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Transcript
2. La revelación sobrenatural
Por Pbro. Pablo Arce Gargollo
2.1 LA RELIGION REVELADA O REVELACION
2.1.1 Naturaleza de la Revelación
a) Noción
La Revelación es la manifestación que Dios hace a los hombres en forma
extraordinaria, de algunas verdades religiosas, imponiéndoles la obligación de
creerlas.
Se dice: "en forma extraordinaria", para distinguirla del conocimiento natural y
ordinario que alcanzamos por la razón.
Generalmente Dios revela así: manifiesta las verdades que desea se conozcan a
algún hombre elegido por El, le manda que las enseñe a los demás, y comprueba
con milagros que en verdad El las reveló.
"Sólo Dios puede otorgarnos un conocimiento recto y pleno de Sí mismo,
revelándose a Sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna
estamos llamados por la gracia a participar aquí, en la tierra, en la oscuridad de la
fe, y, después de la muerte, en la luz sempiterna" (Pablo VI, El Credo del Pueblo
de Dios, n. 9).
b) Revelaciones públicas y privadas
Hablando en un sentido general, podemos distinguir dos clases de revelaciones: la
Revelación pública y las Revelaciones privadas.
1º. Revelación pública es la que ha hecho Dios directamente para la utilidad de
todo el género humano. Por ejemplo, la hecha a Moisés en el Sinaí y la efectuada
por Nuestro Señor Jesucristo.
2º. Revelaciones privadas son las que ha hecho a algunas personas para su
utilidad particular.
Ejemplos: las hechas a Santa Gertrudis, a Santa Teresa de Jesús, a Santa
Margarita María cuando Nuestro Señor le pidió el establecimiento de la fiesta del
Sagrado Corazón y de la devoción de los primeros viernes, etc.
La Revelación pública ha sido hecha por Dios directamente para la utilidad de todo
el género humano, e impone la obligación de aceptarla a todos los hombres.
Las revelaciones privadas directamente son hechas para la utilidad particular, y no
imponen la obligación de aceptarlas sino a las personas a quienes fueron hechas,
o a las personas que tienen plena certeza de ellas, lo que ocurre raras veces.
Respecto a las revelaciones privadas conviene advertir:
a) Las revelaciones privadas no forman parte de la fe, ni enseñan verdades
nuevas; sino que han sido hechas para ilustrar las verdades ya reveladas, y
hacernos adelantar en la perfección cristiana.
b) La Iglesia no las aprueba sino después de maduro examen; y al aprobarlas no
pretende enseñar que cuanto de ellas se diga sea verdadero, ni mucho menos
1
hacerlas obligatorias. Únicamente garantiza que en ellas no se dice nada contrario
a la fe y a las buenas costumbres.
c) No podemos despreciar las revelaciones privadas, pues en general contienen
enseñanzas de gran utilidad para la vida cristiana.
d) Algunas veces la aprobación de la Iglesia no es una simple certificación de que
no hay en ellas nada contra la fe y la moral; sino una afirmación de su origen
divino. Tal pasa, por ejemplo, con las revelaciones de¡ escapulario del Carmen a
San Simón Stok, de la devoción al Sagrado Corazón a Santa Margarita María, etc.
Aunque en ningún caso llegan a ser artículo de fe.
Las demás revelaciones sólo nos merecen fe humana, de acuerdo con las
condiciones intelectuales y morales de la persona que las tuvo.
La Revelación pública terminó con los Apóstoles: después de ellos Dios no ha
revelado nuevas verdades que sean objeto de fe.
c) Contenido de la Revelación
"Por la divina Revelación Dios quiso comunicarse El mismo y también los decretos
eternos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, para hacerles
partícipes de los bienes divinos que sobrepasan de modo absoluto la inteligencia
de la mente humana" (Conc. Vaticano II, Const. dogm. De¡ Verbum, núm. 6).
El contenido de la Revelación es el mismo Dios y sus decretos eternos de
salvación.
De estas verdades:
a) unas no podía conocer nuestra razón;
b) otras podía conocerlas, pero con mucha dificultad e incertidumbre.
Así de ninguna manera podíamos conocer el misterio de la Santísima Trinidad.
Podíamos conocer, pero con dificultad, incertidumbre y mezcla de error otras
verdades; por ejemplo, que no hay sino un solo Dios, y que es Espíritu Puro Y
Creador de cuanto existe, que el alma humana es inmortal, etc.
1º. Dios ha querido revelarnos verdades que de, ninguna manera podíamos
conocer por la pura razón, con el objeto de darnos a conocer el orden
sobrenatural.
El orden sobrenatural consiste en la elevación del hombre por la gracia
santificante, de simple criatura a la dignidad de hijo de Dios y heredero del cielo.
Y también en los medios que Dios eligió para devolvernos la grada y el derecho al
cielo que perdimos por el pecado; principalmente los misterios de la Encarnación y
Redención.
2o. Dios quiso manifestarnos verdades que nuestra razón podía conocer pero con
dificultad, incertidumbre y mezcla de error, para que todos los hombres pudieran
conocerla con facilidad, con certeza y sin mezcla de error (cfr. Conc. Vaticano I,
Const. dogm. Dei Filius, Dz. 1786).
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2.2 NECESIDAD DE LA REVELACION
2.2.1 Necesidad absoluta y necesidad moral
Una cosa puede ser necesaria de dos modos:
a) Es absolutamente necesaria, cuando sin ella nos es de todo punto imposible
conseguir lo que deseamos.
b) Es moralmente necesaria cuando sin ella podemos alcanzar lo que deseamos,
pero con grave dificultad y deficiencias.
Así sin estudiar en alguna forma nos es absolutamente imposible aprender. Y sin
maestro nos es muy difícil, esto es, casi imposible aprender una ciencia con alto
grado de dificultad, como la física nuclear o la filosofía.
En efecto son muy pocos los que tienen la inteligencia y la constancia suficientes
para coronar solos un estudio de esa
naturaleza.
Además, los que estudian sin maestro están expuestos a graves deficiencias, por
ejemplo errores, dudas, lagunas; a hacer un estudio errado. incompleto y poco
firme:
2.2.2 En qué sentido es necesaria la Revelación
La Revelación es absolutamente necesaria en un sentido, y moralmente necesaria
en otro.
1º. La Revelación es absolutamente necesaria para conocer el orden sobrenatural,
al que Dios se dignó elevarnos.
"Puesto que nos elevó al orden sobrenatural, era indispensable que nos
manifestara ese orden", dice Santo Tomás (S. Th., q. 1, a. l).
¿Qué gana un niño con que una persona muy rica lo acepte por hijo, y lo nombre
heredero de una cuantiosa suma, si no le avisa que lo constituyó heredero, ni las
condiciones necesarias para recibir la herencia? De la misma manera, ¿qué
habríamos ganado con que Dios nos hubiera hecho sus hijos y herederos, si no
nos hubiera revelado nuestra condición de hijos y los medios necesarios para
alcanzar la herencia del cielo?
2º. La. Revelación es moralmente necesaria para que las verdades religiosas de
orden natural puedan ser conocidas por todos con facilidad, con firme certeza y
sin mezcla de error alguno (cfr. Dz. 1786, Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, n. 6).
En efecto, aunque no es imposible que los mejores dotados puedan llegar por sí
solos a esos conocimientos, lo harán con dificultad e incertidumbre, y, para la
generalidad de los hombres la Revelación seguiría siendo necesaria.
Ya Santo Tomás advertía que gran parte de los hombres por parecer de talento, o
de tiempo, o de formación, o por hallarse dominados por pasiones e intereses
personales, no llegarían por sí mismos a este conocimiento (cfr. C. G., 1, 4).
Por su parte, también la historia prueba esta necesidad: aun los más grandes
filósofos de la antigüedad cayeron en graves errores de orden religioso y moral; y
que los pueblos a quienes no ha llegado actualmente la luz de la Revelación viven
aún hoy sumergidos en graves errores.
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2.3 NOCION DE MISTERIO Y DOGMA
2.3.1 Los misterios
1º - Misterio en general es una verdad que no podemos comprender, por
trascender a nuestro entendimiento.
La naturaleza está llena de misterios y vivimos rodeados de realidades que no
podemos comprender.
Nadie sabe a ciencia cierta -al menos hoy en día- qué es exactamente la fuerza
gravitacional y mucho menos si es susceptible de control. Aún hay muchos
"misterios" en el organismo humano y no digamos en las realidades que están
físicamente muy alejadas de nosotros, por ejemplo: ¿qué habrá en Aldebarán, que
está a 55 años luz de la tierra y es 40 veces mayor que nuestro sol?
2º. Misterio en sentido estricto es una verdad que no podemos comprender, pero
que conocemos y creemos porque Dios nos la ha revelado. Por ejemplo, el de la
Santísima Trinidad.
No debe extrañarnos que en la Religión haya misterios, porque si a cada paso los
encontramos en los seres limitados de la naturaleza, con mayor razón en Dios,
Ser infinito, que sobrepasa inmensamente la capacidad de nuestro entendimiento.
"Nunca creería en la divinidad de una religión que no tiene misterios", dijo un
célebre pensador. En efecto, un Dios que cabe dentro de mi entendimiento ya no
es Dios; y una religión que en todo está al alcance de los hombres, no es divina.
Los misterios no son contrarios a la razón humana, sino que únicamente están por
encima de ella.
Por ejemplo, las leyes de la electricidad, que son conocidas por un buen físico, son
un misterio para el ignorante. Mas esto no quiere decir que vaya contra su razón,
sino que le son superiores.
No puede haber contradicción entre la razón y los misterios revelados, porque
siendo Dios a la vez autor de la razón y de la Revelación, cualquier contradicción
entre la razón y los misterios revelados implicaría contradicción en el mismo Dios;
lo que no es dado suponer.
2.3.2 Dogmas
Dogma en sentido amplio, es una verdad contenida en la Revelación divina.
Dogma en sentido estricto, son las verdades reveladas por Dios y propuestas
como tales por el Magisterio de la Iglesia a los fieles, con la obligación de creer en
ellas.
La palabra Dogma tiene dos sentidos: unas veces significa una verdad
determinada y definida, por ejemplo, el dogma de la Asunción de la Virgen; otras,
el conjunto de las verdades reveladas, como cuando decimos: el Dogma católico.
El dogma en sentido estricto es objeto de fe divina y católica. Es de fe divina por
proceder de una revelación divina, y es objeto de fe católica por ser una verdad
propuesta por el Magisterio infalible de la Iglesia. Quien niega opone en duda de
4
un modo pertinaz las verdades que han de ser creídas, comete el pecado de
herejía.
Como puede observarse en el dogma hay dos elementos:
1) Es una verdad revelada por Dios y se halla por tanto contenida ya en la
Sagrada Escritura, ya en la Tradición o en ambas.
