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Vidas
Misioneras , fundadoras
profetas y pastoras,
educadoras de mujeres
Religiosas del Sagrado Corazòn
en el Chile, Perú,
Argentina y Brasil
del s. XIX
2
PRESENTACIÓN
“Conocer, amar, honrar e imitar este Corazón Sagrado, he aquí la Religiosa
del Sagrado Corazón„ ¡Que no haya pues entre nosotras espíritus
mezquinos, corazones avarientos, almas más preocupadas de sí mismas, de
su reposo, de sus consuelos espirituales que de la gloria del Corazón de
Jesús!... Por nuestra vocación somos constituidas pastores y doctores,
tenemos un rebaño que apacentar, y ¡qué rebaño! La esperanza de la
Iglesia, la esperanza de la Sociedad, la esperanza de las familias„ Debemos
ser para las almas la “sal de la tierra”„”.
Con estas palabras explica Ana du Rousier su vocación y la de sus
compañeras. Los testimonios que hemos reunido en este pequeño libro
hablan por si solos de la fecundidad del seguimiento radical de Jesús por el
que estas mujeres optaron y lo entregaron todo. Mujeres en las que Dios se
hizo todo, para quienes Jesús y el Reino se transformó en el único referente y
sentido, por las que descubrimos cómo el mundo entero, cada persona y cada
acontecimiento son presencia y sacramento del amor de Dios por nosotros.
En sus vidas tejidas por pequeñas y valientes decisiones, venciendo a cada
paso sus ingnorancias, temores y discordias, permitieron a Dios habitarlas.
Jesús entró por su cuerpo, en sus pensamientos, en sus esfuerzos, en su
disciplina, en sus viajes, en sus renuncias, en su hambre y su frío, en sus
miedos y sus riesgos, en sus desacuerdos y sus consensos, en su cultura, en
sus prejuicios y sus añoranzas. Dios las transformó por la oración, la
obediencia, por los gritos del mundo y de sus mujeres y jóvenes, por la
pasión por la educación, y las hizo profetas de su amor incondicional,
pastoras que conocen y dan la vida por sus ovejas, misioneras sin fronteras
de una buena noticia que salva, fundadoras de proyectos que incluyen y
humanizan, educadoras de otras mujeres„
Que la pasión, la valentía, el amor y la creatividad de estas mujeres, su
confianza a toda prueba en el Dios de corazón misericordioso y fiel,
devuelva la sal y la luz del Evangelio a nuestras vidas, a la Sociedad del
Sagrado Corazón, a la Iglesia y al mundo.
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INDICE
PRESENTACIÓN ……………………………….… 3
ANA DU ROUSIER ………………………………. 5
MARY MC NALLY ……………………………….... 23
ANTONIETA PISSORNO …………………….….. 33
2ª COMUNIDAD DE RSCJ EN CHILE …………. 38
TERESA SERRA …………………………………… 39
PRIMERAS RSCJ CHILENAS …………………… 46
PRIMERA COMUNIDAD EN PERÚ ……………. 47
HENRIETTE FIORETTI ……………………… . 48
ENRIQUETA PURROY ………………………… 49
MERCEDES TAPIA ……………………………... 50
PRIMERA COMUNIDAD EN BUENOS AIRES …. 51
KATHERINE NICHOLL ………………….. 53
CAROLINA AGUILERA ………………….. 65
PRIMERA COMUNIDAD EN BRASIL:
HERMINIA MIRANDA …………………………. 67
4
Ana du Rousier
(1086-1880)
Extracto de “Educar a la francesa”. Alexandrine de La Taille
“Dale al Señor lo que te pida;
dáselo con prontitud, con alegría y con amor,
dáselo constante y generosamente; entrégate del todo a El.
Dios se complace cuando encuentra un alma fiel,
dale esta satisfacción correspondiendo siempre a su amor”.
Ana du Rousier rscj
I. VOCACIÓN DE ANA DU ROUSIER.
Nace el 20 diciembre de 1806 en la región francés de Poitou. Cuando tiene 8
años pierde a su padre, asesinado durante un enfrentamiento de la Revolución
Francesa. Estudia en el Sagrado Corazón desde los 9 años. Como hija de su
tiempo, en que los católicos y observantes tuvieran un santo protector como
intercesor, Ana es una gran devota de la Virgen María y de San Luis Gonzaga,
patrono de las estudiantes. Este nuevo mundo de vida religiosa activa que
conoce Ana, como alumna, contrasta con la clausura a la cual también se
había sentido atraída al conocer a las Carmelitas.
Estando interna en Poitiers, Ana y sus compañeras conocen en 1818 a
Philippine Duchesne, quien va de camino a Bordeaux para tomar el barco que
la conducirá a América. Esta visita se convierte en un hito en la vida de Ana,
pues ya resuelta a ser religiosa, comienza ahora a sentir la necesidad de “ganar
almas al Señor en las misiones lejanas”. A los 15 años está decidida, pese a la
oposición de su madre, quien, para disuadirla, la amenaza con no volver a
verla nunca más. Y así fue. Sin duda, el costo de la renuncia a la propia familia
marcará la personalidad de Ana para siempre.
A los 16 años entrega su vida en la Sociedad del Sagrado Corazón, fundada por
Sofía Barat en 1800 y aprobada oficialmente por el Papa León XII en 1826,
cuando ya ella había tomado el hábito y hecho sus primeros votos.
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El 8 de septiembre de 1823, el mismo día que terminan los ejercicios
espirituales del colegio y con 16 años, Ana toma el hábito en Poitiers. La
ceremonia se lleva a cabo en forma casi espontánea, sin ningún tipo de
preparación. Luego es enviada al noviciado de París, estadía que sólo durará 15
meses. Allí se ocupa de empleos menores, siempre caracterizándose por su
timidez, condición que supera al ser enviada a Turín en 1824, donde
permanece hasta 1848. El motivo inicial del traslado a Italia es la necesidad de
secundar a la religiosa Josephine Bigeu que acaba de fundar allí una casa.
Ya en Turín, entre 1825 y 1834, varios hechos marcan la vida de Ana du
Rousier como consagrada a Dios en distintos ámbitos. En 1825 pronuncia sus
primeros votos y el 10 de Junio de 1831, a los 25 años, profesa como religiosa
del Sagrado Corazón: “Aplicarme constantemente a procurar la mayor gloria
del Corazón de Jesús, sin volver jamás sobre mi misma...tal es la resolución
que tomé el día de mi profesión”.
Al año siguiente comienza a ser Maestra General del colegio y ya en 1844 se
entusiasma con una petición de ir a fundar a Birmania: “Me pongo
enteramente a su disposición; Ud. conoce mi miseria, aunque tal vez no por
completo, porque mi amor propio trata de ocultarla, pero lo repito, que estoy
enteramente a su disposición, soy toda suya, y bien puedo decirlo, pues Ud. ha
cuidado de mí como una madre desde que tenía ocho años. Gracias a Dios no
tengo apego ni preferencia por ningún país; sólo deseaba con ardor, como Ud.
sabe, ir a las misiones, a América o al imperio de Birmania; pero mándeme
Ud. donde quiera con entera libertad.” (carta desde Italia a Sofía Barat).
Su misión en Turín abarcó, además del colegio y la escuela, las Hijas de María
(exalumnas), los ejercicios espirituales, las Consoladoras de María (catequesis
parroquial), la escuela Normal, las niñas huérfanas y el acompañamiento de
muchas personas. Más tarde se hizo cargo de la provincia del Piamonte con
todas sus casas, colegios y noviciado..... hasta que son expulsadas en 1848.
También en este momento de su vida conoce a Louise de Limminghe,
superiora de la casa y figura crucial en la congregación, con quien entabla una
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amistad que conservará para siempre y se convertirá en su confidente a quien
abrirá su alma en distintas ocasiones, puesto que no podrá hacerlo con su
madre –con quien ha cortado relaciones- ni tampoco con Sofía Barat, no sólo
por su jerarquía que las separa, sino también por tensiones internas en la
relación entre ellas a propósito de las diferencias de visión sobre algunos temas
de las Constituciones de la Sociedad.
Los problemas salud y las luchas internas modelan un carácter escrupuloso y
autoexigente en Ana du Rousier, que suele practicar rigurosos exámenes de
conciencia, de los que no sale precisamente satisfecha. Al contrario, se
atormenta “por sus miserias” y contradicciones. Por ejemplo, en octubre de
1838, durante los intervalos de un retiro escribe a su amiga y confidente Louise
de Limminghe: “el Señor no me quiere dar consuelo desde hace algún
tiempo”. Sin embargo, después le dice: “La voluntad de Jesús es siempre
amable y yo me someto”. La causa de tanto sufrimiento –según relata en la
misma carta- es la sobrecarga de trabajo hasta el punto que debe dejar su
tiempo de oración y ejercicios espirituales para el fin del día.
Ana también le habla a su amiga acerca de una irritación interior que le hace
muy mal: “estaba seca respecto a mis hermanas, con el alma llena de tristeza
y temor”. También se muestra, por una parte muy severa consigo misma: “se
mezcla siempre la imperfección con todo lo que yo hago”, y por otra, muy
autocrítica: “tengo poca experiencia y coraje”; “mi inexperiencia me hace
tomar muy a pecho ciertas materias, me falta prudencia”. Se culpa por el
hecho de sufrir por ayudar a las otras almas.
Las huellas que van dejando en su personalidad, tanto los acontecimientos,
como las luchas interiores, se traducen en una gran sensibilidad. Incluso Sofía
Barat la reprende por su susceptibilidad que le impide enfrentar los problemas.
¿Dónde está entonces la mujer fuerte a la que aluden las necrologías? En una
personalidad tan compleja y paradójica, cabe también la fortaleza. Esta se
manifiesta especialmente en su rol de Vicaria General (superiora)y en su
velada seguridad en sí misma. Ana tiene opinión y es capaz de hacer
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observaciones de peso incluso a la Superiora General, si lo considera
necesario.
Con respecto a sus votos de religiosa, el de obediencia le es especialmente
difícil. Además de proponerse hacer prontamente todo lo que le ordenan, el
ideal está en salirse de su propia voluntad y ver a Cristo en sus superioras.
Aunque la pobreza y la castidad le son más llevaderas, no por eso son fáciles.
Con respecto a la primera, es siempre estricta y lo remarca en sus propósitos,
principalmente en el deseo de desapego hacia lo material y de la apropiación
de un espíritu pobre. La castidad, por su parte, le requiere una constante
vigilancia y la mortificación se le presenta como una gran ayuda para
perfeccionarla. El freno a la peligrosa imaginación y el horror al mundo tienen
aquí un lugar especial para ella y se propone “no detenerse en pensamientos
inútiles, extranjeros, frívolos que no sirven más que para destruir o disipar”.
Después de la expulsión de las Religiosas del Sagrado Corazón de Turín, Ana
pasa 4 años en París, donde Sofía Barat la puso a cargo del colegio. El año
1852, a los 46 años de edad, es enviada a Norteamérica a visitar todas las
casas e informar de ellas a Sofía. Es allí donde tiene su segundo y último
encuentro con Filipina Duchesne, heróica misionera de estas nuevas tierras,
cuando ésta estaba ya moribunda: “A pesar de la tempestad de nieve, y todo lo
que intentó para desviarla, la Madre du Rousier llegó a San Carlos. La Madre
Duchesne, conmovida y moribunda, recibió su bendición, después consintió
en darle la suya; y en las manos de esas dos santas, elevadas por la oración,
enlazadas por la caridad, la Sociedad del Sagrado Corazón unía entre ellas y
a su patria de origen, los dos vastos continentes donde Dios las llamaba a
trabajar. La visitadora no podía apartarse de ese lecho que exhalaba un
perfume de cielo. El día subsiguiente moría la Madre Duchesne; y la viajera
bendecía la inspiración que la había llevado”. (En “Vida de la Venerable
Madre Duchesne, primera misionera de la Sociedad del Sagrado Corazón”).
Se dice que en ese encuentro ambas misioneras intercambiaron su cruz de
religiosas.
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II. ENVIO A CHILE Y DIFICULTADES
La partida al fin del mundo.
La partida a Chile es apresurada, pues debe aprovechar la ocasión de que un
sacerdote chileno, Joaquín Larraín Gandarillas, acompañado de su sobrino
Manuel José Yrarrázabal, parten para allá desde Nueva York vía Panamá y
pueden acompañar a las religiosas. Las escogidas son Ana du Rousier, la
inglesa Mary Mac Nally y una hermana italiana Antonieta Pissorno.
Ana escribe a su vieja amiga Louise de Limminghe, lo que le significaba esta
abrupta partida: “A fines de Julio recibí en Búfalo mi obediencia para Chile
(„) le confío en secreto mi querida madre, que en toda mi vida se me ha
ofrecido una lucha interior tan grande como la que entonces sentí. La idea de
trasladarme de la ribera del lago Erie a la América Meridional levantó en mi
alma tantas repugnancias y resistencias, que la noche entera del día en que
recibí la carta la pasé en angustias mortales; verdaderamente creo haber
sentido algo de la agonía de Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní. El
corazón, el alma, la imaginación, todo mi ser se rebeló; los peligros de tan
largo viaje, el aislamiento, el abandono, las dificultades que iba a encontrar,
mil y mil temores y aprensiones me asustaban de tal manera que, a pesar de
mis súplicas y ruegos, sentía mi alma desfallecer; después de hacer repetidos
actos de aceptación de todo y de abandono para todo, repitiendo muy de
corazón el Ita Pater, se calmó la tempestad y una grande impresión de
amorosa paz inundó toda mi alma”.
Manhattanville College Sacret Heart
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Luego de su breve estadía en Norteamérica, Ana sin duda partía diferente a
como había llegado. Lleva a su nueva misión la gran experiencia que le ha
significado permanecer poco más de un año en tierras americanas con una
sociedad y un idioma desconocidos. Al emprender el viaje a un lugar más
remoto aún, una vez más con total desconocimiento, su experiencia del último
tiempo constituye, evidentemente una ventaja. Ha vivido algo similar, incluso
peor, pues le ha correspondido evaluar y reformar casas donde la congregación
llevaba años de vida. En cambio, ahora va ella misma a fundar.
A pesar de que parte sólo con dos religiosas, que no conocen la lengua, que
tampoco sabe cuánto tiempo permanecerá en Chile, la situación se le presenta
mejor que en el caso de Norteamérica. Es consciente de que debe estar
preparada para que las noticias de Francia sean escasas y para qué decir los
refuerzos; ya lo ha visto en Norteamérica. Tiene asumido que las ciudades
pequeñas no ameritan casas del Sagrado Corazón. El prestigio y la reputación,
lo sabe, deben cuidarse como cristales, porque en caso contrario, nadie le
confiaría sus hijas. Ha visto tan graves problemas sociales en Norteamérica,
que en Chile la situación no podrá ser peor. Por tanto, a pesar de sus primeros
temores, no se amilana ante las dificultades futuras que prevé de antemano:
confía en que todo puede solucionarse. Sólo tiene que abandonarse en las
manos de Dios y ser firme en su fe. Todo saldrá bien.
De Nueva York a Valparaíso.
El viaje que emprende la pequeña delegación sigue la ruta del Istmo de
Panamá. Son conocidos y numerosos los peligros que amenazan a quienes
pasan por ahí. Pero las religiosas no tienen más opción que seguir a sus
acompañantes y se ponen en marcha. Ana con sus dos compañeras de viaje
hacen los preparativos para una estadía de seis meses, pues supuestamente,
trascurrido ese tiempo volverían a Estados Unidos. Se embarcan el primer
viernes de Agosto en Manhattan en el vapor “Georgia”, con doscientos
pasajeros. Días más tarde, luego de una penosa travesía sobrellevando sus
característicos males, desembarcan en Jamaica el 13 de Agosto. Durante el
viaje, Joaquín Larraín hace grandes esfuerzos por enseñar algo de español a las
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religiosas, en vista de su total ignorancia del idioma. La propia Ana se vale de
sus conocimientos del italiano para progresar en la nueva lengua.
Aún les queda la parte más difícil del viaje: el temido paso del istmo de
Panamá. Hacen un pequeño tramo en ferrocarril, para luego seguir a caballo y
Ana y sus compañeras en mulas. Pocos víveres, mucho calor y la compañía de
un grupo de mejicanos son la única tónica del trayecto. Tras una travesía de
siete horas en piraguas de troncos de árboles, piloteadas por negros
semidesnudos, llegan a la ciudad de Cruz„ Al día siguiente parten todos en
mulas con destino a Panamá. Aunque sin demostrarlo, las religiosas están
siempre invadidas por el temor. Peligros e inconvenientes por doquier las
asechan: precipicios, hombres “siniestros”, caravanas en sentido contrario que
podían embestirlas. Deben soportar muchísimo calor y una tormenta seguida
de inundación. La propia Ana ha estado a punto de perder la vida al caer su
mula a un precipicio y luego a un pantano. Llena de contusiones y
completamente embarrada prosigue el viaje„Finalmente, después de todos
estos horrores se embarcan en el “Santiago” rumbo a Valparaíso. Allí
desembarcan el 12 de Septiembre de 1853, luego de una breve pasada por
Lima. Comienza así una estadía que insensiblemente se va prolongando, hasta
que se confirma que permanecerá en Chile hasta el último día de su vida. Sólo
volverá a Francia en una ocasión en 1864, para asistir al Consejo General de
ese año.
La llegada de Ana du Rousier a Chile.
