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REFLEXIONES SOBRE LOS DERECHOS REPRODUCTIVOS
María Betánia Avila
En este texto tomo como punto de partida para la reflexión el concepto de ciudadanía, que se
constituye en referencia para considerar las proposiciones de igualdad y libertad implícitas en
la construcción de los derechos reproductivos, quedando entendido que la ciudadanía está
experimentando una transformación histórica a partir de la acción de sujetos políticos en
contextos sociales diferentes.
Al considerar que la idea de derechos reproductivos altera directamente la noción de
ciudadanía vinculándola sólo a la experiencia en el espacio público y sustentándola en la
esfera productiva, opté por emprender una senda de reflexión que tratase el tema
justamente desde el punto de vista de su relación con las esferas pública y privada. En este
sentido, hago una reflexión sobre relaciones políticas, conflictos y nuevas agendas que se
traen a la esfera pública a través de la acción feminista en pro de los derechos reproductivos.
En otro punto, me tomo la libertad e igualdad para considerar el ejercicio de la ciudadanía
extendido a la esfera de la reproducción y, por lo tanto, vinculado a la vida privada y la
democratización de las relaciones de intimidad.
CIUDADANÍA EXPANDIDA
La acción política de los movimientos sociales contemporáneos sacó a la luz nuevos problemas
relativos a los conceptos de igualdad y libertad. De ahí que hayan surgido los denominados
nuevos derechos o derechos de tercera generación, que integran las diversas dimensiones de
los derechos humanos. En consecuencia, se ha producido una expansión del campo de los
derechos y, dialécticamente, una alteración en el sentido de la ciudadanía. La noción de los
derechos reproductivos es uno de los aportes del movimiento de mujeres a la perspectiva de
producir transformaciones sociales que den una nueva configuración al campo de la
ciudadanía con miras a una mayor democratización de la vida social.
En el siglo XIX los conflictos en torno a la regulación de la fecundidad aparecen como un tema
de interés público, convirtiéndose así en un nuevo campo de enfrentamiento político. Entre
los actores de este conflicto estaban las mujeres, quienes por aquel entonces ya luchaban a
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través de sus organizaciones específicas por el derecho al voto y a la educación, el cual era
reivindicado en nombre de la igualdad. La formulación en términos de derechos reproductivos
es sin embargo bastante reciente, y considero que puede ser entendida como una redefinición
del
pensamiento feminista sobre la libertad reproductiva, así como sobre el tema de la
igualdad.
Las nuevas concepciones nacidas de la práctica de los movimientos sociales contemporáneos
para el ejercicio de la ciudadanía producen una ruptura con el modelo clásico de ciudadano,
portador de una universalidad abstracta, vinculado a un sujeto masculino realizado en la
esfera pública y portador de una condición “natural” y absoluta de señor en la esfera privada.
Este sujeto universal es cuestionado, y es entonces la pluralidad de sujetos la que se sitúa
como una cuestión central de la democracia en la transición del siglo XX al siglo XXI. Se trata
de una cuestión fundamental, ya que es a partir de la posición del sujeto que se llega a
participar en las decisiones que establecen y alteran la organización de la vida social.
Según el análisis de Jellin, la ciudadanía es simultáneamente la vivencia de los
derechos y la participación en el conflicto relativo a la redefinición permanente de esos
derechos. Por lo tanto, la ciudadanía, es un campo de conflicto que tiene implicaciones
también en el ejercicio del poder político.
Por otro lado, la ciudadanía es un término que al incorporarse como una condición
sociopolítica inspira conductas y ofrece de inmediato un sentimiento de inclusión o de
rebelión contra la exclusión y la desigualdad.
La defensa y la exigencia del acceso a los
derechos como prácticas cotidianas deben ser incentivadas y también valorizadas como un
medio de transformación cultural, donde las representaciones sociales pasen a incorporar los
sentidos de la vida democrática.
Esa democratización es el resultado de varios procesos, entre los cuales destaca la acción de
las organizaciones sociales y políticas que luchan por objetivos diversificados, desarrollan
procesos de educación para la ciudadanía y se involucran en lo cotidiano de la vida social y, a
través de su actuación, van haciendo más real el sentido de la ciudadanía para las personas.
