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habitación en una cultura paleolítica o en una cultura urbana del siglo XX. SEIS LECCIONES SOBRE CONSUMISMO Jesús Paradinas Fuentes Doctor en Filosofía. Universidad de Tenerife. ÍNDICE 1. El consumo y las necesidades humanas. 2. Las necesidades humanas dependen de cada sociedad. 3. La función simbólica del consumo. 4. La publicidad. 5. La moda. 6. ¿Tiene futuro el consumismo? Bibliografía. 1. EL CONSUMO Y LAS NECESIDADES HUMANAS Todos somos consumidores, porque todos tenemos necesidades. Necesidad es la sensación de carencia de algo, unida al deseo de satisfacerla. Clasificar las necesidades es un intento imposible, porque el hombre es capaz de necesitarlo todo, incluso lo que no existe más que en su imaginación. De todas formas los psicólogos clasifican las necesidades del hombre en primarias o biológicas, absolutamente insoslayables, como son la necesidad de oxígeno, comida, bebida, refugio, y secundarias o culturales, que son menos ineludibles, al menos mientras no se consigan las primarias, como son la necesidad de seguridad, de pertenecer a un grupo, de prestigio social, de superioridad sobre los otros, de conocimiento e información, etc. Incluso las necesidades biológicas se ven afectadas por la cultura, por lo que varían con las diferentes épocas o sociedades. Pensemos, por ejemplo, en lo diferente que es para el hombre la necesidad de comida o de Consumo es el uso que hace el hombre de los bienes o servicios que están a su disposición con el fin da satisfacer sus necesidades. Estos bienes o servicios tienen utilidad para el hombre precisamente por su capacidad de satisfacer sus necesidades. Por lo tanto, el grado de utilidad es subjetivo, porque depende de cada individuo el que un bien o servicio le proporcione mayor o menor satisfacción de sus necesidades. Incluso para el mismo individuo la utilidad de un bien o servicio puede variar con el tiempo. Ya hemos dicho que el hombre puede llegar a necesitarlo todo, pero aunque no llegue a ese extremo, hay un hecho que complica la posibilidad de satisfacción de sus necesidades: éstas tienden a aumentar rápidamente, mientras que los recursos disponibles en cada momento para satisfacerlas son siempre escasos. Con el fin de satisfacer esas necesidades, el hombre realiza la actividad económica y, para solucionar el problema de compaginar lo ilimitado de las necesidades con lo limitado de los recursos, ha desarrollado unos conocimientos específicos en este campo de lo económico. Se trata de la ciencia económica, que podemos definir como la ciencia que estudia el uso alternativo de los recursos escasos con el fin de obtener bienes y servicios para que sean consumidos por las personas que componen la sociedad. Por eso, aunque un bien sea sumamente necesario, por ejemplo el oxígeno que necesitamos para respirar, si no es escaso, no crea ningún problema de consumo, al menos por ahora. Es un bien necesario, pero no es un bien económico. Antiguamente el agua, bien sumamente necesario, tampoco era un bien económico, se podía consumir a voluntad porque existía suficiente agua como para que todos consumieran la que querían. En la actualidad esto no es así, es un bien escaso y, por tanto, económico. ¿Cómo usa el ser humano los bienes y servicios existentes para satisfacer sus necesidades? Según la ciencia económica el comportamiento del consumidor depende de tres variables: 1. El precio de los bienes que desea consumir. Si los precios bajan, consumirá más y al revés. 2. El nivel de los ingresos del consumidor. Si aumentan sus ingresos, consumirá más y al revés. 