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Gómez Sal, A. 2001. Aspectos ecológicos de los sistemas agrícolas. Las dimensiones del desarrollo. En:
Labrador, J. y Altieri, M.A.,(eds.) Agroecología y Desarrollo. Mundi Prensa. 83-119 .
Aspectos ecológicos de los sistemas agrícolas. Las dimensiones del desarrollo.
Antonio Gómez Sal. Catedrático de Ecología. Universidad de Alcalá.
[email protected]
1. Enfoques de estudio y dimensiones valorativas de la agricultura.
1.1 Sistemas agrarios
Una de las primeras evidencias que afloran a la hora de plantearse con cierta perspectiva un
análisis de la conexión de la agricultura con los sistemas naturales, es el carácter plural de sus
consecuencias y manifestaciones, vinculadas a campos del conocimiento diversos en su óptica
científica y motivos de interés.
Desde distintas disciplinas que tienen en común su enfoque globalizador u holista (entre ellas las
ciencias del oikos, Economía y Ecología) se ha reconocido desde hace tiempo la conveniencia de
adoptar la noción de sistema para el estudio de la actividad agraria y sus repercusiones sobre la
sociedad humana y la naturaleza. Surgen así distintas acepciones de sistema agrario o agrosistema.
Entre estas, la de agrobiosistema (Montserrat, 1961) tiene especial importancia por su carácter
precursor, anticipándose con intuición de futuro a otras formulaciones parecidas. Pedro Montserrat
enfatiza en el papel de los distintos tipos de seres vivos implicados en la actividad agraria y su
conexión con los factores ambientales, establece analogías con las regularidades o pautas
detectadas en los ecosistemas llamados naturales (los no modificados por el hombre) y concede
una especial importancia a la “cultura rural”, información empírica adquirida por la comunidad
humana, como factor regulador de la funcionalidad del sistema. El empleo del término
Agroecología, del que ha derivado el apelativo agroecosistema, tiene su origen y mayor
utilización en el ámbito de las ciencias agrarias. Una tradición arraigada enfatiza en su papel como
ciencia mediadora y de confluencia, resaltando que su destino es "rellenar el abismo conceptual y
práctico" (Harper, 1974) que separa a la Ecología y la Agronomía o soslayar el antagonismo que
existe entre las mencionadas disciplinas (Loucks,1977; Cox y Atkins, 1979, Altieri,1987).
En este trabajo entendemos la agricultura en su acepción amplia de actividad agraria, que incluye
las tareas agrícolas, forestales y ganaderas. La expresión general de sistema agrícola, sería
equivalente a sistema agrario o agrosistema y requiere ser adjetivado para indicar la perspectiva
sistémica desde la que se analiza (económico, social, productivo, etc.). La noción de
agroecosistema -el sistema agrario analizado desde la óptica de la Ecología- debe reservarse por
tanto para designar, con todas sus consecuencias prácticas y metodológicas, a un tipo especial de
“ecosistema”.
Como hemos discutido anteriormente (Gómez Sal, 1993) carece de sentido una disciplina
intermediaria entre Agricultura y Ecología si se tiene en cuenta que, a pesar de la frecuente
coincidencia en el objeto de estudio, existe entre ambas notable disparidad en su enfoque y
objetivos. La primera como ciencia y técnica aplicada a la obtención de productos, en especial
alimentos, mediante el control o explotación de los ecosistemas (actuando sobre determinados
seres vivos y los factores ambientales que influyen en su desarrollo), la segunda como ciencia cuyo
objetivo es conocer las regularidades en el funcionamiento de la naturaleza -incluyendo también la
modificada por la actividad humana-, lo que conlleva considerar sistemas de interacción complejos
que requieren metodologías y motivaciones particulares. El concepto de explotación en ecología se
refiere a cualquier acción que actuando de forma continuada en un ecosistema impide el avance
normal de la sucesión (ver Margalef, 1973). En ocasiones puede conducir a situaciones de
estabilidad alternativas; en exceso representa una importante causa de estrés y degradación.
El afán de definir una ciencia híbrida -de compromiso entre Agricultura, Ecología y otras- y no
reconocer la necesidad de compaginar los resultados, con frecuencia contradictorios, de
aproximaciones con distintos objetivos y valoraciones ha desenfocado a nuestro juicio las bases
conceptuales sobre las que deben plantearse los avances técnicos y científicos hacia la
sostenibilidad de la agricultura.
En la actualidad, la aplicación del enfoque sistémico al estudio de la actividad agrícola y sus
consecuencias se ha generalizado. Su utilidad radica en que permite combinar consideraciones
sobre efectos globales - el sistema considerado como caja negra - con los análisis detallados de las
interacciones en los casos que se estime necesario. Ambas aproximaciones, complementarias, son
imprescindibles cuando se trata con una problemática en la que actúan múltiples elementos organismos, condiciones ambientales, factores de producción, tecnologías, habilidades y
conocimientos empíricos, etc.- que además suelen presentarse organizados en compartimentos o
módulos (subsistemas) con estructura jerárquica, e intervienen de manera secuencial en los
procesos analizados; propiedades que se consideran como características comunes a distintos tipos
de sistemas (Aracil, 1986).
Reconocer sistemas supone identificar sus elementos relevantes (los que tienen mayor importancia
en su funcionamiento), que en conjunto forman la composición del sistema; las relaciones entre
estos elementos, identificando sus tramas organizativas y el tipo magnitudes que entran en juego
para cada relación (estructura del sistema) y por último un entorno, formado por los elementos
que influyen en el sistema o son influidos por él, pero no ambas cosas a la vez, pues en este caso
ya estarían incluidos en la composición.
Quizás debido a su común enfoque sistémico, suele producirse una confusión conceptual entre las
distintas disciplinas que utilizan el concepto de sistema para el estudio de la agricultura. Dicha
confusión proviene de que se ha identificado el objeto analizado (distintos tipos de consecuencias
de la agricultura, incluyendo productos, paisajes agrarios, modos de vida, o incluso el “sistema
agrario” considerado en su acepción genérica de método o procedimiento de uso de los recursos),
con la herramienta de análisis (la aproximación sistémica propia de cada disciplina), ignorando que
los sistemas agrarios son entidades distintas según el campo epistemológico o profesional desde el
que se analicen. Sus elementos son originales en cada caso y su composición y estructura son, por
tanto, muy diferentes.
Por el carácter de la agricultura como ámbito de confluencia en el que superponen problemáticas
muy variadas, las deducciones de las valoraciones aplicadas a ella desde distintos ángulos pueden
resultar abiertamente contradictorias. Un aspecto negativo de tal confusión es que impide avanzar
hacia una valoración integrada o multidimensional, precisamente por el lastre que ha representado
el no separar claramente atributos valorativos que son propios de las distintas acepciones de
sistema agrario. La confusión se manifiesta por ejemplo en cuestiones tan básicas para el tema que
nos ocupa como atribuir –incluso en foros internacionales importantes- a los ecosistemas la
propiedad de ser o no sostenibles, cuando es este un atributo que pertenece al “sistema de
producción”. En la práctica dicha confusión ha restando credibilidad, por interesadas, parciales y
poco útiles, a muchas valoraciones sobre los resultados de diferentes esquemas de desarrollo.
Pensamos en consecuencia que una reflexión que contribuya a aclarar y deslindar las competencias
teóricas, los objetivos y las metodologías de trabajo que diferencian los enfoques que se ocupan
del estudio de los “sistemas agrarios”, es imprescindible para avanzar en el necesario y tan
invocado dialogo entre las diferentes disciplinas interesadas en la agricultura y facilitar así el
hallazgo de alternativas que hagan viable una actividad agrícola productiva basada en los recursos
propios de cada zona y un tipo de desarrollo rural compatible con la conservación de la naturaleza.
Muchas de estas soluciones son agrupables en el amplio concepto de la agricultura ecológica. En
trabajos anteriores (Gómez Sal, 1993, 1995 a y 1998) he avanzado algunas de las reflexiones que
ahora presento de forma conjunta.
Contar con la posibilidad de que los resultados de la distintas perspectivas valorativas tengan un
carácter opuesto o claramente enfrentado, no significa atentar contra las bases sobre las que se
fundamenta el desarrollo de una actividad marcada por confluencia entre agricultura y ecología: la
agricultura ecológica, que requiere conocimientos sobre agroecosistemas y su práctica implica
defender de procesos ecológicos, sino mas bien al contrario, supone el ser consciente de las
limitaciones de los distintas disciplinas que convergen en el estudio de la agricultura, sus
condicionamientos mutuos, sus a veces difusas fronteras y su complementariedad.
Por ejemplo supone evitar la vaguedad en el empleo de conceptos como el de agroecosistema, que
en algunos textos se presenta como comodín poco comprometido sobre el que cada cual entiende
lo que le resulta mas próximo a su formación o conveniente según las circunstancias –atribuyendo
al sistema de producción propiedades que pertenecen al ecosistema, como la estabilidad, la
elasticidad o la diversidad (ver Hamblin, 1995, citado por Jiménez Díaz (1998)-, o la de una
noción de sostenibilidad alejada de su significado original de “posibilidades de que un determinado
uso o actividad sea sostenido o sustentado durante un periodo de tiempo indefinido”, que, tal como
indica Jiménez Díaz (1998), está siendo progresivamente substituido por algo relacionado con
“opciones morales sobre diversos escenarios globales, tales como el medio ambiente, la seguridad
en la disponibilidad de materias primas,..., el comercio mundial. etc.”. Otra idea de sostenibilidad
agrícola y de “agroecología” que concede especial importancia a los aspectos sociales, es la
mantenida por Sevilla (ver Sevilla y López Calvo, 1994, Remmers, 1998)
1.2 Visión sintética de las de las distintas acepciones de sistema agrario.
Denominaremos Sistema de Uso de Recursos (SUR) a un modelo concreto de interacción
población humana - naturaleza, consecuencia de la aplicación de un determinado esquema de
desarrollo y actividad agraria. Pretende destacar el carácter plural del resultado: paisaje, productos,
construcciones, modos de vida, incluyendo aspectos culturales y sociales.
En la Tabla 1, se representa una visión sintética de las características atribuibles a los conceptos de
sistema agrario más habituales, con énfasis en la distinta perspectiva valorativa adoptada. En una
primera aproximación nos interesa destacar tres enfoques esenciales en el estudio de la agricultura:
ecológico – su objeto de estudio sería el ecosistema agrario o agroecosistema -, de producción - se
ocuparía de los métodos y técnicas empleados para la obtención de productos agrarios -y
económico –interesado por analizar la viabilidad de un determinado sistema de uso de recursos -.
El reconocimiento de las diferencias entre los enfoques valorativos mencionados, es un requisito
indispensable para construir sobre bases sólidas la ciencia y técnica de la agricultura ecológica,
una actividad productiva –sistema de producción- que ya desde su raíz y planteamiento conlleva la
exigencia de entender de ecosistemas y de sistemas económicos.
