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El vendedor de cocos
Manuel Peña
Todos los veranos, cuando empezaba a caer sobre los cerros del puerto aquella
lenta lluvia de cenizas de los incendios de bosques, llegaba cabalgando en su
burrito el vendedor de cocos de palma.
Lo reconocíamos por el sonido de los cascos en los adoquines y de inmediato
salíamos a verlo. Aquella estampa confería gracilidad al barrio como si cada
uno de los vecinos se impregnara de una tierna humanidad.
Era siempre un niño moreno de pelo rubio, sucio y descalzo, que había estado
cortando aquellas ristras de coquitos en las quebradas de los cerros.
Luego bajaba y las vendía por unas monedas a los niños.
Nosotros, felices, nos íbamos al fondo del patio a golpear aquellos pequeños
cocos con una piedra para sacar de esas perfectas bolitas verdes el maravilloso
contenido de pulpa lechosa.
No era gran cantidad la que extraíamos pero nos gustaba ese tiempo para
compartir y jugar bajo aquellos almendros.
El niño del burrito volvía a montar y bajaba por la cuesta llevando su cargamento
verde. Nosotros seguíamos martillando aquellos extraños frutos por mucho
tiempo, hasta que dejábamos de oir aquel pregón con su voz débil y enfermiza:
- Cocos...coquitos de palma...
Un verano lo perdimos de vista. No nos visitó más por el barrio. Inclusive vimos
a su burrito deambulando por la quebrada de los lobos marinos, sin dueño.
Nos contaron que se había ido en un tren al sur. En "la Serpiente de Oro",
decían.
Y que no iba a volver más.
Unos vecinos que viajaron a Chiloé contaron que lo habían visto en una isla
arriba de un árbol. Y que por las tardes, montado en un asno azul, salía a
ofrecer manzanas confitadas a las novias. Otros contaron que lo habían divisado
en la vendimia del valle y que luego iba por las casas vendiendo uva en un
caballo con alas. Otros dijeron que lo habían visto cosechando estrellas en una
aldea de pescadores. Y que en la playa había encontrado una estrella que se
había apagado hacía millones de años. Que la había vendido en una fortuna
en una tienda de antigüedades. Y que con el dinero se había comprado un
catalejo para mirar la luna.
Pero nunca supimos si fue verdad.
Lenguaje y Comunicación 3º Básico