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Transcript
Paralaje Número 1/Dossier
Valeria Cabrera
EL DISCURSO DE LA AMISTAD EN FILOSOFÍA Y POLÍTICA
Valeria Cabrera Jorquera*
Resumen
La amistad, que parece tocarnos a todos, en cada caso a cada uno y a cada
uno siempre en relación con algún otro o con algo otro, se torna escurridiza en
la medida en que escapa del mero ámbito de la definición, y se desliza aún más
hacia lo inaprehensible cuando se la piensa en relación con la filosofía y con la
política: hay en ella un sesgo inquietante que viene a subvertir los valores, si se
quiere, moralizantes, con los que la tradición ha tratado de recubrirla. Haciendo
caso de este sesgo, se abordan aquí fragmentos del pensamiento de Deleuze,
Derrida, Nietzsche y Blanchot en tanto tienen algo que decir acerca de una
irreductibilidad subversiva desde la que emerge el pathos de la amistad en
filosofía.
Descriptores: amistad-resistencia-necesidad-determinación-imposibilidad.
Introducción
El tema propuesto para este Dossier es parte de un debate conjunto que se desarrolló,
durante el primer semestre académico de 2008, entre un grupo de estudiantes del Programa
de Postgrado en Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Es preciso
señalarlo pues en el presente texto se abordan algunas aristas que, tanto la proposición del
tema de la amistad como su debate suscitaron y, además, aborda algunas implicaciones que,
ya en particular, se han logrado desprender en torno al vínculo entre filosofía y amistad.
*
Licenciada en Filosofía y Profesora de Filosofía por la Universidad de Valparaíso; Magíster en
Comunicación y Sociedad por FLACSO-Ecuador. Estudiante de Doctorado en Filosofía de la Pontificia
Universidad Católica de Valparaíso. E-mail: [email protected]
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Comenzaremos, entonces, con un pequeño relato cuya intención es hacer ver por qué nos
surgió esta suerte de extravagancia en la que, en definitiva, se convirtió el asentir a la
necesidad de pensar la amistad en filosofía.
El tema me había inquietado personalmente el año 2007 a raíz de lo siguiente: los
estudiantes nos encontrábamos semanalmente en las clases impartidas para nosotros en las
aulas de la universidad, en donde, como es de entender, se adoptaba y se adopta una actitud
interesada, solemne, seria y rigurosa ante la filosofía. Después de las clases, como es usual
también, un grupo se reunía a seguir la conversación en el bar. Ahora bien, quienes
llegaban a esta instancia éramos pocos, los menos y, además, los temas propios de la
filosofía se nos desvanecían prontamente en conversaciones sobre otras cosas. Sin
embargo, algo siempre quedaba, un resto se mantenía indemne pues lo que nos reunía a
todos era, finalmente, la filosofía.
En este contexto, digamos, amistoso, nos propusimos abordar el tema de la amistad
como una instancia en la que fuera posible pensar lo propio de la actividad filosófica,
partiendo de la tradición misma, que reconoce que la filosofía es, ante todo, una philia, una
amistad o un amor por el Saber y que ella se practica, como bien se dice “entre amigos”
(aunque como bien se dice también “entre enemigos”). Una vez tomada la decisión, se
extendió la invitación a los estudiantes y profesores. Hubo dos reacciones distinguibles: la
primera, una aceptación un tanto fría, formal, a pesar de haber comprendido de inmediato el
sentido de lo planteado; y la otra, aún menos acogedora y en una actitud de franca
sospecha, se distanció de la propuesta con una negativa a identificarse con algo así como la
proposición de instalar una comunidad ética basada en la amistad, ¿esto por el horror que a
los filósofos les produce cualquier intención que se conduzca hacia la conformación de una
comunidad?
Hasta el día de su finalización, la mención del tema y del grupo de discusión que se
congregó en torno al análisis de la amistad, generó comentarios irónicos y explicaciones
nerviosas. La mayoría de estas reacciones, por supuesto, encontraron su lugar al momento
de introducirnos en el análisis mismo de la amistad. Eso sí, antes de todo análisis ya
sabíamos algo: la amistad, su problematización o su experiencia, no es algo que los
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filósofos quieran tratar, la mención de la amistad en las arenas académicas de la filosofía
produce a lo menos escozor, y pone a esta comunidad –que se quiere sin comunidad–
quisquillosa.