3. De los gustos personales del consumidor. Consumirá más lo que más le guste. Esto es algo 1 subjetivo, porque la satisfacción que se obtiene al consumir un bien depende de cada uno. Sin embargo la ciencia económica pretende medir también el grado de satisfacción. Para ello ha elaborado dos conceptos: el de utilidad total y el de utilidad marginal. La primera se refiere a la satisfacción que se obtiene por el consumo total de un bien (v.g. la satisfacción obtenida por un sediento que consume cerveza hasta que le desaparece la sed); la segunda es la que se obtiene por cada unidad de consumo (siguiendo con nuestro ejemplo, con cada vaso de cerveza consumido). Se puede beber cerveza hasta que no se quiera más (utilidad total), o se puede beber uno, dos, tres, etc. vasos de cerveza (cada vaso proporciona una utilidad marginal). Ahora bien, es indudable que la utilidad marginal, la satisfacción que encuentra el consumidor, disminuye con cada unidad consumida, hasta llegar a ser 0 cuando está totalmente satisfecho. Según esta teoría económica, conocida como marginalista, el consumidor consumirá vasos de cerveza mientras encuentre en ello más satisfacción que la que puede obtener consumiendo otra cosa por el mismo precio que le cuesta el vaso de cerveza. Es decir, si la satisfacción obtenida por el quinto vaso de cerveza, por ejemplo, es menor que la que le proporcionaría una ración de aceitunas, y cuestan lo mismo, el consumidor pediría las aceitunas y dejaría de consumir cerveza. Ese sería el comportamiento de un consumidor racional, según la ciencia económica. Ahora bien, sabemos que no siempre el comportamiento del consumidor es racional. Frecuentemente, cuando un bien tiene un precio elevado, el consumidor le concede más valor que el que realmente tiene y, aunque su consumo le produzca realmente menos satisfacción que el de otro bien, lo prefiere por razones de prestigio social. Pensemos, por ejemplo, en los productos que se anuncian presumiendo de su alto precio ("el turrón más caro del mundo"). Sin embargo, este no es el único fallo de la teoría económica marginalista en su intento de explicar el comportamiento de consumidor. Como dicen los críticos de la ciencia económica, el marginalismo explicaría la actividad económica si las necesidades humanas fueran lógicamente anteriores a los bienes que las satisfacen. Veamos si esto es así. 2. LAS NECESIDADES HUMANAS DEPENDEN DE CADA SOCIEDAD La ciencia económica supone, como hemos visto, que el origen de la actividad económica está en la obligación de satisfacer las necesidades humanas. Es decir, el hombre tiene necesidades y la actividad económica produce bienes y servicios que lograrán la satisfacción de esas necesidades al ser consumidos. El consumo de los bienes sería el fin de la actividad económica: se produce lo que se necesita. ¿Es así verdaderamente? ¿El fin de la producción es satisfacer las necesidades existentes? El centro de todo el problema es la noción de necesidad. El hombre necesita alimentos, casas, vestidos, juguetes, coches, etc. y la actividad económica los produce y los pone a disposición del hombre para que los consuma y así satisfacer esas necesidades. Pero podemos preguntarnos: ¿existen realmente necesidades antes de que se produzcan los bienes o es la producción de bienes la que crea la necesidad? Para la ciencia económica las necesidades son algo dado, un dato que no varía. Lo que cambia son los ingresos de los consumidores o los precios de los bienes. La ventaja de este planteamiento es que permite analizar el consumo atendiendo únicamente a los factores mensurables de precio y renta. Pero en realidad también cambian las necesidades de los consumidores porque así le interesa al sistema socioeconómico. Las necesidades de los consumidores dependen de algo más que de su propia psicología sometida a la cultura de la sociedad en la que vive, dependen sobre todo de la producción. En otras palabras, la organización económica de la sociedad crea las necesidades y no al revés. Al analizar el consumo como si se tratase de un hecho individual, la ciencia económica enmascara la realidad: el consumo es un hecho social y, al menos en nuestra sociedad, el consumo se ha convertido en consumismo, porque los seres humanos consumen mucho más de lo que verdaderamente necesitan. Vivimos en una sociedad de consumo, una sociedad que induce al consumo no necesario, a comprar sin necesidad, porque sólo así se puede sostener un sistema económico basado en un incremento constante de la producción. En un cierto sentido todas las sociedades existentes han sido sociedades de consumo. Como hemos visto el ser humano ha tenido siempre que 2 satisfacer una serie de necesidades, ha tenido, pues, que consumir. Pero se trataba de sociedades en las que existía una gran