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Programa “Caleta Sur”
La pobreza como construcción ideológica: La definición del campo
problemático de las políticas sociales
Mónica Bonnefoy, equipo Caleta Sur
Agosto de 2002
El acceso histórico al fenómeno de la pobreza – que como tal, constituye una
preocupación moderna como resultado de un sistemático proceso de sospecha o duda en
torno a la consideración de la existencia humana como resultado de órdenes naturales, en
la idea de “inmutabilidad”, arraigadas en concepciones mágicas o religiosas y, por lo
tanto, producto de la acción humana -, ha dejado en evidencia que se trata de una
condición compleja, históricamente situada y relacional. Dar cuenta de la pobreza implica,
necesariamente, estructurar un habla desde lugares particulares, asentado en una
concepción ideológica y valórica particulares. Connotar los atributos de la pobreza implica,
por lo anterior, resaltar dimensiones que operan como distinciones selectivas como
priorizaciones que ponen de relieve unas variables por sobre otras.
La respuesta a la aún actual pregunta por quiénes son los pobres, abre un debate que
carece de un consenso fundamental, sobretodo, cuando se trata de definir orientaciones
políticas y técnicas para planificar procesos de superación de la pobreza.
Intentaremos dar cuenta de tres énfasis o distinciones importantes:
!"La pobreza como obstáculo para el desarrollo de procesos de acumulación
económica los pobres como fuerza productiva/consumidora).
!"La pobreza como construcción socio cultural
!"La pobreza como fenómeno de relación entre grupos sociales
Podríamos señalar acá que estas tres miradas pueden reagruparse en dos grandes
categorías: una interpretación estrictamente económica y una interpretación de tipo
política, en el sentido de pensar el concepto de pobreza como una categoría a revisar en
función de las consecuencias sociales y políticas que su uso genera. Desde otra óptica,
podríamos afirmar que estas lecturas son ubicables en un continuo analítico que va desde
una concepción que se sitúa al interior del esquema conceptual tradicional de la pobreza,
pasando por una mirada que - desde la distancia crítica -, se inserta hábilmente en ese
registro conceptual ensanchando los marcos de análisis, hasta llegar a una interpretación
que decididamente se instala fuera del campo de la pobreza dando cuenta más bien del
fenómeno que es su opuesto ideológico: la desigualdad.
Para este ejercicio, nos hemos valido del análisis de tres textos que constituyen referencia
obligada a la hora de reflexionar en torno al fenómeno de la pobreza: el artículo de
Irarrazaval titulado “Habilitación, pobreza y política social” (del año 1995), el libro de Javier
Martínez y Margarita Palacios “Informe sobre la decencia” (del año 1996) y el texto de
José Bengoa, Francisca Márquez y Susana Aravena “La Desigualdad” del año 1999.
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Programa “Caleta Sur”
Pobreza como obstáculo para el desarrollo económico : propuesta de habilitación
Una de las miradas más recurrentes – y plenamente vigente en nuestro país – es
entender la pobreza desde variables estrictamente socioeconómicas. La preocupación
que Irarrázaval manifiesta, es conocer las claves que explican el resultado positivo que
muchas familias pobres alcanzan en sus esfuerzos por "surgir” , como pistas para aportar
en el diseño de políticas públicas “habilitadoras”. Por medio de la formulación de hipótesis
sostenidas en hallazgos de estudios realizados en Estados Unidos, Irarrázaval en el texto
concluye en que existe una proporción importante de familias pobres que realiza
esfuerzos por superar su condición socioeconómica y que comparten rasgos comunes, a
saber: cohesión y estabilidad familiar, altos sentimientos de autoconfianza, significación
de la educación como mecanismo de movilidad social y baja dependencia de programas
sociales. De esta forma, se acuña el concepto de “habilitación” como una categoría
distintiva al interior del estrato de la pobreza, en el sentido que existen familias que
efectivamente han alcanzado logros en materia de éxito económico y otras que no,
atribuyendo esta condición a variables de tipo actitudinal y ligadas a las valoraciones que
los sujetos poseen de sus propios esfuerzos o capacidades. La variable de ingresos
económicos adquiere, en este enfoque, una importancia central como indicador de logro
en la superación de la pobreza.
