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IGLESIAS EVANGELICAS Y POLITICA EN CHILE: 1810‐19381 Comunidad teológica Evangélica, Santiago, 29 de septiembre de 2012. Juan Rodrigo Ortiz R. Introducción El tema estará centrado en las relaciones que los evangélicos y sus iglesias han tenido con la política en Chile, en el siglo XIX y las tres primeras décadas del XX. Considerando sus relaciones con el Estado, los gobiernos, los partidos políticos y los grandes temas o ideas que se planteaban desde la sociedad chilena a los campos político y religioso. Y desde esta temática plantearse preguntas para la relación actual entre los evangélicos, sus iglesias y el campo político dentro de las actuales demandas e ideas emergentes en la sociedad chilena. Este proceso de modernización que vivió Chile, se enmarcó dentro del contexto latinoamericano que estaba experimentando el mismo fenómeno, con las respectivas singularidades nacionales, pero que a pesar de estas, podemos afirmar que constituyó un proceso histórico continental, que abarcaba desde México al sur. Y en donde el protestantismo formaba parte activa de él, particularmente desde la segunda mitad del siglo XIX. Siglo XIX La sociedad chilena durante el siglo XIX vivió una serie de transformaciones que estaban inspiradas en las ideas de la 1
Conferencia organizada entre la CTE de Chile y el SEPADE, en el marco del ciclo de Conferencias del año 2012, sobre el tema de acompañamiento pastoral en situaciones de crisis o emergencia. modernidad, expresadas política y económicamente en el liberalismo. Los sectores liberales para llevar a cabo la transformación de la sociedad necesitaron socializar las ideas modernas, para lo cual promovieron la creación de logias masónicas, apoyaron al movimiento mutualista de los artesanos, y permitieron la difusión de los credos protestantes en el país. El surgimiento de las iglesias protestantes data desde los inicios del siglo XIX, pero sólo fue a partir de mediados de la década de 1840 que esta presencia encontró las condiciones necesarias para echar sus raíces en la sociedad chilena. Era un fenómeno religioso nuevo, que fue considerado como un peligro para la estabilidad de la sociedad chilena, por parte de los sectores conservadores y de la iglesia oficial. Pero para los sectores liberales, en cambio, su presencia significaba la posibilidad de reducir la hegemonía religiosa de la Iglesia Católica, por medio de la competencia de estas nuevas iglesias, las que además, compartían con ellos las ideas modernas. La alianza que se produjo entre las élites liberales y los evangélicos, se concretizó por medio del apoyo mutuo a nivel político, siendo los partidos Radical y Liberal los que apoyaron y fueron apoyados por los evangélicos. Constatando una clara preferencia por el Partido Liberal por parte de las iglesias de los extranjeros y colonos residentes, y por el Partido Radical por parte de las iglesias misioneras de origen estadounidense. Esta diferenciación se debió principalmente a que los evangélicos chilenos estaban más comprometidos en la lucha por la laicización de la sociedad, ya que a ellos, mucho más que a los protestantes de origen extranjero, les afectaba la unión que existía entre el Estado y la Iglesia Católica, consagrada en la Constitución de 1833; es por ello que van a sentirse identificados con la postura política laica y anticlerical del radicalismo. El arraigo del protestantismo en Chile, sin duda que estuvo relacionado con el proceso de modernización que vivió nuestro país, en todos sus niveles, en donde la religión jugaba un rol relevante en las luchas políticas entre conservadores y liberales; siendo el catolicismo el principal referente de la ideología conservadora, y el laicismo el del bando liberal; quien además apoyó y fue apoyado por los protestantes, los que se beneficiaron con la dictación de las diversas leyes que los liberales en el poder dictaron para quitarle el monopolio que la Iglesia Católica ejercía no sólo en el campo religioso, sino también, en el social y político. Así las iglesias protestantes se vieron favorecidas primero, por la ley interpretativa del artículo quinto de la Constitución de 1833, dictada en 1865, como por las posteriores leyes laicas promulgadas entre 1883 y 1884; y finalmente por la nueva Constitución de 1925 que decretó la separación de la Iglesia del Estado. Todo lo cual quebró el monopolio religioso católico y permitió la libre acción de las hasta entonces Iglesias “Disidentes”. Las ideas sociopolíticas de los evangélicos, basadas en el liberalismo anglosajón, se ampliaron a fines del siglo XIX con las ideas del "Evangelio social" surgidas en Estados Unidos de Norte