Agroecosistemas
La idea de ecosistema proviene de constatar semejanzas, pautas repetitivas en la función y
estructura de la naturaleza en distintos lugares de la tierra. Se destacan los aspectos comunes, lo
que conduce a poner de relieve la existencia de regularidades y normas subyacentes, dependientes
del tipo de ambiente en el que el ecosistema se ha originado. El ecosistema no es una unidad
espacial concreta (cartografiable y sistematizable), una entidad física conspicua y bien delimitada,
sino un nivel de organización, una perspectiva de análisis –sistémica- desde la que se aborda el
estudio de las manifestaciones de la vida a una escala en la que los individuos, las poblaciones
biológicas y los factores ambientales, ligados por transferencias de materiales y energía,
constituyen los elementos básicos. Una de las propiedades del ecosistema es su capacidad de
mantener mas o menos invariantes (según el carácter del ambiente) ciertas características generales
que a la larga son útiles para su persistencia -ocupación permanente del espacio-. La diversidad
biológica –en su acepción más divulgada de biodiversidad- es, entre éstas, la que mayor atención
ha recibido en los últimos años, si bien no debemos olvidar el peligro de una simplificación
reduccionista que asimile este concepto a un indicador universal de calidad de los ecosistemas (ver
Margalef, 1991)
Los ecosistemas resultan de la interacción entre los seres vivos y la materia inerte, promovida por
las entradas de energía de calidad –en abrumadora mayoritaria se trata de energía solar-, y su
degradación progresiva. La formación y maduración del suelo, principal reserva de agua y
nutrientes, con su papel regulador de la evolución de los ecosistemas es uno de los procesos
ecológicos básicos en el medio terrestre. Otra regularidad importante es el incremento de
complejidad, no sólo de organismos sino también de diferentes tipos de materiales inertes
(orgánicos e inorgánicos). Diversidad de “estratos” u horizontes, bandeados de distintas naturaleza,
dimensión y escala, en las estructuras inertes. Mayor discriminación, organización, ausencia de
mezcla en los elementos que la componen. También mayor complejidad en la disposición espacial,
arquitectura, de aquellos elementos con mayor significado estructural, coincidentes en general con
los de menor tasa de renovación.
Estas tendencias sucesionales han sido comparadas a un acúmulo de información, de estructura, lo
que equivale a disminución de la entropía, en términos físicos. Naredo y Valero ( 1998) consideran
precisamente que el aumento de entropía que provocan los sistemas de producción –en el trabajo
citado se analiza el caso de la minería-, modificando el estado natural de los materiales, es un buen
indicador del impacto de dichos sistemas sobre la naturaleza.
También la sucesión, por incrementar la capacidad de previsión de cara al futuro, se ha comparado
a una capitalización. La información es una propiedad emergente, que aporta a determinados
elementos de los ecosistemas una capacidad de control muy superior a la que representan por si
mismos en términos físicos (energía, materiales). El valor cualitativo de la información mantiene
una cierta relación con la energía gastada durante los distintos procesos previos que han sido
necesarios para generarla. Es este el fundamento en el que se basan las propuestas valorativas de
Odum (1995, 1998) quien propone una nueva unidad de energía “con historia” (la emergía) y un
detallado esquema para su cálculo.
Los procesos de producción agraria modifican profundamente las características de los ecosistemas
sobre los que se organizan y apoyan. Como consecuencia de ello surge una nueva configuración,
nuevas proporciones entre los elementos del sistema, así como nuevos objetivos, fijados por la
población humana, que apartan la evolución del ecosistema agrario de las pautas habituales de la
sucesión ecológica o bien matizan este proceso aunque con frecuencia sin contradecir sus reglas
generales. En síntesis las características que diferencian los ecosistemas agrarios de los naturales
(Gómez Sal , 1993) serían las siguientes: son sistemas mas abiertos, con mayor tasa de renovación
de la biomasa y en consecuencia mayor velocidad de degradación de la energía utilizada por los
organismos; predominan poblaciones biológicas especializadas (razas ganaderas, variedades de
plantas cultivadas); se define un nuevo patrón de distribución espacial en el que aumentan las
asimetrías y los desequilibrios entre componentes con distinto grado de madurez (historia
sucesional). Existe una mayor afluencia de recursos externos al sistema que cambian sus
condiciones de fertilidad. La distribución espacial de éstos no es homogénea, determinadas zonas o
sectores espaciales se ven favorecidos, mientras que otros pierden o exportan recursos. Como
condición indispensable para la viabilidad de este entramado es necesario un control cultural en el
que la experiencia o el saber organizado de la población humana prevalece frente a otros agentes
de control. Se logra así una organización nueva con estabilidad alternativa -metaestabilidad-,
apoyada en buena medida por estructuras remanentes del ecosistema natural, que pasan a ser
elementos claves del agroecosistema: aportan madurez y cumplen una función estabilizadora
(Gómez Sal, 1988).
El enfoque ecosistémico para el estudio de la actividad agraria, al igual que sucede cuando se
analizan desde el punto de vista ecológico otros sistemas naturales, no es finalista, en el sentido de
perseguir un producto o resultado prefijado. Su objetivo es conocer cómo funciona la naturaleza,
los sistemas que la constituyen, incluyendo entre estos los modificados y regulados, con distinto
tipo de consecuencias, por la población humana.
Los humanos somos los responsables de mantener el nuevo equilibrio logrado por una cambio
profundo de elementos del sistema (potenciando unos, eliminando otros) y modificación de
procesos esenciales. Siguiendo la expresión de Montserrat (1961) el agrobiosistema -equivalente
a agroecositema- precisa ser “equilibrado por la actividad humana”. La intensidad razonable de
esta modificación dependerá en gran medida de las posibilidades que en cada caso existan de
mantener la funcionalidad del agroecosistema (procesos y elementos clave), lo cual no solo
representa un reto tecnológico sino principalmente social, organizativo.
Si el acumulo de información es un rasgo diferencial de los procesos de sucesión y teniendo en
cuenta que dicha información puede también presentarse en el formato de “información cultural” (
en el sentido de Margalef, 1965), podemos asignar a los agroecosistemas el atributo diferencial de
contar de forma destacada con este tipo de mecanismo regulador.
Sistemas de producción
Tratan sobre cómo utilizar el conocimiento y la tecnología, para obtener determinados productos a
partir de los recursos. Esta finalidad de producción de alimentos, fibras, etc., entendida con cierta
amplitud, es lo que define a la agricultura. El objetivo del este sistema, los productos agrícolas,
forestales o ganaderos, puede tener un carácter muy definido -canales cárnicos de un determinado
peso, frutas con aspecto, color, sabor y tamaño según la demanda del mercado-, o tan abierto
como para que pueda consistir en “un modo de vida”, una manera alternativa de relacionarse con la
naturaleza, dirigida tanto a conseguir un mayor bienestar para el agricultor que la practica como a
aumentar la variedad y la calidad de los alimentos de cara a un mercado más o menos selectivo. El
carácter finalista de estos sistemas hace que su valoración resulte mas inmediata que en el caso de
los agroecosistemas. Un procedimiento bastante habitual para valorarlos, es el “rendimiento”,
razón entre las magnitudes de entrada y las de salida, entendiendo por tales las distintas formulas
que relacionan, en términos no monetarios distintas magnitudes físicas, por ejemplo el producto
obtenido con distintos tipos de inversiones: cosecha / semillas sembradas, cosecha / trabajo o
energía invertida, etc.
Esta valoración “fisica” del sistema de producción coincide con el objeto de análisis de los
economistas denominados fisiócratas (ver Naredo, 1996, 1998), cuyos enfoques representan en el
historia de la economía el último eslabón que conecta lo físico con lo económico (Carpintero
1999). Sería el sistema económico antes de ser suplantado por el mas abstracto de la economía
monetizada que prescinde de realidades físicas tangibles. También en buena medida, si separamos
su componente tecnológico, el sistema de producción vendría a coincidir con el objeto de estudio
de la economía ecológica.
Sistema económico.
En la economía convencional la valoración se realiza en forma de cociente entre la inversión
monetaria y las ganancias, lo que determina la rentabilidad. En la mayor parte de los casos esta
tiene poco que ver con la racionalidad de la explotación agraria –SUR- desde los puntos de vista
ecológico y productivo. La valoración monetaria puede ampliar su campo de actuación a otros
aspectos de interés, asignando precios a las repercusiones del sistema de producción sobre el
entorno y los recursos -impacto de las extracciones, de la eliminación de los residuos,
externalidades, etc. -, lo que constituye el objeto de análisis de la economía ambiental (Azqueta,
1994).
2. Los compromisos funcionales (trade-offs) de la actividad agraria. Conexión entre las
dimensiones valorativas.
Si hacemos énfasis en la independencia de los distintos enfoques que confluyen en el análisis de
las consecuencias de la actividad agraria es decir de los Sistemas de Uso de Recursos, dichos
enfoques pueden ser considerados, como dimensiones valorativas del SUR, cuya teórica relación
espacial presentaría rasgos ortogonales. Su visualización simultanea en un modelo sintético
tridimensional (Figura 1a), permite apreciar con facilidad el carácter, más o menos conveniente, de
los distintas actuaciones posibles (SUR), acotando sus posibilidades de expresión sensatas para
cada tipo de ecosistema. La importancia relativa de las distintas dimensiones que intervienen
puede ponderarse posteriormente con un algoritmo de valoración aditiva o conjunta que otorgue
diferente peso (coeficiente) a cada una de ellas.
El modelo facilita el caer en la cuenta de la irracionalidad de determinadas actuaciones agrícolas y
de la necesidad de una planificación a mayor escala, que suplemente y aísle en la medida posible
el impacto negativo de las intervenciones duras o esquilmadoras. Una primera reflexión es que el
sistema -procedimiento, plan- de uso de recursos (las consecuencias de un determinado tipo de
desarrollo, el resultado de la actividad agraria) no es fácil que presente valores altos en todas sus
dimensiones -no puede ser altamente positivo al mismo tiempo para las distintas dimensiones-.
Esta situación sólo ocurriría en casos muy excepcionales, que se benefician de un entorno
favorable. Por el contrario, el interés de un determinado SUR dependerá de hasta que punto
responde al compromiso entre los distintos requerimientos o funciones a los que tiene que
responder. El esquema representado en la figura refleja estos compromisos funcionales o tradeoffs. El empleo de la denominación más divulgada en inglés, estable un paralelismo con las
situaciones (muy comunes en biología de organismos y en ecología) en las que se plantea la
necesidad de repartir recursos –disponibilidades energéticas o de otro tipo-, siempre limitados,
entre distintos destinos. En la Figura 2, se representan algunos ejemplos de “sistemas de uso de
recursos” (SUR), evaluados gráficamente mediante la asignación de distintos valores a los
diferentes ejes.
