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Historia
de la
filosofía
12. Nietzsche y la crisis de la
razón ilustrada
Carlos Díaz
IES Séneca
Departamento de Filosofía
1|P á g i n a
Carlos Díaz
12. Nietzsche y la crisis de la razón ilustrada
Índice de contenidos
1.
El autor en su contexto
2.
Etapas de la filosofía de Nietzsche
3.
Sobre la escritura nietzscheana
4.
Sentido de la filosofía de Nietzsche
5.
“La filosofía que dice no”
5.1. Valoración de la cultura pre-socrática
5.2. La crítica a la cultura occidental
A. Crítica a la metafísica y a la dialéctica
B.
Crítica a los fundamentos metafísicos del lenguaje
C.
Crítica a la ciencia moderna
D. Crítica a la moral tradicional
E.
6.
Crítica a la religión cristiana
“La filosofía que dice sí”
6.1. El nihilismo
6.1.2 Las formas del nihilismo
6.2. La voluntad de poder
6.2.1 Voluntad de poder reactiva
6.2.2 Voluntad de poder activa
6.2.3 La alternativa a la dialéctica
6.3. La segunda transvaloración y el superhombre
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12. Nietzsche y la crisis de la razón ilustrada
1 El autor en su contexto
Nietzsche nace en 1844 en Röcken, pequeña ciudad de la Sajonia prusiana. Su padre, pastor
luterano, murió de forma precipitada, víctima de un proceso de degeneración cerebral, cuando Nietzsche
tenía cinco años. A partir de ese momento, la familia se instala en Naumburgo, donde Nietzsche
crecerá rodeado de mujeres: su madre, su hermana Elisabeth, su abuela y dos tías.
Durante sus años de estudiante, entra en contacto con la filosofía de Schopenhauer y se
apasiona por la música de Wagner. Al mismo tiempo, comienzan sus problemas de salud: sufría
terribles dolores de cabeza que podían mantenerle postrado durante varios días.
En 1869, con tan solo veinticuatro años, es nombrado catedrático de Filología griega en la
Universidad de Basilea, a pesar de no haber terminado aún el doctorado. En 1870 participa como
enfermero en la Guerra franco-prusiana, de la que extrae un profundo rechazo a Alemania y al
nacionalismo que le acompañará el resto de su vida.
Mientras ejerce como profesor en Basilea, entabla amistad con su admirado Wagner y con la
esposa de éste: Cósima. Con ellos establece una relación muy influyente en su vida y en su obra. También
lo será la ruptura, en torno a 1878, provocada por el acercamiento de Wagner hacia el nacionalismo
germano y el cristianismo.
En 1879, sus continuos problemas de salud le obligan a renunciar a su cátedra en la Universidad
de Basilea. Comienza entonces un periodo de diez años en el que Nietzsche va a llevar una vida
errante, viajando continuamente por Italia, Suiza y el sur de Francia a la búsqueda de climas más
benignos. E s l a etapa en la que escribirá la mayor parte de su obra y en la que conocerá a Lou
Andréas-Salomé, de la que se enamora y a la que propone matrimonio sin mucho éxito.
En 1889 su salud mental empeora bruscamente, sufre un colapso y es ingresado en una clínica
de Basilea. Desde entonces hasta 1900, año en que muere con la razón completamente perdida, queda
al cuidado de su madre y de su hermana Elisabeth. Ésta, por cierto, tuvo una influencia nefasta en su
obra, al falsificar numerosos pasajes de los escritos de Nietzsche e impedir la publicación de otros con la
intención de hacerle pasar por un precursor del nazismo. A pesar de que muchos han aprovechado esta
circunstancia para atacar a Nietzsche, su defensa de la individualidad creativa resulta incompatible con
cualquier concepto globalizante, como el de raza o el de Reich.
La filosofía de Nietzsche es, probablemente, la más original y radical de las postrimerías del s.
XIX. El contexto histórico-cultural y filosófico en el que surge es el siguiente:
1. Contexto histórico
El s. XIX fue una época de enormes transformaciones. Es el siglo de las revoluciones burguesas, lo
que ocasiona reacciones que se concretan, a veces, en regímenes totalitarios. Sin embargo, gradualmente,
los ideales liberales de la burguesía ascendente van imponiéndose y forjando una Europa a la medida de
sus intereses.
Aparece el gran capital, como consecuencia de la Revolución industrial y el desarrollo técnico.
Esto impulsa la aparición del colonialismo, dad la necesidad de nuevos mercados para satisfacer la
superproducción y conseguir materias primas.
En Europa experimenta un aumento demográfico sin precedentes, gracias a las mejoras higiénicas
y al avance de la medicina. Como consecuencia de ello, el mercado de trabajo se satura y las empresas
aprovechan para pagar sueldos de miseria en jornadas agotadoras. En respuesta a esta situación, surgen los
movimientos obreros, los cuales reivindican mejores condiciones laborales. En 1864 aparece la I
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12. Nietzsche y la crisis de la razón ilustrada
Internacional Obrera y, poco después, la II Internacional. Burguesía y proletariado, antaño aliados contra la
aristocracia, aparecen ahora enfrentadas.
El nacionalismo es la gran novedad del s. XIX. Su adopción por las élites se produce cuando éstas
entienden que puede servir como freno al avance del movimiento obrero y al socialismo. Proporciona a las
clases populares desarraigadas por la emigración y la creciente secularización un sentido de pertenencia a
un proyecto común: la nación.
El s. XIX es, en general, una época de transición y de crisis que acaba en la I Guerra Mundial.
2. Contexto cultural
El romanticismo domina la primera mitad del s. XIX. Sus rasgos son la exaltación del lado oscuro del
alma, de lo irracional, lo afectivo, lo popular, la idealización de la vida campestre, la mitificación de épocas
pasadas –como la Edad Media.
En la segunda mitad del siglo es desplazado por el realismo y el positivismo. Los éxitos de la ciencia
y la tecnología expanden la industria capitalista y consolidan la hegemonía social de la burguesía, lo cual
conlleva el triunfo de una concepción materialista, burguesa cientifista de la vida.
En lo que a la política se refiere, las dos corrientes que dominan en este siglo son el liberalismo,
que promueve los intereses de clase de la burguesía, y el socialismo, que surge como reacción a las
consecuencias negativas del liberalismo sobre el proletariado. Ambas ideologías políticas prescinden de las
viejas doctrinas religiosas, que quedan relegadas al ámbito privado. Sin embargo, en el terreno moral,
educativo y en las costumbres la Iglesia sigue conservando su influencia sobre la población. Nietzsche se
opone tanto al liberalismo como al socialismo.
El acontecimiento más importante en el campo de las ciencias biológicas fue la publicación de El
origen de las especies en 1859. Las teorías evolutivas de Darwin ejercieron una considerable influencia en la
filosofía de Nietzsche, en especial las nociones de lucha por la vida y de selección natural. Nietzsche parte
de la necesaria presencia de un componente biológico en el ser humano y su parentesco con el resto de las
especies vivas. La conclusión es que el hombre, actualmente una criatura degenerada por la cultura y el
desarrollo excesivo de la razón, puede y tiene que recomponer su vertiente más biológica.
