Download El credo, la exposición dogmático moral del símbolo de los apóstoles

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Transcript
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José María Vilaseca
EL CREDO, O SEA, LA EXPOSICIÓN DOGMÁTICO MORAL
DEL SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES
Segunda edición corregida y aumentada por el autor.
México
Imprenta Religiosa
C. M. TRIGUEROS Y HERMANOS
Esquina de la Concepción
1887
México, Abril 30 de 1866.
Concedo la licencia para imprimir y publicar el libro que se nos ha presentado, compuesto por el presbítero Don José María Vilaseca, sobre el Credo; y concedemos 80 días de indulgencias a los fieles que leyeren u oyeren leer cualquiera de sus párrafos, y también a
los que procuraren propagar su lectura.
Lo decretó y firmó el Exmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo.
M. __ Él Arzobispo.
Lic. Joaquín Primo de Rivera,
Secretario.
3
Prólogo
Una de las cosas, lector carísimo, que más han lastimado mi corazón, durante el curso de
las Santas Misiones, es ver la crasa ignorancia de no pocos cristianos, que no saben aun las
verdades mas principales de nuestra santa religión, lo cual ha hecho que tratase de
explicártelas un poco, por medio de la declaración del Credo: y como nos hallamos ya
como entre protestantes, he creído que debía presentártelas de modo, que en caso necesario,
puedas responder categóricamente sobre tu religión. Por las mismas causas te incluyo en
ella lo que es la Iglesia Católica y qué el protestantismo: los fundamentos de los católicos y
fundamentos de los protestantes; los jefes del catolicismo y jefes del protestantismo; la
teología dogmática, moral, ascética y mística de la Iglesia y la teología de las demás sectas,
todo lo cual te hará ver estricta y eficazmente, que si el catolicismo es la fuente de toda
santidad, de toda libertad, de toda heroicidad y de toda felicidad; así el protestantismo lo es
de toda impiedad y esclavitud, de toda debilidad y mala fe, y de cuantos males imaginarse
puedan. También te advierto, que dividiré la explicación de lo que todo cristiano debe
saber, en dos partes: la primera contendrá lo que pertenece a las tres Personas del augusto
misterio de la santísima Trinidad; y la segunda lo que tiene relación con la Santa Iglesia.
Además, por consejo de muchas personas, destinamos ahora esta explicación del Credo
para que sea como tercer libro de lectura de las escuelas y colegios de las Hijas de María
del Señor san José, con lo cual recibirán sus educandas todos los conocimientos necesarios
a un católico; concluyendo además esta segunda edición con el importante Catecismo sobre
la Sagrada Familia.
Adiós, lector carísimo; procura sacar de su lectura el mismo provecho que te deseé en el
Padre nuestro, Ave María y Salve mientras que yo de mi parte consagro también mi corto
trabajo a la mayor honra y gloria de Dios, de la inmaculada y siempre Virgen María y de su
virginal esposo el señor san José.
Él autor.
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PARTE PRIMERA
Capítulo 1.
Creo en Dios
1. Idea de todo el Credo
Es el Credo, lector carísimo, la más importante oración de las que la Iglesia, nuestra Madre,
ha puesto en boca de los fieles y, bajo ciertos puntos de vista, es aún más necesaria que la
Salve, el Ave María y el Padre nuestro, porque si es cierto que en éstas se encuentra todo lo
que hemos de pedir a Dios y el modo de pedirlo, también lo es que aquella contiene todos
los principales dogmas del cristianismo. Él Credo fue compuesto por los apóstoles cuando
determinaron separarse para que todo el mundo se hiciese cristiano, y obraron de esta
manera a fin de enseñar todos una misma doctrina por todo el mundo. Aunque se conocen
muchos Credos, pero en rigor no hay más Credo que el que compusieron los apóstoles, pues
los demás no son otra cosa que declaraciones suyas. ¡Ah! lector carísimo, no puedes tú
figurarte hasta qué punto te es necesario el que reces el Credo, porque con el das un
testimonio de tu fe, ya que crees en Dios, es decir, un espíritu purísimo, perfectísimo,
inmenso, eterno, principio y fin de todas las cosas, que premia a los buenos con la gloria
eterna y castiga a los malos con las penas del infierno, y crees en Dios Padre, en Dios Hijo,
y en Dios Espíritu Santo. Crees en un Dios trino y en una Trinidad en unidad, y lo crees de
modo que no confundes las personas, ni separas las sustancias. Crees que una es la persona
del Padre, otra la persona del Hijo y otra la del Espíritu Santo y que estas tres divinas
Personas no son más que una sola naturaleza divina. Crees que el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo es Criador de todas las cosas. Crees que el Hijo, engendrado en la eternidad
por el Padre, se hizo hombre en el tiempo que había decretado, que nació de santa María
Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado;
descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y
está sentado a la diestra de Dios Padre, y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos. Crees en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre y el Hijo,
debe ser adorado y glorificado. ¿Qué te parece, lector carísimo? Sin duda alguna
concederás, porque de hecho es así, que en esta parte del Credo hay un conjunto de ideas
tan sublimes y excelentes y tan celestiales y divinas que superan a todos los conocimientos
de todos los sabios filósofos de todos los siglos. ¡Oh, qué excelente es esta parte del Credo!
Es lo más divino, es el conjunto más exacto de los conocimiento que tenemos de Dios. Pues
esto es lo que pienso explicarte un poco, suplicándote entretanto que reces muchas veces el
Credo, que lo reces diariamente y con el fervor que él merece.
2. Primera prueba de la existencia de Dios
A no vivir en unos días de tanta aflicción y en los que la impiedad se desata furiosa contra
todo lo sagrado, ciertamente que no comenzaría la explicación del Credo, probándote la
existencia de Dios: mas lo que en otros tiempos habría sido inútil, y aun una necedad, hoy
en nuestros días es uno de los deberes apremiantes del sacerdote católico, porque no faltan
personas que, según el apóstol, la existencia de Dios, es la de su vientre, y no la del Dios de
los cristianos. No quiero decir que ellos no crean que no hay Dios, si lo creen y aun lo
sienten en su corazón; mas como desgraciadamente su vida no es conforme con la santidad
de Dios, por esto los infieles en su arrebato y frenesí dicen que no hay Dios. Como primera
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prueba de la existencia de Dios, te haré notar que de tal suerte existen, que tú lo conoces; y
lo conoces de modo no lo confundes con ninguna otra cosa. Y que a la manera que tú
hablas de Europa, Asia, África, América y Oceanía, porque estas cinco partes del mundo
existen, así también hablas tú de Dios porque Dios existe. Y así como una mujer conoce las
costuras que hizo y las que hace, conoce la ropa que hace, la manera con que lo ejecuta, y el
tiempo que emplea; y conoce el dedal, la aguja, el hilo, las tijeras y demás instrumentos que
le sirven para sus labores, y lo conoce de modo que no confunde ni una sola de estas cosas;
así con una perfección semejante conocemos a Dios, porque no lo confundimos con ningún
otro ser; y lo mas admirable es que un niño, instruido con solo la lectura del Catecismo, ya
lo conoce con la misma perfección. ¡Tan cierta es la existencia de Dios! ¡Tan
hermosamente resplandece en nuestro entendimiento! ¡Y tan cierto es que la idea de Dios
brota la conclusión de su existencia!
3. Segunda prueba
La segunda prueba de que Dios existe, la saco del sentimiento mismo que tenemos todos
los hombres; pues todos afirmamos prácticamente que existe Dios, porque así lo sentimos
en nuestro corazón. Además quiero advertirte, que de este sentimiento absoluto y universal
de todos los hombre, se concluye de tal suerte la existencia de Dios, que suponiendo lo
contrario, supondríamos que todos los hombres se han equivocado en el entendimiento
universal, lo cual es un absurdo; y en este caso sería imposible al hombre y a la sociedad, el
poder concebir la idea de Dios: mas como todos hablamos de Dios, por esto se concluye sus
existencia, y existencia que sentimos en nosotros mismos. ¿Por qué, si no, después de haber
resistido una tentación grave o de haber practico una obra buena, sentimos un exquisito
placer? No hay otro porque la existencia de Dios que, grabada en nuestro corazón con
características indelebles, nos dice, que hemos obrado contra las leyes de la infinita bondad.
¿Por qué el justo vive de su fe y en medio de las grandes pérdidas, de las mayores
calamidades y de los tormentos más atroces, solamente dice, el Señor me lo ha dado, el
Señor me lo ha quitado, sea para siempre bendito y alabado su santo Nombre? Porque vé en
Dios a su tierno Padre que lo ha de premiar. ¿Por qué que luego obramos el mal sentimos el
remordimiento de la conciencia? Porque sabemos que este Dios que existe es justo y que
con nuestro pecado quebrantamos su santa ley. ¿Por qué en la hora de la muerte el rebelde
llamamiento de Dios, puede morir, si no se enmienda, en los furiosos brazos de la
desesperación? Porque siente en sí mismo que va a caer en manos del Dios vivo, y sabe por
el testimonio del Apóstol que esto es lo más terrible; porque cuanto ha hecho uno de malo,
y cuantos bienes ha hecho malamente, todo lo tiene en su conciencia con una distinción
admirable; y siente en sí mismo que ahora todo va a salir de las tinieblas para colocarse
delante de los ojos de aquel Señor que ilumina a la misma oscuridad: ¡tan cierto es que el
sentimiento que tenemos de la bondad y justicia de Dios, prueba su existencia! Lector
carísimo, no seas malo, y luego afirmarás que Dios existe: sé bueno, y bien pronto tendrás
tus delicias, no solo en la existencia de Dios, sino en Dios mismo: al paso que si llegas a ser
malo, dentro de poco tiempo por tu perverso corazón desearás que Dios no exista: ¡fatal
deseo, porque de el ha brotado el origen de todos los sofismas contra la existencia de Dios!
4. Tercera prueba
La tercera prueba destinada a demostrar la existencia de Dios, es, lector carísimo, nuestra
propia existencia. Claro está que existimos, pero, ¿Cuándo empezamos a existir? David en
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sus salmos nos saca de todas las dudas, diciendo así: Sabedlo, oh hombres, que el Señor
que es Dios, es el que nos hizo; y no nosotros a nosotros mismos; como si hubiera dicho:
Dios es el que hace a los hombres; pero los hombres no se hacen a sí mismos: existimos
hace muchos años, y ¿Quién nos ha conservado? No seres que nos rodean, porque siento en
ellos independencia de nosotros, y de inferior condición, no pueden producir el efecto de
conservar nuestra vida; y por lo tanto ni la tierra, ni el agua, ni el aire, ni el fuego nos
conserva, sino que Dios es nuestro conservador.
Las criaturas que nos rodean y de las cuales usamos, son los instrumentos de que Dios se
sirve para conservarnos la vida; y todas estas criaturas solo obran movidas de la causa
primera que es Dios. No admitir esta causa primera, sería admitir el absurdo de que unas
criaturas miserables y materiales, podían conservar la vida a una criatura sensible y
racional, y que dichas criaturas podían dar una vida de la cual ellas mismas carecían.
nuestra propia existencia, no solo prueba la existencia de una causa primera que hemos
llamado Dios, sino que nos prueba además los principales atributos que esencialmente lo
caracterizan. Y así, cada uno de nosotros puede decir: Dios existe por sí mismo, supuesto
que me ha dado la existencia a mí; es el Eterno, ya que me ha dado una alma que jamás
tendrá fin; es Inmenso, porque me ha enriquecido con un corazón cuyos deseos se
extienden hasta la inmensidad; es omnipotente, porque yo obro sobre sí mismo con un
poder que todo lo puede en la esfera que le es propio; es Misericordioso en grado infinito,
ya que el hombre bien educado, siento en sí mismo como un deber suyo el compadecerse de
los pobres semejantes; y en suma, al modo que mi existencia es una obra maestra en
perfección, así Dios posee todas las perfecciones infinitas. Yo existo; yo tengo un
sentimiento innato de Dios; yo tengo idea de Dios; yo no confundo la existencia de Dios
con ninguna otra cosa; luego Dios existe. Mas ¿Cuántos cristianos viven como si Dios no
existiese? Ellos dicen que creen en Dios, ¿Cómo no viven según su creencia? ¿Cómo no
cumplen los preceptos de Dios? ¿Cómo no hacen las obras que Dios quiere? ¿Cómo no
aman a una Iglesia que Dios escogió para que fuera su dignísima esposa? ¡Ah,
desgraciados! Teman, teman así; porque los demonios también creen en Dios, y su creencia
sólo sirve para hacerlos infinitamente infelices.
5. Quinta prueba
Aunque el argumento de la propia existencia, es sin duda alguna, uno de los más fuertes,
con todo, en gracia de las personas que no reflexionan bastante sobre sí mismos,
presentaremos el argumento fundado en todas las cosas que existen fuera de uno mismo, y
procuraremos hacerlo de tal modo, que aún los más estúpidos puedan apreciarlo
debidamente. En efecto: el hombre ve que existe fuera de sí todo el universo mundo, los
cielos y la tierra; las estrellas y los planetas; las plantas y los animales: conjunto de seres
que les anuncian la existencia de Dios. Porque si yo, que soy superior a todas las criaturas,
no he podido hacerme a mí mismo, mucho menos ellas que están privadas de la
inteligencia. Considera, lector carísimo, este hermoso cielo adornado con tantos millones de
estrellas, que durante la noche nos bañan a porfía con torrentes de luz; estos inmensos
espacios, que forman su más bella habitación; este andar certero y majestuoso de tantos
astros; considéralo muy bien, porque todo esto te obligará a afirmar, que una inteligencia
nada menos que infinita lo ha dirigido, y que un poder omnipotente lo ha obrado, y que una
voluntad tan poderoso así lo quiso. Considera, este globo que llamamos tierra, y al ver tanta
hermosura como lo distingue, tanta inteligencia, que revela la variedad infinita de sus
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producciones; la idea de la inmensidad que nos patentiza el gran océano, los mil y mil
manantiales que todo lo fecundizan; el grano de trigo que muriendo da vida; la providencia
con que todos los animales subsisten y conservan su especie, y la perpetuidad con que cada
planta y cada mineral son siempre los mismos; considera bien todo esto y aun su más
insignificante parte, y verás que todo te asegura la existencia de Dios: y de aquel Dios que
es omnipotente de que nos habla Moisés, el que existe por sí mismo y da ser a todas las
cosas y las conserva, y el que es infinitamente sabio, y poderoso en su fuerza; Dios que
hace salir de la nada todas las cosas, que fabrica en un instante todas las maravillas, que
suspende en su dedo la redondez de la tierra, y que en la palma de su mano abarca todas las
aguas del Océano. ¡Oh Dios mío, eres el Dios de los prodigios! ¡Ojalá que yo te amara con
todo el corazón, con todas mis fuerzas, con toda mi alma, con toda mi mente y con toda mi
voluntad! Amemos a Dios con el amor que supone la observancia de los mandamientos, y
con actos los más repetidos. Este argumento es además admitido por todos los sabios
verdaderos, y por todos los hombres de juicio: porque todos convienen y afirman, que por
la contemplación de las criaturas, de hecho se vienen al conocimiento del Creador. Ellos
saben que no hay efecto sin causa, y al ver y contemplar todo el mérito del universo mundo,
concluyen que la causa que lo produjo, es la que nosotros llamamos Dios. Este argumento
es por otra parte tan asequible, que tú mismo pueden apreciarlo según todo su valor; porque
por esto basta la misma razón natural. Si no, dime, lector carísimo, si a vista de un gran
palacio magníficamente adornado, en el que compitiesen la riqueza con la hermosura, y la
comodidad con el orden, ¿Qué dirías si alguno afirmara que se hizo por sí mismo y por
mera casualidad, o bien que es eterno? ¿No tendrías por loco rematado al que tal dijera?
Ciertamente que sí: pues hagamos la aplicación, y declararás por más que insensato, a aquel
que dijese que no hay Dios. Él mundo es este inmenso palacio, que el sol ilumina de día y
la luna preside la noche: el cielo está poblado de estrellas; la tierra de hombres, animales y
plantas; el mar y los ríos de innumerables especies de peces; y todo esto se encuentra regido
por la primavera y el verano, por el otoño y el invierno: ¿Y este mundo de tanta riqueza y
hermosura nadie lo habrá criado? ¡Que! ¿Nadie ha criado lo multiplicidad de las estrellas
que ocupan inmensos espacios? ¿Nadie ha criado la multitud de animales que existen,
desde el elefante hasta el último gusano, desde el águila hasta la menor de las aves, y desde
la ballena hasta el mínimo entre los peces? ¿Nadie ha criado tanta multitud de árboles, de
plantas, de flores, de frutos y de yerbas? ¡Ah! sin duda alguna, es preciso señalar una causa
que ha producido todos estos efectos, y esta causa es Dios: Dios es el que nos hizo a
nosotros y a cuanto existe: y nada se hizo sino por Dios.
6. Quinta prueba
La última prueba destinada, lector carísimo, a demostrarte la existencia de Dios, es el
testimonio de la Santa Escritura, la cual en mil y mil pasajes nos prueba de hecho que Dios
existe; ya que los hombres tienen comunicación con Él, y Él la tiene con los hombres. Mas
nosotros no tomaremos aquí las santas Escrituras, como libros inspirados, sino solamente
como historia, la cual aún así considerada, no solo es el libro más antiguo, sino que también
es el más verídico que se conoce. En el primero de sus libros, llamado Génesis dice así: Él
Señor Dios habló a Adán y le dijo: ¿En dónde estás? Él cual dijo: oí tu voz en el paraíso, y
temí, porque me hallaba desnudo, y por eso me escondí. En este hecho innegable, vemos
que Dios habla, y que un hombre habla con Dios: ¿Puede darse prueba más clara de su
existencia? Después del diluvio universal, cuando Dios quiso escoger a un pueblo, vemos
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que llamó a Abraham, a Isaac y a Jacob y conversó muchas veces con ellos y concluyó con
querer ser apellidado Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Cuando el Señor Dios
omnipotente quiso sacar de la esclavitud de Egipto a su pueblo escogido, Dios mismo se
apareció a Moisés en medio de una zarza que ardía y no se quemaba; entró en
comunicaciones muy íntimas con él, le dio a conocer su soberana voluntad sobre el destino
de los descendientes de Abraham, le dio las tablas de la ley escritas por su mismo dedo, y
continúo hablándole en todo el curso de su larga vida. Luego Dios existe, y existe de modo
que habla, nos manifiesta su voluntad y hace que todos obren según su querer. En los días
de Ozías, Joatán, Achaz y Ezequías, reyes de Judá, apareció en Israel un hombre
extraordinario apellidado Isaías, y esto nos dice así: He visto al Señor Dios que estaba
sentado sobre un trono excelso y elevado. . . los serafines estaban en pie cerca de Él, y unos
a otros se decían: santo, santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos. Lleno de
admiración exclamó: Vos Señor sois mi Padre; que es como si hubiera dicho: sois mi Padre
por creación, y lo sois por conservación: sois mi Padre porque me habéis dado todo lo de la
tierra, y lo sois porque espero en vuestra misericordia que me daréis el cielo. Cuando
Jesucristo había escogido ya a los apóstoles, les preguntó en cierta ocasión: ¿Qué es lo que
decían de él? y san Pedro respondió: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. En otra ocasión
recibió el premio de esta confesión divina, porque mereció oír una voz celestial en el
momento solemne de Jesucristo, cuando su Eterno Padre le declaró como Dios al decir. Tú
eres mi Hijo amado en quien he puesto todas mis complacencias: oídlo. Ahora te pregunto,
lector carísimo: ¿Cuál es la conclusión de esta serie de testimonios? Todos han visto a Dios
y hablado con Dios, y lo afirman tantos que vivieron en tiempos tan diversos, ¿y de esto no
concluiremos la existencia de Dios? ¡Ah!, sin duda alguna, porque este conjunto de
argumentos forman la demostración más exacta de la existencia de Dios.
7. Frutos de esta verdad demostrada
Establecida ya por la razón la existencia de Dios, comenzaremos a hacernos cargo de estas
palabras: Creo en Dios. Estas expresiones, lector carísimo, significan, que hemos de creer
lo que no vemos; porque hemos de creerlo por el testimonio del Dios que lo dice. Y así
como cuando creemos movidos por un respeto humano, nuestra fe es humana; así cuando
creemos instados por una causa divina, el acto de fe que hacemos es divina: por tanto, para
creer una cosa es preciso no verla; y así no podemos creer que estamos de día, de noche, a
tal hora, en tal año; porque estas cosas se ven y se palpan, y el objeto de la fe, es lo que no
puede percibirse por el órgano de los sentidos. Para creer en Dios, es preciso creer, no
porque la razón así lo dice, sino porque es una verdad que Dios mismo ha revelado, y la
Iglesia nos propone como cosa de fe: tal debe ser esta virtud en un cristiano, y de ella
misma ha de brotar su conducta santa y edificante. Así como hay algunas almas muy
perfectas, cuyas acciones están publicando sin cesar la gloria de Dios, así las hay muy
defectuosas, y muestran en la práctica que son enemigos de la cruz de Cristo, y éstas son las
que por sus crímenes quisieran que no hubiera Dios. Conviene por tanto vivir
cristianamente; llevar una vida tan santa que no se manche por ningún pecado, y vida tan
edificante que sea el buen ejemplo de los demás. Sobre todo, lector carísimo, te conviene
llevar una vida casta; porque de los deshonestos que se revuelcan a manera de puercos en el
fango de la lujuria, es de quienes dice san Pablo: que su Dios es su vientre, y los que dicen
en su corazón, no hay Dios: tan cierto es esto, que jamás una alma casta ha dudado de la
existencia de Dios. Vivía en cierto lugar una joven cuya alma era tan pura que la
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comparaban a una hermosa y blanca paloma; sus ayunos eran repetidos en cada semana, sus
cilicios casi diarios, sus vigilias harto frecuentes y sus oraciones continuas. Mas habiéndose
expuesto voluntariamente a una ocasión, la infeliz consintió, y el diablo, que le había
ocultado antes toda la fealdad de la culpa, se la patentizó como ella es realidad, y la
desgraciada. ¡Qué!, ¿acaso volvió a Dios? Nada de esto, sino que como otro Caín negó su
misericordia, negó todos sus atributos, negó la misma existencia de Dios, y se fue a un
lugar desconocido para vivir del pecado, hasta que después de muchos años con motivo de
una sana misión, se convirtió. Por tanto, vive bien, lector carísimo, y creerás en Dios; en un
Dios que tiene todas las perfecciones, que está en todas partes; que todo lo sabe, lo ve y lo
oye; y en un Dios infinitamente santo, poderoso y amable; vive bien, conserva la inocencia,
sé casto, muy casto; frecuenta los sacramentos, sé devoto de María santísima, y te aseguro
que ni siquiera tendrás dudas sobre la existencia de Di: tan cierto es, que solo los de
costumbres no buenas dudan de ella.
10
Capítulo 2.
Padre
8. Explicación de la palabra Padre
En nuestro primer capítulo explicamos sencillamente la sentencia Creo en Dios: sentencia
importante porque es como el fundamento de todo lo demás, porque así como una casa sin
cimientos al instante desaparece, así todas las verdades de Credo dejarán de ser, si faltara el
Creo en Dios. Por esto presentamos las razones que nos parecieron más a propósito en sí
mismas y más acomodadas a nuestra capacidad, deduciendo exactamente la existencia de
Dios, de nuestra propia existencia: de la existencia de las criaturas, del conocimiento que
tenemos en Dios, del sentimiento por medio de cual afirmamos todos que Dios existe: y
finalmente de que todos los hombres hablamos de Dios. Establecida ya la existencia de
Dios como uno en su Esencia, trataremos poco a poco de cada una de las personas. . . Por
tanto, según el Credo, este Dios, cuya existencia hemos demostrado, y que es el ser
únicamente necesario, considerado como la primera persona divina, tiene el carácter
distintivo de la Providencia: como si dijéramos que este Dios es Padre. Las Santas
Escrituras nos señalan que además de la primera persona del Padre, hay la segunda persona
denominada Hijo; y con razón, porque así como el Hijo no se concibe sin el Padre, así el
Padre, concebirse no se puede sin el Hijo. La fe no sólo nos enseña que en Dios hay Padre e
Hijo; sí que también que hay la tercera persona que se llama Espíritu Santo; porque a
manera que entre padres e hijos hay un amor natural pero que de el no resulta otra persona
humana, así entre Dios Padre y Dios Hijo hay un amor eterno en fuerza del cual sí resulta
otra persona divina que procede del Padre y del Hijo, y conocemos con el nombre de
Espíritu Santo. De donde resulta que no pudiendo haber más que un solo Dios, hay en Él
mismo, tres personas eternamente distintas, a saber; Padre, Hijo y Espíritu Santo: y tres
personas distintas en un solo Dios verdadero, es la santísima Trinidad.
9. Prueba de la existencia de la Trinidad
Así como es cierto que la solo razón natural es suficiente para probar la existencia de Dios
uno en esencia, así también es cierto que no bastan sus luces, para probar que es trino en
personas: por esto voy a tomar en mis manos los libros santos que son lo únicos que nos
hablan de Dios con el debido acierto; y voy a comenzar con las autoridades del antiguo
Testamento, para que aprecies el modo sapientísimo con que el creador comunicó a su
criatura los admirables misterios de la augusta Trinidad; o lo que es lo mismo, de un solo
Dios verdadero que es al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu Santo. 1º La primera prueba
la sacaremos de la creación, porque en el mismo instante en el cual comenzó a ser el
universo mundo, comenzó a manifestársenos Dios con uno en Esencia, y con la pluralidad
de personas. Uno es el que dice: hágase la luz, y la luz fue hecha: hágase el firmamento, y
el firmamento fue colocado en medio de la aguas: háganse las estrellas y todos los astros, y
en aquel mismo instante comenzaron a alumbrar: produzca la tierra animales de toda
especie, y luego fueron todos los que tienen la vida. Mas cuando se trató de formar al
hombre: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Hagamos, dijo, para manifestar
la excelencia de la obra que iba a hace; hagamos, dijo, por distinguirla completamente de
todas las demás obras suyas; hagamos, para que aprendiéramos que era el rey de la
creación; y hagamos, en fin, porque no solo era una obra buena y muy buena, sino que
siendo un poco inferior a los ángeles, esta en sus manos aun el superarlos. Pero
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principalmente dejo, hagamos, para enseñarnos desde el principio la verdad primera que
consiste en creer la pluralidad de personas en un solo Dios verdadero: verdad que es la más
inaccesible, la que más abate el orgullo humano, y la que más engrandece a su autor. Por
tanto vemos en fuerza de esta prueba que en un solo Dios hay muchas personas. 2º Así
como al paso que crece el día, crece también la luz que nos alumbra, así también al paso
que el mundo crece en años, Dios se comunicaba al hombre con nuevas luces. En efecto:
fue Abraham el primero de los Patriarcas, el padre de los creyentes, el héroe de la fe, y el
corazón más semejante a Dios. Quiere el Señor premiar sus heroicas virtudes, y lo hace, no
solo haciéndole padre de muchos hijos, y llenándole de riquezas, y proporcionándole
muchos placeres sino dándole a conocer el misterio de la unidad de Dios en una inefable
Trinidad. Si nuestra esencia humana no fuera limitada, y fuera posible que tres personas
humanas fuesen un mismo y solo hombre, esto nos daría una idea clara del misterio de la
Trinidad. Por esto parece que percibió Abraham, cuando en una aparición en que vio a tres
personas, no reconoció en ellas, sino a un solo Dios. ¿Podía mostrarse mejor la unidad en
Trinidad, y la Trinidad de personas en unidad de Esencia? Entre los grandes profetas es sin
duda el mayor profeta Isaías; y le fue comunicado también una de las ideas de la Trinidad
de las más bellas y exactas, por medio de una revelación tan sublime como misteriosa. He
visto, dice, al Señor; lo he visto sentado sobre un trono excelso y elevado; y lo he visto, que
según los serafines que formaban su Corte es el santo, santo, santo. Él Señor solo indica la
Esencia divina; y la Trinidad de personas, está personificada en llamar a Dios tres veces
santo: como si dijéramos santo es el Padre, santo es el Hijo, santo es el Espíritu Santo. ¡Oh
santísima Trinidad! ¡Oh tres veces santo!, ¡oh!, hacedme, sí, la gracia, de que me haga
santo en la memoria, santo en el entendimiento y santo en la voluntad. 3º La tercera prueba
destinada a demostrarte la existencia de la santísima Trinidad, la sacaremos del nuevo
Testamento, en el cual se encuentra con toda claridad y certeza, de un modo semejante a las
minas en bonanza, las cuales clara y ciertamente contienen el metal que de ellas se saca. san
Mateo al referirnos el bautismo de nuestro Señor Jesucristo por san Juan Bautista, nos dice:
Que después de bautizado descendió el Espíritu de Dios en figura de paloma; que se colocó
sobre la cabeza de Jesús, e inmediatamente oyóse también la voz del Padre, que
dirigiéndose a nuestro Señor decía de Él: Este es mi Hijo amado en quien he puesto mis
complacencias: brillantísimo hecho que nos describe al Padre hablando, al Hijo siendo el
objeto de las divinas complacencias, y al Espíritu Santo en figura de paloma: brillantísimo
hecho que nos descubre con toda perfección y con la mayor exactitud la Trinidad de
personas en una sola naturaleza divina. Él mismo Jesucristo que había venido expresamente
para enseñar a los hombres toda verdad, después de su resurrección gloriosa, les explicó
todo este misterio cuando les dijo: Bautizad a toda persona en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. En esta sentencia nos describe Jesucristo las tres personas
argumentándonos que se llamaba Padre, Hijo y Espíritu Santo: y la unidad de esencia, por
lo que se hace en el nombre del Padre y del Espíritu: lo que se hace en el nombre del Hijo,
se efectúa en el nombre del Padre y del Espíritu Santo: y lo que se hace en nombre de este
divino Espíritu se opera al mismo tiempo, en nombre del Padre y del Hijo. Después de esta
serie de testimonios, ¿Quién podrá poner en duda la existencia de la santísima Trinidad? Se
trata de testimonios los más antiguos, los más verídicos: y aun Dios mismo el que es por su
enseñanza el más bello testimonio. Él apóstol y evangelista san Juan que había bebido toda
su esencia en las fuentes del Salvador, nos asegura que tres son los que dan testimonio en el
cielo: Él Padre, el Verbo y el Espíritu Santo: y que estos tres son una misma cosa: con
cuyas palabras nos descubre con toda claridad la unidad de esencia y la trinidad de
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personas. ¡Oh, qué grande es Dios, y cuán infinito e incompresible! Es el único ser
necesario, es Dios, y Dios que adoramos uno en esencia y trino en personas.
10. Qué cosa es el misterio de la santísima Trinidad
Como tiembla lector carísimo una hoja agitada por el viento, así tiembla mi entendimiento
solo al pensar que voz a hablarte del misterio de la augusta Trinidad. Porque, ¿Cómo hablar
de aquel misterio que es por antonomasia el misterio de los misterios? No, no hay criatura
alguna que pueda hacerlo adecuadamente; ni hay entendimiento que así pueda concebirlo;
ni idea que sea capaz de expresarlo como él es. Él profeta Isaías teniendo que ejercer el
soberano oficio de ministro del Altísimo, conoció la inmundicia de sus labios y rogó a Dios
que se los purificara: e inmediatamente un serafín saliendo del trono del Eterno; tomó un
carbón encendido y habiéndose aplicado a su boca, quedó perfectamente limpia. Y con
cuanta más razón debiera yo decirlo lo propio, debiendo de hablar de la Trinidad santísima?
Sí, Dios mío: limpia mi corazón y mis labios, así como purificaste los de Isaías: y a la
manera que purificados los del profeta con fuego, así purifica los míos con la llama de tu
gracia divina, para que pueda anunciar dignamente lo que es el misterio de la Trinidad.
Oye, lector carísimo, lo que sobre él nos enseña la fe: Un solo Dios en Trinidad y una
Trinidad en unidad; un Dios que es uno en esencia y trino en personas. Una sola esencia
que no confunde las personas, y tres personas que no separan la sustancia. Una persona que
es la del Padre, otra que es la del Hijo y otra que es la del Espíritu Santo, y una divinidad,
una gloria igual y coeterna majestad en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que el
Padre, así como el Espíritu Santo es inmenso, infinito, eterno y Señor; y que no hay tres
señores, sino un solo Señor; ni tres eternos, sino un solo Eterno; ni tres infinitos, sino un
solo Infinito; ni tres inmensos, sino un solo Inmenso; pues aunque haya en Dios tres
personas distintas con todo no hay mas que una naturaleza divina. Esto nos dice la fe, esto
nos enseña la Iglesia y esto explican los doctores. Leemos en las obras de los santos Padres
que se sirvan de ciertas semejanzas, cuando hablan de la Trinidad, para que auxiliados con
ciertos símiles, concibiesen de algún modo algo de tan grandes misterio, de las cuales voy a
referirte algunas para tu propia utilidad. Así como un árbol que tiene tres ramas, no es mas
que un árbol porque no tiene mas que una raíz; así en el misterio de la santísima Trinidad,
aunque hayan tres personas distintas, no hay mas que un solo Dios, porque no hay mas que
una naturaleza divina. Tomemos de la manzana otro símil: en una manzana, siendo una sola
hay tres cosas perfectamente distintas, que son el color, el olor y el sabor: así en un solo
Dios verdadero tres personas realmente distintas, que son el Padre, el Hijo, y el Espíritu
Santo, y a la manera que el color no es el olor ni el sabor, ni el olor es el sabor o el color, ni
el sabor es el color, ni el olor; así en la Trinidad, el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo;
ni el Hijo es el Espíritu Santo o el Padre; ni el Espíritu Santo es el Padre o el Hijo; aunque
el mismo Dios es el Padre, que es el Hijo y que el Espíritu Santo. Vaya el símil del
triángulo, más preciso y expresivo si cabe. Un triángulo es una figura que se compone de
tres ángulos, y cada ángulo de por sí es una verdadera figura, y sin embargo, estas tres
figuras no forman mas que un triángulo. Así de manera semejante podemos decir de la
santísima Trinidad que es un solo Dios en tres personas; y a pesar que cada persona es
Dios, con todo, la fe nos enseña que no hay más que un solo Dios. Dentro de nosotros
mismos hallamos también una figura de la Trinidad, porque teniendo una sola alma, con
todo, ella está dotada de memoria, entendimiento y voluntad. san Atanasio, continuando la
declaración de la Trinidad nos dice: Que el Padre no es hecho, ni creado, ni engendrado:
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que el Hijo solo es engendrado desde toda la eternidad por el Padre, y no criado ni formado,
y que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y de ningún modo es criado, hecho o
engendrado. En consecuencia no hay tres Padres sino un solo Padre; ni tres Hijos sino un
solo Hijo; ni tres Espíritus Santos sino un solo Espíritu Santo. Estas tres personas parece
que se distinguen en tres tiempos; pero la Iglesia nos enseña en esta Trinidad no hay
primero ni postrero. Un claro ejemplo lo vemos en el sol: así como del solo se derivan los
rayos de luz y el esplendor, y no obstante de ser el sol el principio del rayo de luz, y ambos
del esplendor, tan antiguo es lo uno que lo otro; de modo que si el sol fuese eterno, eterno
serían el resplandor y los rayos de luz; así según nuestro modo de entender, del Padre
procede el Hijo y el Espíritu Santo, y no obstante de ser el Padre el que engendra a su Hijo,
y de proceder de ambos el Espíritu Santo, con todo, no hay en estas tres personas ni mayor
ni menor; sino que todas tres personas son igualmente eternas: y por encerrar todo el
misterio en un sola palabra afirmamos que hemos de adorar la unión en Trinidad, es decir,
la Trinidad de las personas en la unidad de una sola naturaleza divina. La primera de las
personas se llama Padre, porque él es el que engendró a su unigénito; la segunda es el Hijo,
porque es engendrado por el Padre, y la tercera el Espíritu Santo, porque procede desde
toda la eternidad en fuerza del amor del Padre y del Hijo. Él misterio de la santísima
Trinidad no es contra la razón, pero sí que la supera, y sería por lo tanto, cosa no menos
temeraria que inútil el quererlo comprender. Se lee de san Agustín, que cuando estaba
entregado en las más serias meditaciones sobre el misterio de la santísima Trinidad, se fue a
la playa del mar, y absorto completamente en aquella unidad de la Trinidad, vio un hermoso
niño, que muy afanado sacaba con una concha el agua del mar, y le metía en una especie de
pozo que había hecho. Agustín se acercó para preguntarle qué es lo que intentaba; y el niño
le respondió: que solo quería pasar el agua del mar a aquel pocito que había hecho. San
Agustín, sonriéndose le manifestó: que intentaba nada menos que un imposible. Entonces el
hermoso niño que era un ángel le, así le dijo: Mas fácil me es a mí meter en este pozo el
agua toda de los mares, que a ti penetrar más el misterio que te ocupa. Y dicho esto
desapareció. Lector carísimo, no seas por tanto, de aquellos que todo lo quieren palpar: no
digas que solo has de creer lo que ves, lo que tocas, o lo que parece; porque decir esto, sería
acreditarte de necio, y aun merecerías que te sonrojasen. Cree, sí, este misterio, con una fe
vivísima; cree cuanto acabo de decirte; porque es la fe de toda la Iglesia, y créelo con una fe
tan perfecta que vaya acompañada de las buenas obras.
11. Medios para adorarlo debidamente
Él gran medio para adorar debida y fructuosamente tan grande misterio, es la verdadera
devoción de la santísima Virgen María; porque ella sola ha dado más gloria a la adorable
Trinidad, que no le han dado ni le darán todos los santos y ángeles: y se la dio, no solo por
ser hija querida de Dios Padre, la Madre del Hijo de Dios y la Esposa predilecta de Dios
Espíritu Santo, sino que principalmente, porque todas sus operaciones correspondieron a la
Altísima dignidad de Madre de Dios. Has de saber, lector carísimo, que la verdadera
devoción de la que te hablo, no has de fundarla en el rezo de algunas oraciones, en ciertos
ayunos, limosnas o en alguna otra obra buena; sino que ella cosiste en la imitación de tan
soberana Reina. Imítala, pues, en la reverencia, que tenía a tan augusto Misterio, y nunca
hagas la menor cosa que pueda disgustar. Imítala en su fe vivísima; porque creía cien veces
mejor que si viese a la unidad de naturaleza y Trinidad de personas; y creía que era el
Verbo eterno el niño recién nacido que tenía en sus brazos; que era el formaba la delicia de
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los cielos, el que tiritando de frío derramaba sentidas lágrimas; que era la providencia
universal de todas las criaturas, el que estaba tan necesitado que pedía un mendrugo de pan
para acallar su hambre; y creía que era Dios y Señor de señores, el mismos que sus
enemigos habían aprisionado, entregado a los verdugos, horriblemente azotado, escupido,
abofeteado, cargado con la cruz, y que lo veía espirando vergonzosamente en el último
suplicio. Imítala en su esperanza firmísima, porque de hecho esperó contra toda esperanza,
cuando confiaba en la palabra de Dios, esperó que sería Madre, sin que por esto dejara de
ser Virgen. Especialmente imítala en su caridad, porque Ella sola amó más a Dios desde el
primer instante de su Concepción Inmaculada, que no la han amado y amarán todos los
santos y ángeles. Por tanto, al darte por medio de honrar tan grande Misterio, la devoción
de la augusta Madre de Dios, es como si se hubiera dicho la práctica de la fe, esperanza y
caridad. Cree, pues, todo cuanto manda creer la santa Iglesia católica; espera confiadamente
todo lo que sea objeto de la palabra del Señor, y ama a Dios de manera que cumplas cual
conviene el precepto del amor. ¿Y podrás tú no amar a Dios? ¿Podrás no amar a esta
Trinidad tan admirable? ¡Amabilísima Trinidad! yo te amo con todo mi corazón y afectos,
con todo mi cuerpo y sentidos, con toda mi alma y potencias, con todos mis deseos, y
mediante todas mis fuerzas. ¡Oh Padre ingénito! yo te amor, porque eres el Padre mío, que
me has dado todo mi ser y me lo conservas. ¡Oh Hijo unigénito! yo te amo, porque me
redimiste con tu Preciosa Sangre, y me sacaste de la esclavitud del demonio y del pecado.
¡Oh Espíritu Santo paráclito! yo te amo, porque santificaste mi corazón, y lo hiciste digna
habitación de todo un Dios. Considera todo, lector carísimo, lo que has recibido de la
augusta Trinidad: es el Padre el que te ha criado y conservado, es el Hijo que te ha
redimido; y es el Espíritu Santo el que te ha santificado. ¿Y serás tan ingrato que llegues a
ofender a este Dios uno y trino? ¿Podrás tú no amarle? Mayores cosas pienso de ti: y por
tanto, aun cuando que otros no lo aman, tú no dejes de amarlo con todo tu corazón; cuando
veas que otros lo ofenden guárdate tú bien de ofenderlo. Porque si tú vieses que otros dan
una puñalada a su propio padre ¿acaso se la darías tú también? Piensa que cuando los
hombres pecan quebrantan la ley de Dios, lo ofenden, lo llenan de injurias, y aun en cuanto
están de su parte, le dan otra vez la muerte en el patíbulo de su corazón; por consiguiente,
en vez de imitarlos, practica la virtud del mejor modo que puedas. Si vieras que otros se
arrojan al fuego ¿acaso tú los imitarías? Piensa pues, que los que pecan se arrojan al fuego
del infierno y al pozo de todas la miserias. Al contrario, imita a la santísima Virgen María,
jamás cometas ninguna falta a sabiendas, y haz que siempre viva la gracia en tu corazón, la
cual es la prenda segura de la gloria, para los verdaderos adoradores de la Santa e Individua
Trinidad.
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Capítulo 3.
Omnipotente
12. Explicación de la palabra omnipotente
Tres son las partes, lector carísimo, en las que he determinado dividirte el primer artículo
del Credo: la primera la que nos sirvió para explicar lo que entendíamos por Creo en Dios,
probando especialmente su existencia; la segunda la que ocupamos en hacernos cargo de
esta expresión, Padre, y por consiguiente del Hijo y del Espíritu Santo; probando con
pasajes de la Escritura, no sólo la existencia de la santísima Trinidad, sino que también su
parte dogmática, dando además un medio muy a propósito para adorarlo como conviene. Y
en la tercera nos fijaremos ahora en esta voz omnipotente, con lo cual quedará explicado
todo el primer artículo. En efecto, Dios es omnipotente supuesto que puede hacer y
deshacer todas las cosas; es decir, puede hacer todo lo factible, y puede deshacer todo lo
hecho. Todo lo factible, porque la omnipotencia aplicada en Dios, no significa que Dios
pueda ejecutar absurdos y cosas contradictorias; porque esto es contra la misma
omnipotencia, tampoco quiere decir que pueda hacer que una cosa sea y no sea a un mismo
tiempo, sino que siendo la omnipotencia lo mas racional, puede hacer todo cuanto puede
hacerse, y deshacer todo cuanto se haya hecho. Este atributo nos lo determinaron los
mismos apóstoles, cuando comentando la palabra omnipotente, la interpretaron
diciéndonos: que era ser Criador del cielo y de la tierra; o lo que es lo mismo, de todas las
cosas visibles e invisibles: que es como si dijeses: que Dios es el creador de los ángeles, de
los cielos y la tierra, y también del hombre.
13. La creación de los ángeles muestra la omnipotencia de Dios
La existencia de los ángeles es un hecho que puede probarse por la misma idea que tenemos
de ellos; porque el hombre no inventa de unas cosas que superan a su capacidad. Por otra
parte, sabemos por la primera palabra del Génesis que dice: En el principio, crió Dios el
cielo: que no solo lo crió lo que vulgarmente se entiende por esta palabra cielo, sino
también todo lo que está contenido en el. De ahí que es una verdad de fe, que Dios crió en
el principio unos espíritus, cuyo número supera a todos los números: llámense espíritus
celestiales, porque tienen su habitación fija en el cielo. Ellos están divididos en nueve
coros, que según san Pablo se llaman: ángeles, arcángeles, serafines, querubines, tronos,
dominaciones, potestades, virtudes y principados. Entre ellos, unos cumplen las embajadas
que Dios les confía; otros están destinados a nuestra custodia; éstos guardan los pueblos, las
naciones y los reyes, y aquellos nos sirven en los momentos críticos de la muerte. Isaías nos
presenta a millones colocados alrededor del trono del Altísimo, predicando sin cesar que
Dios es el santo, santo, santo: san Juan en su Apocalipsis, nos da noticias de millones de
millones que consagran de continuo al Cordero inmaculado la voz de su alabanza. Pues
todo este número prodigiosísimo de millares de millones de cuentos de Ángeles, fueron
porque así lo dijo Dios, y en esto consiste la práctica de la omnipotencia, en obrar de nada,
en un momento, de un modo el más absoluto y por solo su querer. Dios dijo: háganse los
ángeles, y en el mismo instante todos fueron: y fueron los destinados a ser los príncipes del
cielo y los custodios de los hombres. Como has visto, lector carísimo, a los ángeles
pintados en figura de un hermoso joven, teniendo además alas, tal vez querrás preguntarme,
si son como los pintan. Acuérdate de lo que dice el Proverbio: Él pintar es como el querer:
por tanto, no has de deducir que los ángeles son como los has visto, sino que ellos no tienen
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cuerpo, pues como ya te dije, son unos puros espíritus: se representan con cuerpo, porque
de ordinario así es como se han aparecido, y porque con cosas materiales no puede
presentarse un espíritu de otro modo que no sea fingiéndole alguna especie de cuerpo; se
pintan hermosísimos, porque su belleza es de todo punto indescribible: con grandes alas,
para indicar la prontitud con que siempre obedecen a Dios, y siempre muchos devotos y en
estado de adoración, para que comprendamos, cómo ellos adoran siempre al Señor y
disfrutan las mismas delicias de su gloria. Y ¿cómo hizo Dios estos ejércitos de millones de
ángeles? Lo hizo todo en fuerza de su omnipotencia; porque el dijo, y todos ya fueron. ¡Qué
bondad la de nuestro Dios, en haber destinado una multitud de ellos para nuestra custodia!