2) Es una verdad propuesta por el Magisterio de la Iglesia con obligación de creer
en ella. Esa propuesta puede hacerla la Iglesia, bien de forma extraordinaria, por
una solemne definición del Papa o de un Concilio Universal de acuerdo con el
Papa, o por el magisterio ordinario y universal de toda la Iglesia.
2.4 EL DEPOSITO DE LA REVELACION
El conjunto de verdades reveladas por Dios, que se entregaron a la Iglesia y que
el Magisterio eclesiástico custodia es el depósito de la Revelación.
La Revelación está contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición:
a) Una parte de las verdades reveladas fue escrita por aquéllos a quienes Dios las
reveló, y se llama Sagrada Escritura;
b) La otra parte no fue escrita sino transmitida verbalmente y se llama Tradición
La Sagrada Escritura y la Tradición contienen, pues, toda la doctrina revelada; el
Magisterio de la Iglesia custodia e interpreta esa doctrina.
Tanto la Escritura como la Tradición son la palabra de Dios, esto es, su enseñanza
comprobada por milagros y profecías; con la diferencia de que la Tradición no fue
escrita por aquéllos a quienes Dios la reveló; aunque después con el tiempo otras
personas sí pudieron escribirla, para conservarla y transmitirla con mayor
fidelidad.
El conjunto de las verdades de la Escritura y de la Tradición se llama "Depósito de
la fe ", o "Depósito de la Revelación ".
El Concilio Vaticano II, en continuidad con el de Trento y con el Vaticano I,
enseña: "Dios dispuso, con su gran bondad, que todo lo que había revelado para
la salvación de toda la gente se conservara íntegro para siempre y se fuera
trasmitiendo a todas las generaciones" (Conc. Vaticano II, Const. Dogm. Dei
Verbum, núm. 7).
2.4.1 La Sagrada Escritura
a) Su naturaleza
La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, puesta por escrito bajo la inspiración
del Espíritu Santo, por aquéllos a quienes Dios la reveló. En consecuencia, "tiene a
Dios por autor", como dice el Concilio Vaticano I (Dz. 1 7 8 7).
La Sagrada Escritura se llama Biblia (del griego biblos, que significa libro), porque
es el libro por excelencia.
A la Biblia se le llama también: Sagrada Escritura, Libros Sagrados, Libros
5
Inspirados, Palabra de Dios.
Se llaman Versiones de la Sagrada Escritura a las traducciones que se han hecho
de la Biblia a otras lenguas distintas de aquéllas en las que se escribieron
originalmente, los libros que la forman (hebreo, griego y arameo).
Es célebre la traducción de los setenta, que se remonta más o menos al año 130
antes de Cristo. Es la versión de los libros del Antiguo Testamento, del hebreo al
griego, hecha, según la tradición, por setenta sabios de Alejandría.
Las Versiones más importantes en la Iglesia son:
La Vulgata y la Neovulgata.
La Vulgata es la traducción al latín que hizo San Jerónimo a finales del siglo IV.
Esta versión fue solemnemente declarada como auténtica por el Concilio de Trento
(1546). Se llama Vulgata porque entonces el latín era reputado lengua vulgar o
popular respecto al griego.
La Neovulgata es la misma versión Vulgata, a la que se han incorporado los
avances y descubrimientos más recientes.
El Papa Juan Pablo la aprobó y promulgó como edición típica en 1979. El Papa lo
hizo así para que esta nueva versión sirva como base segura para hacer
traducciones de la Biblia a las lenguas modernas y para realizar estudios bíblicos.
b) Inspiración de la Sagrada Escritura
La inspiración divina de la Escritura consiste en tres cosas, a saber:
a) Dios indujo a los autores a que escribieran los libros santos;
b) les sugirió lo que debían decir;
c) los preservó de error.
No consiste pues en que la Iglesia hubiera aprobado con su autoridad libros
escritos por industria humana; sino en las tres condiciones indicadas.
La Sagrada Escritura es a un tiempo obra de Dios y del hombre; de Dios, como
causa principal; del hombre, como causa instrumental.
Cuando el músico se sirve de un instrumento para obtener sonidos, el artista es la
causa principal del sonido, y el instrumento la causa instrumental. Así Dios, dicen
los santos Padres, se valió del hombre como de un instrumento para escribir los
libros sagrados.
Aunque el autor es un instrumento en las manos de Dios, no deja de ser un
instrumento inteligente y libre, que usa conscientemente sus facultades: sentidos,
inteligencia, memoria, voluntad.
En consecuencia, el escritor sagrado: a) Puede utilizar conocimientos adquiridos
por él de antemano; b) Conserva su personalidad, su estilo y expresión
peculiares, hasta incorrecciones de lenguaje; pues a estas cosas no se les
extiende la inspiración.
La misma Escritura afirma el hecho de la inspiración. Así Cristo dice que "David
habló inspirado por el Espíritu Santo" (Mc. 12, 3 6). Y S. Pablo declara que "Toda
6
escritura es inspirada por Dios " (II Tm. 3, 16).
c) División de la Sagrada Escritura
La Sagrada Escritura se divide en Antiguo y Nuevo Testamento. El Antiguo
comprende los libros escritos antes de Cristo. El Nuevo lo escrito después de El.
Testamento significa pacto o alianza. La Revelación, por las promesas que hace
Dios en ella, y por las obligaciones que impone, es un verdadero pacto entre Dios
y los Hombres.
c. 1 Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento consta de 46 libros, que se dividen en 21 históricos, 7
didácticos y 18 proféticos.
a) Los históricos describen la historia de Israel, o de algunos de sus más célebres
personajes.
b) Los didácticos (de didakein, enseñar) son libros de enseñanza religiosa y moral.
c) Los proféticos anuncian la venida del Mesías y reprenden al pueblo por sus
infidelidades.
Los didácticos y parte de los proféticos están escritos en verso.
c.2 Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento consta de 27 libros: 5 históricos, a saber: los 4 Evangelios y
los Hechos de los Apóstoles; 21 doctrinales, que son las Epístolas; y uno Profético
que es el Apocalipsis.
Mención especial a los Evangelios
Los 4 Evangelios de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan nos refieren la
vida y enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.
Ellos deben ser para el católico el libro de mayor estimación y estudio, porque
contienen los ejemplos de¡ divino modelo y las enseñanzas del divino Maestro.
"Tanto enseña Cristo por sus palabras como por sus obras", dice San Agustín. Por
eso todo el Evangelio merece ser atentamente meditado.
Digamos una palabra sobre los símbolos con que se representa a los evangelistas.
Están tomados de los hechos narrados en el primer capítulo de cada Evangelio.
lo . San Mateo empieza su Evangelio por el origen de Cristo en cuanto hombre.
Por eso se le dio por símbolo un rostro humano.
2o. San Marcos empieza por la predicación de San Juan Bautista en el desierto. Su
símbolo es un león, animal del desierto.
3o. San Lucas empieza por el sacrificio de Zacarías, padre del Bautista. Su
símbolo es un ternero, animal por excelencia de los sacrificios.
7
4o. San Juan empieza con una página sublirne sobre la generación eterna del
Verbo. Su símbolo es un águila, animal que se cierne en las alturas.
El profeta Ezequiel (1, 4-12), tiene una visión, de la que también se han tomado
esas figuras.
Veamos algunos datos de cada Evangelista:
SAN MATEO
- Era cobrador de impuestos.
- Uno de los Apóstoles.
- Cita 43 veces el Antiguo Testamento haciendo ver que en Cristo se cumplieron
las profecías.
- Relata el Sermón de la Montaña
Convertir a los judíos, haciéndoles ver que Cristo era el Mesías.
- Escribe hacia el año 50-55; en Arameo quizá en Siria.
SAN MARCOS
-
Era de Jerusalén.
Fue secretario ycompañero de viajes de San Pedro.
No fue de los 12.
Se detiene mas en los hechos que en las palabras de Cristo.
Escribió su Evangelio "a ruegos de los cristianos de Roma".
Fue redactado hacia el año 60, en griego, en Roma.
SAN LUCAS
-Médico de Antioquía.
- Fue secretario y compañero de viajes de San Pablo.
- No fue de los 12.
- Gran Narrador: es el que tiene mejores prendas literarias.
- Es el único que relata la infancia de Cristo.
- Se propone convertir a los paganos, como compañero que era de San Pablo. El
mismo era pagano convertido.
- Escribió el Evangelio hacia el año 62, en griego, parece que en Roma.
SAN JUAN
- Pescador de Galilea.
- Fue uno de los 12. Es llamado "el discípulo amado" de Cristo.
- En su escrito da preferencia a la vida Divina de Cristo. Es quien mejor descubre
los tesoros de su corazón. Narra los discursos de la promesa de la Eucaristía y el
Sermón de la Ultima Cena.
- Quiere probar la Divinidad de Cristo, que empezaba a ser negada por los
primero herejes.
- Intenta completar los otros Evangelios.
- Lo escribió hacia el año 100 en griego, en Efeso.
d) Libros "apócrifos" y biblias protestantes
Un Libro apócrifo es aquél que, teniendo un argumento o título semejante a los
libros inspirados, no tiene un autor cierto y no está incluido en el Canon Bíblico
fijado por la Iglesia, porque no fue divinamente inspirado y por contener algunos
errores.
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¿La Biblia católica y las protestantes son iguales?
¡No! Por desgracia No.
A las biblias protestantes les suprimieron algunos libros que están en la Biblia
católica; por ejemplo: del Antiguo Testamento: Sabiduría, Judit, Tobías,
Eclesiástico y 11 Macabeos y del Nuevo: Epístolas de Santiago, de San Pedro y
San Juan. Además, en los libros que conservan, modifican algunas palabras para
apoyar sus ideas
erróneas.
2.4.2 La Tradición
a) Su naturaleza
Se llama Tradición a la doctrina revelada por Dios que no está contenida en la
Escritura, sino que se ha conservado por diversos medios.
Por eso se dice que la Tradición es "complemento" de la Sagrada Escritura; así,
por ejemplo, no todo lo que Nuestro Señor Jesucristo hizo o dijo fue escrito, y sin
embargo ha sido transmitido infaliblemente, gracias a la asistencia del Espíritu
Santo.
La Tradición ha llegado hasta nosotros por la predicación, la vida misma de la
Iglesia, los escritos de los Santos Padres, la liturgia y otras diferentes formas,
como luego veremos.
b) Valor de la Tradición
La Tradición, acompañada de las debidas condiciones, tiene el mismo valor que la
Sagrada Escritura, porque también es la palabra de Dios, fielmente transmitida
hasta nosotros.
Los protestantes le niegan todo valor, y al hacerlo contradicen a un mismo tiempo
la razón y la Escritura.
El Concilio Vaticano II, en continuidad con el de Trento y con el Vaticano I,
enseña.- "Dios dispuso, con su gran bondad, que todo lo que había revelado para
la salvación detodas las gentes se conservara integro para siempre y se fuera
trasmitiendo a todas las generaciones " (Conc. Vaticano II, Const. dogm. Deí
Verbum, núm. 7).
b. 1 Pruebas de razón
la. La Tradición, esto es, la predicación de los Apóstoles es anterior a la Sagrada
Escritura, y durante muchos años fue la única regla de fe.
