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Instituciones e individuos:
Interacción y evolución
Geoffrey M. Hodgson
Resumen
La conceptualización de la relación entre individuo y estructura es fundamental para la
ciencia social. Después de plantear algunas definiciones clave, este documento hace un
repaso de los avances recientes en la teoría social de la estructura y acción (social theory of
structure and agency), y agrega una novedad basad en el concepto de hábito, derivado del
pragmatismo y de la economía institucional vebleniana. Los procesos de habituación
proporcionan un mecanismo de “causalidad descendente reconstituyente” (reconstitutive
downward causation) donde las circunstancias institucionales podrían afectar las
preferencias de los individuos. Finalmente, se discuten características de las
organizaciones, compartiendo un enfoque analítico evolucionista que combina propuestas
de la economía evolucionista y de la ciencia de la organización.
Palabras clave: organizaciones, instituciones, estructuras, individualismo metodológico,
causalidad descendente, hábitos, rutinas, evolución
La relación entre estructura social y acción individual es uno de los problemas torales en la
teoría social. Si bien en ocasiones queda descrito como rivalidad entre explicaciones
basadas en la “situación” o la “disposición”, lo cierto es que en los estudios
organizacionales —como en otros campos— prevalece la discusión metodológica ya que
tiene implicaciones serias para la investigación teórica o empírica. No obstante ello, ha
habido intentos postmodernos y postestructuralistas que han tratado de desestimar o
trascender este asunto. En respuesta, Nicos Mouzelis (1995: 69-70) sostiene que “los
intentos por desestimar la distinción entre acción-estructura… fusionando las dos nociones
o… derivando una de la otra” han llevado a un impasse teórico. Es notable que muchos de
estos intentos evasivos impliquen “reintroducir la distinción por la puerta trasera…
manteniendo la lógica de la dicotomía agente-estructura aunque expresándola con otra
terminología”. La solución al problema acción-estructura no esta en evadirlo o pretender
que no existe; tales estrategias han terminado, notablemente, por readmitir el problema, si
bien de forma distinta.
Este ensayo retoma el problema de la acción-estructura como axioma y observa con
ojos frescos algunos de sus temas. Destacamos dos líneas de argumentación: la primera
implica una crítica a lo que en ocasiones se describe como individualismo metodológico,
que a su vez implica aseveraciones reduccionistas según las cuales las estructuras,
instituciones u organizaciones deben ser analizadas en su mayoría o totalmente en términos
de individuos y sus propiedades. La segunda línea de argumentación implica una
transformación radical en la concepción de la acción humana, en contraste con las
concepciones prevalecientes en la economía y la sociología dominantes. Inspirándose en la
filosofía y psicología pragmáticas y de la economía institucional de Thorstein Veblen
(1914, 1919), el hábito se reinstaura como un mecanismo de disposición central que
subyace a las acciones y creencias.1 Como se demuestra en lo que sigue esto tiene
implicaciones importantes para el problema acción-estructura.
Antes de desarrollar la argumentación, hay algunas cuestiones terminológicas que
merecen atención. ¿Cuál es la diferencia entre estructuras sociales, instituciones,
convenciones y organizaciones? Como ya hemos señalado en otro trabajo (Hodgson, 2006),
estos términos los utilizamos en los siguientes sentidos:
•
•
•
•
•
Estructuras sociales incluyen todo conjunto de relaciones sociales, aún las episódicas y
aquellas sin reglas, así como instituciones sociales.
Instituciones son sistemas de reglas sociales establecidas e imbuidas que estructuran las
interacciones sociales.
Reglas en este contexto las entendemos como socialmente transmitidas y como
ordenamientos normativos consuetudinarios o disposiciones inmanentemente
normativas que en circunstancia X hacen Y.
Convenciones son instancias particulares o normas institucionales.
Organizaciones son instituciones especiales que implican (a) criterios para establecer
límites y para distinguir a sus miembros de los no-miembros, (b) principios de
soberanía referentes a quién está a cargo y (c) cadenas de mando que delinean
responsabilidades dentro de la organización.
De acuerdo con estas definiciones, las organizaciones son un subconjunto del conjunto de
instituciones, y las instituciones son un subconjunto del conjunto de estructuras sociales.2
Un ejemplo de estructura social que no es una institución es una estructura demográfica
(Archer, 1995). Debido a su naturaleza, esto es estar establecidas y ser relativamente
duraderas, las instituciones son las estructuras sociales más generales que resultan
relevantes para nuestra discusión aquí. El idioma es un ejemplo de institución que no es una
organización. La regla que norma el uso del infinitivo es una convención en la institución
que es el idioma castellano. Toda empresa comercial es simultáneamente una organización,
una institución y una estructura.
Las características adicionales que definen a las organizaciones no son centrales
para nuestro argumento, sin embargo, son muy importantes para entender las interacciones
entre organizaciones e individuos. Al final de este ensayo mencionaré brevemente algunas
de las implicaciones de estas características adicionales.
En las ocho secciones siguientes, las cuatro primeras revisan conceptos familiares a
las ciencias sociales, pero sobre los cuales aún hay gran disputa. Son importantes en la
preparación del terreno para las aportaciones distintivas en las secciones finales. Las dos
primeras secciones critican respectivamente el individualismo metodológico y al
colectivismo metodológico; la tercera sección define y critica el reduccionismo, mientras
que la cuarta sección revisa el trabajo de Giddens que intenta superar tanto el
individualismo como el colectivismo metodológicos. La quinta sección examina algunos
problemas del realismo crítico que han llevado al concepto crucial de hábito, el cual se
promueve en la siguiente sección. En la sexta y séptima secciones se muestra que los
hábitos proporcionan un mecanismo de “causalidad descendente reconstituyente” a través
del cual las circunstancias sociales pueden afectar los propósitos y preferencias de los
individuos. La sección final bosqueja algunas implicaciones para las ciencias sociales en
general y para los estudios organizacionales en particular.
2
Problemas con el individualismo metodológico
Es común que el individualismo metodológico proponga que las estructuras sociales, las
instituciones y otros fenómenos colectivos deben explicarse en términos de los individuos
participantes.3 Sin embargo, se está muy lejos de un acuerdo sobre la definición precisa de
aquel término. (Udéhn, 2001)
Considérense algunos ejemplos. Para el economista de la escuela austriaca Ludwig
Lachmann (1969: 94) el individualismo metodológico significa “que no debe satisfacernos
ninguna explicación del fenómeno social que no nos guíe, en última instancia, a un plan
humano”. Sin embargo, muy pocos científicos sociales negarían el rol de las intenciones del
individuo en la explicación del fenómeno social. En otro intento Jon Elster (1982: 453)
define el individualismo metodológico como “la doctrina según la cual todo fenómeno
social (su estructura y su cambio) es en principio explicable sólo en términos de individuos
—sus propiedades, metas y creencias—”. Siendo menos ordinaria, esta definición sigue
siendo poco precisa ya que no aclara si las interacciones entre los individuos o estructuras
sociales son “propiedades… de individuos” o no. Si las interacciones individuales o
estructuras sociales no son “propiedades de los individuos” entonces debemos considerar
que esta noción más estrecha, aunque más significativa, de individualismo metodológico es
inoperante, por la razón que se esgrime más adelante. Por otro lado, si las interacciones
entre individuos o estructuras sociales se encuentran entre las “propiedades de los
individuos” entonces la aseveración de Elster es aceptable. La única cuestión es por qué a
esto se lo describe como “individualismo” si las “propiedades de los individuos” también
incluyen estructuras.
En general, mucha de la confusión en el debate sobre el individualismo
metodológico se deriva de si éste significa una de las siguientes opciones:
a) El fenómeno social debe explicarse totalmente y únicamente en términos de
individuos, o
b) el fenómeno social debe explicarse en términos de individuos y de relaciones entre
individuos.