2.1 Conexión entre sistemas
Un determinado tipo de S.U.R es consecuencia de causas y motivaciones de muy distinto carácter
que pueden evaluadas independientemente. La Tabla 1 donde se comentan las propiedades de las
principales aproximaciones sistémicas referidas a la agricultura, dimensiones para juzgar los
efectos del desarrollo, sugiere algunos mecanismos de conexión formal entre ellas.
Al reflexionar sobre la teórica conexión entre los sistemas valorativos, el ecosistema – y por tanto
la valoración ecológica, su importancia como entidad natural, una parte de la biosfera- se revela
como la pieza más básica de un posible engranaje entre sistemas. Trata sobre propiedades
sustanciales de la naturaleza, rasgos funcionales inherentes a ella, que es posible alterar o
modificar pero no eliminar o sustituir sin riesgo de degradación irreversible. Estos rasgos
funcionales no son sólo evaluables en términos energéticos. El contenido en información como
propiedad de los ecosistemas confiere a muchos elementos constitutivos de los mismos una
capacidad de control de procesos muy superior a la deducible de un análisis energético que no
incorpore los tiempos de generación y las distintas categorías de información derivadas de la
posición jerárquica que un determinado elemento ocupa en engranaje del que depende la
funcionalidad del ecosistema.
El nivel de integridad de los ecosistemas afecta no sólo a los procesos productivos ( agricultura en
el caso de los agroecosistemas) sino en particular a muchas facetas del bienestar humano a través
de la calidad del entorno. Dicha integridad puede estimarse a través de procesos ecosistémicos que
son comunes, aunque con diferente importancia, a los distintos ecosistemas de la tierra. Como
ejemplo podemos citar la disponibilidad de agua no contaminada, “limpia”, la formación de suelo
funcional en el que se recuperen los nutrientes químicos y la capacidad productiva del sistema, la
generación y mantenimiento de diversidad biológica, la existencia de estructuras amortiguadoras
de estrés, o la persistencia en el sistema de materiales orgánicos ( madera, humus ) con tasa de
renovación lenta que cumplen varias funciones de las mencionadas.
La reflexión sobre la capacidad del ecosistema para sostener determinados usos sin modificar
algunas características o propiedades importantes, enlaza también con la idea de patrimonio
natural, en su acepción dinámica, es decir como una consecuencia de la interacción entre sociedad
y naturaleza. Este carácter lo hace en muchos aspectos indisociable del “patrimonio cultural”.
Hasta que punto pertenecen a uno u otro determinados paisajes agrarios valiosos -paisajes
culturales- o las estructuras armónicas y adaptadas que los componen ¿ son valorables en términos
energéticos, monetarios, o deben ser evaluados por una opinión ciudadana media en general mal
informada?. Las limitaciones ecológicas, derivadas de la forma en que funcionan los distintos tipos
ecosistemas según las características del ambiente en el que han evolucionado, es decir las pautas
de expresión de la influencia ambiental, determinan para cada situación unas posibilidades más o
menos adecuadas de usos agrarios. De esta forma, a pesar de que en determinada coyuntura
socioeconómica muy optimista se cuente con los medios tecnológicos y la disponibilidad
monetaria como para realizar casi cualquier actuación agrícola en cualquier lugar, muchas no son
deseables ya sea por el riesgo que entrañan o por su afección al patrimonio.
Como hemos indicado el ecosistema estaría situado en la base del engranaje o pirámide de
relaciones, siendo por sus menores posibilidades de recuperación frente a opciones no previstas, el
nivel de referencia -eje, dimensión- que admite menos improvisación en las modificaciones. De él
dependen los otros dos sistemas que hemos mencionado, pero sobre todo depende del ecosistema
la conservación de elementos y procesos que evitarían un desmoronamiento indeseado del
conjunto del SUR.
A pesar de las amplias posibilidades que ofrece la tecnología actual o la facilidad de inversión
económica y energética para modificar características del medio natural, las limitaciones
provenientes de los ecosistemas sobre los que actuamos deben representar la primera llamada a la
sensatez en la toma de decisiones sobre el uso de los recursos. La salud del ecosistema es el
fundamento esencial, imprescindible a la hora de decidir alternativas. De hecho el uso comercial y
popular del término “ecológico” –a pesar de la superficialidad y ligereza que con frecuencia le
acompañan- lleva el mensaje implícito de reconocer la necesidad de preservar aspectos básicos de
la naturaleza, jugando -a veces engañosamente- con el sobreentendido de que determinados
requisitos funcionales se mantienen aún en sistemas de producción sofisticados. Lo
contraproducente de este uso generalizado del término es la ausencia de un control objetivo,
científico, sobre el verdadero carácter “ecológico” de los productos que exhiben dicha etiqueta y
se benefician de ella. Es urgente que la agricultura ecológica se apropie de estas denominaciones a
través del necesario control normativo para salvar la credibilidad del nombre y añadir valor a sus
productos.
Numerosas catástrofes ecológicas, con sus repercusiones sociales, demográficas y sobre la calidad
de vida, como es el caso de la erosión y contaminación a gran escala, incendios, deforestación y
degradación de suelos, perdida valiosos paisajes humanizados, perdidas culturales de
conocimientos adaptados, han tenido su causa en haber actuado de manera que se ha superado la
capacidad de los ecosistemas para admitir determinados usos.
El sistema de producción ocuparía un segundo escalón o nivel en el engranaje, situándose
directamente sobre el ecosistema pero estando a su vez condicionado - siendo regulado, si se
prefiere ver así- por el sistema económico. En comparación con el ecosistema, es un sistema mas
dinámico cuyos cambios no dependen tanto de ritmos, procesos o potencialidades naturales, sino
de las capacidades y medios técnicos de cada grupo humano (sistema tecnológico), incluyendo
aspectos sociales y organizativos (estructura de la propiedad, régimen de tenencia, organización
social de la producción). El sistema de producción se conecta con otras esferas reguladoras de la
actividad agraria como son los sistemas social, administrativo o legislativo y canaliza la influencia
indirecta de estos sobre el ecosistema.
Para el tema que nos ocupa la variable de estado más relevante del sistema de producción es la
sostenibilidad. Esta propiedad nos permite valorar hasta que punto dicho sistema es compatible
con el ecosistema sobre el que se asienta. La producción puede estar planteada de manera
cuidadosa que incremente a la vez el capital productivo y el valor natural del ecosistema o de
forma esquiladora, destructora de la capacidad del ecosistema para poder seguir produciendo. Un
sistema de producción puede tener un elevado rendimiento y ser además sostenible, es decir estar
diseñado de forma que no comprometa la persistencia de funciones y procesos naturales clave. Por
el contrario con el mismo o menor rendimiento puede ser abusivo y destructor para el ecosistema.
No podemos compartir la idea, propagada por una visión mercantilista e interesada de la
naturaleza, de que cualquier uso puede llevarse a cabo en cualquier lugar, tratándose sólo de un
problema de oportunidad y costes. A nuestro juicio esta constatación - aparentemente obvia pero
que seguramente no lo es tanto a juzgar por la escasa atención que se le concede a la hora de
planificar los usos del suelo y las actividades productivas en la actualidad-, resulta esencial para
desarrollar la agricultura y en general la intervención humana en los ecosistemas, con criterios de
sensatez conservacionista. Tal como señala Naredo (1999), se aprecia en la actualidad entre los
planificadores y en la sociedad en general “una esquizofrenia que se refleja en la mucha
preocupación por penalizar los residuos, pero muy poca sobre el impacto de la extracción de
recursos”, o la planificación de los usos.
En el debate sobre la sostenibilidad, el sistema de producción es el gran olvidado. Hasta tal punto
que con frecuencia se presenta dicha problemática -importante desafío para la humanidad ( y en
especial para poblaciones concretas de muchos países en desarrollo)- como una cuestión
puramente económica o a lo más como el objeto de un dialogo entre las ciencias del oikos (
economía y ecología ). El modelo que proponemos considera el sistema de producción como una
pieza esencial del engranaje, independiente del sistema económico monetarista -aunque
inicialmente como ya hemos señalado pudiese identificarse con el objeto de estudio de los
economistas fisiócratas -, que debe ser valorado y analizado en si mismo, con independencia de sus
repercusiones “monetarias” dependientes de factores ajenos a este sistema.
Los recursos como interfase entre sistemas.
Desde nuestro punto de vista, los recursos naturales deben ser considerados como un resultado de
la interacción entre el ecosistema y el sistema de producción. No son entidades que aparezcan per
se en la naturaleza sino que requieren ser “creados” mediante inversiones energéticas (trabajo,
combustibles) y tecnológicas, normalmente con el añadido de insumos materiales (fertilizantes,
infraestructuras). Para que se mantengan con una configuración y disponibilidad útil, apropiada
para ser utilizados, deben ser atendidos y cuidados. Como ejemplo de recurso podemos citar el
suelo agrícola, las razas de ganado y las variedades de plantas cultivadas o bien una determinada
estructura forestal en la que se han favorecido determinadas especies, creando bosques maderables
o paisajes silvopastorales. Un fragmento forestal con funciones reguladoras del ciclo hídrico en
cabecera de cuenca, mantenido allí gracias a normativas antiguas de carácter conservacionista –
ordenanzas, etc., en definitiva intervención humana en la naturaleza, regulando los usos-, puede
considerarse también como un recurso en función del papel estratégico que cumple al preservar o
favorecer el conjunto de los ecosistemas situados aguas abajo. No lo sería sin embargo en sentido
estricto una hipotética masa selvática no modificada, que necesitaría hacerse accesible, abierta y
gestionada para poder ser utilizada por la población humana. No lo serían tampoco los yacimientos
mineros no conocidos ni preparados para su explotación, en los que no ha intervenido el sistema de
producción en su vertiente tecnológica.
Desde esta perspectiva los recursos tendrían la categoría de “elementos” de los ecosistemas
humanizados, siendo los agroecosistemas un caso particular de esta categoría de sistemas. Los
recursos agrarios dependen por tanto en igual medida del ecosistema del que proceden y del
sistema de producción que los ha originado y mantenido al crear el agroecosistema. El caso de las
razas autóctonas de ganado ejemplifica bien esta doble condición: proceden de especies propias del
ecosistema –las estirpes silvestres originales- y han sido configuradas, perfiladas, bajo el
imperativo de un sistema de producción concreto. Su transformación y mejora, partiendo del
sistema de producción en el que están incluidas, debería producirse también en consonancia con
una modificación (adaptación o “mejora”) del conjunto de dicho sistema. No es posible o viable
con cierta perspectiva de futuro, mejorar una determinada raza sin que cambien a la vez un
conjunto de elementos que la acompañaron en su evolución. El error de cambiar o mejorar
elementos sin cambiar consecuentemente el sistema de producción en su conjunto (varios
elementos importantes del mismo) ha sido causa de importantes fracasos históricos de la
agricultura, como es el caso de la llamada “revolución verde” cuyas consecuencias sociales y
ecológicas, muy conocidas y documentadas, han obligado ha cambiar de raíz los planteamientos
iniciales –simplificadores y creadores de dependencia- de este tipo de intervenciones.