América, las que tuvieron su expresión dentro de las tendencias de tipo socialdemócrata del Partido Radical que contaron con el apoyo de la gran mayoría de la población evangélica del país. Estas ideas socialdemócratas no remplazaron al liberalismo de los protestantes, si no más bien entroncaron y formaron una sola ideología coherente, lo que les permitió apoyar sin mayores problemas de conciencia el levantamiento armado en contra del Presidente Balmaceda, por parte del Congreso. Con el triunfo de la causa "constitucional" en 1891, y que contó con el decidido apoyo de los evangélicos chilenos, quedó claramente demostrado que los miembros de las iglesias protestantes durante el siglo XIX estaban profundamente comprometidos con el proyecto político liberal, llegando a justificar el uso de la violencia para derrocar a un gobierno, que a la luz de esa ideología era considerado ilegítimo. Para ellos no había dudas, la política era parte de la proyección social y política del Evangelio, y la ideología liberal era la que mejor lo interpretaba. La democratización y laicización de la política: 1891‐1938 Hacia fines del siglo XIX, los miembros de las iglesias evangélicas participaban activamente de las organizaciones sociales ligadas a los sectores populares, tales como el mutualismo que asociaba a los sectores de carácter “productivista”, como los artesanos; llegando a fundar sus propias mutuales y cooperativas de consumo o bien se sumaban a las ya existentes. Entre las asociaciones evangélicas que destacan por su número y dispersión geográfica a lo largo ay ancho del país, están las Sociedades de Temperancia, organizaciones que tenían por finalidad combatir el alcoholismo que se encontraba ampliamente extendido como una plaga social. Estas sociedades se afiliarán a las Ligas Antialcohólicas, que eran las organizaciones que federaban a las distintas organizaciones de una comuna que tenían por finalidad aunar sus esfuerzos para combatir territorialmente a nivel comunal el vicio del alcohol. Las iglesias evangélicas de origen extranjero, promovieron en su interior la construcción de una sociabilidad de tipo democrático, ya que permitieron la amplia participación de todos sus miembros en distintas asociaciones, organizando en todas las iglesias y en todas sus congregaciones a los jóvenes ‐ clubs de jóvenes‐, y las mujeres ‐
las dorcas y las ligas femeninas‐, además de los hombres adultos, lo que contrastaba con la sociedad chilena altamente excluyente, que no permitía la participación de la mujer y de los menores de edad en la vida política del país; pero esta misma situación colocaba a las iglesias evangélicas dentro de la red de sociedades de tipo democrático que estaban surgiendo desde fines del siglo pasado en todo Chile. A principios del siglo XX, la política chilena sufrió el desplazamiento del eje "clerical", que hasta ese momento alimentaba la pugna de los partidos políticos, por el eje de "clases", que estará presente hasta 1973. Este cambio va a ser muy importante, ya que a partir de él se puede entender la posterior desligitimación que algunos evangélicos harán de la política, realizando un verdadero repliegue frente al nuevo enfoque de la política en la sociedad chilena; en la que el problema religioso ha sido relegado a un segundo plano, centrándose en los problemas sociales. Frente a esta "secularización" de la política chilena los evangélicos tomaron dos posiciones distintas, las que podemos clasificarlas basándonos en su actitud frente a los partidos políticos y a las autoridades políticas 1.‐ la actividad política como expresión social del Evangelio: Fueron las Iglesias Evangélica Presbiteriana, Metodista Episcopal, Wesleyana Nacional y en sus comienzos, la Iglesia Ejército Evangélico de Chile; las que mantendrán esta actitud heredada del siglo pasado, considerando plenamente legítimo y necesario para un cristiano participar en agrupaciones políticas con el fin de promover y apoyar la dictación de leyes que garantizaran la libertad de conciencia, culto y de expresión, además de presionar a las autoridades por medio de los partidos políticos el respeto de los derechos constitucionales en caso de que estos fueran inculcados. Desde esta perspectiva era completamente legítimo y deseable que los evangélicos postulasen a la elección de cargos políticos, para que desde allí promoviesen las libertades políticas y la democracia social. Políticamente esta posición social de las iglesias las llevó a apoyar desde la década de 1870 al Partido Radical, que asumió las críticas sociales que se le hacían al régimen oligárquico con el fin de reformarlo por dentro, y desde 1890 también al Partido Democrático, por su