1. Filosofía
¿De qué se trata al hablar de la amistad en filosofía? ¿De qué o de quién se es amigo
cuando se es amigo en filosofía? Podemos partir asintiendo sobre el hecho de que la
filosofía siempre está en relación con alguien, con el filósofo, en primera instancia, y ya en
el nombre de ambos, en el de la filosofía y en el del filósofo, están implicados los términos
griegos philos, amor, y philein, amigo.
En su texto ¿Qué es la filosofía? 1, Deleuze y Guattari necesitan, para responder a esta
pregunta fundamental, explicar, antes que todo, qué es el ‘Amigo’ en filosofía. Y en efecto
lo hacen de este modo pues en la definición del filósofo, de aquél de quien se dice que “es
amigo de la sabiduría”, es en donde se encontrará un gesto inaugural de la filosofía en tanto
que el filósofo se distinguirá, en primerísimo lugar, de la figura del sabio, distinguiendo
junto con ello a la filosofía de la sabiduría y, aún más, estableciendo una distancia fundante
entre filosofía y sabiduría, distancia que al mismo tiempo se sostiene por la mediación de la
amistad. Surge con ello entonces la pregunta acerca de quién será el filósofo cuando se
distingue del sabio inaugurando de este modo la filosofía2.
Lo sabemos de antemano. En principio los filósofos serán los amigos de la Sabiduría,
lo que quiere decir que, a diferencia de los Sabios, los filósofos no poseen formalmente la
Sabiduría. ¿Qué se puede desprender aquí sobre la amistad? Lo primero: que formalmente o
por definición, la amistad no posee. A lo que podemos agregar, que el amigo no posee y
que la amistad se sostiene, más que en una relación a secas, en una relación como vínculo,
pues, las relaciones, si bien todas posibles, no son todas necesarias. Respecto de esto cabe
preguntar entonces: ¿con qué se relacionaría necesariamente el filósofo?
1
DELEUZE, Gilles y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, traducción de Thomas Kauf,
Barcelona, 2001, págs. 8- 9.
2
Ibíd.
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La tesis de Deleuze y Guattari sostiene que el filósofo es una presencia intrínseca al
pensamiento, necesariamente vinculada a él, “una condición de posibilidad del
pensamiento mismo, una categoría viva, una vivencia trascendente”3. Dentro de los
márgenes de esta vinculación irreductible en la que aparece el filósofo como amigo de la
sabiduría, Deleuze y Guattari definen aún más su necesidad: la necesidad del filósofo sería
la de crear conceptos, pero, evidentemente, no se tratará de proponer la creación de
conceptos por la creación de conceptos, sino que éstos tendrían que estar comprometidos
con una necesidad. Ahora bien, ¿a qué necesidad respondería la creación de conceptos?
Ésta es una pregunta muy importante pues a partir de ella quedará establecida la diferencia
entre filosofía y reflexión, entre filosofía y contemplación, entre filosofía y comunicación e
información, pues, ni la reflexión, ni la contemplación, ni la comunicación, ni la
información crean algo, mucho menos un concepto, en definitiva, no crean nada en cuanto
en todas estas actividades se da una relación con algo determinado ya antes de entrar en
relación con él.
En todo acto de creación, dirá Deleuze en su texto “¿Qué es el acto de creación?”4,
son elementales la necesidad, el compromiso y la resistencia. Allí donde hay necesidad de
un concepto, el filósofo se sentirá comprometido a crearlo, pero su creación, a su vez, debe
resistir a algo. Y la resistencia se pone siempre en tensión o con imposiciones o con
tentaciones y, cuando se resiste, se lo hace asumiendo un compromiso con algo otro de lo
que se impone, con algo otro frente a lo que se está tentado. Caben más preguntas entonces,
pues ¿con qué estaría comprometido el filósofo?, ¿a qué debería resistir cuando asume la
tarea de crear conceptos? Si la creación excede necesariamente el ámbito de lo
determinado, y si toda creación se resiste a formar parte de un orden ya dado, el filósofo,
este amigo del saber, tendría que resistir a toda determinación metafísica, a toda
determinación práctica, a toda determinación comunicable, pues, su compromiso con la
necesidad de la libre creación le impediría inclinarse a la tentación de hacer de la filosofía
una disciplina que busca determinaciones; en este sentido, el filósofo resiste también a la
3
Ibíd., p. 9.