Esta dinámica de concientización sobre la ciudadanía resulta en la incorporación de nuevas
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prácticas sociales y culturales que configuran espacios de ciudadanía y, así, los lugares de
opresión naturalmente aceptados van siendo deconstruidos. De esta manera, el propio sentido
de la ciudadanía es algo que debe ser aprendido y a la vez conquistado y expandido.
En el sentido clásico de ciudadanía no había espacio para acoger a todo/as y mucho menos
existía la posibilidad de una vivencia de ciudadanía en todas las esferas de la vida social.
Como afirma Francoise Collin, hay que reestructurar los contenidos del concepto de
democracia para que éste pueda acoger siempre a los/las recién llegados/as, dado que la
historia no se construye por adhesión sino por rupturas y reestructuración. Lo mismo se aplica
a la cuestión de la ciudadanía.
Los derechos reproductivos no deben ser tomados como un lugar que instituye al
sujeto político sino que, por el contrario, su formulación e inclusión en la agenda política son
el resultado de la acción de un sujeto político construido a partir de la organización política
de las mujeres como movimiento feminista.
Para las mujeres, en el origen del nuevo feminismo de los años 60, cuando propusieron la
libertad y la igualdad en la vida reproductiva y sexual, se trató fundamentalmente de romper
una forma de inserción en el mundo que estaba directamente vinculada a la concepción del
orden patriarcal, a una fijación de identidad ligada al cuerpo y a su capacidad reproductiva.
Me parece muy esclarecedora la reflexión de Chauí (1985) a este respecto: “La permanencia
de la ideología naturalizadora es nítida en el caso de las mujeres, cuyo cuerpo es invocado
como determinante natural. Es posible notar que el cuerpo femenino parece ser un elemento
natural irreductible que hace que la mujer permanezca esencialmente ligada al plano
biológico (de la procreación) y al plano de la sensibilidad (en la esfera del conocimiento)...
Visto desde el exterior (y no percibido, pues en la percepción el exterior y el interior son
inseparables), el cuerpo femenino recibe un conjunto de atributos derivados de su atributo
más inmediato: la maternidad.”
El discurso sobre el cuerpo de las mujeres nunca fue propio de ellas hasta la aparición del
nuevo feminismo. Los discursos disciplinarios de ese cuerpo y la consiguiente construcción de
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la naturaleza femenina son representaciones masculinas, hechas por los hombres e
introyectadas por las mujeres.
En este sentido, la ruptura con esa dimensión del orden patriarcal constituye un
requisito fundamental sin el cual jamás podría alcanzarse la ciudadanía de las mujeres. Es
preciso resaltar una vez más que los asuntos de la reproducción, cuando son tratados desde
la perspectiva de la transformación de las relaciones sociales, causan conflictos, no
solamente en la esfera pública al constituir un tema sujeto a definiciones políticas, sino que
originan también conflictos en la vida privada. Además, desestabilizan las estructuras de la
vida privada cimentadas en códigos y hábitos que reproducen la desigualdad entre hombres y
mujeres.
En consecuencia, para el feminismo la construcción de la esfera de la vida privada como
espacio de libertad e igualdad y el acceso de las mujeres a la esfera pública es una cuestión
dialéctica e imposible de disociar del proyecto de construcción de ciudadanía y democracia.
Si la llegada de las mujeres a la esfera pública reestructura y amplía el proyecto democrático,
la participación de los hombres en las tareas y en la transformación de la vida privada es
igualmente necesaria. La búsqueda de la igualdad como ideal de convivencia humana sólo es
posible si las influencias igualadoras se extienden a todas las esferas de la vida social
(Giddens, 1992).
Siguiendo las ideas de Giddens (1992), y comulgando con él, sostengo que la intimidad puede
existir sólo en el marco de un proyecto de democracia en la vida privada. En lo que concierne
la acción del feminismo, considero que ese proyecto está ligado a la historia de una rebelión
que provocó una ruptura profunda del sentido del propio yo de las mujeres y de su
entendimiento del mundo. Esta ruptura introducida por el feminismo ha hecho posible que las
mujeres construyan la libertad para tener acceso a la esfera pública como lugar donde se
realicen como sujetos y que también construyan la democratización de los espacios de la vida
privada, lo que significa la posibilidad de construir efectivamente los espacios de intimidad.
