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Programa “Caleta Sur” La pobreza como construcción ideológica: La definición del campo problemático de las políticas sociales Mónica Bonnefoy, equipo Caleta Sur Agosto de 2002 El acceso histórico al fenómeno de la pobreza – que como tal, constituye una preocupación moderna como resultado de un sistemático proceso de sospecha o duda en torno a la consideración de la existencia humana como resultado de órdenes naturales, en la idea de “inmutabilidad”, arraigadas en concepciones mágicas o religiosas y, por lo tanto, producto de la acción humana -, ha dejado en evidencia que se trata de una condición compleja, históricamente situada y relacional. Dar cuenta de la pobreza implica, necesariamente, estructurar un habla desde lugares particulares, asentado en una concepción ideológica y valórica particulares. Connotar los atributos de la pobreza implica, por lo anterior, resaltar dimensiones que operan como distinciones selectivas como priorizaciones que ponen de relieve unas variables por sobre otras. La respuesta a la aún actual pregunta por quiénes son los pobres, abre un debate que carece de un consenso fundamental, sobretodo, cuando se trata de definir orientaciones políticas y técnicas para planificar procesos de superación de la pobreza. Intentaremos dar cuenta de tres énfasis o distinciones importantes: !"La pobreza como obstáculo para el desarrollo de procesos de acumulación económica los pobres como fuerza productiva/consumidora). !"La pobreza como construcción socio cultural !"La pobreza como fenómeno de relación entre grupos sociales Podríamos señalar acá que estas tres miradas pueden reagruparse en dos grandes categorías: una interpretación estrictamente económica y una interpretación de tipo política, en el sentido de pensar el concepto de pobreza como una categoría a revisar en función de las consecuencias sociales y políticas que su uso genera. Desde otra óptica, podríamos afirmar que estas lecturas son ubicables en un continuo analítico que va desde una concepción que se sitúa al interior del esquema conceptual tradicional de la pobreza, pasando por una mirada que - desde la distancia crítica -, se inserta hábilmente en ese registro conceptual ensanchando los marcos de análisis, hasta llegar a una interpretación que decididamente se instala fuera del campo de la pobreza dando cuenta más bien del fenómeno que es su opuesto ideológico: la desigualdad. Para este ejercicio, nos hemos valido del análisis de tres textos que constituyen referencia obligada a la hora de reflexionar en torno al fenómeno de la pobreza: el artículo de Irarrazaval titulado “Habilitación, pobreza y política social” (del año 1995), el libro de Javier Martínez y Margarita Palacios “Informe sobre la decencia” (del año 1996) y el texto de José Bengoa, Francisca Márquez y Susana Aravena “La Desigualdad” del año 1999. 1 Programa “Caleta Sur” Pobreza como obstáculo para el desarrollo económico : propuesta de habilitación Una de las miradas más recurrentes – y plenamente vigente en nuestro país – es entender la pobreza desde variables estrictamente socioeconómicas. La preocupación que Irarrázaval manifiesta, es conocer las claves que explican el resultado positivo que muchas familias pobres alcanzan en sus esfuerzos por "surgir” , como pistas para aportar en el diseño de políticas públicas “habilitadoras”. Por medio de la formulación de hipótesis sostenidas en hallazgos de estudios realizados en Estados Unidos, Irarrázaval en el texto concluye en que existe una proporción importante de familias pobres que realiza esfuerzos por superar su condición socioeconómica y que comparten rasgos comunes, a saber: cohesión y estabilidad familiar, altos sentimientos de autoconfianza, significación de la educación como mecanismo de movilidad social y baja dependencia de programas sociales. De esta forma, se acuña el concepto de “habilitación” como una categoría distintiva al interior del estrato de la pobreza, en el sentido que existen familias que efectivamente han alcanzado logros en materia de éxito económico y otras que no, atribuyendo esta condición a variables de tipo actitudinal y ligadas a las valoraciones que los sujetos poseen de sus propios esfuerzos o capacidades. La variable de ingresos económicos adquiere, en este enfoque, una importancia central como indicador de logro en la superación de la pobreza. El texto sugiere una visión de la pobreza que, en muchos tramos, comparte lugares comunes con los enfoques que en este artículo se encuentran citados (especialmente, con el análisis aportado por Martínez y Palacios): concibe a los pobres como sujetos con capacidades y recursos para salir de esa condición (énfasis en potencialidad por sobre la valoración de carencias), que los transforma en sujetos protagónicos de los procesos de superación de la pobreza. Asimismo, considera que la pobreza no es única sino refiere a realidades diversas (siendo, por tanto, lícito hablar de “pobrezas”); expone y fundamenta una distancia crítica a la política social basada en transferencias monetarias por su efecto no habilitador en los sujetos; y releva la necesidad de inscribir los programas sociales en el marco de la descentralización y con un fuerte carácter local. A primera vista, pareciera existir un consenso importante con perspectivas de análisis más estructurales de la pobreza. Sin embargo, el referente hacia cual “mira” Irarrázaval, la concepción que subyace a su análisis y los antecedentes que vierte para fundamentar sus hipótesis, imprimen una orientación que termina por distanciar su mirada de aquéllas otras denominadas “críticas” o de análisis más estructural. Se registran ciertas afirmaciones que, en el marco del estudio y asociadas directamente a las premisas de éste, pueden perfectamente calzar con otras interpretaciones y no necesariamente dar pie a las conclusiones a las cuales arriba el autor. Ello nos demuestra, una vez más, que la pobreza (en tanto categoría conocible) emerge como objeto de conocimiento condicionado ideológicamente y en función de una particular concepción del ser humano (reductible o no a determinadas esferas). En primer lugar, la propuesta liberal de “habilitación” dirige su mirada hacia un tipo de desarrollo que pareciera agotarse en el campo económico, razón por la cual la superación de la pobreza tendría que ver con posibilitar que los sujetos que demuestran una disposición para mejorar sus condiciones económicas y evidencian resultados en esta materia, puedan efectivamente traspasar la línea de la pobreza e integrarse eficientemente a los circuitos productivos y de consumo de la sociedad. En este sentido, la capacidad, competencia o habilidad humana es vista como un recurso instrumental que 2 Programa “Caleta Sur” permita convertir a los pobres en efectivos agentes económicos, que puedan mejorar su participación como sujetos de consumo y formar parte del circuito de la modernización. Evidentemente este propósito requiere de un análisis del fenómeno que no comprometa variables estructurales (en un sentido fundamental), por cuanto ello implicaría caducar esa posibilidad. En este sentido, la propuesta de habilitación se sustenta en una mirada individual (a lo más psicosocial, pero que en tanto tal, carece de una fuerza analítica más compleja) del fenómeno de la pobreza, asumiendo la dimensión social y cultural sólo como datos complementarios pero enfatizando, exhacerbadamente, la dimensión psicológica de la experiencia de la pobreza. Psicológica, en tanto releva la dimensión actitudinal, las valoraciones, cogniciones y comportamientos que transforman a una persona pobre en un sujeto habilitado. Las anteriores revisiones críticas, no restan a la propuesta liberal de “habilitación” elementos aportativos, en términos que efectivamente ella pueda contribuir – en su alcance específico – a configurar estrategias más complejas e integrales de superación de la pobreza. Por lo demás, su mirada crítica respecto de la lógica subsidiaria de las políticas sociales, es pertinente en tanto única respuesta al problema. Desconoce, no obstante, que la política pública puede contemplar – según situaciones específicas – un necesario componente asistencial, siempre y cuando se inscriba en un marco mayor de iniciativas y estrategias (de alcance estructural y promocional). La pobreza como construcción sociocultural: cultura de la decencia y cultura de la pobreza El esquema de análisis propuesto por Martínez y Palacios arranca desde la necesidad de revisar el concepto mismo de “pobreza” como categoría alusiva y estrechamente ligada a las políticas sociales. Surgida en esta esfera, la pobreza constituye un concepto restrictivo porque “a diferencia de la noción de “desigualdad”, se refiere a una magnitud absoluta de carencias colocando a la política social fuera del campo de relaciones entre grupos” . Importa en este planteamiento, destacar que la imposición de un límite absoluto de necesidades o carencias obedece a una función particular: la de demarcar el campo de operaciones de la política social . A su vez, “contribuye” a fundar una suerte de ciudadanía de la pobreza (“derechos” en palabras de los autores) y un punto de equilibrio para el gasto social: “tanto Estado como pobreza haya” . Esta construcción conceptual, ciertamente ha tenido y tiene consecuencias muy significativas en las políticas sociales orientadas a la superación de