Download Caipiriña, es decir, cachaza, limón y azúcar:
Document related concepts
no text concepts found
Transcript
Ricardo Luiz de Souza Caipiriña, es decir, cachaza, limón y azúcar: Breve historia de una relación C achaza, limón y azúcar. Cuando contamos la historia de la caipiriña, nos refe- rimos a la historia de la relación entre los tres productos, una relación que es exitosa, duradera y cuenta con una legión de admiradores. Y, para hacer este relato, vamos a volver en el tiempo y contar, resumidamente, la historia de la cachaza y del azúcar. ¿De dónde vinieron? La caña de azúcar surgió en el Pacífico Sur, siguiendo un trayecto que la llevaría hasta la India, donde, por primera vez, cinco siglos antes de Cristo, se extraería azúcar de ella. Desde la India, emigró hacia Oriente Medio, región en que fueron creadas las primeras rutas vinculadas al producto. Desde allí, la caña llegó al Mediterráneo, siendo cultivada, más de mil años después, en las Islas Canarias, situadas en el Atlántico. Desde esas islas, fue transportada Sabores de Brasil 139 La cachaza, por su parte, fue concebida, en las primeras décadas de la colonización, en la Capitanía de São Vicente, donde actualmente es el Estado de São Paulo. Hacia fines del siglo XVI, se registraba la existencia de ocho ingenios dedicados a su producción. a Brasil, convirtiendo al Nordeste en su reino y transformándose, ya a partir del siglo XVI, en el principal producto colonial de exportación. La cachaza, por su parte, fue concebida, en las primeras décadas de la colonización, en la Capitanía de São Vicente, donde actualmente es el Estado de São Paulo. Hacia fines del siglo XVI, se registraba la existencia de ocho ingenios dedicados a su producción. Inicialmente, la bebida no tenía gran valor comercial y era preparada por los esclavos a escondidas, porque a sus señores no les gustaba verlos consumiéndola. Fue así hasta que ella conquistó definitivamente el gusto popular – incluso el de los señores – y se convirtió, finalmente, en un producto de exportación, participando en las rutas comerciales que involucraban el tráfico negrero, ya que había encontrado una enorme aceptación en África. El término “pinga” (gota) surgió del vapor producido por el lento proceso necesario para fermentar el líquido, en la medida en que, 140 al subir, se condensaba en el techo y goteaba. Y la pinga dolía cuando caía en los esclavos, lo que habría generado otro vocablo: aguardiente. Hipótesis controvertida, sin embargo, porque la bebida proveniente de la destilación ya era llamada por los alquimistas europeos, en el siglo XII, de aqua ardens. En el periodo colonial, surgió una diferenciación entre la bebida importada y la nacional. Se denominaba bagaceira la bebida destilada importada de Portugal, y la proveniente de Rio de Janeiro y de Minas Gerais recibía el nombre de cachaza. El nombre – cachacero –, que posteriormente sería la denominación dada al alcohólico, significaba, en la época, apenas el comerciante de la bebida. El término cachaza, por cierto, es específicamente brasileño. Un profundo conocedor del tema, como Câmara Cascudo, no sólo afirmó la inexistencia del vocablo en Brasil, sino que también afirmó nunca haber oído esa palabra en Portugal. En español, por su parte, la cachaza era una especie de vino de hecho del residuo del caldo de caña fermentado. La bebida conquistó rápidamente el gusto popular y se diseminó por el Brasil a medida que el país se iba poblando. En Minas Gerais – tierra de oro, de diamante, y de frío –, la cachaza encontró un terreno fértil para su producción y consumo. Los inconfidentes – rebeldes del movimiento ocurrido en 1789 en la capitanía de Minas Gerais contra la Corona portuguesa – llegaron a elegirla una especie de bebida nacional, símbolo de los brasileños. Antes que consumir el vino producido por los portugueses, considerado la bebida de los opresores, preferían tomar cachaza. Domingos Xavier, por ejemplo, uno de los líderes de la Rebelión, era dueño de un alambique y saciaba a los participantes de las reuniones con la cachaza que él mismo producía. Y, avanzando un poco más en el tiempo, cabe recordar que los reTextos de Brasil . Nº 13 Caipiriña. Fonte: Rio Convention & Visitors Bureau (Embratur) Sabores de Brasil 141 Normalmente, se producía la cachaza en pequeños ingenios, y su consumo estaba predominantemente vinculado a los sectores más pobres de la población colonial. volucionarios de 1817, en Pernambuco, también quisieron convertir a la cachaza en símbolo nacional, como respuesta a un nuevo intento de prohibición por parte de los renitentes portugueses. A ese ritmo, la bebida llegó a bautizar el puerto de Paraty, que se convirtió en sinónimo de “pinga”. ¿O fue Paraty que bautizó a la cachaza? El orden de los factores no tiene gran importancia, pero el hecho es que alambiques