvimiento de la
agricultura y la minería, mientras que se comenzó lentamente a eliminar el monopolio comercial
de la metrópoli sobre sus dominios americanos, aunque se reestructuró el sistema tributario a
objeto de elevar sustantivamente la recaudación en las aduanas reales. En materia eclesiástica, se
eliminó toda objeción respecto de la primacía de los derechos de la Corona con la expulsión de la
Compañía de Jesús de los dominios de los borbones españoles. Finalmente, en el ámbito militar,
las antiguas milicias fueron reemplazadas por ejércitos profesionales para cuya formación se
enviaron oficiales y tropas desde Europa.
En definitiva, las reformas borbónicas cumplieron con los objetivos de dar un nuevo impulso a la
economía americana, incrementar el aporte de ésta al imperio español y establecer una
burocracia eficiente y leal. Sin embargo, también afectaron los intereses de las elites locales y su
aplicación fue tan arbitraria, que contribuyeron a provocar un clima de resentimiento que
finalmente derivó en la emancipación política de América.
La mirada de los extranjeros
Vida urbana en el siglo XVIII
Durante el siglo XVIII en Chile y bajo el impulso de la corona y de gobernadores eficientes se
llevó a cabo un proceso de fundación de villas y ciudades. Asimismo la obra del arquitecto
Joaquín Toesca cambió la fisonomía de Santiago, señalando un progreso urbano que modificó la
vida de sus habitantes, realidad que se manifestaba claramente a fines de la Colonia.
El testimonio de los contemporáneos, en especial de los extranjeros que visitaron nuestro
territorio, nos permite evocar la fisonomía de estos cambios en la vida urbana de las ciudades
chilenas dieciochescas.
Amadeé Frezier, que estuvo en Chile entre 1712 y 1713, describió La Serena como una ciudad
con calles sin pavimentar que parecían campos pues estaban "orladas de higueras, olivos,
naranjos, palmas que le dan agradable follaje" y casas edificadas de barro y cubiertas de
rastrojos. Según este mismo viajero, Valparaíso estaba compuesto de un centenar de pobres casas
mal dispuestas y de diferentes niveles. Las edificaciones se extendían a lo largo de la playa
donde se encontraban las bodegas de trigo. Treinta años más tarde, el marino inglés John Byron
se expresó de modo similar respecto del puerto, aunque reconocía ciertos adelantos. Sin
embargo, las referencias de los viajeros sobre la capital del reino eran más halagüeñas. Aunque
George Vancouver de paso por Chile en 1795 advertía sobre la suciedad de las calles, Byron
expresaba que Santiago era una ciudad emplazada en una "hermosísima llanura", bien
pavimentada con abundantes naranjos, floripondios y "toda suerte de flores que perfuman las
casas y a veces la ciudad entera". Agregaba que "en el medio de la ciudad se halla la plaza
mayor, llamada plaza real, en la cual desembocan ocho avenidas. El costado poniente lo ocupan
la catedral y el palacio episcopal; en el costado norte se encuentran el palacio del presidente, la
Real Audiencia, el Cabildo y la cárcel; al costado sur hay una hilera de portales a todo lo largo de
la cual están las tiendas y encima una galería para ver las corridas de toros; y en el costado
oriente hay algunas grandes casas que pertenecen a personas de distinción".
Como en siglos anteriores, las ciudades continuaron celebrando diferentes funciones públicas y
entretenimientos. En efecto, la recepción de los gobernadores, la jura de los reyes, el nacimiento
de algún infante y las fiestas y procesiones religiosas marcaban el transcurso del tiempo. Los
juegos y diversiones, dentro o fuera de las casas, se esparcieron por todo el territorio y
alcanzaron al finalizar el siglo gran acogida. Los más populares fueron las riñas de gallos, las
corridas de toros, el juego del volantín, del trompo, de los bolos y la pasión por los naipes y la
lotería. Las tertulias y recitales poéticos eran diversiones de las clases más acomodadas y eran
amenizados por el clavicordio y los toques de flauta. La juventud de los barrios populares bailaba
al ritmo del fandango y el zapateo y paulatinamente se introdujo el minuet y la contradanza.
Hacia finales del siglo XVIII el desarrollo del comercio lícito o ilegal había logrado introducir
modas, costumbres, diversiones y objetos europeos que no tardaron en expandirse entre la
población del reino y de paso abrir los horizontes para la llegada de nuevas ideas.
La política de población en la era borbónica
Fundación de ciudades: siglo XVIII
El siglo XVIII inauguró una crucial fase en la historia del desarrollo urbano de Chile e
Hispanoamérica. Si bien desde los inicios de la colonización se había instruido la creación de
asentamientos urbanos como ciudades, villas y pueblos de indios, hacia el siglo XVIII múltiples
factores confluyeron para que de la mano de las reformas borbónicas, se promoviera una decisiva
modernización en la organización territorial y urbana americana.