la pobreza que, por lo demás, son altamente funcionales a la lógica del modelo de desarrollo. De ellas, nos ocuparemos en párrafos posteriores. Esta visión de pobreza la sitúa como estrato social definible según criterios de ingresos económicos, radicando aquí su eficacia ideológica, pues este carácter invisibiliza las relaciones que existen entre los grupos sociales que ocupan una posición relativa en términos de poder económico y político, relegándola a una ubicación extrasocietal, espacio donde no operan las leyes del mercado. Precisamente en razón de esta incapacidad, el Estado aparece como el agente clave en la superación de la pobreza. Las razones que están detrás de esta intervención estatal como condición fundamental para superar la pobreza, llevan a los autores a insertar el análisis en dimensiones socio culturales al introducir la noción de “motivación de movilidad social” que configuran el resultado – en su asepción negativa, esto es, bajo la forma de “bloqueo a la movilidad” – de acumulaciones intergeneracionales de la experiencia de la pobreza conocidas como 3 Programa “Caleta Sur” “cultura de la pobreza” (desesperanza aprendida). Es fundamental el esfuerzo de los autores por recuperar categorías socioculturales de análisis, pues ello permite establecer una distinción que en este planteamiento es absolutamente central: la pobreza como estamento. El nudo problemático – o punto crítico – es, entonces, revisar hasta qué punto la pobreza como estrato equivale a la pobreza entendida como estamento (el problema de la superposición). En este punto del planteamiento, de alguna manera Martínez y Palacios comparten la preocupación de Irarrázaval, en términos de revisar los efectos que generan los subsidios estatales en la superación de la pobreza. Las consecuencias paradójicas, en orden a reforzar el bloqueo de la motivación de movilidad social, dan origen al estudio desarrollado por los autores. El sistema de hipótesis formulado en el marco de la investigación, desarrolla como planteamiento central que, no coincidiendo la pobreza económica con la cultura de la pobreza, coexisten dos modos de vivir la pobreza: una cultura de la decencia y una cultura de la pobreza (ambas en permanente tensión). Con cierta semejanza al planteo de la habilitación (en términos de diferenciar realidades y de utilizar categorías duales para dar cuenta de ellas), la cultura de la decencia refiere a un código ético de “freno a las pulsiones más recurrentes en el medio social respectivo” , cuyo principal efecto radica en la posibilidad de sobreponerse a los efectos degradantes generados por la pobreza. Los componentes virtuosos de la decencia son: honra, honradez, temperancia, fe o causa. En el decir de los autores, es la línea de la decencia y no la pobreza, la que permitiría diferenciar la integración social de la marginalidad. Resulta altamente significativo la forma en que desde este planteamiento, se desarrolla una lógica analítica que logra introducir elementos cuestinadores que tensan “desde dentro” el concepto de pobreza; moviéndose al interior de su propio registro y dando cuenta de su sustrato ideológico, la propuesta de la línea de la decencia permite aproximarse, desde una perspectiva más actualizada, al estado actual de la cultura de la pobreza como forma de expresar y dar visibilidad a los inmurables esfuerzos e iniciativas que no sólo familias sino que comunidades o grupos de sectores pobres despliegan cotidianamente para abordar las distintas problemáticas a las que da lugar su condición social, pudiendo tal vez hablar ya no sólo de cultura de decencia individual o familiar, sino un código de decencia comunitario. Ahora bien, también, es importante reparar en que los sectores urbano populares, como resultado de procesos de exclusión social que han sido resultado de la retracción de la acción estatal en la esfera social, ha propiciado el copamiento territorial de expresiones relativamente organizadas de violencia delincuencial o de tráfico de drogas que suplen, de alguna manera, el rol benefactor que antes era privativo del Estado. Estos fenómenos, especialmente con la introducción de la droga, tornan más complejo el análisis de la cultura de la decencia, en la medida en que la necesidad de desplegar estrategias de sobrevivencia en muchas familias, especialmente, mujeres jefas de hogar, las ha conducido conflictivamente a involucrarse en conductas que han relativizado el código ético de la conducta de la decencia, reforzado, además, por los fenómenos de segregación social y territorial que vienen configurándose desde las políticas de repoblamiento implementadas bajo el régimen militar, en el marco del proyecto de reposición de la sociedad estamental (en el decir de Bengoa). Lo anterior, sin duda, complejiza el análisis de esta matriz sociocultural de la pobreza, sobretodo, en la medida en que esta “relativización ética y valórica” sigue coexistiendo con una importante presencia de un accionar individual y, sobretodo, colectivo, que promueve valoraciones solidarias que mantienen vigentes la impronta de la cultura de la decencia. 