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ALLÂH NO ES UN DIOS REALIZADO [PONENCIA PARA EL PARLAMENTO DE LAS RELIGIONES DEL MUNDO.- UNESCO, BARNA 2004] Abdelmumin Aya (Vicente Haya) INTRODUCCIÓN: el diálogo como destrucción de certezas 1. ¿Qué dice Dios de sí mismo? a) Ehié ashér ehié b) Ana ad-dahr 2. Una interpretación de la Creación ex nihilo 3. La trascendentalidad del gesto humano 4. Existir es sentir a Allâh INTRODUCCIÓN: el diálogo como destrucción de certezas He sido testigo de cómo la verdad deshace al ser humano. Doy testimonio de que toda verdad es una verdad de paso, una verdad de uso, y que la idea más certera de la Realidad no puede echarse a competir con el dolor de los hombres y mujeres de carne y hueso. En árabe, “testigo” se dice shâhid, casi idéntico a “mártir (shâhîd)”. Yo he sido testigo y mártir de esa palabra que va de un hombre a otro hombre y obliga siempre al que escucha a recoger sus pedazos de sabiduría para vivir el día siguiente con lo que le ha quedado después de exponerse al otro. Fue mi primer maestro –Abderrahmán Muhammed Maanán- quien me enseñó que “cuando la Verdad se convertía en trinchera, estábamos en el kufr [vida humana sin trascendencia, sin valor, destructiva]”. Las lecciones de metafísica islámica que siguen a continuación son el fruto de un diálogo real, es decir, de un proceso de desaprendizaje de lo que nos constituye, de una pérdida de identidad. Confieso que todas las veces me he resistido a las razones de mis interlocutores, y confieso que casi siempre he sido vencido. No. Siempre he sido vencido. Ahora, mi modo de pensar no sintoniza con lo que se ha venido haciendo en el Pensamiento Islámico clásico y los contenidos de mi investigación son irreconocibles por muchos de mis hermanos como “Islam”, si bien no hay forma posible de que yo deje de ser musulmán. Soy un musulmán convencido por todos aquellos sabios con los que ha hablado. Pero, por eso mismo, el pensamiento que ahora expongo no es una nueva versión de la doctrina islámica ni un sistema filosófico al que pueda acogerse el Islam futuro sino el pensamiento fluyente de un musulmán, sólo eso, un pensamiento de intercambio entre gentes que necesiten de la palabra para “estar” en alguna parte. Es un pensamiento, ciertamente, que ha perdido muchos de los signos de identidad de la metafísica clásica del Islam. Lo que aún conserva de “islámico” es la cualidad que tenía el profeta Muhammad de dejarse vencer por toda verdad con la que entraba en contacto que no atentase contra lâ ilâha il-lâ lâh [los ídolos no son auténticos; lo único cierto es Allâh]. El que sabe sólo puede enseñar; no puede aprender. Enseñar es lo más fácil; aprender es lo que nos desafía. Aprender, ir indefenso a la palabra que viene para querernos someter. Esa palabra que cuando nos llega disuelve nuestras certezas desbaratando la última esperanza de pretender constituirnos en una autoridad dentro de nuestro universo cultural. Y, de pronto, descubres que no tienes ninguna Verdad, no tienes ninguna ortodoxia, no tienes ninguna palabra de salvación para los que te escuchan. Tienes sólo que soportar la necesidad de salvación del hombre sin poderle dar más que la indefensión, el abandono, la exposición a la palabra viva, a lo que se abre paso por entre nuestras teologías petrificadas. Aprender es situarse en la tierra del otro, donde uno no tiene derecho alguno, donde serás por siempre un sin papeles en una tierra extranjera. Ser una y otra vez dulcemente quebrados en el diálogo y, tras ello, comenzar a desarrollar un instinto nuevo capaz de habitar ese territorio metafísico por descubrir sólo comparable al desierto. El diálogo siempre te lleva al desierto, a la tierra inhabitable, donde el lema que te guía es “construye un Jardín o muere”. Y así es como haces mundo; por no morir. No desde tus certezas de partida sino desde tu desconcierto, desde tu vértigo. “Dialogar –nos dirá José Manuel Martín- es compartir un abismo”. 1. ¿Qué dice Dios de sí mismo? a) Fuentes hebreas: Ehyé ashér ehyé 2 Hay una escena en el Tanaj judío -en el Antiguo Testamento bíblico- en que la respiración del buscador de sentido se suspende. Y devora las palabras que le son dadas con una clara conciencia de que no va a volver a encontrar nada parecido en la Revelación. Es el momento en que Yahweh envía a Moisés al Faraón y Moisés le pregunta en nombre de quién dirá que va. (Yahweh ha entrado en un diálogo, y asume las consecuencias del diálogo: ser llevado por tu interlocutor más allá de donde quieres ir). Yahweh, forzado a una respuesta definitiva acerca de su propia identidad, se dispone a nombrarse, a decir quién es. Y contesta: Ehié ashér ehié. Las biblias cristianas al uso traducen: “Yo soy el que soy”. Lamentamos la traducción. “Yo soy el que soy” ha sido cimiento de una historia falsificada de la Revelación semita en clave helénica. Ciertamente, la traducción literal no encaja en el discurso humano, distorsiona la lógica de nuestras expresiones, pero al fin y al cabo estamos hablando de Dios, y tiene sentido que sus palabras se resistan a nuestra categorización lógica. En este primer epígrafe analizaremos la respuesta de Dios a Moisés, tal como fue revelada, y se tratarán de ofrecer datos suficientes para comprender la manipulación que ha sufrido la traducción “Yo soy el que soy”, junto con las implicaciones teológicas de la auténtica respuesta de Dios. Comencemos ya, sin más dilación, con una breve investigación filológica sobre esas palabras que nos fueron reveladas1. (Al fin y al cabo, si la Revelación es Palabra, la Teología debe ser Filología): La traducción literal del pasaje que nos ocupa dice (Ex: 3,13): “Y dijo Moisés a ha-elohim (el Dios (propiamente en plural)): He aquí yo viniente (= Cuando me presente) a los hijos de Israel y les diré (= entonces les diré): El Dios de vuestros padres me ha enviado a Cfr. ALBREKSON, B. “On the sintax of ehyeh asher ehyeh in Exodus 3:14” (1967). CAZELLES, H. “Pour une exégèse de Ex. 3:14” (1978). IRVIN, W.A. “Exod 3:14” (1939). KINYONGO, J. “Origine et signification du nom divin Yahvé à la lumière de récents travaux et de traditions sémitico-bibliques” (1970). McCARTHY, D. “Exod 3:14: History, philology and theology” (1978). SHILD, E. “On Exodus III 14- I am that I am” (1954). VRIEZEN, Th.C. “Ehye asher ehye” (1950). WAMBACQ, B.N. “Ehye asher ehye” (1978). 1 3 vosotros. Entonces me dirán: ‘¿Cuál es su nombre?’. ¿Qué les diré? (= Pero cuando me digan: ¿Cómo se llama?, ¿Qué les digo?)”. (Ex: 3,14): “Elohim (Dios) le dijo a Moisés: ehié ashér ehié. Y dijo: Así (les) dirás a los hijos de Israel: ehié me ha enviado a vosotros”. Comenzamos a desglosar este ehié ashér ehié por la partícula: ashér es una forma larga de she; y ambas sirven para unir frases de un modo impreciso, una especie de “que” multifuncional. Es una partícula que puede traducirse literalmente en la frase en que se encuentre: “X de lo cual puede decirse Y”. Las traducciones posibles al castellano están entre: “...en la forma en que...” “...como...” “...en la medida en que...” “...lo que...” “...el que...” Respecto a la forma verbal ehié, el sentido originario de su raíz es el de “caer” [de la misma raíz que el término árabe “abismo” [hâwiya]]. El sentido derivado del verbo es el de “suceder, llegar a ser, existir, estar ahí, servir de, acompañar, mostrarse, acontecer, devenir, estar presente”. (Este verbo, por ejemplo, es lo que se usa para la expresión hebrea “Sucedió que...”). Ehié se usa para futuro (y también como imperativo suave) en hebreo israelí (derivado del hebreo rabínico), distinto del hebreo bíblico -entre otras cosas- por el sistema verbal (el repertorio de formas, pero sobre todo los valores de las formas). Así pues, en hebreo israelí lo que Dios dijo de sí mismo fue: “Yo seré el que seré”, frase que presenta algún tipo de dislocación gramatical interna. “Yo seré el que seré” es, a pesar de ello, la versión que dan varias de las traducciones judías en castellano de la Torá (v.gr. la del Centro Educativo Sefaradí de Jerusalem). A nuestro juicio, ehié sería más bien una forma verbal que no indica tiempo sino aspecto dinámico, inacabado, frente a otra forma que indica un estado resultante; porque para expresar localización temporal se usan otros recursos en las variantes rabínicas del hebreo. Lo que es claro es que el peso semántico está en “Mi suceder 4 activo” (frente a haíti = “Mi suceder como algo solidificado, cosificado”, “Mi haber sucedido”, “Yo como dato