Download Sermón Dolorosa - la página de javier leoz

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
SERMÓN DE LA DOLOROSA
(Teniendo como fondo el 2º dolor: Huida a Egipto)
Javier Leoz
¿Qué ves María?
¿A dónde y a quién diriges tus ojos, María?
Veo a un Dios, que una vez más, baja a la tierra
deslizándose en río de sangre por el cuerpo de mi Hijo.
Veo a un Dios loco por el hombre que vive en el cielo
pero sigue desviviéndose en duelo, pasión y muerte
para que, vosotros los hombres, no os perdáis para siempre.
¿Y aún me preguntáis que a dónde miro?
Busco y pido, como Madre, lo mejor para vosotros
y, al pie de la cruz, permanezco fiel y silenciosa
por aquellos que meten mucho ruido, pero han desertado de ella.
2º DOLOR: LA HUIDA A EGIPTO
Salve, oh Virgen Dolorosa, en nuestros dolores ¡Salve!, y que Dios nos salve.
Nuestro buen Padre Dios quiso sembrar abundantemente en el corazón que le enamoró: el de Santa María.
Un año más en la antesala o en el corazón de la Semana Santa, la Virgen Dolorosa, emerge – humilde y
silenciosamente pero a una con la figura de Jesús- para que, en estas horas, no olvidemos y vivamos con más
profundidad y radicalidad el AMOR A DIOS porque grande es el AMOR AL HOMBRE POR PARTE DE EL.
Hoy, a los pies de la Virgen Dolorosa, dejamos la tibieza o fragilidad de nuestra fe. ¿Siete dolores tuvo María?
¡Qué va! ¡Muchísimos más! ¡Tantos cuantos, nosotros sus hijos, vamos añadiendo por la inconstancia o falta de
firmeza en nuestra vida cristiana. ¡Tantos cuantos kilos de peso echamos a la cruz!
Ninguno de los que estamos en esta noche arropando a María, estamos exentos de problemas. No hay día en el
que no nos sobresaltemos por algo o por alguien. Desde que abrimos los ojos cada mañana, sabemos que –la
vida- es un traje con colores de fiesta al cual no le faltan tonos de tristeza también.
Los pequeños tropiezos como en la mejor sopa, o en la vida profesional de cualquier deportista, o en la
ejemplar vida de Santa María, son una constante. No hay que tenerles miedo. Más bien al contrario; hemos de
mirar a lo alto de la cruz, pidiéndole a Jesús que nos dé ese secreto por el cual tan fuerte fue y tan fiel se
mantuvo hasta dar hasta la última sangre por la humanidad.
Hemos de fijarnos, también al pie de la cruz, en esta imagen Dolorosa que sigue guardando bajo llave las dudas
y las batallas, no para subir a la cruz, pero si para estar junto Aquel que ha portado la cruz y ahora ha muerto en
ella. ¿No la veis? ¿No la contempláis? ¿No os conmueve su presencia silenciosa, orante, bella, magnánima,
obediente, llorosa pero no derrotada? ¡Es María! Esa mujer que, de tantos colores azules y con tantas flores, la
hemos convertido en demasiado tierna cuando, resultó ser tan fuerte como un yunque, en las horas decisivas de
la pasión y muerte del Señor.
¡Algo bueno tiene María cuando, Jesús, nos la dejó como el último regalo al pie de la cruz!
¡Algo especial guarda María en su corazón cuando, Jesús, nos la confía como Madre!
¡Algo, irrepetible pero sí imitable, conserva María en sus entrañas cuando, Jesús, antes de cerrar los ojos..le
mira con ojos de hijo y le dice…ahí tienes a Juan! ¡Y con Juan, Virgen Dolorosa, nos adoptaste a nosotros
todos tus hijos! ¡Gracias, Jesús! ¡Gracias, Madre!
Hoy, como el ángel en Nazaret, somos nosotros quienes le decimos: ¡No temas María! Entonces te abriste de
par en par para Dios, y hoy, Jesús necesita que abras tus puertas para todos tus hijos.