En efecto la predicación de los Apóstoles comenzó el mismo año de la muerte de
Cristo (año 33). En cambio los libros de la Sagrada Escritura no fueron escritos
sino desde el año 50 al 100; y sobre todo no fueron conocidos por la Iglesia
universal, sino en el curso de los primeros siglos, porque al principio sólo fueron
conocidos, por las Iglesias particulares a que iban destinados.
Luego, una de dos: o durante estos primeros años y siglos no había en la Iglesia
fuente ninguna defe, lo que es inadmisible, pues equivale a decir que no hubo fe
9
en ellos o hay que admitir una fuente de fe distinta de la Escritura, a saber la
Tradición o enseñanza de los Apóstoles y sus sucesores.
2a. No se puede saber con certeza qué libros contengan en realidad la doctrina de
Cristo, ni cuál sea su verdadero sentido, sino por la enseñanza de la Iglesia.
Luego esta enseñanza es norma o regla importantísima de nuestra fe.
3a. Si la norma de fe fuera sólo la Escritura, y no la enseñanza de la Iglesia, sólo
podrían salvarse los que leen la Escritura; conclusión inadmisible.
En efecto hay muchas personas que no saben leer, o no tienen facilidad de
procurarse una Biblia. Y aquí debemos pensar no sólo en el gran número de
personas ignorantes de nuestros días y países, sino sobre todo en la dificultad
máxima de conseguir una Biblia antes de que se descubriera la imprenta: y en los
cristianos convertidos en tierra de misiones, que no tienen Biblia en el único
idioma que conocen.
b. 2 Pruebas de la Sagrada Escritura
Se prueba que la enseñanza de la Iglesia es fuente de la fe:
lo. Por las palabras de Cristo. Este dijo a los Apóstoles:
"Id y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc. 16, 15) y no "Id y escribid
libros"; y "El que a vosotros oye, a mí me oye"; (Lc. 10,16) y no el que a vosotros
lee.
2o. Por la enseñanza de San Pablo, que escribe así a los fieles de Tesalónica:
"Manteneos firmes en la fe, y conservad las tradiciones que habéis aprendido, ya
por la predicación, ya por mi epístola" (II Tes. 2, 14). Aquí le da exactamente el
mismo valor, como fuente de fe, a su Epístola (Escritura) y a su predicación
(Tradición).
Dice también a Timoteo: "Lo que has oído de mí delante de muchos testigos,
confíalo a otros hombres fieles, capaces de instruir a los demás" (II Tim. 2, 2).
Confía, pues la fe a la enseñanza, ya a la suya propia, ya a la de sus discípulos.
3o - San Juan declara que si se escribiera todo lo que Cristo dijo no cabrían los
libros en el mundo; lenguaje figurado que da a entender que deja sin escribir
muchas cosas acerca de Cristo (cfr. Jn. 21, 25). Dice también en su 2a. carta:
"Aunque tenía muchas cosas que escribimos, no he querido hacerlo por medio de
tinta y papel, porque espero veros y hablaros de viva voz" (II Jn. 12).
Tanto la razón como la Escritura enseñan, pues, el valor de la Tradición como
fuente de la fe. Y los protestantes deben aceptarla si en verdad respetan la
enseñanza de la Escritura.
c) Fuentes de la Tradición
La Tradición se halla contenida principalmente:
lo. en los símbolos de la fe,
2o. en la liturgia y vida de la Iglesia,
3o. en los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia.
c. 1 Símbolos de fe
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Símbolos de fe son ciertas fórmulas que compendian las principales verdades de
ella. Los principales son:
a) El Símbolo de los Apóstoles, que remonta a la edad apostólica. Es el Credo.
b) El Símbolo de San Anastasio (Quicumque), que contiene una amplia
declaración de los misterios de la Santísima Trinidad y la Encarnación.
A los símbolos deben agregarse las Profesiones de Fe, que son también formulas
en que se confiesan los dogmas y se condenan los errores contrarios. La principal
es la ordenada por el Concilio de Trento.
c.2 La liturgia y la vida de la Iglesia.
La Tradición se halla también contenida en los ritos de la liturgia, que muchas
veces son unaconfesión implícita de la fe.
Así, el rito de difuntos es una confesión de la creencia en el Purgatorio, pues ni los
bien aventurados necesitan ayuda, ni los condenados pueden recibirla. La Santa
Misa es una confesión del dogma de la Redención, etc.
Por otra parte, como enseña el Concilio Vaticano II (cfr. Const. dogm. Dei
Verbum), Cristo quiso que su Revelación incluyera no sólo sus enseñanzas orales
sino también su vida y sus obras. Y este ejemplo suyo, continuado en la persona y
ministerio de los póstoles y sus sucesores, plasmado en las instituciones y la vida
y sentir del pueblo cristiano, forma también parte de la Tradición.
El Concilio Vaticano II viene pues a decirnos que, en el fondo, la Tradición no es
otra cosa que la misma Iglesia, que en su doctrina, en su vida y en su culto,
perpetúa y trasmite a todas las neraciones todo lo que ella es y todo lo que Ella
cree (cfr. Dei Verbum, n. 8).
c.3 Padres y Doctores de la Iglesia
a) Padres de la Iglesia son los escritores de la antigüedad cristiana (anteriores al
siglo VII) que se distinguieron por la pureza de su fe y por su santidad. Llámanse
Padres apostólicos a los que conocieron a los Apóstoles, como San Ignacio de
Antioquía, San Policarpo de Esmirna, San Clemente Romano, etc.
b) Doctores de la Iglesia son aquellos escritores que además de distinguirse por la
pureza de su fe y la santidad, destacaron por su ciencia eminente.
Los cuatro grandes doctores en la Iglesia griega son: San Atanasio, San Basilio,
San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo.
Y los cuatro grandes doctores en ía Iglesia latina son: San Ambrosio, San
Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno .
Se distinguen también entre los doctores: San Bernardo, San Anselmo, San
Buenaventura, San Isidoro de Sevilla, San Francisco de Sales, San Juan de la
Cruz, San Alfonso María de Ligorio y sobre todo Santo Tomás de Aquino. Y entre
las mujeres Santa Teresa de Jesús y Santa Teresa de Liseux.
Santo Tomás de Aquino es quizá la mayor luminaria de la Iglesia. Sobresalió
especialmente en Sagrada Teología.
11
Su obra más conocida es la Suma Teológica. En muchos documentos los Papas
han manifestado su voluntad de
que la doctrina de Santo Tomás oriente la enseñanza católica.
Sobre la legitimidad y valor de las diversas fuentes de la Tradición, le compete
juzgar únicamente a la Iglesia Católica, que es Maestra de toda la verdad
revelada, columna y fundamento de la verdad. En otras palabras, la Tradición es
infalible sólo cuando está reconocida y sancionada por el Magisterio de la Iglesia.
2.4.3 El Magisterio de la Iglesia
El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido
encomendado por Dios únicamente al Magisterio de la Iglesia. Ya hemos dicho
cómo es el Magisterio quien sanciona la infalibilidad de una verdad contenida en la
Tradición; ahora nos detendremos a hablar de su intervención respecto a la Biblia.
a) La Iglesia depositaria de la Palabra de Dios
Tres poderes corresponden a la Iglesia respecto a los libros sagrados: fijar su
canon, determinar su sentido y velar por su integridad (cfr. Const. dogm. Dei
Verbum, n. 10)
lo. Fijar el canon de las Escrituras significa determinar qué libros se deben tener
por revelados, y cuáles no.
Canón significa aquí lista u orden de los libros revelados. Cristo, al dejar a su
Iglesia la facultad de velar por su doctrina, tuvo que darle el poder de determinar
en qué libros se hallaba esta doctrina.
De otra suerte los fieles no hubieran sabido a qué atenerse en materia de tanta
trascendencia. Es de advertir que en los primeros siglos muchos libros no
revelados trataron de pasar por revelados.
2o. Determinar el sentido significa interpretar cuál es la verdadera manera de
entenderla, especialmente en los pasajes obscuros y difíciles.
La Sagrada Escritura es un libro divino y misterioso, en el cual, como dice San
Pedro, "Hay cosas difíciles de entender, cuyo sentido falsean los indoctos para su
propia perdición" (II Pe. 3, 16). Habrá muchos pseudoprofetas seguidos por
muchedumbres dice el mismo apóstol (II Pe. 2, 1 y 2).
3o - Velar por su integridad quiere decir estar alerta, para que la Escritura no
vaya a sufrir alteración o menoscabo.
Sólo la Iglesia tiene este triple poder, porque sólo a ella confió Cristo el depósito
de la fe, y le dio la misión de enseñar.
b) Falsedad del libre examen
El libre examen de la Escritura, doctrina fundamental del Protestantismo, consiste
en admitir que cada uno "tiene derecho" de interpretar a su gusto la Sagrada
Escritura.
El libre examen no puede aceptarse, porque resultarían tantas doctrinas e Iglesias
cuantas interpretaciones; y es evidente que Cristono quiso fundar sino una sola
12
Iglesia con una sola doctrina.
Como consecuencia del libre examen el Protestantismo se halla dividido en
innumerables sectas, que profesan doctrinas contradictorias.
Otra prueba de que el libre examen conduce al error, es que los herejes de todos
los tiempos han preferido defender sus errores con falsas interpretaciones de la
Escritura.
Así, en vista del peligro de interpretaciones subjetivas o heterodoxas, la Iglesia
indica que las ediciones de la Sagrada Escritura "sólo pueden publicarse si
sonaprobadas por la Sede Apostólica o por la Conferencia Episcopal" (CIC, c. 825
& l), con notas aclaratorias necesarias y suficientes, porque son muchos los
pasajes difíciles.
2.5 INMUTABILIDAD DEL "DEPOSITO" DE LA REVELACION
La Revelación de Dios a los hombres tiene su culminación en Jesucristo. Ya no es
un mensajero de Dios el que viene a revelar un aspecto del plan salvador: es Dios
mismo el que, en su misma realidad personal, revela el Ser y el actuar divinos.
"Dios últimamente nos ha hablado por medio de su Hijo" (Heb. 1, l). En Jesús
culmina la Revelación, pues es la Palabra, el Verbo hecho carne (cfr. Jn.1,14).
Jesucristo, "con toda su presencia y manifestación, con sus palabras y obras,
prodigios y milagros, y, ante todo, con su muerte y resurrección y, finalmente,
enviando al Espíritu de verdad, culmina plenamente la Revelación" (Const, dogm.
De¡ Verbum, n. 4).
De lo anterior se desprende que con la muerte del último Apóstol -testigo ocular
cualificado-, se cerró el contenido del depósito revelado por Dios.