El texto sugiere una visión de la pobreza que, en muchos tramos, comparte lugares
comunes con los enfoques que en este artículo se encuentran citados (especialmente,
con el análisis aportado por Martínez y Palacios): concibe a los pobres como sujetos con
capacidades y recursos para salir de esa condición (énfasis en potencialidad por sobre la
valoración de carencias), que los transforma en sujetos protagónicos de los procesos de
superación de la pobreza. Asimismo, considera que la pobreza no es única sino refiere a
realidades diversas (siendo, por tanto, lícito hablar de “pobrezas”); expone y fundamenta
una distancia crítica a la política social basada en transferencias monetarias por su efecto
no habilitador en los sujetos; y releva la necesidad de inscribir los programas sociales en
el marco de la descentralización y con un fuerte carácter local.
A primera vista, pareciera existir un consenso importante con perspectivas de análisis
más estructurales de la pobreza. Sin embargo, el referente hacia cual “mira” Irarrázaval, la
concepción que subyace a su análisis y los antecedentes que vierte para fundamentar sus
hipótesis, imprimen una orientación que termina por distanciar su mirada de aquéllas otras
denominadas “críticas” o de análisis más estructural. Se registran ciertas afirmaciones
que, en el marco del estudio y asociadas directamente a las premisas de éste, pueden
perfectamente calzar con otras interpretaciones y no necesariamente dar pie a las
conclusiones a las cuales arriba el autor. Ello nos demuestra, una vez más, que la
pobreza (en tanto categoría conocible) emerge como objeto de conocimiento
condicionado ideológicamente y en función de una particular concepción del ser humano
(reductible o no a determinadas esferas).
En primer lugar, la propuesta liberal de “habilitación” dirige su mirada hacia un tipo de
desarrollo que pareciera agotarse en el campo económico, razón por la cual la superación
de la pobreza tendría que ver con posibilitar que los sujetos que demuestran una
disposición para mejorar sus condiciones económicas y evidencian resultados en esta
materia, puedan efectivamente traspasar la línea de la pobreza e integrarse
eficientemente a los circuitos productivos y de consumo de la sociedad. En este sentido,
la capacidad, competencia o habilidad humana es vista como un recurso instrumental que
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permita convertir a los pobres en efectivos agentes económicos, que puedan mejorar su
participación como sujetos de consumo y formar parte del circuito de la modernización.
Evidentemente este propósito requiere de un análisis del fenómeno que no comprometa
variables estructurales (en un sentido fundamental), por cuanto ello implicaría caducar esa
posibilidad. En este sentido, la propuesta de habilitación se sustenta en una mirada
individual (a lo más psicosocial, pero que en tanto tal, carece de una fuerza analítica más
compleja) del fenómeno de la pobreza, asumiendo la dimensión social y cultural sólo
como datos complementarios pero enfatizando, exhacerbadamente, la dimensión
psicológica de la experiencia de la pobreza. Psicológica, en tanto releva la dimensión
actitudinal, las valoraciones, cogniciones y comportamientos que transforman a una
persona pobre en un sujeto habilitado.
Las anteriores revisiones críticas, no restan a la propuesta liberal de “habilitación”
elementos aportativos, en términos que efectivamente ella pueda contribuir – en su
alcance específico – a configurar estrategias más complejas e integrales de superación de
la pobreza. Por lo demás, su mirada crítica respecto de la lógica subsidiaria de las
políticas sociales, es pertinente en tanto única respuesta al problema. Desconoce, no
obstante, que la política pública puede contemplar – según situaciones específicas – un
necesario componente asistencial, siempre y cuando se inscriba en un marco mayor de
iniciativas y estrategias (de alcance estructural y promocional).
La pobreza como construcción sociocultural: cultura de la decencia y cultura de la
pobreza
El esquema de análisis propuesto por Martínez y Palacios arranca desde la necesidad de
revisar el concepto mismo de “pobreza” como categoría alusiva y estrechamente ligada a
las políticas sociales. Surgida en esta esfera, la pobreza constituye un concepto restrictivo
porque “a diferencia de la noción de “desigualdad”, se refiere a una magnitud absoluta de
carencias colocando a la política social fuera del campo de relaciones entre grupos” .
Importa en este planteamiento, destacar que la imposición de un límite absoluto de
necesidades o carencias obedece a una función particular: la de demarcar el campo de
operaciones de la política social . A su vez, “contribuye” a fundar una suerte de
ciudadanía de la pobreza (“derechos” en palabras de los autores) y un punto de equilibrio
para el gasto social: “tanto Estado como pobreza haya” . Esta construcción conceptual,
ciertamente ha tenido y tiene consecuencias muy significativas en las políticas sociales
orientadas a la superación de la pobreza que, por lo demás, son altamente funcionales a
la lógica del modelo de desarrollo. De ellas, nos ocuparemos en párrafos posteriores.