impuesto”). Conjugando todo lo anterior, podrían proponerse algunas traducciones sin necesidad de romper el lenguaje con el “Yo seré el que seré”. Martin Buber -conocido pensador judío- tradujo: “Yo estaré presente como el que estaré presente”. Algunas otras traducciones posibles que respetan la textualidad del original son: * “Yo sucedo en la forma en que sucedo” * “Voy a existir como lo que va a existir” * “Voy a ser en lo que va a ser” * “Yo tendré lugar en la medida en que sea” * “Voy a mostrarme en lo que ocurra” * “Estaré ahí en lo que esté” * “Yo acompañaré lo que suceda” Lo primero que nos sugiere esta nueva traducción más fiel al original es destacar “la dimensión temporal de Dios” que tiene el mundo semita, así como la relación íntima que existe en los textos hebreos entre el acontecer histórico y la identidad de Dios. De modo que lo que acontece no es un azar, ni un porque-sí, sino la mera voluntad de Allâh manifestada, mientras que esta voluntad suya de manifestarse en el tiempo es el modo de cumplir su identidad. Evidentemente, ehié ashér ehié no es una definición jurídica de Dios2 sino un desafío, una superación de los nombres, de las seguridades y certezas, un rasgar el velo de las realidades estáticas y experimentar la vertiginosa Realidad. Parece como si Dios estuviera rechazando el responder a la pregunta, relativizando el lenguaje y la mismísima capacidad del hombre de interpelarle y encerrarle en un nombre. Por eso, ha habido quien ha dicho que la mejor de las traducciones posibles es, incluso, “No te incumbe cuál sea mi nombre”, dado que lo único que el hombre debe saber de Dios es que estará siempre ahí, siempre presente, siempre mostrándose, Usaremos las palabras “Dios”, “Yahweh” o “Allâh”, dependiendo de sutilidades inexplicables del contexto y de nuestra aportación personal al discurso que nació del diálogo entre aquellos que lo mantuvieron, significando en todo caso con las tres la misma realidad, cercana al entendimiento que de ella hicieron Eckhart, el Baal Shem o Ibn ‘Arabî. 2 5 siempre desenvolviéndose en el tiempo y en la Historia, en definitiva, que Dios no es un ausente al mundo. Según H. Küng3, ehié ashér ehié “no contiene una explicación de la esencia de Dios, sino que entraña más bien una descripción de la voluntad de Dios”. ‘Esencia de Dios’, ‘Voluntad de Dios’…, no comprendemos diferenciadamente estas dos categorías filosóficas; ni siquiera somos capaces de distinguir entre ‘Dios’ y ‘Voluntad de Dios’, cuánto menos qué es ‘Esencia de Dios’ y qué es ‘Dios’. Si no hubieramos dinamitado en nuestra mente la esencia de eso que como musulmanes- llamamos ‘Allâh’, ahora podríamos defender que su esencia es voluntad, y, así, tener algo firme como núcleo constitutivo de nuestro Dios de raza árabe. Pero en la raíz de nuestro modo de pensar está la falta de necesidad que tenemos de que exista un Dios, de ningún Dios4, y mucho menos de que nuestro Dios posea un armazón interno que le sostenga en su ser, así que simplemente dejamos constancia de que experimentamos la presencia de ehié ashér ehié como una voluntad que es actividad pura: Dios, Allâh, Yahweh sucede, acontece en su imparable acción, y en eso consiste precisamente su querer. La traducción habitual que aparece en las Biblias (católicas y protestantes) de este ehié ashér ehié es “Yo soy el que soy”, desgraciada versión que recurre al concepto parmenídeo de “El Ser es, el No-Ser no es”: envió...”. envía...”. manda...”. envía...”. ) ‘Yo soy’ me Traducir la mentalidad semítica a la mentalidad griega es un completo error. Para el semita lo real es algo palpable, con forma y KÜNG, H. ¿Existe Dios? Ediciones Cristiandad. p. 846. Este trabajo viene a continuar la línea de investigación que abrimos -en coautoría con Ali González- al escribir Islam para ateos (Valencia, 2003). 3 4 6 color, que ocupa un espacio, que sucede en el tiempo; el griego es un hombre que funciona con realidades conceptuales, abstractas. Considérense las penalidades de un texto que ha pasado de ser hebreo a ser arameo, luego griego, más tarde latino y, por fin, castellano. De una traducción a otra se ha perdido lo esencial de la Revelación... Y ¿qué era lo esencial? Lo fundamental era si Dios era algo realizado, acabado, o algo por realizar, por acontecer. En definitiva, si era un Ser o era una Acción, si era un Sujeto o era un Verbo. El problema que tiene un semita respecto a esta traducción helenizada del pasaje (es decir, respecto a que Dios sea el Ser) es que no tiene el verbo “ser”. Simplemente esto le hace no poder concebir un Dios que no exista y se desenvuelva con la realidad. El Dios helenizado puede quedar al margen de la Historia y de la vida del Universo, puede quedar como el depósito de todas esas cualidades puras -Belleza, Bien, Bondad- de las que luego se hará participar en mayor o menor medida a los seres. Pero no el Dios de la Revelación. Nosotros sabemos que el primer paso para eliminar de la vida diaria a Dios es llevarlo a las regiones celestes, dejarlo como una realidad estática, Dios inmutable, puesto ahí para la adoración o la refutación: el Ser Supremo. Nuestro punto de vista ha sido expuesto con rotundidad y belleza por Martín Portales: “En rigor, para nosotros, el ser no existe, es decir, nada es ya; nada es ya idéntico a sí mismo. Todo lo existente manifiesta precisamente esa ausencia de ipseidad, todo lo que existe no es todavía, y ese ‘no ser’ verifica la posibilidad de su realización, de su sentido. Por tanto, el ‘ser’ es una elaboración categorial del pensamiento humano que ha cosificado lo que es puro movimiento incesante, pura tensión de identidad. Quiere esto decir que se impone con urgencia, desde nuestro punto de vista, la superación del pensamiento griego por su incapacidad de dar cuenta de eso que llamamos ‘Dios’. Decir que ‘Dios es’, y no sólo eso, sino decir que ‘Dios es el Ser’, invalida toda posibilidad de hacerse cargo de lo que Dios ha 7 dicho de sí mismo. Desde nuestro punto de vista, el ‘ser’ no es más que la categorización de una esencia inexistente, de una pura irrealidad, y sólo puede ser concebido por un ‘yo soy’, es decir, por un ‘yo cerrado’, un yo ilusorio. La compleja arquitectura del pensamiento griego (que es la que ha orientado la interpretación del Judaísmo, Cristianismo y también en buena medida del Islam), se levanta sobre la sospecha de una relacionalidad ocluida, sobre la inmutabilidad del ser, como si un yo cerrado se pusiese a pensar una apertura sin poder hacerse apertura. En nuestra opinión la metafísica occidental es eso, la sospecha de una apertura no realizada, la sospecha de una relacionalidad irrealizable. La metafísica occidental es el pensamiento de un yo cerrado que intuye una relacionalidad sin poder verificarla, sin poder experienciarla. Y lo que puede decir de esa relacionalidad es un juego de contrarios, un diálogo sin implicación, y por eso puede decir ‘esencia’ y ‘existencia’, ‘potencia’ y ‘acto’, ‘ser’ y ‘no ser’. Creemos que la metafísica occidental es en efecto la sospecha de la constitutiva relacionalidad de lo existente, pero vista desde fuera, como quien contempla un espectáculo sin poder participar en él. Porque la metafísica occidental es una elaboración del ‘yo soy’, una intuición de la totalidad desde el punto de vista del ‘ser’, de la identidad ocluida. Porque ‘yo soy’ o ‘el ser’ no son otra cosa que identidades frustradas. Por eso para el griego es impensable un Dios que dice Yo seré el que seré, y no tiene más remedio que interpretarlo como ‘Yo soy el que soy’, ‘Yo soy inmutable e idéntico a mí mismo’. Pero lo que se ha revelado es precisamente que Dios no es ipseidad, que Dios no es idéntico a sí mismo, y que precisamente porque no es ipseidad tiene sentido la existencia” 5 La metafísica occidental es la elaboración mental del misterio de la realidad, mientras que la mística es el efecto del misterio de la realidad en los hombres. Luego de haberla sentido, se pretende atrapar la experiencia mística con la elaboración racional del 5 Extraído de MARTIN PORTALES, J.M. La fractura relacionada. Córdoba, 2001. 