escasez de recursos. La mayor parte de los seres humanos que han existido hasta ahora han pasado hambre y otras calamidades muchas veces a lo largo de su vida. Es cierto que en épocas pasadas también existió, como nos advierten los antropólogos, el consumo puramente suntuario, pero era algo esporádico, ritual. Incluso los que poseían grandes riquezas, apenas podían consumir, porque había pocas cosas que comprar. Sin embargo, en la llamada sociedad de consumo no reina la escasez, sino la abundancia. No hay normalmente escasez de bienes, sino exceso de ellos. Basta visitar las innumerables tiendas de los países desarrollados para encontrar en ellas prácticamente todo lo que se puede desear. Otra cosa es que se pueda adquirir todo lo que se quiere. Pero en nuestra sociedad, por ejemplo, los consumidores se acercan regularmente al supermercado y llenan hasta los topes uno o varios carros de la compra con todo genero de alimentos que puede ser que ni siquiera lleguen a consumir. En el primer tipo de sociedad, que hemos llamado de la escasez, la producción de bienes dependía de las necesidades. La necesidad creaba la demanda, la demanda la producción y la producción el consumo. Así, por ejemplo, se producían alimentos, vestidos o viviendas para satisfacer las necesidades de la población. En las sociedades de consumo, resultado del desarrollo de la revolución industrial del siglo XVIII, la producción debe crecer continuamente, para lo cual es preciso fomentar la demanda, crear las necesidades. En estas sociedades lo que interesa es el desarrollo del sistema productivo. Las necesidades de los ciudadanos pasan a segundo plano. Podemos, pues, afirmar que en las sociedades de consumo la producción crea la demanda, la demanda las necesidades y las necesidades el consumo. Esta secuencia puede comprobarse fácilmente, por ejemplo, en la fabricación de automóviles. Primero se proyecta un determinado tipo de vehículo y se produce, a continuación se crea la demanda transmitiendo a la población la necesidad de tener tal vehículo, finalmente será consumido por los compradores del mismo. ¿Cómo se pueden crear las necesidades y, a través de ello, fomentar el consumo? El mecanismo utilizado para ello es convertir en esenciales las funciones simbólicas del consumo. 3. LA FUNCION SIMBÓLICA DEL CONSUMO El consumo, como hemos visto, sirve para satisfacer las necesidades humanas. Recordemos también que las necesidades humanas eran difícilmente clasificables, porque el ser humano puede tener necesidad prácticamente de todo, incluso de lo que no existe, y porque incluso las necesidades primarias o biológicas se encuentran culturalmente condicionadas. A pesar de ello se puede distinguir entre necesidades primarias y secundarias. Pues bien, el consumo puede estar dirigido a satisfacer las primeras y diremos entonces que el consumo cumple una función sobre todo utilitaria, o a satisfacer las segundas, y entonces cumple una función sobre todo simbólica. La función utilitaria permite satisfacer las necesidades fisiológicas de la alimentación, de los vestidos, de la vivienda, etc. En cambio la función simbólica satisface las necesidades culturales, sea de tipo social, como son las necesidades de integración y diferenciación social (por ejemplo, la comida macrobiótica, la corbata, la casa en el campo), o de tipo imaginario, como es la necesidad de satisfacer de forma ilusoria los límites que existen en nuestras relaciones con los semejantes o con el mundo (por ejemplo, usando los mismos productos que personajes famosos, adquiriendo objetos de lujo o utilizando aparatos cada vez más sofisticados para hacer ver que dominamos el mundo). En nuestra sociedad, que es una sociedad de consumo, hay que convertir en esencial la función simbólica (sea social o imaginativa) del consumo, pues la función utilitaria, dada la abundancia de bienes de consumo que los hace accesibles prácticamente a todos, no es ya tan importante. En las sociedades de la escasez, la función utilitaria era, ciertamente, la esencial. Sin embargo, la ciencia económica, como vimos, se desentiende de ellas al estudiar únicamente la función utilitaria de consumo, con lo que logra enmascarar la auténtica realidad de las cosas: en las sociedades desarrolladas no se consume tanto por la utilidad que proporciona el bien, como por su valor simbólico. 