De manera que aquí mismo hay ángeles, en cada pieza hay ángeles, en cada casa hay
ángeles, en cada calle hay ángeles, y ángeles hay en cada pueblo, villa, aldea, ciudad,
provincia, reino; y los hay al lado de cada uno de todos los hombres y mujeres, y todos los
niños y ancianos, de todos los sabios e ignorantes, y de todos los ricos y pobres. ¡Con qué
modestia debiéramos portarnos siempre! ¡Qué grande nuestra dicha! ¡Cuán amantes de la
pureza! ¡Ah! bendito y alabado sea el santo nombre de Dios, por haber criado a los ángeles,
y haberlos destinado para nuestra custodia.
14. Y la creación del cielo y la tierra
No solo hizo Dios el cielo que es su ordinaria habitación; sí que también hizo a todo el
universo mundo, y Moisés lo expresó al decirnos: En el principio crió Dios el cielo y la
tierra. Cada una de la criaturas es en sí misma tan perfecta, que todas afirman a una voz,
que el Señor es el que las hizo, y no ellas mismas. ¡Cuántas reflexiones se agolpan a un
entendimiento católico! ¡Qué recuerdos tan suaves los que presenta este acto de la
omnipotencia de Dios! ¡Qué motivos para que una alma cristiana lo ame de corazón! ¡Ah!
amemos a Dios, porque nos ha amado hasta el exceso de darnos todo el universo: ya que
todo este mundo lo sacó de la nada por nosotros, en fuerza de su voz omnipotente. Para que
comprendas mejor mi idea, voy a referirte en pocas palabras la bella descripción que nos
hace Moisés de toda la creación del mundo. Seis periodos que Moisés apellida días, empleó
el omnipotente en formar los cimientos y asentar sobre ellos a toda la inmensa máquina del
cielo y la tierra. En el primero, es decir, cuando aun nada existía, en aquel instante en que
Dios le plugo creó la materia e hizo la luz. Con la luz pudo alumbrase la inmensa masa
creada; y quedó desde entonces como establecido lo contrario a la luz; o lo que es lo
mismo, la luz y las tinieblas: y sucediéndose estas a aquella, quedó fijado el primer día.
¡Qué bondad la de Dios! ¡Qué empleo tan admirable de su omnipotencia! ¿Cómo
podríamos descansar si todo fuera luz? ¿Cómo podríamos trabajar si todo fuese tinieblas?
¡Ah, lector carísimo! ama a Dios, adora a Dios, y sírvelo con toda fidelidad. En el segundo,
hechas ya las aguas, colocó el firmamento en medio de ellas, y dividió unas aguas de otras.
No puedes figurarte cuan grande es el espacio que llamamos firmamento: porque lo es todo,
que carecemos de punto de comparación. Reflexiona un poco no solo sobre el espacio, sino
sobre todo el espacio, y percibirás una de las más grandiosas ideas que en cierto modo nos
hace concebir lo inmenso, y no podrás menos que alabar a Dios que hizo tantas y tales
cosas. En el tercero, reunió las aguas que estaban bajo el cielo y las llamó mares; apareció
lo árido que apellidó tierra, y en fuerza del mandato del Eterno, ésta comenzó a producir
todas las hierbas, todas las plantas, todos los arbustos, todos los árboles con todas las flores
y todos los frutos. ¡Atiende, lector carísimo, cuán bueno es Dios! ¡Qué cuidado tan solícito
el que tiene de todas las criaturas! ¡Cómo cubre la tierra del color más suave. ¿Y podrás no
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serle agradecido? ¿Podrás serle ingrato? podrás decir orgulloso como aquel impío: ¿No
quiero servirle? Pero dejemos las reflexiones para fijarnos otra vez en el prodigioso
espectáculo del universo. En el cuarto día, hizo Dios el sol, la luna y las estrellas, para
señalar el día, la noche y los años. ¿Ves este sol que sale todos los días, muy de mañana,
que adelanta majestuoso hasta el medio día, y que se precipita otra vez por detrás de las
montañas, después de habernos comunicado sus saludables influencias? Este solo lo hizo
Dios, con solo decir: hágase. ¿Ves a la luna? pues este bellísimo astro lo hizo Dios con solo
decir: hágase. Reflexiona un poco sobre lo que es el menor de los astros, su grandor, sus
movimientos, la luz que nos envía, sus saludables influencias, y reflexiona además sobre su
duración y hermosura, y no podrás menos que exclamar como un profeta: ¡Oh Dios mío!
muy grande sois y muy magnífico: bendito seáis para siempre en toda la extensión de los
cielos y de la tierra. Bendito seáis, Dios mío, porque grandes y admirables son todas tus
obras: que todas las naciones te honren y glorifiquen, porque tú eres el omnipotente que
solo con decir, hiciste todas las cosas. En el quinto, hizo Dios que las aguas produjesen
peces y aves, y todo fue en el mismo instante; es decir, llenó los aires de esta variedad suma
de aves; de las cuales, si unas forman nuestra delicia con su cantar armonioso y su plumaje
preciosísimo; otras forman nuestra utilidad sirviéndonos un alimento no menos que sano.
Sobre los peces es mucho lo que pudiera decirse; mas sólo te recordaré que hay ballenas,
que forman a la verdad pequeños islotes, ya que algunas tienen de largo más de ciento
setenta palmos. ¡Tan grande es el poder de esta omnipotencia de Dios! porque hágase, dijo,
y todo fue hecho. En el sexto, mandó Dios que la tierra produjese todos los animales y
reptiles, y en seguida fueron todos los que conocemos, y todos los que fijaron su habitación
en los bosques y en las cavernas. ¡Qué ostentación! ¡Qué magnificencia! ¡Qué liberalidad!
Dios lo hizo: lo hizo con su palabra: y lo hizo para los hombres; lo hizo para ti, lector
carísimo, para que en recompensa le entregaras el corazón, ya que tan conforme es a la
súplica que nos hace por medio de su Profeta: Hijo mío, dame tu corazón.
15. Y la creación del hombre
Lector carísimo, si quieres ver de un solo golpe uno de los principales efectos de la
omnipotencia de Dios, considérala en la creación del hombre; él es un verdadero mundo en
miniatura, que al paso que no cede a ninguna de las criaturas, las supera a todas de tal
suerte, que solo es un poco inferior a los ángeles. Con un hágase crió Dios todas las cosas;
y con otro hágase de las personas de la Trinidad adorables, fue hecho el hombre: hagamos,
dijo, al hombre a nuestra imagen y semejanza: y habiendo tomado un poco de barro formó
la parte material del hombre. En el mismo momento apareció un cuerpo como una bellísima
figura de cera, y Dios le inspiró la vida animándolo, y quedó el cuerpo y el alma
completamente unidos; y este conjunto fue el primer hombre a quien Dios denominó Adán.
En el mismo sexto día fue formada la primera mujer, porque habiendo Dios mandado a
Adán un suavísimo y profundo sueño, le quitó una de sus costillas, de la cual la formó y le
puso por nombre Eva. Qué diferencia entre la creación del hombre y la de las otras
criaturas: a éstas, las formó la misma naturaleza en fuerza de la palabra omnipotente, pero
al hombre lo formó la misma mano de Dios: las demás criaturas visibles fueron hechas no
con tanto esmero, pero el hombre fue fabricado a imagen y semejanza de Dios: las criaturas
fueron creadas para estar sujetas al hombre; pero el hombre fue destinado a ser el rey de la
creación, y a dominar los cielos y la tierra, las aves y los animales, los árboles, las plantas y
las yerbas. Él hombre fue creado como efecto de un decreto salido del trono de Dios, por la
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excelencia del entendimiento con que Dios lo enriqueció. Lector carísimo, este es el
hombre: ¡Éste es el poder del hombre! ¡Y esto su potestad sin límites en su esfera! Y ¿Qué
será Dios que así lo hizo? ¡Ah! con razón dijimos: que esencialmente es espíritu; que era
purísimo y perfectísimo, y que era el principio y el fin de todas las cosas. En suma, Dios es
el omnipotente; porque todo lo hizo Él, todo lo conserva por sí mismo, y asimismo lo dirige
todo.
16. Medio para corresponder al beneficio de la creación
En efecto, lector carísimo, ya que con la creación te ha dado Dios todas las cosas, es muy
conforme que correspondas a este beneficio, dándote tú a Dios todo entero; y lo ejecutarás
perfectamente por medio de la obediencia. La creación lleva consigo a la mayor obediencia;
y sin esta virtud, toda ella se torna en caos y confusión. Habla Dios, y todo obedece: y la
luz sale hecha, y el firmamento se entroniza, y unas aguas se dividen de otras aguas, y se
forman los mares con todos sus habitantes, y aparece la tierra cubierta de plantas y poblada
de animales, y se forma el día y la noche, la primavera y el otoño, y el estío y el invierno.
Pues así como la obediencia es, por decirlo así, la virtud característica de la creación, así ha
de ser el medio de que has de servirte para corresponder a ella debidamente. ¿Obedeces?
Dichoso tú, porque serás bendecido en todas las cosas. ¿Desobedeces? desgraciado de ti,
porque todos los males te sumergirán en un mar de amargura, ¿Obedeces la ley de Dios
como todo lo de la creación obedece a las leyes naturales? Si así es, serás un pueblo de
bendición, y fiel imitador del que dijo: Yo soy obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Ea, pues, obedece, y obedece en todas las cosas, como que eres dependiente de Dios: como
que trabajas por agradar a Dios, y como que Dios te premiará con la eterna gloria.
Cristianos, obedeced todas la leyes de Dios y los preceptos de la Iglesia: hijos, obedeced los
mandamientos de vuestros padres: mujeres, obedeced las insinuaciones de vuestros
maridos: discípulos, obedeced a vuestros amos, y todos obedezcamos a nuestra madre la
Santa Iglesia Católica. Cuando alguna cosa te repugne, aliéntate, considerando la conducta
de toda la naturaleza. Él sol obedece saliendo todos los días muy de mañana y poniéndose
cerca de la noche: ¿y tú no podrás hacer lo que hace el sol? La luna hace más de seis mil
años que preside la noche, sin haber faltado ni siquiera una vez, ¿y tú no podrás hacer lo
que ella hace? las yerbas, las plantas y los árboles han obedecido desdecirse jamás ¿y tú no
podrás hacer lo que ellos han hecho? Los peces, los animales y las mismas aves, todo ha
obedecido siempre, ¿y tú no obedecerás? ¡Ah! obedece y obedece bien, y así conseguirás el
premio de los ángeles buenos; al paso que los desobedientes de tal suerte que pequen
mortalmente serán arrojados con los ángeles malos al profundo de los infiernos.
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Capítulo 4.
Creo en Jesucristo su único Hijo y Señor nuestro
17. División del Credo
Yo bien sé, lector carísimo, que no ignoras quien compuso el Credo; y que así como el
Padre nuestro reconoce como autor a Jesucristo, así el Credo es la obra más admirable de
los Santos apóstoles: ellos lo hicieron cuando inspirados de Dios se separaron a fin de
convertir a todos los hombres; para que de esta manera pudiesen enseñar todos una misma
doctrina por todo el mundo. Él Credo puede dividirse en artículos; porque cada uno de los
apóstoles compuso uno de ellos conforme se lo inspiró el Espíritu Santo. Sin embargo, para
mayor claridad, te lo dividiré en cuatro partes: en la primera, verá todo lo que pertenece a
Dios Padre; en la segunda, lo que conviene a Jesucristo; en la tercera, lo que debe saberse
con relación al Espíritu Santo; y en la cuarta, todo lo que es propio de la Iglesia. En los tres
capítulos pasados solo nos hemos hecho cargo del primero de los artículos, o de las
palabras que diría san Pedro, cuando inspirado del Espíritu Santo exclamó: Creo en Dios
Padre todopoderoso creador del cielo y la tierra. Hemos demostrado la existencia de Dios,
sin tocar aun aquellas magníficas pruebas de Moisés, cuando nos presenta al mismo Dios
hablándole y diciéndole: Yo soy el que Soy: hemos demostrado que este Dios era Padre, y
vimos que la divina paternidad constituye el carácter distintivo de la primera persona de la
Trinidad, y que de ella brotaba el Hijo unigénito y el Espíritu Santo paráclito: y hemos
demostrado, en fin, que este Dios Padre, es al mismo tiempo omnipotente y creador de
todas las cosas visibles e invisibles. Siguiendo, pues, las palabras del Creador, toca ahora
hacernos cargo del segundo artículo que dice así: Creo en Jesucristo su único Hijo y Señor
nuestro. Antes de comenzar, nota bien que cuando decimos Creo en Dios, es como si
dijeras, creo en la existencia de Dios; y creo aún en el orden sobrenatural, y dirigiéndome a
Él como a mi último fin en este mismo orden; cuando dices, Creo en Dios, es como si
afirmaras, creo en la doctrina de Dios, con el alto fin de practicarla como los buenos
cristianos; y cuando dices, Creo en Dios, crees como los demonios, los cuales creen sin
mérito alguno y sufriendo interminables tormentos. ¡Ah, lector carísimo!, y cuántos que son
cristianos por el bautismo creen en Dios, pero por sus obras malas es como si únicamente
creyesen en Dios.
18. Quien es Jesús
Creo en Jesucristo, dice el símbolo, como si dijera creo en Jesús, que se llama también
Cristo. Jesús, es el hombre poderoso y celestial, es una cosa divina, es el mismo Dios, es la
segunda persona divina hecha hombre. Represéntate un ciego que apoyado con su lazarillo
y todo tropezando, oye hablar de Jesús: se le aficiona, lo quiere, lo ama entrañablemente.
Mas habiendo oído un alboroto no acostumbrado, y sabiendo que el que venía era Jesús, le
pide por misericordia la gracia de ver: y este Jesús dulcísimo después de haberle ungido los
ojos con lodo y haberle hecho lavar en las aguas de la fuente de Siloé le restituye el sentido
de la vista: ¡Verdadero prodigio! que por las palabras que Jesucristo había dicho a sus
enemigos de que revisaran sus obras, prueba evidentemente que Él es el hombre poderoso,
celestial y divino y es el mismo Dios como los profetas lo habían anunciado; y Él mismo
declaró. Figúrate a un leproso que por su enfermedad feísima estaba separado del resto de
los demás: pero que habiendo visto a Jesús desde lejos, comenzó a pedirle a grandes voces
la curación, diciéndole: Señor, si quieres puedes limpiarme; y en el instante mismo quedó
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limpio de la lepra. Verdadero prodigio que por su hecho y circunstancias nos demuestra que
Jesús es un hombre prodigioso, es celestial, una cosa divina, es el mismo Dios; y tanto más
cuanto el habla y al eco de su Voz omnipotente lo ciegos ven, los cojos andan, los leproso
se ven limpios, los enfermos se tornan sanos, los muertos resucitan, y aun aquellos que
enterrados ya de cuatro días despiden de sí mal olor, volvían a la vida; hechos admirables
que lo hacía expresamente para probar que era Dios. Jesús es un nombre propio que solo
conviene al que es Dios y hombre verdadero; porque Jesús, quiere decir Salvador. Este
nombre no le fue dado acaso, ni por el juicio de los hombres, ni por voluntad de los
ángeles; sino por decreto expreso de la divinidad. Anuncia el ángel a María que había de ser
Madre del Hijo de Dios, y le noticia que este Hijo debía llamarse Jesús: Jesús, que quiere
decir Salvador del mundo. Josué que había seguido a Moisés en el gobierno del pueblo de
Dios, que lo condujo victorioso en cien batallas, que le entregó en posesión a toda la tierra
prometida, y que consumó toda su felicidad, llamóse por nombre Jesús; pero este héroe,
aunque el primero entre los de su nación, no era más que una débil figura de Jesús que
redime a todo el género humano y lo pone en camino de salvación; que separa a los
hombres de las tinieblas del pecado, y viene conducirlos a las luces de la fe; que los
reconcilia con su Padre celestial, y entrega la patria de la eterna gloria a cuantos tuvieren la
dicha de morir en su amor. Ciertamente que es un nombre sobre todo nombre. Por tanto, a
vista de la excelencia de Jesús has de concluir cuán santa y cuán provechosa es la práctica
de decir Jesús. En adelante, lector carísimo, Jesús en la mañana y en la tarde; Jesús de día y
de noche; Jesús antes y después de cada acción. Lo más admirable es, que no solo Jesús ha
hecho por sí mismo todos los prodigios, sino que los comunica a cuantos lo pronuncian
debidamente. Por esto los apóstoles confiesan que no puede hallarse salud, sino bajo la
medicina eficaz del nombre de Jesús: y vemos que alcanzaban la temporal con los milagros,
y la espiritual con los prodigios de la gracia. Ah, si en las caídas te acogieras al nombre de
Jesús, si para todas tus cosas pidieras el auxilio de Jesús. ¡Qué mayor sería la robustez de tu
alma. Caerías más de tarde en tarde, y te levantarías mucho más presto! ¡Saca de este
número el delicioso fruto de pronunciar muchas veces al día y aun a la hora, Jesús! ¡Jesús!
¡Jesús!
19. ¿Quién es Cristo?
Claro está que Jesucristo en quien hemos de creer, esperar y que hemos de amar con todo el
corazón: no solo es llamado Jesús, sino que también se llama Cristo: y si como Jesús tiene
un nombre tan excelso y elevado que con solo pronunciarlo se postran los cielos, la tierra y
los infiernos; como Cristo tiene un nombre tan superior a todo nombre, que supera al de
todos los reyes, sacerdotes y profetas. Cristo, quiere decir ungido: es decir, un nombre de
oficio y de honor, y que conviene a los reyes y profetas y sacerdotes, aunque no con la
perfección que a Jesucristo. Por esto los reyes eran ungidos, porque habrían de labrar la
dicha a todos los súbditos: por esto lo eran los profetas, pues debían de patentizar lo oculto,
y lo son los sacerdotes porque deben reconciliarnos con Dios. Estas tres clases ocupan en la
sociedad el lugar más distinguido, pero de tal suerte, que los profetas superan a los reyes, y
los sacerdotes son superiores a los profetas, en orden a la dispensación de los misterios de
Dios. Cristo lo abraza todo: por esto vemos al Hijo de Dios con el Rey de reyes y Señor de
señores; lo vemos como Profeta de los profetas, ya que es él el que ilumina a los vivientes,
y lo vemos el Sacerdote de los sacerdotes, ya que de Él se recibe la plenitud del Sacerdocio.
¿Qué te parece, lector carísimo, de Cristo? ¿Qué me dice de su divinidad, de su poder y su
21
excelencia? ¿Qué idea te formas de los que invocan con fervor, de los que ponen en Él toda
su confianza, y de los que lo pronuncian como la más ferviente jaculatoria? Oh, vosotros,
fieles devotos del nombre de Jesús! levantad otro espíritu, confiad den Jesús ya que es
Aquel cuya persona es eterna; es el Dominador de los que dominan, y cuyo reino no tendrá
fin; es el Profeta de los profetas, porque nada se le puede ocultar, y es el Sacerdote de los
sacerdotes según el orden de Melquisedec. Ha dicho Jesús, añadid la palabra de Cristo, y
tendréis el nombre de aquel Dios, que siendo la segunda persona de la santísima Trinidad se
hizo hombre sin dejar de ser Dios, y se llama Jesucristo. Nota aquí, lector carísimo, que no
se trata de muchos Jesucristo, sino de un solo Jesucristo que es nuestro Señor: porque al
modo que no hay más que una sola Iglesia, así no hay más que un Jesucristo. Verdad es que
hay en Él además de la generación eterna, un nacimiento humano, que verificó el Verbo
hecho carne, a quien llamamos Jesucristo, pero de tal suerte que sus dos naturalezas residen
en una sola persona divina. Ah, lector carísimo, atiende bien lo que es ser cristiano: esto te
recuerda que tienes un padre que es Dios, un hermano que es Dios, una madre que es la
Madre de Dios, y una gloria que es el eterno descanso de Dios. ¡Oh! honor, gloria, alabanza
y bendición a la Iglesia católica que engrandece a los hombres de tal modo, que los hace, en
cuanto es dable, imágenes y semejanzas de Dios.
Ahora, como en conclusión de los números, diremos: que es te Jesús, este Cristo, es la
persona divina que se hizo hombre y llamamos Jesucristo, y que es Dios Padre: declara que
este Verbo encarnado es Hijos unigénito en quien ha puesto todas sus complacencias, y que
hemos de oírlo y obrar según su palabra para que nos santifiquemos. Jesucristo es
verdaderamente el Hijo de Dios, e Hijos natural de Dios y no adoptivo; pero los ángeles y
todos los hombres somos, estando en gracia, hijos de Dios por adopción; es decir, que la
grande piedad de Dios nos adoptó, para que fuésemos sus hijos. ¡Oh cristiano! Oh que
grande, que excelente es tu divinidad. Dichoso aquel que obra conforme a su vocación, más
feliz todavía el que persevera en esta conducta hasta la muerte y más dichosamente feliz el
que obra en un todo con el mayor fervor.
20. Es nuestro Señor
Él credo nos enseña que el Hijo de Dios no solo es Jesús y Cristo, sí que también que es
nuestro Señor: y lo es por creación y redención. Por creación, porque Dios Padre hizo todas
las cosas de este mundo por medio su Hijo unigénito Jesucristo nuestro Señor; y por
redención, porque nos ha comprado, no a precio de plata u oro, sino que con el precio de su
sangre divina: y a la manera que es una cosa sabida que artefacto es de quien lo hace, así
somos todos nosotros de Dios, porque Dios nos hizo; así como el que compra una cosa, así
somos nosotros todos de Jesucristo porque nos compró pagando nuestra deuda con la
aplicación de su méritos. ¡Ah! amemos a Dios, y manifestémosle nuestro amor con la
práctica de las buenas obras, con el ejercicio de las devociones que más convengan a
nuestro estado, y dando aquellas limosnas que reclaman las necesidades y nuestros
intereses. Pero sobre todo, debes, lector carísimo, amar a Jesucristo, porque redimiéndote te
dio lo único que podía salvarte; porque en fuerza del pecado no podíamos ser redimidos ni
por todos los santos ni por todos los ángeles, sino que atendiendo el decreto divino que
exigía una satisfacción infinita, era necesario que lo hiciere un Dios que al mismo tiempo
fuese hombre, o un hombre que fuese juntamente Dios, y esto es lo que hizo Jesucristo,
porque padeciendo como hombre comunicó sus padecimientos el valor de Dios, y así
ofreció al Eterno Padre una satisfacción infinita. ¡Oh Salvador! ¡Oh, quién no perdiera de
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vista este beneficio! ¡Quien siempre correspondiera con la práctica de las buenas obras! ¡Y
quien fuera tan feliz que se entregara todo a Jesucristo como Jesucristo se entregó por él!
¡Oh Salvador!, tú que eres la luz verdadera que iluminas a todo hombre que viene a este
mundo, ilumina mi entendimiento para que siempre y en todas las cosas sea completamente
tuyo. ¡Oh, Salvador! tú que eres el divino Sol de Justicia, calienta mi corazón, inflama mi
voluntad, vivifica mi alma y comunícame todas las influencias de tu inmensa caridad, hasta
que mi espíritu se convierta en brasas ardientes de tu inmenso amor. Lector carísimo, no te
olvides que Jesucristo es nuestro Señor, y lo es de un modo tan indecible, y lo es con tanta
excelencia, que de ser nosotros sus esclavos, no nos sigue nada menos que la posesión de
una eterna gloria. Lo es por ser Él nuestro creador, porque de el recibimos el cuerpo con sus
sentidos, el alma con sus potencias, y la conservación de todo nuestro ser. ¡Qué gloria la
nuestra! ¡Qué felicidad puede parangonarse con nuestra felicidad1. Porque si los mundanos
cuando llegan a servir a los grandes del siglo se tienen por felices y dichosos ¿Qué dicha y
felicidad será comparable con la del buen cristiano, el cual, no digo que sirve de puro
hombre, sino que presta sus servicios al mismo Dios? Sí, pon toda tu gloria en servir a tan
grande Señor; porque el ha creado todas las cosas; Él las conserva; el nos asiste y socorre;
Él nos baña con torrentes de su gracia; Él nos libra de todo mal; Él nos prepara para la
gloria, y Él concluye con hacernos disfrutar una eternidad de delicias si perseveramos en su
gracia. ¡Oh que grande es nuestro Dios! Es Jesucristo nuestro Señor; es eterno, es infinito,
es inmenso, es para nosotros todas las cosas. ¡Ah!, sirvamos de una vez a tan grande Señor
con toda perfección hasta la muerte, y aun procuremos también que toda persona lo ame, lo
adore y lo glorifique.
21. Fruto de este artículo
La observancia de la ley es lo único que te exige Jesucristo como fruto de este artículo, y
nada más conforme ya que todos somos suyos y de una manera especial por habernos
redimido con el precio de su sangre. Todo árbol fructifica para aquel que lo plantó; pues
habiéndonos plantado el divino Hortelano en el jardín de su Iglesia, clara está que hemos de
darle el fruto que produzcamos, y este fruto no ha de ser otro que la observancia de sus
santos mandamientos. Los animales ¿a quien sirven? Claro es que sirven a sus dueños: pues
siendo nuestro dueño Dios nuestro Señor, hemos de servirle, y además porque nos está
alimentado con su cuerpo y con sus sangre, con su alma y divinidad. Cuando uno compra a
los animales usa de ellos mientras viven, pero en el momento de la muerte ya los arroja en
un muladar. Pero si los animales, teniendo este fin tan precario, sirven a sus amos, ¿Qué no
deberás hacer, lector carísimo, tú que después de esta vida estás destinado a disfrutar las
delicias de la eterna gloria? Nosotros fuimos comparados no a precio de plata sino a costa
de los tormentos crudelísimos: fuimos con el destino de imitarlo en esta vida, para que
podamos vivir con Él la vida del paraíso. ¿Y no le serviremos? ¿Tendremos la osadía de
decir a Dios: no te serviré? ¡Ah! sirvamos al buen Jesús: sirvámosle con la mayor felicidad;
sirvámosle de modo que antes muramos antes de pecar ¿acaso no lo merece Jesús? ¡Mira
qué grandeza! Es Jesús: es el único Jesucristo: es nuestro Señor y hombre verdadero. Como
hombre teme la imagen de la pasión, y suda sangre, y como Dios, está cierto de su victoria:
como hombre, cae bajo el peso de la tristeza, y como Dios, derriba con su palabra a todo el
cuerpo de soldados: como hombre, es atado de sus enemigos, y como Dios, cura
milagrosamente la herida aún del más osados: como hombre, es arrastrado por el Huerto de
los Olivos y sumergido en las aguas del torrente Cedrón, y como Dios, libra a todos sus
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discípulos: como hombres, es presentado ante los tribunales, y como Dios, llena de temor a
sus mismos jueces: como hombre, es condenado como culpable, y como Dios, es declarado
públicamente el Justo: como hombre, sufre los tormentos que han merecido los pecados de
todos los hombre; y como Dios, llena de consternación y espanto a los verdugos: como
hombre: se somete al castigo de cinco mil azotes, y como Dios, obliga a los soldados que
proclamen su soberanía: como hombre, sufre la sentencia que lo condena a muerte, y como
Dios, hace que se ponga en el mismo patíbulo, que así como es Jesús Nazareno, así es
también el Rey de los judío: en suma, como hombre, es muerte y sepultado, y como Dios,
resucita, sube a la gloria y se sienta a la diestra de Dios su Padre: tal es Jesucristo Señor
nuestro.
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Capítulo 5.
Fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen
22. Tercer artículo
Para que entiendas mejor el tercer artículo del Credo, que dice que fue concebido por obra
del Espíritu Santo, te haré notar que se habla aquí del Verbo, el cual se hizo hombre en las
entrañas virginales de Santa María Virgen, mediante la operación del Espíritu Santo. No
quiero decir con esto que en esta operación no haya obrado igualmente el Padre y el Hijo,
sino que se atribuye especialmente al Espíritu Santo, en cuanto es la obra admirable del
amor. Hablando del tercer artículo, se trata de las palabras de Santiago el Mayor, porque así
como según la tradición, san Pablo fue quien dijo: Creo en Dios Padre todopoderoso,
Creador el cielo y de la tierra, y san Andrés, Creo en Jesucristo su único Hijo y Señor
nuestro, así también es tradición que Santiago el Mayor dijo: creo que fue concebido por
obra del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen; del mismo modo que nos asegura
que dijo san Juan: Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y
sepultado; y santo Tomás: Creo que descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de
entre los muertos; y Santiago el Mayor: Creo que subió a los cielos y está sentado a la
diestra del Padre; y san Felipe: Creo que desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos; y san Bartolomé: Creo en el Espíritu Santo; y san Mateo: Creo en la santa Iglesia
católica y la comunión de los santos; y san Simón: Creo en la remisión de los pecados; y
san Tadeo: Creo en la resurrección de la carne; y san Matías: Creo la vida perdurable.
Este artículo nos habla del mayor acto de misericordia a favor de nosotros miserables y
culpables criaturas; porque así como la justicia humana no aguarda que se cometa segundo
crimen, sino que luego castiga el primero con la pena que señala la ley, así habiendo Dios
señalado la pena temporal y eterna contra nuestros primeros padres, habría podido
arrojarlos inmediatamente al profundo de los infiernos; mas no lo hizo, sino que al mismo
tiempo que los castigaba temporalmente, en este mismo tiempo les señalaba la encarnación
del Hijo en las purísimas entrañas de la santísima Virgen: entrañas purísimas, porque no
obstante de ser descendiente de Adán, con todo, fue concebida sin mancha de la culpa
original. Pues esta encarnación de Dios en las purísimas entrañas de María santísima,
verificada por obra del Espíritu Santo, y su divino nacimiento, es el objeto de este capítulo.
23. Figuras de la encarnación
Para proceder con la debida claridad en la exposición de este tercer artículo del Credo,
vamos a comenzar por algunas de las principales figuras. Como desde que pecaron nuestros
primeros padres en el paraíso, hasta que se verificó la encarnación del Verbo, pasaron más
de cuatro mil años, Dios nuestro Señor consoló a sus descendientes por medio de una serie
de hechos que la declaraban con toda claridad. Entre tanto, unos marcaban el tiempo en que
debía verificarse; otros decían quienes no debían de ocupar el trono; otros describían todo
su carácter; otros manifestaban todas sus hazañas, y otros, en fin, lo iban patentizando en
todos su actos. Entre los Patriarcas y Profetas, quien los describió con mayor exactitud, fue,
a no dudarlo, el Profeta Isaías, cuando dijo: Saldrá una vara de la raíz del tronco de Jesé, y
de la misma saldrá la flor. Esta flor de Jesé quiere decir, los descendientes de Jesé; esta vara
misteriosa es la Virgen María, y la flor es Jesucristo, de quien se dice en los “Cantares”. Yo
soy la flor del campo y el lirio de los valles. Y para que nada faltara al retrato, nos afirma
que esta Virgen pariría, es decir, que esta doncella, siendo Virgen y conservándose Virgen,
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con todo, daría a luz la hermosa flor de los campos y el lirio hermoso de los valles; o lo que
es lo mismo, daría a luz a Jesucristo. Vino por fin el día tan querido de todo el género
humano, el 25 de marzo, y día en que la tradición nos asegura que fue cumpleaños de
nuestros primeros padres: y a la manera que Adán fue colocado en el paraíso terrenal, así
nuestro segundo Adán lo fue en el paraíso del corazón de María. ¡Ah lector carísimo!, ¡Qué
recuerdos los de la encarnación! ¡Qué sentimientos, los sentimientos que este misterio
inspira! Aquí no hay nada de concupiscencia: aquí todo es amor, amor el más puro y amor
infinito de parte de Dios. Aquí vemos su infinita bondad en no castigar eternamente a
nuestros primeros padres; y vemos a la sabiduría infinita sacar de la masa corrompida de
Adán a la purísima Virgen María, y hacer que brotara de ella a la divina flor, Cristo Jesús.
De este misterio saquemos un grande horror a todo pecado, a toda falta y aun a toda
imperfección en algún modo voluntaria, porque por esto el Verbo se hizo carne, para
destruir todas las obras de la carne, que son los pecados: saquemos el aprovechamiento de
toda gracia, para que nos hagamos todos los días más y más perfectos.
24. Cómo se efectuó este misterio
Hay misterios que son eternos como el misterio de la Trinidad; pero hay otros que se
verificaron en el tiempo como la encarnación. Los primeros, como siempre fueron, no
puede buscarse el cómo fueron, porque de ellos dijo el Profeta: Que nadie podrá referirlo;
mas no sucede así con los que se verificaron en el tiempo, ya que los santos Doctores de la
Iglesia, dirigidos especialmente por el Espíritu Santo, nos han referido su historia. ¿Cómo
se verificó, pues, la encarnación? Oigámoslo de la boca de san Lucas: Dios envió al
arcángel san Gabriel a una Virgen que estaba desposada con José, y ambos habitaban el
Nazaret. Entrando en el aposento en donde se encontraba, le dijo: Dios te salve, llena eres
de gracia, el Señor está contigo, y bendita tú entre todas las mujeres. Y como se turbaba en
lo que acababa de oír le dijo el Ángel: no temas María: porque has hallado la gracia delante
de Dios: concebirás y parirás un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS. Este será el grande,
será el Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el Trono de David su Padre, reinará en la
casa de Jacob para siempre y su reinado no tendrá fin. Y a otra pregunta que partir pudo de
su amor a la virginidad, le contestó: No temas, porque el Espíritu Santo descenderá sobre ti;
la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y lo que nacerá de ti será santo, será el
llamado Hijo de Dios: y como prueba de que esto sucederá así, porque nada es imposible
ante Dios, has de saber: que Isabel tu parienta ha concebido, no obstante de ser tan anciana,
y de haber sido siempre estéril. A todo lo cual contestó María: he aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra: hágase poderoso el de esta Virgen Madre, porque a la
manera que Dios con el hágase la luz, la luz fue hecha, así con el hágase de María, quedó
efectuado el misterio de la encarnación, ya que Dios lo verificó en el instante en que Ella lo
hubo consentido. Mas ¿Cómo se efectuó? Acuérdate, lector carísimo, que es un misterio; y
por tanto que no puedes concebirlo como una cosa material; acuérdate de que es una
concepción divina, y que has de estar muy lejos de quererla asemejar con una concepción
humana: acuérdate que es de fe, que el Espíritu Santo descendió sobre María, y que cubierta
por la virtud del Altísimo, quedó hecha en su vientre virginal la encarnación del Hijo de
Dios: y acuérdate, en fin, que después de ella quedó la criatura mas santa, más perfecta y
más hermosa: y quedó tan Virgen, que después de esta operación divina mereció el glorioso
dictado de Reina de las vírgenes. La sacratísima humanidad de Jesucristo no fue formada
por obra del hombre, sino por virtud del Espíritu Santo. Y no debes extrañarlo; porque a la
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manera que el primer Adán no lo formó un hombre, así la humanidad de este segundo
Adán, no lo formó un hombre, sino en virtud del Altísimo: a la manera que el primer
hombre lo hicieron las tres divina personas de la tierra roja y virgen del campo Damasceno;
así el primer hombre de la ley de gracia, lo hicieron las divinas Personas, tomando tres
gotas de sangre purísima del corazón de María: a la manera que hecho el cuerpo le infundió
Dios el alma, y estas dos sustancias formaron al hombre, así al alma y al cuerpo formado en
el seno de María, se unió a la segunda Persona de la santísima Trinidad; y estas dos
naturalezas divina y humana, constituyen al Verbo hecho carne, o lo que es lo mismo, la
persona divina quedó unida a la naturaleza humana de Jesucristo: y esto se entiende por
hacerse hombre el Hijo de Dios. ¡Qué sentimientos los de María durante este tiempo tan
solemne! ¡Qué deseos los de su corazón! ¡Ah! solo Dios podría decirnos hasta que punto la
llenó de sus gracias. Considérala en un éxtasis el más subido: tan modesta como pasmada:
tan humilde como agradecida; y tan amante en el afecto como poderosa en el obrar.
Considérala desde este momento toda divinamente hermoseada: porque a la manera que el
sol cuando atraviesa los cristales los embellece, así quedó sobre exquisitamente
embellecida la santísima Virgen María cuando fue penetrada por la luz del Espíritu Santo.
¡Oh que grande, que excelente, que celestial y que divina María! No se lo envidies, lector
carísimo, porque está en tu mano recibir un beneficio semejante; y tan semejante, que es
igual en cuanto cabe serlo. ¿Qué sucede cuando comulgas? Entonces recibes de Dios el
mayor de los beneficios que te ha hecho; el mayor beneficio que te puede hacer; por un
momento te comunica un no se qué de divino, que te hace lo más semejante que puede
darse a la venturosa y divina María, en fuerza de la encarnación.
25. Aclaración de algunas dudas
Voy a delucidarte algunas dudas que podrían venirte sobre este misterio, a fin de que de
este modo los conozcas mejor, y te las pondré en forma de preguntas: ¿Por qué la
encarnación es obra del Espíritu Santo? Has de saber, lector carísimo, que todo es obra de
Dios; pero no todas las obras se atribuyen a todas las tres Personas; sino que los apóstoles
no enseñaron a llamar al Padre, autor de la creación; al Hijo, el autor de la redención; o lo
que es lo mismo, atribuyeron al Padre todas las obras del poder, al Hijo las de la sabiduría,
y al Espíritu Santo las del amor. Y como la encarnación es una obra que supone un amor
infinito, por esto se dice que la encarnación del Hijo de Dios en las entrañas virginales de
María santísima, se verificó por obras del Espíritu Santo. Supongamos un sastre de una
habilidad de todos conocidos, que hace un uniforme para su Majestad el Emperador, y que
de hecho le sale muy acertado. ¿Qué es lo que dicen los inteligentes? Dicen que él lo hizo,
no obstante de haberle ayudado otros muchos sastres. Pues así sucede con el misterio de la
encarnación, que fue como un verdadero vestido que se hizo a la segunda Persona de la
santísima Trinidad, el cual se dice que es obra del Espíritu Santo, no obstante de haber
concurrido a él el Padre y el Hijo. ¿Cómo encarnándose el Hijo, no se encarnó el Padre y el
Espíritu Santo juntamente? Como la tres divinas Personas son realmente distintas, hay en
Dios tres personalidades, y de estas solamente la del Verbo es la que personifica la
naturaleza humana de Jesucristo; y por esto en Cristo no hay persona humana y sí
naturaleza humana unida a la divina: y con este principio verás bien, que en encarnándose
el Hijo, pudo no encarnarse el Padre ni el Espíritu Santo. Porque así como de un árbol que
tiene tres ramas iguales, se puede injertar una sin injertar las otras, así en el misterio de la
encarnación de la santísima Trinidad, pudo encarnarse el Hijo sin encarnarse el Padre ni el
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Espíritu Santo. Y a la manera que en la sacristía cuando ha de haber misa cantada, suele
haber tres sacerdotes de los cuales uno se reviste y los otros dos tan solo ayudan, y este sólo
es el que queda revestido para ofrecer el sacrificio del altar; así en el misterio de la
santísima Trinidad hay tres Personas distintas, de las cuales solo una se revistió de nuestra
naturaleza humana, y las otras dos tan solo la ayudaron, y ella sola quedó cubierta de
nuestra carne, para ofrecer el sacrificio de la cruz. ¿Por qué no se encarnó el Padre ni el
Espíritu Santo? La razón primaria de haberse encarnado el Hijo y no el Padre ni el Espíritu
Santo, es la voluntad de Dios que así lo quiso. Dios tomó nuestra carne, pero quiso
verificarlo no por medio de la primera ni de la tercera. Por otra parte era muy conveniente
que así fuese, porque habiendo sido engañado nuestro primer padre por Satanás, el cual le
prometió toda ciencia, y que haciéndose conocedor del bien y del mal, sería después como
si fuera Dios; así digo era muy conforme que no redimiera el Verbo, es decir, la sabiduría
del Padre, que es la infinita ciencia que quita de los entendimientos las tinieblas de la
ignorancia: y a la manera que nuestros primeros padres se perdieron dando crédito a la
mentira, así todos nosotros podemos salvar creyendo a la Verdad eterna. ¡Oh, vosotros
todos los que deseáis acertar, dejad de una vez para siempre las falsas luces, y seguid a
Jesucristo que es la verdadera luz, y seguid a Jesucristo que es el verdadero camino que
conduce a la eterna felicidad! ¿Qué quieres, oh hombre? Quiero la felicidad, y felicidad
quiera la mujer, y el niño, y el anciano, el pobre y el rico. Y ¿dónde hallaremos la felicidad?
Sólo en amar a Dios y servirlo, sólo en Jesucristo su único Hijo y Señor nuestro.
26. Fruto de este artículo
Este Hijo de Dios que se hizo hombre en las entrañas purísimas de la santísima Virgen
María, nació a los nueve meses, dejando a su divina madre virgen antes del parto, Virgen en
el parto y Virgen después del parto. Saca de este el fruto de las buenas obras; porque hasta
ahora mucho has prometido a Dios y poco has obrado; has prometido no pecar, y has
continuado pecando; has prometido enmendarte, y has seguido en tus imperfecciones; y has
prometido ser santo y no has adelantado en la virtud. La diligencia en tus obras buenas ha
de ser el segundo fruto: porque a manera que en el entendimiento de Jesús, los pastores
fueron muy diligentes para adorar al Niño recién nacido; así con toda diligencia has de
llevar a cabo todas las obras que Dios quiere de ti, persuadiéndote que sólo de este modo te
santificarás. Él tercer fruto lo has de hacer consistir, en hacerlas con espíritu de fe. ¡Y qué
bien lo practicaron los pastores! Es verdad que oyeron las músicas celestiales, y que las
oyeron que cantaban: Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los
hombres de buena voluntad; pero también es cierto que creyeron que un niño era el anciano
de los días; el que estaba envuelto en pañales creyeron que era el que viste a todas las
criaturas; el que estaba reclinado en el pesebre, lo confesaron que tiene su asiento en el
trono de Dios ; el que no tenía más compañía que dos personas y dos animales, predicaron
que su corte la componían todos los siglos y todas las criaturas. En suma, sean un buen
cristiano; pero cristiano de obras; cristianos de los que se confiesan y comulgan: seas un
buen cristiano; pero cristiano que te acompañe la modestia, que respires por doquier el olor
de Jesucristo y que seas perpetuamente casto: seas un buen cristiano; pero devoto cristiano,
que te alimentes de la devoción, que oigas la santa Misa, que visites al santísimo
sacramento, que mires a María como tu tierna Madre; y que te portes para con ella
cumpliendo todos los deberes del hijo más solícito y obediente.
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Capítulo 6
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado
27. Vida mortal de Jesús
Instrucción interesante la de este número, porque es un compendio de la vida, pasión y
muerte de nuestro Señor, y porque nos recuerda la promesa más solemne que Dios hizo a
los hombres. Entonces de dijo que la débil planta de un virgen aplastar debía la cabeza de la
serpiente, y se nos dio la primera idea del augusto misterio de la encarnación.
¡Encarnación!, tal es la clave fundamental de todas las bendiciones que Dios derramara a
todos los hombres. ¡Encarnación!, tal es lo más importante para el mundo dogmático y
moral, porque con el todo se explica, al paso que sin el todo es inseguridad y confusión.
Este Verbo encarnado es nuestro Señor Jesucristo, es el que se hizo niño, y el que habiendo
vivido treinta y tres años, fue preso y entregado a los gentiles, en los primeros días en que
gobernaba la Judea Poncio Pilato, el cual lo condenó a morir ignominiosamente en el árbol
de la cruz. En los primeros treinta años se ocupó principalmente en la práctica de todas las
virtudes, empleando los demás en los saludables ejercicios de su vida pública, y enseñando
a los otros lo que ya había practicado. Durante toda su vida, hizo siempre y en toda ocasión
los milagros más portentosos, ya que los hizo en el vientre de su Madre y en su nacimiento,
en sus primeros años y en pubertad y juventud, y los hizo de un modo especial en los días
de su vida pública. En suma, todas las cosas las hizo bien; y al eco de su voz poderosa, los
enfermos curaban, los tullidos andaban, los ciegos recobraban la vista, los muertos
resucitaban. Y una gran parte de los judíos, es decir, todos los carnales, se levantaron contra
un hombre tan santo y bondadoso; lo cargaron de cadenas, lo encerraron en inmundos
calabozos, lo azotaron como al más vil esclavo, y no quedaron satisfechos hasta que lo
vieron enclavado en el palo ignominioso de la Cruz. ¡Oh cristiano!, reflexiona sobre este
pensamiento. ¿Quién es más ingrato, yo o los judíos carnales? ¿Quién es más infame, yo o
los judíos pérfidos? ¿Qué hago si no, cuando peco? Me levanto contra Dios, y renuevo toda
su pasión, crucifixión y muerte. ¡Oh, quién nunca hubiera pecado! ¡Quién hiciera un acto
tan perfecto de contrición que quedase inmaculado! Y ¡Quién fuese tan feliz que nunca
volviese a pecar!