La primera de estas versiones nunca se ha conseguido en la práctica por razones que
señalaremos más adelante. En contraste, el problema con la segunda versión no es que esté
errada sino que el término “individualismo metodológico” queda injustificado.
Permítasenos ampliar estos argumentos para cada una de las versiones.
¿Por qué nunca se ha conseguido la explicación que se reduce al individuo y nada
más que al individuo en la versión (a)? Los economistas neoclásicos podrían aseverar que
han conseguido tal reducción. Sin embargo, el economista de vanguardia y premio Nobel
Laureate Arrow (1994) lo niega, señalando que el mecanismo del precio en la teoría
neoclásica implica interacciones sociales y estructuras, y que el fenómeno social no puede
reducirse totalmente a los individuos nada más. Arrow (1994: 4-5) subraya:
… las teorías económicas requieren elementos sociales incluso bajo la estricta aceptación de
los supuestos económicos habituales… el comportamiento individual siempre está mediado
por las relaciones sociales. Éstas forman parte de la descripción de realidad tanto como lo es
el comportamiento individual.
3
Cualquier versión de teoría de contrato social implica individuos comunicándose con otros
o, por lo menos, adoptando presupuestos tácitos de las intenciones y posturas de los otros.
Todas estas acciones recíprocas presuponen reglas de interacción o interpretación. La
comunicación implica alguna forma de lenguaje y los lenguajes por su naturaleza son
sistemas de reglas. Por tanto la teoría de contrato social y la teoría general del equilibrio
presuponen relaciones estructuradas entre individuos, más que individuos aislados.
La elección individual requiere un marco conceptual que le dé sentido al mundo.
Que un individuo reciba información requiere un paradigma o marco cognitivo que le
permita procesar y darle sentido a la información. La adquisición de este aparato cognitivo
implica procesos de socialización y educación que, a su vez, implican amplia acción
recíproca con otros (Mead, 1934; Fleco, 1979; Douglas, 1986; Hodgson, 1988; Bogdan,
2000). Los medios para nuestra comprensión del mundo los adquirimos necesariamente a
través de relaciones socales e interacciones. El conocimiento es un proceso social tanto
como individual. La elección individual es imposible sin estas instituciones e interacciones.
Alexander Field (1979) ha mostrado que los intentos de los economistas para
explicar el origen de las instituciones sociales siempre presuponen las acciones individuales
en un contexto particular, con normas de comportamiento que regulan sus interacciones. En
el supuesto “estado natural” del que se supone emergieron las instituciones, se han asumido
—implícita o explícitamente— varias reglas de peso, estructuras y normas sociales, lo
mismo que normas culturales. En consecuencia, al explicar el origen de las instituciones
mediante la teoría de juegos, Field señala que desde el inicio mismo hay que presuponer
varias restricciones, normas y reglas. No puede haber juegos sin restricciones o reglas, por
ello la teoría de juegos nunca podrá explicar las restricciones o reglas elementales en sí
mismas. Incluso en una secuencia de juegos repetidos o de juegos relativos a otros juegos
(o juego de juegos), debe suponerse, desde el inicio mismo, por lo menos un juego o
metajuego con estructura y desenlaces.
De forma similar Kyriakos Kontopoulos (1993: 79) hace notar que “una estrategia
de individualismo metodológico necesariamente incorpora referencias a las relaciones
sociales”. Como este crítico ha mostrado, quienes se asumen como metodólogos
individualistas nunca comienzan con los individuos solamente. Por ejemplo, Steven Lukes
(1973: 121–122) muestra que en el pretendido “individualismo metodológico” de Karl
Popper (1945), “el fenómeno social realmente no ha quedado eliminado; se lo ha barrido
debajo de la alfombra”. Siempre tenemos que asumir relaciones entre individuos y a los
propios individuos para poder llegar a algún lugar.
La propuesta según la cual las explicaciones no pueden reducirse sólo los individuos
ahora se han instalado en la nueva economía institucional, notablemente en el trabajo de
Masahiko Auki (2001). Éste sostiene que, siempre e inevitablemente, el análisis debe partir
de los individuos y unas instituciones, si bien primitivas.
El individualismo metodológico estrecho tiene un problema de regresión al infinito:
siempre intenta explicar cada capa emergente de instituciones apoyándose en instituciones
y normas previas, las cuales, a su vez, hay que explicar. Los argumentos previos muestran
que los intentos de partir simplemente de los individuos deben hacerlo, de hecho, de los
individuos y las estructuras sociales.
Todas las teorías tienen que comenzar a construir a partir de elementos que hay que
considerar como dados. Sin embargo, los problemas particulares que aquí se identifican
socavan cualquier afirmación de que la explicación del surgimiento de las instituciones
4
puede partir de una especie de institución-libre unión de individuos (racionales) en la cual
se supone no hay ninguna norma o institución que explicar. En consecuencia, el proyecto
para explicar el surgimiento de las instituciones sobre la base de individuos dados enfrenta
dificultades, particularmente en relación con la conceptualización del estado de naturaleza
inicial del cual se supone que surgen las instituciones.
Permítasenos ahora observar una versión (b) amplia de individualismo
metodológico. Aquí la crítica es más breve, si bien igualmente devastadora. Es típico que se
defina a las estructuras sociales como relaciones recíprocas entre individuos. Estas
relaciones recíprocas pueden incluir posiciones sociales ocupadas por individuos (como
primer ministro, gerente de producción o representante de ventas). Una posición social es
una relación social específica con otros individuos o posiciones sociales que, en principio,
tendrían que estar ocupadas por otros individuos distintos. Cuando un individuo ocupa una
posición social, él o ella no sólo lleva consigo sus cualidades o poderes, sino que adquiere
cualidades o poderes adicionales asociados con esa posición. Dada esta concepción amplia
de estructura social como relaciones recíprocas, (b) equivale indefinidamente a:
b +fenómeno social debe explicarse en términos de individuos y estructuras sociales.
El problema deviene en un problema de etiquetas, más que de contenido. Si bien (b) y (b+)
son aseveraciones aceptables no hay una buena razón por la cual deban ser descritas como
individualismo metodológico. Sería igualmente legítimo describirlas como “estructuralismo
metodológico” o “institucionalismo metodológico”. Todas ellas inducen a error. Siempre
tenemos que partir de las estructuras e individuos. No hay otra estrategia explicativa.
Problemas con el colectivismo metodológico
Dado que siempre tenemos que partir de las estructuras e individuos, también hay que
rechazar las versiones más sobresalientes de “colectivismo metodológico” y “holismo”. Las
explicaciones en términos de estructura, culturas o instituciones son inadecuadas porque
eliminan la acción individual y obvian las diversas características que poseen los individuos
en una población. Si, en contraste, se requiere que las explicaciones se hagan en términos
de estructuras e individuos, entonces regresamos a una afirmación similar a (b+), y la
descripción de esta postura como “colectivismo metodológico” es igualmente unilateral e
induce a error.
Las definiciones de colectivismo metodológico son tan problemáticas como las del
individualismo metodológico. Ejemplos o atisbos de colectivismo metodológico se
encuentran en el marxismo, la sociología de Émile Durkheim y la sociología estructuralista
y funcionalista. Los defensores de Karl Marx señalan que él reconoció el papel que
desempeña el individuo, sin embargo, hay algunos pasajes que inducen grandemente a
error. Por ejemplo, en una sección de la Ideología Alemana escrita en el decenio de1840,
Karl Marx y Frederick Engels (1976: 59) señalaron que las ideas dominantes no eran más
que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes. El escollo consiste aquí en
que las ideas y las voliciones pueden verse simplemente como expresiones de las
“relaciones materiales” de las estructuras sociales. En el primer volumen de El Capital,
Marx (1976: 989) describe cómo las acciones de los capitalistas “no son más” que la
manifestación de las estructuras capitalistas. De forma similar en el volumen tres de El
Capital, Marx (1981: 1019–1020, el subrayado es nuestro) señala que los principales
5
agentes de este modo de producción, el capitalista y el trabajador asalariado, son, como
tales, simples objetivaciones y personificaciones del capital y el trabajo asalariado,
caracteres específicamente sociales que el proceso social de producción imprime en los
individuos, producto de estas relaciones sociales de producción específicas.
