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Transcript
Mensaje del rector José Narro Robles, Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM)
San José de Costa Rica
Marzo 17 de 2014
Buenos días tengan todas y todos ustedes. No puedo sino agradecer el gesto amable de esta
universidad, por múltiples razones, la última es por haber cantado aquí Bésame Mucho, de
Consuelito Velázquez, que por supuesto es una de las piezas que más nos identifican, en
nombre de mis colegas, de mis compañeros y compatriotas y de un servidor, muchas
gracias.
Saludo con muchísimo gusto al señor rector de esta extraordinaria universidad de Costa
Rica, el Dr. Henning Jensen Pennington. Me da mucho gusto que nos haga el favor de
acompañar el maestro Eliecer Ureña, el maestro Francisco Enríquez Solano, el alumno
Alejandro Madrigal, el señor embajador de mi país en Costa Rica, el señor secretario
general del SUCA, la señora vicerrectora de la Universidad de El Salvador, vicerrectores,
decanas, decanos, consejeros, universitarios integrantes de esta comunidad, colegas de la
UNAM.
Me advirtió el señor rector antes de bajar, que se habían agotado los aplausos, que se los
llevaban quienes nos deleitaron con esas dos interpretaciones.
Quiero empezar mi presentación agradeciéndole al señor rector la distinción que significa
haberme invitado, una vez más, a esta importante institución de educación superior, la
Universidad de Costa Rica, para participar en la Lección Inaugural del primer ciclo lectivo
de 2014.
También por supuesto el honor de que esta intervención represente parte de la apertura del
VII Congreso Universitario. Les expreso mis mejores deseos de que tengan resultados
fructíferos y provechosos.
Esta visita tiene además, para mí y para la Universidad Nacional Autónoma de México, la
satisfacción de que se inaugurará en unas horas más, el Centro de Estudios Mexicanos en
esta ciudad. Estoy absolutamente convencido de que el centro, establecido en colaboración
estrecha con la Universidad de Costa Rica, habrá de acelerar y de incrementar la
cooperación entre nuestras instituciones.
Con motivo del Congreso que hoy da inicio, se me ha pedido que aborde el tema del papel
actual de la universidad pública y su compromiso con la sociedad. Para ello, haré en
principio referencia a la dimensión histórica de la universidad, sus orígenes y
características. Posteriormente, me referiré a la función que la universidad pública
desempeña en la sociedad, particularmente en una región como la nuestra, marcada en parte
por los estigmas de la desigualdad y la pobreza.
Origen de la universidad
Para entender mejor la ubicación de la universidad occidental en la sociedad, al igual que
sus compromisos y responsabilidades, hay que recordar que se trata de instituciones
antiguas. Las primeras fueron la de Bolonia, Italia, establecida en 1088, y la de Oxford, en
Inglaterra, en 1096. Estas dos universidades cumplirán entonces aniversarios maravillosos,
mil años de existencia. Otras universidades también cumplirán aniversarios
multicentenarios, la de París próxima a festejar 900 años y la de Salamanca con 800, en el
próximo lustro, en el 2018.
Las universidades surgen desde el inicio como comunidades de estudiantes y profesores.
Ese es un hecho que no debemos olvidar porque constituye la base de las instituciones
universitarias de la actualidad. La presencia y relación de profesores y estudiantes ha sido y
es el fundamento insustituible de cualquier universidad.
Conviene remarcar, además, que desde su establecimiento, era ya notable la movilidad de
los universitarios: los profesores eran alentados a dar cursos y lecciones en otras
instituciones y a compartir su conocimiento. Los estudiantes, por su parte, se trasladaban
para aprender a cualquier lugar de su interés.
Aportaciones de la universidad
La universidad es una institución fundamental en la evolución y desarrollo de la sociedad
occidental. Es una institución dedicada al saber, que ha sido testigo y protagonista de los
cambios de la humanidad. Ha estado presente en las diversas etapas del desarrollo de la
colectividad en las épocas de las grandes expediciones, en el Renacimiento, en la
Revolución Industrial y, por supuesto, en la época moderna. Es un gran invento del hombre
y no sólo el producto de una etapa de su desarrollo.
Sin las universidades difícilmente la humanidad hubiera vivido la revolución-científico
tecnológica y las grandes transformaciones del siglo XX o la era de la Información del siglo
XXI. Muy difícilmente se hubiera logrado sin contar con los cuadros profesionales que se
han formado en las universidades y sin la investigación básica y aplicada que en ellas se
realiza.