28. Figuras de la pasión, muerte y sepultura de Cristo
A la manera que no hay más que un solo Dios, así no hay más que una sola Iglesia; y a la
manera que la Iglesia de la ley de gracia es la Iglesia de la realidad, así la Iglesia del
antiguo Testamento fue la de las figuras, y de un modo especial nos figuró todo lo que tiene
relación con el Hombre Dios. Antes de presentarnos la pasión, muerte y sepultura, nos
haremos cargo de tres personajes que nos lo representaron. Él santo Job es una figura la
más expresa de Jesucristo en los trabajos de su pasión. Era Job de la ciudad de Hus, y tan
santo, que era completamente sencillo, justo y temeroso de Dios. Envidioso el demonio de
su virtud, lo atacó con todos los malos tratamientos, y repentina y simultáneamente le privó
de todo, de sus riquezas, placeres y posesiones y aun de sus mismos hijos. Solo le quedó su
mujer, mujer ingrata, que en vez de consolarlo, solo le sirvió de tentación: y el quedaron
tres amigos, amigos pérfidos que lo atormentaban más que su mismos enemigos. Pues todo
esto fue una débil figura de Jesús padeciendo: y al modo que Jesús callaba en medio de los
infinitos dolores que padecía, así calló Job. Otra figura que representa a Jesucristo es la de
Moisés. Vio este que su pueblo, por los pecados cometidos, iba a ser destruido por los
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Amalecitas, y mandó a Josué, general de sus tropas, que fuese a darles la batalla. Y ¡Caso
raro! Porque Moisés, empuñando la misteriosa vara que había recibido de Dios, y que era
figura de la cruz, se puso en oración, y se observó que cuando tenía los brazos levantados
vencía del pueblo de Israel, así como era vencido siempre que los bajaba. Habiéndolo
notado Aarón y Hus, que estaban presentes, se los sostuvieron, y en pocos momentos quedó
decidida la victoria en su favor: todo lo cual es figura de los brazos de Cristo, que estando
levantado en la cruz, habían de vencer absolutamente al Amalec del pecado. Jonás
representa a nuestro Señor ya sepultado, porque arrojado en el mar y tragado por el enorme
pez, figura a Jesucristo en brazos de la muerte y colocado en el sepulcro. No sólo hay en el
antiguo Testamento figuras que representan así en globo la pasión, muerte y sepultura de
Cristo, sino que las encontramos hasta representadas de las circunstancias más menudas: sí,
todo nos viene descrito, y de un modo tan vivo, que ni siquiera presta lugar a la duda. ¡Ah!
¿Quién fuera tan feliz que supiera entresacarlas de los patriarcas y profetas? ¿Quién las
amara como ellas se merecen? ¿Quién las meditara sin cesar? ¿Quién pusiera en práctica lo
que ellas contienen? ¡Ah lector carísimo! Acostúmbrate a meditar diariamente algunos
pasos de la pasión, y hazlo de modo especial los viernes, ya que en este día murió nuestro
Señor.
29 Qué quiere decir padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado,
muerto y sepultado
Los apóstoles, al afirmar que los padecimientos, muerte y sepultura de Cristo se verificó
mientras gobernaba en Judea el presidente Poncio Pilato, fue por dar un testimonio
auténtico de la pasión del Salvador la cual se verificó cuando ya la Judea había perdido el
cetro, como ya estaba profetizado. Bajo esta palabra padeció, encerraron todos los
padecimientos, y todos los trabajos, y todas las agonías que sufriera en su pasión, las cuales
fueron innumerables: porque fueron tantas y tales, que padeció más que todos los enfermos,
y más que todos los mártires; y lo padeció con la mayor ignominia, y del modo más atroz, y
con la mayor crueldad posible: y lo padeció después de haber sido declarado inocente; y lo
padeció no por Él mismo, si sólo por todo el género humano en general, sino que también
para cada uno de nosotros en particular. ¿Qué haces, lector carísimo? Si te refiriesen los
padecimientos de un amigo, y aun de un extraño ¿Qué dirías? ¿Qué sentiría tu alma? ¿Qué
sucedería con tu compasión? Y ¿Qué haces al oír todos estos trabajos del Salvador? ¿Por
qué no le abres tu pecho? ¿Por qué no le ofreces tu corazón? ¿Por qué no se lo consagras
entera y perpetuamente? En el día del juicio se publicarán todas tus obras: pues ¿Qué
confusión para ti haberte compadecido de los males de las criaturas, y no haber hecho caso
de los males que por ti sufrió tu mismo Creador? Toma la resolución santa de meditar todos
los días, al menos por algunos minutos, sobre los padecimientos del Salvador, y pronuncia
con frecuencia y con devoción las siguientes jaculatorias: Santa pasión de nuestro Señor
Jesucristo, salvadnos: Sagrados corazones de Jesús y María, protegednos: por vuestra
agonía y pasión, líbranos, Señor de todo mal. Cuando nos dicen los apóstoles que Jesucristo
fue crucificado, quieren afirmarnos que el Verbo que se hizo carne, fue enclavado en el
madero de la cruz. Él morir en la cruz era el morir en el suplicio más doloroso, a la par que
el más infame: y de este modo quiso morir nuestro Dios Salvador. Ya conoces lo que es un
Calvario. Es un Hombre Dios y un Dios Hombre el que está clavado en la Cruz; es su
Madre amortecida de dolor; es la Magdalena muriendo con su amado, y es el discípulo
sufriendo lo indecible. ¡Ah! ¿Qué dolor puede compararse con tanto dolor? Todos padecen
30
lo sufrible. Él centurión que mandaba las fuerzas romanas examinó toda la conducta del
Salvador, y al dar su último aliento exclamó: Verdaderamente, este hombre era el Hijo de
Dios. Escribe Pilato todo lo acontecido al César, y éste lo admite como uno de los dioses
del Imperio. Estando Jesucristo en la cruz hubo un terremoto que destruyó muchos
edificios, y un eclipse total del sol, como se lee en las obras de algunos gentiles. En España,
en la provincia de Cataluña, hay un monte llamado Montserrat, con unos peñascos los más
raros y singulares, y muchos autores aseguran que fueron efecto del temblor de la tierra que
hubo en la muerte de nuestro Señor. Pero sí es de fe que el sol se oscureció; que la tierra
tembló; que las piedras, dándose unas a otras, se partían completamente; que los sepulcros
se abrieron; que varios muertos resucitaron, y se aparecieron a los vivos. ¡Murió Jesús! Y
toda la tierra y el firmamento mostró su sentimiento: y ¿Qué haces tú, lector carísimo, al oír
la muerte de Jesús? ¿Qué hacen tus ojos? ¿No se convierten en dos fuentes de lágrimas?
¿Tus manos no golpean la cabeza y el cuerpo? ¡Ah! ¡Y cuán poco amas a Jesús! ¿Dónde
están, si no, las demostraciones de tu amor? Procura la menos un amor expreso, y además
práctico; un amor que lleve por fruto el nunca, jamás, cometer pecado alguno. Los
apóstoles nos aseguran a demás que fue muerto y sepultado, que es como si dijeran: que
después de tres horas de agonía murió en medio de los más crueles dolores. Pero, sin haber
muerto todavía la rabia de los judíos, ya que por convencerse si de hecho aun vivía, le
atravesaron el corazón con u a lanza. Después de muerto fue amortajado y puesto en un
sepulcro nuevo, en el cual estuvo tres días, dentro de los cuales resucitó como lo había
prometido. Jesús padece: y ¿Por quién padeces? Padece por ingratas criaturas, y toda su
ingratitud la supera con la infinidad de su amor. ¿Y por qué padeces? Padece porque nos
ama, y el amor fueron las cadenas que lo ataron, que lo azotaron, que lo enclavaron en la
cruz, y que le dieron la muerte. ¡Ojalá que ninguno de los cristianos se mostrase esquivo a
tanto amor! Y ¿Por qué padece en la cruz? Porque era muy conforme que así como la
muerte nos vino por un árbol, así la vida eterna la encontráramos en el árbol de la cruz: y
porque siendo el mediador entre Dios y los hombres, debía ocupar un lugar medio para
atraerse mejor las voluntades; porque es la piedra angular que ha de unir a los judíos y a los
gentiles, y porque todos debemos a Él la propia salvación. ¡Ah! ¡Qué nos diera, lector
carísimo, a trueque de que fijases tu consideración en la pasión del Salvador! ¡Cuán
agradecido debieras quedarle a tanto beneficio! Y si amor con amor se paga, ¿Con qué
amor deberás corresponder al inmenso amor que te tiene Jesús? ¿Qué darías, si habiendo
caído preso, y estando para que te quitaran la vida, saliese un desconocido y se interesase
con los jueces, y de este modo te librase? ¿Qué harías en pro de una tal persona? ¿Qué lugar
ocuparía en tu corazón? Sin duda alguna que le profesarías un grande aprecio, que nada le
negarías de cuanto te pidiese, y que aun le darías mucho más de lo que podría insinuarte.
Pues si esto harías por un hombre ¿Por qué no lo haces por Dios? ¿Por qué no lo haces por
Jesús, que te ama infinitamente más que ningún hombre? ¡Ah! Ama a Jesús al menos de
hoy en adelante: ámalo con todo el corazón, y ámalo tan continuamente, que jamás lo
ofendas: así serás feliz y dichoso, porque así obrarás según el resultado más bello de la
pasión y muerte del Salvador.
30 Frutos del cuarto artículo
A la manera que cada árbol da el fruto que es conveniente a su especie, así del cada artículo
del Credo, como de místico árbol, debemos recoger el fruto que es más propio:
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1. Pensar en la pasión. ¡Ojalá que lo llevarás a cabo! Acostúmbrate a meditar en la pasión
del Salvador; medítala del modo más ferviente y afectuoso, y desciende a la práctica de
manera que imites en un todo a Jesús.
2. Ser humilde. La humildad fue como el carácter más distintivo del redentor: y en la pasión
no solo se presentaba anonadado por haber tomado al encarnarse la forma de esclavo, sino
que lo hizo de un modo el más heroico, y resignándose a todas la humillaciones. ¿Y tú no te
humillarás? ¿Serás aún soberbio? ¿Darás aliento a tu amor propio? Humíllate; porque el
reino de los cielos padece violencia, y solo lo arrebatan los que son humildes.
3. Ser obediente. Toda la pasión no fue solo en fuerza de un acto de su propio movimiento,
sino que fue principalmente un acto de obediencia a su Eterno Padre. En efecto; obedece a
su Padre, obedece a sus jueces, obedece a los verdugos, y obedece hasta la muerte y muerte
de Cruz. ¿Y aun resistirás a la obediencia divina? Cuando tus padres te mandan, es como si
Dios te mandase: y lo mismo debe decirse de todo inferior con relación a su Superior.
Cuando te repugne un acto de obediencia, acuérdate de la obediencia de Jesús, y verás
cómo se te hace más fácil.
4. Ser paciente La paciencia es la gran virtud del Salvador, porque padeciendo
horriblemente en su cuerpo y sentidos, en su alma y potencia, y en su corazón y afectos,
con todo era tanto su paciencia, que ni siquiera abrió sus labios para quejarse con amargura:
y los Evangelistas tuvieron buen cuidado de notarnos que después de haber recibido las
mayores injurias, y al paso que sufría los mayores trabajos, Él guardaba silencio. Por esto el
Espíritu Santo nos presenta su paciencia como muy digna de nuestra imitación; y podemos
asegurar que de un modo especial nos dice, que la paciencia nos es necesaria, para que
logremos la salvación de nuestra alma. ¡Oh si nos animáramos a sufrir algo por Dios! Sí,
bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de
los cielos.
5. Amarás a Dios. Toda la pasión y muerte de nuestro Señor, fue efecto del amor inmenso
que nos tiene el Padre, que le obligó a darnos su Hijo unigénito; y es efecto también del
inmenso amor del Hijo, que voluntariamente se ofreció a redimirnos; y aun es efecto del
inmenso amor del Espíritu Santo, que en fuerza de él nos santificó. Resolvámonos todos a
amar a quien tanto nos ha amado; manifestémosle nuestro amor por medio de la frecuente
meditación de los tormentos de su muerte y pasión, por medio de una vida devota, que esté
conforme con nuestras obligaciones; y por medio de una perseverancia en el obrar el bien,
que nos conduzca seguros a la patria celestial.
6. Poner en práctica la doctrina de Jesús crucificado. Que un alma muy de Dios la expresó
así:
Sufre, pues por ti sufrí;
Y en cuanto adverso te viene
Sabe que así te conviene,
Pues todo nace de mí:
Mi voluntad me puso aquí,
Tu ingratitud me clavó,
Nadie como yo sufrió;
Y pues todo es por tu bien,
Bebe una gota, por quien
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Un cáliz por ti bebió.
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Capítulo 7.
Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos
31. Cumplimiento de una profecía
Escrito estaba por el profeta Isaías, que los muertos habían de resucitar, y que aun los
mismos sepultados habían de levantarse de su sepulcro: y escrito estaba, que esta
resurrección debía verificarse, no entre los animales, sino a favor de los descendientes de
Adán. Pero antes era indispensable la resurrección de la cabeza de este místico cuerpo; de
quien se había profetizado también: Oh muerte, yo seré tu muerte. Los apóstoles después de
habernos dicho que Jesucristo padeciendo bajo el poder de Poncio Pilato, murió,
inmediatamente, nos lo presentan con vida, asegurando que descendió a los infiernos y al
tercer día resucitó de entre los muertos. Nos lo presentan con vida, porque haciendo morir a
la muerte, le hace dar vida a los muertos: hizo morir a su Humanidad santísima, que en
fuerza del decreto de Dios, estaba condenado a la muerte de cruz; y de esta muerte sacó la
vida de todo el linaje humano, proporcionando a todos la eterna vida de la gloria. Esta
profecía también se cumple a favor nuestro; porque así como está decretado que nosotros
hemos de morir, así también está escrito que hemos de resucitar. Pero ¿Cómo
resucitaremos? Es de fe que todos resucitarán, pero también es de fe que no todos
resucitarán igualmente; y que a la manera que unos resucitarán al par de Jesucristo, y
adorados con el cuádruplo don de Impasibilidad, Sutileza, Agilidad y Claridad; así también
resucitarán con la fealdad de Satanás, quedando siempre feos, asquerosos y abominables
como el mismo. Y ¿Cómo resucitaremos nosotros? Según hayan sido nuestras obras:
porque al modo que el labrador recoge en la cosecha lo que sembró, así en la hora de la
muerte recogeremos lo que hayamos sembrado en vida. Examina el esta de tus obras, y
concluye por ellas cuál será tu resurrección; porque ciertamente será para el cielo, si tus
obras has sido conformes a la ley de Dios; así como será para el infierno, si tus acciones has
sido pecaminosas. Examínate.
32. Descendió a los infiernos
Jesucristo nuestro Señor, lector carísimo, es el testigo fiel, es el Príncipe de los reyes de la
tierra, y es el Primogénito entre los muertos, y éste es el que habiéndonos lavado de
nuestras iniquidades con su sangre, descendió a los infiernos; y a la manera que no
podemos dudar de que murió, así es igualmente cierto que verificó este descenso. Mas
¿Qué es lo que entendieron los apóstoles por la palabra infierno? Ellos es cierto que pueden
distinguir cuatro infiernos, a saber: el infierno de los condenado; el infierno de los que se
purifican, y lo conocemos con el nombre de Purgatorio; el infierno de los que mueren sin
bautismo, y lo denominamos Limbo; y el infierno de los justos que habían muerto antes de
Jesucristo, y lo apellidamos Seno de Abraham. Pues ¿Cómo descendió a ellos? Bien
podemos decir con toda verdad que descendió al infierno de lo condenados, no con su
presencia real, sino en cuanto al efecto que aun sin estar allí mismo produjo, de increpar y
convencer a los condenados de su infidelidad y malicia. Y al infierno del purgatorio, con su
misericordia haciendo entrever a aquellas almas, que después de purificadas, serían
eternamente felices, y sacando desde luego a las que ya lo estaban, y descendió también al
infierno de los que murieron con solo el pecado original, produciendo los efectos
correspondientes a aquel estado; descendió al Seno de Abraham, de donde tomó todas las
almas de los Santos Padres, que estaban esperando su glorioso advenimiento. ¡Ah! ¡Qué
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momento tan feliz cuando se les anunció! Quién de ellos no exclamaría: En fuerza de lo que
me dicen y de lo que veo, estoy lleno del más puro gozo, porque ha llegado ya el tiempo de
que yo vaya a la casa de mi Señor. ¡Instante glorioso! porque vieron cumplirse en él todos
sus deseos: entonces se les cumplió a la letra las palabras del Profeta Rey: nuestros padres
esperaron en ti, y ninguno de ellos quedó confundido. ¡Cuán agradecidos quedarían a Jesús
todos los Santos que allí lo esperaban! ¡Qué gozo el suyo! ¡Qué alegría tan inexplicable!
Lector carísimo, tú no debes ser menos agradecido: porque a la manera que les abrió las
puertas del cielo, facilitándoles de este modo una eterna felicidad, así también las abrió para
ti, proporcionándote a su tiempo la posesión de una gloria eterna. Mas, ¿quién lo creyera
que hubiese cristianos tan enemigos de sí mismos, que voluntariamente se las cerraran otra
vez? Esto te haces a ti mismo con el pecado. Reflexiona sobre tu conducta; porque el amor
a los placeres, el amor a la hacienda y a las riquezas, son los lazos fuertísimos que te
impedirán la entrada en la patria celestial. ¡Ah! no los imites tú; aparta de ti todas las obras
de la carne, practica los mandamientos de Dios, estando persuadido que con estas obras
gozarás el fruto de la pasión del Salvador.
33. Al tercer día resucitó de entre los muertos
Con estas palabras está del modo más expreso, del dogma principalísimo de la resurrección
del Señor. La resurrección no debe ser considerada como una cosa imposible, pues vemos a
nuestro Señor resucitando muertos, cuando vivía en medio de nosotros. Resucitó a una niña
que contaba doce años, y esto lo hizo sin otras ceremonias que la manifestación de su
voluntad; a un joven que contaba veintiún años, en el momento mismo que lo llevaban a
enterrar, lo resucita y lo vuelve a su madre viuda: a Lázaro, que hacía cuatro días que estaba
muerto y que arrojaba de sí un mal olor, lo lloró, y después de haber derramado las lágrimas
de la amistad, lo resucita. Pues este mismo Salvador, empleó a favor suyo el mismo poder
todopoderoso: y a la manera que antes resucitó por su propia virtud. Esta verdad nos
confirma del modo más expreso que Jesucristo es Dios, como Él mismo así lo dijo. O si no,
¿Dónde está un hombre que se haya resucitado a sí mismo? Al contrario, todos los
hombres, y el mas valiente, y el más sabio, y el más rico, todos mueren; y no hay ni uno
solo, no digo que se resucite, mas ni siquiera que se libre de la muerte: tan cierto es que
Jesucristo es mas que un hombre, y que es el verdadero Dios. Resucitó para propagar de
este modo su doctrina, de un modo divino; porque así como los hombres, como que son
hombres, propagan la doctrina viviendo, así Jesucristo como que es Dios, extendió su
doctrina al modo de Dios, es decir, muriendo. Porque como nos dice san Juan: Si el grano
de trigo no cayera en la tierra y allí muriese, él mismo permanecerá solo; pero si de hecho
cae en la tierra y se muere, lleva entonces fruto copioso y abundante. En efecto, Jesucristo
limitó su predicación a la sola Judea, porque según el espíritu de las profecías, Él, por
medio de los apóstoles, había de convertir al mundo, y directamente había de hacer oír su
voz en la sola Judea. Pero Jesucristo siendo Dios, murió como hombre, y como
hermosísimo grano de trigo, produjo las espigas más llenas y hermosas de los apóstoles y
de los mártires, de los Confesores y de las Vírgenes. Nosotros también somos granos de
trigo, y al modo de Jesús estamos destinados a morir para dar a luz la verdadera vida:
muramos, por tanto, desde luego, mediante al resistencia a las pasiones, reprimiendo los
terribles efectos del amor propio, y produciendo el bellísimo fruto de la exquisita virtud. Ay
de ti, lector carísimo, si eres grano de trigo estéril, porque convertido en cizaña, serás
arrojado al fuego. Para convencerte de lo que acabo de decir, yo podría recordarte la
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parábola del sembrador, que la cual verías que en un campo salió al mismo tiempo el trigo
y la cizaña; que ambos crecieron, ambos fueron segados, pero la mala hierba fue arrojada al
fuego, al paso que el buen trigo fue trasladado a los eternos graneros de la patria celestial.
Pues ¿Qué eres tú, lector carísimo? ¿Eres trigo candeal, o eres maldita cizaña? Mira que el
campo es tu corazón, las máximas evangélicas son el trigo arrojado por divino Sembrador;
las máximas mundanas son la cizaña del hombre enemigo: ahora bien ¿Qué es lo que
produces? ¿Qué son tus obras? ¡Ah! huye de todo pecado, purificándote, primero, por
medio de una buena confesión; huye de todo el pecado, procurando concebir un grande
dolor de haber ofendido a Dios; huye de todo pecado, entregándote a la práctica de la
virtud, estando bien persuadido que solo con esta conducta llegarás a ser algún día el trigo
divino del a celestial Jerusalén. ¡Qué vergüenza si te sucediera lo contrario! ¡Qué
confusión! Un cristiano como eres, y que te encontraras envuelto en aquella sentencia del
Salmista: No se levantarán los impíos en el día del juicio y ni siquiera los pecadores, para
que puedan ser contados en el número de los justos. Sal del pecado por medio de una buena
confesión; comienza una vida santa, entrégate a los deberes de una vida piadosa con toda
perseverancia y recibirás en la hora de la muerte la amorosa bendición de Dios.
34. Importancia de la resurrección
Jesucristo resucitó, es decir, el mismo que descendió de los cielos a la tierra, que tomó
nuestra carne en las entrañas de María Virgen, que nació y después de haber vivido treinta y
tres años padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, es el
mismo que resucitó. No podía ser de otro modo, porque como hemos demostrado,
Jesucristo es el Verbo hecho carne, y había en Él la naturaleza divina y humana, en una sola
persona, y ésta divina. Se dice la muerte de Dios, no porque en Jesucristo haya muerto la
divinidad; sino porque murió la humanidad, la cual estaba unida hipostáticamente con el
Verbo; y es como si dijera que murió Dios en cuanto hombre: por consiguiente, nada tiene
de extraño su resurrección; porque el que ha hecho todas las cosas ¿Cómo no había de
poder hacer esta? Él que ha hecho todas las cosas de la nada ¿Cómo no podía resucitar a un
muerto? La verdad de la resurrección del Salvador es el principal quicio sobre el cual
descansa toda la religión; y es la prueba más convincente de que Jesucristo es Dios, y por
consiguiente, de que su doctrina es divina. Las profecías nos anunciaron a un hombre Dios;
milagro de primer orden lo confirmaron; y viendo Él que aun no era creído, apela a las
obras; les dice cuánto ha de pasar dentro de poco tiempo; que será odiado por los escribas y
fariseos; que se verá apresado y cargado con cadenas; que será azotado, escupido,
abofeteado y tratado con la mayor ignominia, y que muriendo en el suplicio de la cruz al
tercer día resucitará. Esto lo anuncia a sus amigos y enemigos, y les dice del modo más
categórico, que destruido el templo de su cuerpo, Él lo edificaría al tercer día: y que al
modo que Jonás, después de haber estado tres días en el vientre de un pez enorme salió vivo
así resucitaría el hijo del Hombre al tercer día después de su muerte. Los judíos
comprendieron también que Jesucristo hablaba de su resurrección, y que esta debía
verificarse al tercer día después de su muerte, que se presentaron a Pilato, pidiéndole una
fuerte guardia que custodiase el sepulcro durante tres días, y ellos lo sellaron para que nadie
lo falsificara. Pero ¡oh admirables los designios de Dios! Porque los soldados mismos de
que se sirvieron los judíos para oscurecer la gloria de su resurrección, ellos fueron los
primeros en proclamarla, y en decir a sus más encarnizados enemigos que Jesucristo había
resucitado. Los judíos dieron a los soldados romanos una gran cantidad de dinero para que
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lo negasen y dijesen: que estando dormidos los discípulos se lo habían robado. Pero ¿Cómo
habían de callar lo que nuestro Señor les obligaba a decir? ¿Cómo habían de negar lo que
ya habían confesado? ¿Cómo habían de dar testimonio de que ellos estaban dormidos, y que
entonces aprovecharon los discípulos esta coyuntura habían robado el cuerpo de su
Maestro? Porque si estaban dormidos ¿Cómo supieron del robo? y si no estaban dormidos
¿Cómo permitieron que se robasen? Y si de hecho se lo robaron, ¿Por qué Pilato no los
castigó? En efecto, está fuera de duda, que Pilato no los castigó; y de hecho no pudo darles
ningún castigo porque ellos no se durmieron; ni el cuerpo fue hurtado; sino que
sobreviniendo un gran temblor, Jesucristo resucitó lleno de gloria y majestad como lo había
prometido: y no podía ser de otro modo, porque Jesucristo era Dios. Imitemos a los
soldados en la proclamación que hicieron al afirmar que Jesucristo había resucitado; y si no
podemos hacerlo como ministros de Dios, pero sí que todos lo hemos de hacer por medio
de una vida eminentemente cristiana.
35. Fruto de este artículo
Él apóstol san Pablo que aprendió en el tercer cielo todo cuanto deben hacer los discípulos
del Señor, se ha dignado señalarnos el fruto que hemos de sacar del glorioso misterio de la
resurrección, cuando nos dijo: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de cielo y
no las de la tierra: porque al modo que Jesucristo ha resucitado de entre los muertos, así
nosotros hemos de resucitar a una vida nueva. 1. Si hemos resucitado con Cristo. – Esto se
verificó en ti, cuando recibiste el santo bautismo; porque entonces, dejando la muerte del
pecado, resucitaste a una vida de la gracia con Cristo Jesús. Si después del bautismo has
pecado, con el pecado entró otra vez dentro de ti la muerte del alma; y solo podrás resucitar
con Cristo por medio de una buena confesión. ¿Te has confesado? ¿Te has confesado bien?
¿Cuánto tiempo ha que no te has confesado? Si desde que pecaste mortalmente no te has
confesado bien, has de saber que no has resucitado con Cristo. ¡Cuan felices son los
cristianos que se confiesan bien! Y ¡Cuan desgraciados los que no hacen caso de la
confesión! 2. Buscad las cosas del cielo. Y esto lo haremos mirando a Jesucristo,
adorándolo como a Dios, obedeciendo sus preceptos, practicando sus consejos, observando
sus máximas y siguiendo su religión. Porque así como no hay mas que un solo Dios, así no
puede haber mas que una religión verdadera: y nunca olvides que para ser un buen cristiano
no basta la fe muerta, sino que es necesaria la fe avivada con las buenas obras. 3. No las
cosas de la tierra. – A la manera que la luz y las tinieblas son dos cosas diametralmente
opuestas, así lo son las cosas de la tierra con las del cielo: y debiendo buscar lo del cielo,
claro está que no hemos de apegarnos en lo de la tierra: nada, pues, de amor a los deleites, a
los placeres, y a las diversiones; y solo ir en busca de los intereses de la eternidad, del
Reino de Dios y de su justicia, y de todo aquello que es del cielo. ¡Oh, pluguiera a Dios
sacaras este fruto del quinto artículo! Anímate, pues lector carísimo, e imita a Cristo en tu
conducta, de modo, que a la manera que Él resucitó de entre los muertos, así resucites tú a
una vida santa e inmaculada. Resucita por medio de las frecuentes confesiones, de actos de
arrepentimiento, y de fervientísimos actos de amor a Dios: resucita de todo pecado mortal,
de todo pecado venial, y aun de toda imperfección: resucita de modo que nunca jamás
vuelvas a morir, y resucita, en fin, llevando una vida perfecta, para que al modo que
Jesucristo recibas la eterna recompensa de la gloria.
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Capítulo 8.
Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso
36. Vaticinio de la ascensión
Él real profeta David, fue escogido por Jesús para que fuese su representante: y lo cumplió
exactísimamente, aun en las más menudas circunstancias; y lo cumplió con una firmeza
admirable; ora por haber sido uno de los más ilustres primogenitores, ora por habernos
descrito la mayor parte de sus pasos. Él nos lo presenta en su concepción concebido por
obra del Espíritu Santo; en su nacimiento, siendo el glorioso parto de una Virgen; recién
nacido, lo vemos adorado de los reyes y Magos; en su niñez, huyendo a Egipto y habitando
en Nazaret; en su mocedad, discipulando con los doctores de la ley; en su juventud, estando
sujeto a sus padres; en su vida pública, practicando el Evangelio, y en toda su vida, pasión y
muerte, nos lo retractó admirablemente hasta en sus menores lineamientos. Y este profeta
que tanto nos dijo de su padecer ¿Nada nos diría de sus glorias? ¿Pasaría por alto su mayor
victoria? Nos predijo su resurrección gloriosa; y nos predijo también su admirable
Ascensión a los cielos, y su asentamiento a la derecha de Dios Padre todopoderoso. Reinos
de la tierra, decía el profeta Rey, Cantad al Señor porque allá en el Oriente sube hasta en lo
más alto de los cielos. En efecto, no puede haber texto más claro: y su cumplimiento como
verdadero vaticinio, tuvo su hecho consumado en la persona de Cristo, cuando los apóstoles
nos dijeron de Él en el sexto artículo: Que subió a los cielos y está sentado a la diestra de
Dios Padre todopoderoso. Como si dijeran que el mismo Jesucristo sin necesidad de
criatura alguna, porque todas le están sujetas, ya que todas Él las hizo comunicándoles la
vida, Él mismo con su propia virtud, subió a los cielos, y Él mismo como Dios verdadero
de Dios verdadero, tomó su asiento a la derecha de Dios Padre. ¡Oh, qué grande aparece
Jesucristo! Ciertamente, se dice de Él cuanto puede afirmarse; y no se puede dar una idea
más convincente de esta sentencia: Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios
Padre todopoderoso. Se ha dicho por el profeta, que Dios era admirable en sus santos, o que
hacía a favor de ellos las cosas más admirables. Ahora bien, ¿Qué haría a favor del santo de
los santos? Hizo cuanto convenía y cuanto era deseable; ya que como en premio de su obra
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso.
37. Ocupaciones de Jesús después de su resurrección
En este número, lector carísimo, voy a decirte brevemente algunos de los entretenimiento
de Jesús, después de su gloriosa resurrección, lo cual no podrá menos que serte en gran
manera útil y agradable. Porque si el nacimiento de Jesús enternece el corazón, arrebata
todos los afectos y obliga dulcemente a obrar, ¿Qué hará Aquel que a todas las gracias de
su niñez, añade los hechizos de la juventud, y añade además las divinas cualidades de un
cuerpo gloriosamente resucitado? ¿Que te diré, lector carísimo, de las apariciones que hizo
a su santísima Madre? Porque a la manera que había sido la más afligida en la pasión, así
fue ahora la más poderosamente consolada. ¿Qué diré de las apariciones que hizo a su
queridísima Magdalena, que transida de dolor lo esperaba? Basta saber, que a ella se
apareció primero, no obstante de haber sacado antes de su corazón a siete demonios. ¡Oh!
¡Cuántos motivos de confiar en Dios! ¡Oh, quién lo amara como merece ser amado! Y
¡cuánto debe animarnos tan dulce aparición! ¿Has pecado? No importa, porque aunque
hayas pecado, aunque hayas manchado tu pureza, aunque te acompañen crímenes de primer
orden, aunque hayas sido un escándalo de cuantos te han conocido, aun en este caso no te
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abandona Jesús; aun te recibe Jesús, y de su parte está dispuesto a llenarte de sus
bendiciones. ¿Has pecado? Ama mucho, y con el mucho amor, mucho serás perdonado.
¿Qué diré de las apariciones que hizo a Pedro? Sí, Pedro a pesar de su cobardía y de haber
negado a su Maestro, con todo, se le aparece, lo consuela, lo perdona completamente y
vuelve a hacer de él toda la confianza de antes. ¿Has pecado tú también, negando con tu
vida no casta, que eres discípulo de Cristo? Imita a Pedro en la penitencia, y como él,
recibirás de Jesús la misma favorable acogida. Finalmente, se apareció a todos los
apóstoles: Y a pesar de que todos lo habían abandonado, con todo, le concede el más
amplio perdón, los confirma apóstoles suyos, los instruye en todo lo perteneciente a la
Iglesia, instituye los sacramentos que faltaban, les determina la materia, y la forma y el
ministro; les da potestad sobre su cuerpo, y les confiere además la gracia sin segunda de
perdonar los pecados. Todo esto lo hizo en el espacio de cuarenta días, cuando
apareciéndose a los apóstoles, les hablaba del Reino de Dios: después de lo cual subió a los
cielos y ahora está sentado a la diestra de Dios Padre. Tales fueron las obras de Jesús
después de su resurrección. ¡Ah! ¡Cuánto nos ama Jesús! Todo lo hizo por nosotros: y por
nosotros descendió del cielo, se hizo niño, nos predicó su Evangelio y murió en la Cruz; y
también por nosotros resucitó, por nosotros se apareció, instituyó los sacramentos; y en fin,
subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre. ¿Qué ama pues, quien a Jesús no
ama? ¡Oh Salvador! haced que os ame con todo mi corazón y afectos, con todo mi cuerpo y
sentidos, y con toda mi alma y potencias.
38. Subió a los cielos
Animados e instruidos por última vez, los notificó que había llegado la hora de irse al Padre
Celestial, y partiendo de Jerusalén toda la santa comitiva, llegó al Monte Olivete, les
bendijo con una ternura toda especial, y viéndolo todos, a cosa de las doce del día, comenzó
a elevarse, y con su propia virtud subió a los cielos, de un modo semejante al águila que en
virtud de su propias alas se eleva tan alto que parece que quiere compartir con las nubes. Y
así como el sol levanta de la tierra los vapores, y con sus brillantes rayos los convierte en
nubes las más hermosas; así de un modo semejante el divino Sol de Justicia levantó al
modo de vapor a la santa Humanidad, convirtiéndola en lo sucesivo en la mayor hermosura
de la gloria. Todo esto se verificó no a ocultas y de cualquier modo, sino al medio día y
delante de los apóstoles y de los discípulos; pues como dice san Lucas: nuestro Señor subió
a los cielos delante de sus mismos discípulos y apóstoles. A la manera que los cristianos
tenemos en el Calvario un certificado de la muerte del Salvador; así tenemos en el Monte
Olivete un monumento perenne de subida a los cielos: y así como hay aun en el Calvario la
abertura que comenzando en su cumbre llega hasta los cimientos, y nos dice que esto se
verificó en la muerte de Jesús; así también hay en el Monte Olivete una piedra que conserva
las últimas huellas del Salvador sobre la tierra, cuando despedido ya de sus discípulos se
subió a los cielos. ¡Ay, lector carísimo! ¡Ah si supieras cuán admirados quedaron los
discípulos cuando vieron a su Maestro ya subido a los cielos! Fue necesario que un ángel
los sacara de arrobo, y que les dijera que fuesen a prepararse para recibir el Espíritu Santo.
Pues este mismo Jesús lo tienes en el sacramento del amor, y, ¿qué haces tú a tu visita?
Díme, ¿lo visitas con frecuencia?, ¿le das las pruebas de afecto a que es acreedor? Así
debieras hacerl; date a Jesús sacramentado y visítalo, recíbelo y pon tus delicias en Él,
acordándote verdadera y afectuosamente de Él como del primer objeto de tu amor. ¡Oh si
todos los afectos de tu corazón se convirtieran en llamas del más puro y acendrado amor!
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Toma la resolución de comulgar en las principales festividades de Jesús y María; y de
hacerlo como un culto especial que quieres dar a Jesús sacramentado.
39. Está sentado a la diestra de Dios Padre
Apenas hubo entrado el redentor en el cielo, cuando luego se verificó el cumplimiento de la
profecía que hizo David al decir: Él Señor dijo a mi Señor: siéntate a mi derecha. Como si
dijera el Señor Dios Padre, dijo al Verbo encarnado: Señor Dios Hijo, siéntate a mi derecha.
Siéntate, es decir, estés sentado: lo cual nos recuerda la suprema autoridad de Jesucristo, no
solo en cuanto Dios, sí que también en cuanto hombre. A la derecha de Dios Padre: con
estas expresiones nos indican, que el Padre y el Hijo tienen igual poder, igual majestad,
igual sabiduría y la misma divinidad. siéntate a mi derecha: no solo es decir en cuanto Dios,
sí que también en cuanto hombre; porque está sentada la persona divina, que es Jesucristo;
y esto no sólo es Dio, sino también es además hombre verdadero, Jesucristo en cuanto
hombre, no es lo mismo que el Padre; sino que el Padre es bajo este punto de vista, mayor
que Él; de lo cual se sigue que los atributos de Jesucristo como Dios, no residen en su
sagrada humanidad; y por tanto no está en todas partes, porque ella es en sí misma limitada;
pero también es cierto que al par de la divinidad, está sentada a la derecha de Dios Padre. Y
no te parezca esto difícil, porque a la manera que un emperador que se pone el manto y se
sienta en su trono, no solo está sentado el monarca, sí que también el manto, aunque este no
sea el emperador; así de un modo semejante acontece con Jesucristo, el cual siendo Dios y
hombre verdadero, está sentado a la diestra de Dios Padre, no solo como Dios, sí que
también como hombre, del mismo modo que el manto está en el trono, lo propio que el
mismo Emperador. Verdad ciertísima, que nos enseñan los apóstoles, al decirnos que
Jesucristo está sentado a la derecha de Dios Padre. Verdad amable, porque pone en
movimiento todos los afectos del corazón, para que amemos a Jesús: Verdad que inspira la
mayor confianza, porque nos recuerda que en el cielo, en el mismo trono de Dios, hay
sangre de nuestra sangre, hay huesos de nuestros huesos, y hay carne de nuestra carne.
Verdad la más consoladora, porque según el sentir del amado discípulo, tenemos un
poderoso Abogado delante de nuestro Padre celestial, y este Abogado es Jesucristo, y
Abogado que siempre vive para interceder sin cesar por nosotros. ¡Qué súplicas tan
fervorosas las de Jesús a favor nuestro! Siempre, siempre están abiertas las sacratísimas
bocas de sus cinco llagas rogando en nuestro favor. ¡Qué no harán en nuestro favor aquellas
manos, manos sacratísimas que aun viviendo nos dispensaban ya todo bien? ¿Qué harán
aquellas manos que ya entonces restituían la vista a los ciegos, el habla a los mudos, la
agilidad de los miembros a los paralíticos y aun la vida a los mismos muertos? ¡Ah!, si
procuraran ser devoto de estas cinco llagas sacrosantas. ¡Ah!, ¿cómo te llenarían de
inmensos bienes de la patria celestial? Adóralas con todo el afecto que te sea dable; y
acostúmbrate a dirigir todos los días a la mano derecha, pidiéndole la perfección; y a la
llaga de la mano izquierda, pidiéndole la salud del cuerpo. ¿Qué no harán a favor mío los
pies del Salvador? Sus pies, pies divinos que anduvieron tras la oveja perdida; que cual
Padre amoroso salieron al encuentro de los más miserables; que se dirigieron solícitos hacia
el lugar más necesario; que subieron robusto todo el monte Calvario, y amorosos se
extendieron en el árbol de la Cruz. ¡Ay de mí, esos pies llagados! ¡Ay, clavos! atrevidos
clavos, crueles y esquinados clavos. Sí, los clavos de nuestros pecados clavaron a Jesucristo
en el árbol santo de la cruz. Y ¿Qué diré de su costado? de su costado sacrosanto ¿Qué
diré? Ya muerto, y un desapiadado acero atraviesa su pecho: atraviesa su corazón. ¿Qué no
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le dirán a Dios las llagas de Jesús? Tanta sangre derramada, ¿Podrá no abogar en nuestro
favor? No dudes, lector carísimo, porque ello es indisputable, y es del todo cierto que cada
una de las llagas del Salvador, es una lengua elocuentísima que sin cesar está suplicando
por nosotros. Por tanto, debes tener la mayor confianza a Jesucristo; que es nuestro abogado
que tenemos delante de nuestro Padre celestial. Pero pregunto ¿Cómo está Jesucristo a la
derecha de Dios Padre? Los apóstoles nos dicen, que está sentado, así como uno de los
evangelistas nos asegura que está en pie. ¿Cuál pues, de los dos tiene razón? ¿o por ventura
son dos cosas iguales? Ello es cierto que los dos tienen razón; así como es cierto también
que son dos cosas realmente distintas. Son dos cosas distintas, porque una cosa es estar
sentado, y otra es estar en pie: y sin embargo, los dos tienen razón; porque se dice que está
sentado, no para indicar que está en la postura que tiene al lado de su Padre, sino para que
comprendamos que el Padre y el Hijo tienen igual poder: y se dice que está en pie, para que
comprendamos algo de la inmensa y solícita Providencia con que nos trata el Señor.
40. Fruto de este artículo
¡Qué fruto tan exquisito el que vamos a coger del presente artículo! Puedo asegurarte que
así como es de los más copiosos y abundantes, así es también de los más útiles y
provechosos, porque no es otro que el de la presencia de Dios. Jesucristo está sentado a la
derecha de Dios Padre todopoderoso, es decir, está sentado en el trono elevadísimo de Dios,
desde cuyo punto, como de una mística atalaya, todo lo está viendo, y de ahí la presencia de
Dios. Quiero decir, que has de acordarte de Dios; de que en todo lugar te ve Dios, y ve aun
los más recónditos pensamientos que están ocultos en los últimos pliegues de tu corazón.
Procúrate la práctica de los ejercicios de la presencia de Dios, y con la mayor frecuencia
que te sea dable, repite: Dios me ve: Dios me oye: Dios está en todo lugar, delante de mí,
alrededor de mí y de dentro de mí mismo; y te aseguro que no solo no pecarás, sino que al
modo de Abraham, te irás haciendo perfecto. ¿Cómo podrá pecar el que piense que está
delante de Dios? Lo que no haría delante de unas personas honrada, ¿Cómo lo ha de hacer
estando delante de Dios? ¿Cómo había de pecar delante de Dios, que castiga el pecado con
la eternidad de tormentos? No solo no pecarás con la presencia de Dios, sino que te harás
más perfecto; porque vivirás delante de Dios, que si obras el bien, te lo recompensará con
un premio eterno. Supuesta una falta ¿Quién dejará de confesarla si cree que está en la
presencia de Dios? No, no se concibe vivir en pecado, y mucho menos cometer nuevos
pecados, en un alma que ponga sus delicias en andar como Abraham en la presencia de
Dios. No: no puede no amar a Dios, porque Dios quiere ser amado; no podrá hacer
juramentos, porque Dios prohíbe el juramento falso; no podrá de santificar las fiestas,
porque Dios manda su santificación. Y, ¡cómo!, ¿quién habría que tuviese un pensamiento
deshonesto consentido, que hablara una palabra indecente, y que se manchara con una
acción impura? Nadie es capaz de hacerlo mientras conserve en su corazón con la debida
viveza la presencia de Dios. Di, pues, teórica y prácticamente: Yo estoy en la presencia de
Dios; al irte a la cama, al acostarte y todo el tiempo que permanezcas en el lugar de
descanso, di una y muchas veces: yo estoy en la presencia de Dios, y Dios me ve, y me oye,
y me observa, y está conmigo en todas partes; de día y de noche, en el trabajo y en el
descanso, en el sueño y en la vigilia y está aun haciéndose cargo de todo mi interior. Feliz
el que siempre anda en la presencia de Dios, porque saldrá del pecado, no pecará más,
practicará la virtud, y llegará a la más encumbrada perfección.
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Capítulo 9.
Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos
41. Juicio particular y universal
Ya hemos llegado, lector carísimo, a la explicación de uno de los puntos más importantes
del Credo, y es el que nos asegura que Jesucristo vendrá del cielo a juzgar a los vivos y a
los muertos. Para que entiendas mejor esta verdad fundamental, has de saber, que habrá dos
especies de juicio, juicio particular y juicio universal. Juicio particular es aquel que se
verifica en el momento mismo después de la muerte, según la sentencia del san Pablo, que
asegura: que después de la muerte de cada uno, le llegará enseguida el juicio. ¡Que cosa tan
terrible y espantosa! Acabar de vivir; comenzar a morir, y en aquel mismo punto ser
juzgado. ¡Qué cosa tan tremenda ser el alma juzgada por Dios! La criatura juzgada por su
Creador, el redimido por el redentor: y ser juzgada según todo el rigor de la justicia infinita,
sin el menor ápice de misericordia. ¿Quién no se llena del temor más espantoso? Tengo que
se juzgado de todos los pensamientos, de todos los deseos, de todas las palabras y de todas
las obras: tengo de ser juzgado del mal que he hecho, del mal que he pensado, del mal que
he obrado, del bien que he dejado de hacer, y aun del mismo bien que he hecho. Lector
carísimo: ¿Qué será de ti en el momento después de la muerte? Y ¿Qué será de mí, lector
carísimo? Es de fe que ambos hemos de morir, así como es de fe que ambos hemos de ser
juzgados: y que hemos de ser juzgados por un Juez inexorable, Juez que no podrá ser
cohechado, Juez que no admitirá otra excusa que nuestras obras, y Juez que nos juzgará con
un juicio el más pronto, el más exacto, y el que dado una vez no deja lugar a la apelación. Y
¿Qué será de nosotros, lector carísimo? Piénsalo tú de ti mismo, así como yo lo pienso con
relación a mí. Él otro juicio se llama universal, que patentizará todo lo del juicio particular:
y esto se entiende por juicio universal la reunión de todos los juicios en un solo juicio,
porque todos comparecerán en él y todos serán juzgados: tales suenas la palabras de Dios
por boca del Profeta Joel: Reuniré, dice, a todas la gentes del Valle de Josafat, y allí las
juzgaré. Pues de este juicio nos hablaron los apóstoles al decirnos en el Credo: y de allí ha
de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y de esto voy a hablarte en este capítulo, como
que es el sétimo artículo.