Los intentos del Arzobispo Valentín Valdivieso por traer estas religiosas a
Chile habían comenzado en 1850, sin embargo solo el 30 de Abril de 1852, el
presidente Manuel Montt autorizaba por medio de un decreto la instalación en
Chile de las religiosas de la Sociedad del Sagrado Corazón. Valdivieso
encomendó a Joaquín Larraín que solicitara directamente a Sofía Barat la
posibilidad de una fundación en Chile. Esta aceptó enviar a un grupo de
religiosas a fin de examinar en terrero esta posibilidad. Ante la positiva
respuesta se arregló el viaje que las religiosas habrían realizado con tantas
penurias y dificultades.
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Ana du Rousier trae a Chile grandes novedades. El hecho de representar una
congregación religiosa de vida activa, la Sociedad del Sagrado Corazón, hija
de la Contrarrevolución, introducirá aquí un tipo de consagración religiosa
muy distinta a la que se conocía. Las religiosas no tenían “ni rejas ni torno”,
podían salir a la calle si era necesario y prestaban un claro servicio a la
sociedad con su apostolado, en este caso la educación de las jóvenes. En Chile
sólo se conocían los conventos coloniales de clausura, a excepción de la
Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María llegada en 1838.
La llegada de las religiosas a Chile tomó por sorpresa a Valdivieso, quien las
esperaba para meses después. En Santiago se hospedan por seis semanas
donde Mercedes Gandarillas de Larraín, viuda con quince hijos (madre de
Joaquín Larraín) y luego en el Monasterio de Santa Clara de la Victoria. El
monasterio, inequívoco ejemplo de la forma en que se vivía en Chile la vida
consagrada, impresiona a las francesas que estampan: “Cada una vivía por su
cuenta en lo que ellas llamaban sus celdas y que en realidad eran pequeños
departamentos compuestos por tres piezas, con patio, cocina y despensa. Cada
una tenía su menaje, sus comidas, sus servidoras y algunas pensionistas”.
Como recién llegadas se impresionaron mucho por la forma de vida de sus
anfitrionas, la sociedad chilena expresa la misma sensación al conocer el
modelo de vida activa que ellas traían:
“Nos miraban con cierta
desconfianza hasta el clero y el Arzobispo que había deseado y pedido muchas
veces nuestro establecimiento en su diócesis”.
Mary Mc Nally
Ana du Rousier
Antonieta Pissorno
Primera comunidad
de rscj en Chile
12
De San Isidro a La Maestranza. La instalación definitiva.
Los primeros años en Chile no son fáciles para Ana. El establecimiento que
ocupan las religiosas es inapropiado para sus fines; hay falta de personal y gran
incertidumbre sobre su porvenir. El gobierno les arrienda la casa en la plazuela
de la calle San Isidro, entre 1854 y 1860, inadecuada para las funciones propias
de las religiosas y en muy malas condiciones. En mayo de ese año recibían a
sus primeras 40 jóvenes pensionistas. De “paredes de barro que despedían
extraordinaria humedad”, lo que favorecía “la propagación de enormes ratas,
de hormigas y de otra muchedumbre de insectos” y las enfermedades de sus
habitantes. Este “montón de ruinas”, como lo calificó la alemana Carolina
Kruthofer en 1860, causó mucha impresión a las religiosas que iban llegando,
que no daban crédito de la situación. A medida que crecían las obras, más
incómoda resultaba la casa y más evidente era su precariedad.
Las religiosas saben a lo que vienen. Valdivieso les había pedido establecer en
Chile un pensionado que, necesariamente debía acompañarse de una escuela
externa gratuita. Pero la coyuntura del país las lleva a embarcarse en un nuevo
cometido inesperado para ellas, pues llegan cuando el argentino Domingo
Faustino Sarmiento ya dirige la primera Escuela Normal de Preceptores e
impulsa la creación de una entidad similar para mujeres. El Presidente de la
República, convencido por esta iniciativa, ve en la sociedad del Sagrado
Corazón la mejor posibilidad para llevarla a cabo en razón de su enorme
prestigio. Por intermedio del Ministro de Instrucción Pública, Silvestre
Ochagavía, solicita a Ana du Rousier que se haga cargo de la primera Escuela
Normal de Preceptoras chilenas. Un desafío más se suma a la misión. Para
aceptar la propuesta, ella pondrá sus propias condiciones.
Fue necesario adquirir un terreno para construir una casa que cumpliera los
requisitos tanto de la clausura, las obras de educación y los servicios seglares.
Con una donación de 30.000 pesos Ana du Rousier puede comprar un sitio a su
gusto, en Octubre de 1857, en la actual calle Portugal. Los trabajos de
construcción comienzan el 16 de Enero del año siguiente con la ceremonia de
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bendición de la primera piedra del nuevo edificio. Los actos de edificación
fueron costeados totalmente por la congregación.
El traslado a “La Maestranza”, como llaman a su nuevo hogar, ocurre a fines
de 1860 y sólo en ese momento pueden abrir la escuela externa, ya que la casa
de San Isidro no lo permitía. Considerada la Casa Madre de Chile, fue objeto
de grandes elogios por las religiosas que iban llegando al país.
Casa de Maestranza (avda Portugal). Acuarela de K. Nicholl rscj
El estilo educador de Ana du Rousier
"Las religiosas del Sagrado Corazón aceptan con gratitud la
proposición que se les hace de ir a trabajar por la gloria de Dios en la
República de Chile, por la educación de las jóvenes ricas o pobres, pues una
escuela gratuita se abre siempre al mismo tiempo de un pensionado.
Solamente el local y las clases son enteramente separadas.
Bajo su paternal autoridad, Monseñor, enviaremos, pues, un número
de maestras suficientes para enseñar el francés, inglés, historia, geografía,
elementos de literatura e historia natural, física, mineralogía, botánica,
astronomía, así como la música, el dibujo y las labores de aguja. La
instrucción religiosa y las virtudes domésticas son la base de la educación
dada a las alumnas del Sagrado Corazón. Se busca adornar el espíritu por
conocimientos útiles, variados, y dar relieve a esta instrucción por las artes de
agrado, se dedica sobretodo a formar el corazón de las jóvenes a las virtudes
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sólidas, a los sentimientos nobles, elevados, a enderezar su carácter y a
despojarlo de lo que la naturaleza o los primeros hábitos hubieran podido
introducir en él de defectuoso. En fin, trabaja por darles, modales suaves,
atrayentes, educados, que sean un día el consuelo y agrado de sus familias...
Carta de Ana du Rousier al Arzobispo Valdivieso desde Nueva Orleáns el 31 de
diciembre de 1852.
La enseñanza del Sagrado Corazón que traía Ana du Rousier se va delineando
según su propia personalidad, que consolida en esta etapa y se irradia a la hora
de enseñar. Se trataba de una "educación integral”, cuyo primer objetivo
estaba en la formación personal, comprendida como formación religiosa.
Todas las áreas de la educación impartida estaban supeditadas a la
trascendencia del rol social de la mujer como instrumento de transmisión de los
valores cristianos a sus hijos y a los sectores populares. Detrás de los planes de
estudios y reglamentos había una enorme confianza en la inteligencia y
discernimiento femeninos, valorando a la mujer como una pieza clave para la
sociedad. Dentro de este esquema, la verdadera audacia de Sofía Barat y las
suyas fue poner en manos le las mujeres conocimientos que hasta ese momento
estaban reservados a los hombres. Cabe destacar el valor atribuido a las labores
manuales y, en general, al vínculo con el trabajo en sí como un medio de
salvación, dándole también un sentido trascendente. Ni la fuerza de la oración
ni la vida conventual fueron desdeñadas, pero la práctica de la caridad
extramuros constituyó un nuevo vínculo material con la sociedad.
Si la vida religiosa activa constituía algo desconocido para los chilenos, no es
la única novedad que trae Ana du Rousier. Ella causa gran impacto en la
enseñanza femenina por el solo hecho de escolarizar a las mujeres de elite. No
significa esto transmitir sólo conocimientos según un plan de estudios
preestablecido, sino una reglamentación de la disciplina, del tiempo, del
estudio, de las horas libres, en fin, de una vida que las niñas chilenas no
conocían. Tan novedoso como estudiar en francés, fue para ellas hacer filas y
permanecer en silencio por prolongados períodos de tiempo. Lo mismo, la
aplicación del orden en todos los aspectos de su cotidianidad, desde la
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puntualidad hasta la higiene personal. Nueva fue también la relación con el
trabajo que intentaron inculcarles las religiosas; no sólo había que realizarlo,
sino darle un sentido trascendente, amándolo.
Se trataba, además, de una educación en la fe, que les muestra otra forma de
piedad, distinta a la barroca heredada„; no tan “ruidosas” como la que se
practicaba en Chile, según la mirada de las religiosas. Conocen nuevas
devociones y ceremonias que se asientan en la sociedad. Asimismo, se les abre
a las alumnas la posibilidad de participar en las asociaciones propias del
Sagrado Corazón: Hijas de María, Congregación de Santa Ana y Consoladoras
de María, con sus prácticas de oración, retiros y aportolados en los que ejercían
su compromiso como mujeres en la construcción de la sociedad por el amor
activo con el que el Corazón de Jesús las invitaba a vivir para los demás.
Para Ana también es novedosa y desafiante la dirección de la Escuela Normal
de Preceptoras. Desde la precariedad de los inicios hasta los problemas
contingentes propios de la secularización, esta institución vinculará
estrechamente a la congregación con las autoridades estatales. Por ello, la
fundadora está en Chile siempre al día de las legislaciones educacionales y de
la situación política cuando comienza a vislumbrarse la secularización, siendo
ella misma junto a sus hermanas un blanco muy vulnerable en lo referente a
estas materias. No sólo se informa, sino que además pasa a ser una autoridad y
un referente, en materia de enseñanza.
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Ana du Rousier forma a las alumnas chilenas bajo la consigna “El libro es
poco, el método es todo” (Padre Olivaint), debido a la escasez de los textos y a
la necesaria selección de las lecturas. Esta convicción ha estado presente desde
los comienzos de la elaboración de los Planes de Estudios que dan gran
importancia a la claridad de los métodos de trabajo tanto para las alumnas
como para las profesoras. El método contempla las distintas etapas de
aprendizaje por parte de las niñas y de estudio y preparación por parte de las
religiosas. La transmisión de los conocimientos se fue dando con la
participación activa de las alumnas. En la sala de clases y en las horas de
estudios, la relación entre profesora y alumna significa interacción. Es
fundamental la cercanía y la amabilidad entre las mismas alumnas,
especialmente con las más pequeñas y entre las del pensionado y la escuela
gratuita.
III. EXPANSIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN EN CHILE Y
AMÉRICA LATINA
Poco tiempo después de fundarse la Sociedad del Sagrado Corazón se había
expandido no sólo por Europa, sino también fuera de ella. Este efecto
multiplicador de la congregación también se replicó en Chile.
Apenas han pasado unos meses de su llegada a Santiago, cuando la
correspondencia de Sofía Barat comienza a insistir a Ana du Rousier sobre la
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urgencia de fundar una casa del Sagrado Corazón en Guatemala. Claramente
Sofía Barat no pretende que el esfuerzo del viaje de la primera comunidad de
religiosas del Sagrado Corazón en América Latina se quede estancado en
Santiago, sino que espera de ellas que sigan expandiendo las Sociedad.
Sus anhelos no eran lejanos a la realidad, porque al poco tiempo de
establecerse en Chile, empiezan las peticiones de distintas partes del país para
que se funden más casas del Sagrado Corazón. La primera es de la Serena, que
Ana no acepta, por tratarse de una propuesta poco concreta y principalmente
porque prefiere “afirmar y consolidar” lo que ya tiene antes de salir a otras
partes. A partir de 1857, año en que recibe la solicitud de la fundación de
Talca, se van concretando los nuevos establecimientos.
Una comunidad constituida por sólo una religiosa profesa, Eugénie du Lac a la
cabeza de cuatro aspirantes, se establece en Talca en noviembre de 1858. Ya
en 1860, la Vicaria da cuenta a la Casa Madre cómo los talquinos aprecian al
Sagrado Corazón y resume la situación, señalando que no solamente se ha
podido mantener la comunidad, sino que además han hecho reparaciones y
adquirido mobiliario, gracias a las pensiones de 36 alumnas„ Por su parte, la
escuela gratuita cuenta con 130 alumnas. A pesar de la pequeñez de su
comunidad Ana du Roussier ha logrado tener dos casas del Sagrado Corazón
en Chile, lo cual no deja de impresionar a Sofía Barat.
En el caso de Concepción la fundación ha sido solicitada por el Obispo
Hipólito Salas. Sin embargo debe postergarse porque Ana está preocupada de
construcción y posterior instalación de las religiosas en la Maestranza y espera
tener personal necesario para hacerlo. Ya en 1860 le escribe a la fundadora
sobre esta posibilidad:
“No le hablo de la fundación de Concepción, siempre deseada por su
excelente Obispo, no tenemos sujetos, ningún medio para hacerla, pero parece
conveniente como un lugar para ambicionar, a causa del bien que se podría
hacer. Seríamos ayudadas para los primeros gastos, la casa sería tan
floreciente como la de Santiago y más útil, porque allí no se encuentra ningún
pensionado religioso” (Carta de Ana du Rousier a Sofía Barat).
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Al poco tiempo de la llegada de las religiosas a Concepción, el 25 de Mayo de
1865, muere en Francia Sofía Barat. La noticia, que por cierto llega atrasada,
causa gran tristeza a Ana du Rousier. Marca el fin de una etapa: “En el
Corazón herido de Jesús he ido a buscar alguna fuerza para sobrellevar un
golpe tan inesperado como doloroso. Imposible me es expresar los diversos
sentimientos que se cruzan en mi alma” (Ana du Rousier a la Casa Madre)
Así como en las fundaciones de Talca y Concepción se ha recurrido al
argumento del peligro protestante, en Valparaíso ya es una realidad. Por lo
mismo ese es el principal motivo para el establecimiento de las hijas del
Sagrado Corazón en el puerto. Si bien la petición de fundar en Valparaíso
viene de parte de Mariano Casanova, gobernador eclesiástico de la diócesis y
futuro Arzobispo, también cuenta con el total apoyo del intendente José Ramón
Lira. Este ha educado a sus tres hijas en el Colegio del Sagrado Corazón de
Santiago, por lo que conocía la institución muy de cerca. Como siempre, la
concreción de la solicitud tarda más de lo esperado, incluso Casanova, en junio
de 1868, viaja a Europa con el fin de conseguir el establecimiento del puerto
logrando el beneplácito de Pío IX. La casa de Valparaíso se abre en 1870 y las
primeras alumnas inician sus clases en mayo de ese mismo año, poniéndose
bajo la protección de Mater Admirabilis. Su primera superiora es Mary Mac
Nally, quien ha dejado Concepción por motivos de salud, a quien se suman
otras religiosas venidas desde Europa para atenderla.
Cruce del río Longaví. Acuarela de K. Nicholl rscj
19
La fundación de Chillán la solicita el Gobierno casi simultáneamente a una
petición del Obispo electo de la Serena, José Manuel Orrego. A pesar de que
Ana du Rousier responde afirmativamente a este último, la fundación nunca se
concretó. Una vez más, aunque con recelo, los ojos de Ana miran hacia el Sur.
Ella no es partidaria de dicha fundación, pues a su juicio, se trata de una ciudad
sin importancia y trasmite sus impresiones a la Casa Madre: “Chillán es una
ciudad mal construida situada entre Talca y Concepción, cuenta con apenas
10.000 habitantes. Pronto habrá ferrocarril para Concepción y podrán enviar
a las niñas para allá o a Talca. Me parece que diseminar nuestros
pensionados en localidades poco considerables no sería bueno”. “Chillán
podrá reunir sólo un grupo limitado de alumnas. Sus autoridades bien
intencionadas, comprenden que un establecimiento como el nuestro procurará
un adelanto para la ciudad, por eso se comprometen a hacer sacrificios para
lograrlo”.
El interés del Gobierno en Chillán se fundaba en la existencia en la ciudad de
una Escuela Normal. La idea era que las religiosas del Sagrado Corazón
tomaran la dirección del establecimiento. Aunque la oferta se hizo en 1872,
sólo en 1874 logran instalarse, pues deben suplir la falta de personal antes de
hacerlo. Inmediatamente comienza el funcionamiento del pensionado, de la
Escuela Normal y de la escuela gratuita, teniendo un número considerable el
primero (40), sólo dos en la segunda y 90 la última.
Cruzando las fronteras.
Las primeras cartas de Sofía Barat que recibe Ana du Rousier en Chile, la
alientan a emprender nuevas fundaciones en otros países de América del Sur.
Aunque en un principio Ana se defiende de esta posibilidad por la lejanía, el
escaso número del personal, falta de apoyo económico y otros motivos, una
vez asentada en buen pie la Sociedad del Sagrado Corazón en Chile, decide
abrirse a países fronterizos.
Los hechos demuestran que la obra del Sagrado Corazón en Perú es
“imperiosamente necesaria”, como señalaron sus impulsores, puesto que la
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respuesta de la sociedad es inmediata al confiar sus hijas a las religiosas. En
1880 tiene a su cargo 120 internas, 22 normalistas y 119 niñas en la escuela
gratuita. Esta fundación que ha sido tan pensada por Ana du Rousier y que ha
comenzado en tan buen pie, se vuelve empero difícil por un motivo
absolutamente ajeno a las religiosas del Sagrado Corazón y a la educación
femenina. Cuesta mucho mantener cercana a Chile la casa de Lima, pues las
comunicaciones con Perú se ven en grandes problemas por el estallido de la
Guerra del Pacífico. Además se complica la posibilidad de enviar hermanas
chilenas para allá y se debe recurrir a las extranjeras.