El problema aquí, es que la explicación de la acción individual parece fundirse
totalmente en las “relaciones materiales” y “estructuras sociales”, sin reconocer la
diversidad individual, variaciones culturales o posibilidades discrecionales. Si bien es
posible hacer diversas interpretaciones de este pasaje, Marx no hizo lo suficiente para
guarecerse de una interpretación colectivista metodológica.
Yendo a Durkheim, éste escribió en 1897 que creemos que es una idea fructífera
que la vida social deba explicarse no por la concepción que tengan de ella quienes
participan en ella, sino por las causas profundas que escapan a su conciencia. También
pensamos que estas causas habrá que buscarlas ante todo en la forma cómo los individuos
se asocian formando grupos. (Durkheim 1982: 171)
Un problema con esta afirmación es que no explica cómo las asociaciones de los
individuos en grupos explican el fenómeno social. Durkheim no desarrolla más el asunto y
se refugia en las burdas frases metafóricas de “fuerzas colectivas” y “corrientes sociales”.
Durkheim (1982: 59, eliminamos el subrayado) define su concepto básico de “hecho
social” como cualquier forma de actuar, sea con arreglo o no, capaz de ejercer coerción
externa sobre el individuo… una coerción que es general sobre la totalidad de una sociedad
dada, al tiempo que tiene una existencia por sí misma, independientemente de sus
manifestaciones individuales.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre ver el surgimiento de dicho fenómeno
como independiente de cualquier individuo o externo a todos los individuos. Nuevamente
la cita del extracto es ambigua. En ocasiones Durkheim se desliza hacia el colectivismo
metodológico, en el cual la sociedad y las “fuerzas sociales” de alguna forma se mantienen
por encima y manipulan a todos los individuos. Crucialmente, al igual que el marxismo, la
sociología durkheimiana no desarrolla una micro-teoría de cómo las estructuras sociales
afectan, y son afectadas por, los propósitos o disposiciones de los individuos. Parece que
Marx hace de la psicología algo superfluo al declarar que la esencia humana no es más que
un “conjunto de relaciones sociales”. Más explícitamente, Durkheim (1982: 129) elimina la
psicología proscribiéndola de las ciencias sociales con su famosa declaración “cada vez que
un fenómeno social se explica directamente mediante un fenómeno psicológico, no nos
queda sino asegurar que la explicación es falsa”. Las consecuencias de dichos abandonos o
proscripciones son muy dañinas para la teoría social.
Tanto Durkheim como Marx dejaron de explicar adecuadamente cómo se moldean
las disposiciones individuales. Tales explicaciones deben incluir mecanismos psicológicos;
en su ausencia, la tentación es enfatizar la coacción social más que la reconstitución
adicional de los propios individuos. De este modo, las explicaciones recaen solamente en
las estructuras.
Muchas teorías sociales han criticado el colectivismo metodológico por hacer del
individuo una mera marioneta de las fuerzas sociales. Además, aquí sostenemos que el
problema central es que el colectivismo metodológico no sólo disminuye al individuo, sino
que no pone suficiente atención a los procesos y mecanismos mediante los cuales el
individuo queda fundamentalmente alterado. Una consecuencia de fundir el individuo a la
estructura es perder de vista no sólo al individuo sino los mecanismos del poder e
influencia social que podrían ayudar a reconstituir los propósitos y preferencias
6
individuales. Parecerá paradójico, pero es rescatando al individuo de este quedar fundido en
los social lo único que permita apreciar plenamente la determinación social del individuo.
Parte de la solución es recuperar la psicología y traerla nuevamente a escena. Sin
embargo, ésta está ausente en mucho de la teoría social. Hay muy poca psicología en el
marxismo, en parte porque la materia estaba muy poco desarrollada en la época de Marx.
Durkheim carga él mismo con parte de la responsabilidad de haber excluido la psicología
de las corrientes dominantes de la sociología del siglo XX. Durkheim influye en éste y
otros aspectos a Talcott Parsons (1937). Entonces persuadido, Parsons hace hincapié no en
la psicología sino, y de forma muy parecida a Durkheim, en el poder de las normas
sociales.
Algunos economistas neoclásicos influyentes también abandonaron la psicología
por la misma época. Lionel Robbins (1932) da otro sentido a la economía, entendiéndola
como “la ciencia de las opciones”. Los fines de los individuos se daban por sentados; la
economía no era otra cosa que optar racionalmente por los medios apropiados. Dado que
las preferencias individuales se daban por sentadas la psicología dejó de desempeñar un
papel significativo en esta reconstrucción del sujeto (Hodgson, 2001; Lewin, 1996).
Después de rechazar a la psicología y otros elementos básicos, la economía y la
sociología siguieron caminos separados. Las aseveraciones de individualismo metodológico
fueron más prominentes en la economía, mientras que las de colectivismo metodológico lo
fueron en la sociología. Las ciencias sociales se enfrentaron a un aparente dilema entre una
perspectiva de la acción emparentada con Adam Smith guiada por el incentivo, por un lado,
o, por el otro, una perspectiva emparentada con Durkheim impulsada por la norma.
Sin embargo, y no obstante el enfrentamiento centenario entre individualistas
metodológicos y colectivistas metodológicos, tienen mucho más en común de lo que
normalmente se admite. El individualismo metodológico funde lo social en lo individual
perdiendo así de vista mecanismos clave de la influencia social, por lo que es impelido a
tomar como dados los propósitos y preferencias de los individuos. El colectivismo
metodológico funde al individuo en la sociedad y por ello carece de una explicación o
reconocimiento adecuado de cómo los propósitos o preferencias individuales podrían
cambiar. No obstante que los desplazamientos explicativos son distintos los resultados son
similares en algunos aspectos fundamentales: no se explica adecuadamente cómo las
instituciones sociales podrían reconstituir los propósitos y las preferencias individuales.
Normalmente, ambas perspectivas descartan el valor y rol de la psicología en la explicación
del fenómeno social. Ambas metodologías terminan por arribar a un concepto disminuido
de poder social y exagerando analíticamente una coerción y restricción abierta, más que
unos mecanismos sutiles de influencia social.
Reduccionismo y reducción
En sus formulaciones más fuertes, el individualismo metodológico y el colectivismo
metodológico constituyen diferentes versiones de reduccionismo (explicativo), que hacen
referencia a la doctrina más general según la cual todos los aspectos de un fenómeno
complejo deben explicarse totalmente en términos de un nivel o tipo de unidad. Al
promover tan fuerte definición de reduccionismo, Elster (1983: 20-24) señaló que:
“Hablando en términos generales, la práctica científica busca una explicación en un nivel
inferior al explanandum… La búsqueda de micro-fundamentos… es en realidad una
característica dominante y omnipresente de la ciencia.”
7
Podemos encontrar otras versiones de reduccionismo. El reduccionismo biologisista
propone que el fenómeno (social y otros) debe explicarse únicamente en términos de
características biológicas. El reduccionismo físico requiere que los fenómenos (biológicos,
químicos u otros) deben explicarse únicamente en términos físicos. El reduccionismo
neurológico propone que los fenómenos físicos deben explicarse totalmente en términos
neurológicos. El individualismo metodológico va en pos de explicaciones universales de
los fenómenos sociales, en términos de individuos mientras que el colectivismo
metodológico hace lo inverso.