En pintura, el impresionismo introduce un corte radical con la tradición pictórica procedente del
Renacimiento. Ahora cualquier hecho es digno de ser pintado. La luz, el instante y el movimiento pasan a
ser elementos fundamentales.
En el terreno de la música, destaca la figura de Wagner. Su música seduce al joven Nietzsche, que
ve en el maestro al prototipo de creación de un espíritu libre, al margen de la decadencia nihilista de la
Europa burguesa de la época.
3. Contexto filosófico
El siglo XIX significa el fin de los grandes sistemas filosóficos y el surgimiento de un abanico de
corrientes muy distintas entre sí que rechazan la concepción sistemática y especulativa de la filosofía, tal
como fue concebida por el idealismo alemán.
Es el siglo en el que surge la denominada filosofía de la sospecha, cuyos máximos representantes
son Marx, Freud y el propio Nietzsche. Los tres, aunque cada uno desde diferente óptica, consideran que la
conciencia de la realidad es una conciencia falsa. En el caso de Marx, la conciencia está condicionada por
intereses económicos; en el caso de Freud, por la represión del inconsciente; y en el caso de Nietzsche, por
el resentimiento del débil.
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Esta actitud crítica, compartida por los tres autores, surge como respuesta a las falsas promesas
de la Ilustración. Este movimiento había asegurado que la historia se encaminaba necesariamente hacia el
progreso. Sin embargo, la sociedad había derivado en una economía capitalista y en una sociedad de
clases que tenía poco de emancipadora para la mayoría de las personas. Ante esta situación, se levantarán
las filosofías de Marx, Freud y Nietzsche.
El siglo XIX también asiste al triunfo del positivismo, cuyo representante más destacado
será Comte. Se trata de un empirismo radical que asegura que la única forma válida de conocimiento es el
conocimiento científico: sólo existen los hechos contrastables por la experiencia sensible, y que mantiene
una actitud especialmente crítica con la metafísica.
En las últimas décadas del s. XIX, se produce una intensa reacción contra el positivismo por
distintos motivos: la crisis de las propias ciencias positivas, la toma de conciencia de que hay problemas
individuales y sociales que no se pueden resolver a través de la ciencia, el uso ideológico de proposiciones
que sólo son científicas en apariencia -como sucedía, por ejemplo, con el darwinismo social-, etc. En esta
reacción participan distintas corrientes:





Marxismo: que tiene origen en el pensamiento de Marx, quien nos ofrece una visión
materialista de la realidad y una crítica al sistema capitalista. Nietzsche coincide con Marx en
aspectos como el materialismo o en la crítica de la religión, interpretada como fenómeno
alienante. Sin embargo, Nietzsche no podría sumarse nunca al marxismo por su antipatía hacia
cualquier teoría que eliminase la individualidad.
Espiritualismo: corriente filosófica, opuesta al materialismo, que da prioridad a los elementos
espirituales sobre los materiales a la hora de interpretar la realidad.
Historicismo: esta corriente reflexiona sobre el carácter cultural o histórico del hombre frente al
determinismo biológico y al esencialismo.
Irracionalismo: afirma que la realidad no se capta de modo más verdadero a través de los
conceptos, y le da más importancia a la intuición. Critica, además, la esterilidad que surge en el
pensamiento como consecuencia de un excesivo desarrollo de la razón en detrimento de otros
modos de captar la realidad.
Schopenhauer fue el filósofo irracionalista que más influyó en Nietzsche, sobre todo en su
primera juventud. Para Schopenhauer, autor de El mundo como voluntad y representación, las
cosas no son más que representaciones aparentes e ilusorias de una voluntad infinita y ciega. El
ser humano estará permanentemente insatisfecho porque no podrá nunca calmar ese deseo. La
única posibilidad es liberarse del mismo a través de la disolución del yo individual. Nietzsche bebe
del concepto de voluntad de poder de Schopenhauer; sin embargo, desechó el pesimismo y el
espíritu de renuncia que domina la filosofía de Schopenhauer, incompatibles con su vitalismo.
Vitalismo: para los vitalistas, la vida -sobre todo, humana- ocupa el centro de las categorías
filosóficas.
2 Etapas de la filosofía de Nietzsche
No resulta sencillo dividir la filosofía de Nietzsche en etapas, por dos razones:
1. No hay una evolución clara en su pensamiento. Nietzsche aborda fundamentalmente los
mismos temas en toda su obra. Lo que cambia en las distintas etapas es más bien el
énfasis que pone en unos u otros temas.
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2. En algunas de sus obras, los aforismos agrupados pertenecen a épocas diferentes, debido
a que Nietzsche prefiere agruparlos según la temática.
No obstante lo dicho, es habitual distinguir cuatro periodos en su pensamiento:
1. Período romántico (o filosofía de la noche)
Centrado en el estudio del pensamiento griego, está marcado por la influencia de
Schopenhauer y de Wagner, en cuyas óperas ve la continuación de las tragedias griegas. La obra
fundamental de esta etapa es El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1871), en la que
presente dos grandes conceptos de su filosofía: lo apolíneo y lo dionisíaco.
2. Período ilustrado o positivista (o filosofía de la mañana)
Se caracteriza por el rechazo a la metafísica, la moral, la religión y el arte imperantes. Recibe la
influencia de Voltaire y de los ilustrados franceses. A esta etapa pertenecen Humano, demasiado
humano (1878) –dedicada, precisamente, a Voltaire-, Aurora (1881) y La Gaya Ciencia (1882).
3. Período de Zaratustra (o filosofía del mediodía)
Su pensamiento alcanza su madurez y esplendor en la obra Así habló Zaratustra (1883-85).
4. Período crítico (o filosofía del atardecer)
En este período vuelve a centrarse en la crítica a las realizaciones más características de la cultura
occidental: la religión, la filosofía, la moral y la ciencia, pero lo hace con más dureza, si cabe, que en la
segunda etapa. De este período son: Más allá del bien y del mal (1886), La genealogía de la moral (1887), El
anticristo (1888), Ecce homo (1888) y el Crepúsculo de los ídolos (1889) –obra ésta de la que se extrae el
texto de Selectividad.
3 Sobre la escritura nietzscheana
El lenguaje empleado por Nietzsche en sus obras responde a una nueva manera de hacer
filosofía. Su estilo no es discursivo, sino narrativo. Sus conceptos fundamentales son metáforas abiertas a
las que el lector ha de conferir sentido. De ahí que, en ocasiones, aparezcan paradojas e ironías, que
obligan a hacer una lectura más profunda que la que nos ofrece el sentido literal.
Este rasgo de la escritura nietzscheana es acorde con su concepción filosófica. A los ojos de
Nietzsche, la realidad es un devenir irracional e inaccesible al conocimiento. La tarea del ser humano es,
entonces, la de crear su propia perspectiva personal de valores y verdades. Únicamente esta actitud
artística es coherente con la plena afirmación de la vida.