Si bien, en 1855 Sofía Barat le hablaba de la posibilidad de llevar a cabo una
fundación en Argentina, la casa de Buenos Aires sólo logró establecerse en
1880, pocos meses después de la muerte de Ana. Tres años después de la
fundación de Lima, casi imperativamente sugería a la Casa Madre: “sírvase
bendecir este proyecto, mi muy Reverenda Madre, y déle su aprobación;
dependiendo de su respuesta lo ejecutaré”. Claramente estaba convencida, ya
no exponía ni temores ni inconvenientes como en el caso peruano, ahora ponía
todo de sí para conseguir su aprobación en París. La ansiada autorización llegó
de París cuando Ana ya no estaba en este mundo y se llevó a cabo
inmediatamente. Así, el 26 de abril de 1880, cuatro religiosas, entre ellas una
antigua normalista de Santiago, emprendieron el viaje desde Valparaíso a
Buenos Aires. La primera comunidad de rscj en Buenos Aires estuvo formada
por Katherine Nicholl, inglesa que había estado casi 10 años en Chile, Maestra
General de los pobres; Ellen McGloin, de Canadá, Vigilante General del
pensionado; Eugénie Bader, de Alsacia, Asistente ecónoma; y Carolina
Aguilera, chilena, quien llegó como postulante haciendo sus primeros votos el
día 30 de octubre de 1880 en la capilla de la casa de Río Bamba y su misión
fueron las clases en la escuela.
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La expansión del Sagrado Corazón por Chile, Perú y Argentina demuestra de
qué forma Ana du Rousier comparte con Sofía Barat el anhelo inicial de llegar
“hasta los confines de la tierra”. Ana, que termina sus días en Chile, habiendo
salido de Europa sólo por un tiempo como visitadora de las casas de
Norteamérica, demuestra una vez más su fuerza, entereza y capacidad de
gestión con los frutos de su obra en América del Sur. La lejanía la pone a
prueba en todo sentido: nunca logra adaptarse a las costumbres del fin del
mundo, pero mantiene siempre su lealtad a la Casa Madre y a las
Constituciones de la Sociedad, siendo esta, en definitiva, el motivo por el cual
permanecerá para siempre.
Fallece en Chile el 28 de Enero de 1880 y sus restos descansan finalmente en
al mausoleo de las Religiosas del Sagrado Corazón en el Cementerio Católico
de Santiago.
“¡Cuán bueno es Dios, cuánto nos ama! Aunque hubiera estado
en nuestra mano disponer de nuestra suerte temporal y eterna,
nunca hubiéramos llegado a ambicionar tanto como El
liberalmente nos concede.
Ana du Rousier rscj
22
MARY MAC NALLY
1814- 1884
Mary Mac Nally, nació en Londres, Inglaterra el 23 de
Noviembre de 1814. Ahí vivió los primeros años de
su infancia. Cuando tenía aún 8 años, todas la familia
Mac Nally se trasladó a Bologne sur le Mer, Francia, a causa de las ideas
políticas de su padre.
Cuando llegó el tiempo de la primera comunión de Mary, su madre – mujer de
fe profunda y muy piadosa consideró este acontecimiento como el más
importante en la vida de su hija y la confió a las Ursulinas para la preparación.
Es muy probable que en esta ocasión Mary tuviera por primera vez la idea de
la vida religiosa.
Más tarde el Sr. Mac Nally y la familia se trasladaron a París, porque deseaban
dar a sus numerosos hijos una educación según sus anhelos. Mary manifestó
desde muy niña valiosas cualidades de espíritu y de corazón. Su padre
orgulloso de esta inteligencia precoz, resolvió cultivar especialmente esta
hermosa naturaleza y desplegar los talentos que ella debía consagrar un día a la
gloria del Corazón de Jesús en la Sociedad del Sagrado Corazón. Siendo él una
persona muy preparada y brillante en las diversas ciencias, procuró a sus hijos
todos los avances de una educación sólida y fuerte: música, dibujo, pintura,
etc., nada fue descuidado. Se preocupó especialmente de Mary, le enseñó latín
y griego, la inició y guió en las bellezas de la literatura clásica.
En 1839, la familia Mac Nally se vino a América. Fue aquí donde Mary
conoció La Sociedad del Sagrado Corazòn. Dotada de una amable simpatía y
de valiosos dones espirituales, era el centro de las reuniones que hacía
encantadoras. Poco a poco tuvo tal ascendiente en su familia que se le confiaba
todo. Pero en medio de sus encantos que la hacían tan atrayente, la gracia
hablaba fuertemente a su corazón. El combate era violento. No podía decidirse
a romper con tantos y tan agradables lazos. Pero el Corazón de Jesús la quería
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a toda costa y la ayudó a entregársele. El 16 de julio de 1841, fiesta de la
Virgen del Carmen, Mary se embarcó para Francia. Allí se dirigió a su antiguo
confesor que la orientó hacia el Sagrado Corazón.
Hizo el Noviciado en Conflans bajo la dirección de la Madre Desmarquest a
quien Mary quiso y veneró toda su vida como a una verdadera madre. Después
de hacer sus Primeros Votos fue reenviada a América. Su aspirado lo vivió en
Eden Hall, que todavía estaba en fundación. Ella encontró ahí un vasto campo
donde ejercer su celo apostólico.
La comunidad era poco numerosa. Se le confió el economato, la vigilancia de
los obreros y el cuidado del campo, al mismo tiempo, era maestra de clase, de
música, etc. La Madre Inkce, su superiora, tenía plena confianza en su juicio
seguro y claro, y valoraba al mismo tiempo, sus virtudes religiosas, su lealtad,
su amor por las primeras religiosas y por sobre todo su obediencia, que la
llevaba hasta el heroísmo.
Santa Magdalena Sofìa le había prometido que volvería a Francia para hacer su
profesión perpetua. Como recompensa a su abnegación tuvo la felicidad de
hacer su Probación y profesar sus votos perpetuos bajo la mirada de Sofía
Barat, además de reencontrarse con la Madre Desmarquest que estaba
encargada de la Probación. Después de hacer su Profesión Perpetua volvió a
América donde la esperaba una noble misión.
Cuando el Corazón de Jesús, en sus designios de misericordia sobre Chile,
preparaba como apóstol de este lejano país a Ana du Roussier, le escogía, a la
vez, en la persona de la Mary Mac Nally, un precioso instrumento y una fiel
compañera para la realización de esta gran empresa. Entre sus cualidades
afectivas e intelectuales, el amor de Jesús y la generosidad a toda prueba la
hicieron capaz de superar las dificultades de la fundación de Santiago, mientras
su carácter agradable y su infatigable entrega fueron para Ana du Roussier un
enorme consuelo y apoyo.
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En Conflans, bajo la dirección de Madre Desmarsquet, aprendió este amor
incondicional a la Sociedad del Sagrado Corazón que llegó a ser como su
pasión dominante que expresa entregándose constantemente a sus intereses.
Ana du Roussier decía muchas veces que sin la colaboración y ayuda de Mac
Nally no habría podido dedicarse al establecimiento de la Sociedad en Chile.
A ella se debe el diario del viaje de la primera comunidad de Religiosas del
Sagrado Corazón desde Estados Unidos a Chile. Viaje que comenzó en el
barco Georgia el 9 de agosto, tuvo una escala en Jaimaca, continuó hasta el
itsmo de Panamá que cruzaron en tren, mula y piraguas, se detuvieron en Lima
para visitar a santa Rosa y llegaron a Valparaíso el 12 de septiembre.
“El día de la partida caía primer viernes de mes, de modo que estaba expuesto
el Santísimo Sacramento. ¡Con qué fervor dijimos adiós a este buen Maestro,
rogándole que nos acompañara en este viaje que emprendíamos únicamente
por Él, felices de haber sido escogidas para llevar tan lejos el conocimiento y
el amor del Corazón de Jesús! Desde el muelle vimos al “Georgia”, que
dejaba escapar su espesa humareda y parecía invitarnos a subir a él. El
aspecto de ese barco, pintado de negro, no era como para animarnos mucho.
En la cubierta había una multitud de gente que se despedía llorando. Nosotras
también dijimos adiós a la Reverenda Madre Hardy, que tuvo la bondad de
acompañarnos a bordo. Bajamos en seguida para instalarnos en nuestra
cabina que, tenemos que decirlo, era la mejor. Difícil de creerlo, por lo sucia y
pequeña, ya que apenas cabían dos camas en ella, ¡y nosotras éramos tres! La
mucama quería poner a la Hermana Antonieta en una sala abierta con las
otras mujeres de servicio. Nuestra Reverenda Madre se opuso a ello
firmemente y después de una pelea bastante desagradable, obtuvimos con un
empleado un colchón para poner en el piso, pero tan sucio, que se convirtió en
la causa de los primeros síntomas de mareo.
El día de la Asunción, el señor Larraín nos reunió para la misa y luego nos
hizo una prédica muy conmovedora sobre las grandezas de María y el poder
de su protección. Estábamos entonces en el mar de las Antillas. ¡Nada más
bello que la navegación en esas latitudes! El sol reflejaba sus rayos ardientes
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sobre las aguas y les daba un tinte de púrpura dorada. Miríadas de peces
pasaban y repasaban cerca del barco, dejando una estela plateada y
fosforescente. El 16 de agosto, hacia las dos de la tarde, vimos las costas de
Nueva Granada y a las 9 entramos en Aspinwall, donde teníamos que bajar
para atravesar el temible istmo de Panamá. Una señora norteamericana, que
ya había pasado por sus pruebas, dijo que lo más seguro y cómodo era
hacerse una litera. Desgraciadamente, no se siguió este consejo y se decidió
pasarlo en mula. Nos dijeron que a causa de las lluvias torrenciales que caen
en esta latitud, era indispensable proveerse de un manto de caucho y un
sombrero de paja de borde ancho para que escurriera el agua por él. Nos
desembarcamos el día 17 a las 8 en Aspinwall, costa baja, pantanosa y muy
insalubre. Se encuentran allí tres tiendas donde se vende a precio de oro, un
hotel y una estación de trenes. Después de haber hecho las compras
indispensables, nos dirigimos al hotel, ¡si así pudiera llamarse un galpón
sostenido por cuatro pilares! Fuimos al comedor con intenciones de
desayunar, pero lo que nos sirvieron detuvo nuestras buenas disposiciones.
Nos subimos, pues, al tren, como en un día de vigilia y de ayuno. La Hermana
Antonieta se durmió para engañar el hambre y la Madre Mac Nally, más dócil,
se puso en oración y admiración de las raras bellezas de la naturaleza. En este
clima quemante, la tierra que riegan las lluvias casi continuas, produce una
vegetación prodigiosamente vigorosa.
„ Seguimos a nuestros guías hasta una altura donde nos esperaba el
espectáculo más pintoresco que pudiera concebir la imaginación más viva.
Estábamos a una altura de 50 o 60 metros y vimos a un lado, un lago bellísimo
y al otro, los soberbios árboles de la selva que dejaban caer sus ramas en sus
aguas. Más lejos, distintos planos en tonos verdes con palmeras que bajaban
hasta la ribera. Algunas cabañas de negros, cubiertas de ramaje y
diseminadas por todos lados, le daban vida al paisaje. Pero al verlos de cerca
era otra cosa: sus vestidos, reducidos a la más mínima expresión, sus casas
sucias, quitaban el encanto de la perspectiva. Otro cuadro se presentó a
nuestra vista: una multitud de piraguas hechas con troncos de árboles de la
selva, esperaban a los viajeros y su equipaje. El comerciante peruano eligió
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una para su hija y para nosotras. Entre tablas, cuerdas, y con la ayuda de
nuestros guías, llegamos sin dificultad a la piragua. Delante ya estaban
instalados nuestros baúles; detrás habían puesto un pequeño toldo bajo el cual
nos ubicamos con Adelaida, su padre, los señores españoles, el señor canónigo
Herrera y el señor Larraín. Al ver que ellos leían o conversaban,
aprovechamos para rezar el oficio y el rosario. Al terminarlos conversamos un
poco, admirando las bellezas que nos rodeaban. Entre tanto, la Hermana
Antonieta ¡rezongaba indignada por la poca tela que empleaban los indios
para vestirse!... Después de atravesar el lago, entramos en un pequeño río, tan
poco profundo, que nuestra piragua tocó fondo. Los remeros tuvieron que
luchar con habilidad para hacerla avanzar.
Esta navegación, bajo las grandes ramas de los árboles de la selva,
era espectacular. Las cotorras, los papagayos, los pájaros del más brillante
plumaje parecían preguntarnos: “¿por qué vienen a perturbar nuestra
tranquilidad en este bello boscaje?” Al acercarse la noche, cambió el
espectáculo y la selva nos pareció más bien sombría.
„Eran las siete de la mañana cuando subimos a nuestras monturas.
La Hermana Antonieta, después de muchas exclamaciones, se puso en
movimiento en su camello, acompañada por el canónigo, señor Herrera, quien
le decía que iba a tomar su primera lección de equitación. El señor Larraín la
puso bajo la protección de su sobrino, don Manuel Yrarrázaval. Él mismo
ayudaba a la Reverenda Madre du Rousier y no la abandonó ni un momento
durante todo este trayecto tan peligroso. Se preocupó de contratar a dos
negros para que guiaran la mula, ¡pero ellos cumplieron muy mal su trabajo!
Durante una media legua, seguimos por un camino pedregoso y lleno de
rodados que habían cavado las lluvias. Pero pronto desapareció esta ruta y
tuvimos que abrirnos un camino por pasos angostos y escarpados, que los
arroyos y torrentes habían formado entre los roqueríos.
Mary Mc Nally, dotada de una gran facilidad para el estudio de las lenguas
supo aprovechar las clases de castellano que Monseñor Larraín les dio durante
la travesía a Chile. Se perfeccionó durante la estadía en el convento de la
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Victoria, donde permanecieron tres meses, muy rápido se expresaba
correctamente y lo escribía con elegancia. Sus amables virtudes y sus valiosas
capacidades, le atraían la amistad de las Religiosas Clarisas, a tal punto que la
abadesa le propuso seriamente tomar el hábito de su orden.
Cuando las Religiosas se establecieron en la casa de calle San Isidro, logrando
con ello un local más o menos conveniente para sus obras, Mary Mac Nally
comenzó el increíble trabajo que pesó sobre ella la mayor parte de los 22 años
que vivió en Chile. Era ella la que dirigía a los obreros en los trabajos de
reparación, ella quien limpió y pintó – junto con Antonieta Pissorno – una
habitación muy deteriorada que después sirvió para las primeras normalistas.
Mary era a la vez maestra de clase, de religión, caligrafía, dibujo, de labores,
vigilante de dormitorio y de recreos; mientras que Ana du Roussier se ocupaba
del gobierno e instrucción de las primeras pensionistas que era necesario
aceptar.
Las religiosas no se encontraban para reunirse sino hasta después de dejar
acostadas a las alumnas. Esos momentos los reservaban para hacer sus
ejercicios espirituales, compartir y reflexionar juntas sobre lo que era necesario
determinar para el día siguiente.
Cuando llegó el primer grupo de religiosas a reforzar a la comunidad del
Sagrado Corazón, Mary Mac Nally dejó la Escuela Normal y fue nombrada
Maestra General del Pensionado que ya llegaba al centenar de alumnas. En
medio de su numeroso rebaño continuó su vida de completa entrega. Como no
tenía para ayudarla más que dos o tres religiosas, se puede decir, que ella no
dejaba a sus alumnas y les prodigaba los cuidados de una tierna madre
abrasada de un celo ardiente, sobre todo por su bien espiritual.
Mary Mac Nally sentía una gran admiración por Ana du Roussier que le
habría sido imposible, no solamente desaprobar sino aún encontrar el menor
inconveniente a su organización. Esta unión basada en la fe viva y el “Cor
Unum” (“Union de Corazones” lema de la sociedad del sagrado Corazón) , fue
visiblemente bendecida por el divino Corazón de Jesús: el espíritu de las
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alumnas era excelente a pesar de su extrema vivacidad, el Reglamento era
observado con exactitud, se distinguían por su amor al Sagrado Corazón y la
Maestra General era querida y respetada por todos. Muchas de entre ellas
fueron después religiosas ejemplares que han influido en la sociedad chilena.
Trabajaba sin descanso en la formación de sus pequeñas niñas: las guiaba hacia
una piedad sólida, inspirándoles ante todo una devoción práctica hacia el
Corazón de Jesús y María Inmaculada. Entendía que una Maestra General no
podía llevar sola el peso de la educación de las alumnas, sino que necesitaba
del concurso de otras maestras, por eso exigía a las alumnas que las respetaran
y castigaba seriamente la menor falta de respeto a la autoridad.
Cuando fue designada como Asistente de la Ana du Roussier, tomó de corazón
el mantener el orden y el bienestar de la casa, puso en ello el mismo celo que la
caracterizó en todos los demás empleos con las niñas. No se valía de la
influencia que tenía en la comunidad más que para alcanzar una mayor
fidelidad a las reglas, su fe tan viva le inspiraba un celo particular por el rezo
del Oficio. En 1864 cuando Ana du Roussier fue llamada al Consejo General
ella la reemplazó en Santiago, servicio que realizó con una gran prudencia.