Llevando al extremo el reduccionismo de Elster, propone que el fenómeno hay que
explicarlo en términos del tipo de unidad más bajo. Esto no lo soportaría el individualismo
metodológico ya que no se puede ir a un nivel inferior al individuo. Ello sugeriría explicar
características individuales en términos de la biología y así sucesivamente, pero, ¿dónde se
detendría? En última instancia, sugeriría que todas las explicaciones deberían reducirse a la
física subatómica. Esto implicaría la disolución de todas las ciencias exceptuando la física
subatómica. Todo tendría que reducirse a ello y ser explicado en sus términos. No habría
mecanismos, no habría termodinámica, ni química, biología o ciencias sociales. Todas las
ciencias se reducirían a una. La razón por la cual tenemos distintas ciencias es que la
reducción a una explicación está, en general, fuera de alcance y por ello se requieren
múltiples niveles de explicación, lo cual es apropiado y muy poderoso. Las ambiciones
reduccionistas son, en el mejor de los casos, muy optimistas y, en el peor, dogmáticas y
distractoras.
Hay que distinguir entre reduccionismo y reducción. Hay que subrayar que es
inevitable y deseable que en la ciencia haya algún grado de reducción a unidades
elementales. Incluso la medición es un acto de reducción. La ciencia no puede proceder sin
que haya una disección y el análisis de las partes. Si bien es cierto que es inevitable cierta
reducción, las reducciones totalmente analíticas son generalmente imposibles, las acosan
explosiones analíticas debido al número de combinaciones de elementos; están aquejadas
por el omnipresente fenómeno de la complejidad. Las reducciones totalmente analíticas son
más que rarísimas, si es que en algún momento se llegó a ello.
En principio, al reduccionismo no se lo puede refutar totalmente porque podría ser
que cualquier déficit explicativo o reducción explicativa limitada quede remediada en algún
momento, en el futuro. No obstante que ninguna ciencia cumple estrictamente con los
cánones reduccionistas, al mismo tiempo obtienen resultados. Si bien nunca podremos estar
seguros que un día demos con una explicación faltante y que una futura reducción
explicativa sea posible, hay suficiente evidencia en las ciencias para minar el dogma
reduccionista y reducir las ambiciones reduccionistas. Mientras la reducción es un objetivo
que vale la pena y es importante, las ciencias no necesitan al pleno reduccionismo para
quedar habilitadas como ciencia.
Teoría de la estructuración y fusión central
La “teoría de la estructuración” de Anthony Giddens (1984) es un intento de adoptar una
postura intermedia entre dos extremos, el individualismo y el colectivismo metodológicos.4
Se refiere a acción y estructura como una “dualidad” en la cual los sujetos humanos y las
instituciones sociales están conjuntamente constituidos en y a través de prácticas
recurrentes, y donde ninguno de los elementos tiene precedente ontológico o analítico sobre
el otro. Estructura y acción son mutua y simétricamente constitutivas.
8
Giddens (1982: 35) ve las estructuras como “reglas y recursos recusantemente*
organizados”. La acción es libre y restringida. Los seres humanos reflexionan o reaccionan
ante sus circunstancias, al mismo tiempo que éstas los condicionan. De igual forma, en
lugar de la idea dominante que las “propiedades estructurales de la sociedad forman
influencias restrictivas para la acción… la teoría de la estructuración se basa en la
proposición que la estructura siempre permite y restringe”. (Giddens 1984: 169) La acción
y la estructura son diferentes aspectos del mismo proceso. Como Ian Craib (1992: 3–4)
apunta en su comentario a Giddens, la estructura y la acción no son “cosas separadas y
opuestas en el mundo o formas mutuamente excluyentes de pensar el mundo”, simplemente
son “dos lados de la misma moneda. Si vemos las prácticas sociales en un sentido,
observamos actores y acciones; si las vemos en el otro observamos estructuras.” Acción y
estructura son consideradas como diferentes facetas de una unidad.5
En contraste, varios filósofos han propuesto una ontología estratificada. Esta idea es
lugar común en la filosofía de la ciencia: la realidad está irreductiblemente estratificada en
niveles físico, molecular, orgánico, mental, humano individual y social.6 Todo pertenece a
un nivel y cada nivel tiene, dentro de ciertos límites, alguna autonomía y estabilidad. Sin
embargo, cada nivel está vinculado con y depende de otros niveles. En la teoría de la
estructuración está ausente una teoría estratificadora como ésta. Los individuos y los
niveles sociales están fusionados en una base central de la estructura recursiva.**
Esencialmente, en las ontologías estratificadas, lo que separa un nivel de otro es la
existencia de propiedades emergentes en el nivel más alto. En los niveles más altos existen
unidades que no son meros epifenómenos de las unidades en los niveles más bajos. Una
ontología jerarquizada viable e irreducible depende de la noción de propiedades
emergentes. Podría decirse que una propiedad es emergente si su existencia y naturaleza
dependen de entidades a un nivel más bajo, sin embargo, la propiedad no puede reducirse a
y tampoco puede predicarse de propiedades de entidades que se encuentran en el nivel más
bajo.7
Giddens no tiene una ontología explícitamente estratificada y no hace uso explícito
de propiedades emergentes. Para Giddens (1984: 171) las entidades nérveas “no se unen ex
nihilo para formar una nueva entidad por fusión o asociación”. Una consecuencia de que
Giddens rechace las propiedades emergentes no sólo es el rechazo de un nivel más alto y
social de análisis con sus propiedades emergentes sino el abandono del análisis del mundo
natural y físico como sustrato esencial y contexto de la actividad humana. La teoría de la
estructuración está forzada a aceptar un nivel único de la realidad, sin nada (social o de
cualquier otra índole) que se encuentre por “encima de aquella y nada (natural o de
cualquier otra índole) por “debajo”. Una de las consecuencias de esto es la erosión del
concepto de estructura social. Otra, es la negación del sustrato natural y biológico de toda
actividad humana.
Si la teoría de la estructuración acepta un plano único del ser, entonces, ¿dónde
está? Giddens es explícito al respecto. Para él, “la estructura existe… sólo en las
concreciones [instantiations] de tales prácticas [sociales] y como huellas en la memoria que
orientan la conducta de agentes humanos entendidos”. (Giddens, 1984: 17) Es sintomático
*
El adverbio “recursively” en inglés y “recusantemente” en castellano no existen como tales, sin embargo, en
este contexto puede leerse y entenderse como “recurrentemente”. N. de T.
**
Léase recurrente. N. de T.
9
que la aseveración se repite en otro trabajo: “La estructura existe sólo como huellas en la
memoria, la base orgánica de la sabiduría [knowledgeability] humana y como concreción
[instantiated] en acción” (Giddens, 1984: 377). Y, nuevamente, en otra parte, para Giddens
(1989: 256) la estructura “sólo existe de una forma virtual, como huellas en la memoria y
como la concreción de reglas en las actividades específicas de los agentes”. Un agente porta
en su memoria “propiedades estructurales” que mediante prácticas podrían transmitirse de
un agente a otro. Comentaristas de la teoría de Giddens observan, entonces, que “si las
estructuras tienen un locus de existencia, este se encuentra en la cabeza de los actores
sociales” (Craib, 1992: 42). Richard Kilminster (1991: 96) hace un señalamiento similar:
“la ‘estructura’ en la teoría de Giddens es algo interno a los actores”.
Un problema con la idea de que la estructura social es totalmente mental e interna es
que no toma en consideración el hecho que la estructura no sólo consiste de personas o
cosas sino de relaciones recíprocas entre personas, en un contexto social y material. Los
individuos confrontarán estas estructuras, incluso si no tienen las memorias, ideas o hábitos
que vienen asociadas con dichas estructuras.