El resultado de esto que venimos comentando es que la obra de Nietzsche no sea fácil y requiera
una interpretación constante.
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4 Sentido de la filosofía de Nietzsche
La obra de Nietzsche tiene dos objetivos, que van intercalándose a lo largo de toda su producción:

Por un lado, la crítica al pensamiento precedente, y en general, a los pilares de la cultura
occidental: su concepto de razón y su moral. Es lo que Nietzsche llamó expresivamente
“la filosofía que dice no”; es decir, la parte crítica de su filosofía.

Por otra parte, la explicación de cuál es su visión del mundo y de cómo debía ser el
hombre correspondiente a ella. A esto lo denominó “la filosofía que dice sí”, la parte
positiva de su filosofía.
En base a esta distinción, vamos a estructurar los contenidos del tema en dos grandes bloques: el
correspondiente a “la filosofía que dice no” y el correspondiente a “la filosofía que dice sí”.
5 “La filosofía que dice no”
Nietzsche emplea en su labor deconstructiva un método genealógico. Dicho método descansa
sobre el presupuesto de que toda realidad -y, por tanto, toda consideración sobre la misma- es histórica.
De lo que se trata, pues, es de descubrir su origen y su proceso de formación. En efecto, para estudiar
cualquier fenómeno histórico, hemos de tratar de remontarnos a sus orígenes, ver cuáles han sido las
causas de su surgimiento y cómo se ha desarrollado hasta llegar al momento presente. Este rastreo ha de
realizarse a través del lenguaje, de las palabras, que es donde han cristalizado las diversas realizaciones
culturales: arte, religión, moral, filosofía, etc.
A la hora de valorar la cultura occidental, Nietzsche distingue entre una cultura pre-socrática y la
cultura que empieza a configurarse precisamente a partir de la reflexión socrático-platónica.
5.1 Valoración de la cultura
presocrática
Para el historiador de la filosofía, el pensamiento griego empieza a ser especialmente relevante a
partir del siglo V a. C., con la reflexión socrática, y después de él, con los grandes sistemas de Platón y
Aristóteles.
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La reflexión socrático-platónica se presenta como el momento del tránsito de una cultura centrada
en valores estéticos a una cultura dirigida por los valores racionales, de una educación dirigida por los
poetas a una educación de la que van a ocuparse los sofistas.
Hasta Nietzsche, todos los historiadores habían descrito este paso como un hecho fundamental y
positivo para la cultura: el arte perdía su antiguo predominio dando paso a la razón y, como productos de
ella, a la filosofía y a la ciencia. Este momento es el paso definitivo del mito al logos.
Nietzsche va a ser el primero en poner en duda que este paso haya sido positivo. Este paso sería
positivo si se demostrara que la razón conecta más directamente con la realidad de lo que lo hace el arte.
Toda la cultura post-socrática ha entendido eso como una cuestión evidente: entre las explicaciones
posibles de un hecho se elige siempre como más verdadera la más racional, porque se supone que lo que
está más fundado en la razón es lo más seguro. Aunque esta tesis se va a mantener a lo largo de todo el
pensamiento moderno, ciertas reflexiones epistemológicas –las de Hume y Kant, principalmente- conducen
a la conclusión de que nuestro conocimiento está limitado a nuestra experiencia, con lo cual la realidad
sigue siendo tan misteriosa y enigmática como la percibían los pre-filósofos. Schopenhauer, tras leer a estos
autores, concluyó en una postura irracionalista, según la cual, los objetos de la razón no tienen nada que
ver con las cosas reales; es más, la razón es como un velo que impide el conocimiento de la realidad. Si esto
es así -y Nietzsche sigue a Schopenhauer en este punto-, el tránsito del mito al logos es el paso de la verdad
del arte a la mentira de la razón.
Nietzsche afirma que la cultura de la Grecia Arcaica -anterior al siglo V a. C.-, basada en el arte, es
superior a la cultura de la Grecia Clásica, basada en el predominio de la racionalidad, porque, según él, los
artistas griegos de la antigüedad supieron captar las dos dimensiones fundamentales de la realidad;
dimensiones que este pueblo expresó de forma mítica con el culto a dos dioses: Apolo y Dionisos.
Apolo expresaba, según Nietzsche, un modo de estar ante el mundo, que los griegos identificaban
con la defensa de los valores del individuo: la mesura, el orden, el autocontrol, el sometimiento de nuestra
vida al uso de la razón; así como una concepción de la realidad como una totalidad ordenada, bella,
luminosa y racional. Dionisos, el dios del vino, de las fiestas báquicas presididas por el exceso y la
embriaguez, la confusión orgiástica, etc., expresaba también un modo de estar ante el mundo: la
irracionalidad, la pérdida de la individualidad, la embriaguez, la desmesura, el desorden, el descontrol, etc.;
así como una concepción de la realidad como una totalidad caótica, sin orden, irracional, oscura.
La grandeza del mundo griego arcaico radicaba en no ocultar esta segunda dimensión de la
realidad, en armonizar ambos principios, y en considerar incluso que lo dionisiaco era la auténtica verdad,
la auténtica realidad, porque en el culto a Dionisos el individuo humano va más allá de su individualidad y se
reintegra con su origen, con la naturaleza básica de todos los seres.
Si lo dionisiaco es lo originario, ¿por qué surge de él lo apolíneo? Para Nietzsche es fruto de la
autodefensa de la vida. Si el individuo se entregara con plenitud a lo dionisiaco, si sólo buscara el placer
inmediato, su vida se acabaría pronto, consumida por sus pasiones. Por eso la vida debe buscar un freno a
la apetencia del deseo de placer y, para ello, fabrica su propio antídoto: lo apolíneo, que tiene su origen en
la necesidad que tiene el hombre de sentirse más cómodo en un mundo hostil, en la necesidad de hacer
más soportable –y, por tanto, más larga- su existencia.
5.2 La crítica a la cultura occidental
A los ojos de Nietzsche, Sócrates aparece como el gran traidor, ya que con él se lleva a cabo la
inversión de los valores: lo apolíneo pasa a ser considerado como lo originario y verdadero y lo dionisiaco
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como lo irreal y falso, como un exceso propio de los que no saben vivir de forma racional, algo excusable en
el pueblo inculto, pero inapropiado en los hombres de altura. La vida moral pasa por el autocontrol, y el
saber por la definición racional.
¿Por qué obra Sócrates de este modo? ¿Por qué destruye el equilibrio entre el desenfreno
dionisiaco y el control apolíneo? Según Nietzsche, porque Sócrates es incapaz de aceptar las crudas
manifestaciones de la vida, como la muerte, la vejez, el cambio, la procreación, etc., en las que ella se
expresa tal como es. Sócrates ya no es un griego, sino el fundador de la cultura occidental judeocristiana,
una cultura de la decadencia. Es el prototipo de hombre débil que prefiere vivir con las ilusiones y mentiras
de sus sueños, porque no es capaz de asumir la realidad. Este desprecio por la verdadera realidad,
inaugurado por Sócrates, culmina en la distinción platónica entre el Mundo de las Ideas -mundo verdadero
y perfecto, dotado de realidad plena- y el Mundo de los sentidos -mundo cambiante y caduco, con una
realidad solamente aparente.