Entonces, sin comprender ni entender, dijiste “sí” y, hoy, aunque sigas sin comprender ni entender este misterio
de lucha entre vida y muerte, injusticia y juicio, sangre y agua, amistad y enemigos, cielo y tierra…sabes que,
Dios en Cristo, te sigue queriendo fuerte, vigorosa y Madre de la Iglesia.
Acompáñanos, María; porque sentimos que el dolor nos asusta. Vivimos en tantas falsas seguridades que, la
cruz, la cogemos más como adorno que como estilo de vida.
Acompáñanos, María, porque mirando a la cruz sentimos que nuestra fe está poco menos que sujeta con cuatro
o cinco alfileres al complicado manto de la vida.
Acompáñanos, María, porque –hoy como entonces- muchos pasamos por delante de la cruz de Cristo y
seguimos gritando: ¡Si eres Hijo de Dios baja de la cruz para que creamos!
Acompáñanos, María, porque a veces huimos hacia delante cuando no encontramos explicaciones y razones
para vivir ni predicar la cruz.
Miremos a María, amigos; ¿abramos su corazón? ¿Por cuántas espadas es traspasado? ¿Tal vez siete? ¡No! ¡No
amigos, no! Por cientos, por miles de espadas. Por tantas como debilidades hay en nuestra vida cristiana. Por
tantas como negaciones, al igual que las de Pedro, salen de nuestros labios. Por tantas como cuantas ocasiones
vendemos a Jesús con nuestros silencios, comodidades, vergüenzas o falsos temores.
¡Ahí tienes a tus hijos! Le está diciendo Jesús desde el rascacielos divino de la cruz. ¿Qué estará pensando la
Dolorosa cuando nos ve?¿Tal vez que nuestros labios le aclaman pero que nuestro corazón está lejos de Dios?
¿Tal vez que, cuando la honramos como Dolorosa, no hacemos otra cosa sino engrandecerla porque, como
Madre, estuvo en las horas más espantosas y a la vez más redentoras de Jesús?
¿No nos dirá? Cuanto más es rechazado mi hijo en vuestra sociedad, en vuestra ciudad, en vuestro
pueblo, en vuestra educación, a la hora de bendecir la mesa; cuando tantas cruces son eliminadas de
colegios y montes, habitaciones y ermitas, calles o plazas….¡más firme permanezco y más convencida a
los pies de mi Hijo Jesucristo! ¡Más Dolorosa me siento!
María habla, habla al corazón y sigue hablando al Norte y al Sur de nuestra tierra en España que, en María,
encuentra un camino, una luz, un libro abierto para vivir más y mejor la Santa Pascua. Así es la presencia de
María en la vida de un cristiano. No anda lejos de nuestro compromiso diario, no es necesario que vayamos a
buscarla lejos;: ahí donde se juegan los destinos del mundo, donde hay un católico comprometido con la causa
de Jesús; ahí Santa María, como dice el consabido canto, va con nosotros.
Tal vez todos, esta noche, cuando volvamos a nuestras casas, podríamos pensar que en los brazos de la
Dolorosa vamos todos. Que en esas manos con sabor a Gloria Ella trata de apartarnos un poco de esas sendas
tortuosas, de esos caminos en los que nos perdemos y en los que con ellos se nos va el encanto de creer y de
esperar en Dios.
Hoy tal vez nuestra Madre nos está diciendo que en el hombre hay muchos más motivos de admiración que de
despreció pero que, en este tiempo brilla mucho más el mal que el bien y porque aunque la hierba siga
creciendo, de noche nunca hemos de perder la esperanza y nuestro deber de cambiar el mundo con la Palabra y
el estilo de Cristo.
Ser cristiano e hijo de María es elevar nuestra humanidad a cotas muy altas. Es enfrentarnos a la vida de una
manera humanizante y no degradante. Cuantas personas nacen, viven y mueren sin haber usado ni una sola vez
su alma. Es recorrer el camino de nuestra existencia con esas pinceladas que el Evangelio proclama.