Giddens trata de explicar la persistencia de estructuras sociales en términos de la
centralidad y persistencia de la práctica rutinaria. Para él (1984: 60) la práctica rutinaria “es
la clave”. Pero, entonces, ¿cómo explicar la existencia misma de la práctica rutinaria
[routinization]? La respuesta de Giddens (1984: 50) descansa en su concepto de “seguridad
ontológica”, la cual, sostiene, tiene sus orígenes “en mecanismos básicos de control de la
ansiedad” que a su vez los adquiere el individuo como resultado de “rutinas predecibles y
de atención-cuidado establecidas por las figuras materna y paterna”.
Este argumento tiene un fuerte sabor a funcionalismo: la reproducción de rutinas se
explica en términos de su función. La explicación de la persistencia de las rutinas se ve
como la búsqueda de seguridad ontológica, lo que a su vez resulta de la persistencia de
rutinas (materno-paternas). Sin embargo, no se da una explicación adecuada a la
persistencia de estas “rutinas de atención-cuidado que establecen las figuras paternas”.
¿Estas rutinas podrían haberse pasado de generación en generación, pero, cómo habría
sucedido? No se da explicación adecuada del origen o persistencia de las rutinas y la
discusión de Giddens sobre la seguridad ontológica tampoco lo hace.
La práctica rutinaria es una idea interesante pero la explicación que el autor hace de
ella es inadecuada. Un hincapié similar en la práctica rutinaria se encuentra en la
“economía evolucionista” de Richard Nelson y Sydney Zinder (1982). Sin embargo,
Giddens (1984: 228-243) es un crítico del evolucionismo en las ciencias sociales y ha
rechazado las ideas “evolucionistas” en ese ámbito.8
En su crítica a Giddens, Roy Bhaskar (1989) y Margaret Archer (1995) insisten en
que los agentes humanos y estructuras no son diferentes aspectos de las mismas cosas o
procesos, sino entidades diferentes. No obstante que la existencia de las estructuras
depende de los individuos, son diferentes y distintas. Esta separación surge del hecho que,
para cualquier actor particular, la estructura social siempre precede su participación en el
mundo. Bhaskar (1989: 36) escribe que “la gente no crea sociedad. Ya que ésta siempre los
precede y es una condición necesaria para su actividad”. Así, cualquier individuo está
precedido por las estructuras sociales en las cuales nació. En palabras de Archer (1995: 72):
“Esta es la condición humana, nacer en un contexto social (de idioma, creencias y
organización) que no es nuestra hechura.” Esta autora critica la teoría de la estructuración
de Giddens señalando que se trata de una “fusión central” porque fusiona estructura y
acción en procesos que actúan juntos en un único nivel.
10
Sin embargo, la diferenciación de estructura y agente es válida si a la estructura se le
ve como externa a cualquier individuo dado, pero no sí se la ve como externa a todos los
individuos. La estructura no existe aparte de todos los individuos, pero puede existir aparte
de cualquier individuo dado. Si no se subraya suficientemente esta distinción, el concepto
de estructura podría objetivarse [reified].
Un eslabón perdido
Si bien el enfoque del realismo crítico de Archer-Bhaskar es un avance importante, tiene
algunos problemas. En efecto, da cuenta del cambio estructural pero no de cómo se da el
cambio en los individuos. Se nos dice cómo evolucionan las estructuras pero no hay una
explicación paralela de los cambios en los individuos. La acción individual se mantiene
correctamente y se hace hincapié en ella. Bhaskar (1989: 80) y otros críticos realistas
argumentan que el “comportamiento humano intencionado es causado” pero que “siempre
lo causan razones y que sólo por eso se le caracteriza apropiadamente como intencional”.
Sin embargo, en la crítica realista no hay una explicación apropiada de las causas de las
razones o las creencias. Hasta este momento la explicación de la acción en el realismo
crítico esta incompleta (Faulkner, 2002).
Bhaskar (1975: 70-71) comparte un “determinismo omnipresente”, lo que quiere
decir que todo evento es causado. No obstante, hasta ahora, el realismo crítico no ha podido
aplicar este principio universal a las razones o creencias individuales. Reconoce que las
creencias son parte de la realidad social, pero no da cuenta de las causas culturales,
psicológicas o fisiológicas de las creencias o razones mismas. Hasta este momento, el
realismo crítico no explica cómo los agentes individuales adquieren o cambian sus
creencias, razones, propósitos o preferencias. Puede admitir la posibilidad de ese cambio,
sin embargo, en el realismo crítico aún no hay indicios de cómo explicaría dichos cambios.
La posición de Bhaskar (1989) y Archer (1995) es un caso de no-fusión y
explicación incompleta. No hay explicación, incluso en principio, del origen de las razones
o creencias. Sin embargo, esta limitación no es privativa del realismo crítico: muchos otros
enfoques en ciencias sociales comparten este defecto.
Con esta omisión, existe la tentación de adoptar un esquema en el cual la estructura
canalice de alguna forma la actividad individual con suficiencia tal que la explique,
poniendo así el acento en el rol de las estructuras como coercitivas para los individuos.9 Sin
dar cuenta de cómo las intenciones y preferencias de los individuos cambian, se corre el
peligro de descansar en las restricciones estructurales, la cuales explicarían el
comportamiento humano. La falta de relación entre acción y estructura podría terminar
explicando solamente al individuo haciendo referencia a la estructura, fusionando así al
individuo en la estructura, como se criticó en párrafos anteriores.
La tentación opuesta es hacer de las preferencias y propósitos subjetivos de los
individuos puntos de partida sólidos, convirtiéndolos así en factores explicativos últimos.
Sin un análisis de cómo se causan las preferencias, propósitos y creencias, la tentación es
volver a cualquiera de los extremos: individualismo o estructuralismo.
Al tomar al individuo dado como unidad fundamental de análisis, muchos
economistas rechazan la idea de explicar las preferencias individuales. Por ejemplo,
Friedrich Hayek (1948: 67) escribió: “Si fuera posible ‘explicar’ la acción consciente, ello
sería tarea de la psicología no de la economía… o cualquier otra ciencia social.” Al igual
11
que muchos otros, Hayek rehuyó uno de los problemas centrales de las ciencias sociales:
explicar la motivación humana.
De la misma forma, los intentos del colectivismo metodológico que tratan de
explicar los individuos sólo en términos de estructuras sociales también dejan de dar cuenta
adecuada de la motivación humana. Es frecuente que simplemente den por sentado que los
roles o las culturas o las instituciones afectan a los individuos, sin explicar cómo esas
estructuras sociales obran su magia en las motivaciones individuales. Algunos han virado
hacia la psicología conductista, en la creencia que sus mecanismos de estímulo y respuesta
proporcionan la solución. Sin embargo, el conductismo deja de abordar los resortes internos
del conocimiento y deliberación, obvia el hecho que las creencias son parte de la realidad
social. Convierte al agente en una marioneta de su ambiente social.
En contraste con una explicación causal y psicológica de cómo las estructuras
pueden afectar o moldear los propósitos y preferencias del individuo, pueden ubicarse a la
par el rol del individuo y el rol de las estructuras, y convertirse en parte de una explicación
plena que vaya en ambos sentidos.