8 momento, y esta racionalidad acaba sistematizándose en forma de metafísica. Por eso, la metafísica que elaboramos desde Parménides es el gendarme de la experiencia de lo real; porque lo que expresa la experiencia mística es que la metafísica tal como la conocemos en Occidente no capta lo real, que lo real no es objeto de pensamiento. El mejor instrumento para captar lo real no es el pensamiento sino la vida. Cuando la experiencia mística es tratada como -poco menos que- un virus que puede contagiarse a otros, se la aísla a base de filosofía o a fuerza de doctrina. Esta última es el falso ídolo en cuya adoración caen los creyentes y la plasmación inequívoca de que no se está dando una experiencia auténtica de Dios. Nosotros nos estamos abriendo, con la refutación de la metafísica occidental, con el rechazo visceral de toda doctrina, a un nuevo planteamiento cultural, a un auténtico proyecto humano. Porque el hombre aún no ha sido hecho y Allâh aún no ha sido hecho. Allâh –el Dios realizándose que desafía nuestro miedo a entregarnos plenamente a la existencia- es impermanencia. Y los signos para comprenderlo estaban en ti mismo: si tú eres capaz de cambiar, cambia contigo el universo, y contigo cambia Allâh. Nos planteamos a Allâh como algo estático, y nos parece una herejía que pueda cambiar en nuestra propia realidad cambiante, pero Allâh no es otra cosa que esto: la acción de lo que actúa, el cambio de lo que cambia, la sensibilidad de lo que siente. En conclusión, me gustaría que mis hermanos comprendiesen que lo que tenemos entre manos es la apertura necesaria de un Islam que deberá entender que en un momento de su historia fue contaminado por el pensamiento griego. Anular la influencia del pensamiento griego en el Islam y devolverlo a su raíz semita debe ser nuestro objetivo. Aparte de los argumentos que, a poco que busquemos, surgen de nuestra propia tradición, podemos ayudarnos de otros pensamientos para cumplir nuestra misión. La tradición más útil, desde luego, para ayudarnos a devolver el Islam a su raíz será el Judaísmo; pero hay otras tradiciones religiosas que nos iluminarán aspectos que están ahí en el interior de nuestra Vía, en el camino de Muhammad, ocultos para nosotros entre los contagios conceptuales del Islam con la tradición greco-latina y luego cristiana. 9 Nuestra intuición fundamental se basa en la experiencia de la novedad incesante de Allâh; una novedad que siempre se rehusó a ser concretada. Siempre que esa imprevisibilidad de lo sagrado ha sido esperada, ha sido ritualizada, ha sido obligada al encuentro con el hombre, el proceso se ha detenido. Allâh nunca fue el Dios terminado de las religiones; nunca fue el Ser de los filósofos. Porque entonces el mundo no tendría verdadero sentido. La única razón de la existencia es cumplir a Allâh: somos aquello que le da forma sin ser Él. Allâh jamás fue un objeto para el pensamiento, sino un motivo para el abandono en el fluir de las cosas. Nunca fue el monopolio de los teólogos sino algo que podía vivirse en nuestro simple estar inocente en el mundo. “Estar”, ésa era la clave; pero estar de verdad: estar en presente, estar aquí, estar en lo que estamos haciendo, estar cada uno con el nervio que tenga, sin calcular medios y fines. Allâh es lo que sucede y debíamos sencillamente realizarlo con nuestra acción, porque nosotros éramos el caldo de cultivo en el que Él podía brotar. La acción del mu’min [creyente] se revela, por tanto, esencial al universo. Porque es el mu’min el que se mueve en el mundo de lo real, ese espacio en el que tiene lugar Allâh. Allâh, vórtice que no cesa de emanar existencia, Allâh que sucede, Allâh acontecer, Allâh evento imparable, que todos estos son sus Nombres. No sólo lo que ocurre, sino lo que ocurre del modo en que ocurre. De ahí la atención del mu’min al mundo: la atención al continuo emerger del milagro, porque no es indiferente si un pájaro canta dos o tres veces en una tarde de otoño, porque ninguna tarde es igual y ningún pájaro es igual y ningún canto es igual. En definitiva, porque el modo en que ocurren las cosas es la razón exclusiva de su salida al ser; ni más ni menos que el querer de Allâh hecho cosa, hecho acción, Allâh en el tiempo, o mejor, sin complemento alguno: el modo en que ocurren las cosas es Allâh. b) Fuentes árabes: Ana ad-dahr El entendimiento del tiempo como cuestión metafísica que hicieron los pensadores musulmanes que vivieron en al-Andalus nos ilumina esa aparente contradicción que puede resultar de afirmar que, por una parte, sólo existe el ahora, el instante [waqt] y que, por otra, el tiempo pertenece a la estructura de lo real, a la naturaleza del mundo, no siendo una pura convención humana. 10 En un planteamiento inicial del asunto, encontramos que el hombre de la calle vive el tiempo como una realidad incuestionable, definitiva, e incluso tiránica respecto a su vida, mientras que el místico habla de la experiencia extática como de un detenimiento del tiempo, como de un cuestionamiento radical de su dimensión temporal anterior, como si en la experiencia de lo Absoluto no hubiera tiempo, como si el tiempo perteneciera sólo al aspecto aparente de las cosas. Y, basculando entre la actitud ordinaria de “creer en el tiempo” y la postura mística de “negar el tiempo”, encontramos un hadiz qudsî – que ya ha sido citado- en el que Allâh dice de sí mismo que Él es el tiempo. Ana ad-dahr: “Yo soy el tiempo”... Y se usa el término árabe dahr, es decir, “tiempo lleno, tiempo denso, tiempo como realidad compacta, consistente”, frente al término çaman que sería más un tiempo no significativo, un tiempo inconsistente, divisible, deleznable. Nos explican los maestros de sabiduría que el tiempo es Allâh porque es ese vértice que rompe la soberbia de los que deciden no ser dóciles a la existencia6. Allâh es el tiempo, efectivamente, porque ¿qué es el tiempo sino el aniquilador de aquello que quiere endiosarse? Trataremos en este artículo de hablar de la realidad del tiempo, el tiempo como parte de la estructura de lo real, pero no del tiempo cómputo frío de las horas [çaman] sino sólo del tiempo sentido -el tiempo en que se está auténticamente sintiendo- que va a ser el tiempo de Allâh [dahr], o mejor dicho, el tiempo que es Allâh, en definitiva, Allâh en el mundo de las acciones, reacciones, eventos y sensaciones que se producen en la realidad material, su única dimensión. Cfr. Corán, 45:24. Este pasaje no podría entenderse sin considerar que el sometimiento a Allâh y su rechazo no son estados puros del corazón; en el centro del yin hay un punto blanco de yang; en el centro del yang, hay un punto negro de yin: si la muerte es ese ídolo en el que no dejan de creer incluso los que son realmente mu’minîn [creyentes] y tratan de postrarse sólo ante Allâh, el tiempo es ese aspecto de Allâh que no pueden negar ni siquiera los kuffâr [destructores] que tratan de ocultar lo que intuyen como verdad. 6 11 Cuando se hace discurso a partir de la experiencia de los místicos, que hablan de que en esos momentos en los que fueron arrebatados el tiempo no transcurría, algunos dogmatizan: “La experiencia de estos hombres y mujeres certifica que el tiempo no es algo verdadero, sino una convención humana”. Pero nada más lejos de la realidad. Ciertamente, el místico supera el sentir del tiempo ordinario, el tiempo como cárcel del hombre en la cual sólo nos concierne envejecer y morir. El místico se libera de la experiencia del mundo como caducidad, pero no porque consiga abolir el tiempo, sino porque pasa a vivir el tiempo intensamente, una forma de experiencia en la que cada instante se vuelve esencial, y esto es, en definitiva, el tiempo de Dios, el “Yo soy el tiempo” del hadiz. La experiencia mística sí es una detención en la conciencia del tiempo ordinario, pero en absoluto es una cesación del tiempo: el místico en esos momentos se coloca en “tiempo de Dios”, lo cual significa transcurso, desenvolvimiento, suceso, aunque no tal y como nosotros asistimos a lo que sucede, sino en toda su intensidad: no es la del místico una experiencia extática fuera del tiempo sino la vivencia propia del tiempo real. La dimensión física del tiempo -el cómputo del tiempo en el que no sientes (y contigo no siente la creación)- es irrelevante para los que pretenden sentir a Allâh en su cotidianidad. La dimensión física del tiempo pertenece al propio hecho de la materialidad de la Creación, en la cual se lo ha concebido para ser desvelado. Pero para que desvelemos algo debe trasparentársenos algo de lo que hay tras el velo. Ése es el sentido de nuestra intuición del tiempo. Asistimos a la salida diaria del sol y a su puesta, a las fases de la luna, y con todo ello tan sólo hicimos artilugios para medir las horas y los días, absolutizándolo como una realidad en sí misma, cuando lo que teníamos que comprender es que el tiempo pertenece a la esfera de lo real, a la