Hoy al contemplar a la Dolorosa en este dolor de la Huída a Egipto, quisiera que recordásemos a la juventud
que intenta huir del ambiente que le rodea pero que se pierde en él.
Quisiera presentar a la Virgen a esos medios de comunicación que invitan a vivir de espaldas a los valores que
Jesucristo nos dicta.
O a los jóvenes, padres de familia, sacerdotes, a la iglesia, a todos los que constantemente nos preguntamos ¿a
dónde vamos?.
Hoy segundo día del septenario de la Dolorosa vamos a proponernos lo siguiente:
Primero: Que seamos libres para decidir. Vivimos en el mundo, es cierto, pero en el fondo quien manda es
nuestra propia voluntad. La historia está llena de genios surgidos en ambientes contradictorios. Bethoven fue lo
que fue a pesar de tener un padre borracho; Francisco de Asís descubrió la pobreza en un ambiente donde se
daba culto al becerro de oro del dinero; incluso los más intransigentes no arrancaron un átomo de alegría a
Teresa de Jesús. No nos escudemos en el ambiente que nos rodea para justificar nuestra mediocridad. Santa
María no lo tuvo fácil y quiso nadar contracorriente. Los salmones, según dicen, son sabrosos porque nadan en
aguas frías y porque lo hacen río arriba. Los hombres a veces valemos poco cuando nos dejamos llevar por la
inercia de los tiempos.
Segundo: Dedicarnos como creyentes a hacer una reflexión seria de nuestra vida: a dónde voy yo ...y a dónde
no debo ir como cristiano.
Hay personas que se dedican gritar, llorar y desanimar. Es la postura necia del que se lamenta y no hace nada.
Hay otras, ojala, entre ellas estemos nosotros, que lejos de huir hacia el Egipto de las Pirámides dan frente a su
vida con el HACER. Hacer lo que podamos con la plena conciencia de que puede más una pequeña luz en la
oscuridad que muchas encendidas a pleno día.
El mundo no estaba mejor que ahora cuando Cristo vino a redimirlo. Se lo podríamos preguntar en el silencio a
nuestra Señora y me daría la razón. Pero no por ello se desanimó. A la hora de la cruz le habían seguido tres o
cuatro personas y no por ello renunció a subir a ella. Pero ese esfuerzo avalado desde abajo por la Dolorosa -tal
vez inútil e incomprensible para muchos- es la sal que sigue haciendo habitable este planeta.
A mí como sacerdote no me cuesta situarme en las calles estrechas y 'empinadas de la Jerusalén de hace 2000
años y por el ojo de cualquier cerradura de las casas de entonces ver a nuestra Madre Dolorosa y escuchar estas
palabras:
-Adelante Hijo, adelante aquí me tienes más fiel a Tí que nunca. Te han traicionado, vendido y negado pero yo
te quiero mas que nunca.
-Te han condenado pública y oficialmente pero yo proclamo tu inocencia.
-Te han insultado, agotado y abofeteado pero yo te beso infinitamente con mis ojos.
-Pero aquí esta tu Madre; yo sigo creyendo en tí, más y más, en tu palabra, en tu empresa, en tus milagros, en tu
destino, en tu amor.
Cuando yo tenía quince años le dije a tu Padre que yo era su esclava y que se cumpliera en mi su palabra; aquí
me tienes, fiel e incondicional. Que se haga en mí tu palabra hijo; aunque sea de dolor, de lágrimas y de sangre
Adelante, Hijo, cuenta con tu Madre. Aquí me tienes.
¿Podemos decir nosotros con la sinceridad de nuestras vidas y de nuestro corazón esto a Dios?
Aquí nos tienes Señor, en medio de la estampida, de la ausencia de valores, de la frialdad; aquí nos tienes
Señor, para amarte, escucharte y modelar nuestra vida con el aliento de tu Palabra.
¿Podemos ofrecer esta flor ... esta promesa a la Virgen Dolorosa?
Javier Leoz