Antiguo colegio del Sagrado Corazón. Concepción.
Mary Mac Nally fue escogida como Superiora y encargada de la fundación en
Concepción. El testimonio de una de las primeras alumnas de esa casa refleja
el impacto que su presencia causarìa en este lugar: “La Madre Mac Nally llegó
a Concepción en marzo de 1865. La reputación de su virtud y de su talento la
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habían precedido. Monseñor Salas que la apreciaba mucho, había contribuido
a hacerla conocer entre las principales familias de la ciudad. La víspera del
primer viernes de Mayo se fijó para la apertura del pensionado: 25 alumnas se
presentaron; al mes siguiente eran 38, número más que suficiente para una
comunidad de cuatro religiosas. Aun siendo superiora, la Madre Mac Nally
daba clases de francés y español a 8 alumnas, daba cursos de instrucción de la
escritura, hacía la lectura durante las labores, traducía del francés pasajes de
Circulares de la Sociedad o textos edificantes de alumnas del Sagrado
Corazón. Mezclaba esas lecturas a conversaciones muy amenas y graciosas
apropiadas para nuestra instrucción y para hacernos conocer también
nuestros defectos; ya que no conocíamos lo que debía ser un Pensionado del
Sagrado Corazón, debíamos aprender todo. Si una de nuestras Maestras se
enfermaba la Madre Mac Nally la reemplazaba en todo. Tan constante
abnegación cautivaba nuestro corazón, la queríamos y respetábamos. Su
mayor empeño era inspirarnos la devoción al Sagrado Corazón. Se decidió
que el primer viernes de Junio nos consagraríamos a Él, lo que se hizo con la
solemnidad que merecía una fundación”.
Pero, ya el excesivo trabajo había agotado las fuerzas de Mary Mac Nally y las
religiosas se vieron en la necesidad de llevársela a Santiago. El dolor de las
niñas de Concepción fue grande. Durante largo tiempo mantuvieron con ella
una correspondencia llena de interés y afecto. Ana du Rousier supo darle
cuidados más delicados. Recuperó poco a poco sus fuerzas, tanto que se le
confió la fundación de la casa de Valparaíso. Ahí, como en Concepción, supo
darse sin medida a la gloria del Corazón de Jesús. Bajo su dirección iluminada,
el nuevo establecimiento adquirió muy pronto un gran prestigio en la ciudad.
Mac Nally tenía la pasión por ganar las almas al Señor, por eso renunciaba
gustosa a satisfacciones personales: el amor de Jesús la consolaba de todo. En
Valparaíso los sufrimientos no le faltaron, pero su corazón fuerte en la fe la
elevaba a la altura de toda circunstancia.
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Colegio Sagrado Corazón de Valparaíso
Los largos años de trabajo terminaron por minar su salud. Ana du Roussier no
escatimó nada por conservar y prolongar la salud de una persona tan valiosa y
útil a la misión de la Sociedad. De nuevo fue llevada a Santiago. Los médicos
fueron de opinión que un viaje largo y el clima de Estados Unidos podrían
operar sobre su temperamento una reacción favorable. Ana du Roussier asumió
esta sugerencia y aunque debió ser muy dolorosa esta decisión, la hizo saber a
la Mary que partió a Estados Unidos en 1874, dejando – tanto entre las
religiosas como entre las demás personas y familias chilenas– un recuerdo
lleno de gratitud. Muchas de sus alumnas continuaron manteniendo con ella
cercana y frecuente correspondencia. Pocas semanas antes de su muerte Mary
escribía a algunas de nuestras hermanas y a varias antiguas alumnas,
expresándole su sincero afecto.
Volver a Estados Unidos, agotada y sintiendose incapaz de entregarse para la
gloria del Corazón de Jesús, fue una prueba muy dolorosa para esta mujer
generosa y desprendida. Una carta de la Madre Hardy, misionera de Estados
Unidos y entonces en Francia, tan llena de maternal bondad, le hizo sentir que
ella no la olvidaba y le ayudó a reanimarse. Sus fuerzas volvían poco a poco.
Con gran dedicación se entregó a las jóvenes religiosas en formación que se le
confiaron, especialmente en cuanto a los estudios franceses. Después de
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algunos años pasados en Manhattanville, la Madre Vicaria la llamó a
Kenwood. Ahí llegó aún a ser el alma de los recreos por sus interesantes
relatos y sus sabias reflexiones espirituales. Las niñas la respetaban y su
dedicación como Maestra de estudios franceses no decaía jamás, por lo que sus
alumnas sentían por ella un profundo agradecimiento y ada vez que se la
nombraban expresaban su admiración hacia ella. Mary pasó seis años en la
comunidad de Kenwood, años de entrega y de un precioso testimonio de fe y
de obediencia.
Durante las vacaciones de la Navidad de 1883, sus fuerzas disminuyeron
rápidamente. Tuvo el consuelo de ver a Monseñor Casanova a quien tanto
ayudó en Valparaíso, su energía y su celo misionero se reanimaban durante las
conversaciones con él. En el mes de enero de 1884 no tuvo la mejoría que ese
esperaba. El 06 de febrero, el doctor alarmado por su extrema debilidad, juzgó
prudente recibiera el Sacramento de los Enfermos.
La Superiora estaba en Nueva York, pero fue avisada inmediatamente. Al
llegar fue directamente a verla para conversar con ella. Pudimos, una vez más,
admirar el espíritu de Fe que siempre la caracterizó. Recibió a su superiora con
un gozo emocionado y lágrimas de agradecimiento corrían por sus ojos casi
cerrados. Después de 9 días de sufrimiento, durante los cuales edificó
constantemente a todos cuantos la visitaron, con las manos llenas de buenas
obras, fue al encuentro de Aquel a quien había amado tanto y servido tan
fielmente; tenía 69 años.
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Antonieta Pissorno
1810 -1873
Nació en Nice La Paille (Piamonte), el 10 de Marzo
de 1810. Su padre comerciante y vendedor, cristiano,
alegre y fácil, iniciaba con gusto a sus numerosos
hijos en la práctica de los valores y compromisos de su fe.
Cada tarde se leía en familia la vida de los santos y esos relatos impresionaban
la precoz inteligencia de la joven Antonieta. A los 14 años fue testigo de la
muerte de una de sus jóvenes hermanas que la Santísima Virgen asistió
visiblemente en su última hora y que había nacido con el nombre de Angela
grabado sobre su pecho.
Esta atmósfera de fe cristiana hizo nacer en su corazón el deseo de darse a
Dios. No fue sin dolor que su padre accedió a sus deseos; el carácter agradable
de Antonieta, su amor por el trabajo y su curiosa aptitud para la confección de
licores, confites y otros artículos de su pequeño comercio la hacía doblemente
querida. El consintió sólo una vez que cumplió los 18 años. Antonieta entonces
entró como postulante a las Benedictinas de Nice; pero no encontrando ahí esa
perfección que ella se había formado como ideal, volvió a la familia. En 1831
se presentó en la casa de las Religiosas del Sagrado Corazòn en Turín. La
superiora de entonces la acogió con bondad.
La joven postulante fue tan sensible a separación de sus padres que creía como
ellos, que no le sería jamás permitido volverse a ver y este pensamiento que no
osaba compartir con nadie la preocupó tanto, al punto de alterar su salud. La
Madre de Limminghe encargó a la hermana Roberti, primera novicia italiana
de Turín, sondear la causa de esta tan inexplicable tristeza, y en cuanto la
conoció, se apresuró de prevenir a sus padres para que vinieran a ver a su hija.
Esta entrevista fue la última que tuvo Antonieta con su madre que murió poco
después. Antes que su padre le hubiera comunicado esta pérdida, subiendo una
escalera hacia las dos de la tarde, su espíritu perfectamente libre de todo
recuerdo de familia, sintió una voz interior que le dijo: “Reza por tu madre, ya
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no está con nosotros.”Al día siguiente en la mañana, la Superiora recibía una
carta que confirmaba la verdad de este misterioso aviso.
Antes de conocer la vida de las Religiosas del Sagrado Corazón, Antonieta
creía que cada Religiosa tenía muchas sirvientes a su disposición. Se
sorprendió al ver a las religiosas, incluidas las más delicadas, abnegarse en
trabajos domésticos con una humildad que le hacía superar sus propias
desganas. Sentía gran hastío por la despensa y la cocina, empleo donde su
habilidad la hacía muy útil. Las religiosas, en su prudencia la ocupaban muy
poco en ese empleo y Antonieta se decía que su prueba terminaría con su
noviciado. Durante el retiro que precedió a sus votos, en la meditación sobre la
indiferencia, comprendió cómo sus resistencias, escuchadas, eran contrarias a
esta virtud. Ella se abrió al buen director que la mandó ponerse a los pies de
Nuestro Señor y ofrecerse a servirle toda su vida en ese empleo si tal era su
beneplácito y de renovar este acto de abandono ese mismo día a los pies de sus
hermanas. El sacrificio fue hecho con una gran generosidad y no tardó en
encontrar su recompensa, los obstáculos en su interior disminuyeron y sentía
ahora mayor gusto y alegría en todas las tareas con las que ayudaba a la misión
de la comunidad.
Antonieta tuvo a la noche siguiente un sueño misterioso: vio claramente una
corona de forma elegante, pero sin follaje y sin flores y le fue dicho
interiormente que ella la tendría que ornamentar. Veinte años más tarde, las
dificultades de la fundación de Santiago le hizo experimentar un momento de
desánimo y la misma corona se le apareció resplandeciente sobre un fondo de
lapislázuli, adornada por un solo lado con flores y piedras preciosas. Esta
visión la reanimó y fue de gran ayuda para caminar con una enérgica fidelidad
en el camino abnegado de la entrega y el servcio incondicional que se le abría
más vasto ante ella. También, mucho tiempo después cuando ella se sentía
aquejada del mal que debía llevárnosla, dijo “Yo creo que no me mejoraré, mi
corona debe estar bastante avanzada y yo ofrezco todos mis sufrimientos para
acabarla”.
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Antonieta Pissorno se quedó en Turín hasta la Revolución de 1848; ahí se
distinguía por su espíritu de fe, su obediencia y su espíritu de servicio, pero por
largo tiempo tuvo que combatir tanto la vivacidad de su carácter, como una
excesiva sensibilidad y no llegó a dominar ni lo uno ni lo otro, sino por un
generoso y constante esfuerzo.
Supo apreciar el viaje que hizo a París cerca de las primeras religiosas y
hablaba con gozo a las chilenas de las virtudes de Santa Magdalena Sofìa, de
su amor por la pobreza, de su celo por la observancia de la regla.
Cuando Ana. du Rousier fue enviada a América, nuestra buena hermana
hubiera deseado acompañarla, pero temiendo que ese atractivo fuera
demasiado natural, no habló de ello a nadie, se contentó con expresar su deseo
al ángel guardián. Tres días antes de la partida, la misma Santa Magdalena
Sofìa, al encontrarla de dijo:”Bien, hija mía, ¿quiere ir con nuestra madre a
América?”.La respuesta no se hizo esperar. ¿El ángel guardián había
escuchado su deseo?
Designada entonces para acompañar a Ana du Rousier en sus viajes, le prestó
sus servicios con respetuosa delicadeza que con los años se fueron
acrecentando, siendo de gran ayuda en medio de todas las precariedades del
viaje y la fundación. En Chile fue el único testigo de las privaciones de todo
género que tuvo que sufrir la priemra comunidad de Religiosas del Sagrado
Corazón de esta misión lejana.
Huerta y capilla de la casa de Maestranza. Acuarela de K. Nicholl rscj
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Algunas postulantes chilenas entraron sucesivamente para ser religisoas del
Sagrado Corazón. Antonieta les dio constantemente buen ejemplo de las
virtudes de la vida en el Sagrado Corazón, de un filial amor por la Sociedad y
del más sentido respeto por sus hermanas de comunidad y misión. Su amor por
la pobreza la hacía atenta a los menores detalles. Su obediencia totalmente de
fe, le hacía sentir tan vivamente la presencia de Jesús en sus superioras, que
jamás se permitió el menor retraso en la ejecución de sus deseos. Siempre
olvidada de sí misma, siempre se entregaba a sus ocupaciones con una gran
generosidad, sin que sus tiempos para la oración, el exámen, la lectura y la
misa sufrieran jamás. En su ingenua piedad, había dado a sus empleos distintos
protectores de su devoción: Santa Rita debía acompañarla en su trabajo en el
patio, San Antonio en la despensa... Por ser la decana, Antonieta recibía con
mucho placer el ramillete de flores que le ofrecían sus hermanas cada año para
la pequeña fiesta del 13 de Junio que terminaba al pie del altar de San Antonio
erigido en la despensa.
Desde hacía 14 años pedía a la Santísima Virgen la gracia de morir para la
celebración de la Porciúncula de San Francisco de Asis. Durante los días que la
precedían ella redoblaba su fervor, ponía orden en su empleo, después del 2 de
Agosto, cuando pasaba la fiesta, volvía a tomar su trabajo con nuevo ardor.
Al comienzo de 1873, se debilitó sensiblemente, pero siempre dura consigo
misma, cumplió sus obligaciones hasta el fin de Mayo. Entonces debió
detenerse, confesándose vencida por la enfermedad. Los cuidados más asiduos
no pudieron disminuir el progreso de su enfermedad y pronto el médico la
declara incurable. La Hermana Antonieta, sin dudar de la gravedad de su
estado, estaba plenamente abandonada a la voluntad de Dios; no contenta de
consagrar a la oración sus largos insomnios, ella seguía en oración gran parte
de la mañana. Contemplaba las imágenes con que había tapizado sus cortinas:
Una le recordaba los sufrimientos de la Iglesia, la otra los sufrimientos de
Santo Papa; una tercera era de Magdalena Sofía Barat, una cuarta le recordaba
rezar por las necesidades de Francia y de la Sociedad del sagrado Corazón, etc.
36
Las horas, si bien dolorosas, corrían demasiado rápidamente según ella y
durante las últimas semanas una mirada casi constante hacia el crucifijo la
llenaba de una paz inefable. “Nos entendemos tan bien” decía ella un día a Ana
Du Rousier, “somos tan buenos amigos”. La visita de Ana era para ella un
inmenso consuelo y le testimoniaba su agradecimiento en los términos más
respetuosamente delicados. Se unía a las diferentes novenas que se hicieron
por su sanación, pero el 31 de Julio vino una crisis más fuerte. A la sorpresa
del primer momento sucedió la alegría del niño pronto a retornar hacia su
padre. Antonieta recibió los últimos sacramentos con una confianza inmensa y
comprendió prontamente que en lugar de la suave paz de la Porciúncula de san
Francisco, nuestro Señor le pedía que siguiera compartiendo su cruz hasta el
final. Su existencia desde entonces fue una agonía prolongada, en la cual no
tuvo otro temor que el de perder la paciencia, pero una novena a la Magdalena
Soofía calmó esta inquietud. Desde entonces el pensamiento del encuentro con
Jesús la ocupaba únicamente y la destrucción sucesiva de todo su ser no fue
más para ella que un objeto de alegría.
Antonieta vivió aun para celebrar la fiesta de María el 8 de septiembre y el día
15 como a media noche entregó su último suspiro.
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2ª comunidad de Religiosas del Sagrado Corazón enviadas
por Sofía Barat a Chile
Eugénie (Therese) du Lac, (1817 – 1875) nació en el Piamonte (Italia). Hizo sus
primeros votos el 29 de septiembre de 1837 y su profesión el 3 de noviembre de
1854. Fue superiora del Soccorso en Turín hasta la expulsión de 1848. Desde ahí
partió a la fundación de Blumenthal en Holanda, como superiora hasta 1854, año
en que llegó a Chile, nombrada por M. Sofía superiora del segundo grupo de rscj, a
bordo del velero “Sirena”, en un viaje vía Cabo de Hornos, descrito con detalles en
su diario. Con sus 5 compañeras llega a Chile el 3 de noviembre de 1854. Funda
la casa de Talca en 1858. Como gran escritoria relata esta fundación, así como la
revuelta encabezada por el general Cruz en contra del presidente Manuel Montt.
En 1864 acompaña a Ana du Rousier en su viaje a Francia para que ésta participe
del Capítulo General. A su regreso forma parte de la comunidad que funda en
Concepción, hasta que regresa a España, falleciendo Sevilla.
Josephine Echeverría (1824- 1872) Española. Hizo sus primeros votos el 13 de
noviembre de 1846 y su profesión el 23 de junio de 1853, pocos meses antes de
embarcarse rumbo a Chile. El año 1867 es enviada a Talca.
Cornelia Elizabeth Sieburgh (1824 – 1890) Holandeza. Hizo sus primeros
votos el 11 de julio de 1844 y su profesión perpetua el 28 de noviembre de 1854,
acabada de llegar a Chile. Se incorpora a la comunidad de Maestranza para luego
servir desde 1886 en el Externado.
Isabel Plandiura (1830 – 1907) Nace cerca de Barcelona. Hizo sus primeros
votos el 13 de noviembre de 1851, viaja a Chiley profesa el 20 de febrero de 1860.
Es enviada a Concepción el año 1866.
Marie Lenoir (1824 – 1896) Francesa. Hizo sus primeros votos el 4 de febrero
de 1853 y profesó luego de 7 años en Chile, el 1 de marzo de 1861. Sirvió en
Maestranza y Concepción.