42. Dogma del juicio universal
Él juicio universal es un dogma de nuestra santa fe, del mismo modo que lo es también
cuanto hemos dicho de Dios Padre, de Dios Hijo y cuanto diremos de Dios Espíritu Santo.
Es verdad innegable, pues nos las han enseñado los apóstoles, y ellos compusieron el Credo
inspirados de un modo especial: por tanto, no hay necesidad de que lo probemos. De ahí es
que en vez de una verdadera demostración, insinuaremos algunas de las razones en que está
fundado. Sea la primera el texto del Profeta Joel, el cual, iluminado por el Espíritu Santo,
nos dice en nombre del Señor: Yo reuniré a todas las gentes en el Valle de Josafat, y allí
tomaré sus cuentas. Estas palabras son tan claras y expresivas, que no dejan la menor duda,
porque se trata de una junta general, en la cual han de asistir todos y a todos el Señor los ha
juzgar, y cabalmente esto es lo que entendemos por juicio universal. Ha de verificarse en el
Valle de Josafat, es decir, en un valle que hay situado entre el Monte de los Olivos y el
Calvario. En el primero se halla Getsemaní, es decir, el lugar en donde comenzó la pasión
de nuestro Dios y Salvador, lugar donde la consumó. Pues este juicio universal, dice el
profeta, se verificará en dicho valle para mayor confusión de los pecadores, y mayor alegría
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de los justos. Los ángeles en la dicha de la Ascensión del Salvador nos afirmaron
igualmente este juicio universal, cuando dijeron a los apóstoles y discípulos que habían sido
testigos de su Subida a los cielos, que asimismo vendría a juzgar a los vivos y a los muertos
en el último día, y asegura la ex presión del Evangelio, vendrá precedido de la Cruz.
Jesucristo mismo, hablando con sus más encarnizados enemigos, no sólo les manifestó que
era Hijo de Dios, sí que también les hizo saber, que sentado a la diestra de la virtud de Dios,
vendría del cielo a juzgarlos. ¡Que espectáculo el del juicio universal! ¿Qué será de los
pecadores? ¿Qué será de los que no aman a Dios? ¿Qué será de los blasfemos y juradores?
¿Qué será de los irreligiosos y quebrantadores de los días festivos? ¿Qué será de los que no
cumplen con las obligaciones del propio estado? ¿Qué será de los que riñen, hieren o
matan? ¿Qué será de los deshonestos? y de los ladrones y mentirosos ¿Qué será? ¡Qué
espectáculo tan fiero el del juicio universal! ¡Ah! felices y mil veces felices los que amaron
la virtud.
43. Fines que Dios se propone en el juicio final
Él fin de los fines es la voluntad de Dios: y ¿Quién podrá encontrar razón mejor? Además
podemos señalar otros tres fines sin temor de equivocarnos: la mayor gloria de Dios, la
mayor gloria de los Santos y la mayor confusión de los malvados impíos. 1. La mayor
gloria de Dios: porque en este gran día Dios dará una especie de cuenta pública, en la cual
se verá cuán justos son los juicios de Dios, y cómo en todo ha obrado con la mayor
equidad. Allí se verá porqué permitió que los justos fueses sumergidos en un abismo de
pena y de angustia; y por qué los pecadores en medio de sus crímenes los más enormes
parece que todo les salía a pedir en la boca. Entonces se restituirá a nuestro Señor el honor
que le han quitado los judíos con sus blasfemias, los impíos con sus maldades, los
pecadores con sus crímenes, los herejes con sus infamias, y todos los cristianos con su
conducta no santa. ¡Infelices! no quisieron respetarlo por amor; será necesario que lo
honren sufriendo las penas de un dolor eterno; y al verlo con tanta grandeza y majestad, y
que brilla más que el sol aquel rostro que habían afectado las inmundas salivas, morirán de
espanto y temor: temor infinito, espanto inmenso que ha de ser nada menos que eterno. Él
otro fin que Dios se propone al hacer el juicio universal, es la mayor gloria de los Santos:
porque ellos fueron en este mundo maltratados, y burlados, y considerados como lo más vil
de la hez del pueblo. Y compareciendo con todo su valor los trofeos y las palmas de los
mártires, las penitencias de los confesores, las coronas de la vírgenes, los estudios de los
doctores, y la paciencia de todos los Santos, se verán honrados, completamente alabados, y
aun verá todo el mundo que Dios ha quitado de sus ojos toda lágrima de aflicción; y que ya
n hay para ellos ni llanto, ni dolor, y ni siquiera la menor aflicción. ¿Qué son pues, los
desprecios de ahora comparados con aquella gloria? ¿Qué son estas penas con aquellas
dulzuras? ¿Quién no ser animará a sufrir un poco, a trueque de disfrutar una eternidad de
gloria? Él otro fin es manifestar la malicia y miserable desatino de los pecadores. Y ¡Qué
confusión! ¡Qué vergüenza! y ¡Qué penar! ¡Ah! penar eterno, en el cuerpo y en el alma y en
toda ocasión. Allí los soberbios serán humillados hasta lo sumo; allí los avaros serán
empobrecidos hasta lo sumo; allí los lujuriosos serán atormentados hasta lo sumo; allí los
iracundos serán encerrados y detenidos hasta lo sumo; y hasta lo sumo serán excitados los
perezosos. ¡Qué confusión y que vergüenza! Él Señor en el día del juicio quitará el manto
de la hipocresía a todos los pecadores, y hará que aparezcan con todos sus crímenes e
infamias. ¡Qué remordimientos! ¡Que sentimientos y qué confusión! ¡Qué rabias, qué
43
furores, qué desesperación! En el día del juicio se dará el completo merecido a todos los
justos y a los pecadores: porque a la manera que aquellos recibirán de continuo nuevos
aumentos de gloria accidental, así los pecadores serán continuamente más y más
atormentados. ¿Qué has sido hasta ahora, lector carísimo? ¿Has sido justo o pecador?
Actualmente, ¿Cuál de estas dos cosas eres? Y en adelante ¿Qué serás? y ¿Qué serás
cuando te encuentres delante de Dios? Considera detenidamente sobre estas preguntas.
44. ¿Cómo se ejecutará?
Él modo con que se ejecutará el juicio, yo no te lo puedo decir; y aun puedo asegurarte, que
no hay inteligencia tan privilegiada que pueda describirlo, y ni siquiera representárselo:
porque todos sobemos por la fe, que es lo más espantoso que ha sucedido, y lo más horrible
que ha de suceder hasta el fin de los siglos. Sabemos por la fe que este juicio será precedido
de algunas señales que se irán como sucediendo, y obrando cuando convenga
simultáneamente. Él sol, el sol, lector carísimo, se apagará. Las estrellas perderán su
resplandor y todo el firmamento se conmoverá. ¿Qué será sin luz? ¿Qué será en medio de
unas tinieblas tan espantosas que solo permitirán la vista de lo que es capaz de atormentar?
Grandes terremotos habrán en toda la tierra. ¿Y qué sucederá con los hombres cuando vean
a la tierra salir de sus quicios y en cada momento abrirse hasta en sus entrañas, como para
tragarse a los endurecidos pecadores? Él mar con sus bramidos y tempestades horripilará de
espanto, ¿Y qué será experimentar toda la infinita ira de sus horribles furias? En el cielo y
en la tierra reinará la confusión por el desorden admirable que hasta ahora los ha precedido:
todo será amenazado de una ruina total, y parecerá que todo va a ser sumergido en la nada.
Después de haberse anunciado el juicio por las señales más horrorosas del cielo y de la
tierra, vendrá el horrible elemento del fuego a purificar como un crisol cuanto exista. Nada
quedará con el ser natural presente: y el fuego obrará igualmente sobre todos los hombres,
con esta diferencia, que los justos quedarán purificados, como el oro se purifica en el crisol,
al paso que los malos comenzarán ya a presentarse con todas las horribles, y con las
horribilísimas señales de los condenados. ¡Castigo formidable! ¡Castigo verdaderamente
infinito! y castigo tan eterno, que durar debe por eternidades de sempiternos siglos. ¿Ves,
lector carísimo, lo que has merecido cuando pecaste mortalmente? ¿Ves lo que mereces aun
ahora sí estás en pecado mortal? ¿Y ves lo que merecerás certísimamente si acaso mueres
sin haberte reconciliado con Dios? ¿Y podrás tú vivir en pecado? Huye de toda falta; aun
del pecado venial, aun de la tibieza, y aun de toda voluntaria imperfección. Porque el
Espíritu Santo nos dice, que el que no hace caso de lo poco, pronto caerá en lo mucho.
45. Continúa el mismo asunto
Vamos, lector carísimo, que por mi propio bien y por el bien tuyo, voy a referirte algo de la
parte asombrosa del juicio. Cuando se habrán verificado todas las señales, y reinará el
mayor silencio, el Ángel del Señor, en cumplimiento de su oficio, tocará la trompeta con
esta voz: Levantaos muertos, venid al juicio. Y en seguida, aquel Dios que con el hágase
hizo todas las cosas, hará que en un momento se obre la resurrección de los muertos: y
todos los muertos serán vivos; volverán a existir los mismos cuerpos que hemos tenidos.
Levantaos muertos, dirá la voz imperiosa del Ángel: y en seguida todos seremos en la
misma edad en la que murió nuestro divino Salvador. Todos seremos con un cuerpo
perfecto, sin que haya ni un ciego, ni un manco, ni un cojo, ni un enfermo; sino que todos
tendremos las perfecciones de nuestros primeros padres en estado de inocencia, o mejor
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dicho, tendremos las perfecciones de Cristo Jesús en cuanto hombre. En aquel mismo
momento saldrán las almas de sus respectivos destinos, y cada una pasará a animar los
mismos cuerpos que había animado en vida. ¿Y qué pasará entre el alma y el cuerpo
respectivo? Unas habrán gozado las delicias de la gloria, y otras habrán sido atormentadas
con todo el padecer del infierno: y el cuerpo, que así como fue compañero en el tiempo, va
a serlo inseparablemente por toda una eternidad, que recibirá del alma. Él alma del
condenado vomitando todas las maldiciones imaginables, maldecirá el cuerpo, porque por
haberle contemplado, ha sido la causa de sus padecimientos pasados y de los futuros: y el
cuerpo la maldecirá también, porque por haberle permitido vivir según la concupiscencia de
la carne, va a padecer los mayores tormentos por toda una eternidad. Maldito seas cuerpo
infame, porque viviste torpemente y he padecido indecibles tormentos: maldita seáis,
lengua murmuradora, porque estoy condenada por tus malas conversaciones: malditos seas,
corazón corrompido, porque estoy condenada por tu conducta inicua: y maldito seas en toda
ocasión y para siempre, porque tú eres la causa de mi inmenso dolor. Él cuerpo
corresponderá con otra serie de maldiciones: maldita seas tú, porque eres la causa, pues
nunca habría pecado si tú no lo hubieras querido: maldita seas, imaginación voluptuosa,
porque representabas lo que no es lícito hacer, y por esto estoy condenado: maldita seas, tú
memoria, entendimiento y voluntad, porque vosotras me condujisteis a obrar todas las
iniquidades. Pero, cuán diferente será el coloquio entre el alma escogida y el cuerpo santo.
¡Qué conjunto de bendiciones se dirigirán! ¡Sí, bendiciones las más íntimas y las mayores
que puedan darse y aun desearse! ¡Qué efectos tan diferentes entre el vicio y la virtud!
Entre tanto vendrán los ángeles y separarán a los buenos y los malos; y colocados todos en
su respectiva clase, se presentará Jesucristo lleno de gloria y majestad, precedido de la santa
Cruz, y acompañado de toda la corte celestial; y sentado en su trono, abrirá los libros de la
conciencia y juzgará. A todos los buenos que habrán muerto en gracia de Dios, les dirá:
Venid, benditos de mi Padre, venid a poseer el reino que os tengo preparado; porque tuve
hambre y me disteis de comer; tuve sed y me distéis de beber; estaba enfermo y me
curasteis; hallábame desnudo y me cubristeis; y estando encerrado me visitasteis. Venid,
pues, benditos de mí, y seréis felices por toda una eternidad. ¡Magnífica sentencia! porque
con sólo ella quedará plenamente manifestado, que por haber vivido bien, serán ahora
eternamente felices. Pero a los malos, a los malvados, que han querido permanecer de
asiento en el pecado; a los infames que se mofaron de todo lo santo y sagrado de la religión;
a los impíos, que negaron las verdades reveladas por Dios; y a todos cuantos hayan muerto
en pecado mortal, les dirá el Señor como Soberano e inexorable Juez, con el rostro ceñudo
y despidiendo centellas: Id, malditos de mi Padre, al fuego eterno; no hay piedad para
vosotros: malditos de mi Padre, id lejos de mis bendiciones, porque no quisisteis ser
buenos; porque no quisisteis observar la ley de Dios: no quisisteis, sino que
voluntariamente quisisteis cometer todos los males: id, pues, al fuego eterno. Malditos de
mi Padre, id con el diablo, y con el andaréis eternamente en el infierno. Lector carísimo,
reflexiona, ¿Qué será de ti? Y ¿Qué será de mí? Mira, ambos hemos de ser juzgados.
¿Resucitaremos gloriosos para el cielo, o resucitaremos feísimos tizones del infierno? Mira
tu vida, y no más que tu vida, y solo tu vida te condenará o te salvará. Ahora bien: ¿Cómo
vives? ¿Sirves a la concupiscencia de la carne y a la soberbia de la vida? Examínate, y muy
bien, porque si así mueres, te condenarás irremediablemente. ¡Oh virtud divina! ¡Oh feliz
observancia de los mandamientos! Yo te abrazo con todo mi corazón, y quiero y deseo
morir una y mil veces, antes que quebrantar una sola vez las promesas hechas a mi Dios.
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Toma por fruto de este artículo, el repetir con frecuencia: Venid benditos de mi Padre, a
recibir el reino que os tengo preparado. Id, malditos de mi Padre, al fuego eterno.
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Capítulo 10.
Creo en el Espíritu Santo
46. Dogma del Espíritu Santo
Cristo nuestro Señor había determinado subir al cielo, cuarenta días después de su gloriosa
resurrección. Pero los apóstoles y discípulos sintieron con toda vehemencia el separarse del
Señor, que se pusieron tristes, y para consuelo suyo les manifestó que les enviaría el
Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad, que les enseñaría toda verdad. Me voy, es verdad;
pero no os dejaré huérfanos, sino que vendré a vosotros: me voy, es cierto; pero os
conviene que me vaya, porque deseo elevaros a una muy alta santidad, y como vosotros me
amáis con una especie de materialidad, que entraña imperfección, por esto os digo que os
conviene que me vaya, a fin de que venga a vosotros de un modo más perfecto. Mas para
recibir el Espíritu Santo los apóstoles, debían prepararse con una especie de ejercicios: y de
hecho los días que pasaron desde la Ascensión gloriosa a los cielos, hasta la vendida del
Espíritu Santo, los emplearon en la oración, en practicar virtudes teóricas, y en escuchar de
una manera especial lecciones de María, la Madre de Jesús. Pasados los diez días, en la
hora de la tercia, descendió el Espíritu Santo sobre los apóstoles, sobre todos los discípulos
que estaban reunidos, y de una manera muy particular sobre la santísima Virgen María.
Descendió el Espíritu Santo, es decir, bajó visiblemente en figura de lenguas de fuego, y
descansando sobre la cabeza de cada uno, los llenó de sus gracias. Hasta ahora hemos
explicado lo que tiene relación con el Padre, y lo hemos visto verdadero Dios, y como a tal,
Criador del cielo y la tierra: vimos lo que conviene al Hijo; y lo vimos Hijo unigénito de
Dios, y Dios verdadero de Dios verdadero; lo vimos tomando nuestra carne y encerrando
los dos naturalezas divina y humana en una solo persona divina que es la del Verbo. Como
hombre lo vimos en las entrañas de una Virgen, nacer en el tiempo, crecer como los demás
niños, vivir como los demás hombres, predicarnos del Reino de Dios, y padecer bajo el
poder de Poncio Pilatos hasta ser crucificado, muerto y sepultado. Y como Dios lo hemos
visto hacer el mayor milagro cuando quiso nacer de una Madre Virgen, anunciar todas la
profecías, obrar los más grandes prodigios; y ya muerto en el cuerpo, lo hemos visto
descendiendo a los infiernos, resucitando, subiendo a los cielos; y lo hemos visto en suma,
sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los
vivos y a los muertos. En este capítulo nos haremos cargo del Espíritu Santo; y ojalá que
este Espíritu divino se digne alumbrarnos, para que podamos decir algo de Él, como tercera
persona de la santísima Trinidad.
47. El Espíritu Santo es la tercera persona de la santísima Trinidad
Cuando yo digo: creo en el Espíritu Santo, es, lector carísimo, como si dijera: creo en la
tercera persona de la santísima Trinidad; creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre y
del Hijo; creo en el Espíritu Santo, que debe ser adorado igualmente, y del mismo modo y
con la misma veneración con que se adora al Padre y al Hijo; y creo en Espíritu Santo,
porque Él es el que nos ha hablado por medio de los Profetas. De lo cual hemos de concluir,
que el Espíritu Santo tiene como Dios los mismo atributos que el Padre y el Hijo, y por
consiguiente, que el Espíritu Santo es omnipotente, es Eterno, es Inmenso, es Infinito, es
Señor y Sumo en toda especie de perfecciones; del mismo modo que lo es el Padre y el
Hijo: y tanto es así, que los hombres bautizan en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Él Padre todo lo hizo y lo conserva; el Hijo todo lo redime y lo salva; el
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Espíritu Santo lo santifica y vivifica. ¡Ah! y cuánto deseo que seas devoto del augusto
misterio de la santísima Trinidad. Procura que toda criatura lo adore, lo ame y lo glorifique;
y procura tú glorificarlo, amarlo y adorarlo por medio de una vida que tenga por base la
observancia de la ley de Dios, y el cumplimiento de todos tus deberes religiosos. ¡Oh, qué
venturoso el cristiano que así obrase! Este sí que adoraría al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo en espíritu y verdad.
48. Por qué se llama Espíritu Santo
Aquí te explicaré un poco esta pregunta, para que conociendo al Espíritu Santo, lo ames
como merece ser amado. Aunque es verdad que el Padre es Espíritu y es santo; con todo,
las Personas del Padre y del Hijo, no son la Persona del Espíritu Santo; aunque son el
mismo Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y en cuanto a los espíritus criados, por
más que unos estén adornados de una alta santidad, ninguno puede compararse al Espíritu
Santo; porque Él tiene este nombre de un modo eminentísimo, por la razón especial y
característica de ser en la Trinidad la tercera Persona, la cual procede del Padre y del Hijo.
Como si dijéramos que ella es cierta. . . personal, y de ningún modo es un nombre que
convenga a las otras Personas del Padre y del Hijo; como si dijéramos, que ella es cierta
espiración de la voluntad, o espirado santamente, y de allí a la tercera Persona de la
santísima Trinidad, Espíritu Santo. Él Padre es santo, el Hijo es santo, pero a la manera que
la paternidad es propia de Padre, y la filiación es propia del Hijo, así esta aspiración santa o
Espíritu Santo, es el carácter que determina la tercera Persona; porque con esto
significamos la suma pureza del amor, del cual procede. Por consiguiente, procediendo la
tercera Persona del Padre y del Hijo por medio de la dicha aspiración activa, resulta que
apellidarla Espíritu Santo, es denominarla con su nombre personal, Espíritu Santo por
excelencia; porque es un Espíritu sumamente santo, y es el autor de toda la santidad que
han profesado todos los santos. Y a la manera que solo al mismo pontífice damos el nombre
de Padre santo, aunque por otra parte, padre haya en la Iglesia de Dios, muchos padre y
muy santos; porque a el solo le compete por excelencia el tal nombre, ya por se la cabeza de
la Iglesia, ya porque debe ser más santo que los demás: de la manera llamamos por
antonomasia Espíritu Santo a la tercera Persona de la santísima Trinidad, aunque haya
muchos espíritus y muy santos, porque a Él le compete especialmente, porque como
procediendo del Padre y del Hijo, es el término del amor. En tercer lugar se llama Espíritu
Santo, porque nos santifica con la gracia que nos infunde. Porque a la manera que al Padre
se le atribuye la creación y al Hijo la redención, así al Espíritu Santo se le atribuye la
santificación: y así como es propio del Padre el poder, y del Hijo la sabiduría, así es propio
del Espíritu Santo el amor y la caridad. ¡Qué cosas tan admirables podrían decirse si se
explicasen en algo las operaciones de este divino Espíritu! Veámoslo, aunque brevemente,
operando en la Iglesia. ¿Quién asiste a la Iglesia católica? El Espíritu Santo. ¿Quién enseñó
toda verdad a unos hombres ignorantes? El Espíritu Santo. ¿Quién hizo de unos cobardes
plebeyos intrépidos héroes? El Espíritu Santo. ¿Quién hizo que predicasen con tanto acierto
el Evangelio? El Espíritu Santo. ¿Quien hizo que conquistaran todo el mundo, y que todo el
mundo se hiciese cristiano? El Espíritu Santo. ¿Quién llena de un valor tan increíble el
corazón de los Mártires? El Espíritu Santo. ¿Quién les inspiraba aquella sabiduría que
confundía a los tiranos? El Espíritu Santo. ¿Quién iluminó a los santos Padres, a los
Doctores de la Iglesia, y de un modo especial a los Concilios? El Espíritu Santo. Y el
Espíritu Santo, y solo el Espíritu Santo formó el fortísimo lirio de tantos millones de
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Vírgenes; labró la corona de tantos millones de mártires; condecoró con todas la virtudes a
los Confesores, y llenó de Santos la patria celestial. ¿Cómo no amar al Espíritu Santo?
¿Cómo no separarnos de cuanto el no quiere? ¿Cómo no tenerle la mayor confianza? Lector
carísimo, ya rezándoles diariamente siete Padres nuestros, y Ave Marías gloriados, a sus
dones, ya invocándolo con la mayor fe con al antífona: Ven, Espíritu Santo. . . ya llevando
una vida de puro amor y perfección.
49. Por qué se pinta bajo diversas figuras
Sería un grande error, lector carísimo, que creyeses que el Espíritu Santo tiene alguna de las
figuras bajo las cuales se pinta; porque por el mismo hecho de ser Espíritu, no puede tener
figura. Y a la manera que se pinta a la Primera Persona como un venerable anciano, para
indicar su paternidad, ya que se dejó ver por un Profeta como el Anciano de los días; y a la
segunda Persona se le pinta como un Hijo para demostrar su generación eterna; así al
Espíritu Santo se pinta en diversas formas para indicar su procedencia y sus admirables
efectos en nuestro favor. Píntase, por ejemplo, en figura de paloma, por dos razones: la
primera, porque así se apareció en el río Jordán después que Jesús fue bautizado, y porque
así se colocaba en el hombro de san Gregorio, para indicar que le dirigía todos sus escritos,
y así reposó sobre la cabeza de Santa Catalina, para manifestar a sus amigos y enemigos
que la ciencia que tenía era obra del Espíritu Santo. La segunda razón, es para darnos a
conocer con las propiedades de la paloma, los admirables efectos que obra en un corazón
bien dispuesto: y al modo que la paloma es sencilla, mansa, casta, celosa y fecunda, así
también los que reciben al Espíritu Santo se forman fecundos en buenas obras, celosos para
la honra y gloria de Dios, castos con las pureza de las Vírgenes, mansos a las pruebas, y
sencillos de corazón y de mente. Píntase también al Espíritu Santo en figura de lenguas de
fuego, con lo cual se indica el soberano cambio que se había obrado en el corazón de los
apóstoles; la elocuencia divina a la cual no podían resistir ni siquiera una vez todos los
sabios juntos; el ardor de la caridad que los abrasaba; y la luz sobrenatural con que les hizo
conocer todos los misterios y también toda la verdad. Si tales son los efectos del Espíritu
Santo, ¡Qué feliz el que los posee! ¿Qué diré de los conocimientos que infunde? ¿Qué diré
de las luces abundantes que derrama? ¿Qué diré de los ardores de la caridad que a todos
quiere infundirnos? ¿Qué trabajo podrá parecer demasiado a trueque de recibirlo? ¡Ah! si
tuviéramos un poco de fe, no tendríamos más que un deseo, deseo que estaría encerrado en
una petición, y petición limitada a pedir el Espíritu Santo.
50. Frutos de este artículo
Evitar el pecado, es fruto deliciosísimo de este octavo artículo. Evitar todo pecado, aun el
pecado venial, aun los actos de tibieza y aun la menor imperfección en algún modo
involuntaria: huyamos pues, de toda falta, aun de las mentirillas, de las murmuraciones y
desobediencias, porque esta conducta es contraria al Espíritu Santo. Él pecado mortal viola
el sacrosanto templo del Espíritu Santo, mancha la divina morada que había escogido, y
destruye el tabernáculo en que reposaba. Pero entre los pecados, el impuro, este sucio
pecado, este asqueroso y abominable pecado, este pecado de la carne, viola de un modo
especial su templo, y le obliga como a huir de tanta inmundicia, para que el demonio, el
espíritu infernal ocupe su lugar. Por lo tanto, no peques, jamás, jamás pecar; odia todo acto
impuro, todo deseo impuro, y aun toda palabra impura; obra según las luces del Espíritu
Santo, y comenzarás una vida de amor, del más puro e inflamado amor. Otro fruto es un
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adoración continua a la Augusta Trinidad: Al Padre Ingénito, al Hijo unigénito y al Espíritu
Santo paráclito: a la Unidad en esencia y tres Personas realmente distintas, y a la Trinidad
en Personas, en una sola esencia divina. Adora, pues, a esta Trinidad amable, diciendo
afectuosamente: santo, santo, santo, es el Señor, el Dios de los ejércitos, llenos están los
cielos y la tierra de la majestad de su gracia: Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al
Espíritu Santo. Adora, venera, ensalza y glorifica al Padre Ingénito, ya que es sumamente
santo, sumamente bondadoso, sumamente hermoso, sumamente sabio, sumamente feliz,
sumamente poderoso; y tiene además toda la infinita infinidad de infinitas perfecciones.
¡Oh Dios mío! Tú eres mi Dios. . . y eres todas las cosas. . . Té eres el único digno de mi
amor. Tú eres. . . ¡ah! feliz yo, y mil veces feliz, si en adelante sirviera dignamente a tan
alta majestad. Feliz yo, y mil veces feliz, porque comienzo esta adoración y amor, cuando
debida y oportunamente digo: Creo en Dios Padre. Alma mía, adora, venera, ensalza y
glorifica al Hijo unigénito, ya que es la sabiduría, es la sabiduría de Dios, conoce todas las
cosas, nada le está oculto; conoce el presente, el pasado y lo futuro; todo lo sabe y lo
termina, y lo saber todo de un modo que la sabiduría de los Ángeles es en su comparación,
la misma ignorancia. ¡Oh Dios mío! Tú eres mi redentor, eres mi Salvador, eres mi
Maestro, eres mi alimento, eres, en suma, para mí todas las cosas. Feliz yo, mil y mil veces
feliz, si en adelante sirviera a mi Jesús, y lo sirviera con todo mi corazón y afectos; con
todo amor y fidelidad, y por lo siglos de los siglos. Alma mía, adora, venera, ensalza y
glorifica a Dios Espíritu Santo: a este Dios que es término del amor de Padre y del Hijo: es
el tanto más culminante del amor: es todo amor y caridad; sí, ama poderosa, eficaz e
infinitamente, porque amándose a sí mismo, ama toda una infinita infinidad de infinitas
perfecciones. El Espíritu Santo es el amor sustancial del Padre y del Hijo; y todo lo dirige a
su mayor honra y gloria, porque todo lo hace en fuerza del amor. Lector carísimo, amemos,
si, amemos a Dios, amémoslo con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas;
amémoslo por toda nuestra vida y por toda una eternidad: amemos al Padre que nos criado,
al Hijo que nos ha redimido, y al Espíritu Santo que nos ha santificado. Feliz tú, mil veces
feliz, si acabas tú amando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque gozará un día sus
eternas delicias en la patria celestial.
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PARTE SEGUNDA
Capítulo 1.
Necesidad de ser católico
1. Idea de esta segunda parte
En esta segunda parte, lector carísimo, voy a presentarte, a Dios, mediante la Iglesia
católica: más no creas que te ofrezcas un tratado dogmático de lo que ella es, porque todo
esto podrás encontrarlo en autores teólogos, que han declarado ex profeso la presente
materia: mi objeto es presentarte tan solo lo que es la Iglesia, que esencialmente es Una, es
Santa, es Católica, es Apostólica, y por la voluntad de Cristo Señor nuestro es también
Romana. Y a la manera que al tratarte del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no has visto
en ello un tratado sobre la Unidad de Dios, sobre cada una de la Personas de la santísima
Trinidad, sino tan solo la explicación del creo en Dios Padre, creo en Jesucristo y creo en el
Espíritu Santo, amenizándola, con algunos recuerdos morales, para que practicándolas te
hagas un ferviente cristiano, así también al ofrecerte estas nociones sobre mi Madre la
Santa Iglesia, continuaré explicándote el creo en la santa Iglesia católica, la comunión de
los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida perdurable. Mas
no me contento con que solo seas cristiano a medias; sino que como la Iglesia es verdadera,
así tú has de ser verdadero cristiano; como ella es una, así tú has de ser uno en tu creencia;
ella es santa y tú has de ser santo en tus costumbres; ella es católica y por tanto debes tú
creerlo todo, y practicarlo todo, y debes, en fin, venerar a los apóstoles, y reconocer la
Iglesia de Roma por cabeza de todo el cristianismo, ya que al verdadera Iglesia es
apostólica por voluntad de Dios es también romana. ¡Oh tiempos tristísimos, estos en que
vivimos! Pluguiera a Ti, Santa y Augusta Trinidad, que las luces de que se glorían tantos
hombres de nuestros días, no fuesen más negras que las densas tinieblas que reinaban en
Egipto! Pero el hecho es cierto que no solo hombres culpables, sino también no pocos
cristianos que se glorían de católicos, quizá con la mejor buena fe, al lado del verdadero fiel
que dice: Creo en la Iglesia católica, ellos dicen en la práctica: Creo en la Iglesia
protestantes. Esta conducta me obliga a hablarte de ambas iglesias: a presentarte la católica,
para hacerte conocer sus fundamentos, sus dogmas, su moral, su disciplina, sus prácticas; y
como por consecuencia de ella, mediante los auxilios de Dios, es la fuente de toda santidad,
y presentarte a la secta protestante, para que viendo sus fundamentos, concluyas que no
tiene ningún dogma, ni moral, ni disciplina, ni culto: y como ella es además la fuente de
toda impiedad, y esclavitud, de toda debilidad y mala fe, y aun de cuantos males imaginarse
pueda. ¿Quién habrá en adelante que diga que lo mismo es ser católico que protestante?
¿Quién habrá de asegure que el protestante puede salvarse lo mismo que un católico? Un
católico que vive según su fe, es, ha sido y será siempre un santo; al paso que un verdadero
protestante es, ha sido y será siempre una persona no santa. Él santo se salva, así como el
no santo se condena.
2. Creo en la Iglesia católica
La Iglesia, lector carísimo, la encontramos desde el inicio del mundo juntamente con el
primer hombre, y la encontramos siendo Una, Santa y Católica. Existe Adán, y por el
mismo hecho de su existencia, es ya el primer ministro de la Iglesia; y al medida que fueron
Abel, Set y demás patriarcas, así fueron constituidos ministros del Señor. Pero esta Iglesia
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no era más que una sombra de la Iglesia que había de venir, del mismo modo que todos los
sacrificios fueron exactísimas figuras del sacrificio del Salvador. Existe otra Iglesia que es
el cumplimiento de las palabras de san Pablo a los hebreos, cuando decía: En nuestros días,
el Señor nos ha hablado por medio de su Hijo; y estas palabras de Jesús forman lo que
llamamos Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Esta Iglesia es muy distinta de la que
tenían los Patriarcas, porque es la fundada por Jesucristo, la establecida por los apóstoles, la
defendida por el ejército de los mártires, la Regida por el Espíritu Santo, la que hace a favor
de los cristianos todas las obras de la más tierna y solícita Madre, y aquella de la que
hablaban los apóstoles cuando nos dijeron: Creo la santa Iglesia católica. He ahí el hecho
más cierto; hecho sumamente innegable; hecho que no puede tergiversarse, porque está
fundado en la voluntad de Dios; hecho grabado en el corazón del hombre con
características indelebles; hecho autentificado por Moisés el escritor más respetable; hecho
autorizado por el pueblo judío; hecho proclamado por san Pablo, y hecho que fue dado
como a tal a todos los fieles de los apóstoles, cuando les enseñaron a decir: Creo en la santa
Iglesia católica. Mas ¡Quien pensara que este hecho no se admitiera! ¡Quien lo creyera que
fuese completamente negado! Sí, no admitido lo vemos: lo vemos negado, y negado por lo
infieles protestantes; cuántas veces menospreciando la religión católica, se atreven a
afirmar que sus sectas son la iglesia verdadera. Por esta causa, te presentaré en sí misma y
en sus consecuencias, no solo a la Iglesia Católica, sí que también a los protestantes. En
primer lugar, debes saber que san Pablo nos dice, en nuestros días, Dios nos ha hablado por
medio de su Hijo, y que las operaciones de este Hijo divino forman la verdadera Iglesia ;
Iglesia que es Una, que es Santa, que es Católica, que es Apostólica, y también por la
voluntad de Cristo, es Romana. Con todo, es este hecho el que se niega por los desgraciados
protestantes; y por consiguiente admiten, al menos en la práctica, que Jesucristo no nos ha
hablado. Lector carísimo, debes saber que este hecho, es decir, la fundación de la Iglesia
Católica por Jesucristo, es el hecho más evidente, porque es el hecho anunciado por los
profetas, criado por los Patriarcas, figurado por los primeros personajes del pueblo de Dios,
señalado con todos los caracteres de verdad, y manifestado por Jesucristo con milagros de
primer orden. ¿Por qué pues, no se da crédito a este hecho que constituye a la Iglesia
Católica? Atiende que ella está autentificada por los cuatro Evangelistas; fundada por los
apóstoles; probada con la sabiduría del Hombre y Dios, y aun sellada con su sangre. ¿Por
qué pues, no se le da crédito? Ella es la confesada en los tormentos por los millones de
mártires; la consignada en los registros de diez y nueve siglos; colocada en los escritos de
los Sabios; honrada por millones de confesores y de Vírgenes; coronada en el cielo como la
predilecta de Dios. ¿Por qué pues, no se le da crédito? No se le da crédito, y sin embargo se
trata de un hecho indudable, que en la conversión del mundo, y la conversión de cada uno
en sí mismo. En suma, tú debes saber, lector carísimo, que lo que decimos no es otra cosa
que la práctica del documento de san Pablo, que nadie puede negar sin faltar a la fe: En
nuestros días, dice, Dios nos ha hablado por medio de su Hijo, ya que las ocupaciones de
esta locución forman la Iglesia, la misma Iglesia de que nos hablan los apóstoles al decir:
Creo en la santa Iglesia. Y ¿Por qué los protestantes no darán crédito a la Iglesia católica?
¿Qué tiene que ver la luz con las tinieblas? ¿Qué hay de común entre los hijos de Dios y de
Belial? Dígase lo que se quiera, escríbase cuanto se quiera, pero siempre será verdad que el
católico es hijo de Dios, así como el protestante es hijo de Belial. Mas como el protestante
finge no creerlo así, sino que tiene a su iglesia por verdadera, por esto te repito que te
hablaré de ambas iglesias, para que conociéndolas te hagas todos los días mejor. Y ¿No
apreciar semejante favor? A la manera que si se tratara de asegurar una cosecha muy
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abundante de trigo de una clase muy superior, tomarías muy bien el medio que te diesen
para lograrlo, y estarías muy agradecido a su autor, así también debes apreciar estos cuantos
renglones, ya que tienen por destino recoger una buena cosecha de buenas obras. Y así
como un comerciante estaría muy contento y daría muchas gracias al que le hubiera
mostrado un negocio de gastar poco y de doblar el capital con toda seguridad, así debes
estarlo tú, y debes ser muy agradecido a Dios, porque en este librito hallarás el modo de
salir bien con el único negocio de tu eterna salvación, y hacer que Dios te pague tus
trabajos con la posesión de la eterna gloria. ¡Oh pueblo cristiano! bien conozco cuánto
puedo esperar de tu piedad, lo cual hace que no dude en lo que te digo. Por eso te hablaré
de la Iglesia Católica, haré que la conozcas y que sepas defenderla, ya que no es otra cosa
que el cumplimiento de las palabras de nuestro Señor por boca de san Pablo: En nuestros
días, Dios nos ha hablado por medio de su Hijo.
3. Qué serás sin la religión católica
Voy a suponer por un memento, que falsamente engañado con las tan descantadas voces de
progreso, de desarrollo, de libertad, de perfección, y de nuevos adelantos y de libertad;
quiero suponer, digo, que abandonando la Iglesia Católica te hicieras protestante. ¿Qué
serán en fuerza de ello? A la manera que un niño bien educado se avergüenza de manifestar
los defectos de su madre, así siento yo no poco embarazo al patentizar los resultados de un
cambio semejante: con todo, preciso es decir algo para que veas el envilecimiento y la
degradación a la que te sumirás. ¿Y no eres católico? ¿Eres sí un protestante? pues desde el
mismo momento eres ya un idólatra y un supersticioso: ni puede ser de otro modo, ya que
los protestantes, por el mismo hecho de ser lo que son, protestan contra la verdad, y cada
uno cree lo que quiere, y lo cree del modo que quiere. ¡Que degradación más macabra!
¡Que estupidez tan sin segunda! Y ¡Que diferencia entre ser católico y protestante! Como
católico, adorarás al Creador; como protestante, adorarás lo que a ti te pareciese. ¡Que
mayor envilecimiento puede darse que este modo de obrar! Lector carísimo, si fueres
protestante, no solamente estarás sin dogma, sino que también vivirás sin moral: y esta vida
te conducirá a la barbarie. Estos se envilecen hasta el punto de sacrificar a los niños,
inmolar a los ancianos y ofrecer en sacrificio a los prisioneros de guerra: estos son peores
que las bestias, tienen la crueldad por distintivo, y el ser feroces es como complemento de
su instinto: estos son indecentes en la vejez; no se conoce en los casados el amor conyugal;
en los jóvenes todo es obscenidad, y los mismos niños son corrompidos aun antes de que
sean capaces de corrupción; estos tienen la dureza en sus operaciones, y no tienen piedad
para con los padres, ni misericordia con los enfermos, ni clemencia con los culpables, ni
conmiseración con los afligidos; y reina en ellos el orgullo, el homicidio, y la venganza, la
sensualidad, la embriaguez y la prostitución más vergonzosa. Mas, ¿por qué me canso?
¿Acaso no lo sabes? Serias lo dicho; y serías más que todo lo dicho: porque los bárbaros
obran como dijimos, pero los excusan en gran manera el estado salvaje en que viven. Mas
que todo esto acontezca en un hombre que según dicen vive iluminado con las grandes
luces del más ilustrado siglo, esto sí que apenas se concibe. ¡Infelices y desgraciados
protestantes! ¡Pobres ancianos! moriréis sin tener un joven que os cierre vuestros párpados!
¡Pobres padres! moriréis sin tener un hijo que os cuide en vuestra vejez. ¡Pobre maridos!
moriréis sin tener una mujer que os enjugue vuestras últimas lágrimas! ¡Pobres casadas!
moriréis sin tener un hombre que se vuestro sustento. ¡Pobres niños! moriréis sin tener un
padre que os eduque. ¿Y por qué todo esto? porque muriendo protestante se muere para
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morir eternamente en el infierno; porque siempre será verdad que solo se salvaron los que
creyeron en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, añaden el creer la Santa Iglesia
Católica: y el protestante jamás será católico.
4. Qué serás con la religión
Feliz de mí, lector carísimo, si tú y toda tu familia, si tus parientes y tus vecinos, si tu
conciudadanos y todos los de tu nacionalidad; feliz de mí digo, si siendo protestantes os
hicierais católicos. Porque en este caso, sois del número de aquellos que dan a Dios lo que
es de Dios; ¡felices os proclamo! porque cumpliréis con el gran plan admirable de la
Providencia, ya que, dando a Dios lo que es de Dios, daréis ciertamente al César lo que es
del César. ¡Felices! porque siendo católicos, oiréis el Evangelio con tanta pureza, como si
saliese de los labios de los apóstoles; y su sonido celestial y divino, os hará conocer mil y
mil ventajas que os proporciona la religión católica. ¡Felices! porque siendo católicos, hada
tendréis de supersticiones paganas; transformaréis sus ideas groseras en las máximas
espirituales de una felicidad eterna; y dando al cuerpo lo que es del cuerpo, daréis al
espíritu lo que se le debe. ¡Felices! porque siendo católicos, reconoceréis la altísima
dignidad del hombre, hallaréis en su mente la imagen de Dios, leeréis en su corazón la
semejanza de la Divinidad, y contemplaréis a Adán y Eva en el paraíso, rebosando las cien
y las cien delicias de la justicia original. ¡Felices! porque siendo católico admiraréis la
creación maravillosa del universo por un Dios omnipotente, conoceréis el pecado del
primer hombre, aquella misericordia infinita en no arrojar en él y a toda su descendencia a
lo profundo del infierno, la necesidad de un redentor para levantar al hombre caído; y
redentor que nos legislará la ley que debíamos practicar, la necesidad de un Maestro Dios
que nos enseñara todos nuestros deberes, de un Dios médico que nos curara, y la necesidad
de un Verbo humanado que nos comunicase los medios de una sabiduría infinita. ¡Felices!
porque si sois católicos, tendréis el culto majestuoso que significa a Dios, el sacrificio
incruento de un Dios que se sacrifica a favor de sus criaturas, unos sacramentos que os
darán y aumentarán la gracia, un protector omnipotente que ruega al Padre; una Madre que
con ruegos todopoderosos casi manda al Hijo divino, a millones de santos, que por todos
rogarán a su Reina y Señora; a ángeles custodios que os cuidarán de modo, que no os
suceda daño alguno; tendréis. . . pero ¿Qué no tendréis siendo católico? A la manera que el
desgraciado protestante después de una vida miserable tendrá los padecimientos del
infierno, así el afortunado católico, después de una vida dichosísima, entrará en la posesión
de las delicias de una gloria tan infinita como eterna. Ea, pues, lector carísimo, ¿Qué haces?
¡Infeliz de ti si eres protestante! porque en este caso será un hombre sin fe divina, sin
esperanza celestial, sin amor de Dios y al prójimo; y por decirlo en una palabra, serás un
protestante, y como tal, no tendrás otro dogma que tu juicio, ni otra moral que tu corazón
inclinado al mal. Pero ¿Qué tiene que ver lo que digo con los males eternos que se esperan
a los infelices protestantes? Serán desgraciados en este y en el otro mundo: acá, porque
muchas veces Dios hace que sean tratados según su doctrina, y que sus padre se vean
despreciados en sus hijos; así como los hijos abandonados en sus padres; el superior
abandone a su inferior, y el inferior prescinda del superior. Pero ¡ay! ¡ay de ti si así fueres!
Mas no lo permita el Señor, y no lo quieras tú; sino que debes vivir según la ley de Dios; y
en este caso te juro que serás católico; así como si vives mal serás protestante, primero en
las costumbres y después en la fe.
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Capítulo 2.
Divinidad de la Iglesia católica
5. Jesucristo es el fundamente del catolicismo
Una cosa cualquiera, lector carísimo, se dice humana cuando está fundada por los hombres,
como sucede con la iglesia protestantes; así como se dice divina cuando hizo su
fundamento el mismo Dios, como sucede con la Iglesia Católica. En efecto, nadie,
absolutamente nadie, puede gloriarse de haber establecido la religión católica; sino que esta
gloria únicamente conviene a Jesucristo: por esta misma razón san Pablo y san Bernardo
llamaron cristianos a todos los hijos de la verdadera Iglesia; y los llamaron cristianos de su
autor Cristo o Jesucristo. Él habló muchas veces a sus apóstoles de la Iglesia, y
principalmente se declaró su fundador en aquella ocasión solemne, en la que san Pedro
confesó por primera vez que Jesucristo era Dios. Entonces le dijo: Tú eres Pedro; y sobre ti,
oh Pedro, yo edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno nada podrán contra ella. En ti,
oh Pedro, o en esta misma Iglesia, colocaré las llaves del reino de los cielos, y los pecados
que ella perdone, serán perdonados, al paso que los que retuviese serán retenidos. Mas
nadie crea que esto fue una promesa y nada más; sino que Él mismo la estableció, y la
supuso establecida al decir: Aquel que no oyere la Iglesia sea tenido para ti como un gentil
y publicano. Con semejantes textos queda categóricamente probado que Jesucristo es el
fundador del catolicismo o de la Iglesia católica: y como Jesucristo es verdadero Dios, se
sigue que la Iglesia Católica es fundada por una persona divina; y por tanto, que divina es la
Iglesia. Al contrario ¿Quién fundó el protestantismo? Él protestantismo es un conjunto de
sectas que cada una tiene su creencia particular, y la moral que más le acomoda. Cada secta
tiene un nombre especial que la distingue de las demás: y a la manera que los cristianos se
llaman cristianos porque Jesucristo los fundó; así entre los protestantes unos se llaman
luteranos, porque los fundó Lutero; otros anglicanos, porque fundó esta iglesia un rey de
Inglaterra; y así sucesivamente con todos los protestantes. De manera que, según esto, el
autor de toda la iglesia protestante es un hombre, un miserable hombre; y por esto estas
sectas son humanas: al paso que el autor del catolicismo es Dios, y por lo tanto esta Iglesia
es divina.