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Los derechos reproductivos contribuyen también a asociar la práctica de la ciudadanía
a la vida cotidiana, dado que toda organización de la vida social se realiza a partir de la
jerarquización entre producción y reproducción. En este sentido, todas las dimensiones de la
reproducción están directamente asociadas con los intereses de la producción y la vida
política. Se suma a esto la subordinación moral y religiosa que se impone a las decisiones
reproductivas. Por lo tanto, la desarticulación de ese yugo fue unos de los caminos que las
feministas abrieron en dirección a la ciudadanía.
IGUALDAD
EN LA VIDA REPRODUCTIVA
“Doble apuesta en el combate de las mujeres del siglo XX: la igualdad y la
libertad. Hablamos sin cesar de la igualdad; sin embargo, la mayor conquista
del siglo XX está en el propio fundamento de la libertad: la revolución
anticonceptiva, el derecho a disponer del propio cuerpo, lo que yo calificaría
como un hábeas corpus. La Conferencia de El Cairo realizada en setiembre
de 1994 suscitó discursos de católicos e islámicas en los cuales la libertad de
la maternidad era descrita como una amenaza. Libertad incontrolable.
Control necesario; en consecuencia: la mujer es objeto de control más que
sujeto libre”. (Fraise, l995)
Debido al grado tan profundo de desigualdad social en el Brasil, y tal vez sea el caso
en varios países de América Latina, el debate y la acción feminista en el campo de los
derechos reproductivos durante este proceso de democratización han estado más bien
dirigidos al tema de la igualdad en cuanto a las condiciones sustanciales de vida. En esta
acometida tan profunda y prioritaria, la cuestión de la libertad perdió espacio en el debate
público y en la reflexión. En consecuencia, en estos últimos tiempos las dimensiones
simbólicas o inmateriales de la experiencia reproductiva no han sido trabajadas a cabalidad
por el feminismo en el caso del Brasil. O, mejor dicho, deben estar siendo trabajadas pero en
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espacios más cerrados, pero sus ecos no alcanzan a alimentar o suscitar el debate sobre el
tema.
Las cuestiones del deseo, el placer y la autonomía, elementos básicos del discurso feminista
en este y en otros campos, están fuera de los textos y de las discusiones más recientes.
La buscada igualdad, en mi opinión, tiene en cuenta la problemática de las diferencias en el
sentido de que no se pretende la homogeneización de las conductas, sino justamente lo
contrario: vale decir, respetar la
diversidad para
la construcción de las múltiples
posibilidades.
Los derechos reproductivos no se encuadran en la perspectiva esencialista, ya que se
constituyen en un elemento de transformación y parten del principio según el cual la forma
de organización de las experiencias reproductivas es una construcción sociocultural.
Así,
cualquier evento relativo a procrear o no procrear acontece dentro de contextos sociales
llenos de significados y reglas que determinan comportamientos, preferencias, y establecen
los poderes de las relaciones sociales en las que se insertan.
La cuestión de la igualdad/diferencia es un dilema que debe tenerse permanentemente en
cuenta, no en el sentido de escoger entre ser igual o ser diferente, sino en el sentido de que
la igualdad se construye para garantizar la posibilidad de que existan diferencias y que éstas
puedan percibirse. “Por lo tanto, la noción política de igualdad incluye y de hecho depende
de un reconocimiento de la existencia de la diferencia. Las reivindicaciones por la igualdad se
han apoyado en argumentos sobre la diferencia implícitos o usualmente no reconocidos. Si los
grupos o individuos fuesen idénticos o iguales no habría necesidad de pedir igualdad. La
igualdad podría ser definida como una indiferencia deliberada ante diferencias específicas.”
(Scott, 1999).
En el caso de los derechos reproductivos, se reconoce que a partir de las diferencias entre
hombres y mujeres hay una construcción social que establece las reglas, vale decir las
conductas que limitan las posibilidades y establecen la desigualdad en base a una
biologización de lo social. Toda la carga de responsabilidades, tareas, prohibiciones e
imposiciones que se establece en esta esfera es justificada como una consecuencia natural de
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la situación biológica. Sin embargo, existe ahí un movimiento de varios tiempos para concebir
y construir igualdad en la vida reproductiva. En primer lugar, hay que deconstruir las
concepciones que naturalizan estas desigualdades y las presentan como diferencias naturales.