naturaleza de Allâh. En el trascurso de las noches y los días hay un signo para los que entienden, leemos en el Corán. El tiempo no es accidental en la vida del hombre, el tiempo forma parte de lo Real, de Allâh, esto fue lo que se nos quería decir con el símbolo del trascurso de los días, y sin embargo hemos hecho del tiempo una realidad al margen de Allâh. Si no fuera que Allâh es en el tiempo y que todo Él está teniendo lugar en el tiempo, ¿por qué la dinamicidad de la Creación? Si Allâh 12 hizo el mundo para verse como en un espejo, qué necesidad había del transcurso de los acontecimientos, qué necesidad había del cambio, de la extinción de las especies y la emergencia de la civilización humana... ¿Por qué la Historia? ¿Por qué el paso de la materia a la Vida? Si sólo hubiera querido Allâh reconocerse en la Creación podría haber creado ésta como un espejo inmutable y estar así contemplándose por toda la eternidad. ¿Por qué la necesidad de que el hombre cometa errores, la necesidad de que haga actos buenos, la necesidad de que actúe, la necesidad de que desvele los velos...? La única respuesta posible es: porque el tiempo es real. El tiempo pertenece a la esfera de Allâh. No es ningún sueño, ninguna irrealidad, ninguna convención. Se te dio la existencia para que la sintieras en su plenitud, porque sólo así realizabas el proyecto de ser de Allâh, y tú te limitas a calcular tu paso por ella, de modo que no realizas lo que te fue encomendado a través de tu sensación, ni más ni menos, que a Allâh. Tu “yo” era el ámbito en el que tenía que suceder Allâh y tú te dedicaste a exhibir tu nada como una obra acabada, imposibilitando que tu vacío interior se llenase de Allâh... ¿Qué es, entonces, el tiempo real? El tiempo real es la magnitud del hacerse de una Identidad. Lo que va de una posibilidad a un cumplimiento. Tener una experiencia de tiempo real es hacer una experiencia de relación: cuando amas, cuando sientes... Y teníamos intuiciones de este tiempo real no sólo en la vivencia del éxtasis místico, sino en la experiencia de los enamorados mirándose durante horas, en la contemplación de un bello paisaje, en la entrega a una actividad artística cuando nos arrebatan las musas, etc... Cuando los físicos de la relatividad nos han hablado de que el tiempo no es una dimensión fija, no nos han sorprendido. Ya teníamos -con nuestra vida cotidiana- todas las intuiciones necesarias acerca de qué fuera el tiempo real: el tiempo que lleva a su cumplimiento la belleza del mundo. Si no tienes noción de tiempo real, estás al margen del proceso de la identidad de Allâh, estás al margen del sentido de la existencia del universo. Si no sientes, no estás formando parte del mundo que está siendo, del mundo que será. Decimos que Allâh es Eterno, sin principio ni fin, porque su proceso de “hacerse” no tiene fin, y sólo en este proceso tiene verdadero sentido el mundo. Pero nada de su eternidad se evapora si -al 13 contrario de lo que heredamos del Pensamiento Parmenídeo- decimos que Allâh es la pura impermanencia. Y Allâh es la pura impermanencia, porque tu impermanencia es la suya, y tu cambio es el suyo. Él cambia en ti porque se da la oportunidad de ser a partir de lo que tú hagas, de lo que tú quieras transformar en Realidad. Allâh se pone en tus manos para ser realizado o para no ser realizado, y tú con tu corazón lo realizas o lo dejas para otros. Realizar a Allâh es hacer la experiencia de lo auténtico, del sentimiento desnudo por las cosas. Dejarte sentir es realizar a Allâh. Cualquier pretensión de aislar el tiempo de la divinidad es hacer del tiempo la cárcel de la vida humana. La doctrina de que Dios sea al margen del tiempo supone obligar a la materia -que es nuestra única posibilidad de Dios- a destruirnos. Nosotros experimentamos que el tiempo desde nosotros es el que deteriora las cosas, mientras que el tiempo desde la divinidad es el que va posibilitando cosas. Tratar el tiempo como una realidad aparte de Allâh es hacer de Allâh un ser pétreo, inmóvil, una cosa en algún lugar remoto del universo. Tratar el tiempo como una realidad que te circunda y dentro de la cual tú existes es encarcelarte en él, someterte a la tristeza de que lo real sea la muerte constante de todo a tu alrededor. El tiempo real no es lo que va del ser a la nada, no es la certificación de la caducidad, sino lo que va de la nada al ser, cumplimiento de la identidad de Allâh. El tiempo es la forma que la conciencia tiene de acusar que hay algo que se está generando, y este algo es la identidad de Allâh. El tiempo real es suceso, vivencia, experiencia; el tiempo físico, el tiempo fáctico, el simple cómputo de las horas y los días, es mera apariencia, dispuesta ante ti para ser desvelada. El tiempo real es sentir el paso del tiempo, sin duda, pero no sentirlo desde el hombre, como deterioro, finitud, transitoriedad, muerte, sino sentirlo desde Allâh como realización, posibilitamiento, emergencia al ser, cumplimiento. La caducidad es real desde la conciencia de fractura interna al Todo, no es real desde la experiencia de la relacionalidad. Ésta es la respuesta desde el punto de vista de la ‘Revelación progresiva’ (aquella que tiene en cuenta lo esencial de las sucesivas revelaciones): el sentido del tiempo sólo se vive realizando tu 14 autenticidad, abandonándote en tu capacidad incrementándola, porque lo que te motiva es Allâh7. de sentir e El Profeta dijo: “El tiempo se ha curvado sobre sí mismo volviendo a ser lo que fue cuando Allâh creó los cielos y la tierra”. Así es el tiempo real: permanente novedad, insuperable punto cero de la existencia. En el que lo que sucede en cada uno no es compartible por nadie más, porque nadie siente igual que nadie; éste es el milagro de la existencia, y lo es porque nos hace imprescindibles para Allâh: decir que tu forma específica de sentir realiza a Allâh es darte el papel cósmico sin el cual dejarías de tener auténtico sentido. Las otras explicaciones del sentido de la vida -el hombre creado para alabar a Dios, el hombre creado para ser probado, el hombre creado para que Dios pueda reconocerse...-, todos ellos, son planteamientos pobres si se comparan con el que –sin la menor pretensión de originalidad y sólo por sinceridad con nosotros mismos- presentamos ahora: un hombre que realiza a Allâh. El sentimiento de lo efímero del mundo, de lo caduco de todo, es una experiencia cobarde de la vida porque se niega a vivirla desde la divinidad, lo que es tanto como decir, vivirla con plenitud. Esto es lo que lleva a quienes viven así a la melancolía del sinsentido del paso del tiempo. Si comprendieran que el tiempo realiza a Allâh, vivirían cada acción como un milagro y no como una pérdida de lo anterior a partir de eso nuevo que ha sido posible. En su expresión más clásica, el budista parece quedarse en el horror de tener conciencia; de verse separado del Todo. El semita le da su cumplimiento a esa conciencia conociendo que para Allâh es esencial el sentimiento del hombre de haber sido desgajado del Todo. “El tiempo es fugaz” se siente desde la mera materialidad de las cosas pero no desde la comprensión del sentido de lo material8; Para una profundización en esta idea, véase el epígrafe cuarto. Tenemos que pensar la materia como una circunstancia que sucede dentro de Dios. Éste es el sentido de lo material. Es la materia el modo de instrumentalizar dentro del Uno la posibilidad de la relación entre lo diverso o la frustración de dicha relación. La materia es la forma de la fractura dentro del Uno; el amor es la superación de la fractura. Pero para la existencia del amor es necesaria la existencia de la materia. No puedes unir lo que no está separado. La Creación material es en esencia la máxima distancia en Allâh, pero condición sine qua non de la identidad de Allâh. La materia es materia en Allâh y materia para Allâh. Es el punto de partida del proyecto de identidad de Allâh. 