Al analizar los recursos es importante tener en cuenta su distinta tasa de generación y renovación;
algunos tardan siglos en formarse y por tanto en recuperarse (es el caso por ejemplo de un antiguo
pastizal de montaña cuya composición en especies y la peculiar constitución del suelo que soporta
la comunidad vegetal dependen de una historia específica herbivoría, manejada por pastores
expertos; también es el caso de muchos “bosques” abiertos de nuestro país sometidos desde
tiempos remotos a sistemas de aprovechamiento múltiple). Otros recursos de hecho no son
renovables una vez que se degradan, por haber cambiado las condiciones socioeconómicas y
ecológicas en que se formaron. Claramente el problema de la conservación de este tipo de recursos
no es de inversión económica, sino de reconocer socialmente su importancia –quizás a través del
análisis de los distintos valores que llevan asociados - y aplicar la gestión consecuente y adecuada
para ello. En este sentido puede llegar a ser un grave problema la ausencia de conocimientos
adaptados –los que coevolucionaron con los recursos- que no pueden suplirse con una tecnología
improvisada.
Cuestión diferente, que debe ser planteada en un contexto específico de discusión sobre opciones
de desarrollo, es si la sociedad está interesada o no en conservar determinados recursos -si los
considera o no patrimonio- y que esfuerzo estaría dispuesta a aplicar en dicha conservación.
El sistema económico ocuparía el tercer eslabón de la conexión entre sistemas, restringiendo las
posibilidades de expresión y perfeccionamiento de los dos sistemas anteriores. Su finalidad es
asegurar la viabilidad de las poblaciones humanas, sus asentamientos, satisfaciendo demandas
cuya índole depende de las aspiraciones y objetivos de cada sociedad concreta. No sólo afecta a las
posibilidades de las poblaciones humanas de subsistir explotando determinados recursos, sino
también a las de realizarse como individuos y sociedades. Factores socioculturales (políticos,
históricos) determinan por tanto los sistemas económicos.
Las imposiciones del sistema económico serán diferentes si la valoración de los recursos se realiza
desde la perspectiva de la economía habitual, o desde la óptica de la economía ecológica. En este
caso las evaluaciones consideran con distintos métodos el impacto ambiental de los distintos
sistemas de producción (tanto de la “creación” o explotación de los recursos, como de la
eliminación de residuos) y no se realizan sólo en términos de inversiones y ganancias
exclusivamente dinerarias, sino incluyendo otras magnitudes como la energía y la transacción o
intercambio de determinados recursos. En este caso las evaluaciones estarían muy cercanas a la
racionalidad del sistema de producción.
El sistema económico convencional regula la entrada de dinero en el sistema de producción,
modificando su capacidad tecnológica y su impacto, e indirectamente también el insumo
energético, determinando así su influencia sobre el ecosistema. Es el sistema mas modificable de
los tres mencionados con innumerables posibilidades y alternativas teóricas, si bien su flexibilidad
se encuentra en última instancia limitada por el mercado y por la forma en la éste se organiza, con
mayor o menor conexión internacional.
La economía ambiental ha desarrollado sistemas valorativos -valor de uso, de existencia, hedónico
etc.- que, por traducir en dinero los servicios que prestan diferentes componentes de la naturaleza
(Azqueta, 1994; Costanza et al. 1997), juegan un papel importante como argumento socialmente
comprensible para valorar alternativas.
Ecología y Economía tratan, con niveles de abstracción y razonamiento diferentes, sobre un mismo
objetivo: el oikos, el “entorno” -en el caso de la economía sólo el entorno humano, con sus
componentes y atributos-; la ecología se ocuparía de entender la funcionalidad intrínseca del
mismo, su interacción con las especies, en particular con el hombre, y la economía de su
administración. Hemos visto no obstante que la conexión entre ambas no se efectúa directamente
sino, a través de un eslabón intermedio: el sistema de producción. El matiz es importante pues
,como hemos indicado, este sistema es el que cuenta con un atributo clave en los tiempos que
corren: el de la sostenibilidad (Gómez Sal, 1995). Para el ecosistema una variable de estado
equivalente sería la estabilidad, pudiendo esta consistir en la capacidad de recuperación frente a
perturbaciones (grado de elasticidad o recuperabilidad, resilience). En el caso del sistema
económico convencional, cuya finalidad es sobre todo reguladora y orientativa de las decisiones en
función de la asignación de valores y precios, la viabilidad económica sería una propiedad del
mismo rango que las anteriores por su capacidad informativa sobre el sistema y su dinámica
En opinión de Naredo, 1996 b. dicha economía “necesita reconvertirse, apoyándose en un enfoque
ecointegrador (campo unificado de la economía y la ecología), que abra la reflexión económica
hacia el mundo de lo físico -más allá del valor- si bien relacionándola con la habitual del mundo
monetario y ampliándola al mundo de lo financiero”. Señala también que los problemas planteados
terminan llevando a algunos especialistas hacia enfoques más sistémicos e integradores, “
superando el oscurantismo al que conducen las los enfoques parcelarios y adoptando un enfoque
económico más amplio que considere en toda su globalidad el patrimonio y los flujos físicos y
financieros sobre los que s apoyan las sociedades actuales”. El análisis económico para ser eficaz
debería englobar por tanto las tres referencias física, monetaria y financiera.
2.2 Consecuencias de las compromisos funcionales entre los sistemas
Un sistema de producción puede tener alto rendimiento, producir una estimable variedad y calidad
de bienes y no ser económicamente viable por su escasa rentabilidad. El precio de sus productos no
será competitivo con el de otros similares - no necesariamente de peor calidad - pero con precios
determinados por razones políticas o estratégicas en un espacio económico de amplia escala. La
fijación de los precios raramente considera determinadas características del sistema de producción
–cualitativas, difícilmente cuantificables- que podrían aumentar el valor los productos y tal vez su
precio en el mercado. Quizás la gran escala en la que, cada vez en mayor medida funciona el
mercado - el capital y la energía se mueven por canales progresivamente mayores y requieren
ámbitos de consumo, redes de comercialización, venta y publicidad, y de producción de dimensión
también creciente- sea la causa del estrecho margen existente para mantener y desarrollar sistemas
de producción basados en el detalle. En los S.U.R. tradicionales, las dimensiones de los canales
que regulan el flujo del dinero y de la energía son reducidas, siendo también escasamente
dinámicas las salidas de los productos al mercado. Un sistema de este tipo, que realiza sus
intercambios de forma lenta y cuidadosa –poseedor de alto contenido de información que le
permite bastante independencia del exterior-, conlleva una mayor discriminación en el uso los
recursos y en la ubicación y reparto territorial de las actividades. El resultado es un patrón mas
detallado -de grano fino- en la ocupación del espacio y la conservación en el ecosistema de
elementos y procesos que permiten mantener un nivel alto de integridad ecológica, de naturalidad.
En esta dialéctica, que opone canales amplios de transferencia de energía y dinero, a canales más
angostos y limitados, se ejemplifica la oposición entre una agricultura “industrial”, principalmente
dependiente de la rentabilidad económica en el corto plazo, y la agricultura tradicional, sometida a
espacios específicos de actuación, con restricciones de energía y recursos pero en posesión de una
lógica adaptativa que le hacia ser solidaria con la naturaleza y con las generaciones futuras.
La agricultura ecológica, basada en gran medida en los hallazgos y el acerbo cultural empírico de
la agricultura tradicional, mantiene con ésta un notable paralelismo en sus aspectos funcionales y
energéticos, lo que conlleva la preservación de un alto nivel de integridad en los ecosistemas sobre
los que se sustenta. El distinto contexto socio-cultural en que ambos tipos de agricultura,
tradicional y ecológica, se han desarrollado añade a esta última el rasgo diferencial o la posibilidad
de incorporar tecnología actual adaptada -conocimientos científicos y técnicos que enriquecen el
saber empírico-, así como asumir como objetivo la calidad de vida.
2.3 Coherencia entre los sistemas.
La proximidad de los centros de decisión.
Considerando en conjunto la relación entre los tres sistemas valorativos que comentamos, podemos
afirmar que el resultado final de su ajuste (el modelo de SUR) depende en gran medida del input
energético y monetario, pero también de la proximidad funcional y práctica de los centros de
decisión (económica, política) respecto al territorio agrario considerado. En condiciones de
precariedad de dichos inputs (energía y dinero), es cuando resulta ineludible extremar la
coherencia y el ajuste entre los tres sistemas. De forma ideal en esta situación las distintas
parcelas del territorio se utilizarían para lo que son mas adecuadas, se mantendría una variedad de
producciones básicas para el autoabastecimiento, que puede ir acompañada de una cierta
especialización en productos de renta con el mayor valor de mercado posible. Se garantiza el
reciclado ( elaboración de compost, estercolados, abono verde, rotaciones de cultivos) dirigido a
mantener la fertilidad de los suelos –no sólo química, sino principalmente orgánica y ecológica-,
así como la complementariedad entre la agricultura, los usos forestales y la ganadería, imitando de
esta forma el comportamiento de los ecosistemas naturales y preservando los procesos básicos.
En una situación como la descrita, cercana a los recursos y por lo tanto atenta a su creación,
diversificación y protección, se generan técnicas y saberes valiosos, que sin embargo pierden
vigencia cuando compiten con los planteamientos más simplificadores, gracias a su poderosa
capacidad e inversión y tecnología, de la agricultura industrial. Dichos saberes y conocimientos
adaptados son los responsables de la persistencia hasta la actualidad de algunos de los paisajes que
mas unánime aprecio e interés concitan como soluciones originales, autóctonas, para hacer
compatible la producción sostenible y la conservación de la base productiva, es decir la naturaleza
humanizada –los agroecosistemas valiosos-. Tal es por ejemplo el caso en nuestro país de ciertos
paisajes agrarios de tipo silvopastoral, sistemas basados en policultivo, praderías de montaña,
complejos paisajes de huerta y regadío, cuya evolución ha combinado influencias históricas y
adaptaciones ecológicas.
Además de obtener una alta productividad -con frecuencia la máxima sostenible para el lugar
donde se practica-, son sistemas compatibles con un elevado valor natural en el agroecositema
sobre el que se apoyan. El incremento del “capital productivo” -suelo fértil, árboles frutales,
ganado selecto, canalizaciones y acequias, etc.- tiene en estos sistemas una importancia singular.