La universidad, desde su origen, trabaja para cultivar, preservar, crear y difundir el
conocimiento en todas sus áreas, en todas sus expresiones. Trabaja para el porvenir,
siembra futuro. Ha persistido y superado las vicisitudes del tiempo y se ha adaptado a los
cambios del mundo porque su materia de trabajo, el conocimiento, siempre ha sido
fundamental para el desarrollo de la humanidad, lo es más en esta época. No sólo se ha
adaptado a las transformaciones de las sociedades, sino que muchos de los cambios han
sido promovidos desde las propias universidades.
La universidad ha mantenido su esencia durante sus casi diez siglos de existencia, pero sin
duda ha evolucionado y mejorado. De hecho, ha incrementado sus aportaciones y su
vinculación con la sociedad, por lo que hoy es indispensable en todas las latitudes. En el
mundo de hoy, además, cobra mayor relevancia por la centralidad que ha adquirido el
conocimiento en el desarrollo económico y social.
La universidad latinoamericana
En tanto institución, la universidad latinoamericana tiene características propias que la
diferencian de las universidades de otras regiones. Esto no es un señalamiento de
regionalismo, es un hecho. Nuestra universidad, la latinoamericana pública, es una
universidad comprometida y fuertemente vinculada con la sociedad, lo cual le impone
grandes retos que debe enfrentar y resolver.
Las primeras universidades de América Latina se establecieron, como sabemos, durante el
siglo XVI en Santo Domingo, Lima y México. En el caso de México, la Real Universidad
fue creada en 1551 e inició sus primeros cursos en 1553.
En la mayoría de los países de América Latina, una vez adquirida la independencia y
establecido el régimen republicano, se adoptó el modelo napoleónico para las
universidades, de manera que estuvieron abocadas fundamentalmente a la formación de
profesionales.
El movimiento estudiantil de 1918, en Córdoba, Argentina, fue un hito de gran importancia
en la universidad latinoamericana, pues representó el primer cuestionamiento a fondo de
estas instituciones, en el contexto de la emergencia de las clases medias urbanas que se
hacían
presentes
en
la
universidad.
Si la instauración de la república en nuestros países buscó separar a la universidad de la
iglesia, la reforma de Córdoba trató de separar a la universidad del Estado, mediante un
régimen de autonomía. Quiero subrayar que en nuestro ámbito, desde entonces, se
replantearon las relaciones de la universidad pública con la sociedad y, por supuesto, con el
propio Estado nacional.
Es pertinente destacar que el movimiento de Córdoba imprimió un perfil particular a la
universidad latinoamericana, sobre todo por el distintivo en la extensión universitaria como
una función académica y social de la universidad. Se buscó llevar al pueblo la cultura
universitaria y se estrechó la relación de las universidades con las necesidades de la
sociedad
a
la
que
pertenecen.
La preocupación por atender los problemas nacionales se incorporó como una de sus
obligaciones, mediante el cumplimiento de sus funciones sustantivas, que se definieron en
torno a la docencia, la investigación y la extensión y difusión de la cultura.
Para los países de la región, las tres funciones, resultaron insustituibles. Extender los
beneficios del quehacer y el saber universitario y difundir la cultura con la mayor amplitud
posible, resultan entonces una de las mejores maneras de cumplir el compromiso social.
Un atributo esencial de la universidad latinoamericana es la autonomía. El ejercicio de ésta
ha sido fundamental para el funcionamiento de nuestras instituciones. La autonomía,
debemos tenerlo siempre presente, no es algo estático, es un atributo en evolución y, por
ello mismo, en riesgo de sufrir retrocesos. Es necesario entonces, asumir y defender la
autonomía con responsabilidad porque garantiza la independencia respecto de los poderes
económicos, políticos o religiosos. Sólo con libertad de pensamiento puede mantenerse una
actitud crítica pero propositiva ante la sociedad. Sólo con la libertad de cátedra y de
investigación es posible cumplir debidamente con la encomienda.
Otra característica de la universidad pública hoy en día es la pluralidad que le caracteriza.