A partir de la llegada de la dinastía borbónica a la corona española, el Estado absolutista
inspirado por los ideales ilustrados de fomento económico y civilización, propició una
reconquista de las colonias americanas. La necesidad de mejorar el control de las burocracias,
elites y poblaciones locales; facilitar la integración de todos los sectores a la economía; y
extender la centralización del poder colonial a territorios hasta el momento marginados,
catapultaron la planificación urbana como una política central de los borbones, quienes desearon
imponer así su diseño del orden social de la vida colonial.
La política urbana reformista fue impulsada además por la recuperación demográfica
experimentada por las poblaciones indígenas, que habían colapsado tras la conquista, y el
crecimiento de las poblaciones mestizas y castas. Por otra parte, los nuevos patrones de
asentamiento y redes de población obedecieron a factores de orden económico y comunicativos
demandados por el mercado colonial, la intensificación de la producción exportadora, la
especialización y tecnificación agropecuaria, y especialmente a los estímulos recibidos por la
minería colonial.
La revitalización dieciochesca de los espacios urbanos se expresó en la refundación y
transformación de ciudades existentes que marcaron su progreso a través de obras
arquitectónicas como las realizadas en Santiago por Joaquín Toesca, la reorganización en barrios
vigilados por alcaldes, y el fomento a la educación e higiene.
También se manifestó a través de la creación de nuevos asentamientos. Hasta ese momento el
Reino de Chile con excepción de las ciudades de La Serena, Valparaíso, Santiago, Chillán y
Concepción era predominante rural, cuya población se encontraba aislada y diseminada en
haciendas y estancias con base a actividades trigueras y ganaderas.
Desde la primera mitad del siglo XVIII la población rural chilena comenzó a concentrarse a
partir de la creación de villas y ciudades. Las fundaciones fueron lideradas por Gobernadores
como José Antonio Manso de Velasco, Domingo Ortiz de Rosa y Ambrosio O´Higgins, y la
Junta de Poblaciones, institución creada para el caso, que llevó a cabo la llamada política
poblacional.
El proceso inicia en 1717 con la fundación de Quillota, prosiguiendo años después con mayor
intensidad bajo el gobierno de José Manso de Velasco. Él funda la ciudad de San Felipe en 1740;
luego Cauquenes, San Agustín de Talca y San Fernando en 1742; Santa Cruz de Triana
(Rancagua) y Curicó en 1743 y Copiapó en 1744. Tras este impulso inicial el proceso se detuvo
hasta que, entre 1752 y 1755, el gobernador Domingo Ortiz de Rozas reanudó la fundación de
nuevas villas: Illapel, Petorca, La Ligua, Casablanca, San Javier, Coelemu y Quirihue.
Finalmente el gobernador Ambrosio O'Higgins culminó este ciclo fundando, entre 1788 y 1796,
San Carlos, Combarbalá, Vallenar, Los Andes, San José de Maipo, Constitución, Linares y
Parral, y refundando ciudades como Osorno. La fundación de ciudades como Los Ángeles se
enmarcó directamente en la necesidad de asegurar la paz y el sometimiento de la frontera
mapuche.
Pese a que el mundo rural siguió siendo preponderante en la vida colonial chilena, la magnitud
del proceso de fundación de ciudades impactó seriamente la fisonomía del Reino. No resulta
errado por eso considerar que la formación histórica de Chile central, halla una de sus raíces
fundamentales en el siglo XVIII reformista e ilustrado. Santiago Lorenzo Schiaffino y Gabriel
Guarda Geywitz son dos autores fundamentales que han estudiado con mayor detención este
importante proceso.
Vida urbana en la cuenca del Aconcagua
San Felipe y Los Andes (1740- 1910)
El territorio que comprende el curso superior de la cuenca del río Aconcagua es una zona de gran
fertilidad agrícola, por lo que tempranamente comenzó a atraer a colonos hispanos y criollos.
Así, el sistema de asentamientos en el valle del Aconcagua se estructuró en función de las
haciendas cerealeras, que aprovechaban la disposición de generosos suelos, abundante riego y la
proximidad del puerto de Valparaíso, desde donde accedían a los mercados del Perú y las
regiones mineras en el sur de aquel virreinato.
Durante la mayor parte del período colonial, la población de la cuenca vivió dispersa en el
territorio; y la vida urbana sólo comenzó a partir de la política de poblaciones impulsada por las
autoridades hispanas desde inicios del siglo XVIII. La fundación de San Felipe, el 3 de agosto de
1740, fue la primera medida práctica del proyecto urbano impulsado por los reyes borbones
sobre las posesiones de la Corona de España en América.