La Iglesia, que es depositaria de la Palabra de Dios que es inmutable, no puede
quitar o añadir nada.
Puede hablarse, sin embargo, de un progreso en el modo de explicar esas
verdades.
2.5.1 Cierto progreso
Todas las verdades enseñadas por Dios a los hombres están contenidas en la
Escritura y en la Tradición. Pero no se han conocido y profundizado en toda su
amplitud.
De acuerdo con estas dos ideas precisemos en qué sentido se puede admitir el
progreso del dogma católico, y en qué sentido no.
Podemos sentar estos tres principios:
lo. Con la muerte de los Apóstoles quedó terminada la Revelación; y después de
ellos Dios no ha revelado ninguna verdad nueva.
En consecuencia, cuando la Iglesia define solemnemente un nuevo dogma, no
establece una verdad nueva, no contenida en la Escritura y en la Tradición; sino
que por el contrario declara que esta verdad está contenida en la Sagrada
Escritura y en la Tradición; y que por lo mismo hay que admitirla.
13
2o. Los dogmas no pueden cambiar de sentido; pero sí pueden cambiar los
términos en que son expresados.
a) No pueden cambiar de sentido. Repugna que lo que la Iglesia aceptó ayer como
verdadero, hoy lo rechace como falso; o el caso inverso. Ello equivaldría a negar
la asistencia que Dios prometió.
b) Pero sí sucede que los dogmas se pueden expresar con palabras más claras y
precisas.
Ejemplos: El dogma de la Santísima Trinidad se expresó al principio diciendo que
Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Fue Tertuliano quien empleó por primera vez
la fórmula que después quedó definitiva: En Dios hay Tres Personas y una sola es
su Naturaleza.
Desde un principio se admitió que por las palabras de la consagración el pan se
cambia en el cuerpo de Cristo. Pero la palabra transubstanciación (cambio de una
substancia a otra) la empleó por primera vez la Iglesia en el IV Concilio de Letrán
1215).
En consecuencia el dogma es invariable, pero las explicaciones y términos de los
teólogos pueden cambiar. La Iglesia sólo los acepta como la mejor manera de
expresar por el momento el Dogma de que se trata.
3o. El progreso del Dogma consiste en que la Iglesia enseña de modo claro y
explícito, verdades que estaban contenidas en la Escritura y en la Tradición de
modo velado e implícito.
Así el Dogma de la infalibilidad del Papa estaba contenida en forma implícita y
velada en las palabras: "Tú eres Pedro, y sobre ti edificaré mí Iglesia; y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16, 18). O en estas otras,
dirigidas también a San Pedro: "He rogado por ti para que tu fe no perezca, y tú
confirmado en ella confirma a tus hermanos" (Lc. 22, 32).
Y el Concilio Vaticano I definió el dogma de una manera precisa y explícita,
precisando que el Papa es infalible cuando habla de dogma o de moral a toda la
Iglesia en calidad de maestro supremo.
No debe extrañarnos este progreso pues la Sagrada Escritura es un libro lleno de
profunda y misteriosasabiduría, de suerte que no entrega de una vez todas las
verdades que contiene, sino a medida que se estudia y se reflexiona sobre ellas.
Principal > Doctrina > Doctrina Católica
Oración y Revelación
Mediante su revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como
amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía.
La oración cristiana a la luz de la revelación
4. La misma Biblia enseña cómo debe rezar el hombre que recibe la revelación
bíblica. En el Antiguo Testamento se encuentra una maravillosa colección de
oraciones, mantenida viva a lo largo de los siglos en la Iglesia de Jesucristo, que
se ha convertido en la base de la oración oficial: el Libro de los Salmos o Salterio
14
(2). Oraciones del tipo de los Salmos aparecen ya en textos más antiguos o
resuenan en aquellos más recientes del Antiguo Testamento (3). Las oraciones del
libro de los Salmos narran sobre todo las grandes obras de Dios con el pueblo
elegido. Israel medita, contempla y hace de nuevo presente las maravillas de
Dios, recordándolas a través de la oración.
En la revelación bíblica, Israel llega a reconocer y alabar a Dios presente en toda
la creación y en el destino de cada hombre. Le invoca, por ejemplo, como
auxiliador en el peligro y la enfermedad, en la persecución y en la tribulación. Por
último, siempre a la luz de sus obras salvíficas, le alaba en su divino poder y
bondad, en su justicia y misericordia, en su infinita majestad.
5. En el Nuevo Testamento, la fe reconoce en Jesucristo —gracias a sus palabras,
a sus obras, a su Pasión y Resurrección— la definitiva autorrevelación de Dios, la
Palabra encarnada que revela las profundidades más intimas de su amor. El
Espíritu Santo hace penetrar en estas profundidades de Dios: enviado en el
corazón de los creyentes, «todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Co
12). El Espíritu, según la promesa de Jesús a los discípulos, explicará todo lo que
Cristo no podía decirles todavía. Pero el Espíritu «no hablará por su cuenta, ...
sino que me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros»
(Jn 16, 13 s.). Lo que Jesús llama aquí «suyo» es, como explica a continuación,
también de Dios Padre, porque «todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he
dicho: Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros» (Jn 16, 15).
Los autores del Nuevo Testamento, con pleno conocimiento, han hablado siempre
de la revelación de Dios en Cristo dentro de una visión iluminada por el Espíritu
Santo. Los Evangelios sinópticos narran las obras y las palabras de Jesucristo
sobre la base de una comprensión más profunda, adquirida después de la Pascua,
de lo que los discípulos habían visto y oído; todo el evangelio de Juan está
iluminado por la contemplación de Aquel que, desde el principio, es el Verbo de
Dios hecho carne; Pablo, al que Jesús se apareció en el camino de Damasco en su
majestad divina, intenta educar a los fieles para que «podáis comprender con
todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad (del
Misterio de Cristo) y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento,
para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios» (Ef 3, 18 s.). Para
Pablo el «Misterio de Dios es Cristo, en el cual están ocultos todos los tesoros de
la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 3) y —precisa el Apóstol—: «Os digo esto para
que nadie os seduzca con discursos capciosos» (y. 4).
6. Existe, por tanto, una estrecha relación entre la revelación y la oración. La
Constitución dogmática Dei Verbum nos enseña que, mediante su revelación, Dios
invisible, «movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33, 11; Jn
15, 14-15), trata con ellos (cf. Ba 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su
compañía» (4).
Esta revelación se ha realizado a través de palabras y de obras que remiten
siempre, recíprocamente, las unas a las otras; desde el principio y de continuo
todo converge hacia Cristo, plenitud de la revelación y de la gracia, y hacia el don
del Espíritu Santo. Este hace al hombre capaz de recibir y contemplar las palabras
y las obras de Dios, y de darle gracias y adorarle, en la asamblea de los fieles y
en la intimidad del propio corazón iluminado por la gracia.
Por este motivo la Iglesia recomienda siempre la lectura de la Palabra de Dios,
como fuente de la oración cristiana; al mismo tiempo, exhorta a descubrir el
sentido profundo de la Sagrada Escritura mediante la oración «para que se realice
el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios
15
escuchamos cuando leemos sus palabras» (5).
7. De cuanto se ha recordado derivan de inmediato algunas consecuencias. Si la
oración del cristiano debe inserirse en el movimiento trinitario de Dios, también su
contenido esencial deberá necesariamente estar determinado por la doble
dirección de ese movimiento: en el Espíritu Santo, el Hijo viene al mundo para
reconciliarlo con Padre, a través de sus obras y de sus sufrimientos; por otro lado,
el mismo movimiento y en el mismo Espíritu, el Hijo encarnado vuelve al Padre,
cumpliendo su voluntad mediante la Pasión y la resurrección. El «Padre nuestro»,
la oración de Jesús, indica claramente la unidad de este movimiento: La voluntad
del Padre debe realizarse en la tierra como en el cielo (las peticiones de pan, de
perdón, de protección, explicitan las dimensiones fundamentales de la voluntad de
Dios hacia nosotros) para que una nueva tierra viva y crezca en la Jerusalén
celestial.
La oración de Jesús (6) ha sido entregada a la Iglesia («así debéis rezar
vosotros», Mt 6, 9); por esto, la oración cristiana, incluso hecha en soledad, tiene
lugar siempre dentro de aquella «comunión de los santos» en la cual y con la cual
se reza, tanto en forma pública y litúrgica como en forma privada. Por tanto, debe
realizarse siempre en el espíritu auténtico de la Iglesia en oración y, como
consecuencia, bajo su guía, que puede concretarse a veces en una dirección
espiritual experimentada. El cristiano, también cuando está solo y ora en secreto,
tiene la convicción de rezar siempre en unión con Cristo, en el Espíritu Santo,
junto con todos los santos para el bien e la Iglesia (7).
Principal > Oración > Iglesia y Oración > La meditación
Biblia y revelación
Es muy claro que el hombre busca a Dios. Todos los hombres, en todos los
tiempos, buscamos a Dios. Sin embargo, la religión católica es distinta, porque
nos enseña a Dios que busca al hombre, y al buscarlo le va enseñando quién es.
Desde el inicio de los tiempos, la humanidad ha tenido claro que la naturaleza es
algo tan perfecto, con un orden tan sublime, que se debió a una inteligencia
superior que lo creó. Desde los hombres primitivos hasta los físicos modernos
(como Alfredo Kastler, premio Nobel de Física), han llegado a la misma
conclusión: el mundo, el universo, las leyes naturales y la existencia no son fruto
del azar ni de la casualidad. Tuvieron un origen, fueron creados.
Sin embargo, lo mismo el hombre primitivo que veía todos los días el movimiento
del sol, hasta los astrofísicos de hoy con sus asombrosos telescopios, terminan
retornando al mismo origen Creador: Dios.
El hombre, aunque puede entender a Dios a partir de Sus Obras, tiene un
conocimiento, una lógica y una inteligencia limitados. Por eso Dios, Sus Obras y
Su actuar son un misterio que la inteligencia del hombre trata de desentrañar. El
hombre intenta entender ese misterio, eso que está oculto, pero no puede llegar
por sí mismo demasiado lejos. La esencia de Dios, Sus Obras, Sus Planes están a
una altura en la que simplemente el hombre no acaba de comprender.
Dios busca al hombre
16
Sin embargo, así como el Hombre busca a Dios, nos encontramos con que Dios
busca al hombre. Y no solo le busca, sino que va mostrándole poco a poco quién
es. Se va revelando. Revelar significa mostrar algo que estaba oculto. Cuando se
revela una fotografía, se puede ver lo que se plasmó en la película. Revelación
significa quitar el velo que cubre algo.
Sin duda alguna, la Revelación es algo que ha hecho Dios de manera libre, y es
una muestra del gran amor que nos tiene. Pudo dejarnos en el misterio de su
existencia, pero no lo hizo. Pudo dejarnos solos, pero esa no fue Su Voluntad.
