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ISLAM Y AL-ANDALUS
En el s.VIII la Península Arábiga era un territorio prácticamente despoblado, habitado
únicamente por pequeños grupos de comerciantes y tribus de pastores nómadas enfrentadas
entre ellas por el control del agua. Sólo en las regiones costeras se practicaba una agricultura
sedentaria que permitió la aparición de algunas ciudades por las que pasaban también las rutas
caravaneras. En una de estas ciudades, La Meca, se encontraba el santuario de la Kaaba, en el
que aún hoy se guarda una piedra negra sagrada para ellos. La adoración en este santuario era
el único elemento común que tenían los árabes anteriores a Mahoma, puesto que eran
politeístas y cada tribu tenía unos dioses diferentes.
En el 570 nace Mahoma en La Meca. Sus lazos familiares le permitieron dedicarse al comercio
y viajar. Sus viajes le pusieron en contacto con las religiones judía y cristiana, monoteístas y
le facilitaron tiempo para la meditación, fruto de la cual nació una nueva religión: el Islam. En
el año 622 tuvo que huir de La Meca y se refugió en Medina. Este hecho, conocido como la
Hégira, marca el inicio del calendario musulmán. En los años siguientes Mahoma y sus
seguidores lucharon contra sus enemigos e iniciaron la expansión territorial de la nueva
religión. A la muerte del profeta se había logrado la unidad política y religiosa de todas las
tribus de la península arábiga.
Una vez muerto Mahoma, sus seguidores eligieron a su suegro, Abu Bakr, para que le
sucediera. Se inició un periodo de expansión territorial. Para organizar el nuevo y más amplio
estado tomaron como modelo la organización política tardorromana de los territorios
conquistados. Abu Bakr adoptó el titulo de califa: jefe político y religioso. Su poder religioso
estaba limitado por las revelaciones de Mahoma, que no podían ser modificadas ni ampliadas,
pero su poder político y militar era máximo, lo que pronto generó disputas internas por el
poder.
A Abu Bakr le sucedieron otros tres califas familiares del profeta, a los que se conoce como
califas ortodoxos o “justos”. Ellos protagonizan el primer periodo islámico y el de mayor
expansión militar, pero con el último de ellos tuvo lugar la primera división del mundo islámico
entre los chiitas y los sunitas.
A finales del s VII la lucha por la sucesión del califa permitió la llegada de la familia Omeya al
poder, quienes trasladaron la capital a Damasco y establecieron las bases de un poder político
centralizado: todo dependía del califa. La enorme extensión del imperio conquistado les llevó a
dividir el territorio en provincias y a organizar una administración rígida y eficaz que regulara
la compleja y heterogénea organización del imperio. Para lograrlo se inspiraron en los modelos
bizantino y persa, caracterizados por tener cargos políticos, militares y administrativos que
actuaban en nombre del poder central. El califa era asistido por sus consejeros, o visires, que
se encargaban de dirigir los principales servicios del imperio. En las provincias, llamadas
emiratos, gobernaban los emires o valíes, en un principio sólo con autoridad civil, pero con el
tiempo también militar. En algunas provincias, especialmente conflictivas o fronterizas, se
establecen los sultanes, jefes militares que con el tiempo darán título a los soberanos de los
reinos islámicos. Al frente de las ciudades estaban los cadíes, jueces encargados de aplicar la
ley según las leyes del Corán, que se encargan también de la política local y los ritos religiosos.
En el año 750 la dinastía de los Abasíes se rebeló contra los Omeyas y se instauró en el poder.
Con ellos se alcanzó la máxima expansión territorial, dominando desde el Océano Atlántico
hasta el Índico, pero también se iniciaron las luchas internas por el poder que provocaron la
desintegración del imperio. Con ellos tuvo lugar uno de los períodos culturales de mayor
esplendor. Su reforma militar permitió el acceso al ejército a miembros de pueblos no árabes,
entre los que destacaban los turcos, pueblo musulmán procedente de las estepas de Asia y los
bereberes del norte de África. Se acaba así la supremacía árabe en el poder. En el 1055 el
jefe de la guardia pretoriana turca se apoderó de Bagdad y se proclamó “emir de emires”,
dejando al califa exclusivamente la función religiosa.