4 Programa “Caleta Sur” La pobreza como fenómeno de relación entre grupos sociales: la problemática de la desigualdad o la sociedad estamental La experiencia chilena desde el régimen militar hasta los gobiernos democráticos, indica que luego de un prolongado proceso histórico de construcción de una sociedad mesocrática (siglo XX), la alianza militar - empresarial se abocó a restituir en Chile el orden estamental tradicional que antecedió a la sociedad mesocrática del siglo XX, recuperando el terreno perdido de grupos de poder económico y con dominio en la propiedad. En torno a la propiedad privada, la nueva sociedad estamental (que emula el orden del siglo XIX) se trasluce en una sociedad altamente desigual. En efecto, 60% de los ingresos es controlado por el 7% de las familias más ricas del país; peor aún, en la última década, el 20% más rico aumentó de 14 a 15,5 veces su ingreso respecto del 20% más pobre. En el decir de Bengoa “existe la percepción de que no ha habido transición en lo profundo de la vida social chilena, desde la restauración conservadora ocurrida en la dictadura” . Esto genera un impacto muy serio en términos de la profundidad de la democracia en el país, pues ella ha operado únicamente en esferas institucionales y políticas, permanenciendo inmutable la estructura de un modelo de desarrollo que garantiza la reproducción de la sociedad estamental. Lo anterior, se traduce en una problemática fundamental para la democracia, en la medida en que ella no ha impactado las esferas sociales y sólo ha operado en ámbitos de la formalidad institucional. Esta situación, aparejada al proceso de transformación ideológica que ha afectado a la pobreza (J. Franco en “Apología a la Pobreza”), ha tenido como resultado que en el actual orden estamental los pobres, a pesar de su importancia estadística, carecen de un peso político que les permita emerger en la escena pública como actores sociales. En el parecer de Bengoa, cabría incluso interrogarse acerca de la existencia de la pobreza como categoría social y cultural, dada su significativa invisibilidad. Como sector social, los pobres ven mediadas sus demandas por las visiones de las clases medias (en plural, pues Bengoa identifica una clase de carácter conservadora o tradicional y otra de tipo emergente o liberal). Esta invisibilidad no hace sino expresar la condición de exclusión social en la que, además, ha devenido el fenómeno de la pobreza. Los relatos que recoge el texto, expresan con nitidez el profundo sentimiento de desigualdad y de olvido en el que pareciera existir un número muy importante de chilenos y chilenas. Es la modernización y su lógica de acumulación, aquélla que sólo opera como realidad para una fracción de la sociedad y que emerge como una versión de realismo mágico para otra (mezcla de hecho creíble e inverosimil a la vez), la que ha incidido en el configuración de este malestar, malestar - además - que opera como ira y como desesperanza a la vez. Los pobres vistos hoy como carencia, supone una concepción que expone a estos grupos a una constante exposición en la vitrina de la caridad y la seguridad institucionalizada. Aún peor, los concibe como una categoría estanca, indiferenciada y estigmatizada. La transmutación ideológica de la pobreza, por lo demás, no ha hecho más que reforzar y dar lugar a una suerte de enfoque regresivo de la pobreza, en el sentido que expresan una categoría social que repone claves interpretativas que son propias de un orden altamente estamentado y conservador. Los pobres, como categoría de despoder, son altamente funcionales a la lógica de reproducción de la desigualdad social. En este escenario, pareciera que los sectores pobres únicamente tienen como opción tranzar con la “agenda ideológica” impuesta por las clases medias. Su discurso del orden, 5 Programa “Caleta Sur” seguridad y movilidad emerge con un efecto absolutamente totalizador y hegemónico cuyo contenido, por lo demás, comparte un lugar común con las preocupaciones de las clases dirigentes. Si los pobres carecen de cuotas mínimas de poder, son absorbidos acomodaticiamente por esta visión (lo que Bengoa significa como pérdida de un discurso autónomo). Sin embargo, la experiencia de la desigualdad remite a uno de los sentimientos sociales con mayor capacidad destructiva; y aquí