Eligió mostrarse a nosotros, y lo hizo porque nos ama. Este acto de amor, lo hace
Dios para que nos unamos a Él, para que lo conozcamos, lo comprendamos y
creamos en Él. Dios nos revela sus misterios para que nos unamos a Él.
Esta Revelación, Dios la hace poco a poco. El Creador se convierte
verdaderamente en un maestro que va enseñando con paciencia, poco a poco
hasta mostrarnos La Verdad (así con mayúsculas).
Ya decíamos antes que la Revelación se hace con obras y con palabras. Los
hombres y mujeres entendemos un poco de Dios por medio de acciones, de
hechos que podemos ver a lo largo del tiempo. Sin embargo, Dios ha querido ser
directo, y para hacerlo nos habla en nuestro propio lenguaje. ¡Qué importante
concepto! Dios nos habla, Dios mismo, el creador del Universo, por pura voluntad
y amor
nos enseña sus misterios de una manera abierta.
La Sagrada Escritura
Esta Revelación de la palabra está contenida en un libro que todos conocemos
como “La Biblia”, y ha sido la Iglesia Católica quien la recibió como en depósito y
la preserva fielmente como el gran tesoro de la Revelación última. Explicaremos
esto:
Dios se fue revelando paulatinamente al hombre (podemos ver muestras de ello a
lo largo de todo el Antiguo Testamento). En estas revelaciones fue preparándonos
para una última, grandiosa y definitiva Revelación. Era tan grande esta
Revelación, que envió a su propio Hijo unigénito a hacerla.
Dios hecho hombre nos enseña con claridad lo que Dios espera de nosotros, y es
una Revelación que verdaderamente asombra. Asombró al pueblo judío, asombró
a escribas y fariseos y nos asombra hoy en día. Dios Padre, envía a Su Único Hijo
para revelarnos La Verdad, y
esa verdad es puesta en manos de los apóstoles y de sus sucesores para
transmitirla. Así entendemos mejor la Revelación que Dios hace
por medio de su Hijo con el Espíritu Santo.
Con los apóstoles, la Iglesia toma un papel fundamental en la Revelación. El
Espíritu Santo asistió a los apóstoles, y es con la muerte del último de ellos
17
cuando se cierra la Revelación pública: Dios ha dicho
todo lo que tenía que decir. Sin embargo el asunto no se planteaba con
tanta facilidad. Tan profundo fue el mensaje de Jesucristo, tan grande fue Su
Revelación, que era (y es) necesario interpretarla adecuadamente. Jesús mismo
no escribió nada. De hecho el único testimonio que tenemos de que escribió algo
fue en la escena del Evangelio en la que estaban a punto de apedrear a la mujer
adúltera. Jesús escribía en el suelo con un dedo (Jn 8, 6). Pero no conocemos
ningún libro que haya escrito, ni un solo pedazo de papel. ¿Cómo pudo ser esto?
Jesús era el Verbo Hecho Carne. Jesucristo no escribió nada, pero
dejó un gran mensaje, un mensaje que además se complementaba y
cumplía con todo lo que se había registrado antes como Revelación
de Dios. Jesús no abolió la escritura, sino que la cumplió.
Pero, si Jesucristo no dejó nada escrito ¿Cómo sabemos lo que hizo? ¿Cómo
sabemos lo que enseñó? ¿Cómo conocemos Su Revelación?
La respuesta la tenemos en la historia del pueblo Judío. La Revelación de Dios se
asentó por escrito en rollos de pergamino que eran celosamente guardados,
cuidadosamente copiados y profundamente venerados. Sin embargo estos escritos
eran tan valiosos en todos los sentidos, que no todo el mundo podía acceder a
ellos. Hoy, todos podemos ir a una librería y por un módico precio conseguir una
Biblia. Para el pueblo Judío de hace tres o cuatro mil años no había esta facilidad.
Por ello, tenían con frecuencia que memorizar pasajes, libros enteros de la
Escritura. Esto sin mencionar que los primeros rollos en los que se asentó por
escrito la Revelación de Dios a los hombres ocurrió bastante tiempo después de
que fue realizada originalmente, pero que había sido, de nuevo, memorizada por
los hebreos. El pueblo judío estaba entrenado para memorizar. Los apóstoles
recordaban con mucha precisión lo que Jesús había dicho y hecho. Formaban
parte de esta cultura que memorizaba todo. Esto nos explica cómo fue que se
escribieron los Evangelios varios años después de que Jesús murió y resucitó.
La Tradición
Tras la Ascensión de Jesús al que enseñaran el Evangelio. Y lo hicieron con celo y
con precisión. Esta Cielo, los apóstoles comunicaron el mensaje de Jesús. El Señor
les dió un mandato imperativo. Esa predicación apostólica se convirtió en la
Tradición de la Iglesia.
Los Apóstoles, bajo el influjo del Espíritu Santo enseñaron
todo lo necesario para que la humanidad pudiera vivir santamente y aumentar su
fe. Los Apóstoles y sus Sucesores, la Iglesia misma, en su doctrina dan una luz a
la Verdad revelada por Dios. Sagrada Escritura y Tradición de la Iglesia provienen
de un mismo origen: Dios, por tanto, “Esta Sagrada Tradición y la Sagrada
Escritura de ambos Testamentos son como un espejo...”
(Dei Verbum, II, 7)
Los propios sucesores de los apóstoles (los Obispos) no solamente conocían con
precisión los términos del evangelio, sino también su espíritu, es decir, cómo
interpretar la Buena Nueva. No era raro que se malinterpretaran las palabras,
hechos o gestos de Jesús. Los sucesores de los apóstoles tuvieron un papel
fundamental en enseñar e interpretar fielmente el espíritu de la Revelación que
había hecho Jesucristo. Y es ahí donde la Iglesia toma un papel fundamental. No
es solo lo que dice la Biblia, sino lo que significa. Esto es lo que conocemos como
18
el Magisterio de la Iglesia.
La interpretación de la Biblia
Para los católicos, la lectura de la Biblia no implica únicamente una interpretación
literal de lo que se lee. Las Biblias católicas contienen notas explicativas en las
que se cita continuamente la interpretación de la Iglesia a cada pasaje. Es
asombroso leer un pasaje de la Biblia, meditarlo, y tratar de entender su
significado, para posteriormente leer las notas y darse cuenta de que se nos
pasaron por alto una infinidad de conceptos, relaciones, ideas y hechos.
Solamente cuando leemos los comentarios e interpretación que la Iglesia
ha hecho sobre cada pasaje de la Escritura, es cuando nos damos cuenta de que
realmente la Biblia en su gran diversidad de libros es una unidad perfecta. Pero
sin leer estas notas, sin atender al Magisterio de la Iglesia, fácilmente podemos
perdernos al tratar de entender la Revelación divina. La Iglesia, en este sentido,
nos lleva de la mano diciéndonos “efectivamente, esto que has pensado e
interpretado tiene su validez, pero no pierdas de vista que...”. Verdaderamente la
Iglesia es una Maestra Inigualable, su Magisterio nos enseña con una precisión
asombrosa el sentido de la Escritura.
Tan profunda es la enseñanza de la Iglesia, que se hace evidente la influencia del
Espíritu Santo al aclarar el sentido de la Revelación.
Revelación, Sagradas Escrituras, Tradición y Magisterio son conceptos que los
católicos nunca debemos dejar de tener en mente al hablar de La Sagrada Biblia.
Resumen
Dios quiso revelarse al hombre en un acto libre y de amor a nosotros. Su
Revelación fue unaenseñanza sabia y paulatina que desde el principio anunciaba
una culminación: la Revelación definitiva. Jesucristo, Dios hecho hombre, realiza
esta Revelación y la confía a los apóstoles, quienes dan testimonio de lo que
vieron, oyeron y vivieron (Tradición) y enseñan –ellos, y los obispos como y sus
sucesores- lo que la Revelación de Dios significa. La Iglesia, fundada por
Jesucristo, enseña (Magisterio) lo que quiere decir la Revelación.
Para Profundizar:
Dei Verbum, Constitución
Apostólica Post Sinodal, Capítulos I y II
Catecismo de la
Iglesia Católica
Revelación:
19
66, 67, 35, 36,
52, 68, 156, 150, 176, 1814, 157, 158, 74, 1960, 544, 2419, 101, 53, 69, 38,
105, 50, 67, 80, 81, 82, 83, 129
Argumentos de la
Revelación:
Puntos 1048, 50,
51, 287, 337, 2060, 2071, 1846, 1701, 2419, 386, 387, 388, 389, 390, 992, 124,
502
La Revelación
de Dios:
2085, 2059, 2070,
2071, 201, 202, 152, 438, 647, 648, 651, 203-214, 2143, 272, 151, 238-42,
2779,
243-248, 237, 732, 561, 516
La Revelación
en la Historia de la Salvación
59, 65-67, 73,
60-64, 72, 55, 54, 70
Transmisión
de la Revelación
81-82
La transmisión por medio de los Apóstoles y los Evangelios
78-79, 82, 77
Principal > Biblia > El ABC de las Sagradas Escrituras
Jesucristo culmina la revelación
1. La fe -lo que encierra la expresión "creo"- está en relación esencial con la
Revelación. La respuesta al hecho de que Dios se revela "a Sí mismo" al hombre,
y simultáneamente desvela ante él el misterio de la eterna voluntad de salvar al
hombre mediante la "participación de la naturaleza divina", es el "abandono en
20
Dios" por parte del hombre, en el que se manifiesta la "obediencia de la fe". La fe
es la obediencia de la razón y de la voluntad a Dios que revela. Esta "obediencia"
consiste ante todo en aceptar "como verdad" lo que Dios revela: el hombre
permanece en armonía con la propia naturaleza racional en este acoger el
contenido de la revelación. Pero mediante la fe el hombre se abandona del todo a
este Dios que se revela a Sí mismo, y entonces, a la vez que recibe el don "de lo
Alto", responde a Dios con el don de la propia humanidad. De este modo, con la
obediencia de la razón y de la voluntad a Dios que revela, comienza un modo
nuevo de existir de toda la persona humana en relación a Dios.
La Revelación -y, por consiguiente, la fe- "supera" al hombre, porque abre ante él
las perspectivas sobrenaturales. Pero en estas perspectivas está puesto el más
profundo cumplimiento de las aspiraciones y de los deseos enraizados en la
naturaleza espiritual del hombre: la verdad, el bien, el amor, la alegría, la paz.
San Agustín expresó esta realidad con la famosa frase: "Nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en Ti" (Confesiones, I, 1).Santo Tomás dedica las
primeras cuestiones de la segunda parte de la Suma Teológica a demostrar, como
desarrollando el pensamiento de San Agustín, que sólo en la visión y en el amor
de Dios se encuentra la plenitud de la realización de la perfección humana y, por
tanto, el fin del hombre. Por esto, la divina Revelación se encuentra, en la fe, con
la capacidad transcendente de apertura del espíritu humano a la Palabra de Dios.