construidos por los portugueses surgieron alrededor del puerto allí construido. El Camino Nuevo, conexión entre Minas y el mar, facilitó la subida de la cachaza a las montañas, que ya tenían, sin embargo, diversos alambiques e ingenios que proliferaban, aunque como símbolo de cachazas más sofisticadas. La producción se diseminó rápidamente por la provincia de Rio de Janeiro, llegando hasta Campos de los Goitacases, un tradicional productor azucarero. Y tan importante era esta bebida, que la región acabó protagonizando, en 1660, la Rebelión de la Cachaza, cuando los insurrectos tomaron y gobernaron la ciudad de Rio de Janeiro durante cinco meses, contra las prohibiciones de fabricación y venta de aguardiente. Normalmente, se producía la cachaza en pequeños ingenios, y su consumo estaba predominantemente vinculado a los sectores más pobres 142 de la población colonial. En Minas Gerais, por ejemplo, la gran producción de aguardiente, en el siglo XVIII, se debió al mercado consumidor constituido por las comunidades auríferas, pero tuvo como factor determinante, igualmente, la posición peculiar de los ingenios mineros: sin tener acceso al mercado externo, especializaron su producción en el comercio local y de pequeña escala. Después de la Independencia de Brasil, el ciclo productivo continuó sin interrupciones, y Minas Gerais consiguió mantenerse, hasta hoy, como centro productor por excelencia. Así, dan testigo de la existencia de alambiques en el interior de la capitanía a lo largo del siglo XIX diversos viajeros que recorrieron la región en aquel momento. Richard Burton hizo alusión a la presencia de uno de ellas en Jaboticatubas, y el Conde de Castelnau, mencionó la existencia de otro alambique cerca de Juiz de Fora. Saint-Hilaire, por su parte, definió a la cachaza como “el aguardiente del país”. Por lo tanto, al igual que el tabaco, la cachaza pasó a ser moneda de cambio en el tráfico de esclavos, colocando al producto en un circuito económico que fue más allá del ámbito doméstico y orientando a muchos propietarios de ingenios hacia la producción de aguardiente con destino al comercio externo. Se creó, no obstante, una dicotomía, con los grandes ingenios, dedicándose prioritariamente al azúcar y tomando en cuenta al mercado externo, y los alambiques – muchas veces clandestinos y sin los recursos necesarios para la producción de azúcar y mucho menos el capital para adquirirlo, dedicándose, de modo exclusivo, a la producción de azúcar de caña cristalizada y cachaza, productos destinados, principalmente, al mercado interno. Cabe subrayar que no solamente la cachaza y el vino eran hábitos etílicos en el periodo coloTextos de Brasil . Nº 13 nial. Se popularizó, por ejemplo, el aluá, nombre africano dado a la bebida fermentada de maíz, de origen indígena. Incluso el consumo de la cachaza presentó variaciones, tales como el cachimbo, o la meladinha, cachaza con miel de abejas. El consumo de bebidas alcohólicas era comprendido, también, desde el punto de vista de un medicamento a ser utilizados en diversas ocasiones. Puede servir como fortificante, tomado de mañana o en situaciones que exigían un gran esfuerzo físico -, o como protección al organismo, en situaciones específicas. Económicamente, la cachaza era considerada un producto menos noble que el azúcar, porque se destinaba, predominantemente, al consumo local y, cuando era exportada, su destino era África, sin llegar al codiciado mercado europeo. A pesar de ser poco noble, resistió en el mercado y se volvió cada vez más popular. En lo que se refiere a la relación entre la cachaza y el vino, se creó, en el periodo colonial, otra dicotomía que todavía hoy se mantiene en los hábitos etílicos del brasileño. El vino estuvo presente en fiestas y tradiciones, como el coreto, reuniones festivas en las cuales los saludos, acompañados por la bebida, eran cantados. Permaneció, así, como una bebida tradicionalmente asociada a ocasiones solemnes y a la elite, al contrario de la cachaza; el vino de misa se volvió, en este sentido, una expresión proverbial. A partir de entonces, la cachaza pasó a ser una competidora incómoda para los vinos portugueses, lo que llevó a la Corona a prohibir su fabricación. La primera medida prohibitiva se remonta a 1639, indicio claro del éxito ya obtenido por la bebida. Sin embargo, nunca se consiguió alcanzar, ni siquiera remotamente, ese objetivo. Percibiendo que la prohibición jamás sería exitosa, la Corona prefirió rendirse al enemigo y explotarlo con diversos impuestos, como Sabores de Brasil la tasa instituida para ayudar a la reconstrucción de Lisboa, destruida por un terremoto en 1765, y el subsidio literario, instituido, en Minas Gerais, para financiar el pago de profesores reales. La bebida pasó a ser vista, con el transcurso del tiempo, como un fortificante y, más que eso, como