Debido a esta inversión, según la cual, lo inventado es lo real, y lo real es lo aparente, la cultura
occidental está viciada desde su origen. Es una cultura racional y dogmática, una cultura decadente,
porque se opone a la vida, a los instintos, al empeñarse en instaurar la racionalidad a toda costa.
En la crítica que dirige Nietzsche a los fundamentos de la cultura occidental, vamos a distinguir
cinco grandes líneas: la crítica a la metafísica tradicional, a los fundamentos metafísicos del lenguaje, a la
ciencia moderna, a la moral y a la religión cristiana.
A) Crítica a la metafísica tradicional y
a la dialéctica
La dialéctica es el método que sigue la razón para comprender la realidad mediante conceptos,
que presumiblemente la «atrapan» y la comprenden tal como es. Se trata, por tanto, de un modo de
reducción de la realidad –que es continuo y constante devenir- a la inteligencia, a la racionalidad; es decir,
se trata del método propio de la mentalidad socrático-platónica, que consagra el idealismo, la invención
de otro mundo, que es calificado como real y verdadero. Es esta valoración, según la cual, el Mundo de las
Ideas es el real, mientras que el de los sentidos es irreal y aparente, la que hace de la dialéctica socráticoplatónica -que será la mentalidad de occidente- una mentalidad decadente y de resentimiento hacia la
vida.
La ontología tradicional es estática porque considera al ser como algo fijo e inmutable; además,
ese ser no se deja ver como es en este mundo donde todo es apariencia y falsedad de los sentidos. Por
esta razón, el filósofo dogmático se dedica a indagar, a especular por encima del movimiento del mundo,
porque lo que sea el ser no lo podemos estudiar en el torbellino del ir y venir de esta vida, ya que ésta es
para él causa de error.
Así, la metafísica tradicional diferencia entre:
UN MUNDO REAL, VERDADERO
UN MUNDO ILUSORIO, FALSO
Permanente, inmutable
Cambiante, aparente
Trascendente (otro mundo)
Inmanente (este mundo)
Captado mediante la razón
Mostrado engañosamente por los sentidos
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Esta separación entre ser real y ser aparente supone un juicio valorativo negativo sobre la vida.
Sin embargo, para Nietzsche, no existe esta separación entre ser real y ser aparente, sino el devenir
constante del “ser creando y destruyendo el mundo”. La realidad es dinámica, inquieta; es decir, es
exactamente como nos la muestran nuestros sentidos.
El filósofo ha provocado una inversión: el mundo real, el mundo del devenir y de la muerte se
convierte en el mundo aparente -dada su imposibilidad para aprehenderlo- y el mundo estático y, por tanto
muerto, se convierte en el mundo real. Pero éste no es más que un mundo inventado por el miedo al
devenir. Son los prejuicios de los filósofos contra la vida: el horror a la muerte, a la vejez, al cambio, etc.,
los que han llevado a dividir lo real. La metafísica no es más que la ficción por la que el hombre intenta
escapar de su esencial contingencia.
El filósofo, a través de conceptos y categorías estáticos –como las de unidad, causalidad, identidad,
etc.-, ha creído aprehender la realidad, pero estas categorías no proceden sino de la necesidad que tiene
el hombre de sobrevivir en un mundo donde todo es devenir. Estamos necesitados del error de las
categorías de la razón, porque, gracias a ellas, el hombre puede vivir con una cierta seguridad y calma.
Nietzsche pone en duda que los conceptos aprehendan la verdadera realidad del ser, que es
devenir y cambio continuo. Las categorías son ficciones convencionales con fines de designación, más
nunca de aclaración. Nietzsche considera a la razón como un egipcíaco: al intentar retener la eterna y
cambiante mutabilidad de las cosas y el constante fluir de la naturaleza mediante los conceptos, expresa el
movimiento de manera tan ridícula como lo hacen las pinturas del Antiguo Egipto. Al «momificar» las cosas
mediante conceptos, el hombre las hace cercanas a su razón, a su modo de concebirlas, pero destruye y
pierde la realidad verdadera, inmovilizándola.
La realidad es, en sí misma, incognoscible, inabarcable para nuestro conocimiento. Hemos, pues,
de cuestionar todas las categorías que el hombre ha proyectado sobre la realidad. Ésta es una turbulencia
caótica de fuerzas irracionales que pugnan por expresarse, y, por tanto, algo básicamente distinto a
nuestro intelecto. En la realidad no hay géneros, formas o esencias.
En consecuencia, la verdad entendida como desvelamiento fijo e inmutable de alguna realidad
no tiene ya sentido, para Nietzsche. No existe la verdad absoluta. Esta concepción monoteísta de la verdad
–por única y excluyente- es criticada por Nietzsche, que defiende que el ser cambiante y múltiple solo
puede abordarse desde múltiples perspectivas. El hombre debe asumir su tarea de crear sus propias
verdades y sus propios valores, y no puede pretender que éstos sean absolutos ni universales. Nietzsche
llama a esto el politeísmo de la verdad. Esto supone acercarse a la realidad con mentalidad de artista.
B) Crítica a los fundamentos
metafísicos del lenguaje
La crítica a la metafísica tradicional se complementa con la crítica a los fundamentos metafísicos
del lenguaje. Y es que el lenguaje es el instrumento con el que la razón perpetúa el engaño de un mundo
estable y fijo. Este papel nocivo lo desempeña de tres modos:
a) Favoreciendo una interpretación sustancialista de la realidad, mediante la estructura sujetopredicado, presente en la mayoría de las frases de nuestro lenguaje. Esa estructura sujetopredicado nos lleva a creer que en la realidad hay cosas, por un lado, y acciones, por otro,
cuando, según Nietzsche, en la realidad hay acciones.
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El desdoblamiento sujeto/predicado posibilita, además, otros desdoblamientos, que nada tienen
que ver con la realidad: yo/acciones, cosa/propiedades, sustancia/accidentes, realidad/apariencia,
mundo verdadero/mundo ilusorio, etc.
b) Favoreciendo la creencia en entidades dotadas de rasgos permanentes. El verbo ser, con el que
construimos muchas de nuestras frases, nos lleva a creer que los sujetos gramaticales existen
realmente como entidades subsistentes y no como lo que son: meras convenciones humanas.
c)
Con el lenguaje nos referimos a distintas realidades mediante las mismas palabras, lo cual parece
suponer que existen esencias universales comunes a todas esas realidades individuales. Pero, en
la realidad, solo existen individuos, que no pueden ser agrupados en ninguna categoría general sin
traicionar lo que son.