DELEUZE, Gilles, “¿Qué es el acto de creación?”, traducción al castellano de la conferencia dada en 1987,
en Institución y Sociedad, http://www.dialogica.com.ar/iys/2007/02/que_es_el_acto_de_creacion_gil.html
4
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muerte, y lo hace en varios sentidos, pero en lo que respecta al acto de creación y a la
filosofía, tiene que ver con el hecho de que lo determinado de alguna u otra manera mata.
Hay en esta curva hacia la resistencia, además, una impronta nietzscheana que se cuela
y se deja ver en la tarea de este filósofo creador de conceptos que proponen Deleuze y
Guattari: hay también una vinculación con la sospecha que inquieta y corrompe en su base
a la concepción de la amistad con la que tradicionalmente nos relacionamos. ¿Acaso la
relación de amistad que mantiene el filósofo con la sabiduría tiene que ver con algo así
como con una confianza en ella?
“Nietzsche determinó la tarea de la filosofía cuando escribió: «Los
filósofos ya no deben darse por satisfechos con aceptar los conceptos que se les
dan para limitarse a limpiarlos y a darles lustre, sino que tienen que empezar
por fabricarlos, crearlos, plantearlos y convencer a los hombres de que recurran
a ellos. Hasta ahora, en resumidas cuentas, cada cual confiaba en sus conceptos
como en una dote milagrosa procedente de un mundo igual de milagroso», pero
hay que sustituir la confianza por la desconfianza, y de lo que más tiene que
desconfiar el filósofo es de los conceptos mientras no los haya creado él
mismo”5.
¿En qué podría confiar el filósofo creador? Cada cual, cada filósofo, siempre más de
uno, y siempre más de un concepto. ¿Cómo se resolverá esta pluralidad de filósofos y de
conceptos? Otra vez la amistad. Si tal como lo proponen Deleuze y Guattari, en el ejercicio
de la filosofía se requiere de una necesaria desconfianza sobre los conceptos, una
desconfianza sobre aquellos conceptos no creados por “nosotros mismos”, se pone
inmediatamente en juego otra cuestión: la de saber cómo relacionarnos con aquellos otros,
filósofos, que a su vez crean conceptos y que tratan de convencernos que recurramos a
ellos.
Hay más de uno. No hay filósofo, hay filósofos, hay plural. Y esta pluralidad
converge, sin embargo, siempre en el mismo punto, en la filosofía, necesariamente allí, en
el lugar donde se disputan los conceptos. Así pues, la amistad vuelve aquí más que con
pretensiones redentoras, más que como un lugar en cual sentirse seguros y confiados, como
5
DELEUZE, ¿Qué es la filosofía?, ed. cit. p.11.
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lugar de ida y venida, como espacio de circulación posible para la creación, como espacio
de circulación de más de uno siempre y siempre, sobre todo, en libertad. De acuerdo con
esto, la filosofía habrá de ser un espacio de libre disputa, necesariamente creadora, de los
conceptos, y el filósofo una vivencia trascendente dentro de ella, su condición de
posibilidad6. Así, la amistad, cuando se la detenta, sobre todo en el caso del filósofo,
alberga en sí a la rivalidad. Hay disputa entonces, disputa por el concepto, disputa que
como tal no cesa jamás; podemos decir con ello, que ese es el pathos de la amistad en
filosofía:
“Amigo de Platón, pero más aún amigo de la sabiduría, de lo verdadero o
del concepto, Filaleto y Teófilo… El filósofo es un especialista en conceptos y,
a falta de conceptos, sabe cuáles son inviables, cuáles no resisten ni un
momento, y cuáles por el contrario, están bien concebidos y ponen de
manifiesto una creación incluso perturbadora o peligrosa”.7
Detengámonos aquí un momento, Deleuze ha aportado suficiente. Hasta ahora
podemos asentir sólo una cosa acerca de la amistad en filosofía: ella es inherente a la
filosofía, pero junto con ella lo es también la rivalidad, pues la rivalidad es a su vez
inherente a la amistad. Ahora bien, si la disputa en torno al concepto, librada por los así
llamados amigos del concepto, por los filósofos tal como los concibe Deleuze, es una que
deba ganarse para la filosofía, no es el tema que nos convoca aquí y lo mantenemos en
suspenso.