En el s XI el mundo musulmán se divide en tres califatos: el omeya en Córdoba, el fatimí en
Egipto y el turco en Bagdad.
La rápida expansión del islam (s. VII- XI) fue posible gracias a la conjunción de tres
elementos, aparentemente independientes, pero relacionados entre sí. Tradicionalmente se ha
dado una gran importancia a la yihad, o guerra santa, obligación de los creyentes de difundir
el Islam. Otro elemento a tener en cuenta es la existencia de un ejército fuerte y disciplinado
del que destacaba la caballería. Con los Omeyas sólo podían formar parte del ejército los
árabes, pero los Abasidas permitieron que se alistaran personas de distintas procedencias, lo
que derivó en un ejército de mercenarios que a partir del s X intervenía en asuntos políticos.
Pero sin ninguna duda, el factor determinante y el que hizo posible la expansión cultural fue la
integración de los pueblos conquistados. Los cristianos y los judíos, mayoría en los
territorios conquistados, pudieron conservar su religión, dirigir sus comunidades y mantener
sus costumbres y tradiciones a cambio del pago de un tributo. A pesar de estos privilegios, los
musulmanes tenían ventajas sociales y económicas, por lo que la mayor parte de los habitantes
de los territorios conquistados se islamizaron.
Esta islamización no impidió que la sociedad musulmana se mantuviera dividida, no sólo por su
riqueza o posición social, sino también por su origen árabe o no árabe. Esta división se hizo
patente en el campo, donde residía la mayor parte de la población, a pesar de que las ciudades
fueron el centro de toda la actividad económica debido a la gran importancia del comercio. Las
tierras pertenecían a grandes propietarios, generalmente de origen árabe, pero también había
un importante número de campesinos libres que trabajaban alquerías y huertas cercanas a las
ciudades, donde vendían sus productos.
Los árabes mantuvieron los cultivos y sistemas de explotación de los pueblos conquistados,
pero introdujeron el regadío, aprendido en el desierto donde
la escasez de agua les llevó a desarrollar una amplia red de
acequias, cisternas, aljibes, acueductos y pozos, además de
nuevas técnicas como la noria o el molino de agua. También
difundieron nuevos cultivos, como el arroz, los cítricos o el
algodón.
En las ciudades existía un numeroso grupo de artesanos que alcanzaron una gran perfección en
sus trabajos de cuero, papel, cerámica o metales. Aunque trabajaban en pequeños talleres, la
floreciente artesanía estaba organizada y controlada por el estado, que gestionaba su
comercialización en los zocos o mercados. Esto hizo que el comercio fuera muy activo tanto a
nivel local como internacional. De hecho, el comercio era la base de la economía islámica. Los
comerciantes vendían los artículos que elaboraban los artesanos y compraban otros artículos
de valor en tierras lejanas. Para ello desarrollaron una extensa red de rutas comerciales,
tanto terrestres como marítimas. Las rutas terrestres les pusieron en contacto con China e
India a través de grandes caravanas de camellos, que portaban seda, pólvora, especias, etc.
Una parte de estas mercancías se quedaba en el propio imperio, pero otra se exportaba al
norte de Europa a cambio de madera y armas. Las rutas marítimas recorrían el Mediterráneo,
el mar Rojo y el océano Índico, ya que los musulmanes poseían la mejor flota y los puertos
comerciales más activos. También en este campo los musulmanes destacaron por sus avances
técnicos, como el astrolabio, que permite medir la posición de los astros o, la brújula.
La enorme importancia del comercio musulmán convirtió a su
moneda en la más importante y apreciada y fue aceptada por
todos los estados medievales. Basada en el sólido de oro
bizantino, el dinar musulmán eliminó todos los signos cristianos
para incluir en ellas leyendas árabes.
Hay otro elemento que caracterizaba al mundo musulmán: la importancia de la ciudad como
centro de la vida económica, política, religiosa y cultural. Su trazado era irregular, con calles
estrechas y laberínticas y casas pequeñas y cerradas. Las ciudades solían estar amuralladas,
aunque disponían de varias puertas que se cerraban por la noche. La parte más importante de
la ciudad era la medina, donde estaban los edificios más destacados, como la mezquita, el
zoco o los baños. Alrededor de ella se disponían los arrabales y los barrios más pobres, donde
se situaban los talleres más ruidosos o malolientes. El centro de la vida política se
desarrollaba en el alcázar o fortaleza, donde residían la autoridad local y los funcionarios. La
vida social y económica se desarrollaba en torno al zoco y los baños.