7 8 15 el budista organiza su quehacer en el mundo ateniéndose a lo que tiene, y lo que tiene es una conciencia de lo efímero que trata de superar desapegándose de las cosas, cuando lo que debería hacer es entregarse hasta la muerte en el amor a las cosas. La visión pesimista de la caducidad de las cosas y de nosotros mismos se supera comprendiéndote fuera del tiempo-cómputo y esto se hace siempre que te abandones a tu sensación de las cosas. Aquel que no le importe perder su vida, la encontrará; el que quiera conservarla, la perderá, dijo Jesús (a.s.). Si amas lo efímero, vives, doliéndote si quieres, pero vives, y contigo vive Allâh que es pura pasión; si te desapegas de tus afectos, estás muerto, no sientes dolor mientras estás en la existencia, es verdad, pero estás muerto en vida y contigo no se evidencia Allâh. Porque Allâh sólo sucede en el amor por la existencia; donde no hay amor en la existencia no hay Allâh. Nuestra conclusión, esta vez desde un texto mucho más íntimo a la tradición islámica que el ehié asher ehié, no ofrece posibilidad a la ambigüedad: Ana ad-dahr invalida que Allâh sea un Absoluto cerrado, un ser rotundo, porque el tiempo es por definición lo que trascurre, y Allâh es lo que trascurre. Allâh transcurre en forma de tiempo. Y este tiempo que es Allâh tiene dos elementos fundamentales para su fabricación: el desgajamiento interno al Uno en realidades aparentemente distintas y la relacionalidad que puede establecerse entre estas realidades que fracturan internamente el Todo. Porque el tiempo no es algo dado. El tiempo -ya sólo hablamos del tiempo real- está siendo creado cuando se hace la relación entre lo diverso, cuando se hace tauhîd [Unicidad]. No es una realidad impuesta, es algo que se realiza con la acción. No es que el tiempo sea un espacio en blanco en el que se desenvuelve la acción humana, en el que tiene lugar la relacionalidad, sino que sólo hay tiempo cuando se ama efectivamente. Las cosas no suceden dentro del tiempo sino que el tiempo es la dimensión del suceder de las cosas. El tiempo no es una simple acumulación de horas sino lo que sucede de Allâh. El tiempo es el ser de Allâh; un ser inacabado, no como el ser del que hablaba Parménides: El tiempo es lo que va siendo de Allâh. Lo que sí es un velo que impide la visión es el sentir humano del tiempo, el tiempo como medida. El mu’min, con su modo de estar en el universo, se da cuenta de que, en definitiva, el tiempo no es el trascurso de las horas sino el sentimiento de los instantes. 16 2. Una interpretación de la Creación ex nihilo El Universo, nuestro destino natural -el de cada uno de nosotros-, el horizonte hacia el que nos proyectamos, no puede ser comprendido sin un entendimiento sutil de la acción divina de crear. El Universo no es algo que simplemente esté ahí; el Universo debe ser sostenido por la acción creadora de Dios. Hagamos intención ahora de perdernos en esa acción creadora de Dios para ver qué nueva sabiduría, qué nuevo sabor, se nos da a paladear. Dicen las tres tradiciones abrahámicas que la Creación surgió de la nada, ex nihilo. Sin embargo, no deja de ser curioso –como nos recuerda Scholem en sus ensayos- que ni en la Torá, ni en los Evangelios ni en el Corán se afirme expresamente este extremo de que la Creación tuviera lugar ex nihilo. En las tres tradiciones del Libro se ha acabado admitiendo este símbolo para explicar la omnipotencia creadora de Dios, frente a nuestra capacidad natural de crear a partir de materias pre-existentes. Ya hablaremos cuando corresponda de nuestra idea de la omnipotencia divina, de momento es preciso señalar el descontento que nos embargaba antes de comenzar nuestra investigación con las dos teorías metafísicas que se nos ofrecían para explicar la Creación del Mundo: el Creacionismo (Dios fabrica un mundo) nos parecía pueril y a largo plazo contraproducente, mientras que el Emanacionismo (Dios se desborda en forma de mundo) nos era mucho más querido pero nos situaba fuera de las tradiciones abrahámicas en el mismísimo Panteísmo. Estando en esta incómoda situación tuvimos noticia de la teoría metafísica judía del “retrotraimiento creador de Dios”. La Creación surge a partir de un gesto de Yahweh de retrotraerse y dejar un vacío en el que son posible los seres. Éstos son, por tanto, el efecto de una nada; son creados de la nada. Usamos la teoría del “retrotraimiento creador de Dios”, pero la reajustamos con las razones dadas por el más primitivo pensamiento ismailí que razona así: fuera de Dios no puede existir nada, ni 17 siquiera la Nada, así que habrá que entender que la Nada de la que fue creado el Mundo fue una Nada-en-Dios. El “retrotraimiento de Dios” tiene lugar dentro de sí; es la apertura de un vacío dentro de sí. De hecho, Dios es la única realidad capaz de contener a la Nada. Fuera de Él, la Nada es simplemente imposibilidad de ser. Dentro de Él, la Nada es infinita capacidad de existencia que lo habita, que Él puede desarrollar, porque Dios –ya lo hemos dicho- no es un ser acabado, una realidad dada, sino una pura posibilidad de suceso. En el “yo de Dios” –lo que en metafísica islámica clásica se ha denominado su dzât- sucede un hecho excepcional: que siendo Nada, es decir, pura voluntad de ser (sin ser en acto), se desenvuelve en forma de Mundo para que Allâh pueda realizarse. La Creación será por tanto el desenvolvimiento de esa Nada-en-Allâh, y no de un Algo interior o exterior a Él o una Nada exterior a Él. Acordemos que: 1. Si el Mundo proviniera de un Algo interno a Dios, el Mundo sería -sin más- un desenvolvimiento de Dios, y tendrían razón los que dicen que identificamos Mundo a Dios (Deus sive Natura), tachándonos de panteístas. 2. Si el Mundo proviniera de un Algo externo a Dios, el Mundo sería una realidad ajena a Dios, y tendrían razón los que reclaman la autonomía del mundo, haciendo de Dios un “Dios ocioso” tras el trabajo inicial de la Creación. 3. Si el Mundo no proviniera de una Nada interna a Dios, el Mundo sería un “algo” creado por su Omnipotente Hacedor, y tendrían razón los que dicen que el Mundo es “una cosa”, que no es “algo de Dios” y que por ello en él no puede vivirse a Dios; éstos son los que dicen -con Unamuno- que Dios y el Mundo son dos realidades incomunicables. Pero si la Nada de la que ha sido creado el Mundo es una Nada-enAllâh, entonces: 1. Ciertamente habrá que admitir que el Mundo es un desenvolvimiento, pero no de Dios sino de su Nada interna. 18 2. Ciertamente habrá que admitir que el Mundo es real, pero no autónomo pues proviene de una Nada. 3. Ciertamente habrá que admitir que el Mundo es creado, pero no como se saca un conejo de una chistera sino que es creado desde Dios, y Dios en el Mundo está expuesto, en el amplio sentido que tiene dicho término de: “manifiesto”, “a nuestra disposición”, en incluso “vulnerable” (que tanto desconcierta a los que creen que Allâh es un Dios a salvo de la existencia). El Maestro Eckhart dijo: “Dios es tal, que su nada llena el mundo entero, pero su algo no está en ninguna parte”. El Mundo es “la Nada de Dios”: todo lo que pretende realizar a Dios. El Mundo no es Dios; Dios no es el Mundo. Pero el Mundo no es “una cosa dejada ahí” por su Hacedor. Más bien, lo que sucede en el Mundo es cuanto se realiza de Dios: es Dios hasta ese momento. En resumen, nuestra experiencia es que en la totalidad se está dando una experiencia de vacío radical y que por eso estamos aquí; que el Mundo no tiene sentido hasta que Allâh no revienta con el kun [“¡Que seas!”]. Entendemos que cualquier comprensión del sentido pasa por experimentar la nada creadora. La experiencia de la nada es el primer saboreo del Todo. Según la teología clásica, la generación de algo es una afirmación de algo, pero nosotros sostenemos lo contrario: que la Creación se produce a partir de la auto-negación de Allâh. Siempre y sólo se crea cuando uno se coloca en “posición de nada”. El Mundo no era un teatro en el que tenía lugar una exhibición de Dios para que Dios se viera a Sí Mismo. Tenemos un sentido en Dios. El Mundo se constituye en el modo en que Allâh va a ir siendo, o no, dependiendo de si queremos o no queremos realizar la experiencia del amor que hace que el mundo no se desintegre por completo. La nafs [el yo] de Allâh que cita el Corán es su dzât [lo que se maltraduce como “esencia”], que no consiste en “una naturaleza de Allâh”, sino en una Nada interior como voluntad de existencia, de Creación, no siendo esa dzât un “algo en concreto” y no aceptando quedar fijada por siempre en nada de lo que llega al ser. 19 Si, al tiempo que afirmamos lo precedente, consideramos que no existe una voluntad de Allâh que no suceda, que no sea wuÿûd [existencia], nos daremos cuenta de que no existe nada de Allâh que no cambie incesantemente, y nos postraremos ante Allâh como pura impermanencia no menos que ante Allâh como plena donación de sí. Así que, según lo dilucidado, para ser, Dios tiene que dejar desplegarse su Nada interior, es decir, su voluntad de existencia, desenvolviéndose la simplicidad extrema de esa Nada que es su centro