Para Nietzsche, el rechazo al devenir proviene del lenguaje, es decir, de la creencia en los
presupuestos metafísicos del lenguaje, que consiste en creer que las funciones gramaticales son análogas a
la estructura de la realidad.
Para evitar las consecuencias nocivas de esta manera de conceptualizar lo real, que frustra las
posibilidades de una vida plena y creativa, Nietzsche propone un lenguaje que libere la capacidad
simbólica que poseemos los seres humanos para conferir sentido a las cosas. Este lenguaje tiene como
base la metáfora, para crear horizontes propios donde crecer y expresar la propia singularidad de cada uno.
A diferencia del concepto, la metáfora privilegia una perspectiva, pero no excluye otras.
Nietzsche llama simulacro a esta nueva manera de entender el conocimiento y considera que es la única
manera válida de acercarnos a lo real, sin encorsetarlo en conceptos-fósiles y permitiendo la libre
expresión de nuestra individualidad.
La relación del hombre con la realidad es, pues, básicamente estética: se prefiere una
interpretación, pero se es consciente de que se podía haber elegido otras. Ahora bien, no es un relativismo
puro en el que todo valga igual, ya que Nietzsche exige un requisito indispensable e incondicional: que la
interpretación que se elija afirme la vida, que la amplíe y la refuerce, que la haga crecer. Las elecciones o
invenciones que no afiancen esta relación amorosa con la vida deben derruirse. Esto último abarca, a
juicio de Nietzsche, los grandes pilares de la cultura occidental.
C) Crítica a la ciencia moderna
La crítica a la ciencia se basa en los siguientes puntos:
a) Nietzsche no ataca a la ciencia en sí, sino a la fe de la ciencia en la misma voluntad de verdad que
había caracterizado a la metafísica tradicional, es decir, la creencia de que existen verdades únicas
y el tratamiento del devenir como si fuera mera apariencia. En la medida en que el científico habla
de leyes en la naturaleza, es decir, de regularidades que debe descubrir, está participando de la
voluntad de verdad característica de la metafísica tradicional. Los científicos continúan empeñados
en seguir persiguiendo la verdad, pero ésta es inaccesible por una razón: porque no existe. Toda
verdad es siempre relativa. Tan solo existe la perspectiva del observador -que se impone a los
demás cuando es suficientemente poderoso. Lo que hace del discurso científico algo
especialmente mentiroso es su pretensión de ser la única verdad objetiva. Los positivistas, por
ejemplo, insisten en que hay que atenerse a los puros hechos. A ello responde Nietzsche diciendo
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que no hay puros hechos, sino que todo es siempre producto de la interpretación, y que lo
contrario sería una falsificación de la realidad.
b) También critica la matematización de lo real, que está en la base de la ciencia moderna y que
tiende a anular las diferencias que realmente existen entre las cosas. El modelo matemático de la
naturaleza se basa en la cantidad y no en la cualidad propia de cada cosa, pero, según Nietzsche,
querer reducir todas las cualidades a cantidades es un error. La ciencia deja fuera aquellos
aspectos de la vida que no son susceptibles de cuantificación, como las pasiones, el amor, la
creatividad, etc.
c)
La ciencia investiga el curso de la naturaleza, pero nunca puede orientar al hombre; está muy lejos
de poder hacer juicios valorativos sobre la vida.
d) Por último, Nietzsche cuestiona el proceso de tecnificación del mundo, como futuro modo de vida
del europeo, algo que lo terminará deshumanizando. La ciencia está al servicio de los intereses
creados; concretamente, el Estado encuentra en ella a su más fiel aliado. Nietzsche fue uno de los
primeros en darse cuenta de cómo la ciencia constituye una poderosa herramienta para los que
mandan, haciendo posible que la vida de muchos esté en manos de unas cuantas personas. Y ello
debido al crecimiento exponencial del control de medios de coacción y de persuasión.
D) Crítica a la moral tradicional
Para Nietzsche, el principal error de la moral tradicional es su carácter antinatural. Es aquella
moral que, en virtud de normas, leyes, imperativos y decálogos, se opone a los instintos primordiales de
la vida. La base filosófica de esta moral es el platonismo: el Mundo de las Ideas sirve de más allá cristiano,
convirtiéndose en metafísica cristiana. El centro de gravedad de estas ideas se pone, no en esta vida, sino
en la otra, en el hombre celeste; y, por tanto, hay una evasión del mundo real.
Nietzsche distingue dos tipos de hombres: el fuerte y el débil. El débil siente miedo ante la
nobleza y fuerza de su contrincante y crea a Dios como un ideal basado en el resentimiento y la venganza
contra los poderosos. De esta manera se produce la inversión de los valores: no la fuerza y la valentía, sino
la compasión y la misericordia, el sacrificio, valores en los que se ve la prevalencia de los instintos de
decadencia sobre los de superación.
Partiendo de estos dos tipos de hombres, distingue, a su vez, dos tipos de moral:

MORAL DE LOS SEÑORES: es una moral caballeresca, propia de los espíritus elevados, la
que ama y dice sí a la vida, el poder, la grandeza, el placer, etc. Es la moral del
superhombre, del que quiere la muerte de Dios. Se trata de una moral superior, activa,
creadora de valores.

MORAL DE LOS ESCLAVOS: es el dolor, la pequeñez, la humildad, la resignación, la
paciencia, etc. No crea estos valores, sino que se los encuentra ya dados. Por eso es pasiva.
Esta moral encarna todos los valores de la negatividad y condena los valores de la vida. Se
trata de la moral de los débiles, de aquellos cuyo resentimiento les obliga a echar mano de
la astucia, para ocultar su debilidad, afirmando la existencia de otro mundo y de otros
valores. Representa la subversión de los valores que nace con el judaísmo y que hereda y
consolida el cristianismo.
Un cuadro comparativo de ambos tipos de moral podría ser el siguiente:
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12. Nietzsche y la crisis de la razón ilustrada
Moral de los señores
Dice sí a la vida
Voluntad de jerarquía, de diferencia
Sentido de la tierra (amor fati)
Vitalidad, actividad
Ama la muerte de Dios
Crea valores
Valores: amor propio (querer), pasión,
orgullo.
Moral de los esclavos
Niega la vida
Voluntad de igualdad
Espiritualismo (resentimiento)
Astucia
Ama y teme a Dios
Se encuentra los valores ya dados
Valores: compasión, respeto al
humildad.
deber,
Establecida esta distinción, Nietzsche examina la historia de la cultura occidental y constata un
creciente ascenso de los valores de los débiles. Los débiles han tenido fuerza para imponer su criterio a los
fuertes. Para comprender la inversión respecto a los conceptos de bueno y malo, es necesario acudir a la
etimología. Nietzsche analizó el vocablo malo (schlecht), que significó originariamente el simple, el hombre
vulgar y bajo. En cambio, el concepto bueno (gut) se refería al hombre de rango superior, al noble, al
poderoso, al señor. Las valoraciones brotaban de una manera de ser, de una forma de hallarse en la vida y
en la sociedad.