La ciudad fue también el centro de la cultura islámica, fraguada gracias al contacto con
numerosas culturas tan diversas como las asiáticas y las mediterráneas. Su importancia fue
vital no solo para la ciencia, muy avanzada para su tiempo, o el arte, sino, fundamentalmente,
por ser la principal conservadora de los conocimientos del mundo antiguo y transmitirlos al
mundo occidental. Además de los avances técnicos, personajes como Avicena o Averroes
contribuyeron al avance de la filosofía recopilando y difundiendo el pensamiento de
Aristóteles. También contribuyeron al de la poesía con obras como Las mil y una noches,
recopilación de cuentos tradicionales de diversos territorios conquistados. El árabe se impuso
rápidamente como vehículo de comunicación entre los países y como principal medio de
expresión. Muchas obras griegas y romanas se conocen gracias a las traducciones árabes.
A los árabes les debemos grandes avances en matemáticas, incluido el concepto del 0, que no
existía en el mundo romano. Y, aunque de origen hindú, fueron ellos los que difundieron el uso
de los “números arábigos” que se usan actualmente. También alcanzaron un alto nivel de
desarrollo en medicina, describiendo enfermedades, sus causas y sus curas. Destacó
especialmente Avicena, por establecer los principios de la medicina preventiva. Otra ciencia
en la que destacaron fue la astronomía, donde gracias a observatorios como los de Damasco o
Bagdad, afirmaron que los planetas giraban en torno a un cuerpo y no a un punto. Y por último,
aunque no fueron sus creadores, si fueron los difusores de inventos como la brújula, la
pólvora o la seda.
En cuanto al arte, al carecer de una tradición propia, adoptaron las técnicas y formas de los
pueblos conquistados, por ello, la principal característica del arte islámico fue su capacidad
para sintetizar los principales rasgos del arte de otros pueblos. Otra de sus características
más destacadas fue el uso de materiales pobres que se cubrían con una decoración muy
creativa llena de juegos de luz y sombra. La arquitectura fue la manifestación más abundante
debido al amplio número de mezquitas y palacios. En ellos predominó el arco de herradura.
Como la religión islámica prohibía las imágenes, la escultura y pintura figurativa fueron
escasas, y la decoración consistió en temas vegetales, geométricos o caligráficos con textos
del Corán, poemas o alabanzas. Los artistas musulmanes alcanzaron un gran desarrollo en las
llamadas artes menores, destacando la cerámica, el vidrio y el marfil.
Al-Andalus
Como vimos en clase, los musulmanes llegaron a la Península Ibérica tras ser llamados por una
parte de la nobleza visigoda que quería derrocar al rey de ese momento. Es verdad que el
imperio musulmán se expandía rápidamente por el norte de África, pero fue el acuerdo con los
enemigos de don Rodrigo lo que provocó que cruzaran el estrecho de Gibraltar y, después de
tres meses presentaran batalla en el mítico río Guadalete en el año 711.
Una vez derrotado el poder del rey visigodo, los musulmanes, conscientes de la debilidad de su
poder, decidieron intentar ampliar sus dominios. El control de gran parte de la península se
realizó en siete escasos años. Quedaron fuera del poder musulmán aquellas zonas más
despobladas, más hostiles y de más difícil acceso en el norte. La velocidad en las conquistas se
debió a la facilidad de hacer pactos ventajosos con las poblaciones hispanovisigodas, que no
tuvieron ningún inconveniente en cambiar de cobrador de impuestos mientras se les
mantuvieran sus posesiones y derechos.
Desde este momento, la Península Ibérica quedó conectada al desarrollo general del imperio
musulmán y sus vicisitudes, pasando a formar parte de sus dominios como Emirato
Dependiente (711-756) del califato Omeya de Damasco con capital en Córdoba y a cargo de un
valí.