en un repertorio infinito de opuestos, de contrarios. Voluntad de ser de la Nada de Dios mostrándose, manifestándose, exponiéndose. También “exponiéndose” a no llegar a ser. Porque sólo si se realiza su Nada puede llegar a cumplirse. Y cada vez que nosotros queramos frustrar el proceso de la identidad de Allâh, no hay Allâh. Ésa es la trascendencia del acto humano. Porque Allâh no se ha agazapado en cualquier lugar del universo sino que está plenamente en la misma realidad que podemos destruir. En este sentido, desearía llevar al límite la teoría judía del “retrotraimiento creador de Dios”, defendiendo que no tiene límite este gesto suyo de desaparecer, de consumirse, de retrotraerse hasta el No-Ser. Allâh no es para mí un Ser Supremo con una estrategia que le hace ocultarse y dejar que un mundo surja en el espacio interior de vacío que él deja. Allâh es eso que opta por no ser, sin trucos, para que el mundo sea. Y el mundo existe con la responsabilidad de desenvolverse cumpliendo esa voluntad de amor que lo ha realizado. Es imposible que lo que ocurre en el mundo sea de verdad trascendental para cualquier clase de filosofía o religión que defienda que Dios es un ser acabado (vollstaendig sein). No se es Allâh; Allâh se realiza. Allâh sucede. Tampoco Allâh es un Dios arrinconado en su Paraíso esperando a ser encontrado ni un enigma cósmico que deba ser desvelado sino un algo por cumplir en el mundo, en la historia, en la acción humana. No se nos dio como un todo monolítico9, y por eso justamente la teología es una tarea necesariamente inacabada, una investigación cuyos resultados son Allâh es samad [“el Irreductible”], no porque sea una reserva inalterable y pétrea de ser, sino porque no puede ser reducido a menos: nada puede ser menos que Allâh. Allâh es el último reducto de lo real, allí donde ya no se es, y el no-ser genera el ser. 9 20 modificados por la propia inocencia del investigador y las consecuencias que su investigación tiene en su propia vida. Allâh no es una identidad; Allâh es un proceso de identidad. Lo que se está produciendo -esto que llamamos “Mundo”- es donde tiene lugar ese proceso de identidad. Y somos nosotros, precisamente, los que hacemos posible que Allâh llegue a ser. Allâh está siempre en la tensión de ser sí mismo. Nunca se anula la relacionalidad dentro del Uno. Nunca se anula la posibilidad de Allâh de dejar frustrada su identidad. Nada de lo que ocurre en el hombre, nada de lo que ocurre en el Universo, ocurre fuera de Dios. Estamos posibilitando que el “Yo” de Dios llegue al “Sí Mismo” de Dios (que su dzât se haga wuÿûd), porque Dios es un proceso de identidad, y somos nosotros los que lo realizamos, de ahí la importancia del Âdam en el proceso creador, y de ahí que se les obligue a los malâ’ika a postrarse ante el hombre una vez que ha sido creado, cuando hasta entonces se habían postrado sólo ante Allâh. Porque es el hombre lo que queda tras la Creación; Allâh ha pasado a no ser. Lo que está sucediendo dentro del Uno es un proceso de identidad: Dios pone aquí en el mundo absolutamente todas las condiciones de la posibilidad de su identidad –porque no se ha reservado nada para sí, porque no hay una esencia de Dios que no esté existiendo- y luego nos pone en la tesitura de que la frustremos o que la realicemos. Y ¿qué cosa es la que necesita de un proceso de negarse para afirmarse, qué cosa es la que necesita de la ausencia para que se sienta la presencia, qué cosa es la que necesita exponerse al límite de poder llegar a no ser para ser? El amor. Lo que ha ocurrido en Dios para que la existencia sea posible es el amor. Sólo la experiencia del amor es capaz de tensar un “yo” (de hombre o de Dios), llevarlo a su límite y transformarlo si es amor cumplido, amor correspondido. Sólo por el amor algo llega a la total identidad consigo mismo. Para realizar esta total identidad se abre un proceso que entendemos como “fractura relacionada” por el que la realidad que es Una se presenta fracturada en una multiplicidad con posibilidad de reunificarse (de realizar tauhîd) mediante el amor10. 10 Véase MARTÍN PORTALES, J.M. La fractura relacionada. Córdoba, 2001. 21 Lo que ha ocurrido en Dios para que la existencia sea posible es el amor, y lo que se nos pide para cumplir a Allâh en nuestras acciones cotidianas es el amor. Sólo el amor devuelve al amor lo que le ha entregado. Pero no amor a un Ser Supremo, porque ese Ser Supremo desde el momento en que somos creados ya no existe, para nosotros no es sino una entelequia, una abstracción del discurso, ha desaparecido –se ha retrotraído hasta el No Ser- para que sea el mundo; lo único que tenemos ya es el mundo. Tenemos que devolver el amor que nos ha hecho posible amando lo que existe, amando el mundo, amando en el mundo. El amor a un Ser Supremo es el detritus de la basura generada por las religiones, la costra de basura que les blinda y nos impide dar paso a un modo de vida más honesto con la existencia11. Nos preguntamos, en resumen (y para que se desprenda de nuestro texto un material con intenciones pedagógicas): “¿Por qué la Creación?” Respuesta: “Para ser Dios; para que Allâh tenga lugar en el tiempo”. Nos preguntamos: “¿Por qué ex nihilo?” Respuesta: “Para que lo que se realice no esté contenido en Dios con carácter previo a la Creación; para que el Mundo, la Historia y el Hombre no sean una farsa, un simple espejo en el que un actor que habita solo en el cosmos vea su propia actuación”. Nos preguntamos: “¿Entonces, podríamos no realizar a Dios, a Allâh?” Respuesta: “Absolutamente podemos no realizarlo”. Ésa es nuestra responsabilidad cósmica, nuestra maravilla y nuestro sentido. Y, entonces, ¿Qué es Allâh? Allâh es permanentemente la posibilidad de perderlo todo en ti. Sin embargo, como Allâh no puede ser un factum -un hecho consumado-, ni del pasado ni del futuro, el que no contribuyamos a realizarlo -porque no queremos hacer la experiencia de la sinceridad- sólo implica eso mismo: que nuestra vida, que nuestras acciones, que nosotros mismos no hemos sido el “Sí que deviene en Dios”, sino un No que se extingue en el tiempo sin dejar nada. Como nos recuerda el Corán: “Mas en cuanto a los que no se abandonan a Allâh, su destino es la perdición: Él hará que sus obras sean vanas” (47:9). Para un tratamiento in extenso del asunto del amor a Dios, véase AYA, A. Escritos de combate. Cap. “Amor a Allâh: el falso horizonte de la mística islámica”. También publicado en el nº 80 de la revista Debats (Fundación Alfonso el Magnánimo, Valencia) y en www.webislam.com, hemeroteca nº 200a y 200b. 11 22 Hay casi una obsesión coránica por mostrar que la consecuencia del desatino de una acción es no crear realidad. Que sus obras se extingan y no construyan el universo –y, con la construcción del Universo, la de Dios- es la maldición que a nuestro juicio hace caer el Corán sobre el kâfir [destructor], y, lo contrario, la promesa al mu’min [creyente]: “Oh vosotros, los que os abandonáis a Allâh y al Mensajero, no permitáis que vuestras obras queden en vano” (47:34). “...Él no permitirá que las obras del que muere por la causa de Allâh queden en vano” (47:5). “Esto por haber seguido lo que desagradaba a Allâh y odiado lo que le agradaba. De este modo Él hizo vanas sus obras” (47:29). 