El ejercicio cotidiano de la tolerancia hace posible entonces, la coexistencia de diversos
puntos de vista, de perspectivas teóricas diversas y de distintas ideologías, incluso
antagónicas. La tolerancia es una virtud cívica que permite a nuestras instituciones vivir a
plenitud sus diferencias. La búsqueda de la verdad y de la belleza en todas sus expresiones
requiere de la apertura a la opinión del otro, demanda del debate informado, del diálogo y
de la posibilidad del disenso.
La universidad pública en la región ha generado espacios de libertad, democracia, justicia
social, apego al derecho, respeto a la diferencia, compromiso y aporte a la solución de los
grandes problemas sociales. Por cierto que al tocar estos temas recuerdo el pensamiento del
filósofo Ángel Gabilondo, quien ha reivindicado el derecho a la diferencia con una
condición, la condición
de que no
exista diferencia
de derechos.
Sin embargo, cabe señalar que un problema de origen de la universidad latinoamericana ha
sido esa tendencia profesionalizante y su consecuente tardía atención a las tareas de
investigación. Esto, junto a otra serie de realidades, ha ocasionado un retraso en la
capacidad de nuestra región para realizar investigación de vanguardia y desarrollar
tecnologías propias.
Nuestros rezagos, frente a los grandes avances que se registran en otras latitudes, nos hacen
ver la urgencia que tenemos de incrementar la investigación, el desarrollo tecnológico y la
innovación, particularmente en torno al estudio y solución de grandes problemas que
arrastran nuestros países: el rezago económico y productivo, sin duda, pero la desigualdad,
la pobreza, la exclusión de grandes grupos de nuestra región.
La Universidad en la era del conocimiento
Paso ahora a referirme a la globalización y a la sociedad del conocimiento. El proceso de
globalización, producto en parte de la revolución científico tecnológica, ha tenido avances
considerables en casi todos los ámbitos de la sociedad, con una enorme rapidez. Sin
embargo, hay que reconocer que los beneficios de esa gran revolución han sido desiguales
para las naciones y para los diversos grupos sociales dentro de nuestros países.
En el mundo globalizado persisten y se han agudizado viejos problemas, se han generado
nuevas tensiones y rezagos, se ha favorecido la concentración de la riqueza y se han
incrementado las desigualdades y la exclusión social. La brecha en el desarrollo de las
naciones y a su interior entre clases y segmentos sociales, en muchos casos se ha
acrecentado en lugar de disminuir.
Veamos el caso de América Latina. La desigualdad es un problema histórico y estructural
en esta parte del mundo. De hecho, la nuestra, no es la región más pobre, pero sí la más
desigual del planeta. Según datos del Banco Mundial, por ejemplo, en América Latina el 20
por ciento de la población de mayores ingresos concentraba en 2010, casi el 55 por ciento
de la riqueza de la región, mientras el 20 por ciento más pobre apenas acumulaba el cuatro
por ciento, una diferencia de casi 14 tantos.
Considerada como región, América Latina apenas ocupa la posición 77 en la clasificación
del Índice de Desarrollo Humano de 2013 y los contrastes con los países desarrollados son
francamente abrumadores cuando vemos el ingreso y las condiciones de vida.
Ésta es una de las grandes paradojas de nuestro tiempo, nunca como ahora habíamos tenido
tantos bienes, tanta riqueza, y nunca como ahora había estado tan mal distribuida. Es
increíble que en plena era del conocimiento, con tantos bienes, equipos y servicios, mucha
gente muera a causa de la desnutrición y las enfermedades infecciosas, prevenibles por
vacunación, por ejemplo. Evidentemente algo no funciona bien.
En este contexto, no puede negarse que la globalización ejerce presiones sobre las
universidades públicas. No son raras las pretensiones de que nuestras instituciones deben
estar más vinculadas a la producción de riqueza y a la formación de recursos humanos que
sepan usar las nuevas tecnologías. Por supuesto que nuestras instituciones deben hacer eso
y apoyar los procesos productivos, pero de ahí no puede derivarse que esa sea su única o
siquiera su principal orientación. Aceptarlo implica dejar de lado muchas áreas del
conocimiento, muchas disciplinas humanísticas y sociales, representa por ejemplo,
olvidarse de las artes y también de las ciencias básicas.
Es patente que en la sociedad y la economía del conocimiento son fundamentales la ciencia,
la tecnología y la innovación. Ello nadie puede desconocerlo. Pero tampoco podemos
aceptarlo como un designio incompatible con el cultivo de las humanidades y de las artes.