Se cuidan, se seleccionan o se acondicionan estos elementos para transmitir el sistema, mejorado
en su conjunto, como en herencia a las generaciones futuras. La imagen del “bien limitado”, el ser
consciente de que la calidad de vida depende de la buena organización y gestión de los limitados
recursos con los que se cuenta y el interés en transmitirlos en buen estado, es una característica
diferencial de las sociedades campesinas tradicionales. El paisaje diverso y atractivo es en realidad
una consecuencia añadida –una externalidad-, aunque en buena medida responde también a una
imagen preexistente, basada en la experiencia transmitida por generaciones anteriores, de
adecuación y usos correctos, coherentes con las limitaciones ambientales. El estado de
conservación de algunos de los elementos mencionados del paisaje rural puede considerarse como
indicador del equilibrio y funcionalidad de los sistemas de uso de recursos (SUR).
Importancia de la escala
Al depender la viabilidad económica de una determinada actuación de desarrollo, así como su
rentabilidad, de políticas de precios bastante ajenas al rendimiento o productividad del sistema de
producción, muchas de las decisiones económicas tienen efectos desorganizadores sobre éste.
Fuerzan y trastocan los modelos productivos e incrementan sus repercusiones indeseadas sobre los
ecosistemas.
Una situación así, estaría marcada por el desajuste entre los tres sistemas, propiciado por la
supremacía del mercado y por la mayor disponibilidad de capital y energía. Debido a lo
impredecible, variable o extraño de los imputs y la escasa previsión sobre el destino o la
reutilización de los residuos, con centros de decisión económica y política cada vez más alejados
de los ecosistemas, los efectos las decisiones tomadas en escenarios económicos de gran escala
sobre los agroecosistemas valiosos, suelen ser destructivos. En esta situación resulta
imprescindible extremar las precauciones.
La consecuencia es la uniformización de los usos, la banalización el paisaje por perdida diversidad
y contenidos culturales, simplificación excesiva del suelo, eliminación de los retazos de vegetación
y estructuras remanentes del ecosistema natural -los retículos que cumplían un papel estabilizador,
regulador de flujos y transferencias-, lo que en conjunto conduce a la progresiva dependencia de
abonos químicos, pesticidas de distinto tipo por la generalización de plagas y enfermedades
resistentes .
Analizándolos con una visión temporal de mayor alcance, la viabilidad de estos sistemas
dependerá sin embargo de que la situación económica permita hacer frente al incremento
exagerado de insumos (precio creciente de la energía, los materiales, la tecnología) y de las
exigencias de calidad ambiental demandadas por población. Estas últimas, de marcado carácter
cultural dependientes la educación y la experiencia –que determina las actitudes y respuestas frente
a los problemas ambientales-, dependerán de la capacidad de soportar el vivir en un medio
contaminado o en un paisaje degradado y uniforme. No faltan ejemplos en nuestra sociedad sobre
actuaciones esquilmadoras y usos destructores que incrementan la dependencia, la necesidad de
subvención a las actividades agrarias y el desequilibrio ecológico y social -erosión, fuego,
abandono, invasión del matorral, perdidas de patrimonio, recursos y conocimientos adaptados – .
2.4 Otras dimensiones imprescindibles de la agricultura.
El la Figura 1 comentábamos sobre tres ejes básicos los modelos resultantes de considerar
diferentes casos de SUR, otorgando valores a las dimensiones valorativas que consideramos
imprescindibles para un primer análisis que enfatiza los aspectos ecológicos y económicos. Este
modelo resulta insuficiente en la mayor parte de los casos, siendo necesario incorporar otras
dimensiones cuya importancia, depende del contexto socio-político. En este caso podría emplearse
la alternativa representada en la Figura 1b y asignar igualmente valores a los ejes -ponderando
posteriormente según el peso que se otorgue a cada uno- para comparar situaciones diversas.
Comentaremos a continuación estos valores, cuyas características sintéticas, y su conexión con el
resto de los sistemas valorativos, han sido presentadas en la Tabla 1.
El valor cultural
A semejanza del valor ecológico, el valor cultural de un SUR tiene un marcado carácter
patrimonial. Junto a los conocimientos sobre el uso de los recursos (cultural rural) generados en la
lenta coevolución de las sociedades agrarias con la naturaleza, este dimensión cultural incluye los
aspectos históricos, arquitectónicos y las infraestructuras vivas e inertes que forman parte esencial
de los paisajes rurales (Gómez Sal, 1995 b). Por su estrecha relación con ciclos y procesos
naturales que han sido interpretados, gestionados y incorporados en forma de rutinas con finalidad
adaptativa a través de pautas culturales, este sistema valorativo se situaría conceptualmente muy
próximo al ecológico. Los conocimientos sobre los recursos, esenciales para el funcionamiento de
los ecosistemas seminaturales que acompañan a las culturas tradicionales e indígenas (González
Bernáldez, 1991), son generalmente más frágiles –se pierden y degradan más fácilmente- que los
recursos mismos y deberían ser por tanto considerados como una parte de la “diversidad
ecológica” ( Gómez Sal, 1996), indisociable de otras manifestaciones de la diversidad y por tanto
también objeto de investigación, catalogación y conservación. El sistema cultural, sería
difícilmente separable del ecosistema y tan grave como la erosión física producida por el abandono
de usos adaptados puede ser la “erosión cultural”, la perdida de conocimientos útiles sobre los
recursos y los ecosistemas en los que se han generado. Otro aspecto diferente de la cultura,
mediante el que se conecta directamente con el sistema de producción es su función tecnológica,
su utilidad para la explotación de los recursos y la obtención de productos.
El valor social
Una vez consideradas en conjunto las evaluaciones referentes a los tres criterios inicialmente
manejados y ponderado adecuadamente sus conexiones e importancia -el peso que se concede a
cada uno de ellos-, puede hacerse patente el hecho de que la que la realidad analizada -SUR- a
pesar de su relativamente escasa “rentabilidad”, cumple funciones sociales relevantes y por lo
tanto posee un valor añadido esencial, objetivamente diferenciable de los mencionados. Teniendo
en cuenta que el objetivo intrínseco del desarrollo económico es de carácter social, es decir lograr
el bienestar y la felicidad del ser humano, el interés o valor social de los SUR deberá ser también
un criterio básico de valoración, y un imprescindible argumento para su defensa. De hecho las
propuestas más coherentes de desarrollo sustentable incorporan la redistribución de la riqueza
(argumento social) como un requisito básico para el mismo, de rango comparable a la disminución
del impacto sobre los ecosistemas (ver Carpintero, 1999). Por otra parte la práctica de la
agricultura (en particular la ecológica) tiene también un valor en si mismo por constituir un modo
de vida, una manera de relacionarse con la naturaleza (Bello y González,1994). Uno de los
elementos del debate desatado en la reciente cumbre de Seattle (diciembre de 1999) fue
precisamente la defensa del “derecho” a tener como medio de vida un cultivo la tierra respetuoso
con los procesos naturales y acorde con las posibilidades que ofrece cada ecosistema, siguiendo “el
plan que la naturaleza ha establecido”.
El valor social está emparentado con el aprecio que un individuo y una sociedad concreta conceden
al ambiente ( ecológico, económico, social) que ellos o sus antecesores han configurado y del que
forman parte (sentido de pertenencia a una comunidad, a un territorio, a un SUR concreto). Un
modelo de naturaleza humanizada que además de proporcionar un medio de vida digno a la
población mantenga una adecuada integridad (ecosistemas, recursos, paisaje), facilita los
sentimientos de pertenencia y así como la identificación con un paisaje en su acepción más
completa que incluye aspectos perceptivos y emocionales, componentes sustanciales de la calidad
de vida que pueden potenciarse mediante una utilización cuidadosa y responsable de los recursos.
Por ejemplo la satisfacción de que se reconozca el trabajo bien hecho en la agricultura, la calidad
de los productos y sus consecuencias sobre el ambiente, el paisaje agrario, de forma que las
subvenciones a la actividad agraria no se efectúen sólo en función de la mera ocupación del terreno
o, lo que es aún más lamentable, por el abandono del mismo. La calidad ambiental de un entorno
bien gestionado representa además un atractivo sobre el que basar actividades productivas no
agrarias, entre otras el tan invocado turismo rural, que parece haberse convertido en la panacea
universal para todas las actuaciones, en realidad poco imaginativas, de desarrollo.
La importancia de la valoración “social” de un SUR resulta más clara cuando se aplica a
territorios situados fuera del primer mundo privilegiado al que pertenece nuestro país. El sin
sentido de una emigración no planificada desde los ámbitos rurales es mayor cuando, como ocurre
en países de los llamados “en desarrollo”, la única alternativa es engrosar cinturones de
marginalidad e infraviviendas en ciudades en crisis. Muchos de los sistemas agrícolas de
autoabastecimiento, basados en policultivos con alta diversidad y valores añadidos de distinto tipo,
deben ser investigados y mejorados antes de propiciar su sustitución por sistemas más simples, que
acarrean emigración, desarraigo y pobreza.
Para los países desarrollados, el valor social de un SUR dependerá en gran medida rasero de
calidad natural o exigencia ambiental exigido por la sociedad respecto al patrimonio común. Por
ejemplo la opción de que el medio rural conserve sus valores ecológicos y culturales –paisajes,
ecosistemas, calidad en sus contenidos- requiere mantener un nivel de población y un SUR
adecuado, con repercusiones sociales evidentes -evitación de catástrofes, cuidado de los recursosmanteniendo funcionales, con la imprescindible actualización, los agroecosistemas heredados. El
problema puede presentarse si, cuando el rasero de exigencia ambiental se eleve algunas unidades
–como ha ocurrido en los pasises de nuestro entorno -, nos encontramos con que hemos perdido,
por negligencia y desarrollismo unidireccional, la mayor parte de los contenidos valiosos del
patrimonio natural-cultural de nuestros agroecosistemas.
4. La dimensión ética. El rasero para la valoración del desarrollo.
4.1 Dos modelos de naturaleza, dos diferentes tasas de renovación
Como hemos comentado la idea de sustentabilidad demanda por su propia definición la existencia
un soporte o base ecosistémica, una referencia de “naturaleza apenas transformada” que sería el
sustento sobre el que apoyar el desarrollo. Algunos autores (Daly, 1996) se han referido a ese
soporte ecológico, indispensable para la actividad humana como la porción de naturaleza que va
quedando a medida que la humanidad ocupa la biosfera. En su visión dicha actividad es
fundamentalmente económica, de forma que la “economía” sería un subsistema de la ecosfera que
progresivamente se va apropiando de la misma. (Figura 3). La importancia del “soporte ecológico”
no sólo sería cuestión de superficie sino especialmente de contenidos: en nuestra opinión madurez
y funcionalidad de los ecosistemas (incluyendo agroecosistemas) que contenga.