Magina Pujol (1832 – 1869) nació Larria, cerca de Barcelona. Hizo sus primeros
votos el 2 de marzo de 1850 y se une el año 1854 a la colonia de religisoas que
viaja con Eugenie de Luc a Chile. Regresa a España donde fallece.
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TERESA SERRA
1812-1893
Primera chilena religiosa del Sagrado Corazón
María Teresa Serra nació en Santiago el 9 de Diciembre de 1812, de una
honorable familia de negociantes. Su padre don Mariano Serra, español de
nacimiento, era estimado de todos por su probidad y sus virtudes. Su madre
doña María Muñoz, nacida en Chile, pero de origen español, pertenecía a la
familia de San Vicente Ferrer: este servicio era para ella un estimulo para
trabajar por adquirir la perfección e inculcar este deseo a su pequeña familia
que se componía de cuatro hijos: dos varones y dos hijas, siendo Teresa la
menor.
En esta familia Teresa recibió tempranamente estas lecciones de fe viva y
caridad que deberían influir sobre su vida entera. Cada día la señora Serra
reunía a sus hijos junto a ella para leer la vida de los santos, después cada uno
se retiraba reflexionando en los medios de imitar lo que acababa de escuchar.
Teresa y su hermana Carmen, también religiosa, ensayaban desde entonces
reproducir los modelos puestos ante sus ojos diariamente: pasaban largas
horas en oración y se entregaban a rigurosas mortificaciones. Su pieza servía
de oratorio a las dos hijitas quienes le confiaban inocentemente sus
instrumentos de las penitencia. En estas frecuentes conversaciones con el
Divino Maestro, Teresa se formaba en los sólidos valores cristianos.
A la edad de 8 años, Teresa y su hermana Carmen se prepararon a la primera
comunión con tres pequeñas primas que vivían en la misma casa. El retiro que
precedía este gran acto duraba nueve días; todos guardaban profundo silencio,
lloraban con frecuencia sus faltas y se imponían duras penitencias. El día de su
primera visita, Jesús se debió complacer en esos corazones inocentes y
pagarles con la gracia de la vocación religiosa la generosidad de su
preparación.
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Cuando se realizó la insurrección de las colonias españolas, el señor Serra
tomó las armas para sostener a su príncipe, combatió con valentía y retomó una
fortaleza a los insurgentes, lo que le valió más tarde de la parte del rey de
España, un título de honor. Se volvió a Barcelona y allí ocupó un rango
distinguido entre los armadores de esta ciudad. En cuanto fue posible, llamó
cerca de sí a su familia que se embarcó rápidamente para reunirse con él.
Teresa tenía entonces 10 años.
La señora Serra tuvo mucho que sufrir durante ese viaje, particularmente de
parte del capitán que no aprobaba la vigilancia con la cual esta buena madre
velaba por sus hijos; un día él le dijo que veía de lejos un navío que debía ser
un corsario. La señora Serra, afligida desciende a su cabina, se encierra con sus
hijas y les hace ponerse de rodillas: “Hijas mías, dijo ella, hagan el acto de
contrición, porque antes que entregarlas a los piratas, yo misma las tiraré al
mar”, y las dos jóvenes, dóciles a la voz maternal, unieron sus manitos e
hicieron la ofrenda de sus vidas. Pero Dios se contentó con las heroicas
disposiciones de la madre y la sumisión de las niñas: el pretendido corsario era
un barco mercante que el señor Serra enviaba delante de su familia para
protegerla y llegaron felizmente al puerto de Barcelona.
Su educación se hizo en casa, bajo el cuidado de su madre, lo mismo que su
hermana. Aunque su padre exigía de ellas una tenida elegante, las dos jóvenes
niñas que habían consagrado su corazón a Jesús, bajo los ricos vestidos se
revestían con una camisa de saco y un cilicio de crin. Un incidente vino aún a
fortificar su deseo de servir a Jesús solo. En esta época vivía en las montañas
de los Pirineos una mujer que se entregaba a las más grandes austeridades y
cuya reputación de santidad se había extendido lejos, la llamaban “la solitaria
de los Pirineos”. Habitaba una cabaña rodeada por una fosa y no dejaba
penetrar a nadie en la celda: los visitantes eran recibidos a la entrada de la
puerta. La señora Serra se acercó a ella con las dos hijas; viéndola la solitaria le
dijo: “Señora, quede usted aquí ante mi cabaña, mientras que sus hijas que son
vírgenes y consagrarán un día su vida a Dios, pueden seguirme a mi celda.”
Teresa entró al Sagrado Corazòn de Perpignan, Francia, donde hizo sus
40
primeros votos el 1ª de noviembre de 1839. Su hermana Carmen la había
precedido en la vida religiosa y sus padres, no pudiendo vivir separados de
ellas, hicieron construir una casita cerca del jardín del Sagrado Corazón.
Teresa mostró desde su entrada un gran atractivo por la vida interior; su actitud
era desaparecer para buscar sólo la mirada de Jesús manso y humilde de
Corazón. Pronunció sus primeros votos el 6 de noviembre de 1841 y después,
aún no habían pasado dieciocho meses, cuando el Divino Maestro pidió a la
joven un gran sacrificio: su hermana Carmen, a quien la unían lazos tan
íntimos, cayó gravemente enferma y todos los recursos fueron inútilmente
empleados. En esta hora suprema, Teresa suplicaba a su hermana de obtenerle
la gracia de ir pronto a reunirse con ella en el cielo. “No, Teresa, respondió la
moribunda, tú debes vivir mucho tiempo, irás a fundar a España, y después a
Chile.” La primera parte de estas palabras no iban a tardar en realizarse.
La fundación de la primera casa del Sagrado Corazón en España se llevó a
cabo el 24 de octubre de 1845 con la llegada a Barcelona de la religiosa
Kerulway y Teresa, quien, con el consentimiento de su familia y según el
deseo de su hermana Carmen, ofreció todos sus bienes para la fundación. Las
dos religiosas fueron recibidas en la casa del señor Serra que se ocupó de
encontrar una propiedad conveniente para el buen establecimiento. Fue en
Sarriá que Teresa Serra terminó su formación, en los trabajos y las privaciones
inseparables de los primeros años de una fundación, y ahí tuvo la felicidad de
hacer su profesión el 24 de septiembre de 1847. En 1855 llegaron a término sus
deseos y se embarcó para Chile. Durante su estadía en Santiago, Serra tuvo el
dolor de perder a su padre, anciano ya ciego desde hacía 12 años.
En 1961, la Madre Serra fue enviada a Talca donde pasó 33 años de su vida.
Casi siempre sacristana y maestra de coro, sus días pasaban a la sombre del
santuario, donde deseaba tener su morada día y noche al pie de su buen
Maestro, a quien cuidaba y servía tan bien; su alma se expresaba en ardientes
coloquios con el Dios de la Eucaristía.
41
Colegio del
Sagrado Corazón.
Talca
Qué decir de su dolor cuando escuchaba el relato de un sacrilegio!... Sus
superioras se veían obligadas de recomendar silencio respecto a este tema ante
Teresa, porque su pena era tan grande, que le provocaban violentas crisis del
corazón que solamente con remedios enérgicos se le podía calmar. A menudo
en nuestros días de exposición, se veía a Teresa radiante de felicidad ante el
altar magníficamente adornado habitualmente por la generosidad de sus
parientes quienes, adelantándose a sus deseos le enviaban desde España ricos
ornamentos, vasos sagrados, alfombras. La obediencia fue la brújula de toda su
vida, se veía en ella el espíritu de fe que animaba todas sus acciones y le hacía
sentir de alguna manera visible una presencia real de la autoridad de Dios en
las demás personas.
Su amor por la humildad le hacía acusarse por las menores faltas con una
sencillez y un candor infantil. Se consideraba sencillamente como la última de
todas, como la más miserable de las pecadoras, a menudo repetía: « Es tiempo
que yo vaya a ver a Nuestro Señor al cielo, porque aquí yo no sirvo para nada,
no soy más que un obstáculo a todo, estoy tan vieja! » Su mortificación no era
menor: todo era demasiado bueno, demasiado bien para ella; en sus
enfermedades sabía encontrar las ocasiones de agregar sufrimiento al de su
estado y si siempre pedía ser la última en ser servida.
Toda llena de Nuestro Señor, lo comunicaba a las personas con las que tenía
relación; nadie se alejaba de ella sin haber escuchado una palabra de Dios por
corta que hubiera sido la entrevista. Aunque no trabajó mucho en el
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pensionado, ejercía sobre las alumnas una influencia saludable, sobre todo por
esa impresión de santidad que las más jóvenes sentían cerca de ella. « Qué
felices son, les decía Teresa, qué felices son de vivir bajo el mismo techo que
Nuestro Señor! Quieran mucho a este buen Maestro, ámenlo por todos
aquellos que no lo aman, y no lo visiten jamás sin llevarle una ofrenda:
algunos actos de humildad, de obediencia, de aplicación, pero sobre todo un
corazón bien puro. Deberían ser puras como los ángeles, reciben tantas
gracias. »
La compasión de Teresa para con los pobres y los desgraciados era tan grande
como su celo por procurar la gloria del Corazón de Jesús. Para secundar los
deseos de su caridad, la Divina Providencia le abrió una mina inagotable en la
generosidad de doña Dorotea Chopitea de Serra, su cuñada. Doña Dorotea
había aprendido en sus relaciones con la Madre Teresa a conocer y amar al
divino Corazón de Jesús y se aplicaba a extender su reino con todos los
recursos que le daba su alta posición social. Insigne benefactora de la
comunidad de Sarriá, también llegó a serlo de la de Talca y de la casa cercana
en El Colorado.
En esta ciudad, Teresa reunpia los domingos y los días de fiesta algunas
obreras a las cuales enseñaba la doctrina cristiana, además de iniciarlas en la
lectura y escritura. Para ellas construyó una sala espaciosa que pudo acoger a
una multitud de sirvientes pobres cuyos progresos fueron rápidos. Se contó
entre estas escolares a una anciana de 80 años: “Al menos, respondió ella, yo
podría leer mi preparación a la comunión”, y se puso valientemente a la obra.
La devoción de Teresa por la Eucaristía le daba un atractivo especial para
secundar las vocaciones eclesiásticas. Cuando creía descubrir un germen en un
joven pobre, no ahorraba trabajo ni ninguna diligencia para ayudarle a hacer
sus estudios. Antes de su partida desde España, había podido dar así un
ministro para el Señor; su celo tuvo el mismo resultado en Chile: el joven
Samuel, hermano de una de las religiosas, atrajo la atención de Teresa por su
modestia y su piedad, cuando venía a hacer su oficio de sacristán en nuestra
iglesia. Obtuvo para él una pensión mensual que le permitió entrar al
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seminario. La entrada de uno de sus sobrinos nietos al noviciado de la
Compañía de Jesús fue una de sus últimas alegrías en la tierra.
Es cierto que a veces por su extremo deseo de ver multiplicarse los obreros
apostólicos, se le hacía fácil creer en la existencia de una vocación, como
sucedió en cierta circunstancia. Un joven que iba a ayudar en la misa fue
presionado por ella para decidirse a entrar con los Redentoristas como hermano
coadjutor, cuando un día le llegó una carta de su cura. Como Padre y Pastor
del pueblo el señor cura le recordaba que desde hacía dos años su novia lo
esperaba y que ella le había encargado que le escribiera, pidiéndole que se
apurara en volver a cumplir su promesa. Grande fue la desilusión de la Madre
Serra y la felicidad de nuestro sacristán, feliz de que su buen cura hubiera
venido en su ayuda, porque no tenía el valor de revelar la verdad a esta buena
Madre, tan convencida de su vocación. Libre como el aire, se apresuró para
partir a su pueblo.
Al fin de su vida, Teresa obtuvo la realización de un proyecto formado desde
hace tiempo para el bien de la clase obrera: el establecimiento de los Padres
Salesianos el año 1888 en Talca. Con qué solicitud se ocupó de procurar lo
que era necesario para una fundación donde se trataba de organizar
inmediatamente talleres para el trabajo de los obreros, salas para las clases de
los niños, al mismo tiempo proveer a la ornamentación o por lo menos a la
conveniencia de la iglesia. A menudo se le había oído decir: “Cuando nuestra
iglesia esté terminada y los Padres Salesianos establecidos en Talca, yo diré mi
“Nunc dimittis” (Lc 2,29). Ella comprendía que nuestro Señor la vendría a
llamar pronto.
Poco tiempo antes de su última enfermedad, pidió hacer su retiro. Tuvo
enseguida un fuerte resfrío que ella asegura es el preludio de un fin próximo y
pide los últimos sacramentos. El señor cura no la encontraba tan mal, sin
embargo accedió a sus deseos y el 1º de junio, fiesta del Santísimo Sacramento,
le administró la Extremaunción. Después de la santa comunión una paz
celestial se extendió sobre los rasgos de la querida enferma: era como una
visión anticipada de la patria celestial. Repetía frecuentemente “¡Veni Domine
44
Jesu!” y estas palabras de San Pablo “Cristo es mi vida, y la muerte una
ganancia.” La enfermedad progresaba, sin embargo, dos o tres días antes del
fin, la enfermera percibió síntomas que le hacían presentir la partida y le dijo:
Madre, yo tengo una buena noticia que anunciarle, la adivina? –No, dijo ella,
¿qué es? – Yo creo que nuestro Señor pronto vendrá a buscarla. -¿En verdad?”
dijo la querida enferma que apenas podía contener su alegría, y comunicaba
esta feliz noticia a todas las personas que la visitaban. La víspera de su muerte
parecía como insensible a las cosas de la tierra, y totalmente absorbida en Dios.
El 4 de Julio, nuestra Madre Druffel le dijo si quería recibir la santa comunión.
“Ya lo creo”, respondió ella. Eran las 6 de la mañana y tenía pleno
conocimiento. Hacia las 9, viendo que su estado se agravaba, le propuso rezar
las oraciones de los agonizantes: ”Con mucho gusto”, respondió Teresa ya
moribunda. Fueron sus últimas palabras. Hacia las 10.30 horas, se apagaba
dulcemente, a la edad de 81 años.
Trilla. Acuarela de K. Nicholl rscj
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Primeras Religiosas del Sagrado Corazón chilenas
Mercedes Gaete, nacida el 8 de septiembre de 1832 en Alhué. Hace sus primeros
votos el 26 de julio de 1854 en Chillán y es enviada a Talca a finales del año
1858. Fallece el 10 de enero de 1865.
Bertola Montero, nacida el 24 de agosto de 1825 en Santiago. Hizo sus primeros
votos el 21 de noviembre de 1854 y su profesión el 6 de marzo de 1868. En 1872
fue enviada a Valparaíso y luego a la Habana, Cuba, donde fallece el 8 de agosto
de 1878.
Ramona Fredes, nació el 31 de agosto de 1825 en Santiago, hizo sus primeros
votos el 28 de noviembre de 1854 y su profesión perpetua el 3 de marzo de 1867.
Falleció en Santiago el 24 de abril de 1919.
Matilde Ladrón de Guevara nació el 8 de diciembre de 1835 en Melipilla, hizo
sus primeros votos el 5 de febrero de 1856 y su profesión el 1 de junio de 1870. A
finales del año 1858 es enviada a Talca. Fallece en Santiago el 28 de abril de 1909.
Ramona Quiroga nació el 31 de agosto de 1834 en Valparaíso, hizo sus primeros
votos el 5 de febrero de 1856 y su profesión el 1 de junio de 1870 en Talca.
Falleció en Concepción el 30 de octubre de 1906.
Lorenza Sánchez nació el 9 de agosto de 1831 en Santiago, hizo sus primeros
votos el 5 de febrero de 1856 y profesó el 21 de junio de 1870. Fue enviada a talca
el año 1874 y falleció en Concepción el 11 de mayo de 1910.
Nieves Aquella, nacida el 5 de agosto de 1825 en Valparaíso, hizo sus primeros
votos el 31 de marzo de 1856 y su profesión perpetua el 4 de marzo de 1864. Gran
parte de su vida religiosa en la comunidad de Talca, desde 1858, hasta que es
trasladada a Concepción y fallece en noviembre de 1903.
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PRIMERA COMUNIDAD EN PERÚ
1874: José Antonio Lavalle, autorizado por el Presidente de la República Don
Manuel Pardo escribe a M. Adèle Lehon, Superiora General, recordando el interés
de la presencia de las RSCJ en Perú.
1876: Se trató el asunto en Consejo General y se decidió que la fundación en
Lima pasara antes que la de Buenos Aires. La madre Lehon dispuso que las
religiosas fueran a Chile para una mejor adaptación al país
Diario del Consejo de la Vicaría de Chile, 27 de Abril de 1876: “...sobre la
fundación de una casa del Sagrado Corazón en Lima, determinada por nuestra
Madre General se designa a las madres Enriqueta Purroy (venezolana), Henriette
Fioretti (italiana) y la hermana Mercedes Tapia (chilena, quienes partirán el 6 de
Mayo de Valparaíso”.
