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VISION POLITICA DE LA INTEGRACION LATINOAMERICANA Palabras del Expresidente de Colombia Belisario Betancur en la clausura de las XVIII Jornadas de la Asociación Española de Profesores de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales, Cáceres, Septiembre 25 de 1999. No somos españoles, no somos indios... constituímos una especie de pequeño género humano... Simón Bolívar (Discurso en el Congreso de Angostura: 1819) I.- INTRODUCCION.- Dolencias y Condolencias. En un seminario que dirigí en julio de 1997 en la Universidad Menéndez y Pelayo, en Santander, recordaba unas jornadas latinoamericanas en Madrid atendidas por especialistas, uno de los cuales habló sobre el tema “América Latina, un cadáver exquisito”; otro lo hizo sobre “La latinidad: entre ruinas, reliquias y sueños”; y otro sobre “La invención de lo latinoamericano”. Como lo prenuncian los títulos, había en ese escenario escepticismo sobre lo latino y, más en concreto, sobre América Latina. Por cierto, en Salvador-Bahía (Brasil) el adjetivo exquisito es sinónimo de feo, horrible. Aquel seminario era como para sacar pañuelo y ponerse a llorar. Yo mismo me devolví a los debates de los teólogos de la Escuela de Salamanca, en los tiempos en que Suárez, Vitoria y Vives batallaban contra quienes sostenían que los seres recién descubiertos en el Nuevo Mundo, no teníamos alma. Hegel negaría después que la tenemos. Se necesitaron el sabio don Andrés Bello, Gabriela Mistral, Neruda, Fuentes, Cortázar, Octavio Paz y García Márquez, entre otros, para que se aceptara que tenemos alma. Pues bien, con aquellos des-almados, la región latinoamericana goza de buena salud, aunque con dolencias que no dan para condolencias, como vamos a verlo enseguido.. II.- Una prolongada nostalgia. Los sistemas democráticos de América Latina, todavía en algunos casos imperfectos, se han gestado en sociedades asimétricas caracterizadas por componentes antropológicos, étnicos, religiosos, sociales y culturales, y en ocasiones lingüísticos, no homologables; a veces bajo el influjo de luchas armadas de carácter político, detrás de las cuales se soslayaban los cacicazgos y los caudillismos, que ahora se repiten; en otras, bajo los efectos de movimientos guerrilleros; ahora, bajo la presión del narcotráfico; y, desde luego afectados por la carga social de la pobreza, que crece con dimensiones alarmantes, en un continente lleno de riquezas a las cuales les estaban llegando con retardo las formas de un aprovechamiento moderno: riquezas que están allí, en espera. A lo anterior se suman crisis económicas acumuladas o agravadas, en no pocos casos bajo el embrujo de ideologismos más ajenos que propios. Desde las guerras de emancipación de las metrópolis europeas, alentadas en parte por las prédicas de la Ilustración con los españoles Feijóo y Jovellanos, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, en las antiguas colonias comenzaron a florecer las rebeliones y, como subproducto, los principios de soberanía popular, republicanismo y separación de poderes, en el marco de presidencialismos y caudillismos como formas fundamentales de gobierno. A consecuencia de las expectativas que se suscitaban en los nacientes estados, a comienzos del siglo XIX surgieron las primeras polémicas sobre libre cambio y proteccionismo, y las primeras definiciones entre unitarios o centralistas y federalistas. A diferencia del caso estadinense donde el desarrollo político se hizo en forma evolutiva y natural con participación de sectores sociales significativos, en América Latina las nuevas modalidades políticas contaron con núcleos exiguos de adeptos pero con protagonistas bravíos que solo aceptaban las razones de la guerra en la cual no pocos habían nacido. De consiguiente, su evolución fue lenta y violenta. La unidad soñada por el Libertador Bolívar al convocar en 1826 el Congreso Anfictiónico de Panamá (a semejanza de las anfictionías que hicieron la unidad griega en el istmo de Corinto), Congreso al cual México alcanzó a enviar embajadores, no pasó de ser una ensoñación siempre aplazada por carecer del cemento de la voluntad popular que legitima el derecho en toda nación. Una prolongada nostalgia se ha mantenido como constante a través del tiempo en los pueblos iberoamericanos en torno de aquella quimera. Es la nostalgia de un sueño. Del sueño político y económico de la integración, hacia la cual avanza el continente, ahora sí con aceleración, según veremos más adelante. III.