La naturaleza y el rol de los hábitos
Lo que se requiere es un marco en el cual la transformación de ambos elementos,
individuos y estructuras, puedan ser explicados. Este enfoque implica explicaciones de
posibles interacciones y reconstituciones causales, tanto del individuo hacia la estructura
como de la estructura hacia el individuo. Esto significaría una explicación de la evolución
de los propósitos y creencias de los individuos, así como una explicación de la evolución de
las estructuras. Las preferencias o los propósitos tendrían una formación endógena. Habrá
que examinar su co-evolución, sin fusionar uno en la otra. Un análisis evolucionista como
ese proporciona los medios a través de los cuales la teoría social podría escapar de su
dicotomía insostenible y lograr avances. Los filósofos pragmáticos y economistas
institucionales en la tradición vebleniana argumentan que las instituciones sólo operan
porque las reglas implicadas están embebidas en los hábitos prevalecientes del pensamiento
y comportamiento (Veblen, 1899; Dewey, 1922; Joas, 1996; Twomey, 1998; Kilpinen,
2000). En las ciencias sociales al concepto de hábito se le privó de la mayor parte de su
significado como resultado del surgimiento de la psicología conductista. Al no poder
reconocer las propensiones, los conductistas tratan los hábitos como si fueran
comportamientos. Como lo señalara John Dewey (1922: 42), la esencia de los hábitos es
una predisposición adquirida hacia maneras o modos de respuesta. El comportamiento
repetido es importante para establecer un hábito, sin embargo, el hábito y el
comportamiento no son lo mismo. Si adquirimos un hábito no necesariamente lo utilizamos
todo el tiempo. Muchos hábitos son inconscientes; son repertorios sumergidos de
pensamientos o comportamientos potenciales que se dispararán con un estímulo o contexto
adecuado.
A muchos les provoca dificultad la idea del hábito como disposición. Una fuente del
problema es un rechazo a quitar del volante de la acción humana a la razón y la creencia.
La concepción de la acción como “primero la mente” domina en la ciencia social. Si los
hábitos afectan el comportamiento, entonces es un error temer que se destrone a la razón y
la creencia. La preocupación es que sea un mecanismo el que reemplace a la volición. Sin
embargo, desde una perspectiva pragmática, las razones y las creencias dependen ellas
mismas de hábitos de pensamiento. Los hábitos funcionan como filtros de la experiencia y
12
las bases de la intuición e interpretación. El hábito es la base sólida de los comportamientos
reflexivos e irreflexivos. Esto no hace que la creencia, la razón o la voluntad sean menos
importantes o reales.
La formación de hábitos requiere comportamientos repetidos que, en algunas
ocasiones, son provocados por disposiciones innatas y frecuentemente resultan de la
propensión a imitar a otros en condiciones sociales con restricciones guía. El
comportamiento repetido lleva a la formación de hábitos de pensamiento o de acción. El
hábito es el mecanismo psicológico que forma la base de mucho del comportamiento que
acata reglas.
Para que un hábito adquiera la condición de una regla debe adquirir algún contenido
normativo inherente, para que sea potencialmente codificable y sea predominante entre un
grupo. La estructura normativa prevaleciente proporciona incentivos y restricciones para las
acciones individuales. Al canalizar el comportamiento de esta forma, los hábitos acordados
se desarrollan más y se refuerzan entre la población. Así, la estructura normativa ayuda a
crear hábitos y preferencias que son consistentes con su reproducción. Los hábitos son la
materia constitutiva de las intuiciones, proporcionándoles una mayor durabilidad, poder y
autoridad normativa. A su vez, al reproducir hábitos de pensamiento compartidos, las
instituciones crean mecanismos de conformidad y acuerdo normativo.
Como lo asevera Charles Sanders Peirce (1878: 294) la “esencia de la creencia es
establecer un hábito”. El hábito no es la negación de la deliberación, sino su fundamento
necesario. Las razones y las creencias generalmente son la racionalización de sentimientos
y emociones profundamente asentados que surgen de los hábitos establecidos por
comportamientos repetidos (Kilpinen, 2000; Ouellette y Word, 1998; Wood et al., 2002).
Tales disposiciones y emociones son integrales a la toma de decisiones (Damasio, 1994).
Esta interacción de comportamiento, hábito, emoción y racionalización ayuda a explicar el
poder normativo de la costumbre en la sociedad humana.
Los hábitos se adquieren en un contexto social y no son transmitidos genéticamente.
Al aceptar el papel fundacional del hábito para sostener el comportamiento que acata
reglas, podemos comenzar a construir una nueva ontología de instituciones, en la cual
sorteamos los problemas conceptuales de una explicación basada, en primer lugar, en la
intencionalidad. Esto no niega la importancia de la intencionalidad y se refiere a ella como
una consecuencia y una causa, colocándola en el contexto más amplio y omnipresente de
otros comportamientos no-deliberativos.10
Causalidad descendente reconstituyente [Reconstitutive Downward Causation]
Todo mundo acepta que la existencia de las instituciones depende de los individuos y que,
en ocasiones, los individuos pueden cambiar las instituciones. Esto puede describirse como
una “causalidad ascendente”. Provoca mayor controversia que las instituciones, al
estructurar, restringir y permitir comportamientos individuales, tienen el poder de moldear
de manera fundamental las disposiciones y comportamientos de los agentes; tienen la
capacidad de cambiar las aspiraciones y no sólo de permitirlas o restringirlas. El hábito es
el mecanismo clave en esta transformación. Las instituciones son estructuras sociales que
pueden implicar una causalidad descendente reconstituyente, que actúa hasta cierto punto
sobre los hábitos de pensamiento y acción de los individuos. (March y Olsen, 1989;
Hodgson, 2003, 2004)11
13
La existencia de una causalidad descendente reconstituyente no significa que las
instituciones determinen directa, entera o uniformemente las aspiraciones individuales, sino
solamente que puede haber efectos descendentes significativos. En cuanto que las
instituciones llevan a regularidades del comportamiento, se establecen hábitos concordantes
entre la población, llevando a propósitos y creencias congruentes. De esta manera se
sostiene la estructura institucional.
Dado que las instituciones simultáneamente dependen de las actividades de los
individuos y las restringe y moldea, a través de esta retroalimentación positiva tienen
fuertes características de auto-cumplimiento y capacidad de auto-perpetuarse. Las
instituciones se perpetúan no sólo a través de la coordinación conveniente de las reglas que
proporcionan, también se perpetúan porque confinan y moldean las aspiraciones
individuales y crean una base para su existencia en todas las mentes individuales a las que
afectan con sus convenciones.
Esto no significa, sin embargo, que las instituciones se mantengan separadas de los
grupos de individuos a los que atañe; la existencia de las instituciones depende de los
individuos. No obstante, cualquier individuo nace en un mundo institucional que le
precede, que la o lo confronta con reglas y normas. Las instituciones que enfrentamos
residen en la disposición de otros individuos, si bien, también dependen de las interacciones
estructuradas entre ellas/ellos y que, generalmente, también implican artefactos o
instrumentos materiales. La historia proporciona los recursos y restricciones que, según sea
el caso, serán materiales y cognitivos, en los cuales pensamos, actuamos o creamos. En
consecuencia, las instituciones son simultáneamente estructuras objetivas “ahí afuera” y
resortes subjetivos de la acción humana “en la cabeza del ser humano”. En este sentido las
instituciones son como las botellas de Klein: el “interior” subjetivo es simultáneamente el
“exterior” objetivo. Así, la institución tiende un vínculo entre lo ideal y lo real. Estos
conceptos que van de la mano, el hábito y la institución, ayudan a superar el dilema
filosófico entre realismo y subjetividad en la ciencia social. Entonces, si bien el actor y la
estructura institucional son distintos entre sí están conectados en un círculo de mutua
interacción e interdependencia.
El rol crucial que desempeña el hábito se muestra en lo que es, quizá, el primer
simulacro en computadora de amplia interacción entre agentes y estructuras, donde las
preferencia de los agentes quedan alteradas por las circunstancias institucionales, al mismo
tiempo que los agentes desarrollan las instituciones (Hodgson y Knudsen, 2004a). Se trata
de un simulacro basado en el agente; en este simulacro surge una convención de tráfico
para conducir del lado izquierdo o derecho de las carreteras. Muestra que la intensificación
del hábito y el proceso de habituación desempeñan un papel vital junto con la deliberación
racional y presión para seleccionar. Esto no sólo hace surgir preguntas importantes respecto
al papel del hábito en la toma de decisiones sino que desafía el supuesto frecuente, según el
cual las funciones de preferencia siempre hay que tomarlas como totalmente dadas
exógenamente.