13 de Mayo 1876: Llegaron al Puerto del Callao las 3 hermanas, en el vapor
Aconcagua, salientes del puerto de Valparaiso el 6 de mayo. Permanecieron 3
meses con las Hermanas de la Caridad. Al mismo tiempo se empezaba la
adaptación del antiguo Convento de San Pedro, cedido por el Gobierno a la
Escuela Normal que les encargaba. En 1878 se abre la Escuela Normal de
Preceptoras y junto con el Colegio y la Escuela Gratuita funciona en el local del
antiguo convento de los Jesuitas en la Plaza de San Pedro, bajo la dirección de la
Madre Laura Rew, primera Superiora de la Sociedad en Lima. Se formó así la
Vicaría de Chile-Perú que mantuvo unida a la Sociedad de estos dos países hasta el
año 1948.
Convento
San Pedro.
Lima
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HENRIETTE FIORETTI
1833 - 1919
El 27 de Abril de 1833 nacía en Italia de familia profundamente cristiana. A
los 25 años entró en el Noviciado de Roma. París y Dublín fueron testigos de
las primeras experiencias de la jovel maestra: su amabilidad y paciencia
ganaron pronto los corazones de las niñas. En 1874 llegaba a Chile y el 13 de
mayo de 1876 pisaba por primera vez el suelo peruano. Henriette Fioretti, con
su buen humor imperturbable y su abnegación absoluta tomó la mayor parte de
las fatigas exigidas por los traslados y adaptaciones necesarias de la nueva
fundación. En vista del restringido personal de aquella época, hacía al mismo
tiempo de Ecónoma, Portera, Organista, Sacristana.
En 1885 viaja con Julia Keller, Maestra General del Pensionado a
Trujillo,Perù, donde fue llamada para ver las posibilidades de una fundación
Doce años se quedó en esas tierras, su vida de entrega a las Normalistas como
Asistenta, Maestra de Música, Canto y Labores, además de su trabajo con las
alumnas de la Escuela de Aplicación la ocuparon durante ese largo perìodo.
En 1888 partía para Talca, Chile, como Superiora de la comunidad. Los
últimos años de su vida transcurrieron en Santiago y Buenos Aires donde esta
religiosa entregaba su alma al Señor el 27 de Agosto de 1919.
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ENRIQUETA PURROY
1820 - 1882
Nació el 3 de Julio de 1820 en Caracas, Venezuela, de una familia distinguida.
Se educó en los Estados Unidos donde había huido su padre a consecuencia de
la Independencia de su país. Allí permaneció Enriqueta hasta la muerte de
aquél. Al año siguiente unos amigos le solicitaron que fundara un Colegio para
niñas en La Habana.
En colaboración con sus hermanas fundó el Colegio de Maria, que en 1857
cedió a las Religiosas del Sagrado Corazón, para que establecieran allí la
Sociedad y ella misma entró a la Congregación. Enriqueta prestó servicios
notables tanto en Cuba como en Chile y Perú. Hizo el Noviciado en Francia en
1858. Conoció allí a la Magdalena Sofia Barat.
En 1861 fue enviada a España donde trabajó como maestra hasta 1863 en que
fue destinada para Directora de Estudios de la Escuela Normal de Mujeres de
Santiago de Chile. Poseía el francés, el inglés y el español. De 1866 a 1874 fue
Directora de dicha Institución. Nombrada Superiora del Colegio de Valparaíso,
se encontraba allí cuando recibió la misión de instalar la Escuela Normal en el
Perú. Con la larga experiencia adquirida supo poner sabiamente las bases de
esta naciente institución.
Excelente organizadora y dotada de inteligencia superior, realizó una fecunda
labor entre las Normalistas y supo granjearse la estima y afecto de las
autoridades del Perú. Por sus grandes cualidades de educadora, en Julio de
1877 había sido nombrada por J. Cossío, como miembro integrante del
Consejo Superior para el Plan de Estudios del Colegio de Trujillo juntamente
con la distinguida educadora Me. Luisa Beausejour.
Su gran capacidad le permitió organizar y dirigir la obra de San Pedro, hasta
que, en 1881, Chillán, Chile, la recibía como Directora de la Escuela Normal,
donde su actividad fue detenida por una parálisis progresiva. Después de ocho
meses de agudos dolores soportados con heroica paz y alegría, entregó a Dios
su alma el 30 de Septiembre de 1882.
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MERCEDES TAPIA
1842 – 1924
Nació en Talca, Chile, el 22 de Setiembre de 1842 de una familia campesina
muy numerosa, la cuarta de 12 hijos, de larga tradición cristiana. Fue recibida
en la Sociedad del Sagrado Corazón por Ana du Rousier.
Hizo profesión perpetua en 1873 y en 1876 llegaba a Lima, San Pedro. Dotada
de una inteligencia notable, aprendió el francés sólo de escuchar conversar a
las demás religiosas en esa lengua. Tenía disposición para la poesía. Las niñas
y otras personas adultas comprendieron el valor moral de esta humilde
religiosa y le mostraban siempre mucho aprecio.
Por su seria formación en los trabajos manuales, estaba preparada ampliamente
para ayudar desde los primeros días en la Escuela Normal, donde estaba todo
por hacer.
El eficaz servicio y la alegría sencilla de Mercedes, le atrajeron la gratitud de
todas y grande fue la pena al verla partir para Chorrillos en 1903 donde se le
reclamaba para instalar el nuevo colegio en dicho lugar. Allí sirvió siempre a
las niñas; encargada sucesivamente de la cocina, del lavadero, de la portería, de
la Iglesia, donde sus hábiles manos tejieron innumerables encajes para roquetes
y albas. Celebró sus Bodas de Oro de Profesión Religiosa rodeada de sus
Antiguas Alumnas que acudieron gozosas a presentarle el testimonio de su
recuerdo afectuoso.
Entre tanto la parálisis fue deteniendo su incansable actividad hasta que el
Señor vino a darle la eterna recompensa el 3 de junio de 1924.
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PRIMERA COMUNIDAD EN BUENOS AIRES
Calle Río Bamba – 1880 y Tucumán - 1881
Si bien, en 1855 Barat le hablaba de la posibilidad de llevar a cabo una
fundación en Argentina, la casa de Buenos Aires sólo logró establecerse en
1880, pocos meses después de la muerte de Anna.
Tres años después de la fundación de Lima, ella cambiaba totalmente el tono
con la Casa Madre para llevar a cabo la de Buenos Aires. Casi
imperativamente sugería: “sírvase bendecir este proyecto, mi muy Reverenda
Madre, y déle su aprobación; dependiendo de su respuesta lo ejecutaré”.
Claramente estaba convencida, ya no exponía ni temores ni inconvenientes
como en el caso peruano, ahora ponía todo de sí para conseguir su aprobación
en París.
Ana du Rousier había pedido la autorización formalmente a París a principios
de 1875, señalando las condiciones que les proponían y las formas que existían
para viajar hacia allá: El viaje por tierra de Santiago a Buenos Aires se hace a
caballo, no puede ser emprendido más que por hombres y solamente desde
enero hasta el fin de marzo o abril; la acumulación de nieve cierra el paso de
Los Andes. La vía ordinaria es por mar, por la línea de vapores ingleses que
van de Valparaíso a Bordeaux. La travesía no es más que de doce días”.
Ana du Rousier a Adéle Lehon. Chillán, 11 enero 1875
En vista de la negativa que había recibido de la Generala Adèle Lehon no se
refirió más a este asunto sino hasta un tiempo después. Se dio la licencia de
insistir: “El divino Corazón de Jesús la inspirará si ha llegado la época de
expandir su culto en Argentina y Él sabrá brindarnos los medios para
hacerlo”. Ana du Rousier a A. Lehon, Santiago, 30 de noviembre de 1879.
Meses antes, también escribía sobre la posibilidad de esta fundación a Catalina
B. de Gralbraith, realmente llama la atención el anhelo que sentía:
“¡Ojalá que un día podamos establecernos en Buenos Aires!”.
Ana du Rousier a Galbraith, Santiago, 19 de mayo de 1879.
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Dejando ver cómo había crecido y madurado la obra en Chile, le ofrecía a las
tres o cuatro primeras fundadoras; cosa que en los comienzos habría sido
impensable.
La ansiada autorización llegó de París cuando Ana ya no estaba en
este mundo y se llevó a cabo inmediatamente. Así, el 26 de abril de 1880, tres
religiosas y una coadjutora, antigua normalista de Santiago emprendieron el
viaje a bordo del Britannia desde Valparaíso a Buenos Aires, pasando dos días
por Montevideo, donde fueron acogidas en el convento del Buen Pastor.
Llegan a su destino a Buenos Aires, en el Saturne, el domingo 9 de mayo,
instalándose provisoriamente en el convento de las hermanas irlandesas de la
Misericordia.
La primera comunidad de rscj en Buenos Aires estuvo formada por Katherine
Nicholl, inglesa, Maestra General de los pobres; Ellen McGloin, de Canadá,
Vigilante General del pensionado; Eugénie Bader, de Alsacia, Asistente
ecónoma; y Carolina Aguilera, chilena, quien daba clases en la escuela y llegó
como postulante tomando el hábito el día 30 de octubre de 1880 en la capilla
de la casa de Río Bamba. La primera obra la constituyó la escuela de pobres,
abierta bajo la protección de San Vicente de Paul con 13 niñas. El Pensionado
sólo pudo comenzar a funcionar en Agosto, por lo mismo entraron pocas niñas.
Sin embargo, al año siguiente entraron muchas más, para terminar 1881 con
53 internas y 220 alumnas externas en la escuela gratuita. Además esta casa
acogió a niñas huérfanas, las que ascendían a 80 en esa misma fecha.
Capilla del
Sagrado Corazón
en Rio Bamba
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Katherine Nicholl
1834 - 1880
Extractos de “Memoire d’une convertie”. Autobiografía de Katherine Nicholl rscj
“Nací en Londres el 26 de abril 1834, la séptima de diez hermanos, fue en
Saint-Georges, Hanover Square, que me bautizaron, pero el sacramento fue
dudosamente válido y, en cuanto a mi, tuve siempre la impresión de que no lo
fue por mi pasión impetuosa. Recibí el nombre de Katherine, al que añadí el
de María, así, espero, mi buena Madre, que tú veles por mi como por una hija!
Mis padres eran de la secta anglicana, muy estricta, pero sobre todo inclinada
hacia la “Alta Iglesia” (cercana al poder político); mi madre de la familia de
los Tablot, una rama protestaste, había heredado algo de catolicismo en sus
principios.
Los domingos eran para nosotros los días serios y estrictos: después de dos
largos oficios de once a doce y otra hora entera después en la tarde, durante
los cuales los pobres niños no podían ni mover la cabeza, ni levantar la vista de
sus libros sin sentir la pena de haber cometido un gran pecado, estábamos aun
obligados a repetir el catecismo entero (sin comprenderlo) y aprender de
memoria la oración colecta y el evangelio del día„ Nada de juegos ruidosos,
nada de libros entretenidos ni de imágenes fuera de las de las Escrituras, nada
de música. Sin embargo estábamos contentos porque ese día pasábamos con
nuestros padres lejos de la sala de clases y acompañábamos a nuestro padre en
un largo paseo por la tarde. Este buen padre, miembro del parlamento y del
consejo privado de la reina, estaba muy ocupado durante la semana, de manera
que lo veíamos muy poco, y los domingos el trataba de disfrutar as sus hijos.
Nos amaba tiernamente, pero su expresión seria y todo su carácter nos
inspiraba respeto y un amor demasiado temeroso. Tenía la máxima de que
“los niños deben ser vistos por no oídos”, por lo que ante él hablábamos en voz
baja, caminábamos en las pintillas de los pies.
Mi madre, mi dulce madre era la ternura misma, no había familiaridad, pero
una confianza sin límites hacia ella. Ella tuvo sobre nosotros, especialmente
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sobre mis hermanos, una influencia fuerte y suave que duró hasta su muerte„
Exigía de nosotros una obediencia sin réplicas a nuestras institutrices, nos
enseñó a amar a los pobres y a respetarlos. Teníamos permiso para reunir los
restos después de la comida e ir a dejárselos a los pobres, el máximo castigo
era quedar privado de este privilegio; como incentivo a nuestros esfuerzos por
aprender a cocer estaba la promesa de darle a un pobre el pañuelo que
cocíamos con más cariño.
„Una vez, cuando tenía yo 7 años, teníamos cada uno un niño pobre de
nuestra edad para ayudarlo con el dinero que nuestros pequeños gustos.
Teníamos que seguir a este niño hasta que estuviera situado adecuadamente en
el mundo de manera que aprendiéramos así lo que es la responsabilidad. A mi
me tocó una niñita que tenía fama de mala al igual que sus padres porque los
domingo se quedaban todos acostados, con las puertas cerradas, sin ir a la
escuela ni a los oficios, y esto a pesar de las insistencias de mi padre a quien
nadie se atrevía a oponerse„. Muchos años después yo supe que este valiente
hombre era católico, el único en todo el vecindario, no tenía ninguna capilla de
su religión, solamente la santa Misa una o dos veces al año, cuando un padre
pasaba en secreto por el país para bautizar y confesar. Temiendo perder por un
lado la fe y por otro el trabajo, mi hombre prefería meterse en la cama con su
mujer y sus doce hijos, antes de enviarlos a la escuela o al templo„ Me decía
más tarde mi antigua pequeña protegida contándome los hechos “cuán
agradecido estaba mi padre por esta joven maestra que se interesaba por mi, y
nos hacía rezar el rosario para que Dios la bendijera”. ¿Quién sabe si no es por
las oraciones de esta pobre familia que yo tuve la dicha de llegar a ser
católica?...
Tuve una infancia feliz, entregada a mis hermanos, sobre todo a dos de entre
ellos, mis compañeros inseparables„ Tuvimos una institutriz para los tres„
No recuerdo haber tenido penas durante mi infancia, solamente una grande:
para molestarme mi padre me dijo un día que él creía que yo no era su hija
porque yo era fea y tonta. Me dejó muy triste, como si me hubiese sentido
excomulgada de la familia. Es verdad que era diferente a los demás, ante mis
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hermanos hermosos e inteligente, y mis hermanas felices y distinguidas, me
sentía insignificante, sin gusto por los estudios, con poca memoria, ¡y, sin
embargo, mi Dios, es a mí a quien reservaste el privilegio de llegar a ser la
esposa de tu Corazón adorable!”.
A raíz de la enfermedad de su hermana mayor, Lucie, la familia emigró al sur,
primero a Niza y luego a Roma: “El 23 de octubre 1845, pasamos la Mancha.
Teníamos tres carros a cuatro caballos„ Cada uno teníamos nuestro álbum
para dibujar lo que nos llamaba la atención„ Antes de partir de Beauvais, mi
padre nos llevó a conocer la magnífica catedral. Era la primera vez que me
encontraba en una iglesia católica y ante la presencia de Jesús Eucaristía ¡casi
no dudé que allí estaba presente el Maestro y divino Esposo de mi alma! y aun
años antes de conocerlo y de ser toda de Él. Acostumbrada hasta entonces a
los templos fríos del culto protestante, mi corazón de niña se abrió
espontáneamente a esta solemne belleza de la iglesia y sentí un deseo instintivo
de ponerme de rodillas, como veía que lo hacían los hombres, mujeres y sus
niños que allí estaban; los miré con curiosidad, preguntándome qué es lo que
hacían, porque esta manera de rezar silenciosamente era nueva para mi„
Llegados a Roma mis hermanas ya no pisaron la sala de estudio y me encontré,
más aburrida que nunca, perpetuamente yo sola con la institutriz que se
vengaba conmigo y aumentaba mi poco interés por los estudios„ Recuerdo
un día en Milán, mi institutriz había sido más injusta que nunca conmigo y
entrando angustiada a la sala sabiendo que me la encontraría de mal humor,
hice una oración de súplica a Dios para que me diera paciencia, al instante me
sentí escuchada. Fue la primera vez en mi vida que yo recé apremiada por una
necesidad, sin saber siquiera que podía hacerlo. Permanecí calmada y dócil
todo el día, a pesar del maltrato de la institutriz que, impresionada por verme
cambiada, me cuestionaba mi ”nueva hipocresía”. No le hablé a nadie sobre
mi secreto, mejor dicho sobre todo mi descubrimiento, que pasó a ser para mí
el comienzo de una vida nueva. Nunca antes había sido escuchada de esa
manera tan poderosa, seguramente porque nunca había rezado con tanta
intensidad, pero ahora yo contaba sobre todo con Dios más que conmigo
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misma. Permanecía de mal humor y triste porque creía que nadie me quería
por ser fea y tonta„
Al volver a Roma nuevamente, seguí como a antes: no aprendía nada y sólo me
comencé a interesar por las artes, dibujaba mucho y tuve un buen maestro, era
mi único consuelo„ Mi madre se dio cuenta del mal que me estaba haciendo
mi institutriz. Mis conocimientos en aquella época consistían solamente en
conocer el estilo de cada pintor importante, podía casi siempre poner el nombre
del artista en cada pintura de las galerías e iglesias, aprendí los símbolos de los
Santos y de las catacumbas, leía con facilidad las antiguas inscripciones, había
acumulado una cantidad de hechos históricos en mi mente por la obligación
que teníamos de siempre dibujar algún lugar u objeto interesante durante
nuestros viajes, acompañándolo de una noticia. Un día, mi padre enseñaba a
mis hermanos más pequeños el latín y el álgebra y me hizo tomar parte de su
lección, yo estaba encantada, puse toda mi buena voluntad en ello y mi padre
me felicitó: “no eres tan tonta”. Creo que eso hizo abrir los ojos a mis padres
mostrándoles que mi pereza e ignorancia no eran incurables„”.