En este contexto se incrementa la importancia de la universidad pública. Y más, porque en
nuestros países la mayor parte de la investigación se realiza en ellas. Por ello, y ante un
mundo pragmático, hay que reiterar el valor humano que tienen las ciencias sociales, las
humanidades y las artes que son fundamentales para el desarrollo armónico de la sociedad,
de la cultura y de su progresiva y mayor humanización.
Necesitamos ciencia, tecnología e innovación para la producción, pero también se requiere
de innovación social. Necesitamos fomentar la creatividad para solucionar los difíciles y
antiguos problemas que padecen nuestras sociedades.
Para poner punto final a las situaciones indignas que enfrentan millones de personas es
necesario no solo buscar nuevas soluciones, sino incluso nuevos enfoques a los problemas.
Para eso no hay nada mejor que las ciencias sociales y el apego a los valores humanos.
Debemos tener capacidad para imaginar nuevos futuros para anticipar y crear nuevas
utopías, nuevos caminos para avanzar hacia la sociedad equitativa y justa que todos
deseamos.
Responsabilidad social de la universidad pública
Se puede afirmar, categóricamente, que las universidades públicas han hecho aportaciones
importantes a la sociedad, contribuciones que han sido fundamentales para el desarrollo de
los países de la región. Han contribuido al desarrollo de la vida social y a la búsqueda del
bienestar de nuestra población. Han favorecido la construcción del Estado de derecho, la
promoción y defensa de los derechos humanos y civiles, así como el fortalecimiento de la
identidad y la cohesión de la nación.
La universidad pública es parte esencial del sistema social, pertenece a la sociedad y está a
su servicio. Por ello, y porque se sitúa en la esfera pública, el quehacer universitario es un
bien público que adquiere sentido dentro de un proyecto de largo aliento que apunta a la
construcción de una sociedad más democrática y más justa.
Nuestras instituciones tienen grandes responsabilidades sociales. Las funciones de educar,
investigar y extender la cultura resultan entonces que no son fines en sí mismos, tanto
medios para responder a la sociedad y con la que interactúan. Las universidades cumplen su
misión de servicio de la colectividad al generar nuevos conocimientos y preservar los
existentes; al formar técnicos y profesionales, profesores e investigadores y al difundir la
cultura y el conocimiento.
El contexto social y económico en el que tienen que trabajar las instituciones públicas de
educación superior de nuestra región implica retos enormes cuando se tiene conciencia de
que una de las funciones implícitas de la educación superior es contribuir a la movilidad
social y a la mejoría de las condiciones de vida de la sociedad. Esta función no puede
hacerse a un lado nunca. Las universidades públicas constituyen con frecuencia la única
posibilidad de movilidad social que tienen muchos de nuestros jóvenes.
La universidad responde a las múltiples expectativas que sobre ella existen con una oferta
académica variada y de calidad, tradicional o novedosa, con programas de formación, con
proyectos de investigación en todas las áreas de la ciencia y con acciones de extensión
universitaria.
La universidad pública permanentemente refuerza sus acciones de servicio y sus tareas
académicas orientadas a contribuir con las estructuras de los estados nacionales para apoyar
los programas de erradicación de la pobreza, de combate a la intolerancia, la violencia, el
analfabetismo, el hambre, así como contra el deterioro del ambiente.
En las universidades estamos convencidos que tanto la educación superior como la
investigación contribuyen a que los gobiernos y las fuerzas políticas incluyan en sus
agendas los temas que más afectan a la sociedad. La razón y el conocimiento son poderosos
instrumentos para favorecer el cambio social y para que se acuerden políticas públicas que
favorezcan al conjunto de la sociedad y no a unos cuantos. En este sentido la universidad
influye en la política. No lo hace, por supuesto, desde las luchas partidarias de la sociedad,
sino desde el ámbito que le es propio, el de la academia. Confundir los términos lastima a la
institución.
Una responsabilidad fundamental de las universidades radica en elevar y garantizar la
calidad de sus actividades. La necesidad y exigencia de calidad es consustancial al trabajo
académico. Nadie puede sustraerse a esta aspiración y menos el cuerpo académico.
La exigencia de calidad es un compromiso ineludible de la educación. Quienes se colocan
del lado contrario, se oponen a la naturaleza de la academia, a la naturaleza del
conocimiento.