Los hábitos sacan a algunas acciones de la deliberación consciente. No obstante, el
modelo sugiere que además del hábito hay algo más que economiza la toma de decisiones.
El modelo muestra que un rol crucial del hábito es construir y reforzar una disposición
perdurable en cada agente, en este caso con respecto a conducir sobre el lado apropiado de
la carretera. El desarrollo de hábitos abona un elemento de formación de preferencia
endógena. Una secuencia de comportamientos repetidos crea en cada agente una
predilección habitual que puede estimular la “creencia” o “convicción” de que un
14
comportamiento particular es apropiado. La evolución de una convención en el modelo
depende grandemente del triunfo de un conjunto de “creencias” porfiadas sobre otro. Una
vez que se forma una convicción estable, se codifica en las disposiciones de la mayoría y
puede resistir la intromisión de una cantidad sustancial de comportamientos erráticos. En
consecuencia, el hábito es un medio a través del cual se forman y se preservan las
convenciones sociales y las instituciones.
El modelo también proporciona un marco para considerar los matices en la
interpretación y significado del concepto “causalidad descendente”, que tiene formas
débiles y robustas (Sperry, 1991; Emmeche et al., 2000; Hodgson, 2003). En nuestro
modelo la forma débil de causalidad descendente está claramente presente, donde la
selección evolucionista actúa sobre la población de agentes, causando un cambio en las
características de la población como un todo. Para cualquier agente individual, la selección
evolucionista no causa un cambio en los valores de los parámetros fijos.
En nuestro modelo, también está presente una forma robusta de causalidad
descendente. Más y más automóviles supervivientes [sic] desarrollan el hábito de conducir
a la izquierda o a la derecha de acuerdo con la convención surgida. Los hábitos forman
parte de las preferencias de cada agente y cambian con la experiencia. De esta forma,
propiedades sistemáticas emergentes y duraderas reconstituyen “descendentemente” las
preferencias del agente. Este mecanismo causal aporta a la causalidad descendente
reconstituyente. Aquí, parte del avance es mostrar que ambas formas de causalidad
descendente pueden representarse en el modelo basado en el agente.
La causalidad descendente reconstituyente no quiere decir que las leyes o fuerzas
sociales pueden anular los principios que rigen la operación de la actividad humana física y
mental a nivel del individuo. El premio Nobel Laureate Roger Sperry (1991: 230) insiste en
una condición similar: “el fenómeno en el nivel más alto que ejerce control descendente no
interrumpe o interviene en la actividad que el componente realiza en el nivel bajo”. Esto
podría definirse útilmente como la regla de Sperry; ésta asegura que el emerger, aunque se
lo asocia con poderes causales emergentes a un nivel muy alto, no genera múltiples tipos o
formas de causalidad en ningún nivel. Cualquier causa emergente a altos niveles existe por
virtud del proceso causal en el nivel más bajo.12
Adherirse a la regla de Sperry excluye cualquier versión del colectivismo
metodológico u holismo metodológico donde se hace el intento de explicar las
disposiciones o comportamientos del individuo en términos de instituciones u otras
características a nivel del sistema. Por el contrario la regla de Sperry nos obliga a explicar
el comportamiento humano particular en términos de procesos causales que operan a nivel
del individuo, como aspiraciones individuales, disposiciones o restricciones. Cuando entran
factores de alto nivel, lo hacen en la explicación más general, en el proceso de todo el
sistema que da origen a esas aspiraciones, disposiciones o restricciones.
Otro aspecto crucial es reconocer el mecanismo específico mediante el cual opera
la causalidad descendente reconstituyente. Es mediante los hábitos, más que en el puro
comportamiento, en las intenciones o en otras preferencias. Evidentemente la distinción
definitoria entre hábito (en tanto que propensión o disposición) y comportamiento (o
acción) es esencial para que la aseveración previa tenga sentido.
La existencia de un mecanismo viable de causalidad descendente reconstituyente
contrasta con otras explicaciones insostenibles, verticales, “de arriba hacia abajo” en las
ciencias sociales, donde hay fuerzas “culturales” y “económicas” no especificadas que
controlan a los individuos. Resulta crucial que el mecanismo de causalidad descendente
15
reconstituyente aquí delineado afecta las disposiciones, pensamientos y acciones de los
actores humanos. Así, este modelo ilustra el proceso vebleniano por medio del cual las
instituciones emergentes operan sobre los hábitos individuales y dan lugar al surgimiento
de nuevas preferencias e instituciones.
Comentarios finales
Mucho de la discusión se centró en las instituciones y no tanto en la forma más general de
las estructuras. Dado que las instituciones son sistemas de reglas de cierta durabilidad,
permiten la formación de hábitos y abren la posibilidad para la causalidad descendente
reconstituyente. A su vez, las organizaciones son un tipo especial de institución con
características adicionales. ¿En qué sentido estas características adicionales mejoran el
cuadro y cuáles son algunas de sus implicaciones? Las organizaciones son instituciones con
un grado relativamente alto de cohesión que crean obligaciones.13 Sus características de
afiliación, soberanía y responsabilidad mejoran las posibilidades de que haya relaciones
recíprocas más intensas entre individuos y organizaciones. Organizaciones como la familia
y la empresa afectan nuestras vidas profunda e íntimamente. Portan un rico repertorio de
mecanismos y oportunidades para crear hábitos y, por consecuencia, alterar preferencias y
creencias. El otro lado de la moneda es que las propias organizaciones dependen de la
existencia de un complejo de hábitos vinculado con reglas relativas a la afiliación, la
soberanía y la responsabilidad.
Un resultado práctico es que cualquier intento para crear o desarrollar una
organización o cambiar su estrategia, implica parcial, y necesariamente, el desarrollo de
hábitos acordados entre individuos. El mecanismo psicológico del hábito es algo mucho
más específico que el concepto, frecuentemente vago, de cultura organizacional. Lo que
resulta del enfoque aquí promovido es el centrarse más específicamente en los procesos de
formación de hábitos.
Nelson y Winter (1982), y otros, subrayan que las organizaciones encarnan rutinas
que involucran habilidades que desembocan en patrones de comportamiento. La rutina es
una estructura o capacidad generativa en una organización. Las rutinas son disposiciones
organizacionales para energizar patrones condicionados de comportamiento, que implican
secuencias de respuestas a señales en un grupo de individuos organizados.
¿Qué mecanismos psicológicos están implicados? La psicología hace una distinción
entre formas de memoria por procedimiento y otras más cognitivas, como la memoria
semántica, episódica o declarativa (Cohen y Bacdayan, 1994). La memoria que se da por
procedimiento la desencadenan eventos previos y estímulos. Las rutinas organizacionales
dependen de un grupo estructurado de individuos; cada uno con hábitos de un tipo
particular, muchos de los cuales dependan de la memoria por procedimiento.14
Las señales conductistas emitidas por algunos integrantes de una asamblea
estructurada por individuos habituales desencadenarán hábitos específicos en los otros. Así,
los hábitos de varios individuos los sostendrán de forma mutua en una estructura
interconectada de comportamientos individuales recíprocos. Juntos estos comportamientos
toman las cualidades colectivas asociadas con equipos. Tanto individuos como estructuras
están implicados en todo el proceso. La organización o grupo proporciona un ambiente
social y físico estructurado para cada individuo, incluyendo reglas y normas de
comportamiento, explícitas e informales. Este ambiente está constituido por las/los otros
individuos, las relaciones entre ellos y los artefactos tecnológicos y físicos que usen en sus
16
interacciones. Este ambiente social y físico permite estimular y canalizar actividades
individuales, que a su vez pueden ayudar a desencadenar el comportamiento de otros,
producir o modificar ciertos artefactos y ayudar a reproducir o cambiar partes de este
ambiente social y físico.