Esta visión de pobreza la sitúa como estrato social definible según criterios de ingresos
económicos, radicando aquí su eficacia ideológica, pues este carácter invisibiliza las
relaciones que existen entre los grupos sociales que ocupan una posición relativa en
términos de poder económico y político, relegándola a una ubicación extrasocietal,
espacio donde no operan las leyes del mercado. Precisamente en razón de esta
incapacidad, el Estado aparece como el agente clave en la superación de la pobreza. Las
razones que están detrás de esta intervención estatal como condición fundamental para
superar la pobreza, llevan a los autores a insertar el análisis en dimensiones socio
culturales al introducir la noción de “motivación de movilidad social” que configuran el
resultado – en su asepción negativa, esto es, bajo la forma de “bloqueo a la movilidad” –
de acumulaciones intergeneracionales de la experiencia de la pobreza conocidas como
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“cultura de la pobreza” (desesperanza aprendida). Es fundamental el esfuerzo de los
autores por recuperar categorías socioculturales de análisis, pues ello permite establecer
una distinción que en este planteamiento es absolutamente central: la pobreza como
estamento. El nudo problemático – o punto crítico – es, entonces, revisar hasta qué punto
la pobreza como estrato equivale a la pobreza entendida como estamento (el problema de
la superposición).
En este punto del planteamiento, de alguna manera Martínez y Palacios comparten la
preocupación de Irarrázaval, en términos de revisar los efectos que generan los subsidios
estatales en la superación de la pobreza. Las consecuencias paradójicas, en orden a
reforzar el bloqueo de la motivación de movilidad social, dan origen al estudio
desarrollado por los autores. El sistema de hipótesis formulado en el marco de la
investigación, desarrolla como planteamiento central que, no coincidiendo la pobreza
económica con la cultura de la pobreza, coexisten dos modos de vivir la pobreza: una
cultura de la decencia y una cultura de la pobreza (ambas en permanente tensión).
Con cierta semejanza al planteo de la habilitación (en términos de diferenciar realidades y
de utilizar categorías duales para dar cuenta de ellas), la cultura de la decencia refiere a
un código ético de “freno a las pulsiones más recurrentes en el medio social respectivo” ,
cuyo principal efecto radica en la posibilidad de sobreponerse a los efectos degradantes
generados por la pobreza. Los componentes virtuosos de la decencia son: honra,
honradez, temperancia, fe o causa. En el decir de los autores, es la línea de la decencia y
no la pobreza, la que permitiría diferenciar la integración social de la marginalidad.
Resulta altamente significativo la forma en que desde este planteamiento, se desarrolla
una lógica analítica que logra introducir elementos cuestinadores que tensan “desde
dentro” el concepto de pobreza; moviéndose al interior de su propio registro y dando
cuenta de su sustrato ideológico, la propuesta de la línea de la decencia permite
aproximarse, desde una perspectiva más actualizada, al estado actual de la cultura de la
pobreza como forma de expresar y dar visibilidad a los inmurables esfuerzos e iniciativas
que no sólo familias sino que comunidades o grupos de sectores pobres despliegan
cotidianamente para abordar las distintas problemáticas a las que da lugar su condición
social, pudiendo tal vez hablar ya no sólo de cultura de decencia individual o familiar, sino
un código de decencia comunitario. Ahora bien, también, es importante reparar en que los
sectores urbano populares, como resultado de procesos de exclusión social que han sido
resultado de la retracción de la acción estatal en la esfera social, ha propiciado el
copamiento territorial de expresiones relativamente organizadas de violencia delincuencial
o de tráfico de drogas que suplen, de alguna manera, el rol benefactor que antes era
privativo del Estado. Estos fenómenos, especialmente con la introducción de la droga,
tornan más complejo el análisis de la cultura de la decencia, en la medida en que la
necesidad de desplegar estrategias de sobrevivencia en muchas familias, especialmente,
mujeres jefas de hogar, las ha conducido conflictivamente a involucrarse en conductas
que han relativizado el código ético de la conducta de la decencia, reforzado, además, por
los fenómenos de segregación social y territorial que vienen configurándose desde las
políticas de repoblamiento implementadas bajo el régimen militar, en el marco del
proyecto de reposición de la sociedad estamental (en el decir de Bengoa). Lo anterior, sin
duda, complejiza el análisis de esta matriz sociocultural de la pobreza, sobretodo, en la
medida en que esta “relativización ética y valórica” sigue coexistiendo con una importante
presencia de un accionar individual y, sobretodo, colectivo, que promueve valoraciones
solidarias que mantienen vigentes la impronta de la cultura de la decencia.