Una vez postulado el deseable carácter “complementario”, es decir no enfrentado, de las porciones
representadas en la Figura 3 - en realidad pueden considerarse como dos modelos ecosfera con
distinta tasa de renovación - la humanidad debería plantearse el dilema de hasta donde puede
seguir extendiendo los límites de la transformación “económica”. Como primera medida y tal
como señala Díaz Pineda (1996) “este subsistema económico no puede seguir creciendo sin
internalizar los costes ambientales que ocasiona; en particular la alteración de los mecanismos
naturales de regulación”. Adoptando una visión excesivamente antropocéntrica puede decirse que
ambos sistemas deben “ceder” para llegar a ser compatibles, si bien en realidad el subsistema que
realmente requiere la complementariedad de la porción “natural” es el ocupado por la población
humana; la biosfera tiene sus propias vías de regeneración con o sin el hombre.
A diferente escala estas ideas también serían aplicables a un país, un determinado territorio o a una
población local en su interacción con la naturaleza y los recursos que utiliza. La principal
diferencia respecto a los modelos habituales de crecimiento económico radica en que estos no
cuestionan el impacto sobre la biosfera de la generación de recursos y del destino y eliminación de
los residuos.
4.2 El dilema de la capacidad de porte de los ecosistemas ¿quién la evalúa ?
¿ Que papel corresponde a la ecología en el estudio de los sistemas agrarios?. ¿Pueden servir sus
directrices y resultados como referencias básicas para definir actuaciones de desarrollo?. Nos
referimos al que preserva el capital natural, la capacidad del ecosistema para seguir produciendo,
el sustentable, cuyos planteamientos incluyen la solidaridad con las generaciones futuras.
Si la tarea de la ecología se reduce a identificar elementos y procesos importantes para conservar la
funcionalidad de los ecosistemas y a partir de ellos proponer límites y modelos óptimos de gestión,
la respuesta sería positiva. Pero el debate sobre desarrollo se inscribe en una perspectiva más
amplia, que claramente concierne a distintos sistemas valorativos llamados a contrastar sus
apreciaciones para una estimación ecuánime de los resultados de las actuaciones humanas sobre la
naturaleza. La valoración ecológica es uno más entre dichos criterios. Sin embargo la estructura
jerárquica de las relaciones de dependencia entre los distintos sistemas valorativos, su engarce
conceptual, revela el carácter básico, fundamental para la vida humana, del sistema estudiado por
la ecología; sus valoraciones deben recibir por tanto una especial de atención, representan una
ineludible referencia para valorar los logros del desarrollo.
Una vez reconocida la importancia esencial de valoración ecológica -en definitiva el análisis de la
integridad o salud del ecosistema, que sustenta el sistema de producción- , cabe preguntarse cual
debe ser la metodología, el enfoques y las unidades de medida empleadas en el mismo.
¿Tratándose de un tipo especial de ecosistema, es este un asunto exclusivo de la ecología –ciencia
de los ecosistemas- o pueden sus valoraciones ser suplidos por alguna otra disciplina que imponga
su racionalidad, estableciendo analogías y prestando su experiencia científica y técnica en
valoraciones, su acerbo metodológico, para un análisis estimativo del valor de dichas unidades
funcionales de la biosfera?. A mi juicio este es uno de los aspectos clave en el importante debate
sobre desarrollo y sostenibilidad, que con diferentes énfasis según los países está en la actualidad
planteado.
El artículo de Costanza et al.1997, sobre la importancia de preservar el capital natural y los
servicios ambientales de los ecosistemas, planteado desde una óptica económica, desencadenó en
Internet un amplia discusión sobre la idoneidad de los análisis económicos basados en la
asignación de un valor monetario para juzgar estos servicios ambientales. Aunque la mayoría las
opiniones ponderan los aspectos positivos del gran esfuerzo realizado, son también numerosas las
que critican dicha propuesta por insuficiente ( Tabla 2 ).
El mencionado artículo tercia indirectamente en la cuestión sobre el “tamaño” que debería tener y
los servicios que presta (o debería prestar) la porción de biosfera no modificada. Parece claro que
estos servicios -la preservación de determinados procesos naturales básicos, importantes o
imprescindibles para la vida humana- no sólo dependen de la cantidad de biosfera “protegida” sino
de la manera en esta articula su relación con la población humana. Ello incluiría aspectos
cualitativos y de conservación “horizontal” de la naturaleza, es decir los directamente relacionados
con la gestión concreta de los recursos, con el modelo de desarrollo -SUR- y que en definitiva son
bastante independientes del número y extensión de espacios protegidos declarados, muchas veces
mero instrumento de propaganda que oculta carencias graves de gestión en el conjunto del
territorio y en los propios espacios.
Se plantea así el problema de la capacidad de porte de la biosfera para la población humana,
problema que, cambiando de escala y referencias para el análisis, puede extenderse a otros
ecosistemas humanizados –territorio de un país, una comunidad rural, finca-, incluyendo los
agroecosistemas. Esta reflexión y en definitiva las valoraciones sobre los efectos del desarrollo,
pueden tener un cierto carácter retórico si se olvida que dependen en última instancia de un
acuerdo previo, con un profundo significado ético: qué modelo de “naturaleza” (ecosistemas,
recursos, paisajes) queremos mantener como entorno humano, considerando las distintas escalas
relevantes a las que se expresaría tal decisión y las exigencias que conllevan las diferentes
opciones.
Para asesorar en la adopción de esta importante decisión, el trasfondo en definitiva de la
Conferencia de Río, la ecología tiene que aportar valoraciones y argumentos básicos. Los
conocimientos sobre función y estructura de los ecosistemas y su interdependencia según escalas,
deben servir como consejo sobre la “porción” y el modelo de naturaleza que es conveniente
conservar, su configuración y contenidos, así como los riesgos que acarrean las distintas opciones.
La valoración ecológica informará esencialmente sobre dos aspectos, la capacidad sustentante del
ecosistema (estabilidad, recuperabilidad, etc.) y el valor patrimonial (contenidos del ecosistema
valiosos por su rareza, endemicidad, etc.; muy vinculado al valor cultural, por ser en general
independiente de aspectos funcionales, aunque puede ser un buen indicador de los mismos).
Otras valoraciones asesorarán sobre lo laborioso o complejo de la opción escogida, su viabilidad
social o política y los costes que conlleva en comparación con otras opciones, considerando
además perspectivas temporales diferentes.
No obstante detrás de todo ello aflora, en última instancia, la necesidad de una decisión ética.
Objetivamente son concebibles opciones muy diversas, dependen de nuestra exigencia sobre la
calidad ambiental y lo que incluimos en el concepto de patrimonio a conservar o incrementar.
También dependerá del nivel de riesgo que estemos dispuestos a asumir.
5. El desafío ambiental de la agricultura ecológica.
5.1 La calidad del entorno y de los productos como opción ética.
La distintas ópticas valorativas mencionadas están llamadas a cooperar para la mejor definición de
una idea -el desarrollo sostenible-, que tal como sugiere Naredo (1996) aburre por su falta de
precisión y su tardanza en aportar resultados prácticos. En opinión del autor citado “está sirviendo
para mantener en los países industrializados la fe en el crecimiento y haciendo las veces de
burladero para escapar de la problemática ecológica y las connotaciones éticas que tal crecimiento
conlleva”.
En los apartados anteriores hemos visto cómo el desarrollo es en realidad un objetivo del sistema
de producción. Es éste el que tiene como finalidad la transformación de la naturaleza, la
apropiación física y el uso de sus elementos, el control de sus procesos, articulándolos para la
creación de los recursos y el logro de determinados objetivos. ¿Qué se entiende por sostenible?.
¿Qué características debe tener la base o apoyo, el sustento del desarrollo, para que este se pueda
considerar sustentable?. La respuesta a estas cuestiones básicas exige que en esta fase de objetivos
se establezca el nivel de calidad del ecosistema que queremos mantener en nuestra relación con la
naturaleza (el valor que socialmente otorgamos un ecosistema “sano,” prefigura la opción ética
sobre las características que debería tener la base natural -el sustento- del desarrollo). Esta decisión
de carácter ético, consensuada por la sociedad, dependiente de sus aspiraciones y objetivos, afecta
a las restantes valoraciones que gravitan en torno a la sustentabilidad.
Sólo una vez establecidas dichas premisas de calidad ecológica, podemos discutir sobre cómo
hacer sostenible el sistema de producción, es decir compatible con los niveles de madurez,
integridad o funcionalidad deseados para el ecosistema el que se apoya.
Las valoraciones ecológicas tendrían la función de mostrar las consecuencias de la degradación o
la mejora ambiental, sobre los ecosistemas y la calidad de vida humana en cada territorio concreto,
prefigurar distintos escenarios ilustrando las condiciones de la vida humana en cada uno de ellos.
Aunque no se conocen los limites que podría alcanzar la transformación sobre la biosfera, tal como
señala Díaz Pineda (1996), “cuesta imaginarse la estabilidad de un planeta superpoblado de seres
humanos y sin otros espacios que los urbanos y los agrícolas”. Puede intuirse que la frase incluye
una prevención fundada sobre el riego que suplantar en exceso los mecanismos de control
naturales –biodiversidad, bosques, etc– por otros exclusivamente humanos (transgenicos, biocidas,
clones, suelos sin capacidad de regulación , entre otros).
El ecosistema es el poseedor del “capital natural” y este tendría éste un carácter de patrimonio, de
bien común aceptado y defendido por el conjunto de la sociedad. No se trata de algo abstracto o
sólo apreciable cuando se habla del conjunto de la biosfera, sino más bien un nivel de calidad
ecológica, objetivamente evaluable y plausible en las diferentes escalas en las que se manifiesta la
actividad humana. Desde una ciudad concreta exigente con la calidad de sus parques, la limpieza y
pulcritud de sus calles o la calidad de su atmósfera, hasta la comunidad rural que defiende el
paisaje como bien común, o el caso de un estado que legisla y asesora para incrementar la calidad
y el valor natural, la integridad de sus ecosistemas agrarios y naturales. El desarrollo será o no
sostenible en la medida en que afecte al capital natural en sus distintas escalas, depredándolo o
incrementando.
5.2 Algunos dilemas de la agricultura ecológica.
Teniendo en cuenta el carácter jerárquico del ensamblaje entre los sistemas valorativos
mencionados, cabría preguntarse ¿Como desarrollar sistemas de producción que manteniendo una
atención cuidadosa respecto al ecosistema que los sustenta, logren incrementar el “capital” y los
recursos del mismo y sean económicamente viables –rentables y si es preciso también adaptablesen las presentes condiciones de mercado?
Este es precisamente el principal desafío de la agricultura ecológica, el que le permitiría superar
su carácter de “alternativa capaz de aprovechar las rendijas, o espacios de producción marginales,
que deja la otra agricultura”, o esperar a que prosperen “los incipientes mercados emergentes que
demandan productos selectos”, y la convertiría en un verdadero planteamiento renovador de gran
alcance, capaz de proponer soluciones para lograr una relación aceptable de la sociedad con la
naturaleza en los años futuros. Superando la problemática que genera el abandono en el medio
rural, motivado por la desorganización e improvisación de muchos planteamientos de la agricultura
industrial, se favorecería la conservación de los valiosos paisajes humanizados, la calidad de vida,
la salud y aspectos culturales del entorno en los países desarrollados, y se encauzaría la solución
de los dramáticos problemas de supervivencia y gestión de recursos en los países en desarrollo.