defensa de los sectores populares, desde una postura reformista. La estrecha relación de muchos evangélicos con el Partido Democrático, permitió que algunos de ellos ocupasen cargos políticos, sobre todo a escala municipal, ya sea como regidores o alcaldes, ‐como es el caso del metodista Zoilo Contreras, alcalde entre los años 1900 y 1901 en Angol‐, pero también alcanzando un escaño en el Congreso con el presbiteriano Heriberto Arnechino, diputado por Traiguén entre 1930 y 1932. Esta militancia política demócrata, la encontramos también en el pastor de la iglesia Metodista Pentecostal de Temuco y futuro Obispo, Mamerto Mancilla, líder demócrata de la provincia de Cautín. Y gobernador de Pitrufquén entre 1938 y 1939. Tal era la sintonía de los evangélicos y en particular del metodismo con las demandas democratizadoras de los sectores sociales no oligárquicos, que prácticamente todas ellas encontraron eco en su seno, motivando la participación de sus pastores y laicos en las distintas organizaciones sociales que nacieron y se desarrollaron en este período, destacando las figuras de la joven María Aguirre, militante del partido feminista Memch ‐que tenía por objeto alcanzar el derecho a sufragio de las mujeres‐, que ocupaba el importante cargo de presidenta de la Federación Femenina Metodista, desde donde promovió el antibelicismo y la lucha contra el cohecho (la compraventa del voto), y que en 1937 se presentó como candidata a regidora por las feministas en la comuna de Santiago. A diferencia de las recién llegadas iglesias misioneras, tanto presbiterianos como metodistas, tuvieron una conexión más estrecha con la clase política liberal, con la cual habían mantenido contactos desde mediados del siglo XIX, en particular con el radicalismo, debido a la fuerte pugna que tuvieron que mantener con la Iglesia Católica, para lograr la laicización del Estado y así tener condiciones adecuadas para su trabajo misionero; además, muchos de ellos participan en logias masónicas, por medio de las cuales tendrán contactos de amistad con algunos oligarcas. Estas iglesias comenzaron a ser criticadas por parte de las nuevas generaciones de creyentes, por la preeminencia de los misioneros estadounidenses por sobre los ministros nacionales, ‐en especial la Presbiteriana‐, en los cargos directivos de sus iglesias. Juntamente con lo anterior, recibieron la influencia del denominado "Evangelio Social", originado en Estados Unidos como reacción al liberalismo teológico, lo que los llevará a plantearse críticamente sobre el rol social de sus iglesias y sobre el modelo de sociedad imperante, el cual marginaba grandemente a los trabajadores de la riqueza generada por ellos mismos. Es esta postura social reformista de las iglesias, lo que las llevó a criticar también las tendencias anarquistas y comunistas existentes en el mundo obrero, porque planteaban la disolución total de la estructura social entonces vigente. Pero la triste realidad en que vivían sus bases congregacionales, como el hecho de poseer un pastorado compuesto en forma creciente por chilenos de origen no oligárquico, hará que estas iglesias y muy particularmente la Metodista Episcopal, por lo menos gran parte de sus miembros, apoyen decididamente la formación del Partido Socialista en 1933, pero también las nuevas iglesias del movimiento pentecostal aparecen ligadas al naciente partido popular, que desplazará al entonces agónico Partido Democrático como partido de “izquierda” o “popular”. 2.‐ la política como actividad "sospechosa": La gran mayoría de las iglesias pentecostales, junto con las iglesias Alianza Cristiana y Misionera, Evangélica Bautista y Adventista del 7º día; sin definirse como apolíticas, en general, miraban a esta con desconfianza, haciendo una separación entre lo social y lo político, aceptando la participación en la pugna política sólo en caso de que ella fuese necesaria para la defensa de los intereses de las iglesias evangélicas. Se admitía al poder político como necesario para el orden de la sociedad e impuesto por Dios, mientras respetara la libertad de expresión de las iglesias existentes en el país. Estas iglesias concebían su relación con la sociedad en forma indirecta, por medio de los individuos, limitando su participación social como institución a la formación ética de los ciudadanos. La preocupación por la situación social del país era menor en las nuevas iglesias de misión, las que pusieron su énfasis en un evangelio "espiritual" en cierta medida desconectado del contexto social en que vivía el creyente; pero pese a esto, los miembros de estas iglesias, que mayoritariamente pertenecían a lo que hoy llamaríamos clase media baja, votaban