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Transcript
Colegio Claret
Espacio Curricular: Psicología
4º año “C”
Profesora: María Belén Arceo
FICHA DE CÁTEDRA
CRISIS VITALES
El desarrollo de la personalidad se describe desde hace mucho tiempo como una sucesión
de fases diferenciadas, cualitativamente diferentes entre sí. Entre fase y fase existen períodos de conducta indiferenciada, períodos transicionales caracterizados por trastornos en las
áreas intelectual y afectiva. Estos períodos se denominan “crisis evolutivas”.
Recientemente se ha comenzado a prestar atención a períodos similares de alteración
psicológica y de la conducta, precipitados por azares de la vida que implican una pérdida repentina de los aportes básicos, la amenaza de la pérdida, o las grandes exigencias asociadas con la
oportunidad de obtener mayores aportes. Estos períodos de alteración que pueden abarcar desde unos pocos días a algunas semanas, han sido llamados “crisis accidentales” (Erikson, 1959).
Como los “accidentes” en general, con frecuencia pueden predecirse estadísticamente.
El interés en este tema surgió con el hallazgo de que, en muchas personas que sufren
trastornos mentales, los cambios significativos en el desarrollo de la personalidad parecen haber ocurrido durante períodos de crisis bastante cortos. Estos puntos transicionales se caracterizan generalmente por una alteración psicológica aguda, con una duración aproximada de una
a cuatro o cinco semanas, alteración que más que un signo de trastorno mental parece resultar
de la lucha por lograr ajuste y adaptación frente a un problema temporariamente insoluble. Estos problemas radican por lo común en situaciones nuevas que el individuo no puede manejar
rápidamente con los mecanismos de superación y defensa que ya posee. Los problemas son a la
vez serios e inevitables: la muerte de una persona amada, la pérdida o cambio de empleo, alguna
amenaza a la integridad corporal por enfermedad, accidente o intervención quirúrgica, un cambio de función debido a transiciones evolutivas o socioculturales (ingreso a la universidad, casamiento, paternidad) etc.
Esta mirada de la psiquiatría concuerda con el punto de vista común que considera a las
crisis puntos decisivos en el desarrollo vital, como en los escritos de novelistas y dramaturgos.
Muchas obras estudian las reacciones de un individuo y su red personal cuando encara un problema temporariamente insoluble. El curso apacible de la vida es alterado por algún suceso inesperado, se retrata entonces al sujeto luchando para hallar la salida de su difícil situación, ayudado o entorpecido por las personas que lo rodean. El carecer excitante de la obra radica en la
dificultad de predecir el resultado y en la identificación del auditorio con los actores cuando la
tensión aumenta hasta un punto culminante, al hacer frente los personajes a desafíos y amenazas a sus necesidades fundamentales, sin saber cómo superarlos. En muchas obras, la tensión
estimula la aparición de capacidades inesperadas, y esto intensifica la lucha dramática. Eventualmente, una serie de exploraciones de prueba y error lleva a la resolución del problema y al
alivio de l tensión. En forma característica, esta solución se polariza como buena o mala, y cuando la obra termina, los personajes centrales han establecido un nuevo equilibrio en el cual están
evidentemente mejor o peor que al comienzo de la obra. Desde nuestro punto de vista, uno de
los aspectos significativos de muchas obras modernas es el hecho de que el resultado esté determinado por las elecciones que los personajes hacen al enfrentar la situación. En una tragedia
clásica, por el contrario, los dioses determinan el desenlace con anterioridad, y todas las luchas
y esperanzas del hombre resultan vanas. En una obra como ésta, la cualidad dramática reposa
sobre la grandeza con el que protagonista encara su destino inevitable.
En nuestra cultura, pensamos que los hombres tienen un cierto grado de control sobre su
propia evolución, que influye no sólo sobre los resultados externos sino que también cambia su
propia capacidad personal. Se infiere así que la personalidad, que va madurando con el paso de
los años bajo la influencia de los factores biopsicológicos, y que en cualquier fase particular
tiene cierto grado de estabilidad, puede cambiar repentina e inesperadamente durante períodos
de crisis. Los cambios pueden llevar a una salud y madurez mayores, en cuyo caso la crisis habrá
sido una oportunidad positiva; si por el contrario conducen a una reducción de la capacidad para
enfrentar efectivamente los problemas de la vida, la crisis ha sido un episodio perjudicial.
Esta visión de la crisis como un período transicional que representa una oportunidad para
el desarrollo de la personalidad como el peligro de una mayor vulnerabilidad al trastorno mental,
cuyo desenlace en cualquier ejemplo particular depende hasta cierto punto de la forma en que
se maneje la situación, debe oponerse a las primeras concepciones que consideraban el stress y
los traumatismos como factores etiológicos del trastorno mental. Según ellas el stress nunca es
útil; lo mejor que cabe esperar es que no haga daño. Pero así no se explica la experiencia común
de que los individuos que logran dominar una experiencia penosa, resultan a menudo fortalecidos
y más capacitados para encarar en forma efectiva en el futuro no sólo la misma situación, sino
también otras dificultades.
La resistencia al trastorno mental puede aumentarse ayudando al individuo a extender
su repertorio de habilidades efectivas para resolver problemas, de manera que no necesite recurrir a formas regresivas, no basadas en la realidad o socialmente inaceptables, al enfrentar
las situaciones difíciles que en caso contrario pueden provocar aparición de síntomas neuróticos,
o psicóticos.
Características de la crisis
El factor esencial que determina la aparición de una crisis es el desequilibrio entre la
dificultad y la importancia del problema y los recursos de los que se dispone inmediatamente
para enfrentarlo. En otras palabras, el individuo enfrenta estímulos que señalan un peligro para
la satisfacción de necesidades fundamentales o provocan una necesidad importante, y las circunstancias son tales que los métodos habituales para resolver problemas resultan ineficaces
dentro del lapso propio de las antiguas expectativas de éxito. Por lo tanto, la tensión debida a la
frustración de la necesidad se eleva, y esto en sí mismo involucra problemas de mantenimiento
de la integridad del organismo o grupo y puede estar asociado a sentimientos de malestar y esfuerzo subjetivos.
Un área de funcionamiento cuya extensión depende de la intensidad y significación del
problema y del esfuerzo queda interferida. El individuo está “alterado”. Esta alteración generalmente se asocia con sentimientos displacenteros como la ansiedad, el miedo, la culpa o la vergüenza. Existe una sensación de impotencia e ineficacia frente al problema insoluble, sensación
que da lugar a cierta desorganización del funcionamiento, de manera que la persona parece menos efectiva de lo que es generalmente. Esta desorganización puede tomar la forma de una actividad principalmente tendiente a descargar tensión interior, y aparentemente no motivada por
la situación externa, o llevar a sucesivas tentativas abortadas de ensayo y error para solucionar
el problema externo.
Extraído de Caplan, Gerald. “Significación de las crisis vitales.” en Principios de Psiquiatría preventiva.