Una navidad que Katherine pasó con su abuela en Inglaterra, en la casa de su
tío abuelo, hermano de su abuela, se encontró con el hijo de éste, de 28 años,
que deseaba hacerse católico. Habiendo enfermado, le negaban la visita de un
sacerdote. Katherine pasaba bastante tiempo con él. “Un día me dijo que había
pedido a su buen Ángel que le ayudara a dormir. Le pregunté ¿qué es un buen
Angel? Y me explicó. Viendo el interés que mostré, comenzó a hablarme de
muchas cosas católicas, entre otras, de la bondad y el amor de Dios, de su
misericordia, etc. Yo, que no había pensando sino en Dios como
Todopoderoso, sentía que mi corazón se abría y expandía en esta doctrina tan
dulce. Me habló también de María con respeto y amor. Le dije cómo había
descubierto la eficacia de la oración. Llegamos a ser amigos muy íntimos y
estas conversaciones me hacían feliz, pero no se las contaba a nadie„”.
Durante esos años, muchas de las amistades de la familia Nicholl se hicieron
católicos: Manning, Laprimaudaye, Wilberforce, Kenn, Talbot y Schouvaloff.
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Su hermana Therese, cuatro años mayor que ella, y su hermano Iltid comienzan
también el camino hacia el catolicismo.
Nuevamente en Roma, a los 15 años, Katherine tiene una institutriz católica,
Clotilde, a quien le estaba prohibido hablar de religión a su alumna. Ella es
quien un día lleva a Katherine a conocer Trinidad del Monte y le presenta a
Mater Admirabilis. “Era la primavera de 1852. Clotilde me había hablado
muchas veces de una capilla pequeña y muy bonita el interior del convento del
Sagrado Corazón de la Trinidad y un día me propuso visitarla: era la capilla
milagrosa de Mater Admirabilis. Hasta aquí yo nunca me había arrodillado
delante de un altar de la Santa Virgen. En el estado de transición a la iglesia
católica en el que me encontraba, habían en mí muchas contradicciones: creía
en el poder e intercesión de la Madre de Dios, la amaba, le rezaba, pero como
protestante no me creía capaz de arrodillarme ante ella. Cuando entramos a la
capillita me retiré respetuosamente a una esquina esperando que Clotilde
terminara su oración (que sin duda hacía por mi); miré a la Virgen y de
repente, a pesar mío, me arrodillé y le supliqué que me diera la fe y me hiciera
católica. Clotilde fingía no verme, pero después de mucho tiempo me dijo que
cuando me vio de rodillas delante de la Virgen milagrosa no le quedaron más
dudas de mi conversión, por la que ella había rezado y por la que me había
llevado ese día a esa capilla. Sin embargo, saliendo del convento, me sentí mal
y me reproché el haberme arrodillado como una traición a mi religión, además
de pedir la gracia de hacerme católica, conclusión que yo jamás había previsto
directamente. Me prometí no volver a visitar jamás esa capilla, porque en ella
yo sentía como una influencia superior a mi voluntad. Pero el recuerdo de
Mater Admirabilis me siguió por todas partes, tenía no sé qué deseo inmenso
de volver a verla. Durante algunas semanas combatí ese deseo, hasta que le
pedí a Clotilde de volver con la excusa de que era sólo para estudiar un poco
mejor la pintura, y me prometí a mi misma de no arrodillarme. En efecto,
permanecí de pie, miré la imagen que me atraía extrañamente. Poco a poco, a
pesar de sus ojos bajos, me pareció que me miraba„ permanecí de pie porque
así lo quería, pero estaba confundida, inquieta, ante esa mirada tan tierna y, al
mismo tiempo tan cargada de reproches. No pude más y comencé a tiritar
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hasta que caí de rodillas suplicándole que me aclarara, que me ayudara!
Mientras rezaba se hizo la luz en mi alma, vi que la religión católica era la
única verdadera. Después una gran calma descendió sobre mi y permanecí
horas bajo la mirada de la Virgen que ahora había perdido su expresión de
reproche”.
En 1853, a la muerte de su padre, toda la familia de Katherine vuelve a
Inglaterra. Ella continúa su búsqueda de Dios y su camino hacia la Iglesia
católica. El año 1859 su madre desea volver a Roma a pasar algunos meses.
Allí Katherine se reencuentra con su amigo Monseñor Manning y concreta el
paso a la iglesia católica. “Había que anunciarle a mi madre mi decisión. A
penas puedo describir este momento desgarrador. Desde años yo tenía la
costumbre de atender a mi madre, cada mañana, en su habitación, llevándole
una taza de té cuando se despertaba. Esa mañana su sueño se prolongó. Oh!
Qué agonía esa espera. Cuando por fin abre sus ojos, la abrazo como siempre,
me pareció que había algo más tierno que de ordinario en su sonrisa y
agradecimiento. Me senté cerca de su cama, ¿cómo empezar? El tiempo
apremiaba. ¿Tienes migrañas? Estás pálida, me dijo mi madre con
preocupación. “Mamá, hoy me haré católica”. Mi madre dio un pequeño grito
de angustia, dejó su taza, y riendo nerviosamente me dijo: Oh! Has dicho
tantas veces lo mismo que no me asusta, sé que no lo harás. “Mamá, nunca te
he dicho “hoy”, ahora te digo: hoy, y ya me voy”. No, me dice, te prohíbo salir
de casa, jamás me has desobedecido y ahora no me desobedecerás. Con un
tono de súplica y de condenación, me estira sus brazos. Yo no podía moverme
por miedo a enternecerme. “Si, mamá, esta vez es necesario que yo te
desobedezca”. Entonces, dice ella con rabia, recuerda que si sales de esta casa
sin mi permiso, no podrás volver nunca más. Anda! Me acerqué a la puerta y
mientras abría para salir, me dijo: Hija mía! Hija mía! No me dejes, gemía
suplicando: Sé, estoy segura que no me vas a desobedecer! Recuerda todo lo
que sufriré por tu causa, ten piedad de tu pobre madre!. Dando algunos pasos
hacia mí se arrodilla delante de mí, me tiende los brazos. ¡Oh, mi Dios! Si tú
no me hubieras sostenido en ese momento, ¿podría haber sido capaz yo sola?
Sin acercarme a ella, sin tocarla, le digo tranquilamente: “Querida mamá, he
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venido solamente para que comprendieras que mi mi decisión estaba tomada”
y me retiré rápidamente. Corriendo voy a Trinidad del Monte, subo sin saber
cómo, las cientos de escalinatas y llego a la puerta del convento temblando,
jadeando. Una mendiga está sentada allí, se da cuenta que sufro, y con esa
dignidad de princesa que uno no encuentra sino entre los mendigos de Roma,
me dice: “Figlia, estás triste, dame una limosna y haré sonar la campana para
ti”. Demasiado agitada para darme cuenta de lo que hacía, le entregué toda mi
cartera. Ella me la devuelve: “tomé cinco baiocchi, eso te atraerá la bendición
del Cielo”. La puerta se abre.
¿Monseñor Manning está aquí? Si, me dice la portera. Me conduce al salón
donde estaba él con mi hermana Therese esperándome. Los dos estaban de pie
y cuando me vieron dieron un grito de alegría porque ya no esperaban que
llegara. Yo no podía tenerme en pie ni hablar, solamente una palabra se escapa
de mi boca: ¡mi madre! Monseñor me dice: Si, el sacrificio que haces hoy le
atraerá a ella grandes bendiciones, no dudes. Poco a poco me calmo.”
Katehrine se prepara para adjurar haciendo una confesión general de sus 24
años de vida, y, sin recibir aun la absolución, es llevada a la capilla lateral del
Sagrado Corazón. “Allí hago mi abjuración en presencia de monseñor
Manning, de la madre de Bouchaud, Superiora, y de Therese. Era viernes de la
novena del primer viernes de febrero, en la capilla y en el convento del
Sagrado Corazón: por lo tanto soy verdadera hija de ese divino Corazón desde
el primer momento de mi vida católica„ Volví a mi casa tal como había
salido. Mi madre estaba en el corredor, me vio desde lejos, juntó sus manos,
vuelve sus ojos, pero yo corro hacia ella y me tiro en sus brazos. “Hija mía”,
me dice, llena de alegría apretándome a su corazón. Era el primer movimiento
de su amor maternal. Luego, acordándose de su disgusto, trata de decirme con
frialdad: “ya que has vuelto, puedes quedarte, pero recuerda que tienes que
hacer todo lo posible para consolarme de la pena inmensa que me has
provocado”„. El sábado me encontré con monseñor Manning y me cita para
el día siguiente a fin de recibir el bautismo y ser relevada de toda
excomunión... Nos encontramos en la capilla de Mater Admirabilis. ¡Qué
alegría volver a ver esa imagen bendita de mi divina Madre! Pero me
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esperaban grandes cosas. Therese y Clotilde se quedaron allí mientras yo seguí
a Monseñor Manning a una pequeña tribuna que daba al altar mayor. Allí fui
relevada de la excomunión y de las prohibiciones. ¡Mi Dios! ¿Qué estaba
pasando en mí? ¡No puedo expresarlo! Monseñor me hace un gesto para que lo
siga, se detiene cerca de la pequeña capilla y me hace firmar una hoja para la
inquisición. Firmo mecánicamente, como fuera de mi. Me pregunta qué
nombre deseo tomar en mi bautismo, ni lo había pensado. Me surgió el nombre
de Francisca„ Entro en la capilla. Me pongo entre Clotilde y Therese que es
mi madrina. Pongo un velo sobre mi cabeza, leo una larga profesión de fe
rechazando todos los errores protestantes y luego comienza la ceremonia del
bautismo bajo condición. Therese sostiene una fuente de plata, inclino la
cabeza, se pronuncian las palabras regeneradoras. De repente de todos lados
surge el canto del Te Deum y recuerdo la promesa que le hice a Mater
Admirabilis antes de dejar Roma, de cantar un Te Deum en su capilla en
cuanto fuera católica, y ahora, sin pensarlo, sin haber hecho nada para ello, me
encuentro delante de ella recibiendo el bautismo y cantando el Te Deum. Ella
no lo había olvidado. ¿No es obra suya, un milagro digno de Mater
Admirabilis? ¿Y quien canta? No pensaba levantar la cabeza, permanecía
inmóvil, con mi rostro escondido entre mis manos. Cuando todo terminó, me
hicieron salir al vestíbulo, y allí estaba toda la comunidad. Ahora, después de
Therese y Clotilde, las religiosas querían felicitarme y abrazarme„ El 4 de
febrero, primer viernes de mes, hice mi primera Comunión en la capilla del
Sagrado Corazón de la iglesia de la Trinidad„”.
En agosto de ese año, 1859, Katherine con su familia vuelve a Galles y
participa en una sencilla capilla católica que atendía un sacerdote celebrando
misa cada quince días. Poco tiempo después trasladan a Torquay donde
Katherine descubre un lugar silencioso, una pequeña torre de la casa, para
hacer sus oraciones. “Allí es donde el Señor me esperaba para darme a conocer
la segunda gran gracia que me quería conceder. Monseñor Manning me había
prescrito un orden del día: una hora de meditación cada mañana, del padre du
Pont, media hora de lectura espiritual, examen, rosario, visita al Santísimo y
comunión dos veces por semana. Un día hacía yo mi meditación sobre Jesús en
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el pesebre: “Es bueno tocar en espíritu la madera del pesebre que sirve de cuna
al Niño Jesús y gustar su dureza, sentir con la imaginación el frío, con las
entrañas su incomodidad y cómo le apretaban sus pañales como a un
prisionero„”. Me vino un deseo intenso de conocer y abrazar la pobreza, sin
saber nada de lo que eso significaba ni cómo podía ser. La lectura seguía así:
“Esta meditación se debe concluir con una oración a Jesucristo, a fin de que,
fuertemente unidos El le amemos como El desea y aceptemos la voluntad de
Dios”. Hice esta oración con todo el corazón, tanto que sentí el deseo de amar
a Nuestro Señor, de ser obediente y pobre por Él. Entonces escuché claramente
una voz interior que me decía: “Mi voluntad es que me sigas en la pobreza y
que seas mía en el amor”. Inmediatamente comprendí que debía ser religiosa.
Yo nunca había pensado en ello, no creía que gente de mi clase podía ser
religiosa. Convencida de que todo el mundo me juzgaría, guardé secretamente
mi secreto, sin embargo la idea de desobedecer a la voluntad de Nuestro Señor
no se me pasó un instante por el corazón.”.
Un día su hermano Iltid la invita a ella y a su hermana Therese a una misión
que daba un sacerdote jesuita. Su madre no le daba permiso, pero finalmente la
sirvienta que acompañaría a Therese se enfermó y no quedó otra que Katherine
fuera con ella. “Yo tenía aun la impresión de que una persona como yo no
podía ser religiosa. Pero después de que el Padre escuchara mi historia, me
dice: “Llegó el momento de que correspondas a la gracia de la vocación”. Oh,
Padre, acaba de escuchar mi confesión y ¿no cree que yo soy indigna e
incapaz? Nunca olvidaré su respuesta: “Hija mía, ¡si supieras quienes son los
que Nuestro Señor elige para ser sus sacerdotes y sus religiosas!...”. Fue para
mí un rayo de luz: la vocación religiosa es entonces un don gratuito y no una
recompensa por los méritos que uno cree tener. Quedaba decidir cómo
alcanzar la meta. Mi atractivo por la soledad me hizo pensar en el Carmelo.
También yo amaba tanto a los pobres y a los enfermos que quise ser Hermana
de la Caridad. Había leído las historias de misioneros en Paraguay y había
soñado ir allá y morir lejos de mi patria„ El Padre no se pronunció, diciendo
que era necesario rezar y esperar que la voluntad de Dios se manifestara. Por el
momento yo debía trabajar en la reforma de mi vida y prepararme desde lejos
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para la vida religiosa: levantarme a la hora acordada, practicar la penitencia, la
mortificación, etc„ Había en Torquay una fundación naciente de religiosas
dedicadas a todo tipo de obras para las mujeres: pensionados, escuelas de niñas
y niños, orfelinatos, hospitales, enfermos a domicilio, asilos de mendigos,
refugiados y, con todo ello, un gran Oficio y mucha austeridad. Me interesé en
esa fundación, poco a poco me uní a esas religiosas y pronto me sentí llamada
a vivir entre ellas. Le escribí al Padre Coleridge quien me respondió que no me
precipitara, pero que seguramente Nuestro Señor me había llevado a ese
encuentro para facilitar mi entrada a religión. Me animó a aceptar la invitación
que me había hecho la madre M, fundadora de la Orden, para pasar quince
días en su casa„ Cuando volví a Torquay recibí una carta de ella
aconsejándome dejar mi casa sin avisarle a mi madre. Dudé de hacerlo y
Therese se opuso sabiendo que eso sería la muerte para mi pobre madre. Sin
embargo estaba yo a punto de partir cuando llega una carta del Padre Coleridge
poniendo fin a todo con su autoridad calmada y sacerdotal, sin pronunciarse ni
a favor ni en contra de la Orden.
Durante la Semana Santa personas piadosas se propusieron compartir las horas
del Viernes Santo delante del crucifijo, en la capilla de la misión. Yo hice mi
hora y mientras contemplaba las heridas del Salvador, sobre todo aquella del
costado, me vino una gran repugnancia por entrar en esa Orden, una
repugnancia particular, no en mi corazón ni en mi voluntad, sino que parecía
puesta en mí por una fuerza ajena que miré sorprendida sin aceptarla. Luego
escuché la misma voz de mi pequeña torre: “No tendrás paz sino sólo en mi
Corazón”. No entendí el alcance de estas palabras sino cuando fui recibida en
el Sagrado Corazón de Roehampton„ El Padre Coleridge me dio un gran
consuelo: el 16 de julio me permitió hacer el voto de castidad y comulgar todos
los días, agregando algo nada agradable como condición para no ser aun
religiosa: ponerme bajo la obediencia de Therese. Puedo asegurar que esta
pequeña superiora artificial fue mil veces más exigente que una verdadera
Superiora en religión y me hizo llevar una vida esclavizante.”
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Al volver a Galles su madre se preocupó por su salud. Todo lo vivido había
tenido su efecto y Katherine sufría de fuertes neuralgias hasta encontrarse
verdaderamente enferma. Quiso llevarla a los médicos de Londres. Estando
allí el padre Coleridge le aconsejó visitar varios conventos: el Carmelo, las
Franciscanas, el Buen Pastor„”No sentí nada en todas estas visitas y dije al
padre con un poco de impaciencia: ¿de qué me sirve visitar todos estos
conventos?, la forma de las habitaciones no tiene nada que ver con las Reglas
de la Orden”. Me dijo entonces que ahora era necesario ir al Sagrado Corazón
de Roehampton. “Oh!, padre, está muy lejos, además es inútil, no tendré
ningún atractivo por esa Orden, es francesa, moderna, enseñan a las clases altas
de la sociedad; yo deseo una Orden antigua, de toca, sandalias, que enseñen a
los pobres, que vayan a la misión„”. „Después de una larga discusión con mi
pobre madre, Therese y yo partimos, bien contra nuestro deseo, y yo con muy
mal humor„ Preguntamos por las dos madres FitzGerald, antiguas conocidas
de Roma. La visita se pasó hablando de mil cosas, pero nada con respecto al
objeto que ocupaba mi espíritu. Vimos la casa, los dormitorios, algunas salas
del pensionado„ En el momento de partir, en la portería, digo con impaciencia
y lágrimas en los ojos a la madre Emilie FitzGerald: “No son las habitaciones
sino la Regla lo que yo quiero conocer: no pude usted mostrármelas?”.