Este dilema – el trasfondo del debate explícito en la cumbre de Seattle, 1999, la llamada cumbre
del milenio sobre el libre comercio a escala mundial-, propone un amplio campo para una
investigación de confluencia donde casi todo está por desarrollar. No se pueden pedir soluciones
competitivas e inmediatas a los planteamientos de agricultura ecológica –aún con sus técnicas
renovadas- cuando se parte de una situación de absoluta asimetría: el esfuerzo invertido en
investigación y desarrollo de esta línea práctica de la agricultura, es incomparablemente menor que
el dedicado a la agricultura industrial. El bagaje con el se cuenta proviene de la ya importante
experiencia empírica (ver Colmenares et al. 1994; Lampkin, 1998), pero sobre todo de las
soluciones encontradas por los sistemas tradicionales, cuyos saberes y técnicas -con
planteamientos para las distintas escales territoriales- deben ser sistematizados, interpretados,
contrastados y actualizados con el conocimiento científico.
Siguiendo las directrices y el impulso de la agricultura ecológica, la investigación científica
debería ir encaminándose hacia este fin e incorporar los logros seleccionados por la cultura rural a
través del lento proceso de interacción con los recursos. Como señala Díaz Pineda (1996) la
noosfera ha ocasionado una gran disipación de energía pero ha conseguido un acumulación
importante de información que debería ser el material necesario par una gestión ambiental más
lúcida. Tal vez sea posible aumentar la eficiencia de determinados procesos, su productividad,
ahorrando insumos de energía, agua, materiales pero incrementando el flujo de información -en
analogía con los ecosistemas maduros-.
La clarificación conceptual y las relaciones de las distintos sistemas analíticos con los que hemos
tratado nos puede ayudar a situar la practica de la agricultura ecológica en su indispensable
contexto social y ambiental con múltiples implicaciones en los modelos de desarrollo (SUR).
5.3 Agricultura ecológica y escalas locales
El ser consciente de los límites y posibilidades sugeridos por las condiciones locales y por el coste
real de ligar procesos que ocurren en distintas zonas -el precio ambiental del transporte-, debería
aportar sensatez a la hora de plantear los objetivos sociales del desarrollo, relacionando éste más
con el logro de la prosperidad y bienestar humanos que con el ansia exagerada de consumo. Como
indica Weiszäcker (1996) puede que nazca un nuevo conjunto de valores, que tenga más relación
con la conservación que con la conquista, con la diversión más que con las prisas, con la cohesión
más que con la competencia, con la diversidad más que con la estandarización, con la calidad más
que con el volumen.
A pesar de las escasas inversiones e investigación dirigida a mejorar la productividad o eficiencia
en el uso de los recursos en las sociedades donde éstos son baratos, con precios que no incluyen el
deterioro ambiental provocado por las extracciones, ni tampoco la generación de residuos y su
posible reciclado, podemos decir que existen soluciones para lograr productos de calidad en
cantidades suficientes y disminuyendo inputs externos. La tecnología deberá afrontar el desafío de
la calidad, la eficiencia y el ahorro, pero tal como alerta el autor citado “no limitando estos
aspectos a la productividad laboral (que sí ha aumentado 20 veces en los últimos 150 años) sino a
la productividad de los recursos, la ecoeficiencia. En muchos procesos es posible doblar la
eficiencia incluso con la tecnología disponible sin necesidad de grandes cambios de
comportamiento o infraestructura”. Weiszäcker y Lovins (1995) informan sobre alternativas
tecnológicas disponibles para aumentar la eficiencia energética en un Factor 4 sin necesidad de
reducir el bienestar de la población.
Es aquí donde entra con mayor crudeza el problema de la escala. ¿puede haber desarrollo
sostenible a escala local?. O será sólo una “sostenibilidad” pactada, sólo factible mientras duren
determinadas subvenciones y siempre contracorriente de las tendencias del mercado. En este caso
sus experiencias no serían generalizables y menos aún exportables a países para los que el
problema del desarrollo es de supervivencia. No conviene exhibir como “desarrollo sostenible” las
opciones de tipo “parque temático”, una isla en el territorio donde se preserven productos típicos,
ciertos aspectos folklóricos y paisajes subsidiados. Es preciso por el contrario propugnar un pacto
claro con la calidad -de los productos, del suelo, de los ecosistemas, del paisaje, de los
conocimientos adaptados-, profundizando en la racionalidad tanto ecológica, como productiva de
las explotaciones e investigando como afrontar las imposiciones del sistema económico habitual.
Pero ¿es esto viable con los irreales precios vigentes de la energía? El mismo Weiszäcker (op. cit.),
afirma que la única manera de conseguir que el desarrollo tecnológico cambie de rumbo es
haciéndolo rentable. Para ello, arguyendo que la eficiencia energética alcanzó su auge
precisamente en tiempos de crisis, propugna una reforma fiscal ecológica: la única forma - la más
elegante- de influir directamente en los precios de la energía. Sería preciso conseguir que los
precios reflejen la realidad ecológica y los de la energía deberían subir: “Hacer que los precios del
transporte reflejen la verdad ecológica es quizás el único proteccionismo legítimo, además del
menos burocrático y discriminatorio. El que quiera transporte debería pagar su precio entero. Es
una equivocación pensar que el transporte en sí es algo bueno para la economía. Reducir las
subvenciones no es suficiente. Los factores externos deberían tenerse también en cuenta (aplicar
impuestos a materias primas, al consumo esquilmador del agua y el suelo fértil, así como a ciertos
tipos de uso de la tierra); la economía en su conjunto se beneficiaría si los impuestos reflejaran más
o menos el coste social de la energía y de otros bienes básicos.”
Hay que tener en cuenta que dificultar el transporte no implica cerrar el paso a las transferencias de
información. Si la productividad de los recursos se convierte en un objetivo de igual importancia
que el de la productividad laboral, se descubrirá que el transporte excesivo -subvencionado- es una
de las principales causas de insostenibilidad por pérdida de eficiencia en los sistemas de
producción. Se favorecería el reciclado, al disminuir los desechos, mediante una utilización
eficiente. Por otra parte y completando la anterior propuesta, se sugiere que para evitar los
incrementos en el gasto público se deberían reducir otros impuestos, exacciones y cargos en una
cantidad equivalente.
5.4 Más argumentos para la sostenibilidad agrícola.
Una línea actual de trabajo de la ecología se refiere a cómo los ecosistemas responden a la
explotación humana, habiéndose descrito casos de interacciones muy antiguas en las que el
ecosistema presenta rasgos relevantes de madurez (González Bernáldez, 1991, Gómez Sal, 1995
b). Por ejemplo valores elevados de diversidad biológica, una apreciable representación de materia
orgánica estructural (en el suelo o en la madera), mecanismos muy probados de amortiguación de
estrés –doseles arbóreos, retículos de setos vivos- y de control de los procesos ecológicos, que se
explicitan tanto en la cultura rural -acervo de conocimientos sobre el uso local de los recursos-,
como en las infraestructuras, tramas y elementos que constituyen el paisaje agrario.
En relación con lo anterior, podemos afirmar que muchos objetivos de conservación de la
naturaleza están íntimamente ligados a la actividad agraria. La desconexión entre el sistema
económico convencional y la lógica de tipo adaptativo de los sistemas tradicionales de uso de la
tierra está causando la pérdida de un patrimonio natural valioso generado en dicho contexto y
relacionado en buena medida con la propiedad comunal y otras restricciones para explotación
abusiva de los recursos. La uniformización, asociada a un olvido del sentido cultural de los
agroecosistemas y SUR asociados a ellos y de la rica información ecológica de la que eran
portadores, es el destino más probable de estas configuraciones valiosas (Gómez Sal, 1995a).
De forma paralela a las actuaciones directas sugeridas en el apartado anterior encaminadas a una
valoración real de la energía, es preciso contar con argumentos claros que ayuden a crear opiniones
favorables a la conservación e incremento del patrimonio natural de cada país o territorio - su
correspondiente alícuota de biosfera de ciclos lentos, tal como se indica en el apartado 4.1 -. Para
ello es imprescindible la valoración plural –multidimensional explícita – de los sistemas de uso de
recursos y su resultado, el patrimonio natural propio de los ecosistemas humanizados. En definitiva
una valoración o seguimiento de los efectos del desarrollo sobre los distintos aspectos que
caracterizan el mencionado patrimonio. El debate actual sobre desarrollo (ver Carpintero, 1999)
considera importante evaluar la “huella ecológica” de los distintos SUR, la recuperabilidad de los
ecosistemas y conocer los estándares mínimos de seguridad a partir de los cuales se dispara el
riesgo de degradación y perdida de control.
En nuestra opinión y teniendo en cuenta lo discutido hasta ahora, el seguimiento y valoración de
las actuaciones de desarrollo ( entre otras las de la agricultura ecológica) debe efectuarse a través
de indicadores procedentes de los cinco sistemas de análisis que con sus distintos enfoques y
metodologías están implicados en la actividad agraria: Ecológico, cultural, productivo, económico
y social.
Las consideraciones éticas intervendrían en este modelo de dos maneras, la primera, tal como se
ha indicado, estableciendo el tamaño y características de la base ecosistémica o referencia natural
(evaluada desde la dimensión ecológica) sobre la que se apoya el desarrollo. En segundo lugar la
valoración ética puede constituir en si misma una nueva dimensión que estime desde su propia
perspectiva el sentido de determinadas explotaciones agropecuarias o modelos de desarrollo.
La escala en que funciona el mercado (ver apartado 2.2) es la causa de las enormes dificultades
para mantener y desarrollar con cierta autonomía sistemas de producción originales en las escalas
locales. Teniendo en cuenta que en los sistemas tradicionales de uso de recursos, las dimensiones
de los canales que regulan el flujo de energía y el intercambio de productos, son reducidos, el
sistema realiza sus transferencias de forma cuidadosa -con mayor información interna pero menor
control desde el exterior-, lo que conlleva una mayor discriminación en el uso del territorio y de
los recursos. Un resultado parecido se conseguiría al aplicar un precio más ajustado a la energía,
ganando en ecoeficiencia, tal como se sugería en el apartado anterior. El paisaje agrario puede ser
contemplado como una externalidad –una consecuencia valorable-, de este sistema.
Asistimos a un creciente desajuste entre las tendencias uniformizadoras de la economía y las
actividades que generaron y han mantenido hasta hace pocos años algunos modelos de paisaje y
sus contenidos positivos para la conservación de la naturaleza. Los precios de los productos
raramente incorporan estos aspectos cualitativos del sistema de producción.