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La pobreza como fenómeno de relación entre grupos sociales: la problemática de la
desigualdad o la sociedad estamental
La experiencia chilena desde el régimen militar hasta los gobiernos democráticos, indica
que luego de un prolongado proceso histórico de construcción de una sociedad
mesocrática (siglo XX), la alianza militar - empresarial se abocó a restituir en Chile el
orden estamental tradicional que antecedió a la sociedad mesocrática del siglo XX,
recuperando el terreno perdido de grupos de poder económico y con dominio en la
propiedad. En torno a la propiedad privada, la nueva sociedad estamental (que emula el
orden del siglo XIX) se trasluce en una sociedad altamente desigual. En efecto, 60% de
los ingresos es controlado por el 7% de las familias más ricas del país; peor aún, en la
última década, el 20% más rico aumentó de 14 a 15,5 veces su ingreso respecto del 20%
más pobre.
En el decir de Bengoa “existe la percepción de que no ha habido transición en lo profundo
de la vida social chilena, desde la restauración conservadora ocurrida en la dictadura” .
Esto genera un impacto muy serio en términos de la profundidad de la democracia en el
país, pues ella ha operado únicamente en esferas institucionales y políticas,
permanenciendo inmutable la estructura de un modelo de desarrollo que garantiza la
reproducción de la sociedad estamental. Lo anterior, se traduce en una problemática
fundamental para la democracia, en la medida en que ella no ha impactado las esferas
sociales y sólo ha operado en ámbitos de la formalidad institucional. Esta situación,
aparejada al proceso de transformación ideológica que ha afectado a la pobreza (J.
Franco en “Apología a la Pobreza”), ha tenido como resultado que en el actual orden
estamental los pobres, a pesar de su importancia estadística, carecen de un peso político
que les permita emerger en la escena pública como actores sociales. En el parecer de
Bengoa, cabría incluso interrogarse acerca de la existencia de la pobreza como categoría
social y cultural, dada su significativa invisibilidad. Como sector social, los pobres ven
mediadas sus demandas por las visiones de las clases medias (en plural, pues Bengoa
identifica una clase de carácter conservadora o tradicional y otra de tipo emergente o
liberal). Esta invisibilidad no hace sino expresar la condición de exclusión social en la que,
además, ha devenido el fenómeno de la pobreza. Los relatos que recoge el texto,
expresan con nitidez el profundo sentimiento de desigualdad y de olvido en el que
pareciera existir un número muy importante de chilenos y chilenas. Es la modernización y
su lógica de acumulación, aquélla que sólo opera como realidad para una fracción de la
sociedad y que emerge como una versión de realismo mágico para otra (mezcla de hecho
creíble e inverosimil a la vez), la que ha incidido en el configuración de este malestar,
malestar - además - que opera como ira y como desesperanza a la vez.
Los pobres vistos hoy como carencia, supone una concepción que expone a estos grupos
a una constante exposición en la vitrina de la caridad y la seguridad institucionalizada.
Aún peor, los concibe como una categoría estanca, indiferenciada y estigmatizada. La
transmutación ideológica de la pobreza, por lo demás, no ha hecho más que reforzar y dar
lugar a una suerte de enfoque regresivo de la pobreza, en el sentido que expresan una
categoría social que repone claves interpretativas que son propias de un orden altamente
estamentado y conservador. Los pobres, como categoría de despoder, son altamente
funcionales a la lógica de reproducción de la desigualdad social.
En este escenario, pareciera que los sectores pobres únicamente tienen como opción
tranzar con la “agenda ideológica” impuesta por las clases medias. Su discurso del orden,
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seguridad y movilidad emerge con un efecto absolutamente totalizador y hegemónico
cuyo contenido, por lo demás, comparte un lugar común con las preocupaciones de las
clases dirigentes. Si los pobres carecen de cuotas mínimas de poder, son absorbidos
acomodaticiamente por esta visión (lo que Bengoa significa como pérdida de un discurso
autónomo).