Los ejércitos musulmanes continuaron la conquista más allá de los Pirineos, pero resultaron
definitivamente derrotados en Poitiers (732) y se replegaron definitivamente a la Península.
A mediados del siglo VIII, cuando los califas de Damasco fueron depuestos por los Abasíes de
Bagdad, el último miembro de la familia omeya, Abd-al-Rahman I se estableció en Al-Andalus
donde se hizo con el poder y pronto rompió con el califato de Bagdad al proclamar el Emirato
independiente de Bagdad (756-929). Sólo se aceptaba la autoridad religiosa del califa.
En el año 912, cuando accedió al poder el emir Abd-al-Rahman III los problemas de AlAndalus iban en aumento: disputas internas, ataques de los reinos cristianos del norte y
amenazas al comercio marítimo por parte de los musulmanes del norte de África. Este emir
consiguió dominar militarmente a los cristianos y obligarles a que le pagaran impuestos, creó
bases militares en la zona del estrecho de Gibraltar para garantizar el comercio e impuso su
autoridad sobre todos los grupos sociales.
Así, en el año 929, Abd-al-Rahman III se sintió lo suficientemente fuerte como para hacerse
religiosamente independiente y se proclamó califa de los creyentes de Al-Andalus. Nacía así el
Califato de Córdoba (929-1031). Ésta fue la época de mayor esplendor y estabilidad. Se
produjo una gran expansión económica, con un comercio marítimo muy activo y se frenaron los
intentos de expansión de los reinos cristianos hispánicos, especialmente en la época de
Almanzor.
A partir del año 1008 la unidad del califato se empezó a resquebrajar. La aristocracia, los
altos funcionarios y el ejército pugnaban por escapar del control de los califas y convertirse
en la máxima autoridad en sus territorios. En menos de 30 años Al-Andalus se fragmentó en
más de 25 reinos, las taifas, una especie de ciudades estado rodeadas de un territorio con la
ciudad como centro económico.
A pesar de la ayuda de los musulmanes procedentes del norte de África (almorávides y
almohades) en el siglo XIII los cristianos conquistaron casi todas las tierras de Al-Andalus.
La taifa de Granada, gobernada por sultanes o reyes de la dinastía nazarí, fue la única que
sobrevivió al avance de los reinos cristianos en el siglo XIII. Comprendía un amplio territorio
(las actuales Málaga, Almería, Granada y parte de Cádiz) con muchos puertos para el comercio
y una próspera agricultura de regadío. Su enorme riqueza y actividad económica le permitieron
pagar extraordinarios impuestos en oro a los reyes de Castilla, por lo que pudieron pervivir
hasta 1492.
En cuanto a la sociedad, la rapidez de la conquista trajo consigo que muchos pobladores
hispanovisigodos mantuvieran su fe dentro del poder islámico (mozárabes) o se convirtieran
(muladíes), complicando la diversidad cultural que ya existía. Los propios conquistadores
tampoco formaban un bloque homogéneo: los árabes eran muy pocos y formaban la élite del
ejército y la administración, divididos desde el inicio por sus cuestiones tribales, y quienes
realmente hicieron el trabajo de conquista eran bereberes, pobladores del norte de África.
Marginados de los centros de poder, plantearon problemas a las élites árabes mediante
rebeliones y revueltas. Para acabar con el complicado cuadro social hay que mencionar a las
minorías judías repartidas por casi todas las ciudades.
TRABAJOS:
1.-Busca información sobre las etapas del dominio musulmán en la Península Ibérica y haz un
cuadro que ocupe una página.
2.-Los reinos de taifas son la última etapa de la historia de la presencia musulmana en la
Península Ibérica. ¿Qué significa la palabra taifa? ¿Se puede utilizar hoy en día esa palabra?
Escribe un ejemplo.
3.- Elabora una lista de palabras de origen árabe y su significado. Explica la diferencia entre
los términos árabe, musulmán, islámico y moro. Investiga de dónde proviene el nombre de AlAndalus.
4.- Redacta la definición de los términos escritos en negrita en este documento e inclúyelos
en el glosario de la unidad didáctica.
5.- ¿Sabes qué es y dónde está la Alhambra? Busca sus principales características.