6
Es preciso acotar aquí que Deleuze se refiere a la disputa, a la libre disputa, de un modo diferente de su
sentido original griego, agon. En el agon griego la libre disputa se resuelve mediante consensos dialógicos, es
en el ejercicio del diálogo como los ciudadanos libres resolverán una disputa cesando con ello su rivalidad
frente a un problema determinado. En el agon lo que prevalece es la amistad en cuanto ella es capaz de
mantenerse fiel al bienestar de la polis, esto es, si bien los griegos entendieron que en el espacio de la polis
debe darse lugar a la libre disputa entre rivales, ésta es entendida como un pharmakon, como un veneno que
corroe la estabilidad de la polis pero que al mismo tiempo permite su perfectibilidad: el amigo trae en este
caso el remedio mediante la posibilidad del consenso. En el caso de Deleuze, ni la disputa ni la rivalidad
tienen este mismo sentido, muy por el contrario, ellas son inherentes al ejercicio del pensar, y lo son como un
susurro que clama por la necesidad de no asentir compromisos ni acuerdos pues el pensamiento en tanto libre
se desata o se desliga de toda determinación que le impida crear. Ibíd., p. 10 y ss.
7
Ibíd., p. 9.
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Ajustando ahora un pequeño giro, consideremos a Jacques Derrida, quien en su
decisivo texto Políticas de la amistad8, analiza en diversos planos, la sentencia “¡Oh,
enemigos! No hay enemigos”, con la que Nietzsche sella, en Humano demasiado humano,
la tradición que había entendido la amistad como lazo de fidelidad y confianza entre
iguales:
“…Quizá entonces llegará también la hora feliz, un día en que exclame:
« ¡Oh, amigos! No hay amigos», exclamó el sabio moribundo.
« ¡Oh, enemigos! No hay enemigos», exclamo yo, el loco viviente.”9
« ¡Oh, enemigos! No hay enemigos» ¿Quiere acaso decir esto que no hay enemigos y que,
de tal suerte, sólo hay amigos? Claramente no. Seguimos hablando de filosofía, de la
amistad en filosofía. Hemos dicho junto a Deleuze que Nietzsche emplaza a los filósofos a
la creación de nuevos conceptos, y que los emplaza también a una desconfianza frente a
todo concepto no creado por el propio filósofo, por cada uno siempre, en todo caso, en
disputa con otro u otros más. ¿Pero por qué el emplazamiento y por qué la desconfianza?
¿Quiénes son los enemigos a quienes se les habla y de quiénes se dice, al mismo tiempo,
que nos los hay?
En Políticas de la Amistad, en el capítulo “Amar de amistad: quizá - el nombre y el
adverbio”, Derrida elabora un planteamiento que se puede sumar, aunque no de una manera
necesariamente lineal o continua, al que rescatan Deleuze y Guattari. Dicho planteamiento
ayuda a comprender los alcances que conlleva el análisis de la amistad, desde la irrupción
8
DERRIDA, Jacques, Políticas de la Amistad, Editorial Trotta S.A., traducción de Patricio Peñalver y
Francisco Vidarte, Madrid, 1998.