por los candidatos radicales ya que el conflicto “religioso” entre catolicismo y laicismo seguía vigente, pese a la entrada en escena del conflicto de clases que pondría fin al régimen parlamentario. Los cambios que sufrió la sociedad chilena a principios del siglo XX, con el ascenso social de la clase media, que en alianza con los obreros urbanos le disputaba el poder a la desprestigiada oligarquía que gobernó el país hasta el año1938, llevó a que la clase política gobernante redactase una nueva constitución el año 1925, en donde se reconoció la nueva realidad política, religiosa y social que vivía Chile, estableciendo al Estado chileno como laico, separado de la religión, dejando de ser la iglesia católica la Iglesia oficial del estado chileno;. Los evangélicos chilenos en forma unánime, apoyaron estos cambios y a los candidatos de los partidos políticos que los propiciaron. Producto de estos cambios que recogió la Constitución liberal de 1925, entre ellos el más apetecido por los evangélicos, la separación de la Iglesia Católica del Estado, los evangélicos que hasta entonces habían pertenecido a la izquierda del espectro político al apoyar al Partido Radical, transitan junto con este al centro del espectro de partidos. A partir de la proclamación de la Constitución de 1925, la política gradualmente deja de ser considerada por los evangélicos, como una actividad legítima y necesaria para la expansión y afianzamiento del protestantismo en Chile. En esta gradual depreciación de la política influyeron también, tanto el crecimiento exponencial del pentecostalismo entre los grupos marginales, urbanos y rurales; como la expansión del protestantismo espiritualista de corte conservador entre los sectores medios ligados tanto a las actividades de servicios, como también al pequeño y mediano comercio y empresas; y todo ello mientras sucedía el fenómeno inverso de la pérdida de peso cuantitativo y cualitativo del protestantismo modernizador. Pero muchos de ellos se mantuvieron en la izquierda del espectro político, al apoyar y participar en la fundación del Partido Socialista (wesleyanos y muchos metodistas). Por su parte las iglesias protestantes de residentes extranjeros (Anglicana y Evangélica Luterana), que junto al Partido Liberal se habían mantenido en el centro, se desplazaron hacia la derecha entrando en alianza con la derecha católica por su común extracción de clase social oligárquica. Entre 1891 y 1938 quedaron echadas las bases de la vida política, social y religiosa que se desarrollarán hasta hoy, surgiendo como protagonistas las clases medias y obreras urbanas, las cuales crearán sus propios mecanismos e instituciones para tener participación en la vida política y religiosa del país, especialmente en la dirección de estas, que hasta ese entonces estaban monopolizadas por la oligarquía. De esta forma se explicaría el nacimiento de los partidos políticos obreros: Comunista y Socialista, y el afianzamiento del Partido Radical como la principal fuerza electoral, atrayéndose los votos de la clase media. El protestantismo chileno creció y se afianzó entre 1891 y 1938, y esto no es mera casualidad, sino, la expresión de cuan estrecha era su relación con el campo político, y en particular con el movimiento democratizador que surgió y desarrolló en este periodo ligado al movimiento obrero, los sectores medios de la sociedad, estudiantes universitarios y militares; que pretendían romper la hegemonía política, económica y social de los sectores oligárquicos, y construir un sistema político integrador, en donde participen todos los sectores sociales del país, siendo la democracia su ideal, pero no sólo entendida políticamente, sino también social y económicamente. 1938 marca el fin de este período con el triunfo de Pedro Aguirre Cerda, candidato presidencial del Frente Popular, la coalición política de centro izquierda que aglutinaba a este movimiento democratizador y que redactó su programa de gobierno por medio de los partidos políticos que participaban en él, programa que si bien es cierto no pudo ser desarrollado plenamente durante el gobierno de Aguirre, ni en los de sus sucesores radicales, como la postergación de la reforma agraria, esta se mantendrá como una tarea pendiente de los siguientes gobiernos, hasta que en la década de 1960 y principios de los setenta logra realizarse, demostrando que el programa del Frente Popular no era fruto de unos cuantos caudillos o intelectuales, sino la expresión de un amplio sector de la sociedad chilena, que echó las bases de la política chilena hasta 1973. El Partido Socialista Hay que aclarar que el naciente partido socialista, hacia era una agrupación heterogénea, tanto