Con esto quiero decir que es preciso mostrar los meandros de la lógica que engendra esas
ideas, los valores a los que ellas se vinculan y el sentido histórico de su origen; es decir, en
qué contexto fueron creadas y con qué objeto. También hay que hacer lo mismo con las
diferentes formas de organización de la vida reproductiva en sociedades diferentes.
En el caso de la libertad, partimos del supuesto de que hay diferencias entre las mujeres,
entre los hombres y entre los hombres y las mujeres. Por ejemplo, no todas las mujeres ni
todos los hombres desean lo mismo en lo que respecta a vivir o no la maternidad y la
paternidad. A partir de ahí se abren diferentes posibilidades de acomodo en torno a esa
opción y se desvincula el concepto de mujer de la condición absoluta de ser madre.
Por otro lado, la libertad que pretenden las feministas en el campo reproductivo se encuadra
en el sentido dado por Chauí (1985), para quien libertad es, en primer lugar, la participación
en la construcción de las condiciones que rigen la elección de opciones por parte de las
personas y no la posibilidad de escoger frente a lo que los otros ofrecen. En este sentido, para
que exista libertad es necesario construir condiciones objetivas y subjetivas.
Deshacer el papel del cuerpo (de la anatomía) como destino y deconstruir la heteronomía en
la que estuvieron (y continúan) inmersos los cuerpos femeninos, constituyen los fundamentos
de una concepción renovada de ciudadanía que incorpora las vivencias de la sexualidad y la
reproducción y, por ese camino, abren campo para que se supere el “desposeimiento de sí”
experimentado por las mujeres en estas dos esferas.
El cuerpo de las mujeres no puede ser tomado como un lugar de definición de su
“destino”, sino justamente lo contrario; su integridad corporal y el reconocimiento del
derecho sobre su propio cuerpo como dimensión fundamental de su ciudadanía
abren el
camino para vivir las diferencias que existen entre los diversos aspectos de ser mujer y de ser
hombre, a los que también debe hacerse extensivo estos derechos.
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La inviolabilidad de la personalidad y el sentido del control sobre los territorios del “yo”,
incluido el del cuerpo, continúan siendo indispensables para cualquier concepción de la
libertad. En el caso especial del aborto, así como en todos los aspectos de la reproducción, se
encuentran implícitas las dimensiones tanto abstractas como concretas de la personalidad de
una mujer (Cohen, 1999).
Puede incluirse algunas temáticas como parte de esta reflexión. Por qué, para las mujeres,
sexualidad y reproducción estaban asociadas como entes inextricables, dado que sólo una
forma de acto sexual es la que produce la gravidez, aquella entre un hombre y una mujer con
penetración en un determinado momento del ciclo menstrual femenino. Por otro lado,
siempre han existido las técnicas que hacen posible este acto sexual sin reproducción. En
general, los modelos de técnicas anticonceptivas vienen de tiempos remotos -la modernidad
trajo únicamente los métodos hormonales y la vacuna que está en investigación-, inclusive los
más
propicios para el control masivo de la natalidad. Por lo tanto, me pregunto dónde,
cuándo y quién estableció por convención
que la
reproducción es la “esencia de
la
sexualidad”.
Pero el tema debe ser investigado a fin de que comprendamos mejor el
impedimento
de orden moral que se instituyó como cultura y generó prohibiciones,
opresiones y faltas.
Si las mujeres no conocían y la gran mayoría aún no conoce el funcionamiento de su
cuerpo y el por qué fueron apartadas de ese conocimiento, conviene entonces recordar todos
los procesos de prohibición impuestos a ese cuerpo. Las normas legales del matrimonio y las
normas culturales siempre determinaron que es el deseo del otro el que manda sobre la
sexualidad de las mujeres. Por lo tanto, al no poderse negar la disponibilidad sexual frente al
deseo del otro, la actividad sexual pasa a ser en muchos casos un riesgo para las mujeres.
Siguiendo por ese camino, vamos a ver que tal relación está socialmente determinada. La
reproducción es el resultado de la relación sexual, pero la determinación obligatoria entre
sexualidad y reproducción no es biológica sino social. La idea de libertad nos hace meditar
sobre la razón de ser de las cosas.