3 En efecto, en la sociedad de consumo, el bien a consumir está cargado de significaciones, de sentido, interesa más por su simbolismo que por su utilidad. Por eso, el que va a comprar unas zapatillas de tenis no se conforma con la utilidad que le proporcionen (valdría cualquier par), sino que exige una marca determinada porque así se siente participante del prestigio social que concede a los que la usan la fama de la marca X. Ahora bien, para que los consumidores potenciales concedan mayor importancia a la función simbólica del consumo que a la utilitaria hace falta, en primer lugar, que tengan sus necesidades primarias satisfechas y, en segundo, que se les eduque en el consumismo. Lo primero se logra con el desarrollo económico del capitalismo industrial, lo segundo con la proliferación de los medios de comunicación social o medios de comunicación de masas, los llamados "mass media". El desarrollo de los medios de comunicación de masas y del consumismo son fenómenos paralelos, porque ambas realidades son interdependientes. Sin los "mass media" el consumismo no sería un fenómeno de masas, sin el consumismo los medios de comunicación de masas no existirían. Los "mass media" son medios de comunicación que pueden transmitir la misma información a un gran número de individuos de forma relativamente simultánea. Su nacimiento depende de la llamada revolución tecnológica del siglo XX. Los principales medios de comunicación de masas son, por orden cronológico de aparición, la prensa, la radio, el cine y la televisión. A pesar de su nombre, los medios de comunicación no son verdaderos mediadores entre el objeto a conocer y el sujeto que conoce. Se trata de verdaderos productores de realidad, los medios de comunicación deciden lo que existe y lo que no existe para la mayor parte del género humano. El consumismo, por su parte, como generalización del hábito de consumo no necesario, se ha basado en una intensa publicidad que induce a la adquisición de bienes superfluos y rápidamente sustituidos por otros, igualmente innecesarios y poco perdurables. Pues bien, los "mass media" han sido los encargados, mediante la publicidad, de dar a conocer a los individuos la existencia de esos bienes y, mediante la difusión del juego de la moda, de justificar la necesidad de usarlos. La publicidad, por su parte, permite vivir a los "mass media". Las cantidades que se invierten cada año en publicidad en los medios de comunicación son astronómicas. El consumismo, por lo tanto, no se entiende sin los "mass media". Los medios de comunicación de masas no podrían subsistir sin el consumismo. Ambos forman parte de ese género particular de sociedad que se ha llamado sociedad de masas. La sociedad de masas, nacida de la expansión del capitalismo, del triunfo de la industrialización y del crecimiento urbano y demográfico, supone la desaparición general de los elementos de diferenciación que diversificaban a los individuos en las sociedades del pasado. El hombre de estas sociedades, el hombre masa, es un ser identificado en sus gustos con los demás, sin identidad, aislado y sin verdadera convivencia, sin individualidad pero individualista, fácilmente manipulable, sin verdadera libertad, egoísta y amoral. La cultura de estas sociedades, la cultura de masas, está fabricada por el mercado, depende de los "mass media" y rinde culto a la tecnología. Esa homogeneización de los comportamientos y los gustos del consumidor se consigue, sobre todo, haciendo publicidad e imponiendo una moda. La publicidad y la moda son, por lo tanto, los principales agentes de incitación al consumo. Veamos a continuación como actúan en la sociedad de consumo. 