en su composición social, como en su ideología, conviviendo dentro de él marxistas, masones, cristianos evangélicos, agnósticos y ateos; reformistas y revolucionarios; quienes creían en la dictadura del proletariado compartían su militancia con los demócratas electoralistas, ya que no se definía como un partido de tipo ideológico, sino que más bien programático. El magnetismo que produjo el Partido Socialista sobre muchos de los evangélicos en la década de 1930, década caracterizada por las terribles repercusiones sociales en los sectores populares de la gran depresión económica mundial –sobre todo pero no únicamente el hambre‐, fue tal, que algunas de las iglesias que nacieron en esta década se definieron como socialistas, como fue el caso del Ejército Evangélico de Chile, fundado por Genaro Ríos, quien se definió como socialista, y que en 1938 se presentó como precandidato presidencial; apoyando finalmente la candidatura del Frente Popular; y también la Iglesia Wesleyana Nacional, fundada por el pastor Víctor Manuel Mora, fundador la vez, del partido Socialista en Lota, en donde además ocupó el cargo de regidor representando a ese partido. Llama la atención que ambos provenían de la tradición religiosa wesleyana, pues Víctor Manuel Mora eran ex pastor de la Iglesia Metodista Episcopal, y Genaro Ríos había sido miembro de la Iglesia Metodista Pentecostal. Hay que destacar que ambas iglesias, se identificaron con el Pentecostalismo. Pero este compromiso con el socialismo no sólo se dio en las nuevas iglesias, sino que también en la Iglesia Metodista Episcopal, donde muchos de sus pastores y líderes entran a militar y a postular a cargos de elección popular, alcanzando incluso un escaño en la Cámara de Diputados, con Efraín Ojeda, quien logró mantenerse en el Congreso como diputado por Punta Arenas entre los años 1937 y 1953. Cabe destacar también el trabajo social hecho por los metodistas en la década de 1930, en donde destacó la figura del joven pastor de la Segunda Iglesia de Santiago, ubicada en el Barrio Matadero, Pedro Zottele, quien logró transmitir a los miembros de su congregación una dinámica de compromiso social que los llevó no sólo al plano asistencial de los pobres que vivían en los conventillos del sector, sino que también realizaron un trabajo de apoyo educacional destinado a las familias del barrio, alfabetizándolos, realizando cursos de salud, higiene y cocina a las mujeres; además de promover por la radio y la prensa de la capital la incorporación de voluntarios no evangélicos a estos trabajos, todo lo cual redundó en el fortalecimiento de la congregación metodista de la Segunda Iglesia de Santiago, además de atraer a Intelectuales y políticos de izquierda, quienes sin hacerse miembros, apoyaron su labor social, como es el caso del líder socialista Oscar Schnake y su señora, la primera mujer alcalde de Santiago, Graciela Contreras, quienes construyeron una íntima relación de amistad con el pastor Zottele. Por todas las consideraciones anteriores es que se puede afirmar que será después de la fundación del Partido Socialista en el año 1933, ‐partido que habían ayudado a fundar‐,y muy particularmente, desde su fragmentación en la década de 1940, y del fracaso del Frente Popular en lograr el control de la inflación y la integración social de los sectores populares, a cuyo programa adhirieron como lo demuestra el telegrama enviado por la Conferencia anual de la Iglesia Metodista Episcopal de febrero e 1939 al Presidente Pedro Aguirre, el cual expresaba: “... que cumpla estrictamente el programa del Frente Popular, al cual adherimos lealmente”; que la mayoría de los evangélicos chilenos comenzaron a definirse como apolíticos. Pentecostalismo y Política Aunque no tenían una posición política definida explícitamente, los pentecostales de 1909/1910 mantuvieron la tradicional alianza que venía desde mediados del siglo pasado entre los partidos laicistas y las iglesias evangélicas, siendo muy importante para ellos el apoyo de los políticos de estos partidos cuando sufran arbitrariedades por parte de algunas autoridades locales que trataban de reprimir su acción de proselitismo dentro de una sociedad que jurídicamente hasta 1925 se reconocía como católica; y por lo menos hasta 1938, compartieron las sentidas aspiraciones de reformas sociopolíticas y económicas del mundo popular en la Federación Evangélica de Acción Social, organización política evangélica fundada en 1936 por un conjunto de pastores y laicos de distintas iglesias evangélicas que tenía por finalidad aunar la opinión política evangélica en torno al programa del Frente Popular, bloque de partidos de centro izquierda compuesto por