No obstante la gravitación de la agricultura, la región poseía otra importante actividad, cuyo
influjo le permitió diversificar su base económica. La presencia del camino internacional a
Mendoza, a través de la cordillera de los Andes, posibilitó que en sus orillas aparecieran
pequeños puestos comerciales dedicados a prestar servicios a viajeros y caravanas. Asociados a
estos baratillos y fondas, se fueron conformando posesiones agrarias de dimensiones mucho más
reducidas que las de las haciendas, donde predominaba el cultivo de vides, frutales y forraje. Así,
el intenso trajinar en torno a la ruta transcordillerana generó las condiciones para que en julio de
1791, unos 25 kilómetros al sur de San Felipe y cerca de una parroquia dedicada a la advocación
de Santa Rosa de Viterbo, se fundara la villa de Los Andes.
La naturaleza de las actividades predominantes delineó un estilo de vida distinta en cada una de
las dos ciudades. Mientras en San Felipe se impuso el tono señorial y conservador de las
haciendas, a Los Andes el tránsito de personas y bienes le otorgó un espíritu liberal y distendido,
más parecido al de un puerto que al de una villa interior. A lo largo del siglo XIX estas
características se acentuaron, como consecuencia del auge cerealero que afianzó la posición de
las grandes tenencias territoriales y de la entrada en operaciones del Ferrocarril Trasandino en
1910, que reforzó la demanda para el comercio y los servicios establecidos en Los Andes.
Hacia la tercera década del siglo XX, estas identidades diversas e incluso antagónicas se fueron
diluyendo, ya que la declinación de la agricultura latifundista favoreció la proliferación de la
pequeña y mediana propiedad en el sector de San Felipe, mientras que las oportunidades de
comercialización en Los Andes permitieron la llegada de inversionistas interesados en capitalizar
los predios ubicados en sus inmediaciones. Así, tempranamente en relación a otras regiones
chilenas, en la parte alta de la cuenca del Aconcagua surgió un dinámico sector agroindustrial
dedicado a abastecer la floreciente demanda proveniente de los principales centros urbanos y
enclaves mineros del país.
Su época de esplendor
Valparaíso (1820-1920)
Durante la Colonia, Valparaíso fue el puerto de entrada a Santiago, ciudad de la que dependía, y
su comercio se estableció casi exclusivamente con el puerto de Callao, en el Perú. El
advenimiento de la Independencia y la libertad de comercio, permitió el comienzo de una
expansión económica sostenida. Este fenómeno se vio reflejado en el aumento de la población
porteña: de 5.000 habitantes contabilizados en 1810, se llega a 40.000 en 1842. Entre estos se
incluían inmigrantes extranjeros atraídos por la posibilidad de comercio con las nuevas
repúblicas de América y hombres jóvenes, que se desplazaban hacia el puerto, en busca de
oportunidades.
La ciudad transformó drásticamente su fisonomía. Se produjo una sectorización: en las zonas
bajas se ubicaron los comerciantes extranjeros y los cerros fueron ocupados por los grupos
sociales más pobres; el área plana también se dividió entre el puerto y el barrio El Almendral,
con un carácter más rural. Un grupo de ingleses, después de sufrir varias inundaciones en el
plano, se instalaron en el Cerro Alegre, donde floreció un barrio de lujo aislado del resto de la
sociedad porteña. Sin embargo, esto constituyó una excepción. Muchos inmigrantes, en su
mayoría protestantes, contrajeron matrimonios con jóvenes chilenas, lo que significó más de un
conflicto con la Iglesia Católica.
La presencia de gran número de extranjeros transformó la sociedad porteña otorgándole un
carácter cosmopolita, que se manifestó también en su arquitectura y en el desarrollo urbano. Las
viviendas comenzaron a construirse de dos y tres pisos al estilo europeo. La cuestión urbana y las
obras públicas fue una preocupación permanente en las iniciativas edilicias y privadas de esta
época; se invirtió en la excavación de los cerros para ampliar la zona plana y los materiales
extraídos se utilizaron para ganar terrenos al mar; se realizaron importantes obras de
pavimentación de las calles; se desarrolló el transporte urbano y se crearon espacios públicos
como plazas y paseos.
El crecimiento de la ciudad y el auge económico en las últimas décadas del siglo XIX, generó
una incipiente clase media que concentró sus actividades en el comercio minorista, como
pulperías, y en el área de servicios, como imprentas y notarías. A pesar de las oportunidades de
movilidad social, la mayor parte de la sociedad porteña vivió en una situación de marginalidad.
La pobreza, las enfermedades y la prostitución eran comunes en los lugares de diversión que
frecuentaban los marineros que llegaban al puerto. En medio de estos contrastes, Valparaíso
comenzó a decaer como centro urbano en las primeras décadas del siglo XX.
FUENTE: MEMORIACHILENA.CL