9
Ibíd., p. 45. Un pequeño reparo viene muy bien aquí en la medida en que aclara que esta sentencia
nietzscheana, sería una inversión de otra originalmente atribuida a Aristóteles: “¡Oh, amigos! No hay
amigos”. Derrida apunta en su texto que no existe la referencia explícita, textual, de tal sentencia y que ésta ha
sido rescatada de la tradición por la pluma de Montaigne y luego por la de Nietzsche. Hay que agregar que la
especificidad de esta referencia ha sido puesta en discusión por Giorgio Agamben en su breve texto “La
Amistad”, en donde remite la fuente a Vidas de filósofos de Diógenes Laercio en el que, en el capítulo
dedicado a la biografía de Aristóteles (V, 21), se diría: "aquel que tiene (muchos) amigos, no tiene ningún
amigo", con lo que la sentencia ocupada tanto por Montaigne, Nietzsche y Derrida perdería todo su sentido
contradictorio. Más aún, Agamben sostiene que tanto Nietzsche, en su condición de filólogo y estudioso de
los escritos clásicos, así como Derrida habrían tenido conocimiento de esta diferencia que, en definitiva,
cambiaría el sentido del análisis y de la crítica de la amistad que ambos desarrollaron. Cf.: AGAMBEN,
Giorgio, “La amistad”, artículo publicado en La Nación, Suplemento Cultura, trad. Flavia Costa, pág. 1, 25 de
septiembre de 2005.
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de la filosofía de Nietzsche, en contra de las limitaciones de una filosofía de lo
determinado, de aquello que en tanto dado emerge como algo muerto de antemano, pues,
frente a lo dado sólo queda el asentimiento, el consentimiento, la afirmación de la ejecución
de su posibilidad.
Así, Derrida deja ver la crítica que hace Nietzsche a toda filosofía de lo determinado
mostrando que esto conduce, en el caso de la acción del filósofo, a pensar lo posible como
algo ya dado; lo determinado como posibilidad de lo meramente posible, de lo sin riesgo, se
presentaría entonces como un espacio en el cual no quedaría un margen de circulación ni
para la libertad ni para la creación; inmovilidad ésta de lo posible que se desprende también
como una preocupante consecuencia política, en tanto que asentir lo determinado sólo es
dable mediante una estipulación consensual (¿querría decir esto que el filósofo tendría que
asumir en su ejercicio de creación y de pensamiento las ataduras de algún sesgo político, o
que tendría que afirmarse en el consentimiento de una comunidad política?); no sólo eso
puesto que, quienes no resisten a la tentación de inclinarse hacia lo determinado tienen que
asumir, además, la necesidad de imponerlo a los demás: ¿ofrecería tal pretensión de
imposición alguna otra resistencia?, ¿quién garantizaría la estabilidad de la verdad de
aquello que se pretende dado?, ¿quiénes vendrán a afirmar su posibilidad?, ¿quiénes no lo
harán? Desde esta perspectiva, enemigos serán aquellos filósofos de lo posible, en la
medida que lo posible, como algo ya dado, convocaría, en contra del filósofo libre, a la
conformación de una comunidad en igualdad, de una comunidad de amigos que comparten
el proyecto de una posibilidad en torno al cual sólo les quedará trabajar juntos por su
desarrollo o por su progreso. Para la filosofía se tratará necesariamente de otra cosa, se
tratará de la irrupción de la diferencia y de la fragmentariedad, se tratará de la desconfianza
en tanto ésta abre paso a lo insospechado que acarrea la posibilidad de lo imposible,
agudizando con ello la sospecha de todo lo que parece nuevo, que pone en guardia al
filósofo y lo aleja incluso de sí mismo.
“La posibilitación de ese posible debe permanecer a la vez tan indecidible
y en consecuencia tan decisivo como el porvenir mismo. ¿Qué sería un
porvenir si la decisión fuese programable y si el azar, si la incertidumbre, si la
certidumbre inestable, si la inseguridad del quizá no quedase suspendida en la
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apertura de lo que viene, en el mismo acontecimiento, en él y con el corazón en
la mano?”10.