2. La Constitución conciliar Dei Verbum hace notar que esta "economía de la
revelación" se desarrolla desde el principio de la historia de la humanidad. "Se
realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en
la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que
las palabras significan; a la vez, las palabras proclaman las obras y explican su
misterio" (Dei Verbum, 2). Puede decirse que esa economía de la Revelación
contiene en sí una particular "pedagogía divina". Dios "se comunica"
gradualmente al hombre, introduciéndole sucesivamente en su "auto-revelación"
sobrenatural, hasta el culmen, que es Jesucristo.
Al mismo tiempo, toda la economía de la Revelación se realiza como historia de la
salvación, cuyo proceso impregna la historia de la humanidad desde el principio.
"Dios creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres en
la creación un testimonio perenne de Sí mismo; queriendo además abrir el camino
de la salvación sobrenatural, se revelo desde el principio a nuestros primeros
padres" (Dei Verbum, 3).
Así, pues, como desde el principio el "testimonio de la creación habla al hombre
atrayendo su mente hacia el Creador invisible, así también desde el principio
perdura en la historia la auto-revelación de Dios, que exige una respuesta justa
en el "creo" del hombre. Esta Revelación no se interrumpió por el pecado de los
primeros hombres. Efectivamente, Dios "después de su caída, los levantó a la
esperanza de la salvación, con la promesa de la redención: después cuidó
continuamente del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan
la salvación con la perseverancia en las buenas obras. Al llegar el momento, llamó
a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo. Después de la edad de los
Patriarcas. Instruyó a dicho pueblo por medio de Moisés y los Profetas, para que
lo reconociera a El como Dios único y verdadero, como Padre providente y justo
juez; para que esperara al Salvador prometido. De este modo fue preparando a
través de los siglos el camino del Evangelio" (Dei Verbum, 4).
La fe como respuesta del hombre a la palabra de la divina Revelación entró en la
fase definitiva con al venida de Cristo, cuando "al final" Dios "nos habló por medio
de su Hijo" (Heb 1, 1-2).
21
3. "Jesucristo, pues, Palabra hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla
las palabras de Dios y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó. Por
eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre; El, con su presencia y manifestación, con
sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa
resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la
Revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con
nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y para hacernos
resucitar a una vida eterna" (Dei Verbum, 4).
Creer en sentido cristiano quiere decir acoger la definitiva auto-revelación de Dios
en Jesucristo, respondiendo a ella con un "abandono en Dios", del que Cristo
mismo es fundamento, vivo ejemplo y mediador salvífico.
Esta fe incluye, pues, la aceptación de toda la "economía cristiana" de la salvación
como una nueva y definitiva alianza, que "no pasará jamás". Como dice el
Concilio: "no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa
manifestación de Jesucristo nuestro Señor" (Dei Verbum , 4)
Así el Concilio, que en la Constitución Dei Verbum nos presenta de manera
concisa, pero completa, toda la "pedagogía" de la divina Revelación, nos enseña,
al mismo tiempo, qué es la fe, qué significa "creer", y en particular "creer
cristianamente", como respondiendo a la invitación de Jesús mismo; "Creéis en
Dios, creed también en mí" (Jn 14, 1).
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Fe y Revelación
La resurrección culmen de la Revelación
1. En la Carta de San Pablo a los Corintios, recordada ya varias veces a lo largo de
estas catequesis sobre la resurrección de Cristo, leemos estas palabras del
Apóstol: "Sino resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía es también
vuestra fe" (1 Cor 15, 14). Evidentemente, San Pablo ve en la resurrección el
fundamento de la fe cristiana y casi la clave de bóveda de todo el edificio de
doctrina y de vida levantado sobre la revelación, en cuanto confirmación definitiva
de todo el conjunto de la verdad que Cristo ha traído. Por esto, toda la predicación
de la Iglesia, desde los tiempos apostólicos, a través de los siglos y de todas las
generaciones, hasta hoy, se refiere a la resurrección y saca de ella la fuerza
impulsora y persuasiva, así como su vigor. Es fácil comprender el porqué.
2. La resurrección constituía en primer lugar la confirmación de todo lo que Cristo
mismo había ú hecho y enseñado". Era el sello divino puesto sobre sus palabras y
sobre su vida. El mismo había indicado a los discípulos y adversarios este signo
definitivo de su verdad. El ángel del sepulcro lo recordó a las mujeres la mañana
del "primer día después del sábado": "Ha resucitado, como lo había dicho" (Mt 28,
6). Si esta palabra y promesa suya se reveló como verdad también todas sus
demás palabras y promesas poseen la potencia de la verdad que no pasa, como El
mismo había proclamado: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasará" (Mt 24, 35; Mc 13, 31; Lc 21, 33). Nadie habría podido imaginar ni
pretender una prueba más autorizada, más fuerte, más decisiva que la
22
resurrección de entre los muertos. Todas las verdades, también las más
inaccesibles para la mente humana, encuentran, sin embargo, su justificación,
incluso en el ámbito de la razón, si Cristo resucitado ha dado la prueba definitiva,
prometida por El, de su autoridad divina.
3. Así, la resurrección confirma la verdad de su misma divinidad. Jesús había
dicho: "Cuando hayáis levantado (sobre la cruz) al Hijo del hombre, entonces
sabréis que Yo soy" (Jn 8, 28). Los que escucharon estas palabras querían lapidar
a Jesús, puesto que "YO SOY" era para los hebreos el equivalente del nombre
inefable de Dios. De hecho, al pedir a Pilato su condena a muerte presentaron
como acusación principal la de haberse "hecho Hijo de Dios" (Jn 19, 7). Por esta
misma razón lo habían condenado en el Sanedrín como reo de blasfemia después
de haber declarado que era el Cristo, el Hijo de Dios, tras el interrogatorio del
sumo sacerdote (Mt 26, 63-65; Mc 14, 62; Lc 22, 70): es decir, no sólo el Mesías
terreno como era concebido y esperado por la tradición judía, sino el Mesías Señor
anunciado por el Salmo 109/110 (Cfr. Mt 22, 41 ss.), el personaje misterioso
vislumbrado por Daniel (7, 13-14). Esta era la gran blasfemia, la imputación para
la condena a muerte: ¡el haberse proclamado Hijo de Dios! Y ahora su
resurrección confirmaba la veracidad de su identidad divina y legitimaba la
atribución hecha a Si mismo, antes de la Pascua, del "nombre" de Dios: "En
verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, Yo soy" (Jn 8, 58).
Para los judíos ésa era una pretensión que merecía la lapidación (Cfr. Lv 24, 16),
y, en efecto, "tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del
templo" (Jn 8, 59). Pero si entonces no pudieron lapidarlo, posteriormente
lograron "levantarlo" sobre la cruz: la resurrección del Crucificado demostraba, sin
embargo, que El era verdaderamente Yo soy, el Hijo de Dios.
4. En realidad, Jesús aun llamándose a Sí mismo Hijo del hombre, no sólo había
confirmado ser el verdadero Hijo de Dios, sino que en el Cenáculo, antes de la
pasión, había pedido al Padre que revelara que el Cristo Hijo del hombre era su
Hijo eterno: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que el Hijo te
glorifique" (Jn 17, 1). "... Glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu
lado antes que el mundo fuese" (Jn 17, 5). Y el misterio pascual fue la escucha de
esta petición, la confirmación de la filiación divina de Cristo, y más aún, su
glorificación con esa gloria que "tenia junto al Padre antes de que el mundo
existiera": la gloria del Hijo de Dios.
5. En el periodo prepascual Jesús, según el Evangelio de Juan, aludió varias veces
a esta gloria futura, que se manifestaría en su muerte y resurrección. Los
discípulos comprendieron el significado de esas palabras suyas sólo cuando
sucedió el hecho. Así, leemos que durante la primera pascua pasada en Jerusalén,
tras haber arrojado del templo a los mercaderes y cambistas, Jesús respondió a
los judíos que le pedían un "signo" del poder por el que obraba de esa forma:
"Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré... El hablaba del Santuario de
su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus
discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que
había dicho Jesús" (Jn 2,19-22).
También la respuesta dada por Jesús a los mensajeros de las hermanas de
Lázaro, que le pedían que fuera a visitar al hermano enfermo, hacia referencia a
los acontecimientos pascuales: "Esta enfermedad no es de muerte, es para la
gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella" (Jn 11 , 4).
No era sólo la gloria que podía reportarle el milagro, tanto menos cuanto que
provocaría su muerte (Cfr. Jn 11, 46)54); sino que su verdadera glorificación
vendría precisamente de su elevación sobre la cruz (Cfr. Jn 12,32). Los discípulos
23
comprendieron bien todo esto después de la resurrección.
6. Particularmente interesante es la doctrina de San Pablo sobre el valor de la
resurrección como elemento determinante de su concepción cristológica,
vinculada también a su experiencia personal del Resucitado. Así, al comienzo de la
Carta a los Romanos se presenta: "Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por
vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio
de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de
David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por su resurrección de entre los muertos; Jesucristo, Señor nuestro"
(Rom 1, 1-4).
Esto significa que desde el primer momento de su concepción humana y de su
nacimiento (de la estirpe de David), Jesús era el Hijo eterno de Dios, que se hizo
Hijo del hombre. Pero, en la resurrección, esa filiación divina se manifestó en toda
su plenitud con el poder de Dios que, por obra del Espíritu Santo, devolvió la vida
a Jesús (Cfr. Rom 8, 11) y lo constituyó en el estado glorioso de "Kyrios" (Cfr. Flp
2, 9-11; Rom 14, 9; Hech 2, 36), de modo que Jesús merece por un nuevo titulo
mesiánico el reconocimiento, el culto, la gloria del nombre eterno de Hijo de Dios
(Cfr. Hech 13, 33; Hb 1,1-5; 5, 5).
7. Pablo había expuesto esta misma doctrina en la sinagoga de Antioquía de
Pisidia, en sábado, cuando, invitado por los responsables de la misma, tomó la
palabra para anunciar que en el culmen de la economía de la salvación realizada
en la historia de Israel entre luces y sombras, Dios había resucitado de entre los
muertos a Jesús, el cual se había aparecido durante muchos días a los que habían
subido con El desde Galilea a Jerusalén, los cuales eran ahora sus testigos ante el
pueblo. "También nosotros (concluía el Apóstol) os anunciamos la Buena Nueva de
que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al
resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he
engendrado hoy" (Hech 13, 32-33; Cfr. Sal 2, 7).
Para Pablo hay una especie de ósmosis conceptual entre la gloria de la
resurrección de Cristo y la eterna filiación divina de Cristo, que se revela
plenamente en esta conclusión victoriosa de su misión mesiánica.