se localiza el mayor riesgo y, probablemente tal como lo ha pesquisado el P.N.U.D., el principal efecto provocado por el modelo de desarrollo en Chile, en la medida en que es la subjetividad la que se vulnera, generando grietas en la configuración de las identidades y en la posibilidad de desarrollar procesos de revitalización de la convivencia social que pueden afectar, incluso, la conformación de capital social (en tanto constituye una energía que puede desencadenar respuestas de distinto tipo, no necesariamente creadoras). Ahora bien, desde esta visión de pobreza, es importante dar cuenta de la forma en que la desigualdad se expresa geográfica y culturalmente, fenómeno que da lugar a distintas y variadas formas de vivenciar la desigualdad (y la pobreza). Todas ellas, desde un análisis global, comparten una misma genoestructura que se liga con los procesos de acumulación capitalista que tienen lugar hoy en el contexto de la sociedad globalizada y de los órdenes estamentales que rigen hoy a la sociedad chilena. Es desde esta mirada que se puede señalar la emergencia de un nuevo paradigma social (según palabras del autor): los que viven “dentro” y los que se ubican “fuera”. Los fenómenos constitutivos de la exclusión han dado lugar a una visión de los pobres extremadamente peligrosa para la convivencia social y para la tolerancia democrática: su asociación con el peligro y la amenaza. Los pobres del siglo XXI constituyen, en cierta medida (los jóvenes, los delincuentes) una versión actualizada de la ideología de la Doctrina de Seguridad Nacional que transmutó la fisonomía del enemigo interno desde una categoría ideológica a una categoría social. Esto representa la visión más brutal de la pobreza que se ha nutrido de la sociedad estamental y desigual. Sin duda, la segregación (en todas sus formas) es condición y característica central para dar lugar y para reproducir estas lógicas interpretativas. El fenómeno de la desigualdad, en síntesis, es el problema principal que afronta la sociedad chilena y el escenario que ha tornado a la pobreza en un fenómeno de exclusión social. En este sentido, pareciera que el esfuerzo por categorizar la condición social en la que se encuentra un porcentaje muy importante de grupos sociales que no se han beneficiado de las recompensas que provee la modernización, debe dirigirse a allegar categorías más onmicomprensivas que sean pertinentes a la situación de hoy. En ese esfuerzo, la noción de exclusión social puede ser altamente útil para explicar o comprender el fenómeno de la pobreza en la última década. 6 Programa “Caleta Sur” Las implicancias para el diseño de estrategias de intervención: posibilidades y restricciones Asumiendo, entonces, que las estrategias de intervención poseen un sustrato interpretativo (cada una arranca desde una particular forma de interpretar el fenómeno de la pobreza), es posible señalar que las acciones a las cuales dé lugar una determinada política tienen una gravitación mayor o menor, según sea el concepto desde el cual emerja o hacia el cual se oriente. Los tres enfoques analizados, asumen una revisión crítica respecto de las implicancias que ha tenido la acción del Estado en materia de superación de la pobreza, con mayor o menor efecto reformista o transformador. Además de lo anterior, las tres visiones comparten una crítica fundamental al paradigma subsidiario de las políticas de superación de la pobreza, en tanto ella supone un efecto inverso al deseado, generando una dependencia que impide activar capacidades en los sujetos. Otro rasgo común a estas miradas, es que sus análisis operan con categorías duales: habilitados/no habilitados; cultura de la decencia/cultura de la pobreza; democracia restringida/democracia ampliada (o sociedad estamental / sociedad socialmente integrada), todas las cuales poseen un impacto significativo a la hora de reflexionar en torno a las implicancias de las políticas públicas, señalando con ello el horizonte hacia el cual deben mirar estas estrategias. Aún cuando el enfoque de la habilitación indica la necesidad de formular políticas que activen y “recompensen” el esfuerzo desplegado por familias pobres para salir de su condición de precariedad socioeconómica, no se hace cargo de las condicionantes estructurales que abren o cierran oportunidades de movilidad social (la estructura social como restricción para las familias habilitadas). ¿Cómo resuelve el enfoque liberal esta condicionante? Pareciera que esta es una pregunta, que desde la selectividad ideológica, carece de sentido para esta concepción. Sin embargo, esta omisión tiende un manto de duda e incertidumbre en torno a las posibilidades de impacto de políticas habilitadoras en