¿Qué escenario congregará entonces al filósofo libre? ¿Habrá algún tipo de comunidad
para él? ¿Y quiénes serán sus amigos? ¿Hacia qué horizontes se dirigirán? Aquí, no se
tratará ya de la determinación de posibilidades sino que, por el contrario, de la
indeterminación y de la imposibilidad; tampoco habrá comunidad de desarrollo ni de
progreso y, a cambio suyo, el filósofo libre preferirá la soledad. Así, sin amigos en igualdad
y sin comunidad de progreso, los únicos amigos serán aquellos que se reconozcan en la
soledad, en la indeterminación y en la diferencia. Todo vínculo queda, así, suspendido en
un Quizá11; en el mismo quizá que proclamara Nietzsche en boca del loco viviente, un
Quizá que se convierte en el reducto último para el ejercicio de la libertad fuera de toda
necesidad de confianza en otros, fuera de toda necesidad de lealtad hacia otros y sus relustrados conceptos, fuera, al fin, de una determinación cualquiera.
“Esos filósofos de un tipo nuevo aceptarán la contradicción, la antítesis o la
coexistencia de valores incompatibles. No pretenderán ni disimularla ni olvidarla
ni superarla. Y es ahí donde la locura acecha, pero es también donde su urgencia
reclama verdaderamente el pensamiento”12.
Ni disimulo, ni olvido, ni superación. Parece que esto es precisamente lo que
Nietzsche critica a toda comunidad de iguales y a toda comunidad de progreso: estar
fundamentadas en el simulacro de una igualdad impracticable si no es a condición del
olvido de toda diferencia y de una superación consensuada que tacharía la inestabilidad
necesaria que genera toda práctica de libertad. ¿Queda entonces, todavía, alguna posibilidad
para el acuerdo y para la amistad?
10
DERRIDA, op. cit., p. 46. (Las cursivas pertenecen al texto original).
Es interesante el valor que la tradición filosófica, sobre todo en los nombres de Platón y Aristóteles, le ha
asignado a la palabra “quizá”, Derrida se encarga de dejarlo claro al explicar que en ella se expresaría una
inestabilidad o una falta de fiabilidad que es contraria al bébaios griego, a lo seguro, lo confiable, creíble y
fiel; aún más, en una nota a pié de página muestra cómo la tradición, hasta Hegel y Heidegger inclusive,
“quizá” permanecería en un ámbito prefilosófico: “Quizá sería un vocabulario que debería permanecer
extraño a la filosofía. Es decir, a la certeza, a la certeza, a la verdad o a la veracidad. En lo cual el filósofo se
hace eco él mismo del sentido común del proverbio alemán según el cual «Quizá es una media mentira»”. El
punto más interesante aquí, Derrida lo tomará de Rodolphe Gasché, quien se pregunta si el “quizá”
modalizace un discurso que no procede mediante proposiciones sin dejar de ser por ello tan exigente o
riguroso como se pretende a sí misma la filosofía. Cf.: Id. Nota 6, p. 47.
12
Ibíd., p. 52.
11
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Hagamos un ajuste más, un último ajuste, pues aquí no se trata de Deleuze, ni de
Derrida, ni de Nietzsche, se trata de la amistad. Maurice Blanchot fue reconocido entre sus
contemporáneos como uno de los pocos filósofos que se ha preocupado del significado de
“amigo”13. Y bien, atenderemos aquí algunas de sus consideraciones en la medida en que
arrojan bastante luz sobre la existencia del amigo en filosofía y, por qué no decirlo, acerca
del amigo en general.