6. Qué cosa es la Iglesia católica
Jesucristo como fundador de la Iglesia, se sirvió de muchos medios para dárnosla a
conocer; y a esto empleó muchas comparaciones, para que supiéramos apreciarla bien.
Entre las muchas que escogió, una de las más comunes y que mejor expresan lo que ella es,
la encontramos en la parábola de san Lucas, cuando compara a un rebaño, cuyo primer
pastor es Pedro: Oh grey querida, no temas, porque eres el gusto de tu Padre celestial. Y
¿Por qué la llamará pequeñita siendo ella la primera bajo todos los puntos de vista? En
efecto, la verdadera Iglesia la llamó pequeñita entonces su divino Fundador, ya porque
entonces la estaba fundando, y por tanto era tan pequeña, que estaba en su cuna; y ya
porque todos lo días penetra en lugares gentiles: y también la llamó pequeñita porque entra
sin cesar en nuevos corazones; y porque es como el místico grano de mostaza, que siendo
en sus principios lo más insignificante, se hace después un grande árbol. Mas, ¿quién lo
creyera que esta Iglesia así pequeña fuese el blanco de los protestantes? Pero ¡feliz Iglesia
Católica! porque oyes con toda claridad y certeza: Oh grey pequeñita, no temas, porque
eres el gusto de tu Padre celestial. ¡Qué verdad tan consoladora para todo católico! Y ¡Que
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verdad tan tristemente experimentada para los infelices protestantes! su origen es humano,
es criminal, es impío: no tienen ni una promesa en su favor, y ni siquiera tienen sus tan
descantadas escrituras. Pero ¿Qué cosa es la Iglesia católica? Es la única, la sola Iglesia no
humana, y ni siquiera celestial; en sí, enteramente divina. Mírala si no, lector carísimo, y la
verás residiendo en el cielo, juntamente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, dando a
Dios la mayor gloria y gloria infinita, y formando fieles adoradores en espíritu y verdad.
Mírala en sus principios, y verás que es la gloria que los ángeles entonan en el nacimiento
de Jesús, es la paz que ellos entregan a todos los hombres de buena voluntad, y es la
tranquilidad de todas las naciones. Mírala en sus fundamentos, y verás que ella es la verdad,
la verdad prometida por los Profetas, verdad figurada por los Patriarcas, y verdad anunciada
por Jesucristo nuestro Señor. Mírala en sus medios de establecerse, y la encontrarás lo más
débil, ya que solo doce hombres, doce hombres rústicos son los que emprenden su
establecimiento. Mírala en sus enemigos, y hallarás que son los numerosos y encarnizados,
ya que son los emperadores y los filósofos, los gentiles y los judíos. Mírala en sus armas
para hacer la conquista del mundo, y quedarás convencido que fueron las más
desapropiadas, ya que no empuñaron otras que la mansedumbre, la paciencia y el
Evangelio, preceptos, consejos y usos de muy difícil cumplimiento; y además, unos
misterios que son superiores a las luces de la razón: y todo lo que predican lo enseñan y lo
establecen de manera que afirman haber sido testigos de los hechos en su defensa. A pesar
de todo lo dicho, la Iglesia Católica se establece; aun mucho antes de tres siglos ocupa ya
todos los reinos; y desde principio en la misma capital del mundo pagano, fija su Metrópoli.
¿Qué es esto, lector carísimo? ¿Qué conclusión sacas de esta serie de hechos? ¿Es así como
se establecen los obras de los hombres? Él hombre, para hacer una obra grande, no tienen
otros medios que las luces de la razón, el halago de la voluntad, y la propia fuerza, y así es
como se establecen los reinos y las naciones; mas la Iglesia Católica se ha establecido con
medios diametralmente opuestos, supuesto que lo hizo humillando a la razón, mortificando
la propia voluntad, y menospreciando toda fuerza humana. ¿Puede darse prueba más exacta
de que no es una iglesia humana, y por tanto de que es una Iglesia divina? Al contrario
sucede con la iglesia protestante, la cual se fundó de un modo diametralmente opuesto a la
Iglesia Católica; la cual nos hace concluir que es una obra de hombres, así como la Iglesia
católica es una obra de Dios.
7. Establecimiento del cristianismo
Cuando Jesucristo apareció en medio de nosotros, estaban los hombres en el mayor grado
de inmoralidad, no solo porque todos los gobiernos eran paganos, sí que también porque los
judíos, los mismos judíos que eran los depositarios de las escrituras, a excepción de una
pequeña parte, se habían corrompido, habían reducido su culto a una vana sombra, la
conservaban en sus fiestas porque era religión del Estado, pero de ningún modo porque
tuviesen la fe y la religión de los antiguos israelitas. En consecuencia, la religión del pueblo
en general, era el deleite, y la virtud dominante toda suerte de placer. En tales
circunstancias nació la Iglesia católica, y armada de la luz, se adelanta hacia los enemigos;
combate al placer y los deleites; opone a sus fiestas brillante la pompa del dolor; a la
cómoda licencia de vivir a gusto, las lúgubres ceremonias de la muerte; a la seducción de
los placeres, las amenazas terribles del juicio; y las riquezas y avaricia, las incomodidades
de la pobreza; el saco y la ceniza a ocupan el lugar de las diversiones, y el mundo pagano
ha de convertirse, y de hecho, se hace cristiano. De un modo semejante a un valiente que se
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arroja al campo del enemigo, asaltara las ciudades, trastornara los baluartes, derribara los
últimos atrincheramientos y plantara su bandera, así la religión católica acomete a todo: a
todos los errores, a todos los vicios y a todas la injurias; y así autoriza, dicta la ley del
universo. Y una sociedad así establecida ¿Podrá nos ser divina? Pero atiende un poco más:
porque en el momento mismo de esta Iglesia católica, todo se levanta contra ella; las
pasiones se lanzan furiosas contra ella; los pueblos corren a bandas contra ella; la avaricia
incita contra ella a los sacerdotes de los ídolos; el orgullo enardece contra ella a los
pretendidos sabios, y contra ella se levanta la política de los emperadores, y comienza la
guerra más universal y más sangrienta. A todo se declara el exterminio; a nada se perdona,
y ni siquiera a los ancianos, ni aun a los niños. Instrumentos de muerte ocupan los lugares
públicos; los jueces se mezclan a la matanza; de todas partes se siente el grito furioso de. . .
los cristianos a las fieras; espantosos sacrificios de los fieles son ofrecidos a los ídolos, y
una crueldad refinada inventa contra el pudor y la honestidad lo que ni siquiera es lícito
decir. Y ¿Cuánto tiempo duró? Fueron cerca de trescientos años: y al fin de ellos, el hacha
homicida se detiene, se apagan las hogueras, se destruyen los potros, ciérranse las cárceles,
el mundo es ya cristiano, y la religión católica no solo no había perecido, sino que se
encuentra con tanto vigor, que todo lo domina. ¿Qué es esto? ¿Cómo ha vencido a tantos
enemigos? ¡Como! Presentando su pecho a las espadas; su cuello al cuchillo; sus manos a
las esposas; su cuerpo a las cadenas y su vida a los sepulcros. ¿Qué mayor señal puede
darse de su divinidad? Sí, la religión católica es divina.
8. Establecimiento del protestantismo
Has visto, lector carísimo, que la religión católica fue fundada por Jesucristo, y por tanto,
que es divina; ahora verás que el protestantismo es fundado por los hombres, y por tanto,
que es humano. En efecto, los enemigos de la Iglesia se mancomunaron contra ella,
quisieron reformarla, y esta reforma es lo que se llama protestantismo. Esos hombres,
cubiertos con este pretexto, todo lo destruyen y nada dejan de la supremacía del papa, y no
se libra de su temeridad, ni los sacramentos, ni el culto religioso, ni las creencias católicas.
Esos hombres protestan contra toda fe, y al mismo tiempo tienen la imprudencia de crear
nuevos dogmas: quitan la moral católica, y proponen la moral más conforme a los sentidos:
en una palabra, eso hombres acaban con negar a Dios los atributos de la divinidad, y niegan
aun su existencia. Mas ¿Qué fruto sacaron de esta conducta? La religión es ahora lo que era
antes de que esos hombres viniesen al mundo, y esto, a pesar de sus persecuciones. Y ¿Por
qué? No hay otro por qué, que la divinidad que la distingue. Sí; la religión católica es la
religión divina. Estos hombres no se dieron por vencidos, y continuaron con su plan de
destrucción, empleando toda su rabia, sus esfuerzos y maquinaciones para destruirla. Vino
un tiempo en que podía decirse que todo estaba ya acabado, porque habían blasfemado de
todo, y en su violento frenesí formularon sentencias de muerte contra la Iglesia católica, y
sin embargo, la Iglesia aun vive, y de ellos ya no hay ni uno solo que no haya muerto. Él
protestantismo adopta hoy día otras armas para destruir a la Iglesia Católica, y establecerse
en su lugar: ha adoptado una indiferencia profunda sobre todos los deberes religiosos, un
amor a todos los placeres, el más desmedido, y una sed de oro verdaderamente insaciable.
¡Ay de ti, lector carísimo, si obras según esta doctrina! Desde luego las cosas más santas
serán tenidas por ti como profanas; llegarías a vender lo más sagrado de tu conciencia
cuando la ocasión se ofreciese, y en casos favorables a tus deseos, prescindirías de tu honor
y de tu religión, y aun de toda virtud. Tal es lo que te ofrece la religión protestante con el
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horrible y estéril monstruo de la indiferencia. Y ¿Qué me dices, lector carísimo, lo abrigas
en tu corazón? Cuan desdichado eres si así lo fuere, porque al paso que es la persecución
más temible, y quizá de las últimas, es al mismo tiempo el medio más poderoso que ha
adoptado la Iglesia protestante para establecerse. Barrunta por ahí lo que ella será. Observa
la cruel perfidia que encierran esta palabras: Indiferencia, tolerancia, libertad de cultos, y
verás que es un odio el más universal contra todos los santos principios. Estas fatalísimas
luces que acompañan la indiferencia, son las negras tinieblas del mayor número de errores
que pueden haber. Nota bien que no es la proscripción de la Iglesia católica, pero sí su
desprecio: no degüella a sus ministros, pero sí los degrada, ora combatiéndolos con el
envilecimiento, ora prodigándoles favores de un modo afrentoso, ora ofreciéndoles una
protección tan insultante, que se convierta en la injuria más amarga. Lector carísimo,
reflexiona un poco sobre tu conducta, porque es muy fácil que seas seducido si tu obrar no
es conforme a tu fe, y sin duda alguna caerás en el lazo cuando oigas: moderación. . .
indulgencia. . . condescendencia mutua. . . paz. . . fraternidad. . . igualdad. . . así hablan y
obran de un modo diametralmente opuesto. Tal es el porte de los protestantes en la teoría y
en la práctica. A pesar de todo esto, es decir, de tanta maldad, mala fe y traición; a pesar de
todo esto, digo, la Iglesia católica es, ¿y cómo podrá ser si ella no fuese divina?
9. Marcha de la Iglesia católica a pesar del protestantismo
Protestantes siempre los ha habido desde que la Iglesia es Iglesia, porque en sentido lato
todos los herejes han protestado de la verdad católica, y bajo este punto de vista eran
protestantes. nuestros modernos protestantes no son como los pasados, sino que han
abrazado todos los errores, todas las herejías y todas la falsas máximas de todas la épocas.
Y la Iglesia católica, a pesar de todos los protestantes de todos los tiempos, ella marcha
hace más de diez y nueve siglos; y a la manera que el agua viva que sale de un manantial
que se abasteciera de los derrames de la perennes nieves, es continua y hay certeza que así
será hasta el fin de los tiempos, así la Iglesia católica, que ha brotado del costado del
Salvado, ciertísimamente será así en el último día. Pero ¿Cómo se estableció? los reyes y
emperadores ¿Cómo la recibieron? los ministros y sus adeptos ¿Cómo la admitieron?, unos
pueblos tan feroces en sus ideas y costumbres, ¿Cómo se hicieron cristianos? Ellos en sus
vicios eran groseros, el goce de sus deseos, criminales, y además estaban sujetos al férreo
grillo de las pasiones vergonzosas. Mas ¿Cómo hizo esta marcha que comenzó en la cuna y
no acabará hasta el fin de los tiempos? Atiende que no hay género de ataque que no haya
sufrido, y experimentó que todas las baterías del error jugaban contra ella a un mismo
tiempo. Atiende que la opinión, la reina del mundo, no la recibió: y la autoridad y la vida,
los intereses y la muerte, y los innumerables dioses que eran adorados, todos obró
poderosamente contra la Iglesia católica. Y ¿Qué sucedió? ¡Ah! ¡Cuánto deseara, lector
carísimo, que tuvieras la mayor instrucción posible para que pudieras reconocer lo que
acabo de indicarte! Reflexiona sobre ti mismo, y verás que hace diez y nueve siglos que
esta Iglesia está marchando y marchará sin duda alguna, hasta el fin de los tiempos. Mas no
creas que esta marcha sea algo natural, es sí, una cosa divina, porque marcha contra todas
las ideas, contra las voluntades de los emperadores y de los reyes, contra los esfuerzos de
los poderosos y de los grandes, y contra la malignidad más refinada de los sacerdotes de los
ídolos. Marcha y adelanta, no obstante veinte persecuciones generales contra el
cristianismo. ¡Que horro y que satisfacción! Hay leyes promulgadas para que no sean
católicos; tribunales cuya función es confiscar bienes; anfiteatros que tienen por objeto
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darles tormento, y no obstante la Iglesia marcha y el mundo se hace cristiano.
Avergonzados los tiranos de esta marcha tan admirable, van a hacer el mayor de los
esfuerzos para detenerla y acabar para siempre con todos los cristianos. A esto aplican
todos los medios humanos, todos los medios que puede inventa el orgullo de los reyes, el
favoritismo de los monarcas, la adulación de los palaciegos, la avaricia de los sacerdotes de
los ídolos, la opinión de todos los idólatras, y en consecuencia y como por encanto,
aparecen luego las bestias fieras para devorar a los cristianos; se inventan y preparan
nuevos tormentos para los cristianos; se fríe en aceite a los cristianos; se les baña en plomo
derretido y en pez hirviendo; eternos calabozos los encierra a millares, unos destierros
perores que la muerte, son los decretados y puestos por obra. Y ¿Qué le pasó a la Iglesia
católica? Nada: porque era divina: y la sangre de los mártires se tornaba en admirable
semilla de cristianos; de modo que en menos de trescientos años el mundo era cristiano.
¿Qué te parece, lector carísimo? No; no es así como se establecen las cosas humanas: de
esta manera únicamente progresan las cosas divinas; y este progreso admirable, esta marcha
no interrumpida a pesar de tanta contradicción, prueba hasta la evidencia que la religión
católica es una Iglesia divina. Y ¿Qué le sucedió, repito? Reflexiona que durante trescientos
años todo se empleó simultáneamente contra ella, porque los talentos presentaban sus más
atrevidas producciones, los ricos ofrecían cuantiosas cantidades, los placeres estaban en
disposición de cuantos apostasen, los tormentos más horribles y las más espantosas
amenazas debían efectuarse contra los que perseveraran. Todo se llevó a cabo y con mucha
mayor crueldad de lo que podemos decir. Y ¿Qué sucedió a la Iglesia católica? como obra
divina siguió todos sus pasos que le trazara su Fundador: y la Iglesia católica es, ha sido y
será siempre, porque es divina, y su divinidad es su carácter distintivo. Los emperadores
con más de veinte persecuciones generales, sin contar las parciales que fueron
innumerables, intentaron destruir esta esposa del Cordero, y nada pudieron contra ella, ni
los ardores de un fuego vehemente, ni los innumerables caldosos que acababan con sus
víctimas, ni cuanto ha podido inventar todo el género humano y todo el infierno coligados.
A todo lo dicho se juntaron los ardides de la sofistería para que se lograse por engaño lo
que no habían podido alcanzar todos los martirios. En consecuencia, aparece Celso, el
decantado Celso, y se declara enemigo de Jesucristo; y el emperador Juliano se hace
apóstata y se convierte en un enemigo tan horrible de Jesucristo, que blasfema de Él
horriblemente; Mahoma, con su terrible espada, se apodera de una gran parte de los
cristianos, y les hace abrazar el Corán; Lutero; el perverso y escandaloso Lutero, se revela
contra su Madre la Iglesia, y siembra por todas partes la aflicción y el exterminio; Rousseau
quiere hacer trizas al catolicismo y a todos cuanto huela a él; Voltaire intenta con sus
escritos, infames escritos, prostituir los corazones católicos, y una turba de incrédulos,
todos mancomunados en su infame fin, propagan la irreligión para destruir de un solo golpe
y para siempre a la Iglesia católica. De su parte, todo lo ponen en movimiento, y logran por
un momento exterminar a los sacerdotes en Francia, y a la virtud, a la verdadera libertad,
a todas las ideas de orden y aun a todas las nociones de justicia. En suma, después de
haberse burlado de todo, de haberlo negado todo y haber declarado que no creían en Dios ni
en su culto, entonan en su inmenso furor su aleluya. . . y por desenlace de la escena, una
mujer prostituta en el altar de nuestra Señora de Paris, y la adoraron bajo el título de Diosa
razón. ¡Oh triste fatalidad e aquel sistema, que tales efectos produce! Y con la religión
Él autor hace alusión a los hechos que sucedieron en los días de la revolución francesa.
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católica ¿Qué sucedió? ¡Ah! lector carísimo, ella fue, es, y ella será hasta el fin de los
siglos. ¡Oh religión santa! tú estás reinando hace ya diez y nueve siglos; tú estás reinando
en multitud de millares de corazones que te aman con afecto; y tú reinarás para siempre en
los verdaderos discípulos, porque jamás las puertas del infierno podrán destruirla. Y con los
prohombres del protestantismo que juraron la ruina de la Iglesia católica ¿Qué sucedió?
Todos murieron; murieron todos sin que escapase ni uno solo; murieron todos los jefes de
un sinnúmero de sectas; murieron los emperadores romanos del modo más desgraciados;
murió Celso profiriendo blasfemias contra Dios; murió Juliano apellidando a Jesucristo el
Galileo, y murió por un dardo que le disparó la justicia divina; murió Lutero en brazos del
demonio; murió Rousseau quitándose la tapa de los sesos de un pistolazo; murió Voltaire
en su misma hediondez; murió Concorcet con el veneno que el mismo se propinó; murió
Marat bajo el puñal que le clava una débil mujer; murió. . . digámoslo de un vez, todos,
absolutamente todos, han muerto, y muerto del modo más desastroso, para que nadie
dudase que eran víctimas de la justicia divina: y la Iglesia católica, condenada por ellos a
muerte infame, es la que ha quedado con vida. Y ¿Cómo podría explicarse esto si ella no
fuera divina? Sí; su divinidad es el hecho mejor demostrado, ora porque Jesucristo que es
Dios y hombre verdadero lo fundó; ora porque no obstante de ser tan pequeña en sus
principios, ella es después de diez y nueve siglos; y ora porque superándolo todo, ha visto
nacer y morir mil sectas enemigas con la muerte más vergonzosa.
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Capítulo 3.
Creencia de la Iglesia católica sobre Dios y el alma
10. La Iglesia católica es regida por el Espíritu Santo
Al anunciarte, lector carísimo, que la Iglesia católica es regida por el Espíritu Santo, voy a
declararte una de las verdades más consoladoras, y que más declara la vanidad del
protestantismo, ya que es regido únicamente por los hombres. ¡Feliz Iglesia católica!
porque el Espíritu Santo ha descendido sobre ti; la virtud del Altísimo te cubrirá con su
sombra; las resoluciones que tomares sobre el dogma y la moral, serán siempre santas y el
Espíritu de verdad te enseñará toda verdad. Desgraciadas, y mil veces desgraciados
vosotras, sectas protestantes, porque el espíritu humano y diabólico, han descendido sobre
vosotras; la virtud del infierno os regirá, y las máximas que nacerán de vosotras, han de ser
todo error, todo vicio, todo crimen y la más desenfrenada prostitución. Jesucristo prometió
a los apóstoles, que estaría con la Iglesia hasta la consumación de los siglos; y que estaría
con ellos además, por medio del Espíritu de la verdad, el cual siempre y en toda ocasión, no
solo la libraría de todo error, sí que también le enseñaría toda verdad. Y de hecho, así se
efectuó en la vendida del Espíritu Santo sobre los apóstoles; y en nuestros días se efectúan
invisiblemente siempre que así lo reclama el cumplimiento de estas palabras del Señor: Las
puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Cuando afirmo que la Iglesia es
regida por el Espíritu Santo, quiero decir, que la tercera Persona de la santísima Trinidad la
preside por sí misma, y además por medio de sus dones. A saber: por medio de temor de
Dios, haciendo que lo temamos más que a las cosas del mundo; y en consecuencia, que
movidos de este mismo temor, nunca pequemos: por medio del don de la piedad, por cuya
causa los verdaderos católicos son devotos y piadosos para con Dios: por medio del don de
la ciencia, y con el no se yerra en las cosas pertenecientes al dogma y a la moral, sino que
aquel escribe está de un modo muy particular asistido del Espíritu Santo, y con esta
asistencia no puede caer en ningún error: por el don de fortaleza, que hace a los mártires y a
los confesores, y a las vírgenes: por medio del don de consejo, y con el toma uno de los
medios más aptos para alcanzar el fin que se propone; y por medio del don de
entendimiento, se esclarece la mente de manera, que de un modo semejante a Pablo y
Moisés, se ven las cosas divinas de una manera muy especial: y finalmente, por el don de
sabiduría, que hace que las almas lleguen a la mayor perfección que es dable en este valle
de lágrimas. Tal es la dicha de la Iglesia católica, y lo que afirmamos de ella al asegurar que
es regida por el Espíritu Santo. Las sectas protestantes, como regidas por el espíritu humano
y por el espíritu diabólico, tienen igualmente siete causas o considerados, que las distingue
en un todo: tienen el temor humano, y por tanto ofenden a Dios quebrantando sus preceptos
siempre que se ofrece ocasión: en vez de la piedad tienen la relajación, y cuanto se opone al
santo culto que le damos a Dios: en vez de la ciencia tienen el conjunto de todos los errores
que ha habido en todos los tiempos: en vez de la fortaleza ostentan aun de las personas de
sus principales corifeos, la cobardía más vil: en vez de consejo, se sirven de todos los
medios, sin exceptuar los reprobados aun por la ley natural: en vez del don del
entendimiento, su mente rastreando por la tierra no ve más que tierra: y en vez de la
santidad que es propia del don de la sabiduría, tienen todos los pecados, son efecto de sus
crasa ignorancia. ¿Qué mayor infelicidad puede concebirse que el estado del protestante?
La Iglesia católica como regida por el Espíritu Santo, tiene en su seno sus admirables
frutos; quiero decir, produce los sazonados y dulcísimos frutos de la caridad, gozo
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espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia y
castidad. ¡Que feliz el verdadero católico! Y ¡Cuán desgraciado el verdadero protestante!
Porque a la manera que aquel teniendo la caridad en su corazón, juntamente con ella
disfruta el gozo del espíritu y la paz del alma; y es paciente, benigno, bondadoso; es lleno
de longanimidad y mansedumbre, y posee con perfección una fe muy viva, una modestia
edificante y una castidad angélica; así el desdichado protestantes, privado de la caridad, que
es la reina de las virtudes, no tiene en su corazón más que vicios, zozobra y amarguísimas
dudas. ¡Dichoso el verdadero católico1 porque obrando según los preceptos de su Madre la
Iglesia, se hace verdaderamente un santo; al paso que el infeliz protestante se torna
necesariamente un déspota.
11. Creencia de la Iglesia en relación con Dios
Antes de explicarte la creencia de la Iglesia católica en relación a Dios, quiero hacerte
notar, que el protestante, como protestante, es incapaz de creencia alguna, por la razón
sencilla, de que con su protesta, prescinde de todo lo necesario para hacer un acto de fe. Él
católico entiendo por fe una virtud sobrenatural que nos inclina a creer todo lo que Dios ha
revelado y la Iglesia nos propone cosa de fe; al paso que el protestante en fuerza de su
protesta, solo cree naturalmente; cree lo que a el le parece, y cree según su juicio se lo
presenta. Él protestante es incapaz de creencia alguna, y por esto entre todas las sectas que
componen el protestantismo, confiesan y niegan casi todas las verdades del catolicismo.
Finalmente, son incapaces de fe, mientras permanecen en el protestantismo; porque de un
modo al más expreso han negado todos los dogmas. Él católico como hijo de la Iglesia
Católica, cree en Dios; y Dios, que al paso que es Padre, es también todopoderoso. Él
incrédulo no cree en Dios con acto de fe. ¿Quieres tú, lector carísimo, creer, y creer
siempre? No tienes necesidad de ningún argumento: sé bueno, vive de modo que seas justo,
y creerás en Dios: ama los preceptos que Dios mismo te ha dado, practícalos, cumple las
obligaciones de tu propio estado, sigue las luces de la recta razón, ama al prójimo como a ti
mismo, y te aseguro que creerás en Dios. Principalmente para que jamás se aparte de ti esta
consoladora creencia, te repetiré una y mil veces que seas casto; porque la lujuria es lo
pervierte los corazones. Sé buen católico, y el canto de los pájaros te dirá Dios; la
diversidad de las plantas te anunciarán la hermosura de Dios, y no un Dios cualquiera, sino
el Dios de los cristianos, un Padre, todopoderoso, sumamente bondadoso y que te
recompensará con una eterna dicha en la patria celestial. ¡Qué bueno es ser católico! y ¡Qué
desgracia ser protestante!
12. Creencia de la Iglesia católica en relación al alma
Después de haber de Dios lo que debemos, lo que más conviene es justificarnos a nosotros
mismos, manifestando lo que los católicos creemos de nuestra alma. Ella es esencialmente
espiritual, porque es la vida racional de cuerpo humano, como lo demostró Dios al apellidar
a esta alma: lo que espira la vida, lo que da la vida: y para mostrar que se ha verificado la
unión del alma y del cuerpo, nos dijo: Y fue hecho el hombre vive bajo de una alma
viviente: y no es menos cierto que el alma no puede ser material, porque una materia no
puede animar a otra materia, según el principio de que nadie da lo que no tiene. Mas como
no han faltado hombres que siguiendo el método de los protestantes, han negado la
espiritualidad del nuestras almas, y han concluido afirmando que éramos una bestia, esto ha
hecho que examináramos brevemente la cuestión. Si las bestias son como nosotros, ¿Cómo
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sus operaciones son siempre las mismas? Y si el hombre es como las bestias, ¿Cómo es que
el hombre recuerda, discurre, progresa, engaña y obra según quiere y porque quiere? Las
bestias obran movidas por una impresión ciega, uniforme y necesaria; y el hombre obra
porque quiere. Luego el hombre no es una bestia por más que se diga por los incrédulos.
Por otra parte, como leemos en el Génesis, que es uno de los libros de la Sagrada Escritura,
entre las bestias y el hombre, hay una distancia infinita; ya que el hombre es fabricado a
imagen y semejanza de Dios. Dale gracias, lector carísimo, a un Dios que te hizo nacer en
la Iglesia católica; ama los dogmas que te presenta como verdaderos; y ama una Escritura
toda sagrada y divina, y ámate a ti mismo de modo, que seas verdadero hijo de esta Iglesia.
Concluyamos que nuestra alma no solo es espiritual, sí que también es inmortal, y lo es,
porque Dios así lo hizo; porque existiendo un Dios justísimo convenía hacerlo así, y porque
siendo espíritu no tiene en sí misma elementos de muerte. Por otra parte, si el alma no fuera
inmortal, tendríamos que admitir el absurdo de que es una misma cosa el vicio y la virtud,
de tener el mismo mérito el malvado que el hombre de bien, y aun de ser Dios un injusto,
ya que no castigara el vicio ni premiara la virtud. ¡Dichosos y afortunados católicos! creen
que su alma es espiritual y que también es inmortal; y lo creen porque Dios así lo dijo y la
Iglesia se lo propuso como cosa de fe: y se lo comprueban además, millones de mártires, de
confesores y de vírgenes.
13. Sobre la libertad del hombre y la presciencia divina
Los protestantes, como en fuerza de sus principios, no pueden hacer un acto de fe, han dado
origen a los Socinianos que niegan lo que a ellos les parece superior a la razón: que como
no conciben que siendo Dios presciente de lo que ha de acontecer, el hombre sea libre: de
ahí se ha seguido y de otros falsos principios, el que hayan negado su voluntad. La sinrazón
no puede ser mayor; porque ciertamente ellos no comprenden cómo ven, ni cómo oyen, ni
cómo huelen, ni cómo gustan, ni cómo tocan, y con esto lo admiten: y ¿Por qué no admiten
pues, que el hombre es libre? ¿Qué razón tienen para que una cosa la concedan y a otra la
nieguen, habiendo una misma causa para la negación que para la afirmación? Tal es el
efecto de los desgraciado protestantes que solo poseen el error. Para quitarte toda duda, te
diré sencillamente, que la presciencia divina es un dogma, porque no es otra cosa que una
consecuencia de las existencia de Dios presentada por la Iglesia. Porque si Dios existe,
necesariamente ha de tener infinitas perfecciones, o sea infinitos atributos, y unos de estos,
es la presciencia de lo que los hombres han de hacer. Y ¡qué! ¿Puede acaso, tener Dios
menos conocimientos que los hombres? Pues a la manera que un padre de familia en
circunstancias dadas, prevé lo que han de hacer sus tiernos niños; así Dios, que es el Padre
de todas las criaturas, prevé todo lo que nosotros haremos en todos los casos imaginables.
No es menos cierto el dogma de la libertad del hombre; con ella queremos decir que el
hombre no obra por necesidad, sino por un acto libre nacido de su voluntad; no obra porque
se le obligue, sino porque voluntariamente quiere obrar: y así los buenos lo son, no de un
modo mecánico y sin libertad, sino con una docilidad libre; así como los malos lo son,
porque han querido serlo; y los tibios lo son, porque quieren serlo. Por otra parte, vemos a
Dios imponiendo al hombre un precepto; luego podría cumplirlo o no cumplirlo; luego no
Su autor hace alusión a los materialistas, los cuales son hijos verdaderos de los
protestantes; así como lo son también todos los incrédulos e impíos; y esto se prueba con
solo abrir algunas hojas de la historia del protestantismo.
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obra por necesidad, luego es libre. Además, es el hombre la imagen y semejanza de Dios, y
deja de serlo sino es libre en sus operaciones; porque en este acto queda semejante a las
bestias, ya que al par de ellas obra movido por un impulso de elección. Si no es libre, obra
por una fatalidad necesaria; si obra en fuerza de una necesidad que le obliga no es digno de
mérito o demérito, y al vicio y la virtud no son una misma cosa. En suma, para concluir,
que entre el dogma de la presciencia divina y en la libertad humana no hay ninguna
contradicción, notaremos que Dios ha previsto todas las cosas que el hombre hará; y que
estas cosas suceden no porque Dios las ha previsto, sino porque Dios ha previsto cómo
obrará el hombre en todos los casos, obrando con absoluta libertad. No quieras escudriñar
más, lector carísimo, porque ambas cosas son verdades reveladas por Dios, propuestas por
la Iglesia como cosa de fe: contentémonos con venerar esta divina ciencia, que todo lo sabe;
y la libertad humana que obra como quiere, y según quiere.
14. Consecuencia de estas verdades
Un católico que cree en Dios, y cree que su alma es espiritual e inmortal, y cree además que
es libre, así como que Dios es presciente de todas las cosas; un hijo de la Iglesia católica
digo, es una alma que en todas las cosas ve a Dios: que está más cierto de su existencia que
de la existencia propia, y lleno de gozo conoce en Él infinitas perfecciones. Desde luego
extiende sus deseos en pos de Dios, ennoblece sus pretensiones elevándolas a Dios, aprecia
una fidelidad verdadera que ha de encontrar un día con Dios, levanta sus miradas a un Dios
Eterno, y experimenta que todo le habla de Dios; porque Dios le dice su existencia, Dios le
proclama la vida y la muerte; Dios le indica la enfermedad y la salud; y el murmullo de los
ríos, la armonía de las estaciones, la belleza de las flores, y gorjeo de los pajarillos, todo le
dice de Dios. ¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios de bondad y de amor! ¡Oh! y qué consoladora es tu
voz omnipotente, cuando todas las criaturas te proclaman! ¡Qué satisfacción el conocer al
que te hizo! ¡Qué gusto es saber que siempre me estás disponiendo nuevos auxilios! ¡Oh
feliz católico! Todo te dice de Dios: si piensa de día, oye a Dios: si contempla de noche,
oye a Dios: si examina los mares, su inmensidad le dice de Dios: y Dios que es tu criador;
criador que es tu Conservador; Conservador que es tu redentor; redentor que te dará una
gloria eterna, si te conservas inocente, humilde, paciente y en gran manera casto. ¡Qué
sentimientos tan contrarios los de los incrédulos! Él niega prácticamente la existencia de
Dios; se cree semejante a los brutos animales; y cree que acaba su destino, lo propio que
ellos. Él busca la impunidad de sus delitos en la muerte; coloca su felicidad en los goces de
la carne, y acaba con hacerse peor en condición a la de los mismos animales. Él ve en todas
las cosas el desorden; su esperanza es la expectación de la nada; la razón y la fe han perdido
por el todo influjo de tal manera, que apenas puede decirse que es hombre. Él es un ciego
que no ve al salir el sol la mano que lo dispuso, ni ve estos millones de astros que ruedan y
giran sobre su cabeza; es un sordo que no oye la admirable armonía del Universo, ni la
acción de gracias que tributan a Dios los habitantes de la tierra, de los aires y de los mares,
ni la perpetuidad de las generaciones, ni la sucesión de los tiempos, ni el círculo prodigioso
de las estaciones: el protestante así incrédulo vive tristísimo, ora por los crímenes que ha
cometido, ora por los obstáculos que encuentra en quitar de su corazón el Dios que
abomina; ora por el fondo del mal humor que proviene de su genio melancólico; y ora, en
fin, porque las desgracias, por las enfermedades y por el temor de la muerte. Ea, pues,
lector carísimo, trabaja con empeño para que seas buen católico, seas un verdadero hijo de
la Iglesia, y te aseguro que todo te saldrá bien. Al contrario ¿Quién nos e horroriza de la
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vida de un protestante, y de sus pensamientos, de sus discursos y de sus obras? Cree, lector
carísimo, en Dios: espera en Dios y ama a Dios: cree en Dios y todos los dogmas que la
Iglesia te presentare; espera en Dios, en su bondad infinita y en su exceso de amor, y ama a
Dios con todo tu corazón, y al prójimo como a ti mismo.
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Capítulo 4.
Creencia de la Iglesia católica sobre la revelación
15. Necesidad de una revelación
En nuestros días, lector carísimo, han cambiado casi del todo las armas con las que los
impíos atacaban la Iglesia católica. En otros tiempos dirigían sus tiros contra Dios, pero
hoy, muchos se avergonzarías de decir: no Creo en Dios. Todos admiten a Dios, y admiten
sus infinitas perfecciones. Sobre el alma, aseguran no solo que es espiritual, sí que también
es inmortal. Confiesan que Dios tiene un derecho al culto de sus cristianos; que
efectivamente lo quiere, y que la criatura está obligada a dárselo; pero completamente
olvidados, de que según san Pablo, el sujeto vive de la fe, y ellos afirman que de cualquier
modo que la criatura se lo dé, Dios lo recibe, y aunque sea de una manera contraria a la que
Él ha prescrito, ellos dicen que de hecho le es agradable. Nada más falso que esta teoría;
porque si fuese cierto, Dios sería y no sería, la virtud y el vicio le serían igualmente
queridos, y el que cumple con la ley y el que la quebranta, harían los dos una misma cosa.
Para convencerte de la necesidad de la revelación relativamente al culto, voy a presentarte
algunas contradicciones sacadas cuidadosamente de las obras de los protestantes, o de los
demás incrédulos que de aquellos han tomado su origen. Unos partiendo de la bondad de
Dios, intentan probar que ha de salvar a todos los cristianos; otros discurriendo sobre su
justicia infinita, sacan por consecuencia, que todos hemos de ser unos réprobos . Pues de
estas contradicciones, los protestantes las tienen a miles, y no es de extrañar, porque la
razón privada de las luces de la revelación, es como un navío sin timón: y a la manera que
faltándole éste, se estrella en las rocas y se pierde, así la razón cuando se ve privada del
timón de la fe, se estrella en las rocas del error, y se pierde en mil y mil desvaríos. Por falta
de obrar según las luces de la verdadera revelación, hemos visto a las naciones más cultas e
ilustradas caer en grandes errores, y divinizar los vicios, las infamias, y aun adorar al
mismo crimen. Y en nuestros días ¿Cuál es la conducta de todos los que obran
prescindiendo de la verdadera revelación? Es la misma que observaban los antiguos
pueblos, y como ellos que son quebrantadores de la ley de Dios, y vilmente encenegados en
el asqueroso cieno de todos los vicios. Contemplemos, si no, un protestante; pero un
protestante que nada haga según los principios católicos, y juzgándolo según sus máximas,
podremos verlo culto e ilustrado según el mundo, pero también es verdad que en materia de
religión será ciego, ignorante y vicioso, y aun con los horrendos crímenes de los caldeos, y
egipcios, de los fenicios, de los griegos y de los romanos. Ni puede ser otra cosa un
verdadero protestante, que obra según el rigor de la lógica; porque como tal, está
abundantemente instruido y aleccionado en la escuela de los vicios, de los crímenes y de
toda impiedad; y no exagero, lector carísimo, porque tales son las consecuencias de su
doctrina; y si entre los protestantes hay algunos que no sean lo que digo, es porque viven y
discurren según los principios católicos. Pues esta revelación tan importante para que el
hombre de a Dios un culto digno de Él, es posible de parte de Dios, porque puede hacerla;
lo es por parte del hombre, porque puede recibirla; y lo es por parte de la misma revelación,
porque puede ser comunicada. No solamente es posible, sino que también es necesaria,
porque todos los pueblos que prescindieron de ella durante una larga serie de siglos,
Esta consecuencia la saca el incrédulo Espinosa, cuando discurre sobre la fatalidad del
hombre en sus acciones.
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vivieron envueltos en densísimas tinieblas acerca del dogma de la moral; porque durante
ellos, estuvieron abandonados a toda la malicia de los vicios más infames, porque las luces
de los sabios no fueron bastantes para librarlos de ello, ya que todos sus esfuerzos se les
estrellaron, y porque solo en virtud de la revelación que existe en la Iglesia Católica, ha
mudado todo el universo mundo. Pues la necesidad de esta revelación se vio remediada de
una manera especial con la venida de nuestro Señor, el cual nos enseñó todo lo que de la
Divinidad y sus preceptos era necesario que nosotros supiéramos, hasta el punto de formar
de cada hombre un verdadero adorador del Padre en espíritu y verdad. Démosle gracias por
el singular beneficio que nos ha hecho de darnos la revelación: ya que por medio de ella
tenemos la verdadera religión, somos los verdaderos hijos de la Iglesia católica, y cumplir
podemos todos nuestros deberes como cristianos, como padres de familia, como hijos con
relación a sus padres y como ciudadanos para con su nación.
16. Ella existe en la Iglesia católica
Para probarte, lector carísimo, que la Iglesia católica es la única que tiene como dote la
revelación divina, comenzaré haciéndote saber que ella no se encuentra en ninguna otra
iglesia o religión. No entre el gentilismo, porque su religión es tan absurda, que adoran
innumerables dioses, en los cuales veneran todos los extravíos de que el hombre es capaz.
Y por otra parte, ¿Qué hay de sublime y divino entre ellos? ¿Dónde están los misterios
superiores a la razón? ¿Dónde la moral santa que es propia de ella? Tan cierto es que entre
los gentiles e idólatras no hay verdadera revelación. Tampoco se encuentra en la secta de
Mahoma, porque es una religión compuesta de prácticas y creencias judaicas y cristianas; y
no tienen otra prueba que el Alcorán; es decir, un libro aislado que no tiene relación con
ningún otro hecho y que no está asegurado con ninguna profecía, y mucho menos con algún
milagro. Él Alcorán atestigua la divinidad de Jesús y del Evangelio: luego si el Evangelio
es verdadero el Alcorán es falso; y si no, que nos presenten otra sola prueba de la verdad de
lo que nos dice. Ciertamente que no lo habrá, porque no hay otra palabra de Mahoma, el
falso profeta que incurriendo en la inconsecuencia y la contradicción notadas, así lo dijo.
Tampoco se halla entre los judíos, porque si bien es verdad que ella es verdaderamente un
religión revelada, y como tal verdadera, pero también es cierto que acabó en fuerza de la
misma revelación, y de hecho vemos a la nación judía aniquilada, y sin sacerdote, sin altar,
sin sacrificio, sin templo, sin el ejercicio de sus leyes y careciendo de todo lo que puede
manifestar una verdadera religión. Parecen que solo existen, y que se hallan diseminados en
todo el universo, para atestiguar por do quiera la divinidad de la Iglesia católica; porque sus
figuras las vemos realizadas en nosotros, y entre nosotros se cumplieron sus profecías. Pero
sí podemos asegurar, y de hecho afirmamos, que la revelación existe en la Iglesia católica:
por esto el Profeta Oseas, considerándola en espíritu, veía a Dios que decía de ella: yo la
alimentaré con la leche. Esta sentencia se entiende de la Esposa del Cordero que es la
Iglesia, y se le promete que en todos los tiempos y circunstancias, será alimentada con la
leche de la revelación. Para que esto se verificase en los días del imperio de Tiberio César,
envió Dios a los hombres su Hijo unigénito, que conocemos con el nombre de Jesucristo, y
comenzó a cumplir con el mandato de su Padre, enseñándonos unos dogmas superiores a la
razón, y una moral infinitamente más sublime y más perfecta de cuantas había existido. Él
confirmó la revelación de la Iglesia de los judíos, declaró que iba a fundar una Iglesia
nueva, un nuevo sacerdocio, una nueva víctima, y que los iba a enriquecer con una
revelación nueva. A este fin le habla de Dios, les habla de sí mismo, como Verbo del Padre,
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y como hombre verdadero; y les habla de la redención del género humano, de su pasión y
su muerte, y de su resurrección. Imita la obligación de amar a su Padre celestial; el modo de
orar; de ofrecerle todas nuestras acciones y aun los menores pensamientos y afectos; y
marcándonos la necesidad de las obras buenas, nos obliga a repetir las pasiones, y a
condenar lo que el mundo celebra. Su moral no solo era lo más sublime, sino que al mismo
tiempo establecía la práctica, y Él mismo la practicó de modo, que ni sus más encarnizados
enemigos, no llegaron a sospechar siquiera, que podría no ser casto. Y ¿Dónde creó Jesús
su moral y su dogma? ¿Quién se lo enseñó? ¿En donde lo aprendió ¿¿Qué podía aprender
en el taller de un artesano? ¿Qué podían saber unos pescadores del lago de Genesaret?
¿Cómo un hombre solo burló el talento de todos los sabios, y neutralizó el poder de todos
los emperadores? La única respuesta es que Jesucristo es Dios y que la religión que nos
enseña, es divinamente revelada. A esto podríamos añadir los milagros, y milagros de
primer orden, principalmente su pasión, muerte y resurrección, ya que los tenía como
destinados a comprobar su doctrina. Finalmente, la Iglesia fundada por Jesucristo tanto es,
que posee la revelación verdadera, que en Jesucristo se han cumplido todas las profecías: y
si una sola de ellas sería bastante para comprobar su divinidad, ¿Qué será el cumplimiento
de todas? Porque de hecho vino, precisamente al mundo, después que el cetro faltó a la
tribu de Jedá; ya que como nos dicen los apóstoles, padeció Jesucristo bajo el poder de
Poncio Pilato, vino al mundo al fin de las setenta y dos semanas del restablecimiento de
Jerusalén, cuando aún existía el segundo templo: y Él mismo nació en Belén, fue adorado
de los magos, hizo innumerables milagros, fue vendido por treinta monedas y comprado
con los malos; fue azotado, abofeteado, escupido y puesto entre los malhechores; y
finalmente, sus manos y pies fueron taladrados, su costado abierto, muerto, sepultado, y al
tercer día resucitó de entre los muertos. He ahí lo que más prueba que la revelación existe
en la Iglesia católica, y que su fundador es Dios; porque todo esto había sido predicho
algunos centenares de años antes, por Moisés, Daniel, Ageo, Zacarías, Miqueas, Isaías y
David, cuyos libros nos guardan los mismos judíos. ¿Qué mayor prueba pues, de que la
Iglesia católica es la única verdadera? Recibamos por tanto, afectuosamente todos los
dogmas; cumplamos con fidelidad todos sus preceptos; y adoremos con todo amor a Dios
Padre, a su Hijo unigénito, al Espíritu Santo paráclito, y reconozcamos en la segunda
Persona hecha hombre a nuestro redentor nacido en cuanto hombre de una Virgen Madre.