Sin embargo, la experiencia de la desigualdad remite a uno de los sentimientos sociales
con mayor capacidad destructiva; y aquí se localiza el mayor riesgo y, probablemente tal
como lo ha pesquisado el P.N.U.D., el principal efecto provocado por el modelo de
desarrollo en Chile, en la medida en que es la subjetividad la que se vulnera, generando
grietas en la configuración de las identidades y en la posibilidad de desarrollar procesos
de revitalización de la convivencia social que pueden afectar, incluso, la conformación de
capital social (en tanto constituye una energía que puede desencadenar respuestas de
distinto tipo, no necesariamente creadoras).
Ahora bien, desde esta visión de pobreza, es importante dar cuenta de la forma en que la
desigualdad se expresa geográfica y culturalmente, fenómeno que da lugar a distintas y
variadas formas de vivenciar la desigualdad (y la pobreza). Todas ellas, desde un análisis
global, comparten una misma genoestructura que se liga con los procesos de
acumulación capitalista que tienen lugar hoy en el contexto de la sociedad globalizada y
de los órdenes estamentales que rigen hoy a la sociedad chilena.
Es desde esta mirada que se puede señalar la emergencia de un nuevo paradigma social
(según palabras del autor): los que viven “dentro” y los que se ubican “fuera”. Los
fenómenos constitutivos de la exclusión han dado lugar a una visión de los pobres
extremadamente peligrosa para la convivencia social y para la tolerancia democrática: su
asociación con el peligro y la amenaza. Los pobres del siglo XXI constituyen, en cierta
medida (los jóvenes, los delincuentes) una versión actualizada de la ideología de la
Doctrina de Seguridad Nacional que transmutó la fisonomía del enemigo interno desde
una categoría ideológica a una categoría social. Esto representa la visión más brutal de la
pobreza que se ha nutrido de la sociedad estamental y desigual. Sin duda, la segregación
(en todas sus formas) es condición y característica central para dar lugar y para reproducir
estas lógicas interpretativas.
El fenómeno de la desigualdad, en síntesis, es el problema principal que afronta la
sociedad chilena y el escenario que ha tornado a la pobreza en un fenómeno de exclusión
social. En este sentido, pareciera que el esfuerzo por categorizar la condición social en la
que se encuentra un porcentaje muy importante de grupos sociales que no se han
beneficiado de las recompensas que provee la modernización, debe dirigirse a allegar
categorías más onmicomprensivas que sean pertinentes a la situación de hoy. En ese
esfuerzo, la noción de exclusión social puede ser altamente útil para explicar o
comprender el fenómeno de la pobreza en la última década.
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Las implicancias para el diseño de estrategias de intervención: posibilidades y
restricciones
Asumiendo, entonces, que las estrategias de intervención poseen un sustrato
interpretativo (cada una arranca desde una particular forma de interpretar el fenómeno de
la pobreza), es posible señalar que las acciones a las cuales dé lugar una determinada
política tienen una gravitación mayor o menor, según sea el concepto desde el cual
emerja o hacia el cual se oriente.
Los tres enfoques analizados, asumen una revisión crítica respecto de las implicancias
que ha tenido la acción del Estado en materia de superación de la pobreza, con mayor o
menor efecto reformista o transformador. Además de lo anterior, las tres visiones
comparten una crítica fundamental al paradigma subsidiario de las políticas de superación
de la pobreza, en tanto ella supone un efecto inverso al deseado, generando una
dependencia que impide activar capacidades en los sujetos.
Otro rasgo común a estas miradas, es que sus análisis operan con categorías duales:
habilitados/no habilitados; cultura de la decencia/cultura de la pobreza; democracia
restringida/democracia ampliada (o sociedad estamental / sociedad socialmente
integrada), todas las cuales poseen un impacto significativo a la hora de reflexionar en
torno a las implicancias de las políticas públicas, señalando con ello el horizonte hacia el
cual deben mirar estas estrategias.
Aún cuando el enfoque de la habilitación indica la necesidad de formular políticas que
activen y “recompensen” el esfuerzo desplegado por familias pobres para salir de su
condición de precariedad socioeconómica, no se hace cargo de las condicionantes
estructurales que abren o cierran oportunidades de movilidad social (la estructura social
como restricción para las familias habilitadas). ¿Cómo resuelve el enfoque liberal esta
condicionante? Pareciera que esta es una pregunta, que desde la selectividad ideológica,
carece de sentido para esta concepción. Sin embargo, esta omisión tiende un manto de
duda e incertidumbre en torno a las posibilidades de impacto de políticas habilitadoras en
un contexto de desigualdad social.