Katherine volvió luego a Roehampton a hacer un triduo y sintió entonces la
confirmación de su llamada al Sagrado Corazón. Queda la dura tarea de
desapegarse de su madre, decirle que se haría religiosa y dejar su casa. Su
madre hizo todo lo posible por postergar ese momento e impedírselo.
Katherine hizo sus primeros votos el año 1868. Nueve años después de su
entrada al Sagrado Corazón, estando Katherine en Blumenthal (Holanda) supo
que su madre, afectada por una parálisis, había pedido un sacerdote católico y
recibido el bautismo en su lecho de muerte.
En seguida de hacer sus votos perpetuos el 6 de agosto de 1874 viaja a Chile y
llega el 7 de octubre de 1874, donde permanece hasta 1880. Poco después de
llegar a Chile. la Madre Ana du Rousier la invita a acompañarla en su viaje
para visitar las casas de Talca, Chillán y Concepción desde el 30 de noviembre
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de 1874 hasta el 16 de Enero de 1875, también viaja con ellas la hermana
Narcisa Salvatierra, rscj chilena. Este viaje lo relata Katherine y lo ilustra con
una serie de preciosas acuarelas que describen los detalles del viaje, del
paisaje y de las costumbres chilenas. Se conservan también la relación del viaje
y sus cartas dirigidas presumiblemente a Elisa Sieburgh, rscj belga, Asistente y
Ecónoma de Ana du Rousier en la casa de la Maestranza, en Santiago.
Atravesando el rio Maule. Acuarela de K. Nicholl rscj
En 1880, recién fallecida Ana du Rousier, Katherine forma parte de las
fundadoras de la primera casa del Sagrado Corazón en Argentina, Buenos
Aires. Allí fundó y organizó con gran éxito la escuela gratuita para niñas
pobres, lo que le permitió desplegar todas sus capacidades en beneficio de los
más desposeídos, por quienes sentía una gran predilección. Fueron años de
entrega total y generosa dedicada no sólo a las alumnas pobres sino a sus
padres y a la Congregación de Santa Ana. En 1900, a causa de diversas caídas
y enfermedades, se retira poco a poco de la vida común, falleciendo el 2 de
diciembre de 1913. En esta época decía a menudo: “¡Con qué cariño me
cuidan!”. El Corazón de Jesús había colmado plenamente todos los deseos de
Katherine pudiendo decir con toda verdad: “En la simplicidad de mi corazón,
con alegría te he ofrecido todo”.
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Carolina Aguilera
1848 – 1891
Nacida en Santiago, el 11 de octubre de 1848, de una familia honorable, pero
poco dotada del lado de la fortuna, fue admitida a la edad de 18 años en nuestra
escuela normal de Santiago. Inteligente y estudiosa, Carolina pasó sus
exámenes con éxito y se entregó enseguida, durante diez años como directora
en las diversas escuelas comunales del gobierno. Siempre fiel, presente en el
lugar indicado, los inspectores admiraban su exactitud, mientras que las
maestras a su cargo alababan la delicadeza y la bondad de su manera de
proceder; tenía el don de apropiarse de la parte más pesada y costosa del
trabajo, y cuidaba con una cristiana solicitud los intereses espirituales y
temporales de las numerosas niñas confiadas a sus cuidados. Durante mucho
tiempo Carolina había escuchado el llamado divino sin poder responderle;
después de la muerte de su madre, la cosa se le hizo fácil, pero dejándose
vencer por sus aprensiones , prefería cumplir su contrato con el gobierno y
retrasó así su entrada en religión, debilidad que se reprochó siempre.
A los 32 años se vino a ofrecer a la Madre du Rousier, quien puso dificultades
para recibirla. Carolina, insistía, se la admitió al postulantado con la condición
que ella se uniera a la colonia chilena que partía para la fundación de Buenos
Aires. Las fundadoras encontraron en la postulante una ayuda hábil y
laboriosa, adaptada a los trabajos de la casa y delicada con las extranjeras.
Nuestras madres recompensaron su abnegación dándole el hábito el 31 de
octubre de 1880, en nuestra casa de Riobamba, Argentina, donde durante
cuatro años dispensó su celo y sus fuerzas en las diversas obras de la casa. Una
de sus hermanas de empleo nos habla en estos términos: “Durante el tiempo
que yo he pasado con la hermana Aguilera, he estado muy edificada por su
abnegación y caridad, ella aprovechaba las ocasiones de dar gusto”. El 13 de
noviembre de 1882, fue admitida a la profesión de los primeros votos, y desde
entonces se ocupó más asiduamente de las huérfanas. ¡Qué paciencia tuvo que
tener para darles los hábitos de orden y el gusto por los trabajos manuales!
Estas niñas la apreciaban y la respetaban; ellas guardan un recuerdo agradecido
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de su bondad como también las pequeñas habilidades empleadas para
inculcarles las primeras nociones religiosas.
El 16 de mayo de 1884 , la hermana Aguilera fue enviada a nuestra casa de
Almagro recientemente abierta; ahí ejerció el empleo del planchado de la ropa
durante dos años, después su caridad encontró alimento en el empleo de
enfermera de la comunidad que ejerció hasta su muerte. Ninguna fatiga, ningún
trabajo la detenía cuando se trataba de aliviar a las enfermas, con las que ella
parecía compartir las enfermedades, de tal manera compadecía sus males. Si
los medicamentos prescritos por los médicos no daban buenos resultados, ella
se afligía y empleaba todos los recursos de su espíritu para descubrir otros
remedios, cuyo empleo era con frecuencia coronado de éxito. Todo el tiempo
que ella podía quitar a la enfermería era para la costura a la que ella daba,
como a todas las cosas, esas terminaciones y detalles que le eran propios. Sin
embargo, la tuberculosis que la buena Hermana Aguilera sufría desde hacía
tiempo, tomó repentinamente un carácter alarmante lo que la condenó a una
vida más retirada. Paciente y resignada, vio venir la muerte sin temor y aun la
deseaba con la esperanza de pronunciar sus últimos votos. “Era necesario,
decía ella, que Jesús me diera una pequeña sorpresa, que él me enviara un
acceso muy inquietante para comprometer a mis Madres a admitirme a la
profesión; después, la cosa realizada, me daría vida y fuerza para volver al
trabajo.” No fue tal el pensamiento del Maestro; él quería que después de la
alianza eterna, su esposa cambiara el trabajo de la tierra por el reposo del cielo,
que su caridad compasiva había tan bien merecido. Nuestra querida enferma
hizo su profesión el 9 de octubre de 1891 y murió poco tiempo después.
El 6 de noviembre de 1891 nuestra buena hermana Aguilera nos dejó por una
vida mejor.
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PRIMERA COMUNIDAD EN BRASIL
HERMINIA MIRANDA
1880-1982
El día 8 de mayo de 1880 nacía en Lo Miranda en la comuna de Doñihue,
Chile. Hija de Gregorio Miranda y Mercedes Pérez. Su padre era labrador y su
trabajo era suficiente para el sustento de la familia. Hasta los 14 años Herminia
frecuentó la escuela, yendo después a ayudar a su madre en los trabajos
caseros.
A los 17 años conoce a una congregación de religiosa que trabajaban en el
hospital de Rancagua y se sintió muy atraída por la vida consagrada. Pidió a su
padre que la llevase a Santiago a casa de uno de sus tíos. Hizo el voto a
Nuestra Señora del Carmen de usar el hábito del Carmen por dos años, después
entró como empleada en el convento de las Clarisas de la Victoria.
Desde que oyó hablar de las religiosas del Sagrado Corazón se sintió atraída
hacia la vida religiosa en esa Congregación y la Madre Superiora prometió
facilitarle su entrada cuando hubiese lugar entre las hermanas. Hecho que
aconteció el 2 de febrero de 1902.
Ella misma guarda el relato de su vida y vocación: “Más allá de las montañas
de mi tierra misionera, quedaron los montes altísimos nevados de mi tierra
natal cerca de Rancagua, en Miranda, donde yo nací el 8 de mayo de 1880.
Mi alma no fue trabajada por los vientos del mundo como esas arenillas de
Brasil, ni era obra humana como las grandes piedras de la isla de Pascua, en
las costas chilenas. Mi alma se destinaba a ser un dominio exclusivo de Dios.
Formábamos una hermosa y bulliciosa familia de diez hermanos, de los
cuales era la segunda, en un hogar simple de madera con una vivencia
cristiana. A los cinco años fui a la escuela. Aprendí a leer muy de prisa, pero
la ortografía no me entraba en la cabeza. Por eso no llegué a centros
importantes de educación como a universidades de Concepción. La conclusión
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de mis estudios fue decidida de repente. Tenía al menos trece años. Mi mamá
me manda escribir una carta a uno de mis tíos; hice tantas preguntas para
cada frase que conseguí redactar en el papel, que mamá se molestó: “¿8 años
estudiando y todavía no sabe escribir una carta sola?” y no me dejó ir más a
la escuela. Ayudaba en casa lavando ropa y haciendo las compras„
Mi padre era muy amigo de Dios. Cada año hacía su retiro de 8 días en otras
localidades, ciertamente la gracia de Dios se derramaba sobre su alma. Había
un misterio: cuando él volvía y mandaba a los niños a jugar en la calle; pero
yo, curiosa, descubrí todo un día mirando por la cerradura de la puerta; mi
padre se arrodillaba y pedía perdón a mi madre por lo que hubiera hecho mal
durante el año o la hubiera lastimado. Sólo después llamaba a los niños para
que vinieran a almorzar. Yo veneraba a mi padre pero no comprendía por qué
nunca me dejaba salir; ¡debía ser tan bueno ir a fiestas ¡ Ni al casamiento de
mi tío pude ir. ¿por qué me cuida tanto pregunté molesta? Mi padre explicó: ”
lo que es bueno se cuida para que no se eche a perder y lo que no vale nada,
se bota y ni los perros lo quieren”. Así yo fui creciendo recta como las
palmeras. No me acuerdo bien cuándo hice la primera comunión, sé que
apresuraron la fecha para que yo pudiera confirmarme también cuando
pasase el Señor Arzobispo. Así comencé, antes de lo que era de costumbre, a
deleitarme en el torrente de la vida Eucarística.
Varias pruebas se rodearon como flores de fuego a mi familia: mis padres se
enfermaron, uno y después el otro. Yo quería partir, trabajar para ayudarlos.
Tenía un tío en la ciudad de Santiago. Ciertamente él me quería, pues sin
conocerme, me mandaba presentes. Planifiqué, voy junto a él, trabajo y
gano„ Como yo tenía 18 años mi papá cedió.
En Santiago siempre me daba vuelta en la cabeza una frase de mi tía a mi
padre que se preocupaba siempre de mi mala costumbre de conocerlo todo.
“Pónganla en un convento, allá no verá a nadie y nadie la verá a ella.” Decidí
ir a vivir con las franciscanas, me gustó mucho estar con ellas como a las
flores les gusta el sol. Ellas me preguntaban con frecuencia “¿quiere ser
hermanita?”. Se abría para mí un camino nuevo en mi vida. Mas, ¿sería esa la
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voluntad de Dios? Dos años y medio los llevé pensando para solucionar el
problema. Sentía que nuestro Señor me amaba. Percibí que las hermanas me
querían. Todos los días durante una hora entera sola con Jesús. Mi oración
subía más alto que la torre de la Iglesia y le pedía que si no era su voluntad,
algo ocurriera para retrasar la decisión de las hermanas. Llegó el día en que
las hermanas debían votar si me aceptaban o no en el rebaño del pobrecito de
Asís. La Madre Abadesa me llama, “Herminia, no haremos votación hoy, falta
su certificado de bautismo.” Era la señal que yo pedía. Expliqué todo. Mi
barquito sólo quiere seguir la voluntad de Dios. Dos jóvenes compañeras mías
habían partido para el noviciado del Sagrado Corazón en Valparaíso. Me
acordé de ellas y escribí.
Vino la respuesta. “Las madres piden que estés aquí antes del 2 de febrero,
fecha en que empieza el retiro.” Mi alma acudió al llamado y no volví más a la
casa. Mi madre y mi cuñada me llevaron a Maestranza, eran 5 novicias,
teníamos fijada nuestra tienda en el Corazón de Jesús, tomé el hábito el 3 de
Agosto y dos años después hice mis primeros votos. Yo no sospechaba que tan
de prisa nuestro Señor me apartaría el corazón con la nostalgia de una
partida para siempre.
La Reverenda Madre Vicaria me manda llamar: “Delante de nuestro Señor
pensé en la hermana para la fundación del Sagrado Corazón en Brasil”.
Aquello cambiaba por completo la caravana de mis días en la vida. Yo no me
había ofrecido para nada. Figúrese, una hermanita de no más de un mes de
votos. En aquel tiempo no era fácil pasar la cordillera y los trenes llegaron
tiempo después, cuando yo ya había partido para allá. El viaje iba a durar del
17 de octubre al 1º de noviembre. Viajamos en barco hermana Helena y yo,
bajo la dirección de la Reverenda Madre de Potter que sería Superiora,
Maestra General, ecónoma, y un poco de todo. Llegamos a Río de Janeiro y
había una revolución, el navío no podía atracar, una lancha nos fue a buscar a
alta mar. Qué lejos estaba Valparaíso! „
Quedamos en Botafogo en la casa del hijo de la condesa Monteiro de Barros.
Todos los días la Reverenda Madre salía para buscar casa. Ella quería en
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Tijuca, pero decían que el lugar no era ni acogedor, ni sano. Corrían
comentario desfavorables al respecto en Rio de Janeiro: revolución,
enfermedades„ Entonces las otras misioneras (Mère Charbonneau, de
Fondreton y hermana Metzger) fueron para Buenos Aires. Por fin todo se
aclaró y el Nº8 de la calle Boa Vista nos permitió llamarnos de verdad
fundadoras del Sagrado Corazón en Brasil. No habían carros para subir al
Alto da Boa Vista, se iba en carreta de mula. Otras veces hacíamos largas
caminatas. La Reverenda Madre iba adelante, yo y la M. Benit íbamos detrás
con mucho temor de perdernos o tener encuentros desagradables en el camino.
Hasta hoy nada conozco de Río. Procuré hacer como San Gabriel de la
Dolorosa fijar los ojos en lo alto, para Cristo y nunca más desviar la mirada.
La primera vigilia de Navidad en la casa de la fundación fue muy simple, no
teníamos ni siquiera una estatuilla del Niño Jesús. Todo el programa se
resumió en esto. A medianoche sonó el despertador quien se despertó se
levantó, besó el suelo, adoró al Divino Niño en su corazón y volvió a
acostarse. Como los misioneros entre los pueblos primitivos.
El 11 de Febrero de 1905 se abre el primer Colegio del Sacré Coeur en Brasil.
Muchas niñas vinieron, entre ellas las madres de M. Helena Ferreira y
hermana Cecilia Siqueira y todas se sintieron acogidas con cariño como si
todavía estuvieran en vacaciones. Niñas y familias no comentaban ni de
estudios, ni de disciplina, ni de clima ni de maestras„ sólo elogiaban la
comida de la hermana Miranda. Yo sabía„ Jesús trabajaba
conmigo„Nuestras instalaciones eran pequeñas y el rebaño sólo crecía.
Nuestra súplica subía a los cielos. Se pedía con los brazos en cruz por la
intercesión de San José, se obtuvo que la familia Castro Maía nos vendiese la
casa que llamamos hasta hoy de San José. Fue entonces que recibí la noticia
de la muerte de mi madre y las niñas me consolaron mucho.
Fui la primera hermana que profesó en la capilla actual y tengo la alegría de
traer mis 50 años de humilde cosecha para Nuestro Señor. 23 años viví en
Tijuca y lloré cuando fue preciso desatracar mi barco para ir a la Gloria,
estaba apegada. En 1957 mi barquita vuelve al paisaje de Tijuca. Dios es el
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dueño de todo. Ahora El ya me pidió el sacrificio de quedar sin oír y sin poder
ver bien. Pero yo había dado todo a Él. Cuento todo esto porque me dijeron
que era un medio de hacer la fiesta más linda para Nuestro Señor, de
agradecer a nuestra y mi Sociedad, toda consagrada, tan feliz y tan dentro
del Corazón de Jesús, por la oración, por la devoción a María„”.
En fines de 1968 cuando Morro da Graça terminó, la hermana Miranda fue
para Belo Horizonte. Las otras hermanas que fueron se quedaron hasta instalar
el Colegio Pitágoras. En esa capilla ella renovó sus votos hechos hace 60 años
emocionando a los que asistían a la ceremonia. De vuelta a Tijuca con las otras
hermanas mayores celebró sus 100 años de edad y se fundó el Taller “Costura
Herminia Miranda” donde se hacían ajuares para los niños pobres recién
nacidos. A los 102 años ella todavía asistía a las reuniones de la comunidad.
En 1982 estuvo 10 días sin salir de su cuarto gimiendo día y noche, con falta
de aire, “¡Jesús, Jesús, ven a buscarme, quiero morir y no puedo!” partió como
vela que se consume, en el primer día del triduo del Sagrado Corazón. el 15 de
Junio de 1982.
Río de Janeiro, Alto da Boa Vista.
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Religiosas del Sagrado Corazón
Chile. 2013
www.rscj.cl
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