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NADIE ENSEÑA A ENVEJECER por LEONARDO STREJILEVICH Nadie enseña a envejecer con dignidad. La mayoría de nosotros desea un significado para su vida; valores a los que valga la pena adherir que permitan vivir con dignidad; amor; buenas relaciones familiares y sociales; decidir qué es lo que no se quiere para apartarlo de nuestra vida. “Una cultura que no enseña a envejecer produce monstruos, jóvenes envilecidos por el racismo de la edad o viejos adolescentes” (Pauwels). Con la edad se pierden el ego de la patria, los mandatos familiares, el status social, el exitismo, la necesidad ser aceptados, de ser bien parecidos, de pertenecer; en el fondo todos estos eran lastres. “Envejecer no es para los débiles” (Bette Davis) y “La edad no te protege del amor. Pero el amor, de alguna manera, te protege de la edad” (Jeanne Moreau). Algunas personas partiendo de la nada han alcanzado las más altas cumbres pero todas mueren aunque sólo algunos han vivido; por eso no hay que tomar la vida demasiado en serio porque no saldremos vivos de ella (Hubbard). El mundo actual nos encuentra asistiendo a un fenómeno casi nuevo que es el aumento considerable en el número de hombres y mujeres mayores de 60 años que han hecho realidad la extensión de la esperanza y expectativa de vida. Este numeroso grupo de personas va demandando nuevas formas de reinserción en la sociedad de la que queda excluido a partir de la jubilación para la cual no hay previamente en la Argentina preparación alguna para afrontarla y adaptarse a la nueva situación. Los vertiginosos avances de la tecnología indican la necesidad de que los adultos mayores las comprendan, aprendan a utilizarlas y a servirse de ellas. La jubilación, en muchos casos, no es un jubileo sino el ingreso a un tiempo libre insustancial y vacío de contenidos y la dramática y cruel exclusión de la vida social organizada. Al perder el status laboral se pierde al mismo tiempo la posición social de sujetos productores que va aparejado con un importante deterioro socioeconómico. El tiempo para vivir se agosta y estrecha, no hay actividades gratificantes en cantidad y calidad y medios adecuados para llevarlas a cabo. Los adultos mayores tienen por suerte en la mayoría de los casos buena salud, lucidez, autonomía y capacidad de decisión, quieren participar y vivir plenamente. Todavía estamos lejos de que los viejos de nuestro país se organizen y busquen soluciones amplias a sus problemas comunes. Hay pocos jubilados o retirados activos y luchadores que reivindiquen sus derechos. Educación y personas mayores es un tópico descuidado y en muchos casos oculta un prejuicio acerca de la incapacidad de aprender que se cree poseen los adultos mayores; se puede aprender toda la vida siempre y cuando no medien trastornos cerebrales neurodegenerativos que lo impidan. No es posible ni conveniente que la educación siga estando exclusivamente al servicio del trabajo, la producción, lo que se ha llamado la vida útil o activa. Debemos dejar atrás el concepto de pasivos con lo que se suele denominar a los adultos mayores y darles las herramientas para crecer, crear, recrear, transmitir y aplicar sus experiencias, continuar con la formación personal al buscar y propiciar nuevas formas de enseñanza, las que se inscriben como educación para la actividad; crear nuevas estructuras y espacios para seguir aprendiendo y enseñando. Esto sin lugar a dudas mejorará su calidad de vida a la par que reforzará su estructura psíquica vulnerable por las transformaciones propias del proceso de envejecimiento. Enseñar a envejecer debe ser el eje central de cualquier educación para adultos mayores que no es otra cosa que enseñar a vivir, extender el horizonte de las potencialidades contribuyendo a que cada sujeto reconozca la dirección de su propio pensamiento y sus deseos. La formación personal de los adultos mayores en lo institucional no tiene que tener condiciones de ingreso, límites y plazos; es el uso personalísimo y principista de la libertad. La actividad, la educación permanente y el tiempo libre son tres dimensiones de la vida, donde la combinación armoniosa, a todo lo largo de la existencia, es la condición necesaria para el bienestar de los hombres y el equilibrio de las sociedades (P. Brasseul). Cuando un adulto mayor es enseñado para envejecer ese conocimiento hará que pueda disponer más eficazmente de sus posibilidades funcionales; conocer esas posibilidades lo llevará a la actividad creativa y estimulará su salud mental. El intercambio grupal y con la sociedad enriquecerá la vida diaria, facilitará la integración y el propio reconocimiento en la interactuación con los otros dando continuidad a su propia historia. Saber envejecer y demostrarlo preserva a los adultos mayores del prejuicio que tiene el imaginario social acerca del proceso del envejecimiento que generan actitudes de descalificación, menosprecio, violencia, paternalismo y carga pública. El envejecimiento es un proceso de transformaciones y cambios que exigen un trabajo de elaboración psíquica y de resignificaciones en el orden de la subjetividad, las relaciones intersubjetivas y por ende en su inserción en el orden social. Es necesario y se puede que las instituciones de nuestro país posibiliten los espacios que enseñen a envejecer y además promuevan el acceso al conocimiento de los adultos mayores en diversos campos, ofrezcan la posibilidad de seguir creciendo y aprendiendo, apoyen la formación integral permanente, incentiven el desarrollo de nuevos intereses y expectativas, propicien la construcción de un proyecto de vida renovado pese a la edad cronológica, estimulen la participación activa y creativa en la vida comunitaria. Creemos firmemente que instituciones como la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), el Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (Pami) y otras obras sociales, ministerios de educación y de desarrollo social, municipios, organizaciones de jubilados del país y sindicatos obreros deberían ocuparse de este tema y no lo están haciendo.