La calidad y la pertinencia social de los estudios universitarios, además de enriquecer y
vigorizar la vida política, propician una mayor responsabilidad ciudadana y fortalecen los
regímenes democráticos. Fomentan una mejor convivencia social mediante el cultivo de
valores laicos que permiten superar prejuicios y adoptar actitudes de respeto y tolerancia,
así como una ética de responsabilidad, de solidaridad y de compromiso social. Inciden,
además, en elevar el nivel de desarrollo humano sostenible de la población en general.
En las universidades públicas existe la obligación de poner la ciencia al servicio de los más
desprotegidos y en favor de la lucha contra las graves injusticias de hoy y siempre. El
carácter público obliga, además, a tener transparencia y a rendir cuentas a la sociedad.
Con todo lo hasta aquí señalado, se pueden entender fácilmente las razones por las que los
países desarrollados hacen grandes inversiones en investigación y enseñanza, ello les
permite avanzar de manera acelerada en la adquisición de nuevos conocimientos. Por ello
en esos países la educación superior tiende a ser universal. Los estudios universitarios en
esas latitudes han dejado de ser un privilegio para unos cuantos. La tendencia reside en que
en la educación superior participen todos los ciudadanos en edad de hacerlo.
En cambio, debemos reconocerlo, en nuestros países la inversión pública en educación
superior ha sido relativamente limitada. En parte por falta de recursos, pero también por
miras limitadas, por no atrevernos a contar con una política de largo plazo que mire al
conocimiento como una inversión socialmente redituable para el futuro.
Es necesario insistir en que la educación superior es un poderoso instrumento para abatir la
desigualdad para lograr una sociedad más justa. No es comprensible y provoca desasosiego,
que el conocimiento, su producción y transmisión no sean prioridades nacionales de primer
orden
en
algunos
de
nuestros
países.
Lograr que el conjunto de la sociedad, los diversos ámbitos de gobierno, así como el sector
privado entiendan el papel central que las universidades públicas y la educación superior en
general tienen en los nuevos esquemas del desarrollo es un reto del que no siempre
logramos salir airosos.
Es importante enfatizar que para los sectores más desfavorecidos la educación superior
constituye un medio importante para contar con mejores oportunidades de inserción laboral
en el sistema económico y tener mejores condiciones de bienestar social. Por ello resulta
imprescindible, promover y reivindicar el derecho a la educación, porque constituye la vía
primordial para la superación humana, tanto de individuos como de colectividades.
He sostenido en numerosas oportunidades y hoy lo reitero: concebir a la educación como
un derecho humano es uno de los mayores avances éticos de la historia. A medida que se
expande el papel del conocimiento, el derecho a la educación debe garantizarse a un nivel
cada vez más alto. Como bien público y social, la educación superior debe ser accesible a
todos aquellos que cumplan con los requisitos académicos necesarios.
Antes de proceder a hacer algunas conclusiones, permítanme referirme a un asunto
fundamental para las universidades públicas de la región, referirme al tema de la
cooperación. Es urgente que se establezcan redes y que se aprovechen de mejor manera los
recursos de que disponemos en nuestras universidades.
Debemos retomar la idea de que constituimos una comunidad de naciones hermanadas por
la cultura, la lengua, la historia y las tradiciones.
Debemos hacer lo necesario para favorecer la libre circulación del conocimiento, se deben
desarrollar sistemas de acreditación que permitan reconocer el valor de nuestros planes de
estudio y elevar su calidad con estándares adecuados a nuestra realidad.
Creo que cualquier estrategia al respecto debe considerar tres ejes fundamentales: la
movilidad regional de académicos y alumnos; la creación de nuevos modelos y
modalidades de intercambio, y el establecimiento efectivo de una carretera del
conocimiento a través del espacio común latinoamericano de la educación superior y la
investigación.
A manera de conclusiones
A lo largo de la historia la universidad ha sido básicamente la misma y, paradójicamente
diferente. Ha mantenido sus rasgos distintivos, aunque sus tareas y orientaciones pueden
expresarse en diferentes formas, en razón de los cambios y circunstancias de sus entornos
socioeconómicos y políticos.
La universidad ha sabido cambiar y adaptarse a los cambios de la sociedad, tanto a los que
ella misma genera, como a los producidos fuera de ella.
La universidad, como una constante a lo largo de casi mil años, es un espacio de vida
intelectual, de cultivo del conocimiento. Una institución de naturaleza académica. El
cultivo del saber es su razón de ser. Su vocación por el conocimiento y la cultura
constituyen en muchos momentos su especificidad.