un contexto de desigualdad social. Por su parte, el enfoque sobre línea de la decencia, aún cuando comparte la crítica liberal a las políticas subsidiarias en términos de considerar que la acción subsidiaria del Estado debiera orientarse centralmente a compensar o estimular el resultado de las conductas de las familias más que a las condiciones sociales, como estrategia para favorecer una disposición activa frente a la superación de la pobreza, levanta una crítica muy significativa que desnuda una contradicción fundamental del enfoque de pobreza como estrato: la pobreza económica no coincide necesariamente con la cultura de la pobreza, razón por la cual no es posible sostener un impacto real de las políticas en la superación del fenómeno, más aún cuando se trata de estrategias que no van acompañadas de transformaciones estructurales que hagan posible el desbloqueo de la movilidad social, para que la motivación de movilidad encuentre espacios para su sostenibilidad. En este sentido, valga por ejemplo, anotar que el Programa Chile Solidario expresaría una suerte de regresión en el “mejoramiento” de las estrategias de superación de la pobreza, por cuanto se basa en un enfoque eminentemente estratal y de énfasis en la acción subsidiaria como único eje para superar la indigencia. Por otro lado, emerge la siguiente contradicción: un programa que define su población objetivo en indicadores económicos (ingresos) y la pretensión del programa de comprender la indigencia como fenómeno de 7 Programa “Caleta Sur” cultura (estamento); esta disonancia no aparece resuelta en las estrategias del programa, apareciendo la mención de la cultura, sólo como antecedente general. Desde la mirada de la desigualdad se señala que el hecho de comprender la pobreza desde categorías de carencia, ha incidido en que la política exprese una dimensión meramente agregativa de programas que sólo busca subsidiar las nefastas consecuencias del modelo de desarrollo no existiendo, por lo tanto, una propuesta que involucre a los pobres como sujetos. La preocupación fundamental de este enfoque, se funda en constatar que Chile es un país de contrastes sociales incompatibles con la modernidad a la que aspira. Estos contrastes (o paradojas) dan lugar a una contradicción muy relevante para la democracia: “contradicción entre la ciudadanía democrática, por naturaleza crítica del estamentalismo, y la realidad no democrática de las instituciones económicas, sociales, de los servicios del Estado, los medios de comunicación, en fin, la vida social cotidiana” . Este fenómeno revierte consecuencias que minan la convivencia social y la legitimidad de la democracia política. Mientras ella no alcance a las esferas sociales de reproducción de la sociedad, existirá una percepción de constante descrédito de la formas democráticas como fórmula para resolver las desigualdades y los conflictos sociales. El fenómeno de la desigualdad ha emergido como experiencia subjetiva, en la medida en que se ha relevado un discurso de oportunidades accesibles a todos los ciudadanos, lo que funda imaginarios de equidad que devienen, luego, en experiencias de alta frustración. Por lo tanto, el principal desafío para la política social es asumir el camino de la ampliación de la democracia, que permita “desestamentalizar” gradualmente la sociedad chilena. Sólo una agenda política de esta naturaleza, puede efectivamente dar como resultado una superación más real de la pobreza (y de la exclusión) y abandonar prácticas que intentan reparar muy tangencialmente los efectos de este modelo. El principal problema para la política social podría resumirse en la siguiente afirmación: “ningún modelo ni política serán efectivos en esta materia, si además de discriminaciones positivas, medidas asistenciales y políticas focalizadas, no hay redistribución estructural”; lo cual enfrenta dos desafíos: uno que tal redistribución debe operar en los cánones de la legitimidad democrática y, segundo, que se debe redistribuir no sólo riqueza, capital o propiedad, sino capacidades “para pararse en la vida” (educación), capital social, capital cultural y poder político (M.A. Garretón, 2000). 8 Programa “Caleta Sur” BIBLIOGRAFIA: Ignacio Irarrázaval. “Habilitación, pobreza y política social”, en Revista Estudios Públicos, Nº 59, Santiago de Chile, 1995. Javier Martínez y Margarita Palacios. Informe sobre la Decencia: la diferenciación estamental de la pobreza y los subsidios públicos. Ediciones Sur, Colección Estudios Urbanos, Santiago de Chile, 1996. José Bengoa, Francisca Márquez, Susana Aravena. La desigualdad. Testimonios de la sociedad chilena en la última década del siglo XX. Ediciones Sur, Colección Estudios Sociales, Santiago 9