3. La trascendentalidad del gesto humano En la acción está el contenido secreto de la existencia del ser humano. La única forma de acercarse a eso que es Allâh es por la acción. Desde los inicios de nuestra Vía nos proponemos identificar cada uno de nuestros movimientos con una acción de Allâh para realizar el tauhîd [la unicidad de la existencia]. Pero para ello es preciso fundirnos completamente con nuestra propia acción, que sólo así es acción de Allâh. Cada acción del ser humano es una señal de haber sido aceptado y una celebración de lo por venir. La acción humana es el auténtico corazón de la metafísica islámica, de la sensibilidad semita, y su incomprensión impide completamente el entendimiento de la vida espiritual del musulmán. En Occidente, la acción depende del sujeto; es su hija, su obra. Es una cosa que arroja el ser humano -como se arroja una piedra- lejos de sí. En el mundo semita, la acción es más bien un boomerang que se lanza que una piedra que se arroja. La diferencia es que en el mundo semita la acción vuelve sobre ti. Que te afecta. Que lo que has realizado acaba haciéndose cargo de ti como estaremos en manos de nuestros hijos cuando seamos ancianos. En el mundo del desierto, cuando un hombre actúa es ya un anciano frente a lo que ha hecho. Desde el punto de vista semita, el ser humano no es ese desasosegado fabricante de civilización que es en Occidente; el hombre es el fruto de las acciones a las que ha dado el ser. En árabe, y en otras lenguas semíticas, la acción precede en rango al sujeto. En el mundo occidental es inconcebible una acción que preceda al sujeto de dicha 23 acción; en el Islam lo extraño es que el ser humano se vea a sí mismo como el sujeto absoluto de su acción. Tú eres la oportunidad que se da Allâh en ti de sacar cosas de la nada al ser, si tú quieres. Pero tu libertad no te constituye en Creador al margen de Allâh, porque sólo eres libre si actúas desde la voluntad de Allâh. En realidad, nunca la acción humana ha sido algo frente a la voluntad de Allâh, porque Allâh no es un ser enfrentado al hombre. Ni es un ser; es eso que ocurre cuando tú actúas con autenticidad. Los que se escandalizan o desprecian nuestro modo de entender lo sagrado, nos preguntan –con mejor o peor intención- acerca de si toda acción del yo “fabrica” a Allâh. El verbo utilizado es torpe, pero vamos a contestar hasta donde haga falta. No toda acción realiza a Allâh; sólo la autenticidad [sidq] genera a Allâh. Y puede darse en tres ámbitos de acciones humanas: las mociones automáticas, los actos rituales y los comportamientos propios de la realización personal. En el ámbito de la acción automática del hombre a la autenticidad se la llama hamd [alabanza], es decir, todo aquello por lo que damos testimonio de la fuerza que nos ha creado. En el ámbito de la acción ritual del hombre a la autenticidad se la llama ‘ibâda [rito], y a ella corresponden toda esa serie de actos cuyo origen no está en nosotros mismos sino en la imitación de gestos de los que han vivido algún nivel de lo No-Visto y nos los han enseñado. En el ámbito de los comportamientos relativos a la realización personal del hombre –fruto deliberado y consciente de un esfuerzo por superarnos a nosotros mismos- a la autenticidad se la llama rahma, esto es, amor que se derrama a nuestro alrededor para sujetar las cosas a la existencia. No nos escandalicemos inútilmente si nos hacemos preguntas sencillas y las contestamos sin pudor... ¿Cuando un hombre orina se realiza Allâh? Sí. ¿Cuando un creyente cumple con sus ritos se realiza Allâh? Sí. ¿Cuando una persona ama se realiza Allâh? Sí. ¿Puede un ser humano realizar a Allâh en su destructividad auténtica? No. La destructividad no pertenece al mundo humano, sino al del ÿinn. ¿Cuando un ÿinn destruye se realiza Allâh? Sí. Esto sí. Por tanto, la respuesta a la pregunta “¿Toda acción realiza a Allâh?” es: “No, sólo la acción sincera”. El culmen de la autenticidad del hombre es dar cumplimiento al amor, al rito y al instinto. Esto no es 24 difícil de comprender. Lo que no es fácil es asumir que la frustración de la realización de Allâh -la destructividad- es una experiencia real; que también la destructividad contribuye a la realización de Allâh en la medida que gracias al “No” existe el “Sí”. Pero esta destructividad auténtica sólo la puede ejecutar el ÿinn, no el ser humano. El horizonte de lo humano es el amor (un amor no siempre exento de lucha contra la destructividad de lo humano). La experiencia del poder por parte del hombre está tan en contra del proceso de la apertura del “yo” del hombre, como de la realización de la identidad de Allâh, ya que ambas cosas son lo mismo. Ésa es la realización del “No” del hombre cuyo resultado es la Nada que no crea, la Nada que es desaparición de toda posibilidad, a la que haríamos mejor en llamar la Imposibilidad Absoluta para evitar equívocos; porque el “No” del hombre le hace entrar en su propia irrealidad. La denuncia de la irrealidad a la que te lleva el ejercicio del poder es el principio del Sí que realiza a Allâh. Por eso los musulmanes no creemos en el místico beato, en el místico “meapilas”, porque ser un íntimo de Allâh es denunciar el poder, todo poder, en cualquier nivel. El ejercicio del poder es shaytân en ti. Para el hombre la frontera entre lo humano y lo shaitánico debe ser infranqueable: a pesar de que sabemos que el Shaytân sirve a Allâh, no nos vale como modelo porque nos lleva a la destrucción de lo humano. Nos interesa acogernos a nuestra imaginación de Allâh como Rahma [generosidad que crea], que es lo que a la especie humana nos humaniza mientras que el poder lo que revela es que late en nosotros una auténtica naturaleza shaitánica, que se delata por precisar a toda costa de una necesidad de autoafirmarse frente al universo de Allâh. Siempre que se manifieste algún tipo de poder, de riqueza, de ser, se está negando a Allâh; con el ejercicio del poder nos negamos a realizar a Allâh. La realización y la frustración de Allâh están en el mismo nivel, coexisten y son ambas necesarias. Iblîs el Shaytân forma parte de Allâh porque es la condición de posibilidad de la frustración de Allâh. Seamos conscientes de que puede realizarse sólo lo que pueda frustrarse; lo que no puede frustrarse no se realiza, simplemente es, y para nosotros nada es ya. Y, mucho menos, Allâh, que no llega a detenerse nunca en este pantano de la existencia que es el Ser. Lo que forma lo real se compone de: lo que realiza a Allâh (el amor) y lo que hace posible que se realice (la destrucción); la forma de lo real 25 es relacionalidad y fractura. La identidad de Allâh es posible (la unificación de lo existente puede tener lugar) porque es posible que no se realice. Quién es hombre y quién es ÿinn es un problema mucho más complejo, y sin embargo al musulmán nunca le ha obsesionado12. Hombre es todo aquel que suponga que lo es, porque la condición de ÿinn no te deja opción a duda. En ambos casos, seas lo que seas, lo único que tienes que hacer es realizarte, actuar con sinceridad, en el cumplimiento de tus instintos, en el cumplimiento de los ritos que has asumido como propios de tu camino y en el cumplimiento de la apertura a la relación13. Esta apertura a la relacionalidad nos realiza a nosotros mismos y por eso realiza a Allâh. Si de tu apertura nace destructividad es que eres ÿinn; si propicia la unión es que eres insân [ser humano]. La Revelación te indica que la apertura a la relacionalidad es el alambique que destila la identidad de Allâh. Pero la identidad de lo que será Allâh, como la identidad de cada uno de nosotros, no se te revela sino mediante tu acción: eres lo que haces del mismo modo que Allâh es lo que tú haces. Siempre que haya sinceridad en tu acción. Seas hombre o ÿinn. Y, al actuar, debes hacerlo según te pida tu naturaleza. Porque no sabemos la identidad de Allâh no tenemos un modelo para su realización. No podemos caer en moralizar a Allâh. Allâh no es bueno, ni malo. Allâh es el Señor de lo que ocurre, el Señor de la destrucción y de la Creación, del ÿinn y del hombre, y ambos deben cumplirlo en su acción auténtica. 4. Existir es sentir a Allâh Hemos concluido que la acción del hombre, el Mundo, la Historia, es imprescindible en el proyecto de realización de Allâh. Y lo hemos repetido hasta convertirlo quizá en un molesto martilleo en el La palabra ÿinn hace referencia a la naturaleza de esta criatura y no está cargada de juicio moral sobre su acción; la palabra shaytân se refiere a esa misma criatura (el ÿinn) pero aludiendo a las consecuencias destructivas en el mundo de lo humano de los actos del ÿinn. 13 También si eres ÿinn, porque para nosotros el ÿinn no sólo puede ser musulmán sino maestro [shaij] de musulmanes, e incluso dice la tradición que uno de los profetas auténticos que reconoce el Islam fue un ÿinn. 12 26 cerebro de algunos que no comprenden la importancia de lo que decimos: el hombre no es un “ser puesto ahí” para la contemplación, la adoración o la alabanza, sino para la realización de Allâh... Y lo realiza en su acción. Pero ¿qué está en la base de la capacidad de actuar del hombre? Su capacidad de sentir, su emoción. Por eso no nos extraña ahora comprobar que cuando un araboparlante quiera referirse a Allâh como “lo que existe” hable del wuÿûd, cuya raíz hace clara referencia a lo pasional, lo que es capaz de afectar, lo conmocionante. Con el tema del wuÿûd llegamos, sin lugar a dudas, a la culminación de la metafísica islámica, a la clave de su originalidad y la razón de su amor por la vida. Analicemos detenidamente la familia léxica árabe W-Ÿ-D: El verbo que rige el término wuÿûd es waÿada, con significado primario de “encontrar”, y significado