Los individuos tienen hábitos; los grupos tienen rutinas. Las rutinas son la analogía
organizacional de los hábitos. Sin embargo, las rutinas no sólo se refieren a los hábitos
compartidos por muchos individuos en una organización o grupo. Si éste fuera el caso, no
habría necesidad del concepto adicional de una rutina. Las rutinas son irreductibles sólo a
los hábitos: son meta-hábitos organizacionales, que existen en un sustrato de individuos
habituados en una estructura social. Las rutinas se encuentran en un estrato ontológico por
encima de los propios hábitos.
Debido en parte a la memoria por procedimiento, las organizaciones pueden tener
propiedades y capacidades adicionales importantes que no poseen los individuos, si se las
toma en rigor (Argyris y Schön, 1996; Levitt y March, 1988). La organización proporciona
el ambiente social y físico necesario para posibilitar actividades específicas, da pié a
hábitos individuales y despliega memorias en los individuos. Si una persona sale de la
organización y otra la reemplaza, puede que ésta última tenga que aprender los hábitos
exigidos para mantener rutinas específicas. De la misma forma que el cuerpo humano tiene
una vida aparte de las células que lo constituyen, la organización tiene una vida aparte de la
de sus integrantes. En general, el todo organizacional es más grande que la suma de las
propiedades de sus integrantes individuales, si se lo toma en rigor. Las propiedades
adicionales del todo surgen de las relaciones estructuradas e interacciones causales entre los
individuos involucrados. Esta es una proposición central en la tradición emergentista de la
filosofía y la teoría social (Blitz, 1992; Kontopoulos, 1993; Hodgson, 2004; Weissman,
2000).
Las organizaciones son entidades relativamente cohesionadas que frecuentemente
compiten con otras organizaciones por recursos escasos. La evolución organizacional
implica el desarrollo y reproducción de rutinas organizacionales y hábitos acordados entre
los individuos. Seguir a economistas evolucionistas como Richard Nelson y Sidney
Winter (1982), y científicos organizacionales como Howard Aldrich (1999), abre la
posibilidad de un enfoque evolucionista. No obstante la aversión que algunos científicos
sociales sienten hacia ideas tomadas de la biología, se ha demostrado que las ideas
evolucionistas son extremadamente poderosas en el contexto organizacional. Veblen (1899,
1919) fue uno de los científicos sociales pioneros del enfoque evolucionista con una fuerte
inspiración darwiniana. En un nivel apropiadamente abstracto, la teoría evolucionista ofrece
un marco general para entender tanto la persistencia como el cambio en una población de
unidades, incluidas las organizaciones. Es aquí donde convergen la economía evolucionista,
el institucionalismo vebleniano y la ciencia organizacional, creando una agenda viva para
seguir investigando.15
El autor está profundamente agradecido con Howard Aldrich, Markus Becker, Thorbjørn Knudsen y Jan-Willem
Stoelhorst por sus comentarios a las versiones preliminares de este trabajo.
Geoffrey M. Hodgson es profesor e investigador en estudios empresariales en la University of Hertfordshire, Hatfield,
Inglaterra. Es editor en jefe del Journal of Institutional Economics. Entre sus libros se encuentran Economics in the
Shadows of Darwin and Marx (2006); The Evolution of Institutional Economics (2004); How Economics Forgot History
(2001), y Economics and Utopia (1999). Ha publicado ampliamente en revistas académicas como se detalla en su página
electrónica (www.geoffrey-hodgson.info).
17
Dirección: The Business School, University of Hertfordshire, De Havilland Campus,
Hatfield, Hertfordshire AL10 9AB, UK.
Correo electrónico: [email protected]
1
Los orígenes y evolución de la economía institucional vebleniana se encuentran en Hodgson (2004). Este ensayo hace uso de una parte
del material de ese libro.
2
Searle (2005) tiene una definición distinta de instituciones pero hay cierta afinidad con su enfoque. Ostrom (2005) proporciona una
discusión legal de la naturaleza de las reglas. Hodgson (2006) demuestra que Douglass North se refiere a las organizaciones como
instituciones, contrario a la difundida mala interpretación.
3
Nótese que el individualismo metodológico trata de la explicación. Es diferente al individualismo ontológico, que implicaría la
afirmación la “sociedad consiste de individuos”, y del individualismo político que subraya los derechos individuales.
4
En los estudios organizacionales aparecen perspectivas que se quedan entre ambos extremos, tale es caso de Chatman (1989) y
Gerhart (2005).
5
Una versión muy similar la promovió el sociólogo estadounidense Cooley (1902), que influyó al institucionalismo estadounidense
(Hodgson, 2004).
6
Véase, por ejemplo, Ward (1903), Sellars (1926), Bunge (1973), Bhaskar (1975) y Weissman (2000).
7
El concepto de propiedades emergentes lo desarrollaron entre otros el filósofo Lewes (1875), el fisiólogo y filósofo de la biología
Morgan (1923). Para una historia de la idea, véase Blitz (1992) y para una defensa reciente véase Humphreys (1997). Ward (1903) y
otros usaron el término “síntesis creativa” más que “propiedades emergentes”. Para una discusión véase Hodgson (2004).
8
Giddens (1979: 233) describe la evolución como “cambio social, como el surgimiento progresivo de características que se supone que
un tipo particular de sociedad posee en sí misma desde su concepción”. Esta concepción de evolución no-darwiniana y “desarrollada” es
muy diferente de la economía evolucionista de Veblen (1919) o de Nelson y Winter (1982). Estos últimos ven la evolución económica
como un proceso continuo, imperfecto y no-teleológico de selección competitiva, que actúa sobre una diversidad de poblaciones de
instituciones, habitantes, costumbres y rutinas. La evolución en esta concepción no es necesariamente progresiva y es invulnerable a la
crítica de Giddens.
9
Un ejemplo es la idea marxista que el comportamiento del capitalista está totalmente determinado y con poca variación por la necesidad
de sobrevivir en un mercado competido. Para una crítica véase Hodgson (1999).
10
El tratamiento que se le da aquí al hábito, en tanto que disposición, es ampliamente consistente con el concepto de actividad “basada en
un programa”, de Vanberg (2002) que él insiste debe permanecer consistente con nuestro conocimiento de la evolución humana.
11
El término “causalidad descendente” tiene su propia historia (Campbell, 1974; Sperry, 1991; Emmeche et al., 2000). El significado de
la tercera palabra que se agrega —“reconstituyente”— lo explicamos en la nota 12 infra.
12
Esta versión de causalidad descendente “reconstituyente” es consistente con las condiciones “medio” de viabilidad que avanzaron
Emmeche et al., (2000).
13
Las condiciones formales de tal cohesión y algunas implicaciones para la teoría de evolución organizacional se encuentran trazadas en
Hodgson and Knudsen (2004b).
14
Véase Becker (2004) para una revisión de la literatura sobre rutinas.
15
No obstante, existen importantes diferencias en el punto de vista. Aldrich (1999) abraza la terminología darwinista, mientras que en
Nelson y Winter (1982) se encuentra más bien implícita. Hodgson y Knudsen (2006) y otros argumentan que un marco darwinista es
esencial para entender la evolución de las organizaciones. Estos dos últimos autores también abordan (en un texto de próxima aparición)
el problema y ambigüedades en torno al uso equivocado de la etiqueta “lamarckiano” para describir la evolución socio-económica. Esto
ha hecho aportaciones a la ciencia organizacional, incluyendo las de Hannan y Freeman (1989) y, Usher y Evans (1996).
18