E) Crítica a la religión cristiana
Toda religión nace del miedo, de la angustias, de las necesidades, de la impotencia que siente el
hombre en sí mismo; por eso, ninguna religión ha contenido jamás alguna verdad. Nietzsche
responsabiliza a la casta sacerdotal, degeneración y, más tarde antítesis de la casta caballeresca y
aristocrática. Los hábitos de aquélla son contrarios a los de ésta. Los sacerdotes, en su debilidad, se dedican
a incubar ideas y sentimientos, de ahí su neurastenia. Pero el remedio que inventan para curar su
enfermedad es peor que la enfermedad misma: los sacerdotes inventan la religión, inventan la metafísica
hostil a los sentidos, inventan “el otro mundo”.
Con ello, el hombre se ha convertido en un animal interesante, con ello el alma humana se ha
vuelto profunda y malvada. Así aparece la maldad por primera vez, frente a la anterior malicia. La fuente
de la nueva valoración será el resentimiento y la sed de venganza de los sacerdotes. A partir de esta
venganza se produce la inversión de los valores y lo que antes era bueno ahora es malo y viceversa. Esta
inversión es llevada a cabo por el pueblo sacerdotal por excelencia, el pueblo judío, y el cristianismo es
heredero de esta inversión. Por esta razón, el cristianismo no es la religión del amor, sino del odio más
profundo contra los buenos, es decir, contra los nobles, poderosos y veraces. Esta transvaloración,
producida por el invento de un mundo ideal, supone:

El extravío de los instintos, que lleva a inventarse otro mundo y a despreciar éste.

El fomento de valores mezquinos, como el sacrificio, la humildad, etc.; es decir, los
sentimientos propios del rebaño, que es el enemigo mortal del superhombre.

La introducción del concepto de pecado, considerado por Nietzsche como un atentado
contra la vida, ya que la pervierte desde su raíz misma.
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6 “La filosofía que dice sí”
La filosofía de Nietzsche –decíamos- no se limita a la crítica de los fundamentos de la cultura occidental,
sino que, al mismo tiempo, propone una nueva concepción de la realidad y una visión del ser humano
acorde con ésta, una alternativa a la cultura socrático-platónica.
Veamos en qué consiste dicha alternativa a través de estos tres conceptos: nihilismo, voluntad de poder y
superhombre.
6.1 El nihilismo
El nihilismo no es una doctrina filosófica concreta, sino un movimiento histórico que describe el
destino de la cultura occidental inaugurada por Sócrates. El nihilismo toma como objeto lo sucedido con la
verdad del mundo suprasensible, que se ha revelado como una mentira, como una pura nada. La frase
“Dios ha muerto”, acuñada por Nietzsche, resume este pensamiento sobre la historia de Occidente.
Cuando Nietzsche se refiere a Dios, se refiere al Dios de la religión, particularmente del
cristianismo, pero también a todo aquello que puede sustituirle, porque en realidad Dios no es una
entidad sino una figura del pensamiento que representa lo Absoluto. Dios es la idea que expresa la
realidad absoluta, la realidad que se presenta como la Verdad y el Bien, como el ámbito objetivo que sirve
de fundamento a la existencia y le da un sentido, pero que, sin embargo, se pone fuera de la vida.
El que ha muerto es el Dios monoteísta, el Dios moral de las contraposiciones metafísicas entre
bien y mal, mundo real y mundo aparente. Afirmar que “Dios ha muerto” es afirmar que los valores
supremos se desmoronan, que pierden su valor, que lo que había sido puesto como ser verdadero se
convierte en nada; es afirmar que estamos perdidos, sin brújula, en el desierto de la historia. Se trata de
una experiencia radical de la finitud, el convencimiento de la absoluta inconsistencia de la existencia, la
falta de respuesta a la pregunta ¿para qué? En definitiva, la muerte de Dios significa el fin de toda creencia
en un sentido de la vida.
¿Por qué se ha producido tal acontecimiento? Nietzsche no pretende presentar la muerte de Dios
como consecuencia de su propia crítica a la cultura occidental. Más bien, se presenta como notario que
levanta acta de un hecho histórico del que es testigo, pero no protagonista. A Dios lo han matado sus
creadores, en los que, poco a poco, a parir del empirismo, pero, sobre todo, de la Ilustración, ha ido
ocupando un papel más secundario frente al hombre, hasta acabar siendo nada.
En este sentido, como decíamos más arriba, el nihilismo es la lógica de occidente, el desenlace de
la cultura occidental.
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6.1.2 Las formas del nihilismo
Ahora bien, el nihilismo que trae consigo la muerte de Dios puede revestir dos formas:
A) NIHILISMO NEGATIVO. Este sentido o significado del nihilismo en Nietzsche se refiere a la
actitud de aquellos que han matado a Dios, pero que siguen presos de la mentalidad propia de la cultura
occidental. En su obra Así habló Zaratustra, Nietzsche representa esta forma de manifestarse el espíritu con
la figura del camello, símbolo de la aceptación resignada de las mayores cargas. Se puede ser nihilista
negativo de dos maneras:
1.
Reactivo: La muerte de Dios implica que todos los valores son relativos y parciales. Dicho en
lenguaje nietzscheano, la muerte de Dios supone la desvalorización de todos los valores. Los
que se han desembarazado de Dios, pero proponen valores alternativos con carácter
universal, son nihilistas en este sentido. Aún expresan resentimiento hacia lo que es la vida,
negación de la vida. Por eso, son unos decadentes.
2.
Pasivo: El nihilista pasivo no cree en ningún valor, porque cree que todo valor es posible
sólo si Dios existe, y Dios no existe, porque ha muerto. Es un hombre que está convencido
de que la vida está vacía, carente de sentido. Se trata de aquellos que han renunciado a
Dios, pero a duras penas, de forma negativa, porque les gustaría que existiese. Siguen
expresando resentimiento contra la vida, resentimiento que manifiestan en la
desesperación, la inacción, la renuncia al deseo, el suicidio, etc. Son débiles pesimistas
resignados que se levantan contra la vida y solo buscan sufrir lo menos posible.
B) NIHILISMO POSITIVO (O ACTIVO). Se trata de aquel que, tras la muerte de Dios, no intenta
encontrar sustitutos de Dios, ni se lamenta por haberse desenmascarado la mentira de su existencia. Es el
negador de la negación de la vida, aquel que acepta la muerte de Dios y combate el nihilismo negativo en
sus dos versiones.
Así pues, aunque el nihilismo genere pesimismo, también puede generar fortaleza, ganas de vivir,
aceptando con plena alegría la realidad tal como es. En Así habló Zaratustra, esta figura del espíritu es
representada mediante la metáfora del león, por su agresividad y su capacidad destructiva. Este nihilismo
es una fase necesaria para la aparición de un nuevo momento en la historia de la cultura: el reencuentro
con el sentido de la tierra, la aparición de una nueva moral y de un nuevo hombre: el superhombre.