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Para una mujer heterosexual, la decisión de no tener hijos/as demanda la utilización
de medios prácticos para evitar el embarazo o interrumpirlo. Pero, además, de las cuestiones
prácticas, esta decisión trae consigo otros problemas. Desde el punto de vista de las
relaciones íntimas con la pareja, aún prevalece la idea de que la anticoncepción es tarea de
las mujeres. De otro lado, como ya se ha manifestado, no siempre es el deseo de ella el que
cuenta en la relación sexual. En muchos casos, aun cuando las mujeres no desean
embarazarse ni tener relaciones sexuales, son forzadas a ello durante el período fértil de sus
ciclos menstruales. Podemos analizar muchas otras situaciones problemáticas. Dejamos éstas
como ejemplo.
Las mujeres sin hijos/as, independientemente de la forma en que vivan su sexualidad, aún
son vistas con desconfianza
con respecto a la integridad de su propio ser.
De manera
general, el hecho de que una mujer no tenga hijos/as siempre ha sido entendido como una
falta de oportunidad, una especie de imposición del destino.
Resultado de una falta
cualquiera. No tener hijos/as como opción es una construcción social del feminismo que aún
no ha logrado superar la representación patriarcal de esa elección. Es evidente que la opción
goza cada vez más de aceptación social, pero aún existen sanciones, o por lo menos
interrogantes, sobre la idoneidad de tal decisión.
El embarazo y la maternidad siempre estuvieron vinculados a determinaciones de orden
moral. Las mujeres que optaban por la maternidad fuera de los límites impuestos por ese
orden sufrían sanciones sociales y quedaban totalmente marginadas de los derechos.
Asimismo, los/las hijas/os nacidas/os fuera de las normas, vale decir, del matrimonio legal,
además de sufrir discriminaciones también eran privados de los derechos relativos al nombre,
herencia paterna, etc. Hoy en día las normas legales han cambiado, pero las dificultades aún
son grandes en lo que concierne el goce de derechos y las relaciones entre parejas fuera del
modelo tradicional.
Por otro lado, la paternidad comienza ahora a ser discutida como parte
de los cambios a nivel de las relaciones de género. Ser padre siempre fue ser proveedor y ser
también algo que autoriza moralmente a los hombres.
Por lo general, los hombres siempre
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tuvieron el poder de decidir de quién eran padres. Y en general, por tradición, y aún sucede,
solamente aceptaban ser padres de los hijos que venían de relaciones legítimas.
Por otro lado, las nuevas tecnologías aplicadas a este campo dan lugar a nuevas
problemáticas. Es el caso de la prueba del ADN, que ha permitido por primera vez en la
historia confirmar científicamente la paternidad sin que se utilice sólo la afirmación de las
mujeres. Esta modificación provoca grandes cambios y ya es parte de la agenda del debate
público. ¿Cómo avanzar políticamente en la discusión de esta tecnología que permite
comprobaciones antes imposibles?
El acceso a la reproducción biológica desvinculada del ejercicio de la sexualidad es ya un
hecho en muchos países del norte y del sur. A pesar del incipiente debate en torno al tema,
las tecnologías reproductivas son extensa y habitualmente utilizadas por quienes tienen
recursos financieros que garantizan el acceso a las mismas. Estas experiencias hoy en día no
se restringen únicamente a las mujeres dentro de matrimonios heterosexuales. Mujeres no
casadas y mujeres casadas con otras mujeres expresan su deseo de quedar embarazadas a
través de métodos que utilizan la tecnología para ese fin. Es más, ya actúan en ese sentido.
Desean así una igualdad en tanto ciudadanos y ciudadanas que tienen derecho a constituir una
familia.
Como parte de este proceso dialéctico, el embarazo y la maternidad son rescatados
justamente como derechos reproductivos y también como tema de conflicto, pues a partir de
esta nueva configuración descubrimos que la maternidad no estaba contemplada en el
concepto de ciudadanía; de ahí la falta total de condiciones para su ejercicio. Descubrimos
también que la idealización en torno a la maternidad es una forma de mistificación de la
realidad que reproduce exclusión o que hace que en la vida cotidiana las mujeres enfrenten
solitariamente las cargas de la reproducción social.
En muchos países, en nombre de la
maternidad se utiliza a las mujeres en las estrategias de programas de ajuste estructural.
Forma parte del escenario internacional la aplicación en los países pobres del sur de políticas
sociales de bajo costo cuya ejecución depende de un agente central: las mujeres pobres.