8. En esta gloria del "Kyrios" se manifiesta ese poder del Resucitado (HombreDios), que Pablo conoció por experiencia en el momento de su conversión en el
camino de Damasco al sentirse llamado a ser Apóstol (aunque no uno de los
Doce), por ser testigo ocular del Cristo vivo, y recibió de El la fuerza para afrontar
todos los trabajos y soportar todos los sufrimientos de su misión. El espíritu de
Pablo quedó tan marcado por esa experiencia, que en su doctrina y en su
testimonio antepone la idea del poder del Resucitado a la de participación en los
sufrimientos de Cristo, que también le era grata: Lo que se había realizado en su
experiencia personal también lo proponía a los fieles como una regla de
pensamiento y una norma de vida: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad
del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor... para ganar a Cristo y ser hallado en
él... y conocerle a él el poder de su resurrección y la comunión en sus
padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la
resurrección de entre los muertos" (Flp 3, 8-11). Y entonces su pensamiento se
dirige a la experiencia del camino de Damasco: "... Habiendo sido yo mismo
alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3, 12).
9. Así pues, los textos referidos dejan claro que la resurrección de Cristo está
estrechamente unida con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: es su
cumplimiento, según el eterno designio de Dios. Más aún, es la coronación
24
suprema de todo lo que Jesús manifestó y realizó en toda su vida, desde el
nacimiento a la pasión y muerte, con sus obras, prodigios, magisterio, ejemplo de
una vida perfecta, y sobre todo con su transfiguración. El nunca reveló de modo
directo la gloria que había recibido del Padre "antes que el mundo fuese" (Jn 17,
5), sino que ocultaba esta gloria con su humanidad, hasta que se despojó
definitivamente (Cfr. Flp 2, 7-8) con la muerte en cruz. En la resurrección se
reveló el hecho de que "en Cristo reside toda la plenitud de la Divinidad
corporalmente" (Col 2, 9; cfr. 1, 19). Así, la resurrección "completa" la
manifestación del contenido de la Encarnación. Por eso podemos decir que es
también la plenitud de la Revelación. Por tanto, como hemos dicho, ella está en el
centro de la fe cristiana y de la predicación de la Iglesia.
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Redención > La Resurección
Características de la fe
1. Hemos dicho varias veces en estas consideraciones, que la fe es la respuesta
particular del hombre a la Palabra de dios que se revela a Sí mismo hasta la
revelación definitiva en Jesucristo. Esta respuesta tiene, sin duda, un carácter
cognoscitivo; efectivamente, da al hombre la posibilidad de acoger este
conocimiento (auto-conocimiento) que Dios "comparte con él".
La aceptación de este conocimiento de Dios, que en la vida presente es siempre
parcial, provisional e imperfecto, da, sin embargo, al hombre la posibilidad de
participar desde ahora en la verdad definitiva y total, que un día le será
plenamente revelada en la visión inmediata de Dios. "Abandonándose totalmente
a Dios", como respuesta a la auto-Revelación, el hombre participa en esta verdad.
De tal participación toma origen una nueva vida sobrenatural, a la que Jesús
llama "vida eterna" (Jn 17, 3) y que, con la Carta a los Hebreos, puede definirse
"vida mediante la fe": "mi justo vivirá de la fe" (Heb 10, 38).
2. Si queremos profundizar, pues, en la comprensión de lo que es la fe, de lo que
quiere decir "creer", lo primero que se nos presenta es la originalidad de la fe en
relación con el conocimiento racional de Dios, partiendo "de las cosas creadas".
La originalidad de la fe está ante todo en su carácter sobrenatural. Si el hombre
en la fe da la respuesta a la "auto-Revelación de Dios" y acepta el plan divino de
la salvación, que consiste en la participación en la naturaleza y en la vida íntima
de Dios mismo, esta respuesta debe llevar al hombre por encima de todo lo que el
ser humano mismo alcanza con las facultades y las fuerzas de la propia
naturaleza, tanto en cuanto a conocimiento como en cuanto a voluntad:
efectivamente, se trata del conocimiento de una verdad infinita y del
cumplimiento transcendente de las aspiraciones al bien y a la felicidad, que están
enraizadas en la voluntad, en el corazón: se trata, precisamente, de la "vida
eterna".
"Por medio de la revelación divina -leemos en la Constitución Dei Verbum- Dios
quiso manifestarse a Sí mismo y sus planes de salvar al hombre, para que el
hombre se haga partícipe de los bienes divinos, que superan totalmente la
25
inteligencia humana" (n.6). La Constitución cita aquí las palabras del Concilio
Vaticano I (Cons. Dei Filius , 12), que ponen de relieve el carácter sobrenatural de
la fe.
Si, pues, la respuesta humana a la auto-revelación de Dios, y en particular a su
definitiva auto-revelación en Jesucristo, se forma interiormente bajo la potencia
luminosa de Dios mismo que actúa en lo profundo de las facultades espirituales
del hombre, y, de algún modo, en todo el conjunto de sus energías y
disposiciones. Esa fuerza divina se llama gracia, en particular, la gracia de la fe.
3. Leemos también en la misma Constitución del Vaticano II: "Para dar esta
respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda,
junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a
Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la
verdad (palabras del Concilio Arausicano II). Para que el hombre pueda
comprender cada vez más profundamente la Revelación, el Espíritu Santo
perfecciona constantemente la fe con sus dones" (Dei Verbum , 5).
La Constitución Dei Verbum se pronuncia de modo sucinto sobre el tema de la
gracia de la fe; sin embargo, esta formulación sintética es completa y refleja la
enseñanza de Jesús mismo, que ha dicho: "Nadie puede venir a mí si el Padre,
que me ha enviado, no lo atrae" (Jn 6, 44). La gracia de la fe es precisamente
esta "atracción" por parte de Dios, ejercida en relación con la esencia interior del
hombre, e indirectamente de toda la subjetividad humana, para que el hombre
responda plenamente a la "auto-revelación" de Dios en Jesucristo, abandonándose
a El. Esa gracia previene el acto de fe, lo suscita, sostiene y guía; su fruto es que
el hombre se hace capaz ante todo de "creer a Dios" y cree de hecho. De este
modo, en virtud de la gracia proveniente y cooperante se instaura una "comunión"
sobrenatural interpersonal que es la misma viva estructura que sostiene la fe,
mediante la cual el hombre, que cree en Dios, participa de su "vida eterna":
"conoce al Padre y a su enviado Jesucristo" (Cfr. Jn 17, 3) y, por medio de la
caridad entra en una relación de amistad con ellos (Cfr. Jn 14, 23; 15, 15).
4. Esta gracia es fuente de la iluminación sobrenatural que "abre los ojos del
espíritu"; y, por lo mismo, la gracia de la fe abarca particularmente la esfera
cognoscitiva del hombre y se centra en ella. Logra de ella la aceptación de todos
los contenidos de la Revelación en los cuales se desvelan los misterios de Dios y
los elementos del plan salvífico respecto al hombre. Pero, al mismo tiempo, la
facultad cognoscitiva del hombre bajo la acción de la gracia de la fe tiende a la
comprensión cada vez más profunda de los contenidos revelados, puesto que
tiende hacia la verdad total prometida por Jesús (Cfr. Jn 16, 13), hacia la "vida
eterna". Y en este esfuerzo de comprensión creciente encuentra apoyo en los
dones del Espíritu Santo, especialmente en los que perfeccionan el conocimiento
sobrenatural de la fe: ciencia, entendimiento, sabiduría.
Según este breve bosquejo, la originalidad de la fe se presenta como una vida
sobrenatural, mediante la cual la "auto-revelación" de Dios arraiga en el terreno
de la inteligencia humana, convirtiéndose en la fuente de la luz sobrenatural, por
la que el hombre participa, en la medida humana, pero a nivel de comunión
divina, de ese conocimiento, con el que Dios se conoce eternamente a Sí mismo y
conoce toda otra realidad en Sí mismo.
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Fe y Revelación
El carácter de la fe
1. Si la originalidad de la fe consiste en el carácter de conocimiento esencialmente
sobrenatural, que proviene de la gracia de Dios y de los dones del Espíritu Santo,
igualmente se debe afirmar que la fe posee una originalidad auténticamente
humana. En efecto, encontramos en ella todas las características de la convicción
racional y razonable sobre la verdad contenida en la divina Revelación. Esta
convicción -o sea, certeza- corresponde perfectamente a la dignidad de la persona
como ser racional y libre.
Sobre este problema es muy iluminadora, entre los documentos del Concilio
Vaticano II, la Declaración Dignitatis humanae. En ella, leemos, entre otras cosas:
"Es uno de los capítulos principales de la doctrina católica, contenido en la Palabra
de Dios y predicado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe
responder voluntariamente a Dios, y que, por tanto, nadie debe ser forzado a
abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia
naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado en
Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que se revela a Sí
mismo, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y
libre de la fe. Está, por consiguiente, en total acuerdo con la índole de la fe el
excluir cualquier género de coacción por parte de los hombres en materia
religiosa" (Dignitatis humanae, 10).
"Dios llama ciertamente a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por este
llamamiento quedan ellos obligados en conciencia, pero no coaccionados. Porque
Dios tiene en cuenta la dignidad de la persona humana, que El mismo ha creado,
y que debe regirse por su propia determinación y usar la libertad. Esto se hizo
patente sobre todo en Cristo Jesús." (n.11).
2. Y aquí el documento conciliar explica de que modo Cristo trató de "excitar y
robustecer la fe de los oyentes", excluyendo toda coacción. En efecto, El dio
testimonio definitivo de la verdad de su Evangelio mediante la cruz y la
resurrección, "pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían
Cían". "Su reino. se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído, y
crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae los hombres a Sí
mismo" (n.11). Cristo encomendó luego a los Apóstoles el mismo modo de
convencer sobre la verdad del Evangelio.
Precisamente, gracias a esta libertad, la fe -lo que expresamos con la palabra
"creo"- posee su autenticidad y originalidad humana, además de divina. En efecto,
ella expresa la convicción y la certeza sobre la verdad de la revelación, en virtud
de un acto de libre voluntad. Esta voluntariedad estructural de la fe no significa en
modo alguno que el creer sea "facultativo", y que por lo tanto, sea justificable una
actitud de indiferentismo fundamental; sólo significa que el hombre está llamado
a responder a la invitación y al donde Dios con la adhesión libre y total de sí
mismo. 3. El mismo documento conciliar, dedicado al problema de la libertad
religiosa, pone de relieve muy claramente que la fe es una cuestión de conciencia.
"Por razón de su dignidad, todos los hombres, por ser personas, es decir, dotados
de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad
personal, son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además
tienen la obligación moral de buscarla, sobre todo, la que se refiere a la religión.
27
Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar su vida
según las exigencias de la verdad" (n.2). Si éste es el argumento esencial a favor
del derecho a la libertad religiosa, es también el motivo fundamental por el cual
esta misma libertad debe ser correctamente comprendida y observada en la vida
social.