17. Ella no existe en la iglesia protestante
A la manera que san Pablo, dirigiéndose a los fieles de Corinto, les decía: hermanos míos,
examinad vuestra vocación, y con este examen llegó a domesticar unos genios hasta
entonces rebeldes: así podemos suplicar también a todos los protestantes que examinen su
vocación, que examinen si en su secta hay revelación; porque si bien es verdad que ella se
encuentra en el catolicismo, también es cierto que no la tienen aquellos que falsamente se
glorían de pertenecer a la Iglesia verdadera; y así como la poseen los hijos de la Iglesia
católica, así también carecen de ella los protestante, y por esta causa ellos son la fuente de
toda impiedad; así como la Iglesia católica es por gracia que le ha concedido su divino
Fundador la depositaria de toda santidad. Hemos dicho que los protestantes no tienen la
revelación, porque ellos no son capaces de hacer acto de fe, claro está que no pueden creer
un revelación divina. No la tienen, y por esto la han sustituido por la que ellos llaman:
Inspiración particular; interpretación particular. En efecto, tienen la inspiración, no del
espíritu bueno, sino del espíritu malo: y en fuerza de ella creen y obran lo que les parece;
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por esta razón no hay dos protestantes que tengan una misma inspiración; y aun hoy tienen
una y mañana tienen otra. Por otra parte, ¿Cómo prueban la misión de que son inspirados?
¿Qué profecías tienen es u favor? No, no tienen otra prueba que su propia inspiración. Si la
inspiración particular prueba que los protestantes no tienen revelación divina, mucho más
prueba la interpretación de la Biblia, verificada por las luces de cada uno; porque
ciertamente no hay cosa más impía que este modo de obrar. Porque si es una impiedad
burlarse de los templos y de los santos, mucho más impío es burlarse de la Palabra de Dios.
Y ¿Qué mayor burla que hacerle decir sí y no a un mismo tiempo y de una misma cosa? y
¿Qué mayor mofa que autorizar los crímenes, canonizar las pasiones y defender la
impiedad? Considera ahora si que obran de este modo podrán tener la revelación divina. No
la tienen, porque los prohombres protestantes son los impíos y malvados: tal fue Lutero
que comenzó declamando contra las indulgencias, después que del modo más solemne las
había aprobado; reconoce la autoridad del Papa y la impugna; reconoce el Concilio y lo
condena; y su vida, y sus costumbres, y sus blasfemias fueron tantas, que murió en los
brazos del demonio: y ¿Este padre de los protestantes, tendría la revelación? y si no la tiene
el padre ¿Cómo la han de tener los hijos? Zuinglio, quita las ceremonias, se destaca contra
el dogma, halaga todas las pasiones y justifica lo que Dios condena, y ¿Este hombre tendrá
la revelación? Enrique VIII, despechado de una negativa que recibió de la Santa Sede,
funda la iglesia anglicana; y después de haber obrado como los Nerones, muere como había
vivido. Calvino penetra en Francia, obtiene el libre ejercicio de su reforma, y produce por
todas partes un semillero de sediciones. Todos estos hombres fundaron una secta cada uno;
todos protestaron contra la Iglesia católica con el fantástico grito de reforma, y a los pocos
años ellos mismos se reformaron hasta cambiara completamente, hoy son más de mil
sectas, los hijos que reconocen a estos cuatro patriarcas de la reforma, sin que por esto
pueda compararse su número con el de los católicos. Y ¿Estos hombres que así han
cambiado habrían obrado según las luces de divina revelación? Claro está que no; y no
puede afirmarse sin blasfemar de Dios, que por su misma esencia es inmutable. Finalmente,
es una verdad de fe, que no tienen las luces de la revelación, sino que andan sumidos en las
tinieblas de la inspiración e interpretación particular. Por esto no hay herejía, ni absurdo, ni
impiedad, ni maledicencia, ni crimen, que los protestantes no hayan enseñado, y que
además, no hayan santificado. Se han burlado de nuestras iglesias, de las sagradas
funciones, de los Santos, de la Madre de Dios, y aun de Dios mismo, ¿y estos escritos
contendrían la revelación? esos hombre obrarían según sus luces? Evidentemente los
protestantes no tienen la revelación divina, y por tanto el conjunto de sus sectas no es obra
divina sino humana, y sería una horrible blasfemia el decir: Creo las sectas protestantes.
¡Salve Iglesia católica! ¡Salve Iglesia santa! ¡Salve Iglesia apostólica que eres una y que
eres también romana! Es evidente que eres una religión verdadera: que eres la única
religión verdadera, porque eres la única que posees la revelación tanto escrita que es la
Biblia, como la no escrita, que es la tradición: toda nos ha sido transmitida por una no
interrumpida serie de doctores, y por un tribunal divinamente inspirado. ¡Salve Iglesia
católica! ¡salve Iglesia santa! ¡salve Iglesia apostólica que eres una y que eres también
Él autor hace alusión a los autores de las sectas protestantes, que con la historia en la
mano se prueba que pasan de mil, y todos se han distinguido por su impiedad y por sus
costumbres perversas; lo contrario de los principales católicos, que a la ciencia han juntado
siempre su santidad.
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romana! Salve porque tienes como fundador y defensor a Jesucristo, juez de vivos y
muertos; tienes a los apóstoles que fueron llenos del Espíritu Santo; tienes una serie no
interrumpida de romanos pontífices que partiendo de Pío IX llega hasta Santa Pedro, y
todos dan testimonio de ti. Salve, porque todos tus misterios parten de la revelación como la
fuente de agua de su manantial, y todos absolutamente ciertos, porque es Dios mismo el que
los ha revelado. Salve una y mil veces porque tienes millones de mártires, millones de
confesores, millones de anacoretas y millones de vírgenes, de creencia tan exacta que
morían por ti; de virtudes tan extraordinarias que son heroicas; de penitencias tan indecibles
que ya no es fácil superarse; y de pureza tan virginal, que solo a su coro es dado el
privilegio de seguir al Cordero por do que vaya y de entonarle el cántico nuevo. A vista de
estos hemos de concluir que aquellos que no son católicos tienen el grande deber de
examinar su religión; porque a la manera que la Iglesia católica es la depositaria de toda la
santidad, así la reunión de todas la sectas protestantes es la fuente de toda impiedad: y lo es,
porque sus principios son impíos, y sus escritos se componen del mayor número de
impiedades, y aun de todas cuantas han existido desde que el mundo es mundo, como lo
afirman graves autores.
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Capítulo 5.
Creencia de la Iglesia católica sobre la Biblia
18. Pensamiento de un católico sobre la Biblia
La Biblia, lector carísimo, es para un católico, un conjunto de libros santas; quiero decir, de
libros que han sido divinamente inspirados, de modo que para él es un dogma, que la Biblia
es palabra de Dios, y lo son todos los libros, todos los capítulos y todos los versículos. Así
considerada, ve en ella toda la ley, el conjunto de todo el dogma de toda la moral, de todos
los consejos evangélicos, y aun los más perfectos de la más encumbrada perfección. Ve en
ella no solo los dogmas, sino que también todas las razones para explicarlos, para
defenderlo y para refutar los errores que se levantan contra ellos. Ve en ella, toda la moral,
y ve el modo de probarla, de explicarla, de defenderla, y aun de exhortar a practicarla, sin
exceptuar, por cierto, lo más sublime de la perfección. Bajo este punto de vista, la considera
san Pablo, cuando decía a Timoteo, que los libros santos son tan útiles para enseñar, para
argüir, para defender, y para hacer que seamos hombres perfectos delante de Dios. Pero
para esto es preciso tomar la Escritura según su sentido genuino, quiero decir, según el
sentido que nuestro Señor le ha querido dar. Para esto, a la manera que el Emperador
cuando da una ley, él es el primer intérprete, y después siguen sus ministros, los cuales
explican la voluntad de su soberano; así Dios, Emperador de los emperadores, al darnos la
ley de las Escrituras, el mismo es el intérprete, y después sigue la Iglesia reunida en
Concilio, y de un modo especial el Papa: así como es falso intérprete de las Escrituras, el
que las interpreta contra la voluntad de su Dios; y al modo que en lo humano hay tribunales
o asambleas para fijar el sentido de las leyes, y son condenados por el Rey, los que le dan
otras interpretaciones, así en lo divino hay un tribunal para declarar el sentido exacto de la
Escrituras; y serán condenados por Dios, los que las entienden de otro modo, ya que
hablando de este tribunal que es la Iglesia, ha dicho el Hombre Dios: el que no oyere la
Iglesia, sea tenido por ti, como un gentil y publicano: como un hombre sin fe, sin esperanza
y sin caridad. Mas he ahí que viene un protestante, y echando por tierra todos estos
principios, afirma que el admite la Biblia, y que solo ella y en fuerza de su interpretación
particular, y de su tan decantado inspiración, sin necesidad de la tradición, ni las
explicaciones de los santo Padre, afirma, digo, que encuentra en ella, todos los dogmas y
toda la moral. Desgraciados ministros protestantes. Lo que decís, es la mayor impiedad, y
como impíos seréis arrojados al profundo del infierno. Muchos son los pecados que se
cometen, y muchos son los crímenes; pero aunque todos sean pecados, preciso es confesar
que los hay más y menos graves; y este que cometen los ministros protestantes admitiendo
las Escritura, y rechazando por otra parte la autoridad infalible de la Iglesia, es de los
mayores pecados que se pueden cometer; es un pecado del impío que ha llegado al colmo
de la maldad. Porque ciertamente esto de engañar y desengañar porque así se quiere, y en
materias en que se versa el único negocio de la eterna salvación, es, a no dudarlo, de los
mayores pecados. ¿Qué te parece, lector carísimo? ¡Qué maldad la de un corazón
semejante! ¡Qué negrura la de un alma tan vil! ¡Qué infamia la de un espíritu tan protervo!
Con razón dice el sabio de ellos, que han llegado al colmo de la maldad, y como impíos
serán vilmente menospreciados. Y por cierto que no exagero, al decir esto de los ministros
protestantes porque es falso su sistema y lo que enseñan como verdadero; reconocen su
falsedad, y por otra parte no quieren confesarla; y porque continuando voluntariamente,
arrastran las masa de los pueblos a la perdición. Ellos dicen que parten de la Escritura, y
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que en ella encuentran todo por medio de la inspiración e interpretación particular. Oh
Dios, y que modo de engañar a sus seguidores, de burlarse de ellos y de perderlos para
siempre. Y por qué, porque no pueden recibir la Escritura, ni su interpretación ni su
inspiración.
19. Él protestante no puede admitir el canon de los libros santos
Jesucristo fue, lector carísimo, el primero que comenzó a autorizar los Libros Santos,
porque en sus sermones nos probó su doctrina con el antiguo Testamento, con lo cual nos
manifestó que los libros Santos, tales cuales los tenían los judíos, eran divinamente
inspirados. Los apóstoles siguieron los pasos del divino Maestro, hicieron lo propio; sus
sucesos continuaron grande obra, y en tiempo de san Agustín, ya había una lista de los
mismos libros de la Sagrada Escritura que tenemos ahora; hasta que por fin en el siglos
XVI, el Concilio de Trento formó un canon, es decir un decreto, en el cual guiada la Iglesia
por las luces indefectibles de la tradición, declaró como dogma de fe, que los Libros Santos,
como los tenemos en la Biblia católica, son divinamente inspirados; y todos los católicos,
que al modo de los apóstoles decimos: Creo en la Iglesia católica. Amén. Mas he ahí que
viene un ministro protestante, que no cree la Iglesia católica, porque ha rechazado su
autoridad, y se le ve tomando su Biblia, y en fuerza de su interpretación e inspiración
particular, y como si inmediatamente le hablase el todopoderoso, de un modo semejante a
la manera con la que hablaba Moisés, asegura que todo está en la Escritura: todo dogma,
toda la moral y todo lo que Dios quiero de la criatura. ¿Qué más admiraremos su gran
confianza, o su completa perversidad? Porque no hay medio: o el protestante admite la
autoridad infalible de la Iglesia, o no la admite? En el primer caso, ya no es protestante; ya
confiesa la sinrazón de su mayores, y con esta confesión comienza a ser católico; pero es
también un impío, porque siendo católico, quiere por miras bastardas pasar por protestante.
Mas, si no admite la autoridad infalible de la Iglesia católica, es más culpable todavía,
porque admite como verdad una lista de los Libros Santos, sin tener otra garantía que su
voluntad. ¿Cómo puede un ministro protestante, sin reconocer la autoridad de la Iglesia,
admitir el canon de los Libros Santos? ¿Y cómo saber que no hay ni uno que no lo sea? No
lo puede saber con la fe divina, pues no quiere admitir la tradición única regla de la fe por
donde puede constar la lista completa o incompleta de los Libros Santos. Siendo esto
verdad, preciso es convenir que el protestante obra de mala fe, en el negocio importante de
la salvación. Pero demos que estos autores lo hayan escrito: ¿Cómo podrá probar un
ministro protestante, que escribieron por inspiración divina, siendo ellos hombres y como
hombre sujetos al error? ¿De donde saben que no erraron? ¿De donde saben que en este
punto eran infalibles? Y ¿Por qué me admite como partes canónicas lo que escribieron san
Marcos y san Lucas, que no eran apóstoles, y me rechazan pasajes de san Juan que era
apóstol? No puede probarlo; y por tanto, su solo dicho no tiene autoridad; y tanto no la
tiene, que unos protestantes admiten la Biblia con unos libros, que otros rechazan. Y si al
caso el quiere tener esta autoridad, ¿Por qué la niega a la Iglesia católica? Y si no la quiere
tener, ¡Que imprudencia partir de un principio falso! ¡Que modo más escandaloso de
engañar a los cristianos! Esta conducta es en la práctica una de las mayores impiedades que
puede un hombre cometer.
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20. Ni la Escritura, porque se perdió para los protestantes, porque perdieron
el medio en que pudieran reconocerla como libro divino
Supongamos, lector carísimo, que no fuese necesaria la autoridad de la Iglesia católica, para
la admisión de los Libros Santos, lo cual ciertamente nunca dejará de serlo. O supongamos
que por un medio divino Dios les diese esta certidumbre, lo cual evidentemente nunca hará,
en premio de la orgullosa soberbia que les obliga a protestar: aun en este caso no pueden
enseñar a los fieles las santas Escrituras, ni pueden en conciencia ponerlas en sus manos.
Porque, ¿Cómo saben los ministros protestantes que la Biblia que tienen impresa es exacta?
No hablo de las faltas que pueden haber cometido los impresores, ni las faltas de los
copiantes, ni de la mala fe y malicia de no pocos, sino que del todo de las Escrituras,
¿Cómo saben que su Biblia es exacta? No los saben, so pena de admitir la autoridad de la
Iglesia católica, y en este caso han de confesar el error de sus padres: y no sabiéndolo, con
todo las enseñan como escritos revelados, son en buenas palabras unos valientes
engañadores. ¿En que se funda un ministro para asegurar cosa alguna relativa a la Biblia y
tradición? No tienen otro fundamento que su capricho. Por otra parte ¿Cómo consta la
autenticidad de las copias? Nosotros tenemos la constante tradición que así nos lo asegura;
pero vosotros protestantes que no la admitís, ¿Quién os da esta seguridad? No, no tenéis
ninguna; y no hay medio: o admitir la tradición, o confesáis que la Escritura que vosotros
imprimís no os consta si son exactas; y esto no solo es en la teoría, sí que también en la
práctica; pues vemos que en unas Biblias admiten más versículos que en otra; más capítulos
que en otras, y aun más libros que en otras. Demos por cierto que la carta que escribió san
Pablo a los Romanos haya sido inspirada; mas cómo sabéis, que la que conocemos con este
nombre, es la del santo Apóstol? ¿Cómo sabéis que la diaconisa que fue destinada para
llevarla a su destino, no la alteró? Supongamos que la que escribió a los de Efeso, ha sido
divinamente inspirada; pero ¿Cómo fue entregada a Tíquico para que como portador, la
llevase a su destino? Como hombre pudo alterarla. Y ¿Cómo sabéis que no lo hizo? Sin el
auxilio de la tradición que os lo atestigüe, no podéis saberlo; y sin la autoridad de la Iglesia
que lo determine, no podéis recibirla. Y ¿Qué diré de las innumerables variantes que
existen sobre cada uno de los versículos? ¿Diréis que es fácil reconocerlo, por cierta
inclinación que los protestantes experimentan? ¡Ah! no han juzgado así los mayores genios
de la Iglesia: y san Agustín ha declarado: que él no creyera el Evangelio, si la autoridad de
la Iglesia no le declarase que era verdadero. Pues si el santo encontraba razones para dudar
del Evangelio, considerándolo sin el apoyo de la autoridad de la Iglesia, cuántas más
razones no deben tener los protestantes de abrigar esta duda, ya que están lejísimos de la
ciencia de este santo Doctor. ¿Y por que a pesar de esto enseñan las Escrituras? ¡Que modo
de engañar! Si los ministros protestantes engañan a sus seguidores dándoles las escrituras
que poseemos los católicos, porque ellos no pueden probar que sean verdaderas, al paso que
los católicos ciertamente lo sabemos, en fuerza de la tradición de los Concilios y del Papa,
¿Por qué pues, imprimirán tantas Biblias? ¿Por qué las dan como una cosa muy buena? No
hay otro porqué, que su refinada malicia o su completa ignorancia.
21. Porqué no les consta la fidelidad de la traducción
Para que se vea que queremos merecer la nota de condescendientes, vamos a dar a los
ministros protestantes, cuanto es dable; por tanto: supongamos sin concederles que
desechando para las cosas de fe la tradición y el juicio de la Iglesia todavía pudiesen sin la
tradición y al Iglesia, tener certeza de fe sobre cuales son los libros de la sagrada Escritura y
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su autenticidad y canonicidad; con todo, aun en este caso, nada ha adelantado el ministro
protestante, porque no le consta la fidelidad de la traducción. En efecto, los protestantes
leen la Biblia en los idiomas del país en que se hallan, y con todo, sabemos que ella fue
escrita en griego y hebreo. Ahora bien: ¿Profesan estos idiomas todos los ministros
protestantes? ¿Los poseen de modo que sean capaces de traducir toda la Biblia? Diréis que
no: y entre todos ellos han caídos en todos los errores imaginables; y no es de extrañar,
porque la elección de un pensamiento, una expresión no bien apreciada, y aun una falta de
puntuación, cambia completamente el sentido: y vemos al mismo Lutero que cambiando
una sólo coma, pudiera parecer probar por la Escritura que Jesucristo no resucitó. Siendo
esto así, está fuera de toda duda, que a los ministros protestantes no les consta la fidelidad
de la traducción de la Biblia; y por tanto, que no pueden predicar por verdadera, una cosa
que sus principios la suponen falsa; y que se hacen muy culpables cuando imprimen
Biblias, y las reparten, porque obran con la mala conciencia, de que en vez de dar a sus
seguidores la palabra de Dios, le propinan la palabra de Satanás. Dirán que sí están seguros,
porque descansan en la tradición de la Iglesia. Convengo en ello: pero decidme, ¿Concedéis
en esto la infalibilidad de la Iglesia, o no la concedéis? Si no la concedéis, estamos en lo
mismo, y en este caso no pueden hacer uso de la Biblia; y si la concedéis, peor todavía,
porque con esto confiesan por verdadero, lo que sus padres han dicho que era falso,
negando la infalibilidad de la Iglesia. ¡Qué dicha la de los católicos, lector carísimo! Ellos
tienen la Biblia, saben de cierto que todos sus Libros son inspirados, saben que las
traducciones son exactas, y todo los saben en fuerza de la tradición de los Concilios
universales y del juicio de toda la Iglesia y del Romano Pontífice; y no comenten las
inconsecuencia de declarar falibles y fallidos esos medios, y aceptar como seguro lo
propuesto por ellos.
22. Porque no les consta su inteligencia
Finalmente, concedemos que los protestantes estás ciertos de la revelación de la Santa
Biblia, de que ella es canónica, que es auténtica y que es fielmente traducida (que nuca lo
estarán;) aun es esta caso, de nada les sirve para establecer la fe y moral, supuestos que no
están ciertos de su inteligencia. Claro está, que la palabra de Dios, lo mismo que la ley
humana, no es una palabra muerta; porque las Santas Escrituras no consisten en las
palabras, sino en el significado que ellas tienen; y sin duda alguna, una interpretación falsa,
transforma en palabra del diablo lo que era palabra de Dios. Ahora bien, ¿y los protestantes
entienden las escrituras? No digo si la entiende el pueblo bajo, y los seglares más
instruidos, sino que pregunto si la entienden los ministros. Podrán decir que sí; pero bien
pueden asegurar que los cuatro ministros más afamados que tienen, de cada cien páginas,
no explican una como conviene; sino que necesariamente siguiendo cada uno la suya, es
decir, su interpretación, negará lo que el otro ha concedido, y concederá este, lo que negó
aquel. Y ha de suceder esto indispensablemente, porque no tienen principios fijos de donde
partir, ni entienden muchas cosas que superan a su razón, y muchos menos conocen las
costumbres de aquellos pueblos. san Agustín confiesa de la Escritura, es más lo que
ignoramos que lo que se sabe. Y ¿a vosotros ministros protestantes no os sucede lo propio?
¿Sois a caso más sabios que san Agustín, y de entendimiento más claro y penetrante? Si me
decís que sí, tengo derecho a exigir vuestros grandes escritos para que me lo probéis. Y si
más juicios y más modestos confesáis vuestra ignorancia, confesaréis la verdad, es cierto,
pero confesaréis también que no os consta su inteligencia, y por consiguiente, que no
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podéis admitir el uso de la Escritura, que no podéis imprimirla, ya que no os consta ni su
traducción, ni su autenticidad, ni su canonicidad, y ni siquiera que es un libro divinamente
revelado.
23. Cómo no pueden admitirla en fuerza de su inspiración particular
Los protestantes, no obstante de estas pruebas tan demostrativas, que le hacen ver y palpar
que no pueden recibir la Escritura sin admitir la infalibilidad de la Iglesia, continúan
protervos, en asegurar que sí pueden admitirla, porque se hallan asistido de cierta
inspiración particular que les enseña todo lo que han de saber. Según esto, lector carísimo,
debes tener mucha reverencia a un protestante, ya que dice que es infalible en materia de
los libros Santos, y por consiguiente en materia del dogma y moral. ¡Mas que blasfemia tan
horrenda! Si, es de las más horrendas que pueden pronunciar labios humanos, porque tienen
la avilantez de aplicarse a sí mismos y tributarse abundantísimamente aquellas palabras que
el Ángel dijo a la Madre de Dios: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y afirman que cada
uno de ellos es infalible, en fuerza de la inspiración particular. ¡Que mayor descaro puede
darse que este modo de hablar! Porque el ministro protestante o se cree infalible o no. Si se
cree infalible, comete la imponderable felonía de atribuirse a sí mismo, lo que ha negado a
toda la Iglesia católica; y si se cree falible, y no obstante, continúa dogmatizando y
aplicando la moral, es este caso nadie debe escucharlo ni mucho menos creerlo, y todos
pueden afirmar que no se contentan con engañarse a sí mismos, sí que también quieren
engañar a los demás. Pero, ¿Qué cosa es la inspiración particular? Dicen que “es una luz,
con que distinguen los libros santos, de los libros no santos; un sabor que disfrutan al leer
las escrituras con el que conocen las copias exactas de las no exactas; una suavidad que les
cerciora que las traducciones son buenas o no buenas; es un conocimiento que de hecho
experimentan sobre la verdad o falsedad de lo que leen” Esto apellidan inspiración
particular Poro ¿Cómo no nos prueban su existencia, y existencia tan universal que ha de
existir en todos, y tan continua que depende de la persona que la tiene? No, no quiero
perder tiempo en este examen; solo digo, lector carísimo, “que o los protestantes tienen esta
inspiración o no la tienen: si no la tiene, son completamente culpables, merecen la nota de
mentirosos, debe aplicárseles el dictado de perversos, y de altamente criminales: y si acaso
la tienen son más culpables todavía, porque de ella han nacido todos sus errores, todas sus
falsedades y todas sus variantes: y de ella han nacido más que novecientas sectas, con
creencias particulares, con dogmas contrarios, con moral contraria; y de ella, en fin, el que
hayan divinizados todos los vicios”. Tales son los efectos de la inspiración particular:
considera ahora, quien será el autor de esta inspiración. No el Espíritu Santo; pero sí, y mil
veces sí, el espíritu no santo, el espíritu de Satanás.
24. Tampoco, porque ignoran su sentido
En efecto, lector carísimo, estos desgraciados hermanos nuestros son los más infelices en
materia de religión, porque tienen en sus manos la Biblia que no entienden, y ninguno de
entre ellos es capaz de fijar su sentido genuino, o lo que es lo mismo, lo que Dios exige de
ellos. Por esta razón el protestantismo ya no es hoy lo que era; ya nadie se recuerda de las
principales cuestiones de Lutero y Calvino, y no hablan ni del libre albedrío, ni de la gracia,
ni de la predestinación. Pero él ha sido y será siempre la reforma. No tienen creencia alguna
ni pueden tenerla, ni tienen símbolo alguno, ni siquiera un código moral. Tal es la
consecuencia de la independencia de la razón y del memorable significativo de la expresión
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Reforma. Infelices protestantes! porque con la reforma reformaron progresivamente todos
los misterios, reformaron los sacramentos, reformaron las costumbres, reformaron al
representante de Jesucristo, reformaron al mismo Jesucristo, y reformaron al mismo Dios,
asegurando que el mundo no era su obra. ¡Tal es el protestantismo! y no exagero, porque lo
que acabo de referir no es otra cosa que un trozo de su historia: tan maligno es el principio
de la interpretación particular. En fuerza de el no hay error que no haya sostenido, ni
crimen que no hayan justificado, ni prostitución que no hayan defendido, hasta decir que
era preciso que abundase el delito, para que de esta manera sobreabundase la gracia. Si la
Santa Escritura es la única regla de fe y de moral, y no hay un tribunal fijo que determine su
verdadero sentido, resulta que todos pueden interpretarla, y aun los hombres de menos
talentos e instrucción; y en consecuencia, que a cada uno le es lícito seguir lo que le
acomode, mientras que de algún modo le aplique algún texto de la Escritura. Y como no
hay infamia ni error que no puede probarse por medio del abuso de la Escritura, de ahí
resulta que todo es lícito, que nada está prohibido, que todos pueden obrar como gusten, y
que lo mismo es creer que no creer, lo mismo es hacer buenas obras, o hacerlas malas, lo
mismo es dar la vida a un culpable, que asesinarlo, y lo mismo llevar una vida honrada y
pundonorosa. Y no creas, lector carísimo que exagero, es tan solo una que otra
consecuencia de su interpretación particular. Supongamos a un calvinista, que con todo el
aparato de la erudición y la elocuencia propia de un reformista, expone estas palabras de
san Mateo: Esto es mi Cuerpo, y concluye con blasfemia de que deben tomarse en sentido
figurado, y en seguida levantase un cualquier otros de junta, que usando del mismo
derecho, asegura que el sentido literal es el más clara, y nadie puede objetarlo, ni toda la
autoridad del ministro, ni la iglesia calvinista. Por tanto, admitiendo este principio de la vía
de examen, se admite el origen de todas las blasfemias, germen de todos los errores, el
manantial de todas las sectas, y la fuente de la más funesta impiedad. Luego no pueden
admitir la Escritura, porque lo que es palabra de Dios, la hacen con su interpretación
palabra de Satanás. ¡Oh! vosotros, protestantes, contemplad vuestra obra. No, ya no sois lo
que erais: ya no hay quien os conozca, ya vuestros hijos no pueden afirmar quienes fueron
sus padres. Habéis seguido todos los caminos del error; os habéis vestido de todas las
herejías; habéis negado y concedido la Unidad y Trinidad de Dios; habéis adorado y os
habéis burlado de la misma Divinidad, habéis creído y refutado la presencia divina, habéis
presentado al género humano como hombre y como bruto animal; habéis abrazado el
naturalismo, el deísmo y el ateismo, y nuestros días os habéis colocado en los brazos de la
indiferencia peor que todos los errores. ¡Oh protestantes! cuando abriréis los ojos a la luz de
la Iglesia católica. ¡Ojalá que lo hicierais hoy mismo! Pero lo haréis ciertamente cuando los
cristianos os abandonarán; cuando las cosas del mundo os harán traición; cuando os
hallareis en el momento terrible de la muerte, y cuando delante del Juez Supremo tendréis
que confesar que habéis sido protestantes. Entonces, aunque tarde, conoceréis que un
verdadero protestantes no puede salvarse; porque así como es un acto de religión y de fe al
decir: creo en la Iglesia católica, así es el mayor crimen el obrar según los principios que
profesan las sectas protestantes.
25. Dificultades
Los protestantes, vencidos en todos sus atrincheramientos, cuando parecen que habían de
confesar algo de su estado de error, y ponerse de este modo en estado de salvación, nos
dicen que ellos solamente dan cumplimiento a una orden de Dios, porque Jesucristo nos
76
manda que examinemos las Escrituras, como nos lo refiere san Juan. ¡Oh Dios! ¡y cuanta
ceguedad! ¿Es posible que haya entre protestantes semejante proceder? Cabalmente este
pasaje supone la autoridad de la Iglesia católica, y autoridad tan infalible, que ha de
entregarte a ti, oh protestante, las Santas Escrituras para que las puedas examinar. Mas si
instas que no la admites, tú tampoco puedes admitir las Escrituras, tampoco puedes
apoyarte en ninguna de sus sentencias, porque ni siquiera puedes saber que son las
Escrituras divinamente inspiradas. Pero voy a hacerme cargo de la dificultad. 1ª Jesucristo,
al mandar que examinásemos las Escrituras, no podía tener la intención de los protestantes,
porque entonces solo existía el antiguo Testamento; por lo tanto, no podía mandar examen
del nuevo, supuesto que aun no era. 2ª. Mandaba un examen destinado a conocer las
profecías que en Él se habían cumplido, y de este lo reconociesen por el Mesías prometido;
y de ninguna manera podía autorizar una examen que destruye su obra predilecta de la
redención, destruye la obra de su inmenso amor que es la Eucaristía, y destruye a toda la
Iglesia católica, que de tal suerte es obra suya, que ha prometido que las puertas del infierno
jamás podrían prevalecer contra ella. 3ª. Nada más falso que el sentido que le dan los
protestantes, porque Jesucristo encarna el examen de la Escritura prescindiendo de la
autoridad de la Iglesia, entonces los apóstoles no habían de haber hecho caso de los
sermones de su divino Maestro, ni los discípulos de cuantos les dijeron los apóstoles, ni los
cristianos de cuanto oían a los primitivos sacerdotes, y la historia nos prueba todo lo
contrario. san Lucas dice a sus fieles: me ha parecido escribiros a fin de que podáis tener
certeza de las cosas que han sucedido, en las cuales habéis ya sido instruidos. Como si
dijera: os escribo no para que abuséis de mis escritos haciéndoles decir lo que nunca han
dicho, porque en este caso, seriáis severamente castigados, ya que está escrito: Que el no
oyere a la Iglesia sea tenido como un gentil y publicano. san Pablo dice: Examinad las
cosas, y observad lo que sea bueno; y a Timoteo le escribe: Continúa en creer. . . ya que
aprendiste desde niño e las Escrituras lo que conviene por el camino de la salvación. De
estos y muchos otros pasajes abusan los protestantes, para probar que las Escrituras han de
ponerse en manos de todos, y que todos las han de interpretar como quieran, o lo que es lo
mismo, según la inspiración particular. “Nada más absurdo ni más diabólico, porque en esta
caso no hay Iglesia que es esencialmente una; ni Iglesia que es esencialmente católica; ni
Iglesia que es esencialmente santa; ni Iglesia que es esencialmente apostólica; ni Iglesia que
es también romana, en cuanto la Iglesia de Roma es la cabeza de toda la cristiandad, ni hay
disciplina, ni hay sacramentos, ni preceptos de la Iglesia, ni hay virtud”. En suma, si fuere
cierto lo que dicen los protestantes, en vez del dogma de fe que anunciaron los apóstoles, y
que dice: Creo en la santa Iglesia católica, tendremos que dar crédito al monstruo de las
herejías, que es el protestantismo. ¡Desgraciados protestantes! Ellos no están ciertos en la
verdad de la secta, y viven llenos de dudas: sepan al menos (quizá servirá algo para su
remedio) que los que dudan de la verdad de su religión, están obligados a buscar la
verdadera Iglesia, y no haciéndolo así, se hacen reos de eterna condenación.
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Capítulo 6.
Unidad de la verdadera Iglesia
26. Qué cosa es la Iglesia católica
En los cinco capítulos que anteceden lector carísimo, te he hablado de los poderosos y
efímeros motivos que tiene todo hombre de ser católico, ora porque es la única religión
verdadera, la sola religión divinamente inspirada, y religión fundada inmediatamente por el
mismo Jesucristo; ora porque nos presenta un cuerpo de doctrina racional, sublime,
practicable, y que hace santos a cuantos la creen y practican: nada más justo que el que
ahora te determine lo que es la Iglesia católica. Al decirte que cosa es la Iglesia, no intento
explicarte que cosa son las iglesias en las cuales oramos, es decir, estos grandes edificios
que la piedad de los fieles ha consagrado a Dios, porque bajo este punto de vista se llaman
casas de oración, como nos ha dicho Jesucristo, sino que vamos a definir el conjunto de
todos los fieles cristianos que reconocen a Jesucristo por su fundador. Pues considerada la
Iglesia bajo es punto de vista, decimos: “Que es una reunión de hombres que profesan la
verdadera doctrina de Cristo”, o más claro: “que profesan la misma fe, que tienen la misma
esperanza y que aman una misma caridad; que participan de unos mismos sacramentos, que
reconocen por cabeza invisible a Jesucristo y por cabeza visible al Papa. Tal es la Iglesia
católica: y así forma un cuerpo moral, que es con toda verdad el reino de Cristo en la
tierra”; y de esta partió san Pedro cuando introdujo que los fieles fuesen apellidados
cristianos, a fieles seguidores de Cristo. Para que uno sea miembro de esta congregación, no
basta creer, sino que es indispensable obrar, y por decirlo con más exactitud, son necesarias
tres cosas: 1ª. Ser bautizado. 2ª. Profesar la misma fe que esta Iglesia profesa, que es la
católica. 3ª. Obedecer a los legítimos prelados, y principalmente al Romano Pontífice. Debe
ser bautizado, porque el bautismo nos engendra en la vida espiritual, y es la puerta, no solo
de los demás sacramentos, sino que es el acto con el cual quedamos hechos cristianos:
deber profesar la misma fe, porque esta creencia lo distingue de las demás sectas, y debe
obedecer a la santo Sede, en cuanto ella es la representante de Jesucristo. Por consiguiente,
no son cristianos los paganos, ni los judíos, así como no son católicos los protestantes,
porque no profesan nuestra fe, ni tampoco los cismáticos, desde que erigen en principio su
cisma, porque no reconocen por cabeza visible de la Iglesia al sucesor de Pedro. Unos y
otros son herejes, y unos y otros, en gran manera; desgraciados, porque son como miembros
separados del cuerpo de la Iglesia; y a la manera que una rama cortada se seca y solo sirve
para que sea arrojada al fuego, así tantos infelices protestantes, cortados del místico árbol
de la Iglesia católica, como herejes, solo servirán para que el divino Juez los arroje a las
tinieblas exteriores. ¡Infelices! ¡Ah! cuanto mejor les fuera el que nunca hubiesen nacido. A
esta Iglesia que acabamos de describir nos enseñaron los apóstoles a respetarla, de tal
modo, que quieren que digamos: Creo en la santa Iglesia católica. Mas, ¿dónde
encontraremos esta Iglesia católica? A la manera que cada cuerpo tiene esencialmente las
medidas que lo caracterizan, y que conocemos con el nombre de longitud, latitud y
profundidad, así la Iglesia católica debe necesariamente tener sus cualidades esenciales: y
así como no está en manos del hombre dar a un ser viviente las mediadas que a el le
cuadraren, sino que están fundadas en su misma naturaleza, así no está en manos del
cristiano dar a la Iglesia católica las notas que el quisiere, sino que le son del todo
esenciales, y notas que nos describieron los apóstoles al decirnos en el Credo: Creo en la
santa Iglesia católica. Que es como si hubiesen dicho: “creo, no muchas iglesias, sino esta
78
sola Iglesia de la cual somos los fundadores con nuestro Señor: creo esta única Iglesia, que
es santa; creo esta santa Iglesia, que es católica; y como los apóstoles decían esto, claro está
que la creían apostólica; y como se compone del junto de los católicos claro está que la
creían visible; y como san Pedro era el Príncipe de los apóstoles, y había de establecer su
cátedra en Roma:” de lo cual se sigue que la verdadera Iglesia de Cristo esencialmente es
una, es santa, es católica, es apostólica; también es visible, y en fuerza de la voluntad de
Dios, es además romana.
27. Cómo la Iglesia fundada por Jesucristo, es una
Que la verdadera Iglesia ha de ser una, es una cosa tan esencial, como Dios es uno y la
verdad es una: y así como dos cosas contradictorias no pueden ser verdad, sino que
necesariamente si la una es verdadera la otra ha de ser falsa, a sí de las dos iglesias
distintas, siendo una de ellas verdadera, por necesidad la otra ha de ser falsa. Dios es uno,
esencialmente uno: luego la Iglesia que ha de adorarlo en espíritu y verdad, ha de ser una.
Porque no hay medios: o las diversas sectas son una misma cosa, o no lo son; si son una
misma cosa, ya entonces forman una sola secta, cuyas partes se contradicen, y esto es
absurdo; pero si no lo son, si tienen distinta creencia, y aun diversa moral, claro está que no
pueden agradar a Dios, so pena de decir que ante Dios es lo mismo el vicio que la virtud, lo
mismo la fe que la infidelidad, y lo mismo es ser santo que ser un malvado. De estos
principios se sigue que entre las muchas iglesias que conocemos, a saber, la católica, la
protestante, la rusa, etc. , solo una de ellas puede agradar a Dios, quiero decir, que solo la
religión que es verdadera puede agradar a Dios; y como nos dice el Credo, solo es
verdadera la Iglesia que es una, que es santa, que es católica, que es apostólica, que es
visible, y que, según la voluntad de Jesucristo, es romana. Y al modo que para que una cosa
sea buena no le basta una que otra cualidad, sino que es preciso que las tenga todas, así para
que la Iglesia sea verdadera, no le basta que pueda gloriarse de una que otra nota, sino que
es indispensable que las tenga todas, ya que así nos la presentaron los apóstoles al decir:
Creo en la santa Iglesia católica. Él apóstol nos dice expresamente que uno es el Señor, así
una la fe y uno el bautismo, que es como si hubiese dicho: que así como uno es el Señor, así
una sola ha de ser la verdadera Iglesia, supuesto que no ha de haber mas que una sola fe y
un solo bautismo. En fin, Jesucristo mismo, fundador de la Iglesia, la compara, no a
muchos rebaños, sino a un solo rebaño; no teniendo muchas cabezas visibles, sino una sola
cabeza visible; no teniendo muchos pastores, sino siendo gobernada por solo aquel que es el
Buen Pastor; luego toda iglesia que no sea una en la fe, una en la moral, una en su cabeza y
una en su Pastor, no es la Iglesia fundada por Jesucristo, no es una iglesia divina, es sí una
iglesia humana, iglesia fundada por hombres, y por consiguiente, iglesia falsa. Oh, feliz tu,
Iglesia católica. “Siempre has tenido el mismo Buen Pastor; siempre por cabeza visible tu
representante, que es Pedro; siempre has enseñado la misma fe; siempre has administrado
los mismo sacramentos, y siempre has prometido a los fieles las inefables delicias de la
patria celestial”.
28. Cómo la iglesia protestante no es una
Por iglesia protestante no solo entiendo a los que conocemos con el nombre de protestantes,
si que también todas las iglesias de los herejes y de los cismáticos, los cuales no solo
protestan contra la verdad que les hizo caer en el error, sí que también dejaron de ser desde
el momento que se separaron de su madre la Iglesia católica, porque con ella hacen ya dos.
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La iglesia protestante no es una, porque tiene diversos fundadores, diversas creencias y
diversa moral; aunque es verdad que todos se levantaron con el nombre pomposo de
reforma. Ello es cierto, que todo estaba tranquilo en Europa, y todas la iglesias
reconocieron por jefe al sucesor de Pedro, cuando Lutero se insurrecciona en Alemania,
declama contra las indulgencias. . . y oh efectos de la unidad de la iglesia protestante,
reconoce al Papa, y lo condena; reconoce al Concilio y lo condena; admite la Iglesia
católica y se separa de ella; afirma que es la sola verdad, y con todo, el establece su
reforma. Y este Lutero que arma en su favor a una gran parte de alemanes, después de mil
confesiones y de mil y mil blasfemias, muere en los brazos del demonio en los que había
vivido. Zuiglio, no reconoce la obra de Lutero, sino que siguiendo adelante su reforma,
quita las ceremonias, se desenfrena contra los dogmas, halaga las pasiones y muere como
vivió. Enrique VIII rey de Inglaterra, mereció del Papa el glorioso título de defensor de la
fe; pero monarca despechado por la negativa del Romano Pontífice, funda la iglesia
anglicana, y hace. . . y murió en los brazos de la más desenfrenada lascivia. Calvino,
penetra en Francia, obtiene el libre ejercicio de su doctrina, forma un semillero de
sediciones, y muere después de haberlo negado todo, y de todo haberse burlado. De estos
cuatro principales reformadores, nacieron mil sectas diferentes, tan opuestas entre sí, como
enemigas de la Iglesia católica. De ellos salieron los Anabaptistas, que se dividieron en
otras nueve; salieron los confesionistas
que se dividieron en veinticuatro; salieron los
Extravagantes, que se dividieron en seis; salieron los calvinistas, que se dividieron en ocho;
salieron. . . por decirlo de una vez, lector carísimo, han salido más de mil sectas. Y no
debes extrañarlo, porque no es otra cosa que el resultado de los principios e interpretaciones
particulares, y en fuerza de lo cual, todos, hasta las mujeres de menos pudor, pueden aspirar
a ser fundadoras de nuevas iglesias. Ahora bien, ¿Que concluiremos de tantas sectas que
componen el protestantismo? ¿Qué diremos de tantos fundadores? ¿Qué de los prohombres
que han tomado su defensa? ¿y que de su creencia y su moral? La conclusión es, que la
iglesia protestante es una secta que se compone de tantas sectas cuantos son sus fundadores,
y aun cuantos son sus individuos; y por consiguiente, que es una iglesia falsa, y que no
puede decirse sin piedad, que es lícito hacer lo que dispone la iglesia protestante.
Considera, ahora, lector carísimo, cual será mi dolor, al observar la tendencia de ideas de
ciertos individuos de la sociedad. Si, es un grande mal, y mal digno de llorarse
sentidamente; pues vemos a no pocos cristianos que se avergüenzan de ser católicos, y los
vemos con una creencia tan avanzada, que sin incurrir en la nota de temeridad, puede
afirmarse, que más tienen de protestantes que de católicos. ¡Qué dolor ver como circulan
ciertos escritos, en que se presenta al protestantismo como la iglesia modelo! ¡Qué dolor
ver a ciertos católicos que falsamente engañados facilitan su circulación! Y que dolor en
fin, verlos como manifiestan sus ardientes deseos de que todos los católicos se hiciesen
protestantes! No nos queda otro remedio, lector carísimo, que suplicarle a nuestro Buen
Dios, que los perdone, porque no saben lo que hacen. Desengañémonos que siempre será
una herejía, y el mayor de los males que puede hacerse al asegurar que en conciencia se
puede obrar según los principios y máximas de los protestantes. Ellos pueden formar una
iglesia si se quiere, pero iglesia que no es una, sino muchas, y como tal, es la maestra de
Los confesionistas se llamaron así de su célebre confesión de Ausburgo; en la cual
establecieron su creencia; aunque estuvieron unidos muy poco tiempo, luego se dividieron
entre sí, y llegaron a formar veinticuatro sectas diferentes.
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todas las herejías, de todos los absurdos, de todas las impiedades, de todas las
maledicencias y de todos los crímenes. No es una, es múltiple, y como tal, cada secta y aun
cada individuo, enseña lo que le parece; y es cierto, y está fuera de toda duda, que han
enseñado todo lo malo, y todo lo han justificado, y se han burlado de todo los santo y
sagrado, hasta el punto de que se mofaron de los santos, de la Madre de Dios y de Dios
mismo: tan cierto es que la iglesia protestante es una iglesia falsa, y que nadie puede sin
condenarse, seguir su creencia, su moral o profesarla.
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Capítulo 7.
Santidad de la Iglesia católica
29. Segunda nota esencial
La segunda nota de la verdadera Iglesia, es la santidad que debe acompañarla, de la cual
nos hablaron los apóstoles expresamente al decirnos: Creo en la santa Iglesia católica. Si,
la verdadera Iglesia esencialmente ha de ser santa, porque a la manera que es esencial a lo
bueno tener todas la cualidades que lo determinan, así es esencial a la Iglesia verdadera el
que sea santa; y así como para que una cosa no sea perfecta le basta que le falte una
cualidad cualquiera, así para que una iglesia no sea verdadera, le basta que esté privada de
una nota cualquiera; y de un modo especial se verifica cuando se trata de la nota de la
Santidad. Creo en la santa Iglesia católica, dijeron los apóstoles; como si hubieran dicho,
“que la Iglesia cuya creencia nos proponían, por necesidad ha de ser santa; porque tiene por
fundador a un Dios que es la santidad verdadera, y Dios tres veces santo: por esto la Iglesia
es santa en su fundación, santa en su doctrina, santa en su dogma, santa en su moral, santa
en sus consejos, santa en su disciplina, santa en su liturgia, santa en los sacramentos que
administra, santa en el culto que consagra a Dios y santa en los miembros que la componen:
de manera que, así como Jesucristo cabeza de esta Iglesia es santo, los sacramentos son
santos, y la doctrina que enseña es santa, así también hace santos a cuantos la observan”.