6.2 La voluntad de poder
Es el concepto clave de la filosofía nietzscheana, alrededor del cual giran todos los demás. Por
voluntad de poder Nietzsche entiende un impulso continuo de auto-superación, de ser más, que
constituye la esencia misma de lo real. Todo lo que existe tiene en lo más íntimo esa ansia de demostrar
una fuerza siempre creciente, un ímpetu que va más allá siempre sin detenerse nunca.
Esa voluntad de poder actúa en tres niveles ontológicos distintos:
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a) Nivel físico: está constituido por fuerzas en continua lucha, pues todas quieren llegar al límite de
su poder. Nietzsche afirma que es imposible el equilibrio estático en el universo. Por la voluntad
de poder inscrita en cada fuerza, el mundo es una incesante ruptura de todo equilibrio aparente,
un movimiento incesante, que perpetúa el carácter caótico de la totalidad.
b) Nivel biológico: la vida tiende a desbordarse en su acción. No es mera adaptación a lo exterior
para simplemente sobrevivir. La lucha por la existencia es solo una de las muchas formas en que
se expresa la voluntad de poder. En su entraña misma está la exhibición de vitalidad, de poder, el
despliegue desbordante de las potencialidades interiores.
c)
Nivel psíquico (o humano): todo ser humano busca realizar su poder, crecer, imponer su voluntad,
su querer; es imposible que renuncie a ello.
En el ser humano, hay dos formas de llevar a cabo la voluntad de poder: la reactiva y la activa.
6.2.1 Voluntad de poder reactiva
(negativa)
Es el poder de los impotentes, de los débiles; un poder que sólo es capaz de afirmarse negando a los
demás. Puede darse de dos maneras:
a)
Como voluntad de dominación: se experimenta la necesidad de tener subordinados. Se
manifiesta resentimiento por no tener poder y una intolerancia hacia el que lo tiene. Pero sólo
representa el poder sin llegar a poseerlo: el poder siempre es ajeno o exterior. Para subsanar
sus complejos, una persona de esta naturaleza puede urdir y tramar para hacerse con el poder
máximo y ejercerlo despóticamente, pero no por eso adquiere el verdadero poder. Como, en
realidad, solo es una triste representación del poder, quiere ejercerlo de manera continua:
cuanto menos valioso se sienta, más dispuesto estará a abusar del otro, para crearse
inútilmente la ficción de que es realmente poderoso.
Un ejemplo de esto son los dictadores sanguinarios, personas temibles y con una enorme
capacidad de hacer daño a los demás, pero que representan un poder que no les pertenece,
que les es esencialmente ajeno. Por eso necesitan dominar a los demás.
b) Como aparente sumisión: se trata de un poder que se esconde, que entona un “yo no quiero
nada para mí” –lo cual es imposible. Habla de sacrificio y de renuncia, pero no es más que un
ardid, para, de forma enmascarada y a través de la culpa, imponer su voluntad. ¿Cómo?
Debilitando o vaciando la voluntad del otro. Sólo puede afirmar su poder negando a los otros,
pero ahora se hace de manera implícita, no explícita. Para ello, fomenta la debilidad, la
pobreza del alma, el dolor, etc.; en definitiva, todo aquello que nos hace dependientes de lo
gregario y nos incapacita como seres libres y autónomos.
6.2.2 Voluntad de poder activa
(afirmativa)
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Ésta es la verdadera voluntad de poder realizada. En ella el sujeto se afirma a sí mismo sin sentimiento de
culpa, expresa lo que es y crea sus propios valores. De esta afirmación no culpable de lo que somos y
queremos nace la alegría de estar vivos, que, en opinión de Nietzsche, es la única raíz de la bondad. Sólo
desde la plenitud del hombre autoafirmado cabe esperar generosidad y contento con otras
autoafirmaciones. Para afirmar al otro, es necesario antes haberse afirmado a uno mismo.
Es importante entender que, cuando Nietzsche habla de voluntad de poder en este sentido activo, no es el
poder lo que se quiere, no es algo exterior –como se puede querer un cargo político, el reconocimiento o
riquezas-, sino que lo que se quiere es el libre despliegue de lo que se es. El verdadero poder nunca es algo
que se obtenga fuera, sino que crece dentro. Por tanto, esta voluntad de poder nada tiene que ver con la
ambición de posesiones o de comprar con dinero la fuerza que a uno le falta. La voluntad de poder no
desea aquello de que carece, sino que nace de la sobreabundancia.
La actividad fundamental de la voluntad de poder es la creación de nuevos valores que nos lleven a ampliar
nuestra vida, a crecer, a ser más.
Como se deduce de lo dicho acerca de la voluntad de poder en sentido activo o afirmativo, es un error
pretender ver en el concepto de voluntad de poder nada que ensalce la dominación, la opresión o la toma
del poder político. La leyenda de un Nietzsche protonazi es debida a la interesada manipulación de los
textos del filósofo a manos de su hermana Elisabeth, tras la muerte de aquél. Elisabeth estaba casada con
un antisemita simpatizante del ideal nacionalista alemán y de ahí nació su interés en presentar a su
hermano como precursor del nazismo.
6.2.3 La alternativa a la dialéctica
Nietzsche afirma: “¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también vosotros mismos
sois esa voluntad de poder, y nada más!”. Es decir, vistas desde dentro, todas las cosas -incluido el ser
humano- no son más que manifestación de un fondo primordial que pugna por existir y por existir siendo
más. El ser, la realidad, la vida, no son más que deseo de acrecentarse más, de superar todas las dificultades,
de perpetuarse en el tiempo; o lo que es lo mismo, son voluntad de poder.
Nietzsche considera a la vida como una fuerza pre-moral –o también a-moral; es decir, ajena a toda
idea de lo bueno y lo malo-, que subsiste utilizando y eliminando a los individuos, que son puros medios
para su realización.
Esta nueva ontología, que entiende que el ser, la realidad es devenir porque siempre se está
haciendo, porque siempre está por hacerse, se enfrenta a la ontología estática, que veía una apariencia en
el devenir, en el cambio. La realidad es un incesante fluir de múltiples formas. Esta multiplicidad sólo se
convierte en apariencia, cuando lo que se nos muestra en una perspectiva -la perspectiva racional,
conceptual- se fija o impone, a través de la costumbre, como lo único verdadero, con el consiguiente
menosprecio de todas las demás perspectivas, que, a juicio de Nietzsche, serían igualmente reales.
Si las categorías, los conceptos no nos sirven para acercarnos a la realidad múltiple y cambiante,
¿qué otro medio tenemos para hablar del ser? Contra la petrificación que el devenir sufre al quedar fijado
en una categoría, Nietzsche exalta el poder de la imaginación metafórica que posee el hombre. La
metáfora es considerada como una verdadera perspectiva de la realidad alejada del dogmatismo platónico,
porque se mantiene abierta al mundo, al ser la expresión de una vivencia original, única e individualizada.
