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María Cristina Reigadas, “Modernización Inclusiva” en Roig, A., Biagini, H. (comp.), Diccionario de Pensamiento Alternativo, Buenos Aires, Biblos. Vol. 2. En Prensa. Modernización inclusiva Moderno, modernidad, modernismo y modernización constituyen una constelación de conceptos con aire de familia. Parecidos pero no equivalentes, necesitan ser diferenciados. Si “moderno” caracteriza la valoración del cambio y el afán de novedades, el deseo de actualización permanente y la consecuente fragilidad e inestabilidad de la existencia, “modernidad” alude a la época histórica que se inicia en el actual continente europeo hacia fines del siglo XV y por cuya crisis (global) aún transitamos. “Modernismo” suele reservarse para los cambios culturales que, a mediados del siglo XIX, introdujeron el principio de la subjetividad del yo y de la autorrealización en el arte y en la literatura. En cuanto a la idea de modernización suele aplicarse genéricamente a los procesos de crecimiento y cambio socioeconómicos, políticos y tecnocientíficos propios de dicho periodo, caracterizados por el principio de secularización y sus tres rasgos básicos (Germani, G.:1962), a saber: la acción electiva basada en la decisión individual, la institucionalización y legitimación del cambio y la creciente diferenciación y especialización de roles, status e instituciones. En un sentido más específico, el concepto de modernización constituye el núcleo de las teorías sociológicas del siglo XX, cuyas fuentes pueden ser encontradas en la sociología clásica de Tönnies a Parsons y en las teorías marxistas del imperialismo. Entre sus más relevantes contribuciones, hay que mencionar la sociología de Apter y de Lerner, las teorías cepalianas del desarrollo y los trabajos de Gino Germani sobre las sociedades tradicionales y las sociedades modernas de masas. Es justamente en estas teorías surgidas en la posguerra donde la idea de “lo moderno” alcanza su grado máximo de efectividad histórica y legitimación teórica. Estas teorías, destinadas a constituir el fundamento de la praxis política y social de los pueblos del Tercer Mundo se afirman triunfalmente en la década del ´60, comienzan a declinar hacia fines de la misma y desembocan a principios de los ´70 en el fracaso y los más severos cuestionamientos. A pesar de ello, la idea de modernización resurge en los ´ 80 en España, en América Latina y en los países del Este de la mano del retorno de la democracia, aunque en un contexto cultural que ya deja de ser moderno para comenzar a ser posmoderno. ¿Cuál es el núcleo de la idea de modernización? Sin duda la ley universal del progreso, que constituye el eje vertebrador de las filosofías euroburguesas de la historia (siendo el concepto de revolución su contrapartida en el materialismo histórico). La modernización es la puesta en marcha de este proceso progresivo e indefinido que se desarrolla por etapas (occidentalización, racionalización, desarrollo e industrialización) y por el cual deberán atravesar necesaria e inexorablemente todas las naciones. Uno de los presupuestos más controvertidos de las teorías de la modernización consiste en considerar que estos procesos de crecimiento y cambio son, para las naciones europeas, fenómenos cuasi naturales y espontáneos, mientras que para las naciones no europeas y no occidentales (primitivas, atrasadas, subdesarrolladas, del tercer mundo, periféricas y o excluidas las denominaciones varían según los tiempos y lugares-) debe ser inducido desde afuera e incluso forzado. Curioso destino el de algunas naciones que no pueden crecer a partir de sí mismas. ¿Cómo lograr los fines de la modernización? ¿Cómo acoplarse a la ley universal del desarrollo? Mediante el recurso de la imitación. Modernizarse requiere realizar una compleja operación cultural que consiste en el fuerte deseo de abandonar la propia identidad, en la voluntad de ser como el otro. De este modo la cuestión de la modernización se enlaza en estas (nuestras) sociedades con concepciones defectivas de la propia identidad ya que por razones económicas, políticas, éticas, religiosas, raciales o idiosincrásicas, por culpa de la geografía y/o simplemente de la mala suerte, los países aún no modernos no han podido crecer de acuerdo a los cánones de la “normalidad” histórica (europea). María Cristina Reigadas, “Modernización Inclusiva” en Roig, A., Biagini, H. (comp.), Diccionario de Pensamiento Alternativo, Buenos Aires, Biblos. Vol. 2. En Prensa. Por cierto que circunscribir el crecimiento y el cambio social a los núcleos histórico-conceptuales de las teorías de la modernización, no hace sino ratificar los vicios de las filosofías de la historia (suponer fines necesarios e inexorables) y del determinismo etapista, cuestiones entrelazadas que han compelido a los países periféricos –como el burro del cuento popular- a correr detrás de una zanahoria inalcanzable. Sostener que en la historia hay un único camino y una única solución, constituye sin duda una de las variantes más potentes y peligrosas del pensamiento único. Da lo mismo que se adopte el metarrelato de la modernización (nuestro futuro es el presente realizado ya en otros lugares) o de la tradición (nuestro futuro es la actualización de nuestro pasado). Ni el universalismo abstracto y ahistórico ni el particularismo tradicionalista y/o localista han cumplido las promesas de un crecimiento inclusivo y justo. Por el contrario, ambos han sido excluyentes y promovido la desigualdad. A título de ejemplo podemos recordar que las teorías modernizadoras de fines de los ´50 y principios de los ´60 justificaban la