- La fractura y el oleaje. En general, la transición democrática se inicia en América Latina al romperse la continuidad de los regímenes militares por debilidad de sus economías o por el uso corrupto del poder. Las formas en que se iniciaron tales procesos, dependieron también de circunstancias específicas, como el aislamiento internacional, la cohesión que no consiguió el régimen dictatorial en el gobierno, la unidad de los partidos por miedo a la dictadura; y, antes que nada, por las depresiones sociales desesperanzadas con el telón de fondo de gobiernos y gobernantes corruptos. En los países que salen de experiencias autoritarias, la democracia suele estar acompañada de un alud de reformas. Se piensa que con el reformismo se van a disfrutar las bondades y virtudes de las que carecía la autocracia, que se cifran en el estado de derecho, en la honestidad y eficiencia administrativa, y en el mejoramiento de las condiciones de vida de la comunidad. Por eso, el mejor antídoto contra las dictaduras, son instituciones justas, eficaces y honestas, que, por tanto, sean respetables y respetadas. Al final de los ochenta y al comienzo de los noventa, igual que en la eclosión de una crisálida empezó la transformación, coincidente pero no sincronizada, la cual fue seguida por la búsqueda de estabilidad, la revisión del papel del Estado, una nueva disciplina hacia el desarrollo y hacia el manejo de la coyuntura. Con ella llegó la que clamorosamente ha sido calificada como la redemocratización: en el corto período de tres años se celebraron más de treinta debates electorales, con elección directa y libre de primer mandatario en todos los países del área. Lo cual ya es una constante en la región. Los pocos casos supérstites no contradicen la calificación de que Latinoamérica es continente que puede mostrar democracias fiables que buscan su perfección. IV.- El mito de sisifo. Pero mientras la región lucha por avanzar, los mecanismos ciegos de la nueva globalización la hacen retroceder: es el mito de Sísifo redivivo. Por varias décadas, América Latina y el Caribe tuvieron la sensación de sentirse relegadas a un segundo plano dentro de las preocupaciones de los países industrializados y, en especial, de la Unión Europea: percibían que en cierta manera se les castigaban su indisciplina y su desorden; y que, tras el desplome del comunismo, los países de Europa del Este ganaban la prioridad en las predilecciones comunitarias. Como lección aprendida, los países latinoamericanos se han esforzado por reaccionar ante su debilidad estructural, y por diferentes vías han buscado un ideal, llenar los rezagos sociales y fortalecer los procesos de integración. La acuarela anterior muestra facetas disímiles, en las cuales prevalecen los signos que convocan al optimismo. El principal de los cuales es la conciencia existente sobre la necesidad de los cambios sociales y la necesidad de la integración, la cual ha dejado de ser referencia retórica de soñadores para convertirse en urgencia colectiva. Por consiguiente, hoy por hoy está deslegitimado el pesimismo. El optimismo es virtud que surge comodidades: ser optimista en las dificultades y desaparece en las para latinoamericanos y caribeños, es darle al compromiso el rostro risueño de la posibilidad. V. Cinco preguntas. Algunos analistas de la realidad lacerante de América Latina por los años sesenta, fuimos tildados de idiotas útiles, compañeros de viaje de los comunistas. Pero teníamos razón cuando escribíamos que la modernización no era sinónimo de desarrollo humano. Ahora se nos formula otra advertencia: la globalización ha polarizado más el mundo, tanto entre los países como dentro de ellos. Y se da una alerta sobre la amenaza real que constituye la formación de una enorme sub-clase global que puede minar la estabilidad internacional, mientras capitales y empresas se desplazan sin concierto, dejando a su paso desolación y tragedia como los huracanes del Caribe. Y se levantan nuevas torres de Babel allí donde reinaban, risueñas, la democracia y la riqueza, antes en manos de los propios y ahora en manos extranjeras, como está ocurriendo en toda la región, incluído el prudente Chile en donde empresas y empresas pasan a manos multinacionales, entre ellas manos españolas. Lo cual hizo decir recientemente al senador chileno Gabriel Valdés, que los chilenos no están mejor ahora que en la colonia, persiguiendo a los indios mapuches y las empresas importantes en poder de España, la electricidad, los teléfonos, el gas, los bancos... La nueva globalización o nueva hegemonía, no tiene oídos para la quejumbre de los globalizados. Enrique Iglesias presidente del BID se hacía, en mayo en Washington, estas cinco preguntas en el Círculo de Montevideo, preguntas cuyas respuestas son negativas: 1. Pueden América Latina y el Caribe afrontar la inestabilidad, que ha traído la globalización? 2. Tiene sentido que la región persista en sus políticas de apertura internacional y de liberación de mercados en las actuales condiciones? 3. Qué respuesta puede darse en las presentes circunstancias a los problemas de desigualdad y pobreza que padece la región? 4. Tienen futuro los esfuerzos de integración regional en que nos hemos embarcado en los últimos años? 5. Cuál será el costo, en términos de estabilidad democrática, de la insatisfacción social que agobia a muchos latinoamericanos? VII.