un alimento imprescindible para los esclavos, lo que fue reconocido incluso en informes escritos por funcionarios de la Corona. A propósito, la cachaza y sus variaciones, como la cachaza con limón y miel, fueron vistas, desde temprano, como un “santo remedio” para gripes y resfríos, siguiendo una costumbre arraigada en el imaginario y en la farmacopea popular que, desde el inicio, le atribuyó a la bebida - consumida, por supuesto, en dosis adecuadas - funciones terapéuticas. En lo que atañe a la caipiriña, ella surgió cuando los esclavos, esos grandes experimentadores y creadores de la gastronomía brasileña, resolvieron mezclar a la cachaza con jugos de frutas que, como el limón, eran tradicionalmente ignorados por la elite blanca. La bebida tuvo como antecedente un cóctel de limón, también de origen esclavo, y se volvió completa cuando se le añadieron azúcar y cáscara de limón. El origen del término caipiriña permanece, todavía, obscuro, ya que no hay ninguna conexión histórica entre su consumo y la figura del campesino, habitante del interior brasileño, tradicionalmente asociado con las regiones de Minas Gerais y São Paulo. Tampoco se sabe cómo surgió el hábito de preparar cócteles con cachaza, siendo la caipiriña solamente una entre tantas, aunque la más famosa y, ciertamente, la más característicamente brasileña. El coco, el anacardo y la fruta de la pasión también son utilizados, además de otras variantes como la “leche de onza” (leite-de-onça), preparada con cachaza y crema de cacao. Todas 143 144 Cachazas curtidas. Foto: Christian Knepper (Embratur) Textos de Brasil . Nº 13 estas bebidas tienen antecedentes, como la jinjibirra, bebida fermentada hecha a base de frutas, jengibre, azúcar, ácido tartárico y levadura de panadería, llamada “cerveza de los pobres” y encontrada en el Nordeste hasta el comienzo del siglo XIX. En Minas Gerais, de la misma forma, se volvió común el consumo de un ponche preparado con cachaza, naranja amarga y azúcar. ¿Qué es, entonces, la caipiriña? Según la definición que consta en el Decreto n.° 4.800, del 2003, es “una bebida típica brasileña, con graduación alcohólica de quince a treinta y seis por ciento en volumen, a veinte grados Celsius, batida exclusivamente con cachaza, a la que se añade limón y azúcar”. Nacida de las manos y de la creatividad de los esclavos, la caipiriña logró status internacional, con el paso de los años. En los días de hoy, ya fue incluida por la Asociación Internacional de Barmen entre los siete clásicos de la coctelería mundial, transformándose en una bebida muy apreciada en países tales como Alemania y EE. UU., con considerable potencial consumidor y tradición etílica. En este mercado consumidor, Brasil busca ocupar su lugar, contando, actualmente, con alrededor de 30 mil productores de cachaza y alrededor de cinco mil marcas. La producción anual llega a 1,3 mil millones de litros, de los cuales 900 mil son industrializados y 400 mil provienen de alambiques. Las exportaciones ascienden a los 70 millones de litros, destinados a más de 70 países. La caipiriña, sin embargo, permanece como una bebida de fabricación esencialmente doméstica, aunque ya haya sido consolidado un mercado de caipiriñas industrializadas. Pero manda la tradición, también, que cada uno fabrique la suya, para consumo propio o para los amigos, o que, en bares y restaurantes, el barman prepare, la dosis de cada cliente. La bebida está, además, Sabores de Brasil Nacida de las manos y de la creatividad de los esclavos, la caipiriña logró status internacional. En los días de hoy, ya fue incluida por la Asociación Internacional de Barmen entre los siete clásicos de la coctelería mundial asociada con ocasiones festivas, especiales, no estando vinculada al consumo cotidiano, como es el caso de la cachaza. Preparar la caipiriña es, así, un ritual festivo, que no es accesible a todos: hay que saber prepararla, y es siempre alguien, considerado un especialista en el tema quien se encarga de esa tarea. Tradicionalmente, la bebida es vista como más suave y más aceptable socialmente, lo que genera una situación curiosa: el conocedor de caipiriña no siempre es un conocedor de cachaza, considerada muy fuerte. Caipiriñas y cócteles, de forma general, son, entonces, variaciones más festivas de la cachaza; así son vistas, así son consumidas. Ricardo Luiz de Souza Doctor en Historia de la UFMG. Profesor de la UNIFEMM - Centro Universitario de Sete Lagoas. Autor de “Identidade nacional e modernidade na historiografía brasileira: o diálogo entre Silvio Romero, Euclides da Cunha, Câmara Cascudo e Gilberto Freyre” (Belo Horizonte, Editora Autêntica, 2007) y de decenas de artículos publicados en revistas académicas, entre las cuales “Cachaça, vinho, cerveja: da colônia ao século XX. Estudos Históricos, nº 33- Rio de Janeiro - FGV, 2004. 145