carencia de democracia (o la existencia de poca democracia) en nombre del crecimiento económico. Siempre que éste arrojase números aceptables en términos macroeconómicos, garantizando el ansiado despegue, poco importaban otras cuestiones vinculadas con la democracia política y mucho menos con la justicia social. En nombre de una noción del desarrollo económico según la cual crecer es ser más, ser mejor y ser como, se toleró – e inclusive promovió- una débil modernización política (en términos de democracia institucional y de estilo de vida), una modernización social fragmentada con fuertes exclusiones y una modernización cultural imitativa. ¿Hay que abandonar, entonces, la idea misma de modernización? Por cierto que no, ya que debemos crecer, abrirnos al cambio y a las novedades y fortalecer nuestras identidades individuales y colectivas mediante el intercambio y los aprendizajes creativos con los otros. ¿Cómo repensar, entonces, la modernización desde las exigencias de inclusión con justicia? Me limitaré a apuntar aquí tan sólo algunas reflexiones generales. Siguiendo la maldición china, propongo sacar provecho de vivir en una época interesante. Algunas dinámicas globalizadoras (y/o promovidas por la globalización), tales como los procesos de descentramiento, la multiplicación de los actores, los nuevos sistemas de comunicación e información, la construcción de redes, la reestructuración de los espacios locales, nacionales, regionales y transnacionales y la redefinición de las relaciones entre sociedad civil, estado y mercado pueden constituir herramientas y oportunidades que coadyuven a estimular la creatividad y a potenciar sinérgicamente mecanismos de cooperación y de transformación social. Por cierto que la crisis de los sujetos absolutos y privilegiados, de la idea moderna de progreso y revolución y del pensamiento eurologocéntrico no nos permite contentarnos hoy con criticar la modernización desde las narrativas tercermundistas. Pero tampoco se trata de abandonar toda idea de crecimiento y progreso para solazarnos estoicamente con un pensamiento de los márgenes y los bordes. Quizás lo más cercano a una modernización inclusiva sea el paradigma de desarrollo propuesto por Amartya Sen, que propone un nuevo modelo de calidad de vida y bien-estar que va más allá de la idea de justicia como equidad y del igualitarismo abstracto, sin recaer en las débiles ideas de inclusión y justicia del pluralismo multicultural, de la exaltación de la diferencia como fragmentación y del ´arreglátelas como puedas´ (o del “dejadme vivir en paz” lyotardiano). Pensar una modernización inclusiva requiere particularmente en América Latina la reactivación de la memoria. No para limitarnos a recordar el pasado, sino para comenzar a superar nuestra negación de la historia, nuestra compulsión a empezar siempre de cero y a la copia. Pensar el nosotros en los contextos cambiantes de lo local y de lo global requiere, como pedía Kusch, vencer los miedos: el miedo a nosotros mismos, a pensarnos, a ser inferiores. Y, – agrego-, por lo tanto, cierta ilusión compensatoria de superioridad, cierta impotente omnipotencia que nos caracteriza, cierta confusión moral y cierto cinismo político, todas éstas, por cierto, cuestiones éticas. No vacilo entonces en privilegiar las cuestiones éticas en la construcción de una María Cristina Reigadas, “Modernización Inclusiva” en Roig, A., Biagini, H. (comp.), Diccionario de Pensamiento Alternativo, Buenos Aires, Biblos. Vol. 2. En Prensa. modernización inclusiva. Respeto, reconocimiento mutuo y confianza constituyen las bases éticas para construir una vida social solidaria, justa y democrática sin las cuales difícilmente haya crecimiento con inclusión. Hasta ahora hemos sostenido en la práctica la teoría del derrame, complementándola con políticas sociales basadas en el principio de equidad. Dado que no hemos logrado ni la inclusión ni hemos disminuido las escandalosas desigualdades, es hora de redefinir que es lo fundamental e importante y que lo secundario y accesorio. No podemos ya sostener la ilusión de la asimilación ni tampoco seguir subrayando el principio de la diferencia si no combatimos la exclusión. Las exigencias del crecimiento deberían impulsarnos esta vez a no dejarnos seducir por los cristales de colores ni tampoco a lamentarnos paranoicamente de las maldades ajenas. Sin autorreflexividad, sin un pensamiento que asuma en todas sus consecuencias nuestro lugar en el mundo y nuestras responsabilidades históricas no habrá, una vez más, modernización con inclusión. Bibliografía: Beck, U., Giddens, A. y Lash, S, La modernización reflexiva, Buenos Aires, 1997 Bills, D. (dir.), “Modernización”, en Enciclopedia Internacional de las Cienicas Sociales. Dussel, Enrique, “Europa, modernidad y eurocentrismo”, en Lander , Eduardo (comp..), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas, Buenos Aires, CLACSO, 2000. Germani, Gino, Política y sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidós, 1962. Habermas, J., “La modernidad: un proyecto incompleto”, 1981. Reigadas, María Cristina, “Democracia y posmodernidad”, Nuevo Proyecto, Revista de Política,.Economía y Cultura, No. 5/6, Buenos Aires, 1989. Reigadas, María Cristina, “Modernización e identidad en el pensamiento argentino contemporáneo”, Revista de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales, Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales, No. 22, Buenos Aires, octubre de 2000. Sen, Amartya, La calidad de vida, México, F.C.E., 1992 Solé, Carlota, Modernidad y modernización, Barcelona, Anthropos, 1998. Touraine, A., Crítica de la modernidad, Buenos Aires, FCE, 1994.