Repara bien, lector carísimo, que habiendo venido Jesucristo expresamente a salvarnos y
redimirnos, y aplicarnos todos sus méritos por medio de la santa Iglesia católica, así
también han de ser muchos los santos, y de hecho tenemos millones de mártires, de
confesores y de vírgenes; y en tanto número, que viéndolos en espíritu san Juan, en su
Apocalipsis, dice así: he visto una multitud de santos; pero tan numerosa que nadie podrá
contar. En efecto, en la Iglesia siempre ha habido santos; siempre los hay y siempre los
habrá; y aun en nuestros días, el actual Pontífice reinante ha puesto a muchos es su
catálogo, permitiendo a los fieles que los veneren con el culto de dulía. Como los
protestantes no tienen ninguno, ni lo han tenido hasta ahora, ni lo tendrán en lo venidero,
hace esta carencia de la nota de la santidad, hace digo, que concluyamos poderosa y
estrictamente que las sectas protestantes forman una iglesia falsa; y por consiguiente, que
ninguno de los que san verdaderos protestantes se ha salvado hasta ahora, ni podrán
salvarse en lo venidero. Y ¿Qué hacen los protestantes cuando se trata de la santidad? Se
burlan y se mofan de ella. ¡Dejémoslos. . . ! porque harto desgraciados son; ellos quedarán
los mofados; ellos serán los burlados al verse ya delante de Jesucristo, en cuya presencia
hemos de vernos un día, como han de confesarlo los mismos protestantes, y a que admiten
la Escritura. Entonces verán que el verdadero católico que ha observado su ley se salvó; y
verán que todos los verdaderos protestantes serán condenados, a pesar de la observancia de
la suya. Entonces clamarán despechados y ya sin fruto: ¡Hemos errado! Nosotros
desgraciados, creíamos locura y sin honor la vida de la verdaderos católicos; más he ahí que
ahora nos vemos entre el número de los santos, hechos hijos de Dios. Ahora, aun están a
tiempo: aun pueden salir de su vida no santa; aun pueden ser católicos; pero en el tribunal
de Dios, ya no habrá remedio. Demos gracias a Dios, lector carísimo, de habernos dado
unos padres eminentemente católicos, y habernos hecho nacer en el gremio de una
verdadera Iglesia que esencialmente es una, que es santa, que es católica, que es apostólica
que es visible y es también romana.
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30. Los protestantes no tienen la santidad
Para que se vea mejor que fuera de la Iglesia católica no hay santidad, haremos mención de
algunas de las principales sectas, comenzando primero, por los protestantes en general.
Cuando hablo de l a santidad que existe en la Iglesia verdadera, no entiendo una santidad
humana, ni de virtudes que solo lo son a los ojos de los hombres; ni la que se compone de
actos naturales, aunque sean en sí mismos en gran manera hechos heroicos; sino que hablo
de la santidad que nos hace obrar de la manera más sublime, que nos perfecciona de un
modo semejante a las perfección que caracteriza a nuestro Padre Celestial. Entiendo por
santidad que venga de Dios y vaya a Dios; santidad que convenga al Dios de la pureza, que
pone sus glorias en ser servido de inmaculados coros de purísimas vírgenes; santidad que
sea hija del amor que Jesucristo nos profesa; santidad adquirida con la práctica de heroicas
virtudes, santidad meritoria de unos bienes que siendo eternos, serán también infinitos, y
santidad que corresponda al precepto del Salvador que nos dice: Sed perfectos como mi
Padre celestial es perfecto. Pues esta santidad, no se halla en la iglesia protestante; quiero
decir, que entre todos los protestantes nunca ha habido ningún santo, ni actualmente tienen
ningún santo, ni nunca jamás podrán tener un santo. Y si es una verdad de fe, que solo las
almas santas como completamente inmaculadas, podrán ir al cielo, ¿adonde irán los
desgraciados infelices protestantes? ¡Qué desgracia la de los secuaces de esta secta! No, no
tienen ni un solo santo, y no es de extrañar, porque su doctrina está originariamente fundada
en unos principios tan impíos y perniciosos, que excluyen del todo la verdadera santidad: de
lo cual se sigue, que todos los protestantes se condenan, y que ni un solo protestantes puede
salvarse. ¡Cuánto desearía, lector carísimo, que la verdad de esta doctrina fueses mas
sabida, y circulara convenientemente por entre las masas de los pueblos! No, no veríamos a
tantos católicos que después de haber corrompido su corazón por el desenfreno vergonzoso
de pasiones innobles, no los veríamos digo, dar crédito a las sectas del protestantismo; y lo
que es peor todavía, no los veríamos adoptar sus mismas de irreligión y de impiedad. Pero
en suma, hagan lo que quieran, digan lo que gusten en pro del protestantismo, que siempre
será verdad que el no es santo, y por consiguiente que ninguno que pertenezca a esta iglesia
falsa, podrá salvarse. Mucho deseo que esta verdad la entiendas bien; por esto no me
contento con que me creas por mi dicho, sino que además, voy a demostrártelo. De todo
Según nuestro divino Salvador no solo son santos los que con toda perfección practican
los consejos evangélicos, y que frecuentemente manifiestan su santidad por medio de
milagros; sí que también lo son aquellos que cumplen con toda fidelidad los santos
mandamientos; y entre los protestantes, ni siquiera hay santos de estos últimos.
Para que uno se haga santo necesita tres cosas, a saber: "La gracia de Dios, la libertad
para obrar y la correspondencia o buen uso de estas dos cosas". Los protestantes no admiten
la gracia, quiero decir, no admiten, "este don y cualidad sobrenatural que nos hace hijos de
Dios y herederos de su gloria", del modo que nos la presentan las Santas Escrituras; o como
si dijéramos, como muy compatible con la libertad, y como condición necesaria para
merecer los premios eternos. Tampoco admiten el libre albedrío, y sin el obra uno por
necesidad, y por consiguiente sin merecimiento. Tampoco admiten el buen uso de la gracia
y de la libertad, sino que lo entienden falsamente como si no hubiese en el hombre libertad,
ni fuese con la gracia capaz de merecer; y como por otra parte condenan las buenas obras,
resulta que en ningún protestante puede hallarse la verdadera santidad. De todo lo cual,
hemos de concluir que en el protestantismo no hay ni puede haber ningún santo; ya porque
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lo dicho hemos de concluir, que la religión de los protestantes no tiene la santidad, que no
es la religión verdadera, que es la religión falsa, y que ni uno solo que sea verdadero
protestante podrá jamás salvarse.
31. Ni los luteranos, ni los calvinistas, ni los anglicanos
Aunque habiendo probado que los protestantes no tienen la santidad que es la segunda
cualidad esencial de la verdadera Iglesia, habiendo probado ya que no pueden tener ningún
santo los luteranos, ni los calvinistas, ni los anglicanos; con todo, vamos a emitir algunas
razones peculiares de su creencia. Según Lutero; Dios obra igualmente en nosotros el bien y
el mal: la sola fe, que consiste en la creencia de un Dios justo, basta para salvarnos, y
creencia que nos autoriza para hacer todo el bien y todo el mal: las buenas obras no solo
son inútiles, sí que también son nocivas para la salvación. . . Basta de impiedad, porque
ellas son más que suficientes para demostrar, que entre los protestantes luteranos no puede
haber ningún santo. Si Dios es el Autor de todo bien, Dios puede ser santo, como de hecho
es el santo de los santos; pero ningún luterano puede serlo a pesar de todo el bien que haga
y de todas las virtudes que practique libremente: y como por otra parte, las buenas obras
que son la manifestación de la santidad, no pueden encontrarse en ningún luterano, resulta
que no puede haber entre ellos ni siquiera un santo. ¿Dónde está, pues, la santidad de que
habla Jesucristo, al mandarnos que seamos perfectos como nuestro Padre Celestial es
perfecto, y al decirnos que nos ha dado ejemplo par que nosotros hagamos lo que el hizo?
Concluyamos, que ni entre los protestantes, ni entre los luteranos, hay la verdadera
santidad. Los calvinistas, que es otra de las principales ramas del protestantismo, discrepan
mucho de sus padres, pero partiendo de los mismos principios, dan a luz la carencia de toda
santidad. He aquí su gran principio: Dios no exige más que la fe, ni nos pide otra que el
creer. Principio que es el más inmoral y el más impío, porque arranca de cuajo la verdadera
santidad de la Iglesia, y da a luz una santidad diabólica, que no es ciertamente la santidad
de Jesucristo. Porque según este principio, son santos todos los que aman a Dios y todos los
que no aman a Dios: santos los que blasfeman su santísimo nombre, del mismo modo que
los que los adoran en espíritu y verdad; santos los que trabajan en días festivos y comenten
mil sacrilegios, como aquellos que los santifican según el mandato de Dios. Pero ¿y porque
esto? Con esta conducta aunque mala, no faltan a la fe. ¿Qué te parece lector carísimo, son
santos, o son monstruos? Concluyamos que no hay en el calvinista ni un solo santo, y que
su santidad, es la plaga más devastadora de toda virtud. ¿Habrá un solo hombre honradoo
que quiera ser protestante? Si esos dogmas han de profesarse en el calvinismo, ¿Habrá
quien no se haga católico? ¿Y quien habrá que no convenga con nosotros en llamar al
protestante, fuente de toda impiedad? Tan lejos está de la santidad verdadera. Los
anglicanos son como una mezcla de todos los protestantes; son más fanáticos que otras
sectas, porque han castigado con patíbulos a los que fieles a Dios, continuaron profesando
la religión católica; y no solamente no tienen ni un solo santo, sino que se han hecho reos
de todos los crímenes imaginables. Ni puede ser de otro modo; porque, ¡Cómo habían de
encontrarse verdaderos santos entre los que profesan un sistema impío; unas herejías tan
reprobadas, y unos crímenes tan atroces! Concluyamos, que los protestantes no tienen la
no admiten la gracia de Dios que es cimiento de toda santidad, ya porque no admiten el
libre albedrío que es condición necesaria par ala santidad en los adultos, y ya porque
muchos de ellos no admiten las buenas obras que son el fruto de la santidad.
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santidad, que ni una sola de su creencias conduce a ser santos; que ni siquiera una de sus
prácticas es camino para llegar a la santidad; y que a la manera que no puede hallarse un
solo círculo cuadrado, así no puede hallarse un solo protestante que aspire a la santidad de
que nos habla Jesucristo al decirnos: Sed perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto;
sed santos como yo soy santo.
32. No tienen la santidad porque en fuerza de un espíritu no santo
Si algunos protestantes intentaran probarnos, que la santidad existe de hecho entre ellos,
habría de ser asegurándonos que sus operaciones son obras del Espíritu Santo: y por
consiguiente, que ellos obran movidos por aquel fuego divino que inflamaba a los apóstoles
y a los primitivos cristianos; y en consecuencia, que tienen santos. Mas, ¡Que diferencia
notable! A los apóstoles se les prometió el Espíritu Santo, que había de enseñarles toda la
verdad, a los protestantes jamás se les hizo promesa alguna: aquellos se preparan con una
oración de diez días, acompañada de las manifestaciones que le son propias, y de la Madre
de Jesús; éstos no tienen otra oración que el vivir disipados, ni más mortificación que el
placer: aquellos salen del Cenáculo y convierten a tres mil, a cinco mil, y a los judíos y a
los gentiles; estos salen de sus reuniones en do protestantes contra toda verdad, y no tienen
más conversiones que un conjunto de hombres que no tienen más Dios que sus interés
personal; aquellos enseñan todos la misma doctrina por todo el mundo, y esta misma
doctrina enseñan aun hoy día todos sus sucesores; al paso que estos careciendo de unidad
en la enseñanza, enseñan todos los errores e impiedades; aquellos emplean sus vida en
trabajos apostólicos, evangelizando a todas las naciones y de un modo especial a los pobres;
éstos la emplean disoluciones y en entregarse a todos los placeres del desencanto; aquellos,
en fin, obraban públicamente el bien, y sus virtudes eran tan heroicas como continuas y
verdades, mientras que los protestantes obran públicamente la maldad, y sus vicios son tan
viles como groseros e infames. ¿Cómo puede ser, lector carísimo, que los que así obran,
tengan consigo la santidad? No, no la tienen: luego su religión no es verdadera. Y si
afirman que la tienen, tenemos derecho de preguntarles, ¿Dónde está? ¿Dónde sus virtudes
prácticas? ¿Dónde los actos de heroicidad que los distinga? Nada de esto tienen: luego
reciben a un espíritu no santo, porque sus dones y sus frutos hacen los santos; luego lo que
mueve a los protestantes a obrar, es el resultado de cierta imaginación fogosa; es cierto
exceso de sentimiento puramente natural, es cierta afección poderosa que parte de algunos
motivos humanos, y por decirlo con más exactitud, es una fuerza motriz no santa; por esto
blasfemias las más horribles, delitos los más atroces, y crímenes a la verdad sin segundos,
son el tristemente y glorioso efecto de aquel su entusiasmo, y de aquella tan ponderada
irresistibilidad. Dales gracias a Dios lector carísimo, porque habiendo hecho nacer a los
padres católicos, te ha liberado de todos los errores, de todas las contradicciones, de todos
los absurdos, y de todas las doctrinas impías e inmorales, porque tal es el infeliz dote de la
religión protestante.
33. Consecuencia prácticas de estos extravíos
Para que te convenzas mejor, lector carísimo, que entre los protestantes ni hay ni puede
haber santidad verdadera, voy a recordarte algo de lo mucho que hicieron sus grandes
caudillos. Acuérdate de Lutero que fue el primero que formó a los protestantes, y después
de una vida no santa, ni humilde, ni justa, ni siquiera honrada, murió el desgraciado en las
horribles manos del demonio: acuérdate de Zuinglio, que muere, no como Jesucristo, ni
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como mártir, sino defendiendo sus impiedades con las armas en las manos, y matando a
cuantos declaraban lo contrario: acuérdate de Calvino, que para introducirse en la Iglesia y
predicar sus impiedades monstruosas, se sirve de los medios más inmorales; y acuérdate, en
fin de Hobbes,
este moralista tan famoso que la sentencia de todas las cuestiones la
establece en derecho del más fuerte. Y ¡Que! ¿Los que así obran, tendrán santidad? ¿Cómo
podrán tenerla, si de su doctrina se siguen males sin cuento? ¡Desgraciado gobierno! porque
según estos principios, todos tienen derecho a revolucionarse, y les es lícito derrocar todos
los cetros y todas las coronas: y ¡desgraciados ricos! porque este hombre os arrebataba de
una plumada, todas vuestras riquezas y posesiones. Tales la doctrina de Hobbes; del
hombre que es a todas luces el más inmoral, el más perverso y el más malvado. Y ¡Que!
¿No bastan estos ejemplos? ¿Quién nos e indigna de ver una conducta tan mala? y ¿Quien
no confiesa que el protestantismo es la fuente de toda la impiedad, así como la Iglesia
católica, es la depositaria de la santidad verdadera? Digan lo que ellos quieran, pero yo
debo afirmarte, lector carísimo, que así como los verdaderos católicos que obran según su
fe, perseverando así en la gracia, todos se salvan, porque todos son santos: así como los
verdaderos protestantes todos se condenan, porque son unos no santos, a la manera que ni
un solo de los católicos que a la fe añaden la práctica de las buenas obras, perseverando en
la gracia de Dios, se perderá; así ni un solo de los verdaderos protestantes, se salvará: y al
modo en fin, que la santidad esencialmente está en la religión verdadera, y por tanto en la
Iglesia católica, así la maldad y el error y todos los vicios se encuentran esencialmente en la
iglesia falsa y por consiguiente en las sectas protestantes.
Hobbes era un protestante, quiero siendo consecuente con su doctrina, se hizo tan impío,
que justificó el derecho del más fuerte.
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Capítulo 8.
Comparación entre la santidad protestante y la católica
34. Qué entienden los protestantes por virtud
Al comenzar este capítulo, lector carísimo, me veo obligado a aducir una sentencia del
Profeta Isaías, la cual sirve admirablemente para condenar la nefanda conducta de los
protestantes, que abusando de todo lo bueno, intentan hacer todo lo malo. ¡Ay de aquellos
que apellidan mal al bien, y bien al mal! Ay, terrible, porque es nada menos que su
condenación. Porque así como Jesucristo condenó a los judíos culpables diciéndoles: ay de
ustedes, escribas y fariseos; así el profeta Isaías condenó a los protestantes, aun mucho
antes de su existencia la decir: ay de ustedes que apellidan mal al bien, y bien al mal. En
efecto, los protestantes denominan, bien al mal, y mal a bien; nada más frecuente que ver en
sus obras la palabra, virtud, honestidad, moralidad, justicia, fraternidad, y demás nombres
que significan cosas buenas, así como nada es más común que su abuso. Hablan de virtud y
la persiguen por todos los medios posibles, y no están contentos hasta que la han hecho
naufragar en el océano de su malicia; hablan de honestidad, y sus obras tienen por objeto
sembrar en el corazón de los lectores, la semilla mortífera de lo deshonesto; hablan de
pureza, y amor casto, y no paran hasta que salen victoriosos del pudor natural; dan mucha
importancia a la moral, y abiertamente han adoptado la de los gentiles. Tal es, y no más la
santidad de los protestantes; santidad de palabras en medio de hechos los más escandalosos.
Su virtud está encerrada en puras definiciones; por esto todos sus libros son como los
depositarios de cuentos tan torpes, que apenas pueden narrarse. Hablan de justicia, y
exactamente son los más injustos; hablan de fraternidad, y cometen la grande falta de no
amar al prójimo, y aun de aborrecerlo y odiarlo. Así los protestantes bajo la capa de la
virtud, causan males irremediables, y justifican la iniquidad, y autorizan el descaro, y
vencen las repugnancias, y quitan hasta las creencias religiosas. ¡Oh, infeliz protestante! tú
te sirves de la virtud para que puedas propinar en dorada copa el veneno más activo; tú
arrancas hasta el pudor después de haber elogiado la moralidad; tú declamas a favor de la
justicia y eres de dos más injustos. ¡Oh infeliz, protestante! tienes la moral que te
caracteriza; tienes la maldición que te acompaña. y tienes la eterna maldición por haber
llamado bien al mal y mal al bien. ¡Oh cuántos católicos desgraciadamente los imitan en la
práctica!
35. Qué entienden por libertad de enseñanza
Para probar los protestantes que tienen la santidad, proclaman la libertad de enseñanza; y
así dan a luz todo lo malo, y lo bautizan con el dictado de lo bueno. ¡Oh cielo santo! por
libertad de enseñanza, entienden levantar la voz contra el altar y contra el trono, contra la fe
y contra la moral, y contra toda virtud, y contra la razón: ¿y todo esto es bueno enseñarlo?
Predican la libertad de enseñanza, y se levantan contra el altar, como si dijera, contra Dios y
contra sus atributos, contra los dogmas y tradición: la predican, y se levantan contra el trono
y los emperadores, y contra todo gobierno; la predican, y levantan la voz contra la sociedad
doméstica, y enseñan que la mujer no debe vivir recogida, que el rico puede gastar sus
intereses de solo capricho, que los hijos pueden ser rebeldes a sus padres, que éstos pueden
abandonar a sus hijos,. . . tal es la libertad de enseñanza en un protestante. Y ¿Cómo podrá
ser bueno? ¿Podrá ni una vez no ser malo? Pero sepamos por un solo rasgo todo el
significado de la libertad de enseñanza, y tendremos su idea cabal reflexionando, que los
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protestantes aseguran y aun defienden, que es lícito y justo y santo, la publicación de
cualquier obra por más que sea impía, obscena y escandalosa. ¿No es esto atropellar lo más
santo y sagrado? sin embargo, a este modo de pensar llaman virtud, justicia, fraternidad,
utilidad, verdadero amor y honestidad. Tal es la santidad protestante; santidad que dista
infinito de santidad católica, y santidad que los declara miembros de una religión falsa. Lo
que ahora te digo, lector carísimo, no es un me parece, o puede ser, sino que es la práctica
de nuestros protestantes, y también de no pocos católicos. Testigo tantos escritos que por
nuestra desgracia se han publicado en nuestros días, tantos diccionarios infames, tantas
novelas corruptores, tantos folletos incendiarios; y este canonizar la conducta más nefasta,
y las acciones más criminales, porque esto constituye la verdadera santidad en el sentido
protestantes. ¿Qué te parece, lector carísimo? ¿Podrá abusarse de un modo más criminal y
escandaloso de la palabra santidad?
36. La Iglesia católica condena las obras de los protestantes
A la manera que cuando reina la luz en nuestro hemisferio, no puede al mismo tiempo
establecer su dominio la tenebrosidad de la noche, así de un modo semejante, imperando en
la catolicidad la luz de la santidad verdadera, no pueden establecerse juntamente con ella
las tinieblas terribles de la falsa santidad. Por esto cuando los protestantes con un estilo
florido, con un método falaz y con una pronunciación atrevida, abusan de las palabras más
santas de nuestra augusta religión; entonces la Iglesia Santa condena todas estas obras,
amenaza con el rayo de la maldición a cuantos las lean, y concluye con declarar con
Santiago: Que su sabiduría no es de Dios, sino terrena, animal y diabólica. Entonces, como
prende el cañón luego que el artillero aplica la mecha, así se vuelan los protestantes de rabia
y furor cuando ven sus obras condenadas; y su furioso frenesí, saludan a los católicos
diciéndoles: sois unos retrógrados. . . sois unos amantes del oscurantismo. . . no tenéis más
ilustración que vuestra tontera. . . ¡Ojalá que los protestantes fuesen en este punto lo que
son los católicos! ¡Ojalá que desde niños hubieran tomado en sus manos las Escrituras
Santas y la tradición! ¡Ojalá que pasaran su juventud comiéndose los volúmenes de las
ciencias! Confesamos que las obras de algunos protestantes, brillan especialmente por la
hermosura de su estilo, por la vivacidad de los pensamientos, y por la variedad de su
erudición; pero también debe confesarse, que nunca se ha escrito tan mal; nunca ha habido
tantos partos tan monstruosos de la malicia y de la ignorancia; y nunca tantas ideas sueltas,
y tan peormente combinadas, como las que nos ofrecen los protestantes. Pero prescindiendo
de estos defectos, propios de muchas de sus obras, es necesario convenir que no puede
leerse, porque son obras impías; porque la razón no prohíbe su lectura, y porque más vale
ignorar algunas cosas con seguridad de conciencia, que exponerse por saberlas, a sufrir el
naufragio de la fe y de la moral. Por esto la Iglesia de Jesucristo, como verdadera y santa,
prohíbe absolutamente su lectura. No se diga que hay cierta necesidad de leer algunas obras
protestantes, porque de la mejor de ellas, deber afirmarse que su sabiduría no es celestial,
sino del todo terrena, animal y diabólica: y porque aun humanamente hablando, es de
mayor mérito, de estilo más hermoso y de pensamientos más delicados, el Telémaco de
Fenelón, que el Emilio de Rousseau; la Historia Universal de Bosuet, que la Obra Histórica
de Voltaire. Por otra parte, ¿Qué prosa más viva, más práctica, más clara, más fecunda de
ideas que los mártires de Chateaubriand? ¡Que vivacidad en sus imágenes! ¡Que tacto más
finos en la descripción de su héroes! Chateaubrind es también autor del Genio del
Cristianismo: y ¿Dónde se ha encontrado un gusto más exquisito que el que campea
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gloriosamente en toda su obra? ¿Eres filósofo? toma a Balmes: y en su Protestantismo
comparado con el Catolicismo, en su Criterio, en ambas filosofías, y en todos sus escritos,
hallarán cuanto puede darse a un autor. En una palabra, la religión católica tiene las obras
de un sinnúmero de doctores, que supieron hermanar acertadamente la filosofía con la
religión, y la ciencia con la piedad.
37. Condena su sabiduría terrena, carnal y diabólica
Has de saber, lector carísimo, que cuando la Iglesia condena las de los protestantes, no
condena la verdadera ilustración, ni las luces de la verdad; condena sí, su sabiduría terrena,
carnal y diabólica, y en esto manifiesta la santidad que la determina: y santidad que se
encuentra en la cabeza y en sus miembros, en sus libros y en su tradición, en su dogma y en
su moral, y en sus prácticas y en su disciplina. La sabiduría, la ilustración, las luces de un
protestante ¿Qué son en realidad? Son conocimientos enviados por los corruptos de la
impiedad, y nada hay en ellos de aquella sabiduría santa, que según el testimonio de
Santiago, desciende de lo alto. En sus escritos solo se ve la sabiduría terrena, porque en
ellos solo campea lo temporal, solo se encomia los bienes de la tierra, y solo se trata de
proporcionar comodidades para esta vida incierta, breve y transitoria. Su sabiduría es
terrena, porque engendra el materialismo, produce el ateísmo, embrutece al hombre, y nada
hace por la vida futura; nada por aquella vida perdurable de la cual depende una eternidad
feliz. Su sabiduría es terrena, porque se funda en sistemas terrenos; sus planes son
puramente humanos: sus proyectos son hijos de sus conocimientos, y con el pretexto de
prosperidad nacional, de gloria mundana y de amor patrio, sacrifica en sus aras la verdadera
religión y aun la vida eterna. Su sabiduría es animal y diabólica, se extiende con la vanidad,
se fortifica con el orgullo, se disfraza sofisma, se entroniza con la calumnia y se establece
con la mala fe; es animal y diabólica, porque para salir airoso de sus bastardos y criminales
fines, abusan de los primores de la elocuencia, de las utilidades de la prensa, de las
nociones de lo justo, del poder del amor patrio y de las prácticas del culto y del mismo
Dios. En suma, la sabiduría protestante es terrena, es carnal, es diabólica, ridiculizándolo
todo; todo sujetarlo, aunque sea aplicando los medios más inmorales e ilícitos. Y ¿No habrá
quien ponga un dique a este torrente de iniquidad? ¿No habrá quien detenga la inclinación
poderosa de esas doctrinas desorganizadoras? ¿No habrá quien nos liberte de este torrente
de libros más inmorales que impíos aún? En ellos solo hay brutalidad encomiada, solo lo
carnal, vil y mezquino, solo sujeto a los placeres sensuales y al imperio de los sentidos, y
solo, por último, aquella sabiduría terrena, animal y diabólica, y mil y mil veces
victoriosamente reprobada. ¡Desgraciado protestantismo! tú pruebas con tus obras y lo
pruebas eficacísimamente, que no hay en ti, no digo la santidad, más ni siquiera el menor
rasgo de ella. ¡Oh afortunada Iglesia católica! porque clamando contra las obras de los
protestantes, clamas contra la maldad, defendiendo tus principios, y atestiguas a la faz del
universo mundo, que ellos son santos. Cuando la Iglesia blandiendo la espada de la
excomunión, prohíbe los libros protestantes, detesta su orgullo diabólico que intenta medir
sus fuerzas hasta con el Altísimo; detesta esta ignorancia presuntuosa, que detesta como
absurdo lo que no comprende, esa crítica osada, mentirosa y maligna, que no respeta ni lo
más santo; esa mordacidad cínica que atropella con honor y aun con lo más respetable; esas
pasiones infames fomentadas con todos los errores y con todos los caprichos, esa saber
vano y engañoso que se forja nuevos principios, y se mofa de lo santo, y falsifica las
pruebas, y mutila los pasajes, y acaba con cubrir de tinieblas a las verdades más constantes.
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Lector carísimo, dime: ¿Qué puedo no probarte de semejantes hombres? ¿Quién podrá
fiarse de un autor de este temple? ¿Qué valor merecen los conocimientos de que se glorían?
¡Que sabiduría tan terrena, tan animal y tan diabólica! ¡Que ilustración tan inmoral y tan
impía! Y ¿Habrá aun quien pondere los libros protestantes? ¡Ah! abramos los ojos, lector
carísimo; tiempo es ya de que despertamos del sueño de nuestro engaño e ilusión:
arrojemos de nosotros esas obras de tinieblas, y cubrámonos con el manto de la luz de la
verdad: tinieblas espantosas cuya obcecación encamina a la perdición eterna. ¡Luz
admirable, que ilumina el espíritu y lo conduce a la patria celestial! Seamos verdaderos
católicos, y una luz celestial y divina, nos esclarecerá el entendimiento, nos inflamará la
voluntad, nos conducirá a todo lo bueno, útil y benéfico, y tendremos la sabiduría verdadera
que desciende del cielo y que hace santos; tan cierto es que los protestantes dando a luz sus
obras, muestran que su religión no es santa, y que la Iglesia condenándolas atestigua que es
la poseedora de la segunda nota esencial de la verdadera Iglesia, que es la santidad; y cuya
nota es un dogma de fe que expresaron los apóstoles al decirnos en el Credo: Creo en la
santa Iglesia católica.
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Capítulo 9.
La verdadera Iglesia es católica y apostólica
38. Otras dos notas de la Iglesia verdadera
La Iglesia verdadera, lector carísimo, esencialmente ha de ser una, porque Dios es uno, una
es la fe, una es la esperanza, una la caridad, una es la virtud y uno ha ser el culto con el que
se adore a Dios en espíritu y verdad: esencialmente es Santa, porque Cristo, su Cabeza, es
santo, la doctrina es santa, los sacramentos son Santos, y además hace santos a cuantos los
reciben dignamente; pero también ha de ser católica y apostólica. Católica, de modo que se
haya extendida por todo el mundo; católica, de manera que existe desde Jesucristo, su
Fundador, y viva hasta el fin de los siglos; católica en la doctrina, profesando en todo el
mundo las mismas verdades; y católica de tal suerte, que haga que todos sus hijos tengan la
misma fe; la misma enseñanza y la misma tradición. En fin, la Iglesia verdadera ha de ser
apostólica, quiero decir, que ha de reconocer a los apóstoles por sus fundadores. Estas notas
brillan en nuestra Iglesia del mismo modo que el sol y la luna entre las estrellas: y a la
manera que el firmamento nunca ha existido sin estos dos astros superiores, así el
firmamento de la Iglesia verdadera no puede ser, si no tiene en su seno la catolicidad y
apostolicidad. ¡Desgraciados protestantes! porque con todo la certidumbre podemos afirmar
que su iglesia es falsa, porque ella ni es católica ni es apostólica. No católica porque el
protestantismo cambia lo mismo que la luna es sus fases, y a la manera que ésta todos los
días mengua o crece, así la iglesia protestante, ora mengua en creencias, ora crece en ellas.
Él protestantismo ya no es lo que era, y absolutamente ha cambiado del todo, y
absolutamente ya nadie piensa en las cuestiones de los primeros protestantes. Él
protestantismo, ahora lo mismo que siempre, nada tiene de católico ni de apostólico, sino
que es la reforma: no tiene símbolo alguno, porque si bien es verdad que algunos se glorían
de tener tres, pero también es cierto que cada uno tiene su creencia particular, y es por
tanto, como sino los tuviesen. Tienen sí, la reforma: ¡reforma! grito espantoso que
manifiesta todo el orgullo que heredamos de nuestros primeros padres: tal es el resultado de
la razón soberana que reformó en un momento la creencia que habían tenido nuestros
padres: reforma en suma, y han seguido reformando hasta el exceso. Tal es el
protestantismo: nada de católico, porque cambia todos los días, y porque no hay error que
no hayan sostenido, ni crimen que no hayan justificado, ni prostitución que no hayan
establecido, hasta decir que era preciso que abundase el delito para que sobreabundase la
gracia: nada de católico, porque ha tomado todas las formas, y todas la innovaciones, y
todos los símbolos y todos los cambios que encierra la palabra reforma. Tal es el
protestantismo: nada de católico, porque todas su iglesias son de ayer, y porque no hay ni
una sola que tenga su origen en algún varón apostólico. Y ¡Cuan desgraciados son los
protestantes, lector carísimo! Yo no puedo menos que encargarte, a favor de ellos, aquella
caridad que tanto nos recomienda san Pablo, escribiendo a los romanos: Sí, ruega a Dios
para que salgan de las tinieblas del error, para que todos sean iluminados con los
resplandores de la fe, para que todos ellos salgan del protestantismo y de este modo puedan
salvarse, y en suma, para que ni uno solo de ellos se pierda.
39. Ha de ser católica
Probado ya que la verdadera Iglesia ha de ser católica, solo añadiremos, que el cristianismo
a cuya Iglesia por misericordia de Dios pertenecimos, es una Iglesia católica. Pero ¿Para
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que probarlo? los mismos protestantes que conceden que es una, que afirman que es santa,
nos dan igualmente a nosotros sus hijos el título católico. ¿A que viene pues, probar lo que
nuestros adversarios ya nos conceden? Con todo, para que tú lo entiendas mejor, lector
carísimo, te haré notar que el cristianismo es católico en el tiempo, católico en el lugar y
católico en la doctrina. En el tiempo, porque existe desde Jesucristo, y existirá hasta el fin
de los siglos: Jesucristo es el fundador de nuestra Iglesia, no solo porque Él dijo, yo
edificaré mi Iglesia sobre Pedro sino porque de hecho la edificó sobre Pedro. Existirá hasta
el fin de los siglos, porque el mismo Jesucristo empeñó su palabra diciendo: que las puertas
del infierno no prevalecerían contra la Iglesia, y que Él mismo estaría con ella hasta el fin
de los siglos. De poseer la catolicidad bajo este punto de vista, no puede gloriarse ninguna
secta, ya que ninguna de ellas comenzó con Jesucristo, supuesto que con la historia en la
mano les determinamos el heresiarca que les fundó; ya porque ninguna de ellas durará hasta
el fin, pues como vemos, cambian con frecuencia, aun en las cosas esenciales. Católica en
cuanto a los lugares, y así vemos a nuestra Iglesia extendida por todo el mundo, en
cumplimiento de la profecía del santo Profeta Rey que afirmaba: que el nombre de Dios
sería glorificado en toda la tierra, y que el reino del Mesías se extendería de un mar a otro
mar, y del río hasta los últimos términos del Orbe. Catolicidad de la cual carecen todas la
sectas disidentes, porque en el mundo hay muchos herejes, es verdad, pero no puede
afirmarse que una sola herejía se haya extendido de modo que ocupe todos los ángulos de la
tierra. Católica por la doctrina, pues en todas partes tienen los católicos una misma fe,
sus miembros están siempre unidos en unas mismas creencias y en una misma esperanza y
caridad. De ahí es que nuestra Iglesia es como otra arca de Noé, que contiene a todos los
que se han de salvar: y así como se ahogaron en el diluvio todos los que estuvieron fuera de
ella, así se perderán irremediablemente todos los que vivan fuera de la Iglesia católica,
porque como afirma san Cipriano: el que no tiene a la Iglesia por Madre, no puede tener a
Dios como Padre. Este carácter es de tal suerte peculiar de los que pertenecemos a la Iglesia
Romana, que no puede hallarse entre los protestantes, porque cada individuo tiene su
creencia particular. Roguemos por los disidentes, porque con sus protestas se separan del
catolicismo, y perecerán irremisiblemente.
Está demostrado que el mundo de los católicos es superior a todas las otras sectas; y por
un cálculo aproximativo sabemos que la Iglesia griega y abisina no pasa de 56. 985. 000,
individuos; el protestantismo apenas llega a 48. 985. 000, y estos 2 números sumados; no
llega con mucho a igualar al número de los católicos de la Iglesia romana, puesto que se
compone de 254. 655. 000.
Estos millones de fieles no están divididos en grupos o sectas diferentes, sino que todos
forman un cuerpo admirablemente organizado y unido. Él R. Pontífice, es la cabeza; Él
Sacro Colegio de 74 cardenales, forman el Senado augusto de la Iglesia Universal; siguen el
orden jerárquico 18 Patriarcas, 7 del rito latino y 5 de los ritos orientales; 14 sedes
patriarcales; 175 arzobispados y 716 Obispados, vienen luego 17 sedes mullius, y por
último, los títulos dependientes de la Sagrada Congregación de la Propaganda que son: 7
delegaciones Apostólicas, 123 Vicariatos y 35 prefacturas, llegando den 1885 la Jerarquía
Católica a tener 1208 títulos, que van aumentando en atención al creciente desarrollo y
progreso del cristianismo.
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40. Ha de ser apostólica
Como la verdadera Iglesia fue fundada por los apóstoles, resulta que sólo puede ser Iglesia
verdadera la que parte de ellos, o la que fue o es gobernada por varones apostólicos,
conservándose en su puesto con una misión legítima. Atiende a las palabras que dijo el
Salvador a sus apóstoles: Id por todo el mundo, enseñad a los gentiles, bautizadlos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y comunicadles todo cuanto os he dicho.
Y esto lo cumplieron tan bien, que se repartieron el mundo; lo hicieron cristiano, y sellaron
con la sangre el Evangelio que habían predicado. Esta Iglesia, a la cual pertenecemos, es
tan apostólica, como es una, es santa y católica. Es apostólica, porque los apóstoles la
fundaron con la autoridad de Jesucristo, y es apostólica, porque siguiendo el catálogo de los
obispos católicos, vemos a principales iglesias que tuvieron a un apóstol, o al menos a un
varón apostólico. Esta verdad la vemos principalmente en la serie de los Romanos
Pontífices, pues vemos a Pío IX que ha sucedido a Gregorio XVI, éste a Pío VIII, y
ascendiendo de uno a otro, llegamos a san Pedro. Para que una Iglesia sea apostólica, no
basta que haya sido fundada por un Apóstol, sino que es necesario que el obispo que la
gobierna tenga misión legítimamente recibida del Romano Pontífice: por consiguiente, la
iglesia en do se mete un intruso, un hereje o un cismático, deja por este mismo hecho, de
ser apostólica. Los protestantes jamás podrán gloriarse de ser apostólicas sus iglesias, ya
que tienen la triste gloria de conocer su autor: así, entre los protestantes ni uno solo puede
ser apostólico, así como todos son o luteranos, o calvinistas, o anglicanos; en suma, tienen
el nombre del autor de su secta. Por consiguiente, lector carísimo, sólo nuestra Iglesia
católica que es una, y también es santa, es la verdaderamente apostólica: y si alguna vez te
encontrares con algún protestante que quisiera probarte su apostolicidad, dile que te
pantetice el origen de su iglesia, y que te haga ver por el orden de los obispos que la han
gobernado, que el primero fue un Apóstol o un varón apostólico, unido con el sucesor de
san Pedro, y que además, desde el principio hasta ahora, han vivido siempre en comunión
del Príncipe de los apóstoles: mas como ninguno podrá presentarte estas pruebas, de ahí
resulta que ninguna puede ser apostólica. Solo nuestra Iglesia, destinada a durar hasta el fin
de los siglos, y cuyo reinado no tendrá fin; solo esta Iglesia, que es una, que es santa, que es
católica, al mismo tiempo que es apostólica. Mas lector carísimo, no nos hagamos ilusión,
porque esto no nos salvará: la fe es necesaria para salvarse, pero no es menos cierto que la
fe de Cristo sin las obras de nada aprovechará para la eterna salvación. Necesaria es la fe,
pero también es preciso obrar con un corazón que sea uno, que sea santo, que sea católico y
que sea apostólico: con un corazón que sea uno por la fe, santo en los afectos, católico por
las obras y apostólico por la caridad: en suma, con un corazón que como el de los apóstoles,
sea todo y sin la menor reserva para Dios y nada para el mundo, nada para satisfacer las
pasiones, nada para ir tras las vanidades, y corazón siempre mortificado y paciente, y
siempre celoso y endiosado. Felices somos, lector carísimo, como hijos de la Iglesia que es
una, que es santo, que es católica, y que es apostólica; y más felices y dichosos todavía, si
vivimos como sus hijos verdaderos, procurando imitar en un todo la conducta del Salvador.
93
Capítulo 10.
La verdadera Iglesia ha de ser visible y romana
41. Otros dos caracteres de la verdadera Iglesia
Con lo dicho hasta aquí, ya has podido apreciar en algo el grandor del beneficio que has
recibido de Dios, haciéndote nacer en el seno de la verdadera Iglesia. Dale gracias a Dios
por el beneficio tan singular, por haberla hecho a favor tuyo la más tierna Madre, por haber
dejado a tu disposición los tesoros del cielo, por haberla enriquecido con los sacramentos, y
por haberla adornado con tales caracteres, que pudiera ser fácilmente conocida. Él Credo
que reza el sacerdote en la misa, siguiendo el espíritu de los apóstoles, nos asegura que la
verdadera Iglesia es una, es santa, es católica y es apostólica; y a la manera que hemos de
creer en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo, así con la misma certeza hemos
de creer la Iglesia. Los herejes no poder esto han desistido de sus errores, sino que,
protervos en su crimen, han atacado la visibilidad de la Iglesia, así como el que deba ser
romana, y han concluido de sus errores que su iglesia era la verdadera. Pues en este capítulo
vamos a hacernos cargo de estas dos cualidades necesarias, para que quede completamente
examinado cuya es la verdadera Iglesia.
42. Su visibilidad
A la verdad, parece imposible tener que probar que la Iglesia verdadera haya de ser visible:
con todo, así es; porque los protestantes, avergonzados y confundidos por los católicos, y
no sabiendo qué responder a los que les preguntan en dónde estaba su iglesia antes que
viniese al mundo su heresiarca, fingieron que la iglesia de Jesucristo era invisible. ¡Qué
temeridad y qué absurdo! Porque es lo mismo que si dijera que el sol podía estar oculto en
un día clara y sin eclipse. ¡Como! ¿La iglesia verdadera invisible? la Iglesia de Jesucristo
fundada por Pedro, ¿invisible? la Iglesia que es esencialmente es una, santa, católica y
apostólica, ¿invisible? No puede darse ni mayor temeridad, ni labios humanos pueden
pronunciar mayor disparate. Has de saber que necesariamente ha de ser visible, porque
visible es su Fundador, que es Jesucristo; visible su fundamento, que es Pedro; visibles los
miembros que la componen; visibles la materia y la forma que los construyen; visible el
sujeto que los recibe; visibles las ceremonias con lasa cuales los administra; visibles las
leyes que publica; visibles las costumbres santas y sabias que la estableces; visibles los
Pastores la rigen y gobiernan, y aun visibles los herejes que la combaten. ¿Con qué
atrevimiento pues, se atreven a decir que la Iglesia verdadera es invisible, ya que todos sus
constituyentes esenciales y no esenciales son visibles? Además de esto, la Iglesia de
Jesucristo esencialmente ha de ser visible, porque Jesucristo la estableció a modo de un
tribunal, cuando dijo: Si no te oyere, dilo a la Iglesia; y si no oyere a la Iglesia sea tenido
como un gentil y publicano. Pues así como los tribunales son visibles, así también visible
ha de ser la Iglesia. En otra ocasión indicó Jesucristo esta visibilidad cuando la comparó a
una ciudad sobre un monte elevado: porque a la manera que ésta no puede esconderse, así
no puede dejar de ser siempre visible la verdadera Iglesia. Vanos son, por consiguiente,
todos los efugios de los protestantes, porque claro está que siendo nosotros visibles, visible
ha de ser la Iglesia que componemos. ¡Ojalá, lector carísimo, que nuestro corazón, además
de ser uno, santo, católico y apostólico, esté continuamente y de un modo visible amando a
Dios, y lo ame con todos su afectos y con todas sus fuerzas!
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43. Cómo es romana
La Iglesia fundada por Jesucristo, y por tanto lo Iglesia verdadera, según la voluntad
claramente expresada de su divino Fundador, ha de ser romana: como si dijera, que la
Iglesia de Roma ha de ser la cabeza y la maestra de todas las demás iglesias. La Iglesia de
Roma es la sede del Romano Pontífice, o por decirlo con la expresión de san Gregorio, es la
sede de san Pedro, desde cuya silla este santo apóstol, está gobernando su Iglesia por medio
del Romano Pontífice, su legítimo sucesor. Y a la manera que a Pedro fue dicho: tú eres
Pedro, y sobre ti, oh Pedro, edificaré mi Iglesia; así está diciendo a la Iglesia de Roma y
conservándola, la está edificando continuamente. Oh Pedro, Yo, dice el Salvador, he rogado
por ti, para que nunca jamás falte tu fe, y para que en caso de perderla los demás, tú los
puedas confirmar en ella. Como si dijera, oh Iglesia romana, yo he rogado por ti para que
nunca pierdas tu fe, para que seas la maestra de todas las otras iglesias, y para que todas
dependan de ti como tus verdaderas hijas. Por consiguiente, la Iglesia verdadera, como
fundada por Jesucristo, así como ha de ser apostólica, así con igual razón ha de ser romana.