Como organización y espacio de relaciones sociales que busca el conocimiento, requiere de
libertad para realizar sus tareas. Soy uno de los muchos que sostiene que por su innegable e
irremplazable papel en el desarrollo de las naciones, cometen un error grave los agoreros
que piensan que la universidad llegará a su fin en unos cuantos años.
No es cierto que la universidad tendrá ese desenlace debido a los avances tecnológicos.
Estos avances son, en parte, producto de su trabajo y la universidad sabrá no sólo adaptarse,
sino sacar el mejor provecho posible a las nuevas tecnologías, de hecho, en muchas de
nuestras universidades esto ya está sucediendo.
En la perspectiva del VII Congreso Universitario que ustedes inician hoy, quisiera
aprovechar la oportunidad para comentar algunas de las que son consideradas como parte
de las principales tendencias en la educación superior en el mundo.
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Primero, el aumento en la matrícula y la cada vez más rápida ampliación de la
cobertura en este nivel de estudios;
Segundo, la flexibilización de los planes y programas de estudio;
Tercero, la mayor movilidad de alumnos y académicos;
Cuarto, el desarrollo de modelos educativos basados en el aprendizaje, la capacidad
de búsqueda del conocimiento, la actualización permanente y la adquisición de
competencias profesionales de servicio;
Quinto, la articulación de los estudios de licenciatura con los de posgrado;
Sexto, mayores mecanismos de cooperación e intercambio entre instituciones;
Séptimo, la intensificación de procesos de evaluación y de mecanismos para
garantizar la calidad académica;
Octavo, la expansión de los servicios educativos a través del uso de las tecnologías
más avanzadas;
Noveno, la diversificación de los tipos de instituciones, sus funciones y fuentes de
financiamiento; y
Décimo, la transmisión sistemática de valores laicos que deben caracterizar a los
universitarios.
Las universidades públicas deben tomar conciencia de las tendencias mundiales sin perder
su rumbo ni su autonomía, y en particular, sin disminuir su función de hacer conciencia
crítica de la sociedad. Nuestras universidades no pueden aislarse de lo que acontece en el
mundo. Pero sus procesos de cambio deben realizarse sin que su libertad académica tenga
merma alguna.
Educar es formar y trascender, implica pensar en el ayer y ver al porvenir. Educar es
aportar con generosidad y transformar la realidad, la individual y también la colectiva.
Educar es aceptar que la verdad, la justicia y la belleza son posibles en nuestra sociedad.
Educar en la universidad equivale a formar profesionales con calidad y conciencia social.
Equivale a avanzar en nuestros saberes y a extender los beneficios de la cultura y el
conocimiento de todos los sectores de la sociedad y a todos los sectores de la colectividad.
Soy uno de los muchos convencidos de que en la educación y la cultura está el secreto de la
humanidad, el secreto de ser mejores. Ahí residen las armas del progreso individual y
colectivo. Sin educación no hay forma de combatir los problemas de ayer y menos de
prepararnos para enfrentar los de mañana. Es verdad que la educación no solventa todas las
dificultades de una nación, pero también lo es que sin ella no se resuelve ninguna de las
importantes.
La búsqueda de la verdad es tarea esencial de las universidades. Nuestras instituciones
constituyen espacios donde se abordan los problemas más urgentes que enfrentan nuestras
colectividades. En ellas se forman personas íntegras, con conciencia social y pensamiento
crítico y abierto.
Termino con la expresión de mi convicción de que la educación universitaria es crucial para
que podamos transitar hacia la sociedad del conocimiento en los años por venir. La
sociedad y el Estado deben aprovechar más la capacidad intelectual, la experiencia y el
conocimiento, así como la infraestructura y el equipamiento con que cuentan las
universidades.
Estimados colegas universitarios, señor rector de la Universidad de Costa Rica, ésta es la
tercera ocasión en que puedo dirigirme a la comunidad universitaria de esta gran
institución. Este es un tercer honor que se me concede, soy muy afortunado y eso sólo se
explica por la generosidad de esta universidad y de sus autoridades.
Cuentan conmigo y con la casa de estudios que represento. Larga vida a la Universidad de
Costa Rica, mucho éxito en este VII Congreso Universitario, deseo que alcancen los
objetivos que la tarea reclama, que sea por el bien de esta universidad y de nuestra región.
Felicidades.