Toda palabra se convierte en concepto justamente cuando deja de servir para expresar dicha experiencia
y se utiliza para representar una multiplicidad de realidades individuales, que, rigurosamente hablando,
nunca son idénticas. Por tanto, los conceptos, las categorías, es decir, lo que se ha considerado la verdad,
no son más que un conjunto de generalizaciones, de ilusiones, que el uso y la costumbre han ido
imponiendo y cuya naturaleza metafórica hemos olvidado. Así pues, los conceptos son ficciones
convencionales con capacidad de designación, mas nunca de aclaración.
Con esta concepción de la realidad, Nietzsche da un salto más allá del dualismo Apolo-Dionisos. Lo
apolíneo es parte de lo dionisiaco, que, para subsistir, se manifiesta a través de aquél. La voluntad de poder
necesita de los individuos para manifestarse y les hace creer en su individualidad.
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6.3 La segunda transvaloración moral
y el superhombre
La muerte de Dios provoca la desvalorización de todos los valores cristianos. Pero el hombre no
puede vivir sin valores. Por tanto, la nueva transvaloración, tras la inversión moral de los cristianos, se
propone superar la moral occidental, mediante una nueva tabla en la que estén situados los valores que
supongan un sí radical a la vida. Se trata, pues, de volver a una moral de señores, de espíritus libres.
Según Nietzsche, pese a que la cultura europea se ha vuelto atea, ha dejado intactos los valores
del cristianismo. Valores como la compasión, el respeto al deber, el igualitarismo, la humildad, valores
todos emanados del Crucificado, no sólo siguen vigentes, sino que han sido reforzados mediante
argumentos pretendidamente racionales. Nietzsche cree que ya es hora de que saquemos las
consecuencias que se siguen de esa muerte de Dios en forma de transvaloración de los valores. Los fuertes
deben aprovechar el vacío dejado por Dios para ocupar su lugar, triturar los valores cristianos y crear otros
nuevos.
¿Qué valores son ésos? Aquellos que surjan de poner cabeza abajo la ética cristiana. La moral
cristiana es un invento de sacerdotes alejados de las mujeres y de toda alegría corporal, que pergeñan una
moral espiritual adecuada para su vida de impotentes. A esto es a lo que Nietzsche llama resentimiento,
porque el sacerdote cristiano no se conforma con renunciar él a los goces de la vida, sino que acusa de
inmoralidad a quienes se atreven a vivir los placeres que ellos no saben disfrutar. Es una moral de débiles,
que quieren envenenar la vida feliz que llevan los fuertes a base de reproches en forma de leyes éticas
generales sancionadas por un Dios que les garantiza que enviará al infierno a todos cuantos se atrevan a
vivir una vida elevada.
Nietzsche propone asumir la muerte de Dios y volver a poner en pie la moral de los señores,
dándole la vuelta a los valores cristianos: orgullo, frente a humildad; pasión (querer), frente a deber; amor
propio, frente a compasión; diferencialismo, frente a igualitarismo; sentido de la tierra, frente a
espiritualismo. El sentido de la tierra es la pasión de los fuertes, su amor por la carne, por lo efímero y
transitorio de este mundo, su afirmación de todos los momentos que tiene la vida, incluidos los más
dolorosos, una afirmación hasta la exasperación; una afirmación que nos lleva al eterno retorno.
¿En qué consiste el eterno retorno? Según Nietzsche, el mundo es un conjunto de fuerzas finitas
que se combinan de modos diversos a lo largo de un tiempo infinito. El número de combinaciones es
enorme, incalculable, pero ciertamente finito. Así, resulta que el eterno retorno es la repetición de los
mismos acontecimientos en los mismos individuos. Frente a la concepción pesimista que se deja arrastrar
por el fluir de una vida que se repite hasta la eternidad, el pensamiento de Nietzsche implica hacer de cada
uno de los instantes de nuestra vida el mejor de los instantes, puesto que los vamos a vivir eternamente.
Por lo tanto, hemos de tener sumo cuidado con nuestras decisiones, porque lo que hagamos es
infinitamente denso y lo volveremos a vivir una y otra vez. No se trata de decir: “sólo se vive una vez, así
que hay que gozar”; ahora el asunto es más grave: “cada instante he de repetirlo infinitas veces, así que he
de convertirlo en algo digno de ser eterno”.
La nueva moral, basada en un deseo apasionado de vivir sin imposiciones ajenas a la vida misma,
exige la superación del hombre por el superhombre. Por tal entiende Nietzsche aquel que ha superado el
anhelo de Dios y el miedo a la nada. Más que un catálogo de virtudes concretas, Nietzsche hace referencia
en sus escritos a las disposiciones que caracterizarían a ese superhombre:
1.
La dureza interior. La grandeza del hombre se mide por la capacidad que éste tenga para
soportar el dolor y la soledad. Sólo quien no teme al dolor ni a la soledad puede convertirse
en un espíritu libre.
2.
No someterse a ninguna autoridad humana. El punto de partida de la moral no es el tú debes
kantiano, sino el yo quiero.
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Estar fuera del círculo del temor y de la dialéctica bien-mal. Se trata de recuperar la
inocencia y tener en cuenta que, fuera del juicio humano, la vida no actúa ni bien ni mal,
sino que simplemente se deja llevar por su propio poder. Para Nietzsche, como ya hemos
apuntado más arriba, el odio y resentimiento contra la vida que implican las construcciones
racionales y la moral tiene un claro motivo: el miedo a asumir la propia condición de seres
finitos y caducos. Por eso, este estadio superior implica aceptar la vida como venga, lo que
Nietzsche denomina amor fati. El único que es capaz de jugar con el mundo, fuera de todo
temor y de las clasificaciones morales es el niño, y por eso, tras el camello (nihilista negativo)
y el león (nihilista activo), representa el último estadio de la transformación del hombre en
superhombre en Así habló Zaratustra.
El superhombre reúne las características propias del espíritu libre: como el camello, es capaz de
vivir en el dolor y en la soledad; como el león se enfrenta a todo deber exterior a él; y, como el niño, se
atreve a decir sí al libre juego de la vida, que lo ha de aniquilar. El niño representa al hombre que sabe de la
inocencia del devenir, que inventa valores, que toma la vida como juego, como afirmación, es el sí radical al
mundo dionisiaco. Es la metáfora del hombre del futuro, del superhombre.
El ideal del superhombre pretende abarcar la meta más profunda que se ha pedido a un hombre:
no ser más que hombre, permaneciendo fiel al sentido de la tierra, que es la pasión de los fuertes. Sólo
quien demuestre no temer, quien no anhele ninguna forma disfrazada de trascendencia, será
verdaderamente libre, dueño de sí mismo, y por tanto, habrá dado el salto definitivo más allá del hombre.
Es un ser sin miedo, que se atreve a reír frente a todo lo tremendo en sentido físico: el dolor y la muerte, y
en sentido espiritual: la desesperanza y el nihilismo.
Por tanto, el superhombre no se puede identificar con una clase social con privilegios -la
aristocracia, por ejemplo- que le puedan venir por la tradición o que descansen en su poder social, ni con
un grupo definido biológicamente -una raza, por ejemplo.
3.
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