radicales, demócratas, socialistas y comunistas. Tanto política como religiosamente el período de auge y crisis oligárquica (1891‐1938), en el cual se insertó el naciente del movimiento pentecostal, tubo el carácter de fundacional, ya que en el surgieron los partidos políticos y las organizaciones sociales del “bajo pueblo” ya sean de obreros, industriales o de la minería, como de los artesanos y productores independientes, trayendo al centro de la vida política el conflicto de clases y con ello el ascenso paulatino en la escena política de las clases medias y obreras; y en el religioso, surge el pentecostalismo, la manifestación popular del protestantismo, constituyéndose en el movimiento con mayor dinamismo y presencia a partir de los años treinta. Podemos afirmar que tanto el movimiento religioso pentecostal, como el de los trabajadores urbanos correspondían a dos aspectos de un mismo proyecto social popular, que pretendían deslegitimar al régimen oligárquico tanto social, como políticamente y religiosamente, y en su lugar, construir un orden social y religioso integrador de carácter democrático, en donde los sectores sociales hasta entonces marginados fueran los actores principales de su propio destino. Pues junto con la manifestación política de estos grupos sociales surge la disidencia religiosa evangélica como una alternativa a una Iglesia Católica legitimadora del orden oligárquico. El Pentecostalismo por lo tanto, no fue sólo una nueva forma de vivir la fe cristiana, por parte de los sectores populares, sino que también, fue una propuesta religiosa nueva desde el mundo popular para crear una sociedad nueva, que estuviera basada en relaciones de solidaridad y hermandad, y no en el individualismo liberal del régimen y de las iglesias misioneras que predicaban la salvación personal, entendida como individual. Para el pentecostal el individuo no era un ser aislado, sino que el Espíritu Santo lo integraba a su Iglesia para que compartiera y viviera su fe con sus demás "hermanos", haciendo de la congregación de creyentes una verdadera comunidad. El Espíritu Santo lo liberaba de su soledad, soledad a que el régimen liberal ‐ oligárquico con su proyecto modernizador, lo había recluido con su individualismo liberal, y que más adelante seguirá vigente en el régimen nacional‐populista (1932‐1973). El Pentecostalismo se constituyó así en la única religión popular existente en el país, ya que nació desde los sectores populares, no siendo clientelizado por otros movimientos sociales, políticos y religiosos, aunque una notable excepción a ello lo constituyó la Iglesia Metodista Pentecostal de “Jotabeche” en Santiago liderada por el obispo Manuel Umaña, quien se transformó en un cacique político del Partido Radical durante las décadas de 1940 y 1950. Su expansión y reproducción está dada dentro del mundo popular, al igual que el de sus cuadros dirigentes, diferenciándose en ello de las iglesias misioneras ligadas a Estados Unidos y de la Iglesia católica que teniendo una base social popular, sus cuadros dirigentes pertenecían y pertenecen aún hoy mayoritariamente a la elite oligárquica y a la clase media. Conclusión A modo de conclusión podemos considerar que en el año 1938, el protestantismo chileno, ya era un fruto maduro, que contenía los elementos eclesiológicos fundamentales que lo definen hasta el día de hoy; y en su relación con la política estaba en un estadio de transición, desde una concepción de ella como expresión social del evangelio, a una concepción de la política como actividad “sospechosa”; fruto del desplazamiento del espectro político, desde el eje clerical al eje del conflicto de clases; en la que el problema religioso había sido relegado a un segundo plano, centrándose en los problemas sociales. Frente a esta "secularización" de la política chilena, los evangélicos tomaron dos posiciones distintas, una en donde la mayoría de las Iglesias pentecostales y misioneras de origen estadounidense, consideraron a la política como actividad sospechosa, poco recomendable para un cristiano; y en la otra, las Iglesias misioneras de origen anglosajón más antiguas llegadas en el siglo XIX, Presbiteriana y Metodista Episcopal, mantuvieron su consideración de la política como una expresión social del evangelio; pero con un peso específico cada vez menor dentro del protestantismo chileno. Este era el panorama en el año 1938, de la relación entre el campo religioso protestante con el campo político en Chile. Para lo que sucede con ello en el periodo posterior (1938‐1973), es necesario continuar con nuestra investigación histórica, a la cual esperamos aportar en un futuro próximo, si así nuestro Dios lo permite.