- La metanoia. La nueva globalización tampoco tiene memoria o sus voceros proceden por falta de ignorancia, como dicen los campesinos de mi tierra. Por eso olvidan que en las culturas del Sur, las preocupaciones por la supervivencia reducen la crueldad del atraso al pan de cada día, que no da espera; en tanto que las culturas del norte son dueñas de la prospectiva y, por consiguiente, de la amplitud de la mirada. El no desarrollo lucha por ser, con dificultad , dueño del presente, mientras que el desarrollo posee ya ese presente refinado por la ciencia y la tecnología, lo que le permite cantidad de vida, que se preocupa por la calidad de esa vida, al punto de que el tiempo libre llega a convertírsele en problema. Para el no desarrollo el pasado es un depósito de frustraciones al que teme mirar porque descubre en él sus propias culpas aunque también existan méritos y hazañas; en tanto que el desarrollo está descubriendo siempre la riqueza de su pasado y lo recupera con satisfacción aunque en él haya culpas, porque las falencias antiguas las transmuta en proezas actuales. Es la metanoia del pensamiento griego, aquella capacidad de transferirse de una situación a otra en busca de la quintaesencia. Es la insatisfacción. Es el imperativo goetheano de no haber llegado sino de estar llegando. Pero esta es música celestial entre los latinoamericanos, que no suena en los escenarios de la globalización. Frente a ellos estamos cantando aquella música debajo de la ducha. VI.-El tiempo de la historia. Solemos caer en el error pueril de creer que democracia es sinónimo de armonía. No. La democracia es un método para resolver las desarmonías que producen el desarrollo social y la marcha impetuosa de los seres humanos por su libertad, por la igualdad de oportunidades, por un mejor empleo, por salarios dignos, por salud, por vivienda, por todos los bienes que aún en Estados Unidos, el más rico y poderoso de la historia humana, escasean o faltan para grupos significativos de la sociedad. La historia nunca se confiesa, porque siempre comparamos un hecho real cuyos resultados se han producido, con otros hechos cuyos efectos son puramente hipotéticos. Platón dijo, hace siglos, que la política tiene su propio tempo, sus propias urgencias. Una de las urgencias de este tempo, es la paz. Porque bien sabemos que sin paz no habrá desarrollo y sin desarrollo no se consolidará la democracia. La lucha en América Latina la obsoleta lucha no es este-oeste: es contra el subdesarrollo. Para romper este círculo vicioso tenemos que implantar dondequiera una infraestructura social de escuelas, hospitales, acueductos, proyectos que generen empleo y aumenten las exportaciones. Porque las grandes carencias de infraestructura social, son el mejor caldo de cultivo para los movimientos subversivos y para el terrorismo. VII- Los ritos macabros. El terrorismo representa el flagelo de las democracias de Occidente: es el espanto de su gobernabilidad. En sus ritos macabros niega lo que la democracia consolida en el desarrollo. La democracia afirma lo social, afirma lo real y afirma al ser humano en su dignidad; el terrorismo atenta a la vez contra lo social, contra lo real y contra la dignidad de aquel ser humano. Los partidos democráticos latinoamericanos encuentran sustentación en el apoyo de los grupos sociales, en las respuestas que den a los problemas y aspiraciones de estos grupos, que traducen en ideas y proyectos; los terroristas rompen todo vínculo con los grupos sociales y sellan su ruptura con las ideas y con el juego ideológico, porque se mueven en el delirio del irracionalismo. La democracia reconoce que la realidad social está compuesta por pluralidad de entidades y fuerzas que incluyen la división de poderes y su operación coordinada; la separación relativa del orden político y el económico; la multiplicidad de esferas y organismos socio-económicos, de agrupaciones y sectores sociales. Gobernar democráticamente o favorecer el grupo social pobre en condiciones democráticas, no puede consistir en arrollar a otros sino en procurar un equilibrio que no excluya el dinamismo: los terroristas niegan que la fenomenología social sea una realidad compartida, que el Estado es un poder compartido, que la vida socio-económica es concierto compartido de fuerzas; y sellan con sangre su voluntad de omnipotencia que no puede tener curso en lo real. El catálogo de sus inversiones de valor sobre los principios democráticos, es más largo: en lugar del trabajo político entre las masas, quieren espectáculo; en vez de propaganda y difusión del pensamiento y la opinión, un público al que se busca fascinar con la alucinación del terror. Como los demonios de ciertas teogonías, los terroristas se limitan a escribir un no donde la democracia dice sí. Por eso no es extraño que los regímenes totalitarios aparezcan inmunes al flagelo del terrorismo. Pues bien, aún reconociendo la magnitud del desafío que el terrorismo plantea a las democracias y a su gobernabilidad, hemos de recordar que sólo existe guerra civil allí donde la revolución armada compromete a una parte significativa de la población; y hemos de reconocer que los terroristas extraen su rabia destructiva, de su aislamiento de los grupos sociales.