Blanchot escribe un breve texto en torno a la figura de George Bataille por motivo de
su muerte: La Amistad14. Aquí, el pensamiento de Blanchot es de una honestidad respetable
y por lo menos perturbadora. Para él, cuando se trata del amigo ya no hay más que un
vínculo directo mantenido necesariamente por la discreción. No hay tradición ni autores ni
siquiera conceptos que vengan a decirnos cómo es que debo sentir y consentir al amigo:
ante el amigo, primero que todo, silencio. Pero este silencio se desliza hacia la superficie
como el tapiz de una falta, una falta en tanto que lo que no se mantiene en silencio acerca
del amigo es precisamente lo que de él nos es o nos ha sido cercano, sin embargo, fuera de
lo que de él podemos decir queda aún siempre algo: lo que de él nos es lejano siempre se
calla y se calla necesariamente. En este silencio subterráneo, subyacente, es donde se
encuentra la condición necesaria para que la amistad se sostenga:
“Debemos renunciar a conocer a aquellos a quienes algo esencial nos une;
quiero decir, debemos aceptarlos en la relación con lo desconocido en que nos
aceptan, a nosotros también, en nuestro alejamiento. La amistad, esa relación
sin dependencia, sin episodio, y donde, no obstante cabe toda la sencillez de la
vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite
hablar de nuestros amigos, sino sólo hablarles, no hacer de ellos un tema de
conversación (o de artículos), sino el movimiento del convenio de que
hablándonos, reservan, incluso en la mayor familiaridad, la distancia infinita, esa
separación fundamental a partir de la cual lo que separa, se convierte en
relación”15.
13
Así lo hacen, por ejemplo, Deleuze, Derrida y Agamben en los textos que aquí hemos trabajado.
BLANCHOT, Maurice, “La Amistad”, en La Risa de los Dioses, traducción de J. A. Doval, Taurus
Ediciones, 1976, pp. 256-259.
15
Ibíd., p. 258.
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Silencio, discreción, lejanía. El amigo es aquí quien es próximo en lo que lo aleja y
separa. Pues es precisamente lo que separa lo que hace posible toda relación. Pero ya lo
hemos indicado desde un comienzo, no se trata de una relación a secas cuando en esta
relación media la amistad. Hay un vínculo, hay necesidad, hay exigencia. Frente a lo que
separa se exige discreción, mas no una discreción confidente, sino que discreción frente a la
imposibilidad de romper con lo que separa. Y es que quien pretende romper con lo que
separa, no lo puede hacer sin romper con ello y al mismo tiempo la diferencia elemental
sobre la se erige la relación con el amigo.
Con todo ¿se puede aún hablar de amistad? ¿Se puede pretender efectivamente algo a
partir de ella? Pensar la amistad en filosofía es ir directamente allí donde sobre ella se
pretende instalar un discurso, pensar la amistad permite subvertirla, desubicarla, hacerla
transitar en el ir y venir de la relación; indeterminarla al fin, para abrirla como espacio de
circulación posible del pensar mismo, como un vínculo irreductible de una filosofía que
albergue necesariamente la libertad, el compromiso, la posibilidad de creación y de lo
advenidero.
2. Política
“Es necesario producir y comer:
muchas cosas son necesarias y no por ello son algo
y lo mismo ocurre con la agitación política.”
George Bataille, Acephale 1, 1934.
Sólo una apertura. Nos cabe observar lo siguiente: en política todo lo necesario es
imposible. La política se pretende a sí misma comprendida, determinada y, en este sentido,
está gobernada por lo posible. Sin embargo, si es que fuera asible un vínculo entre filosofía
y política, la filosofía puede hacerle Saber a la política que sólo afirmando la
indeterminación se puede articular lo imposible, rearticular lo posible, crear todavía allí
donde todo quiere determinarse.
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BIBLIOGRAFÍA
AGAMBEN, Giorgio, “La amistad”, artículo publicado en La Nación, Suplemento
Cultura, trad. Flavia Costa, pág. 1, 25 de septiembre de 2005.
BLANCHOT, Maurice, “La Amistad”, en La Risa de los Dioses, traducción de J. A.
Doval, Taurus Ediciones, 1976, pp. 256-259.
DELEUZE, Gilles y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, traducción de
Thomas Kauf, Barcelona, 2001.
DERRIDA, Jacques, Políticas de la Amistad, Editorial Trotta S.A., traducción de Patricio
Peñalver y Francisco Vidarte, Madrid, 1998.
En internet:
DELEUZE, Gilles, “¿Qué es el acto de creación?”, traducción al castellano de la
conferencia dada en 1987, en Institución y Sociedad:
http://www.dialogica.com.ar/iys/2007/02/que_es_el_acto_de_creacion_gil.html
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