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Dado que las problemáticas de concepción y anticoncepción constituyen el núcleo de
estos derechos, es siempre importante recordar su conexión con la sexualidad. La libertad
sexual como inspiradora del derecho de escoger debe ser rescatada. Es por ello que hoy en
día se discute la cuestión de los derechos sexuales.
Pero entre los derechos reproductivos
debe rescatarse esa dimensión de la libertad que en sus orígenes estaba directamente
vinculada a la sexualidad, a fin de que no caigamos en el conformismo o la estandarización de
garantías frente al Estado como espacio único para ejercer la ciudadanía.
La incorporación de los nuevos códigos sociales llevados a la negociación en la esfera pública
exige una desestructuración del orden simbólico patriarcal que aún rige los principios del
Estado en el Brasil y en América Latina, y quizá también en todo el mundo. Dado que el
Estado ha sido por tradición un agente de control y represión del cuerpo de las mujeres, la
perspectiva feminista de la autonomía en la vida reproductiva ha generado enfrentamientos
con varios sectores que, por diferentes razones, se interesan en mantener ese orden.
La dimensión de justicia social crea una relación directa entre esos derechos y la
problemática de las condiciones materiales de vida. La falta de acceso a la distribución de la
riqueza material imposibilita de manera radical el ejercicio de la autonomía sobre la vida
reproductiva.
En este contexto, una dimensión fundamental para su realización es
justamente la garantía de los derechos sociales por parte del Estado. La democratización de
la vida cotidiana no es posible cuando en ella prevalece la carencia y la exclusión social. Por
lo tanto, estos derechos deben ser centrales en la discusión sobre modelos de Estado y
desarrollo. Cualquier derecho centrado en la superación de la desigualdad social presupone
un modelo de desarrollo humano y un Estado democrático que propicia el bienestar.
La formulación de derechos en el campo de la reproducción es el resultado de una lucha que
tuvo como mira suprimir desde el punto de vista moral, la relación obligatoria entre
sexualidad y reproducción. Actualmente esta posibilidad ha sido en gran medida conquistada,
lo que pone sobre el tapete nuevas problemáticas que deben tenerse en cuenta al
reflexionarse sobre la relación entre sexualidad y reproducción a partir de las experiencias en
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curso, el avance de las tecnologías reproductivas, los nuevos estilos de vida conyugal y/o
familiar, y el acceso efectivo a los derechos.
El fundamento de estos derechos tiene que ver con el respeto a la igualdad y libertad de
elección en la vida reproductiva, lo cual significa que embarazo, parto, anticoncepción,
aborto, maternidad y paternidad deben ser considerados como hechos relacionados entre sí
dentro de un proceso dialéctico. De esta forma, cualquier restricción de la libertad y las
garantías relativas a cada uno de estos sucesos lleva a las personas, y sobre todo a las
mujeres, a una situación de opresión.
Considero que estos derechos no abarcan todo el espectro de la esfera de la reproducción y
no deben verse como un núcleo desde donde parten todos los cambios. Por otro lado, es
importante reconocer que alteran un campo de privación muy arraigado en la sociedad
occidental moderna que, sin duda, constituyó una base fundamental del sustento ideológico y
práctico de las desigualdades en las relaciones de género. Por esta razón, se debe
comprender que las mujeres, en tanto autoras de los derechos reproductivos, están
elaborando propuestas y emprendiendo acciones con el objeto de modificar la organización
social, lo que repercute en la existencia de las personas en general. Estos derechos afectan
las relaciones entre hombres y mujeres y desestructuran o descomponen un orden social
impuesto por los hombres en el tratamiento de la vida reproductiva y en cierta dimensión del
ejercicio de la sexualidad.
El significado de los derechos, afincado en el concepto de ciudadanía, tiene un matiz
sociológico al ser éstos vistos como código, normas, beneficios y libertad política que
adquieren sentido en su relación con el Estado. Sin embargo, los nuevos derechos cuyo
significado está afincado en el concepto de derechos humanos, mantienen esa misma
dimensión, pero ganan otra en su densidad filosófica cuyo significado tiene que ver con el
hecho de que están en el mundo con autonomía, libertad y seguridad, lo que se percibe
también como dimensión subjetiva de aprendizaje y conquista, y como relación de libertad en
los intercambios cotidianos entre las personas.
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