4. En cuanto a las decisiones personales, "cada uno tiene la obligación, y en
consecuencia también el derecho, de buscar la verdad en materia religiosa, a fin
de que, utilizando los medios adecuados, llegue a formarse prudentemente juicios
rectos y verdaderos de conciencia. Ahora bien, la verdad debe buscarse de modo
apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, mediante
la libre investigación, con la ayuda del magisterio o enseñanza, de la
comunicación y del diálogo, por medio de los cuales los hombres se exponen
mutuamente la verdad que han encontrado o juzgan haber encontrado para
ayudarse unos a otros en la búsqueda de la verdad; y una vez conocida ésta, hay
que adherirse firmemente a ella con asentimiento personal"(n.3).
En estas palabras hallamos una característica muy acentuada de nuestro "credo"
como acto profundamente humano, que responde a la dignidad del hombre en
cuanto persona. Esta correspondencia se manifiesta en la relación con la verdad
mediante la libertad interior y la responsabilidad de conciencia del sujeto
creyente.
Esta doctrina, inspirada en la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa
Dignitatis humanae, sirve también para hacer comprender lo importante que es
una catequesis sistemática, tanto porque hace posible el conocimiento de la
verdad sobre el proyecto de Dios, contenido en la divina Revelación, como porque
ayuda a adherirse cada vez más a la verdad ya conocida y aceptada mediante la
fe.
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Fe y Revelación
La fe y la Palabra de Dios
1. Reanudamos el tema sobre la fe. Según la doctrina contenida en la Constitución
Dei Verbum, la fe cristiana es la respuesta consciente y libre del hombre a la
auto-revelación de Dios, que llegó a su plenitud en Jesucristo. Mediante lo que
San Pablo llama "la obediencia de la fe" (Cfr. Rom 16, 26; 1,5; 2 Cor 10, 5-6),
todo el hombre se abandona a Dios, aceptando como verdad lo que se contiene en
la palabra divina de la Revelación. La fe es obra de la gracia que actúa en la
inteligencia y en la voluntad del hombre, y, a la vez, es un acto consciente y libre
del sujeto humano.
La fe, don de Dios al hombre, es también una virtud teologal y simultáneamente
una disposición estable del espíritu, es decir, un hábito o actitud interior duradera.
Por esto exige que el hombre creyente la cultive siempre, cooperando activa y
conscientemente con la gracia que Dios le ofrece.
2. Puesto que la fe encuentra su fuente en la Revelación divina, un aspecto
esencial de la colaboración con la gracia de la fe se da por el constante y, en
cuanto sea posible, sistemático contacto con la Sagrada Escritura, en la que se
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nos ha transmitido la verdad revelada por Dios en su forma más genuina. Esto
halla expresión múltiple en la vida de la Iglesia, como leemos también en la
Constitución Dei Verbum.
"Toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de
alimentar y regir con la Sagrada Escritura. En los libros sagrados hay puestos
tanta eficacia y poder, que constituyen sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de
fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual.
Por eso se aplica a la Escritura de modo especial aquellas palabras: la palabra de
Dios es viva y enérgica (Heb 4, 12), "puede edificar y dar la herencia a todos los
consagrados" (Hech 20, 32; cfr. 1 Tes 2, 13)" (n.21).
3. He aquí por qué la Constitución Dei Verbum, refiriéndose a la enseñanza de los
Padres de la Iglesia, no duda en poner juntas las "dos mesas", es decir, la mesa
de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor, y hace notar que la Iglesia no
cesa "sobre todo en la sagrada liturgia de tomar el pan de la vida" de ambas
mesas, "y de repartirlo a sus fieles" (Cfr. n.21). Efectivamente la Iglesia siempre
ha considerado y continúa considerando la Sagrada Escritura, juntamente con la
Sagrada Tradición, "como suprema norma de su fe" (Ib.), y como tal la ofrece a
los fieles para su vida cotidiana.
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Fe cristiana y religiones no cristianas
1. La fe cristiana se encuentra en el mundo con varias religiones que se inspiran
en otros maestros y en otras tradiciones, al margen del filón de la revelación.
Ellas constituyen un hecho que hay que tener en cuenta. Como dice el Concilio,
los hombres esperan de las diversas religiones "la respuesta a los enigmas
recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente
su corazón: ¿Qué es el hombre? Cuál es el sentido y fin de nuestra vida?. ¿Qué es
el bien y que es el pecado?. ¿Cuál es el origen y el fin del dolor?. ¿Cuál es el
camino para conseguir la verdadera felicidad?. ¿Qué es la muerte, el juicio, y cuál
es la retribución después de la muerte?. ¿Cual es, finalmente, aquel último e
inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el
cual nos dirigimos" (Nostra aetate, 1).
De este hecho parte el Concilio en la Declaración Nostra Aetate sobre las
relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Es muy significativo que el
Concilio se haya pronunciado sobre este tema. Si creer de modo cristiano quiere
decir responder a la auto-revelación de Dios, cuya plenitud está en Jesucristo, sin
embargo, esta fe no evita, especialmente en el mundo contemporáneo, una
relación consciente con las religiones no cristianas, en cuanto que en cada una de
ellas se expresa de algún modo "aquello que es común a los hombres y conduce a
la mutua solidaridad" (n.1). La Iglesia no desecha esta relación, más aún, la
desea y la busca. Sobre el fondo de una amplia comunión en los valores positivos
de espiritualidad y moralidad, se delinea ante todo la relación de la "fe" con la
"religión" en general, que es un sector especial de la existencia terrena del
hombre. El hombre busca en la religión la respuesta a los interrogantes arriba
enumerados y establece de modo diverso su relación con el "misterio que
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envuelve nuestra existencia". Ahora bien, las diversas religiones no cristianas son,
ante todo, la expresión de esta búsqueda por parte del hombre, mientras que la fe
cristiana que tiene su base en la Revelación por parte de Dios. Y en esto consiste a pesar de algunas afinidades en otras religiones- su diferencia esencial en
relación con ellas.
2. La Declaración Nostra Aetate, sin embargo, trata de subrayar las afinidades.
Leemos: "Ya desde la antigüedad y hasta nuestras días se encuentran en los
diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se haya
presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y
a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre.
Sensibilidad y conocimiento que penetran toda la vida humana, y un íntimo
sentido religioso" (n.2). A este propósito podemos recordar que desde los
primeros siglos del cristianismo se ha querido ver la presencia inefable del Verbo
en las mentes humanas y en las realizaciones de cultura y civilización:
"Efectivamente, todos los escritores, mediante la innata semilla del Logos,
injertada en ellos, pudieron entrever oscuramente la realidad" , ha puesto de
relieve San Justino (II, 13, 3), el cual, con otros Padres, no ha dudado en ver en
la filosofía una especie de "revelación menor".
Pero en esto hay que entenderse. Ese "sentido religioso", es decir, el conocimiento
religioso de Dios por parte de los pueblos, se reduce al conocimiento de que es
capaz el hombre con las fuerzas de su naturaleza, como hemos visto en su lugar;
al mismo tiempo, se distingue de las especulaciones puramente racionales de los
filósofos y pensadores sobre el tema de la existencia de Dios. Ese conocimiento
religioso implica a todo el hombre y llega a ser en él un impulso de vida. Se
distingue, sobre todo, de la fe cristiana, ya sea como conocimiento fundado en la
Revelación, ya como respuesta consciente al don de Dios que está presente y
actúa en Jesucristo. Esta distinción necesaria no excluye, repito, una afinidad y
una concordancia de valores positivos, lo mismo que no impide reconocer, con el
Concilio, que las diversas religiones no cristianas (entre las cuales en el
Documento conciliarse recuerdan especialmente el hinduismo y el budismo, de los
que se traza un breve perfil) "se esfuerzan por responder de varias maneras a la
inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas
de vida y ritos sagrados" (n.2).
3. "La Iglesia católica -continúa el Documento- considera con sincero respeto los
modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en
muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un
destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (n.2). Mi predecesor
Pablo VI, de venerada memoria, puso de relieve de modo sugestivo esta posición
de la Iglesia en la Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi". He aquí sus
palabras que sintonizan con textos de los antiguos Padres: "Ellas (las religiones no
cristianas) llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios,
búsqueda incompleta pero hecha frecuentemente con sinceridad y rectitud de
corazón. Poseen un impresionante patrimonio de textos profundamente religiosos.
Han enseñado a generaciones de personas a orar. Todas están llenas de
innumerables semillas del Verbo y constituyen una auténtica preparación
evangélica" (n.53).
Por esto, también la Iglesia exhorta a los cristianos y a los católicos a fin de que
"mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando
testimonio de la fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos
bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que en ellos
existen" (n.2).
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4. Se podría decir, pues, que creer de modo cristiano significa aceptar, profesar y
anunciar a Cristo que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn. 14, 6), tanto más
plenamente cuanto más se ponen de relieve los valores de las otras religiones, los
signos, los reflejos y como los presagios de El.
5. Entre las religiones no cristianas merece una atención particular la religión de
los seguidores de Mahoma, a causa de su carácter monoteísta y su vínculo con la
fe de Abrahán, a quien San Pablo definió el "padre. de nuestra fe (cristiana)" (Cfr.
Rom 4, 16).
Los musulmanes "Adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y
todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos
ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios
Abrahán, a quien la fe islámica mira con complacencia". Pero aún hay más: los
seguidores de Mahoma honran también a Jesús: "Aunque no reconocen a Jesús
como Dios, lo veneran como Profeta; honran a María, su Madre virginal, y a veces
también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y
honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno" (n.3).
6. Una relación especial -entre las religiones no cristianas- es la que mantiene la
Iglesia con los que profesan la fe en la Antigua Alianza, los herederos de los
Patriarcas y Profetas de Israel. Efectivamente, el Concilio recuerda "el vínculo con
que el pueblo del Nuevo Testamento está unido con la estirpe de Abrahán" (n.4).
Este vínculo, al que ya aludimos en la catequesis dedicada al Antiguo Testamento,
y que nos acerca a los judíos, se pone una vez más de relieve en la Declaración
Nostra Aetate, al referirse a esos comunes inicios de la fe, que se encuentran en
los Patriarcas, Moisés y los Profetas. La Iglesia "reconoce que todos los cristianos,
hijos de Abrahán según la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca.
La Iglesia no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento,
por medio de aquel pueblo con el que Dios, por su inefable misericordia, se dignó
establecer la Antigua Alianza" (n.4). De este mismo Pueblo proviene "Cristo según
la carne" (Rom 9, 5), Hijo de la Virgen María, así como también son hijos de él
sus Apóstoles.
Toda esta herencia espiritual, común a los cristianos y a los judíos, constituye
como un fundamento orgánico para una relación recíproca, aun cuando gran parte
de los hijos de Israel "no aceptaron el Evangelio". Sin embargo, la Iglesia
(juntamente con los Profetas y el Apóstol Pablo) "espera el día que sólo Dios
conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y le
servirán como un sólo hombre (Sof 3, 9)"(n.4).
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