Es imposible mantener a ultranza una configuración valiosa del paisaje cuando se desmoronan o
se tergiversan los usos que les dieron sentido. La alternativa es sustituir dichos usos -generalmente
diversos, procedentes de un SUR con fuertes rasgos de autoabastecimiento, con limitados
intercambios con el exterior-, por otros esenciales, simplificados, que incidan principalmente
sobre elementos y procesos clave del ecosistema. A través de la defensa de dichos procesos
básicos, que actuarían como referencia e indicador ambiental, podría organizarse la gestión y la
conservación adecuada del conjunto, ayudada por nuevas actividades productivas -sectores de
transformación y terciario-, propiciadas por la calidad global del nuevo SUR, que procuren
ingresos complementarios.
Las actuaciones que habría apoyar, en la línea del desarrollo agrario sustentable y con una óptica
de defensa y revalorización del patrimonio natural y cultural, son las relacionadas con tendencias
sucesionales, dirigidas hacia el logro de la estabilidad del agroecosistema, reducción de inputs,
ecoeficencia, uso de energías renovables. Cabe citar a modo de síntesis las siguientes actuaciones
(Gómez Sal, 1993, 1995b): mantener o recuperar fragmentos importantes de vegetación natural en
las zonas más frágiles y expuestas así como retículos intercalados entre las parcelas cultivadas,
atención especial al ciclo del agua y su calidad, el cuidado de las fuentes, acequias y balsas pequeñas lagunas, charcas ganaderas-, evitar la contaminación tanto la de los cursos superficiales
como de los acuíferos subterráneos; recuperación orgánica de la fertilidad en los suelos,
elaboración de estiercol, compost y rotación de cultivos; conjuntos de vallas tradicionales y
terrazas, así como determinadas modalidades de pastoreo asociadas a sistemas silvopastorales
valiosos, métodos de siega de los prados o de rotación de cultivos que favorecen la diversidad
biológica, contando además con las razas y variedades de plantas cultivadas autóctonas, adaptadas
a cada localidad. Buscar el valor añadido de los productos originales, propios de cada zona,
cuidando su calidad y la vías de comercialización.
Cabe destacar en esta línea los sistemas basados en el policultivo que además de una adecuada
producción -con frecuencia la máxima sostenible para las condiciones donde se practica-,
mantienen un alto valor natural en el agroecosistema. El incremento del “capital productivo del
sistema” –representado por el suelo fértil, los arboles frutales, el ganado selecto, infraestructuras
como canalizaciones y acequias, etc.- tiene en estas condiciones una importancia singular. Se
cuidan y se acondicionan los componentes de renovación lenta para transmitirlos en herencia a las
generaciones futuras. El paisaje diverso y atractivo que deriva de este tipo de gestión es una
consecuencia añadida, indicadora de equilibrio, debe ser uno de los principales apoyos,
objetivamente evaluables, de la agricultura ecológica.
Estimar los resultados del desarrollo y la agricultura ecológica considerando por separado
diferentes estimadores (valores natural y cultural, rendimiento, ecoeficiencia, rentabilidad, interés
social, etc.) puede proporcionar una imagen ajustada -con sus distintos ángulos y perspectivas- del
patrimonio que manejamos, sirviendo así de indicador del estado del mismo respecto a las
exigencias de calidad socialmente establecidas -rasero para medir la sostenibilidad del desarrollo-.
Estos indicadores, deberán valorar los costes de las actuaciones y estimar hasta que punto son
racional o éticamente convenientes -límites ecológicos, posibilidades del ecosistema-. El rasero de
referencia, trasfondo ético para la evaluación del desarrollo, estará representado por una imagen
ideal, debatida, divulgada y defendida explícitamente, sobre el tipo naturaleza (patrimonio natural
y cultural) que determinada sociedad considera conveniente y deseable.
Esta consideración patrimonial sobre los ecosistemas y entornos que habitamos y gestionamos, y
su consecuente evaluación, seguimiento y control, servirá para orientar la toma de decisiones y
dirigir el desarrollo en la dirección deseada. Seguramente la búsqueda de un estado estacionario o
estable respecto a los insumos físicos pero progresivamente eficiente en el logro del bienestar, a
través del incremento de información. Tal vez a partir de esa estimación conveniente puedan
establecerse estándares de calidad más exigentes a conseguir en el ambiente y puedan ser
admitidos como alternativa razonable los impuestos y leyes que impidan el abuso de la energía y
faciliten el esfuerzo de la ecoeficiencia, uno de cuyos principales apoyos es la agricultura
ecológica: obstaculizar las transferencias desorganizadoras, fomentar el desarrollo endógeno,
propiciar el desarrollo de los conocimientos y la tecnología adaptada.
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Anexo:
Leyendas.
Tabla 2. Apoyos y críticas al artículo "The value of the world´s ecosystem services and natural
capital publicado en la revista Nature por Costanza et al. (1997), surgidas en el forum Online de la
ISSE (International Society of Ecological Economics). Recopilación efectuada en el Departamento
de Ecología. Universidad de Alcalá ( Belmontes et al. 1998).
Figura 3. Obtenida de Daly, 1996. El primer modelo representa la economía como un subsistema
abierto que forma parte ecosistema suponiéndose un “mundo vacío”, la segunda representa el paso
de una visión económica convencional a un esquema en el que se valoran los impactos de la
apropiación y generación de recursos y de la eliminación y utilización de los residuos. El rasero
para medir la sostenibilidad de las actuaciones humanas depende de las características -extensión y
contenidos- de la naturaleza no humanizada (la periferia no transformada por la “economía”,
sustento de los sistemas de producción).
ECONÓMICO (E)
PR
OD
U
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IV
O
(P
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ECOLÓGICO (N)
Ecológico
a)
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Cultu
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d
Pro
vo
b)
Figura 1. Modelo en el que se representan los criterios o dimensiones que deben intervenir en la
valoración de los resultados de las actuaciones humanas sobre la naturaleza, incluyendo actividad
agraria, paisajes y en general distintos tipos de recursos naturales. a) La representación ortogonal
pretende indicar el carácter independiente de los criterios señalados b) Se añaden otras valoraciones
básicas ( Basado en Gómez Sal, 1998 a y b)
E
E
m
b
a
a
N
N
m
a
2.
P
P
1.
E
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a
b
b
b
N
N
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4.
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3.
E
E
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a
a
a
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N
b
E
P
P
a
5.
6.
b
b
N
b
P
7.
Figura 2. Algunos ejemplos del resultado de asignar valores teóricos a distintos tipos de Sistemas
de Uso de Recursos respecto a los tres criterios señalados en la Figura 1a. Se indican los valores
cualitativos a: alto, m: medio, b: bajo. La flecha señala la tendencia a aumentar o disminuir el valor
correspondiente del criterio, en cada una de las situaciones comentadas (Basado en Gómez Sal,
1998 a y b). Ver explicación en el texto y en cuadro adjunto.
Cuadro 1. Comentarios sobre los modelos de Sistema de Uso de Recursos
que se presentan en la Figura 2.
1. Sistema tradicional. La obtención de productos variados y en cantidad suficiente es
compatible con un alto valor natural. Para ser sostenible requiere atención y trabajo
importantes para mantener ciclos y procesos naturales básicos.
2. Sistema sostenible ideal, uso sensato o racional. Se mantiene alta la integridad del
ecosistema – la base productiva, capacidad sustentante- y su valor natural. El valor económico
aumenta mediante un incremento de la calidad y la originalidad de los productos y a través de
actividades complementarias propiciadas por el valor ecológico del conjunto.
3. Tradicional insostenible.
Ha forzado
la producción a costa de la degradación del
ecosistema.
4. Industrial insostenible. Muy dependiente de insumos externos y sometido a ciclos de
mercado. Profunda transformación y empobrecimiento del ecosistema.
5. Utópico o inviable. Sólo podría existir en situaciones especiales, como por ejemplo
ecosistemas cuya productividad está favorecida por la afluencia (natural o inducida) de
recursos, agua, fertilidad etc. , su valor natural por la estancia temporal de especies valiosas
que pasan parte de su vida en otras áreas. Los precios de los productos se benefician también
de una situación de competencia favorable.
6. Apoyado o subvencionado. Gracias a una protección estricta se mantienen
características naturales valiosas, que atraen actividades económicas rentables. Parques de
naturaleza, paisajes protegidos, jardines botánicos. Es una situación artificial, no generalizable
y típica de una política “vertical” de conservación de la naturaleza
7. Empobrecido. La producción se instala sobre un ecosistema degradado. Cuenta con muy
escasas posibilidades de sostener actividades productivas viables. Requeriría una difícil restauración
ecológica previa.
Sistema de
Objetivo
Valoración
Carácter
( Dimensión del
desarrollo
agrícola)
1.
Conocer la
ECOLÓGICO capacidad
No finalista
(Ecosistema)
sustentante
(integridad,
funcionalidad,
estructura ) de
los
agroecosistemas
y su valor de
conservación.
2.
PRODUCTIVO
(Sistema de
producción)
Obtención de
productos
agrarios.
Incluye
Finalista
Variable de estado
(Principal descriptor)
Magnitudes
Valoración
Ecológicas:
Biomasa, Energía
Diversidad, Rareza,
Información, Tiempo,
Espacio, Persistencia,
etc.
Eficiencias de
distinto tipo.
Cocientes entre las
magnitudes
anteriores.
Físicas:
Energía , Materiales,
Semillas, Cosechas,
Abonos, Trabajo, etc.
Rendimiento, razón Sustentabilidad
física entre recursos y
productos
(inputs/outputs)
Estabilidad
(recuperabilidad
valor
patrimonial)
Sistemas
físicos,
tecnológicos y
de gestión.
3.
ECONÓMICO
(Sistema
económico
convencional)
Asegurar un
medio de vida.
Puede incluir
los subsistemas
monetario y
financiero.
Viabilidad económica
Finalista
Monetarias:
Dinero
4. CULTURAL Documentar y
evaluar el
patrimonio
cultural.
Tiene un
básico, de
fondo,
comparable al
del ecosistema.
No finalista
5. SOCIAL
Asegurar el
(Sistema social) bienestar de la
población , la
calidad de
vida, atender
necesidades
básicas.
Finalista
Patrimoniales:
arquitectura,
artesanía,
infraestructuras,
conocimientos,
paisajes
culturales, etc.
Rentabilidad,
razón entre
inversiones y
renta
(ganancias)
Originalidad, rareza,
etc.
Desarrollo humano:
Indicadores de
Integración social, salud, desarrollo
cultura, etc.
Valor patrimonial
Equidad, redistribución
de la riqueza
Tabla 1. Dimensiones valorativas de los Sistemas de Uso de Recursos en la agricultura. Visión
sintética de sus principales características, analogías y diferencias. Explicación en el texto.Basado en
Gómez Sal 1995a y 1998 b.