Todos los santos de la Iglesia se han distinguido por su extraordinario afecto a favor de la
Iglesia romana; y todos se han complacido en tributarle todas las pruebas de respeto y
veneración que les han sido dables; y aun los más grandes reyes le han enviado sus
embajadores, y no pocos de los principales monarcas y emperadores, han tenido en mucho
honor el poderle besar el pie y ofrecerle una parte de sus más preciosos dones. Mas también
hemos de convenir que desde el principio se han levantado herejes y cismáticos contra la
misma Iglesia. Y ¿Por qué esto? porque no pudiendo resistir a las pruebas evidentes con las
que asienta su divinidad, dirigen sus tiros contra el Papa, o lo que es lo mismo, contra la
Iglesia Romana. Pero a la manera que a un cuerpo que le quitan la cabeza, inmediatamente
muere, así la Iglesia de Jesucristo, quitándole el Sumo Pontificado, inmediatamente sería
acéfala y aun dejaría de ser la verdadera Iglesia, como acontece con la iglesia de los
cismáticos, la cual, antes del cisma, era parte de la verdadera Iglesia. Pues ¿Cómo no ha ser
así, si la Iglesia está fundada sobre Pedro? Sin duda alguna que la modo que cuando un
edificio es minado por sus cimientos, luego se desmorona y no queda en el otra cosa que un
montón de escombros; así minado el edificio de la Iglesia católica en su cimientos del
Romano Pontífice, desaparece y se torna en una iglesia protestante. Ama pues, lector
carísimo, al Papa; tenlo en gran veneración; considéralo como la persona más respetable
después de Jesucristo; y de palabra, de obra y de corazón defiéndelo siempre que puedas,
porque defendiendo a él, defenderás a Jesucristo, ya que es su primer representante.
44. Doctrina sobre el Romano Pontífice
A fin de que no te dejes alucinar, lector carísimo, sobre la doctrina de lo que es el Romano
Pontífice, voy a referirte su historia según no refieren los Santos Evangelios. Jesucristo es
el buen Pastor, y consumado la obra admirable de nuestra redención, nos hizo a todos sus
queridas ovejas de su divino rebaño. Debiendo subir al cielo para sentarse a la derecha de
Dios Padre, y no queriendo dejar solas sus ovejas y sus corderos sin un pastor visible, en la
célebre aparición que hizo estando sus discípulos en el mar de Galilea, vuelto a Pedro, le
dice: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Señor, tu sabes cuanto te amo. Pues si así es,
apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas. Que es como si hubiera dicho: apacienta mis
corderitos que son los simples fieles; apacienta mis corderos que son los sacerdotes; y
apacienta, en fin, mis ovejas que son los obispos; porque a la manera que las ovejas crían a
sus corderitos, asís los obispos con la leche de su doctrina educan a los sacerdotes y a los
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fieles. De modo que según esto, vemos a Pedro, y en la persona de Pedro a sus sucesores en
la silla romana: vemos, digo, que es un deber suyo como Pastor universal de toda la Iglesia,
apacentar a los corderos y a las ovejas. En esto se funda, que la autoridad del Papa sea una
autoridad superior a todas las autoridades de la Iglesia, del mismo modo que la autoridad de
un Pastor, supera a todo el rebaño. Has de saber también que casa uno de los obispos en
particular pueden errar; y que solo el santo Padre es el que no puede caer en error, siempre
que el Romano Pontífice define en cosas pertenecientes a la fe y a las costumbres; y él es
que tiene como oficio el grande deber de confirmar a los demás obispos en la fe. En suma,
el Romano Pontífice es el cimiento de la verdadera Iglesia, ya que Jesucristo dijo: que sobre
él edificaría la Iglesia. De todo lo cual concluimos que son verdaderas la iglesias todas las
que estén unidas con la Iglesia del Roma; y descansen en ella como el edificio en su
cimiento; y las reconozcan como su maestra, ya que es la única infalible; así como es
Iglesia falsa la que está separada de la Iglesia Romana; la que no la respeta como a su
madre y maestra: tan cierto es que la misma Iglesia que es una, santa, católica, apostólica y
visible, al mismo tiempo es romana. La autoridad del Romano Pontífice no solo es un
hecho; por ser esto la voluntad de Jesucristo como fundador de la Iglesia, sino que es una
necesidad que nos reclama las luces de razón. Porque así como ninguna sociedad tanto
grande como pequeña, no pude subsistir sin una autoridad que la gobierne, así la Iglesia
católica, ha de tener igualmente una autoridad suprema: y a la manera que en las familias
vemos la autoridad del padre, en los pueblos la del juez, en las ciudades del prefecto, y
además hay para toda la nación la autoridad suprema del monarca, así aunque haya en las
parroquias la autoridad del cura párroco: en las vicarías, la del vicario foráneo, y en los
obispados la del obispo; ha de haber además para toda la Iglesia la autoridad suprema del
Romano Pontífice: y tanto más, cuanto que la sociedad de la Iglesia católica, no reconoce
otros límites que los del universo. No se diga que la autoridad de los obispos puede suplirla,
porque está limitada a la extensión que ocupa su obispado: tampoco se concede a los
obispos una autoridad ilimitada, porque en este caso se harían tantos papas cuanto son los
obispos: tampoco se afirma que la autoridad del Concilio general puede suplirla, porque
este no puede existir sin el Papa. Convenimos que los obispos sentados en el Concilio son
jueces; pero el juez supremo es el Papa: y lo es de tal suerte, que él y solo él es el destinado
para confirmar a sus hermanos los otros obispos en la fe.
45. Frutos de este capítulo
Ya has visto, lector carísimo, la grande necesidad que hay del Papa en la Iglesia católica;
por tanto, venéralo, obedécelo, ámalo, y nunca escuches a los que hablan mal de él o de la
Iglesia Romana: te aseguro que esta Iglesia es la más santa, y en cierto modo tiene ella más
santos que todas la demás juntas. Huye, pues, de cuantos te hablen mal del Papa y ténlos
por anticatólicos: no leas los libros que se han escrito contra él, porque como no puedes
comprender la falacia y la falsedad que las acompañan, te harían mucho daño. Esta
reverencia la has de externar a todos los obispos, porque ellos son los pastores particulares;
de un modo muy semejante al Romano Pontífice que es el Pastor supremo. Por último, has
de confesar esta reverencia a todos los sacerdotes, porque ellos ocupan el lugar de Dios.
¡Cuán culpables no serán delante de nuestro Señor no pocos cristianos que tanto han
aclamado contra los sacerdotes! ¡Cuántos se han condenado porque hirieron con la espada
de sus lenguas a los ministros del Altísimo! ¡Y cuántos se han cerrado la fuente de las
gracias, por burlas que hicieron de los cristos de la tierra! Si has faltado en esto, lector
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carísimo, arrepiéntete y llora muy bien tu pecado; y en adelante comienza a considerar que
cuanto tienes lo has recibido del sacerdote: y que el sacerdocio te libró de la mancha del
pecado original, te hizo valeroso soldado de Jesucristo por la confirmación, te perdonó
todos tus pecados por la penitencia, te dio a comer el cuerpo de Jesucristo por medio de la
comunión, te borrará las reliquias del pecado disponiéndote además a una buena y santa
muerte, por de la Extremaunción: el sacerdocio, en suma, te libra de todos los males de la
otra vida, y te dispone para los eternos goces de la gloria. Reverencia, pues, al sacerdote,
lector carísimo; míralo como a las niñas de tus ojos; respétalo como la primera dignidad del
mundo, y encomiéndate mucho a sus oraciones, porque no obstante tus debilidades, su
oración es en gran manera poderosa ante Dios. Él otro fruto que has de sacar de todo este
tratado es defender la misma Iglesia, ya que la vemos poderosamente combatida. Figúrate
una multitud casi innumerables de perseguidores armados todos con instrumentos para
destruirla y aun aniquilarla, y borrar hasta su memoria de sobre la tierra. Unos emplean las
espadas y las lanzas, otros el veneno y el destierro; esto escritos heréticos, subversivos e
inmorales; aquellos la soberbia y la avaricia, la lujuria y la ira, la gula, la envidia y la
pereza. Pero nada hay que temer; porque así como hace diez y nueve siglos que la Iglesia
siempre es y ha sido la misma Iglesia, así en lo sucesivo, será siempre la misma Iglesia, por
que el Señor tiene empeñada su palabra, y ha prometido estar con la Iglesia hasta el fin de
los siglos. Ámala, lector carísimo, quiérela, defiéndela, y trátala con el cariño que se merece
tu más tierna madre.
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Capítulo 11.
De la comunión de los santos y del perdón de los pecados
46. Décimo artículo
¡Qué dicha, lector carísimo, la de los verdaderos hijos de la Iglesia! ¡Qué felicidad tener
una madre tan santa y tan perfecta! ¡Qué consuelo saber que es una cosa divina! Si somos
hijos de la Iglesia, tenemos una madre que es la más tierna, pertenecemos a una sociedad
que es la más admirables, nos hace vivir a todos como verdaderos hermanos, coloca en el
corazón la paz y tranquilidad, hace que todas las familias se santifiquen por el recto sendero
que conduce a la gloria, siempre y cuando hayan cumplido con todos sus deberes. En
décimo artículo, aun aumenta esta felicidad cuando nos recuerda que la misma Iglesia ha
definido dogma de fe, la comunión de los santos y el perdón de los pecados, como dijeron
los apóstoles en el décimo artículo. ¡Qué dicha ser cristiano! ¡Qué felicidad ser católico!
¡Qué magnanimidad la de Dios! Ya que amamos a un Dios tan bueno y tan santo; amemos
también, y de un modo especial su Iglesia. Mas para comunicar perfectamente con los
santos, es preciso ser santo, y por consiguiente, no tener pecado, al menos mortal. Mas
¿Quien nos librará de este monstruo, si por desgracia cayéremos en el? ¡Oh gloria la de la
Iglesia católica! sí, tu proclamas el dogma de la comunión de los santos, y además facultas
a tus hijos Sacerdotes, para que perdonen los pecados; y esto aunque fuesen de los más
graves, y aun cometidos en el mayor número de veces.
47. Comunión de los santos
Para que conozcas muy bien, lector carísimo, la comunión de los santos, voy a presentarte a
la Iglesia bajo tres puntos de vista muy distintos; quiero decir, la Iglesia triunfante que
reside en el cielo; la Iglesia purgante que está en el purgatorio; y la Iglesia militante, que es
la que vive en la tierra. De los fieles que componen a esta, unos pertenecen al cuerpo, y solo
al cuerpo de la Iglesia, y son todos aquellos que siendo bautizados viven en pecado mortal;
y otros pertenecen, no solo al cuerpo, sí que también al alma; y son todos los que son
bautizados y viven además en el dichoso estado de la gracia. Como hemos dicho, por
comunión de los santos se entiende el que los justos se comuniquen hacia cierto punto las
obras buenas los unos al os otros: que es como si dijera, que los santos, los ángeles, las
almas del purgatorio y los fieles que están en gracia de Dios, tienen una mutua
comunicación de obras buenas. La porción que está en el cielo se llama triunfante, porque
habiendo triunfado ya del mundo, del demonio y de la carne, está coronada de gloria y
majestad: la porción que está en el purgatorio se llama purgante, porque habiendo muerto
en gracia de Dios, no acabó de satisfacer por sus pecados, y por esto se está purgando
ahora, con las terribles llamas de aquel fuego devorador: y a la porción que vive en la tierra
se llama militante, porque efectivamente está luchando contra todas la pasiones, y va
Por medio de la comunión de los Santos, que comprende la unidad de la Iglesia, la unión
de los fieles, y las consecuencias de una y otra, en virtud de las cuales, los unos tenemos
parte en los bienes de los otros: como si dijera en los ayunos, en las mortificaciones, en las
disciplinas y demás obras buenas. Como miembros que somos de su mismo cuerpo y en
fuerza de los méritos de Jesucristo, estamos en comunión con las almas del purgatorio y
aun con los bienaventurados, y en fuerza de ella podemos favorecernos impetrando unos
para otros grandes bienes
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militando todos los días de su vida. Y a la manera que un árbol que tuviere tres ramas, la
savia del tronco la vivifica a todas, produciendo frutos en las tres ramas; así Jesucristo, que
es el verdadero árbol de la vida eterna, tiene las tres ramas de la Iglesia en los tres estados
dichosos, y la savia de los divinos méritos las vivifica, las pone en comunicación y produce
en cada una el divido fruto. Esta comunicación es tan amplia que comunicamos aún con los
ángeles, pues como lo vio el Patriarca Jacob en el sueño de su mística escala, que bajaban
las gracias del cielo y subían nuestra súplicas, es la imagen más bella de esta comunicación.
Participamos con los santos, pues a Judas Macabeo se le presentó el santo Osías, orando por
él, y por todo su pueblo. Ojalá, lector carísimo, que de tu parte correspondas también, y la
modo que ellos oran por ti, así tú lo imites y entres en sus miras para aumentar su gloria
accidental. En este agradecimiento se funda la conducta de la Iglesia sobre los santos; por
esto escribe sus vidas, por esto exhorta a los fieles para que lo imiten, por esto el santo
Bautismo nos condecora con algunos de sus nombres, por esto adornamos con ellos
nuestras habitaciones, por esto los glorificamos ofreciendo a Dios el Sacrificio de la Misa
en su honor, y por esto en fin, dándoles el culto de dulía, los tomamos por patronos y
mediadores. Participamos con las almas del purgatorio ofreciendo a Dios para que se digne
aplicar en su favor los sufragios de oraciones, de misas, de ayunos, de asperezas, de
mortificaciones y demás obras buenas: y ella aun en el purgatorio, seguras de la posesión de
la gloria, desean la nuestra; y trasladadas por nuestros sufragios a la patria celestial, nos
harán en nuestro favor todos los oficios de los Santos. Al purgatorio descienden nuestras
oraciones para librar a las almas de tanto penar; y siendo todo este plan y toda esta
comunicación efecto de los méritos de Jesucristo, de un modo muy particular influye allí la
santísima Virgen María, como el acueducto que es de toda gracia. ¡Ah! ¿Quién no será
devoto de las almas del purgatorio? Acuérdate que son miembros tuyos, cuya cabeza es
Jesucristo; y así como si tuviera una espina clavada en tu pie, inmediatamente te servirías
de todos los medios posibles para sacártela; así de un modo semejante debes sacar a las
almas del purgatorio cuyos padecimientos son indecibles, ya que de hecho son tus
miembros. Por tanto, si dejas de pasar día alguno sin dirigir por ellas a Dios alguna oración
fervorosa: siempre que puedas manda decir por ellas algunas misas; ofrece en su favor todo
el tesoro de las indulgencias, y fórmate desde ahora la resolución de ganar todas la que
puedas. ¡Oh Santa Iglesia! ¡Qué grande eres! ¡Que excelsa tu caridad! ¡Qué excelentes
todas tus obras! y ¡Qué admirables todos tus hechos!
48. Cómo disfrutamos de esta comunión
Para participar de la comunión de los santos, quiero decir, para que un cristiano saque el
fruto de las buenas obras de los justos, y de los santos, y de los ángeles, es
indispensablemente que pertenezca al alcance de la Iglesia, o lo que es lo mismo, que esté
en gracia de Dios: y este es el venturoso que se hace participante de las buenas obras. ¡Oh,
quien siempre estuviese en gracia de Dios! ¡oh, quien la aumentara continuamente! ¡oh,
quien conservara la inocencia bautismal! Toma grande afición a la frecuente confesión y
comunión, para que estando siempre en gracia de Dios, puedas participar con abundancia
de las obras buenas. Has de saber, lector carísimo, que los excomulgados tampoco pueden
disfrutar la gracia tan grande de la comunión de los santos; del mismo modo que la rama
que está cortada, no disfruta de la savia de su árbol. Un hombre excomulgado. . . ¡oh Dios
santo1, ¡Que cosa tan terrible! Casi es sinónimo de condenado; sí, de condenado, porque
con esta separación, le señala la Iglesia militante, que será excluido del cielo; quiero decir,
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de la iglesia triunfante. ¡santo Dios! ¡Que cosa tan horrible ser excomulgado!, porque al
modo que una rama cortada del árbol de la Iglesia, será arrojado a las llamas eternas del
infierno. A vista de esto, bien puedes tomar la resolución de morir mil veces, de perderlo
todo, y hasta el honor mismo, antes de hacer una obra que lleve consigo la excomunión.
Huye pues, de ella, porque es cual rayo sensible de la cólera infinita de todo un Dios, y aun
en nuestros días, manifiesta Dios sensiblemente los horribles y espantoso efectos de la
excomunión. Resumamos por último, cuanto he dicho en los números de la comunión de
los santos, a saber: que ella es la unión estrechísima de la Iglesia militante entre sí; de todos
y cada uno de los miembros con las benditas almas del purgatorio, y con los santos, y con
los ángeles, y de cada uno de éstos con relación con nosotros. Que la Iglesia triunfante se
compone de todos los santos, de todos los ángeles, de la santísima Virgen y de Jesucristo
nuestro Señor; que la iglesia purgante se compone de todas las almas del purgatorio y que
la parte de la iglesia militante que está en gracia de Dios, y por tanto que pertenece al alma
de la Iglesia, es la que tiene más perfecta comunicación con las almas del purgatorio y con
los santos y ángeles, que Jesucristo es la cabeza invisible y el origen de toda comunicación,
y que el santísimo Padre, es el que tiene las llaves de este inmenso tesoro. De ahí nace la
invocación a los santos, la confianza en su valimiento, las oraciones a favor de los difuntos,
y por tanto, esta mutua unión entre la iglesia militante con la paciente y triunfante. De ahí
deducimos que todo es común en la Iglesia de Dios, tratándose de las oraciones, ayunos,
mortificaciones y demás obras buenas: y así como es una de las mayores gracias pertenecer
al número de aquellos que participan de la comunión de los santos, así es también hallarse
privado de ella es la mayor desgracia. Ama pues, a la Iglesia, lector carísimo, con todo tu
corazón y con todas tus fuerzas; ámala de modo que la reconozcas por la Iglesia verdadera,
y vive como vivir deben sus fidelísimos hijos.
49. Dios perdona los pecados
No sólo borra Dios el pecado original, por medio de la gracia santificante que recibimos en
el santo Bautismo, sino que también perdona el pecado personal, por medio de la recepción
del sacramento de la Penitencia, porque a la manera que un hombre perdona a su enemigo
mediante ciertas condiciones, así Dios nuestro Señor nos perdona aun de los mayores
pecados, con la condición de que recibamos el sacramento de la Penitencia; y así como un
soberano puede facultar a un ministro suyo para que concede un indulto, así Dios nuestro
Señor, por medio de sus ministros, que son los sacerdotes, perdona y notifica a los
pecadores verdaderamente contritos, que ya los ha perdonado. Jesucristo prometió este
poder a san Pedro, y por tanto a toda la Iglesia y a cada uno de los sacerdotes, cuando dijo:
Tu eres Pedro, y sobre ti, oh Pedro, yo edificaré mi Iglesia, y te daré las llaves del reino de
los cielos, con tal extensión, que aquellos a los que tu perdonares, les serán perdonados, así
como les serán retenidos a aquellos a quienes tú los retuvieres. Esta promesa la cumplió
admirablemente nuestro Dios santo, cuando poco después de su Resurrección gloriosa, dijo
así a sus apóstoles y discípulos: Yo los envío, como mi Padre me envió: recibid el Espíritu
Santo: los pecados que perdonareis serán perdonados, y los que retuviereis, serán retenidos.
¡Que misterioso es, lector carísimo este modo de obrar! Es un modo en gran manera
Estos dos textos, prueban evidentemente que la facultad de perdonar los pecados, reside
en la Iglesia católica, y lo afirman no solo los Santos Padres, y de un modo especial san
Ambrosio y san Juan Crisóstomo, sí que también todos los rituales de la Iglesia de Oriente
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parecido a la creación del hombre. Fabricado esta el trozo de carne de nuestro cuerpo, mas
luego que el Señor le sopló, inspiróle el espíritu de la vida, así inspiró también a los
apóstoles, y quedaron hombres nuevos, hombres poseedores de una nueva vida, y vida
espiritual que comunican en el alma con las palabras de absolución. Desde este feliz
momento, el Espíritu del Padre, que los llenó de su gracia, hace que bauticen, que perdonen
los pecados y que administren todos los demás sacramentos que corresponden a su orden. A
los apóstoles, y de un modo especial a san Pedro y a sus sucesores, el fue dado comunicarlo
a todos los sacerdotes según su grado, mas de ningún modo a todos los fieles; tal es la
doctrina de la Iglesia, y tal es la doctrina que contradicen los reformadores del siglo XVI;
los cuales tanto y tanto se reformaron, que concluyeron con quitar la misma confesión. Dale
muchas gracias a Dios por haberte hecho católico, y por tanto, porque posees la dulce
creencia del perdón de los pecados, y por haberte dada a la Iglesia el reino de los cielos con
tal extensión, que puede perdonar todos los pecados por muchos y graves que sean. A vista
de esto, bien puedes exclamar: verdaderamente el poder del cielo está depositado en la
Iglesia de Jesucristo; en esta Iglesia que es verdadera, que es una, que es santa, que es
católica, que es apostólica y que es romana; así como toda otra iglesia que no sea la de
Jesucristo, es falsa y por consiguiente es múltiple, es no santa, es no católica, es no
apostólica, y tampoco reconoce a la Iglesia de Roma, como la madre y maestra de todas las
demás. ¡Oh Santa Iglesia! ¡Quien fuere tan feliz de ser siempre su fidelísimo hijo, y de
pertenecer, no solo a su cuerpo, sí que también a su alma!
50. Frecuente confesión
Como el buen uso del sacramento de la Penitencia depende del confesor y también de la
disposición del penitente, por esto voy a decirte cuatro cosas sobre esta materia tan
importante. Lo primero que debes hacer es confesarte con un sacerdote válidamente
ordenado, por todos aquellos que no lo están, no pueden perdonar los pecados: por tanto,
los ministros protestantes, de cualquier secta a que pertenezcan, no pueden perdonarlos. La
segunda condición es, que el sacerdote que no haya caído públicamente en la herejía o en el
cisma, porque los cismáticos y herejes no pueden perdonar los pecados, sino en caso de
necesidad urgente, como sería en la hora de la muerte. Lo mismo deber decirse de los que
siendo ordenados canónicamente, no tienen licencias de su ordinario; pues semejantes
sacerdotes no pueden perdonar los pecados por falta de jurisdicción, pero sí pueden hacerlo
en la gravísima necesidad de la hora de la muerte. De lo dicho concluimos que mientras el
sacerdote es ordenado válidamente y tenga a demás la facultad del propio obispo, por
escrito o de viva voz, por más que por otra parte sea un perverso, un malvado, un grande
pecador, no cabe la menor duda que perdona los pecados. Porque así como si alguno te
diese a beber un licor muy precioso o una medicina muy eficaz, te produciría el mismo
efecto si se te ofreciese en un vaso de oro purísimo, que en una taza de barro, porque en uno
y en otro caso, el licor o la medicina sería lo mismo, otro tanto acontece con la medicina o
el licor sagrado de la sangre de Jesús, que tanto aprovecha al fiel que le sea administrada
por el conducto de un buen sacerdote, como de un sacerdote malo. Es verdad que debieran
administrar los sacramentos sacerdotes santos, pero también es cierto que no pierde ni un
ápice la eficacia de los sacramentos, porque el sacerdote que sea malo. Guarda bien esta
y Occidente, en los cuales se enseña el modo de administrarse el sacramento de la
Penitencia.
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doctrina, asiéntala en tu corazón, porque como estamos en estos tiempos tan malos, no será
fácil que veas a sacerdotes tan escandalosos y aun protervos administrando los sacramentos.
Yo no puedo menos que aconsejarte la frecuencia de la confesión: confiésate con frecuencia
en las principales fiestas de nuestro Señor, de la santísima Virgen María y del santo de tu
nombre, y con la mayor frecuencia que puedas; pero confiésate después de haber
examinando tu conciencia prudentemente, porque si hacen mal aquellos que se confiesen
sin examinar su conciencia, no lo hacen menos los que solo emplean el tiempo en el
examen y en decir todas sus faltas al confesor, sin procurar principalmente el verdadero
arrepentimiento. Confiésate, pero excitándote antes y después de la confesión al dolor de
tus pecados, y con un dolor tal, que logras un verdadero propósito, es decir, una voluntad
resuelta de nunca jamás, jamás, volver a pecar. Dale gracias a Dios, por haberte hecho
nacer en una Iglesia que es santa, y tanto, que tiene el grande medio de hacer santos a sus
fieles hijos, por medio de la prudente administración de los sacramentos.
Capítulo 12.
De la resurrección de la carne y de la vida perdurable
51. Del undécimo y duodécimo artículo
Con este capítulo, lector carísimo, vamos a concluir nuestra pequeña obra sobre la
explicación del Credo, y vamos a hacernos cargo de los dos artículos más consoladores, que
son la resurrección de la carne y la vida perdurable. La resurrección de la carne la
establecieron los apóstoles al decir: Creo la resurrección de la carne. Y el Apóstol san
Pablo nos habló especialmente de ella, y nos manifestó toda su importancia, fundándola en
la resurrección de Jesucristo, diciéndonos: que al modo que Jesucristo ha resucitado, así
también resucitaremos nosotros, porque a la manera que en Adán, todos heredamos la
muerte del pecado, así en Jesucristo, todos heredamos la vida de la resurrección: dogma
provechoso, y que al mismo tiempo es uno de los establecidos con la mayor copia de
pruebas. La vida perdurable es una consecuencia de la resurrección de la carne; porque
¿Qué sería de esta resurrección ni no hubiese una nueva vida? Esta nueva vida es un dogma
de fe, que los apóstoles expresaron en el Credo, diciendo: Creo la vida perdurable; y esa
vida perdurable es una consecuencia del juicio; porque los hayan muerto en gracia de Dios,
han de ser premiados con la gloria eterna, en que gozarán de su último fin que es Dios, así
como los que mueren en pecado mortal son castigados con las penas del infierno. ¡Con
cuanta razón decimos, que la Iglesia es nuestra Madre! Y ¡Qué Madre tan excelente y tan
sin segunda! Es nuestra Madre, porque nos ha reengendrado en el santo Bautismo. ¡Oh
Madre nuestra, y cuánto debiéramos amarte! Tú eres edificada sobre el mismo monte de
Cristo Jesús, tus virtudes y tus méritos son los del divino Salvador, tu protección y amparo
es el amparo y protección de María, tú eres cual arca de salvación que nos conservas castos
e inmaculados en esta vida, y para la hora de la muerte eres la mística puerta que nos
conducirá al cielo; por esto confesamos la resurrección de la carne y la vida perdurable.
52. Motivos que nos prueban la resurrección de la carne
Él santo Job, que es como si dijéramos, el varón de los dolores, este habitante de la ciudad
de Hus y exactísimo modelo de todos los que padecen, vivía según las luces de la ley
natural, y era justo y sencillo ante Dios. Abundaba en riquezas, en familia, en buen nombre,
en sabiduría y en todo cuanto puede desearse en lo humano. Dios nuestro Señor, para
probar su fidelidad y confundir a Satanás, le envío una de las mayores pruebas que pueden
caer sobre uno de los hijos de Adán; y en medio de la pérdida de todos sus haberes y aun de
su mismo honor; privado de sus hijos, despreciado de sus amigos, burlado de su mujer y
entre los crudelísimos dolores de la mayor de las enfermedades, se consuela con la
esperanza de que su redentor vive y que el también ha de resucitar con aquella misma su
piel, con aquella su misma carne, con aquellos sus mismos huesos. La ley escrita nos habla
de la resurrección de un hombre apenas tocó los huesos de Eliseo. Ezequiel nos hace una
descripción admirable de la muerte y de la resurrección de la carne y concluye
asegurándonos que los muertos resucitarán, yendo unos a la vida eterna y otros al eterno
oprobio. Jesucristo hizo multitud de milagros resucitando a los muertos y, según el sagrado
texto, resucitó niños, jóvenes y a hombres de edad madura, para que de este modo quedara
bien publicado y probado su poder para la resurrección general. En suma, si reflexionamos
bien, lector carísimo, veremos que toda la naturaleza publica la resurrección, del mismo
modo que ella resucita en todas la primaveras; y todas la noches oscuras y tenebrosas la
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predican también, porque tras ellas sale el más hermoso día; y Dios ha querido resucitar
continuamente todas las cosas, para que nosotros concluyamos que era igualmente
poderoso para verificar la resurrección de la carne. Por otra parte, aquel Dios omnipotente
que en el principio hizo al hombre de la nada, claro está que al fin de los tiempos puede
hacer al mismo hombre del hombre que ya existía; y si es verdad que murió, mas también
lo es que no murió su alma, ni se aniquiló tampoco la materia que constituía su cuerpo. Por
último, si la resurrección no fuera, la misma recompensa recibiría, al menos considerado en
cuanto a todo el hombre, el pobre Lázaro que el rico Epulón y pasaría a ser cierto el
“comamos y bebamos hoy, porque mañana hemos de morir”, mas como esto es contra la
bondad y justicia de Dios, de ahí el ser una verdad innegable y un dogma de nuestra santa
fe lo que afirmaron los apóstoles al decir: Creemos en la resurrección de la carne.
53. Qué es la resurrección de la carne
Por resurrección de la carne entendemos, que al trocar de la trompeta de que nos habla el
Apóstol, diciendo: levantaos, muertos, venid al juicio, en este mismo momento saldrán
todos los muertos que están sepultados, y todos los que han muerto desde que el mundo es
mundo, ora hayan sido buenos, ora hayan vivido mal, todos se reunirán con su propia alma:
y cuerpo y alma irán a recibir su recompensa o sus castigo. Llámase resurrección de la
carne y no del cuerpo, para dar a entender que resucitaremos, no con una carne cualquiera,
sino con la misma e idéntica carne que teníamos durante la vida; no con un cuerpo
fantástico o aparente, sino con el mismo cuerpo real con que habíamos vivido. Se dice
resurrección de la carne y no del hombre, a fin de que alguno no creyesen que juntamente
con el cuerpo moría también el alma. Todos resucitaremos, y resucitaremos en una misma
edad, en la edad perfecta en la que murió Jesucristo: en la resurrección no habrá diversidad
de estaturas, ni habrá niños, ni ancianos, contrahechos, ni raquíticos, ni sordos, ni mudos, ni
cojos, sino que los cuerpos de todos serán admirablemente corregidos por la mano de Aquel
Señor que todo lo hizo bien. Todos resucitaremos, pero no todos del mismo modo, porque
así como los buenos llevarán en la frente la señal de su predestinación a la gloria, así los
malos tendrán la marca de su eterna condenación. Los que hayan muerto en gracia de Dios,
resucitarán con los cuarto dotes de impasibilidad, sutileza, agilidad y claridad: por el
primero, estarán libres de todo padecimiento, dolor, aflicción o pena; por el segundo se
introducirán en todas partes como si no hubiesen cuerpos; por el tercero, irán más veloces
que el viento, y aun que la misma luz; y por el cuarto, estarán más resplandecientes que el
mismo sol, y que siete veces al más claro sol del medio día. Mas los que hayan muerto es
pecado mortal, estos no resucitarán así, sino con la figura horrenda del pecado y con unos
cuerpos los más feos, los más asquerosos, los más abominables y con un hedor tan
pestilencial, que con un solo momento que estuviesen ahora en el mundo, bastaría para
apestar a todos los hombres: y solo resucitarán incorruptibles para que puedan sufrir todas
las consecuencias de un castigo eterno. Ya ves, lector carísimo, la enorme distancia que
media entre una y otra resurrección: seas por tanto prudente, seas verdadero hijo de la
Iglesia, cumple todos sus preceptos, nunca peques por regalar esta carne de pecado, y date a
Dios de modo que cumplas todos los mandamientos de su Santa Ley y las obligaciones
propias de tu estado.
104
54. Vida perdurable
A la manera que es cierto que todos hemos de resucitar, así también lo es que todos los
buenos han de ir a la gloria, para disfrutar de un modo infinito las delicias todas de la vida
perdurable. Es tan cierto lo que decimos, que nos viene probado por cien y cien pasajes de
los libros Santos. Ya dicen que los justos irán a la vida eterna, ya que el Señor convida al
siervo fiel para que entre a la gloria a disfrutar el gozo de su Señor, y ya que los apellida
benditos de su Padre, para que vayan a poseer el reino que les está preparado. ¡Ah! ¿Quién
no ser animara a ser un cristiano, fiel observador de toda su ley? Oh, ¡Que bueno es ser
santo! Si somos santos, gozaremos la gloria, veremos a Dios y gozaremos su mismo gozo;
conoceremos todos los misterios de la gracia y de la naturaleza; y de esta visión y fruición
nos resultará un amor tan grande, que necesariamente amaremos a Dios, y lo amaremos con
todo el corazón y con toda el alma, con todos los sentidos, con todas la potencias y con
todas la fuerzas. Los bienaventurados poseerán además la gloria accidental de mil júbilos y
felicidades, que según san Pablo, son tantos y tan soberanamente excelentes, que ni el ojo
puede verlos superiores, ni el oído comparables, ni la lengua semejantes, y ni el mismo
entendimiento puede discurrir algo que se le asemeje, porque esta es la gloria, un estado
perfecto por la unión de todos los bienes y felicidades. Por último, hay en la gloria una
reunión de bienes particulares, que cada uno los poseerá conforme los propios méritos. Así,
los doctores, tendrán los resplandores de su sabiduría; los mártires tendrán la palma de sus
suplicios; los confesores tendrán el distintivo de su penitencia; las vírgenes tendrán la doble
aureola de seguir al Cordero inmolado por doquier que vaya, y de cantarle de continuo su
cántico nuevo: y los sacerdotes, los santos y venerables sacerdotes, los sacerdotes santos,
estarán en el cielo sentados en otros tantos tronos, alrededor de Jesucristo, y sentados con
tanta autoridad, que así como juzgarán a las tribus de Israel, así también juzgarán a los
ángeles mismos que apostataron. ¡Oh privilegios de los venturosos sacerdotes que van a la
gloria! ¡Oh dichosos los jóvenes que reciben la vocación para el sacerdocio, si ellos la
aprovechan convenientemente! En el cielo, a pesar de tanta diversidad de genios, ni siquiera
habrá el menor asomo de envidia, sino que reinará entre todos la más extendida caridad, y
cada uno se alegrará del bien del otro, como si fuere un bien propio suyo. Para que
comprendas un poco lo que digo, vamos a referir lo hizo cierta madre que tenía tres hijas,
una pequeña, otra mediana y otra grande, la cual, en el día de su santo, les dio un vestido de
la misma tela y aun con el mismo corte. Pero no dio a cada una la misma cantidad de ropa,
sino que les dio más o menos varas, según era mayor o menor su estatura: de lo cual se
siguió el estuviesen muy contentas porque a cada una se le había dado el vestido que le era
conveniente: así de un modo semejante se porta Dios con los santos, dándoles en el cielo el
vestido de la gloria y la eterna felicidad, adecuada a sus propios méritos. ¡Ah, que gozo el
de los santos en el cielo! A cada uno le será dado el no padecer ni sufrir nada, el ser tan
sutil que penetre los cuerpos más compactos, tan ágil, que iguale en cuanto ser se pueda a
los cuerpos más veloces, y tan brillantes y resplandecientes, que aun el sol en medio día, es
oscuridad comparado con el brillo de los bienaventurados en su cuerpo. ¡Ah, desgraciados
los muertos en pecado mortal! porque padecerán y por toda una eternidad, infinitos
tormentos, y caerán sobre ellos los castigos cual gotas de agua en una copiosa lluvia:
¡desgraciados!, porque siempre estarán encerrados en aquella mazmorra, sin que jamás
puedan salir de ellas: ¡desgraciados! porque tullidos y como sepultados, ni siquiera podrán
menearse: ¡desgraciados, en suma!, porque por toda una eternidad estarán más negros que
105
los mismos demonios: tal será, y por siempre, el estado infeliz de los protestantes que
murieren en su secta.
55. Conclusión
Esta palabra, amén, quiere decir así sea, que es como si hubiere dicho: así sea, que todos
crean en Dios y que lo veneren como se debe, ya que es un Dios omnipotente y Creador de
todas las cosas visibles e invisibles: así sea, que todos quieran, amen y adoren a Jesucristo
que es su único Hijo y Señor nuestro, que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació
de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto
entre dos ladrones y sepultado. En una palabra, así sea, que todos crean en el Espíritu
Santo, y de un modo todo especial, el que crean todos la verdadera Iglesia que es una, santa,
católica, apostólica, visible y romana. Amén, como si dijera, es el Creado de tal suerte
necesario para la salvación, que aquel que no hiciere actos de fe, no se salvará, pues está
escrito que el que no cree todas la verdades que el contiene, será condenado por los siglos
de los siglos. Ya hemos acabado felizmente la escabrosa tarea de la explicación del Credo:
y ojalá que todos los fieles lo repitan con mucha instancia, que procuren que se rece en
todas las casas y de un modo especial que nadie lo ignore, para que de este modo crean
todos lo que manda la Santa Madre Iglesia; porque ellos es cierto que con esta creencia,
acompañada de las buenas obras, y con la perseverancia en la gracia, ciertamente que nadie
se condenará. En una palabra, ya te he explicado, lector carísimo, los principales misterios
de nuestra santa religión, los de la santísima Trinidad, encarnación, redención y perpetuidad
de penas y premios en la vida futura; te enseñé, cuales eran los deberes como hijo de la
Iglesia católica, exponiendo al mismo tiempo las venturosas prerrogativas y excelencias de
esta Madre verdaderamente divina, la Santa Iglesia católica. Amémosla pues, lector
carísimo; amémosla como fundada por el mismo Jesucristo; amémosla, ya que es la religión
verdadera; amémosla, porque es la admirable, única y sola Iglesia, Iglesia que es santa,
católica, apostólica y visible; Iglesia que por voluntad expresa de Cristo Señor nuestro, es
también romana.
106
José María Vilaseca .............................................................................................................. 1
El Credo, o sea, la exposición dogmático moral del símbolo de los apóstoles ................. 1
Prólogo ................................................................................................................................... 3
PARTE PRIMERA............................................................................................................... 4
Capítulo 1. Creo en Dios ...................................................................................................... 4
1. Idea de todo el Credo ...................................................................................................... 4
2. Primera prueba de la existencia de Dios ......................................................................... 4
3. Segunda prueba............................................................................................................... 5
4. Tercera prueba ................................................................................................................ 5
5. Quinta prueba ................................................................................................................. 6
6. Quinta prueba ................................................................................................................. 7
7. Frutos de esta verdad demostrada ................................................................................... 8
Capítulo 2. Padre ............................................................................................................... 10
8. Explicación de la palabra Padre.................................................................................... 10
9. Prueba de la existencia de la Trinidad .......................................................................... 10
10. Qué cosa es el misterio de la santísima Trinidad........................................................ 12
11. Medios para adorarlo debidamente............................................................................. 13
Capítulo 3. Omnipotente ................................................................................................... 15
12. Explicación de la palabra omnipotente ....................................................................... 15
13. La creación de los ángeles muestra la omnipotencia de Dios .................................... 15
14. Y la creación del cielo y la tierra ................................................................................ 16
15. Y la creación del hombre ............................................................................................ 17
16. Medio para corresponder al beneficio de la creación ................................................. 18
Capítulo 4. Creo en Jesucristo su único Hijo y Señor nuestro ...................................... 19
17. División del Credo ...................................................................................................... 19
18. Quien es Jesús ............................................................................................................. 19
19. ¿Quién es Cristo? ........................................................................................................ 20
20. Es nuestro Señor ......................................................................................................... 21
21. Fruto de este artículo .................................................................................................. 22
Capítulo 5. Fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen
.............................................................................................................................................. 24
22. Tercer artículo............................................................................................................. 24
23. Figuras de la encarnación ........................................................................................... 24
24. Cómo se efectuó este misterio .................................................................................... 25
25. Aclaración de algunas dudas ...................................................................................... 26
26. Fruto de este artículo .................................................................................................. 27
Capítulo 6 Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado
.............................................................................................................................................. 28
27. Vida mortal de Jesús ................................................................................................... 28
107
28. Figuras de la pasión, muerte y sepultura de Cristo ..................................................... 28
29 Qué quiere decir padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y
sepultado ........................................................................................................................... 29
30 Frutos del cuarto artículo ............................................................................................. 30
Capítulo 7. Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos .... 33
31. Cumplimiento de una profecía ................................................................................... 33
32. Descendió a los infiernos ............................................................................................ 33
33. Al tercer día resucitó de entre los muertos ................................................................. 34
34. Importancia de la resurrección ................................................................................... 35
35. Fruto de este artículo .................................................................................................. 36
Capítulo 8. Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso37
36. Vaticinio de la ascensión ............................................................................................ 37
37. Ocupaciones de Jesús después de su resurrección...................................................... 37
38. Subió a los cielos ........................................................................................................ 38
39. Está sentado a la diestra de Dios Padre ...................................................................... 39
40. Fruto de este artículo .................................................................................................. 40
Capítulo 9. Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos ........................... 41
41. Juicio particular y universal ........................................................................................ 41
42. Dogma del juicio universal ......................................................................................... 41
43. Fines que Dios se propone en el juicio final ............................................................... 42
44. ¿Cómo se ejecutará? ................................................................................................... 43
45. Continúa el mismo asunto .......................................................................................... 43
Capítulo 10. Creo en el Espíritu Santo ............................................................................ 46
46. Dogma del Espíritu Santo ........................................................................................... 46
47. El Espíritu Santo es la tercera persona de la santísima Trinidad ................................ 46
48. Por qué se llama Espíritu Santo .................................................................................. 47
49. Por qué se pinta bajo diversas figuras ........................................................................ 48
50. Frutos de este artículo ................................................................................................. 48
PARTE SEGUNDA ............................................................................................................ 50
Capítulo 1. Necesidad de ser católico ............................................................................... 50
1. Idea de esta segunda parte ............................................................................................ 50
2. Creo en la Iglesia católica ............................................................................................. 50
3. Qué serás sin la religión católica .................................................................................. 52
4. Qué serás con la religión .............................................................................................. 53
Capítulo 2. Divinidad de la Iglesia católica ..................................................................... 54
5. Jesucristo es el fundamente del catolicismo ................................................................. 54
6. Qué cosa es la Iglesia católica ...................................................................................... 54
7. Establecimiento del cristianismo .................................................................................. 55
8. Establecimiento del protestantismo .............................................................................. 56
108
9. Marcha de la Iglesia católica a pesar del protestantismo.............................................. 57
Capítulo 3. Creencia de la Iglesia católica sobre Dios y el alma ................................... 60
10. La Iglesia católica es regida por el Espíritu Santo...................................................... 60
11. Creencia de la Iglesia en relación con Dios ................................................................ 61
12. Creencia de la Iglesia católica en relación al alma ..................................................... 61
13. Sobre la libertad del hombre y la presciencia divina .................................................. 62
14. Consecuencia de estas verdades ................................................................................. 63
Capítulo 4. Creencia de la Iglesia católica sobre la revelación ...................................... 65
15. Necesidad de una revelación ...................................................................................... 65
16. Ella existe en la Iglesia católica .................................................................................. 66
17. Ella no existe en la iglesia protestante ........................................................................ 67
Capítulo 5. Creencia de la Iglesia católica sobre la Biblia ............................................. 70
18. Pensamiento de un católico sobre la Biblia ................................................................ 70
19. Él protestante no puede admitir el canon de los libros santos .................................... 71
20. Ni la Escritura, porque se perdió para los protestantes, porque perdieron el medio en
que pudieran reconocerla como libro divino .................................................................... 72
21. Porqué no les consta la fidelidad de la traducción...................................................... 72
22. Porque no les consta su inteligencia ........................................................................... 73
23. Cómo no pueden admitirla en fuerza de su inspiración particular ............................. 74
24. Tampoco, porque ignoran su sentido .......................................................................... 74
25. Dificultades ................................................................................................................. 75
Capítulo 6. Unidad de la verdadera Iglesia ..................................................................... 77
26. Qué cosa es la Iglesia católica .................................................................................... 77
27. Cómo la Iglesia fundada por Jesucristo, es una .......................................................... 78
28. Cómo la iglesia protestante no es una ........................................................................ 78
Capítulo 7. Santidad de la Iglesia católica....................................................................... 81
29. Segunda nota esencial ................................................................................................. 81
30. Los protestantes no tienen la santidad ........................................................................ 82
31. Ni los luteranos, ni los calvinistas, ni los anglicanos ................................................. 83
32. No tienen la santidad porque en fuerza de un espíritu no santo ................................. 84
33. Consecuencia prácticas de estos extravíos ................................................................. 84
Capítulo 8. Comparación entre la santidad protestante y la católica ........................... 86
34. Qué entienden los protestantes por virtud .................................................................. 86
35. Qué entienden por libertad de enseñanza ................................................................... 86
36. La Iglesia católica condena las obras de los protestantes ........................................... 87
37. Condena su sabiduría terrena, carnal y diabólica ....................................................... 88
Capítulo 9. La verdadera Iglesia es católica y apostólica .............................................. 90
38. Otras dos notas de la Iglesia verdadera ...................................................................... 90
39. Ha de ser católica ........................................................................................................ 90
109
40. Ha de ser apostólica .................................................................................................... 92
Capítulo 10. La verdadera Iglesia ha de ser visible y romana ...................................... 93
41. Otros dos caracteres de la verdadera Iglesia ............................................................... 93
42. Su visibilidad .............................................................................................................. 93
43. Cómo es romana ......................................................................................................... 94
44. Doctrina sobre el Romano Pontífice ........................................................................... 94
45. Frutos de este capítulo ................................................................................................ 95
Capítulo 11. De la comunión de los santos y del perdón de los pecados ....................... 97
46. Décimo artículo .......................................................................................................... 97
47. Comunión de los santos .............................................................................................. 97
48. Cómo disfrutamos de esta comunión.......................................................................... 98
49. Dios perdona los pecados ........................................................................................... 99
50. Frecuente confesión .................................................................................................. 100
Capítulo 12. De la resurrección de la carne y de la vida perdurable .......................... 102
51. Del undécimo y duodécimo artículo ......................................................................... 102
52. Motivos que nos prueban la resurrección de la carne ............................................... 102
53. Qué es la resurrección de la carne ............................................................................ 103
54. Vida perdurable ........................................................................................................ 104
55. Conclusión ................................................................................................................ 105