Por su parte, el enfoque sobre línea de la decencia, aún cuando comparte la crítica liberal
a las políticas subsidiarias en términos de considerar que la acción subsidiaria del Estado
debiera orientarse centralmente a compensar o estimular el resultado de las conductas de
las familias más que a las condiciones sociales, como estrategia para favorecer una
disposición activa frente a la superación de la pobreza, levanta una crítica muy
significativa que desnuda una contradicción fundamental del enfoque de pobreza como
estrato: la pobreza económica no coincide necesariamente con la cultura de la pobreza,
razón por la cual no es posible sostener un impacto real de las políticas en la superación
del fenómeno, más aún cuando se trata de estrategias que no van acompañadas de
transformaciones estructurales que hagan posible el desbloqueo de la movilidad social,
para que la motivación de movilidad encuentre espacios para su sostenibilidad. En este
sentido, valga por ejemplo, anotar que el Programa Chile Solidario expresaría una suerte
de regresión en el “mejoramiento” de las estrategias de superación de la pobreza, por
cuanto se basa en un enfoque eminentemente estratal y de énfasis en la acción
subsidiaria como único eje para superar la indigencia. Por otro lado, emerge la siguiente
contradicción: un programa que define su población objetivo en indicadores económicos
(ingresos) y la pretensión del programa de comprender la indigencia como fenómeno de
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cultura (estamento); esta disonancia no aparece resuelta en las estrategias del programa,
apareciendo la mención de la cultura, sólo como antecedente general.
Desde la mirada de la desigualdad se señala que el hecho de comprender la pobreza
desde categorías de carencia, ha incidido en que la política exprese una dimensión
meramente agregativa de programas que sólo busca subsidiar las nefastas
consecuencias del modelo de desarrollo no existiendo, por lo tanto, una propuesta que
involucre a los pobres como sujetos. La preocupación fundamental de este enfoque, se
funda en constatar que Chile es un país de contrastes sociales incompatibles con la
modernidad a la que aspira. Estos contrastes (o paradojas) dan lugar a una contradicción
muy relevante para la democracia: “contradicción entre la ciudadanía democrática, por
naturaleza crítica del estamentalismo, y la realidad no democrática de las instituciones
económicas, sociales, de los servicios del Estado, los medios de comunicación, en fin, la
vida social cotidiana” . Este fenómeno revierte consecuencias que minan la convivencia
social y la legitimidad de la democracia política. Mientras ella no alcance a las esferas
sociales de reproducción de la sociedad, existirá una percepción de constante descrédito
de la formas democráticas como fórmula para resolver las desigualdades y los conflictos
sociales. El fenómeno de la desigualdad ha emergido como experiencia subjetiva, en la
medida en que se ha relevado un discurso de oportunidades accesibles a todos los
ciudadanos, lo que funda imaginarios de equidad que devienen, luego, en experiencias de
alta frustración. Por lo tanto, el principal desafío para la política social es asumir el camino
de la ampliación de la democracia, que permita “desestamentalizar” gradualmente la
sociedad chilena. Sólo una agenda política de esta naturaleza, puede efectivamente dar
como resultado una superación más real de la pobreza (y de la exclusión) y abandonar
prácticas que intentan reparar muy tangencialmente los efectos de este modelo.
El principal problema para la política social podría resumirse en la siguiente afirmación:
“ningún modelo ni política serán efectivos en esta materia, si además de discriminaciones
positivas, medidas asistenciales y políticas focalizadas, no hay redistribución estructural”;
lo cual enfrenta dos desafíos: uno que tal redistribución debe operar en los cánones de la
legitimidad democrática y, segundo, que se debe redistribuir no sólo riqueza, capital o
propiedad, sino capacidades “para pararse en la vida” (educación), capital social, capital
cultural y poder político (M.A. Garretón, 2000).
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BIBLIOGRAFIA:
Ignacio Irarrázaval. “Habilitación, pobreza y política social”, en Revista Estudios Públicos,
Nº 59, Santiago de Chile, 1995.
Javier Martínez y Margarita Palacios. Informe sobre la Decencia: la diferenciación
estamental de la pobreza y los subsidios públicos. Ediciones Sur, Colección Estudios
Urbanos, Santiago de Chile, 1996.
José Bengoa, Francisca Márquez, Susana Aravena. La desigualdad. Testimonios de la
sociedad chilena en la última década del siglo XX. Ediciones Sur, Colección Estudios
Sociales, Santiago
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