secundario de “sentir tristeza- sentir alegría; sentir pasión- sentir odio; sentirse rico- sentirse pobre; etc”; es decir, ser afectado por todo tipo de opuestos, que son esas realidades emocionales con las que te encuentras. Entre los sustantivos de la familia encontramos: waÿd [“conmoción”], wiÿad [“pasión”], tawâÿud [“fingimiento”]; y, por último, el objeto de nuestro estudio: wuÿûd, término con el que se tradujo el griego “existencia”, en oposición a “esencia” (que fue mal traducido al árabe como dzât, según ya vimos). Incluso podemos salir de la estricta familia léxica del término, y relacionar el wuÿûd -la existencia- con el ÿûd [“extroversión, generosidad”]: la existencia es el fruto del brotar a la Realidad de Allâh. Del estudio de la raíz de wuÿûd deducimos que el musulmán es consciente que no deja por un instante de ser impactado por Allâh, es decir, encontrado [waÿada] por Allâh; todo aquello que es fuerte, que le desarma sus planteamientos artificiales, que le deshace por dentro, todo aquello que le mueve interiormente es Allâh. Allâh es para el Islam lo que tú vayas experimentando a lo largo de tu vida, la intensidad de todo aquello con lo que tú te topas, lo que vayas sintiendo, pero sin identificarlo jamás con algo concreto para que eso concreto no se convierta en un ídolo que te impida seguir 27 buscándolo. Ya sabemos que Allâh no tiene límites, que no es una meta sino el destino infinito de lo creado. Por eso, hay un encuentro [îyâd] incesante con Allâh en tu sensación de las cosas, en la felicidad y en la desgracia, en el placer y en el dolor, en el amor y en el miedo..., con lo que te encuentras es con Allâh. Porque Allâh es lo que provoca en ti una emoción, sea del signo que sea. Todo el conocimiento de Allâh que obtiene el mu’min es su experiencia del mundo. Vivir es el máximo contacto con Allâh, es el único contacto con Allâh, de modo que no habrá otro Allâh para ti que lo que puedas sentir. Somos lo sentido y Allâh está justamente ahí. Por eso la mística islámica requiere la conjunción de la totalidad de los sentidos corporales, como la Música exige el adiestramiento del oído o la Cocina el del paladar. El wuÿûd es la existencia en su divinidad, Allâh sucediendo, lo que se va realizando en el mundo y en el tiempo de la naturaleza de Allâh. Se sabe lo que es el wuÿûd de Allâh por todo lo que se constata que llega al ser, y por eso uno de los nombres de Allâh es el Evidente. Allâh no es una idea, sino lo que nos llega directamente por la percepción. Allâh como wuÿûd es lo que te estimula, lo que te afecta, las sensaciones contradictorias que son tus instantes, y tiene que ver con “la pasión”, con “la conmoción”14. Decía Ibn ‘Arabî que el Islam era pasión15, y nosotros sabemos que no puede haber conmoción que no sea conmoción por lo sagrado, sea una hoja cayendo en otoño o la extinción de un pueblo por la erupción de un volcán. Debemos estar atentos porque cada impresión nos viene sostenida por un malak [energía angélica]. Sin que el musulmán elija nunca qué parte de lo que sucede desea que sea la voluntad de Allâh. La voluntad de Allâh es el mundo, porque Allâh no es un ser que quiere cosas sino un querer que se hace existencia; esto no significa que ni por un momento estemos al margen de esta voluntad que se hace mundo. Éste es el desafío que sufre el que se hace dócil a lo sagrado, el reto que acepta sometiéndose sin condiciones. Y lo acepta, no a cambio de protección como en una religiosidad elemental, ni a cambio de una vida larga y feliz como el hebreo de la primera parte del Tanaj, ni a cambio del Cielo como el cristiano, ni a cambio de los placeres del Jardín como el musulmán. Un rendimiento sin condiciones. Porque no hay posibilidad de regateo E incluso con "el fingimiento", pues el fingimiento es el esfuerzo por contagiarte de alguien que ha encontrado [waÿada] el secreto de la pasión [waÿd]. 15 "A partir de la pasión, sé yo que Tú estás en todo". 14 28 con Allâh. No hay posibilidad de una actitud intermedia: o te sometes al Señor de lo real con todas sus consecuencias, o vives en tu imaginación respecto de lo que es el mundo, negando con tu vida la realidad. Allâh, sólo Allâh, Allâh ahí delante, Allâh esto, Allâh ya, Allâh porque existe el mundo, porque tengo una experiencia de las cosas16. Allâh, lo que te urde, lo que te teje con tus emociones. Allâh, lo que provoca en ti las sensaciones que constituyen las fibras de tu ser. Hacerte consciente de ti, recuperar la conciencia de lo que te ha hecho, es someterte a Allâh. Nuestra existencia es una constatación de impulsos. Sentir es hacerte a través del mundo exterior: sentir las cosas es ir siendo, es ir encontrándote contigo mismo. Este wuÿûd -este Allâh existiendono es pasivo, es encuentro, es emoción, es pasión, es rabia, es ilusión, es amor, es miedo... es lo que vas sintiendo, siempre que lo que sientas sea auténtico. Sólo sabemos de Allâh lo que sentimos en el mundo, y no hay otro Allâh que lo que despierta la sensación de los seres. Allâh es lo real, y lo real es lo que sentimos. Cuando te entregas a lo que sientes, percibes a Allâh; encuentras a Allâh en tu propio arrebato. Sentir es sentir a Allâh. Nos enfrentamos a partir de ahora a la espiritualidad como nos enfrentamos a la vida, abiertos y vulnerables, y que ocurra en nosotros lo que Allâh quiera, con la tranquilidad de que nada fuera del orden de las cosas ocurrirá. Porque el abandono en la sensación con la que se construye el hombre, que es asimismo el lugar donde se encuentra con su Señor, es su escudo protector. El carácter envolvente del wuÿûd hace del mu’min alguien con tanta paz como el resto de los seres de la Creación, que no temen según lo que imaginan sino según lo real en acto. El wuÿûd -la existencia vivida como la realización de Allâh- es una matriz en la que se introduce protegido el mu’min, precisamente por el hecho de haberse dejado El hecho de la cosa en sí es para nosotros el principal argumento que tenemos para afirmar la existencia de Allâh. A pesar de que el mundo se nos representa inconsistente, mudable, efímero..., ahí está. Y ese "ahí está" es para el musulmán de una fuerza indescriptible. El mundo nos llega como una serie de percepciones de cosas, de sentimientos, de relaciones... que a pesar de ser pura contingencia son completamente insustituibles, completamente inevitables, completamente “hechos en sí”. 16 29 de proteger a sí mismo y haberse arrojado sin miedo al precipicio de Allâh. Acabo este epígrafe con una sugerencia, con una invitación: buscad el trato con los musulmanes. El Islam -por compleja que esté resultando nuestra exposición de “metafísica islámica” (en el caso de que sea lo uno y lo otro)- no es, ni ha sido nunca, una filosofía. El Islam es como viven los musulmanes. Si en unas tierras los musulmanes están más castigados por la miseria o la explotación, buscad el Islam de los que aún no han sido corrompidos por el Colonialismo. Salid del laberinto de la mente, del laberinto de la razón. Creed lo que os digo: el Camino debe irse verificando en vosotros como un No-saber, como un vaciamiento de ideas, que dicho sea de paso- es lo único que hace posible el diálogo humano, la relación humana. Pues esto es el Islam: lo que hace posible la relación humana, frente al kufr que es lo que distancia a los hombres. El Islam es ternura en el trato con los hombres y no una filosofía sistemática. Propiamente, no es posible construir un Pensamiento Islámico porque sólo se puede saber lo que sientes ahora. Allâh no ha ocurrido en el pasado, sino que está ocurriendo de un modo nuevo a cada instante, y ser musulmán es serlo continuamente. Puedes pretender “hacerte” musulmán en un momento de tu vida mediante la shahâda, pero serlo de verdad someterte a Allâh- es someterte en cada momento a algo nuevo. Allâh es lo que viene; es la novedad incesante. No puedes saber nada de ello, no puedes hablar de lo que no ha dejado por un momento de transformarse. El aparato intelectual es válido únicamente si cumple la función de la ignorancia, es decir, si es demoledor de certezas y no te permite atrincherarte en él frente a la vida. La razón es sólo lo que nos ha servido para salir del laberinto de la razón, el hilo de Ariadna, pues el laberinto no se pulverizaba diciendo de él que era un sueño, una imaginación -como se predica en Oriente-, sino entrando en el sueño del dormido y matando al monstruo de su pesadilla. Sólo entonces despertábamos. [email protected] Sevilla, 1 de julio de 2004 30