4. LA PUBLICIDAD Publicidad es una palabra derivada de público, hacer algo público, conocido por todos. Es, por tanto, una forma de comunicar a los demás la existencia de algo, en nuestro caso de un producto. La publicidad supone comunicación. Tiene, por ello, que cumplir con el esquema típico de la comunicación: emisor, mensaje y receptor. De acuerdo con las técnicas de la comunicación, lo primero que hay que decidir es quien va a ser el receptor de nuestro mensaje: la audiencia. Según esto elegiremos un medio de comunicación distinto (prensa, radio, TV, cine, vallas publicitarias) y un tipo diferente de mensaje (para todos, para los adultos, para los jóvenes o para los niños; para público masculino o para público femenino: etc.). El mensaje puede ser meramente descriptivo o funcional, si se centra en describir las características del producto (por ejemplo, las 4 marchas, velocidad, consumo de un coche), o afectivo y emotivo, si busca ante todo conectar con los aspectos subjetivos del comprador (¡el coche de sus sueños!, ¡deslumbre a sus amigos!). La esencia de un mensaje recibe en publicidad el nombre de eslogan, que es un mensaje breve, fácil de recordar, que sea capaz de captar la atención (¡Soberano es cosa de hombres!, ¡Coca-Cola, sensación de vivir!). Ahora bien, como lo que se desea con la publicidad es no sólo que el producto sea conocido, sino que sea consumido, es preciso dar una imagen favorable del mismo. Aparece, junto a la función informativa de la publicidad, la función persuasiva. En efecto, cuando la publicidad se realiza en una sociedad con economía de mercado, debido a la competencia que se da en el mismo, procura además resaltar las cualidades (reales o fingidas) del mencionado producto que le colocan por encima de los de la competencia. Con ello el objetivo informativo se va desvirtuando hasta acabar cediendo ante el propagandístico. La publicidad, por lo tanto, busca siempre condicionar al consumidor y usa todas las técnicas conocidas para lograrlo. Por ello es muy difícil trazar una línea divisoria entre lo que es publicidad informativa y persuasiva. Existe, además, otro tipo de publicidad: la publicidad engañosa. Esta no informa, sino que pretende colocar los productos que anuncia recurriendo incluso a la mentira al hablar de lo que quiere vender. Esto es, desgraciadamente, demasiado frecuente, hasta el punto de haber exigido la promulgación de leyes en contra de ella. Por otra parte, en la sociedad de consumo en la que vivimos, la publicidad no se limita a informarnos sobre la existencia de productos que pueden satisfacer nuestras necesidades, ni siquiera a persuadirnos sobre la conveniencia de que compremos para ello un determinado producto. La publicidad es el más influyente medio de creación de necesidades en nuestra sociedad. Primero crea la necesidad, después ofrece el producto para satisfacerla. La publicidad es, por lo tanto, de importancia fundamental en la sociedad de consumo. Por ello la inversión que realizan las empresas en la publicidad de sus productos es tan grande. Esto tiene para el consumidor un doble peligro. En primer lugar es él el que paga, finalmente, los excesivos gastos de la publicidad. Y en algunos productos, como los detergentes, representa hasta la cuarta parte de los costos de producción. En segundo término, debido precisamente a las grandísimas cantidades de dinero que se gastan en publicidad, se utilizan en ella los conocimientos y las técnicas más avanzadas en la persuasión e incluso manipulación de los individuos, que están normalmente indefensos frente a las grandes empresas que se dedican a la publicidad. Por eso, si nos fijamos atentamente, los anuncios publicitarios que nos ofrecen productos para el consumo utilizan todos los motivos de modificación de nuestra conducta, de acuerdo con los descubrimientos de la ciencia psicológica, para convencernos de la conveniencia de adquirir ese producto. Así, por ejemplo, en anuncio dirá que el mencionado producto: 1. Servirá para satisfacer nuestras necesidades fisiológicas o nuestras necesidades de seguridad. 2. Permitirá que nos adaptemos o integremos en un grupo y que logremos el cariño de sus componentes. 3. Nos concederá el status social o el prestigio que buscábamos frente a los demás. 4. Reafirmará la seguridad en nosotros mismos y nuestra autoestima. 5. Demostrará el dominio, el éxito y el triunfo que hemos logrado en nuestra vida. 6. Nos ofrecerá una sensación de independencia, de autonomía, de poder, etc. La lista puede ampliarse fácilmente. En todo caso el anuncio nos indicará que si adquirimos ese producto, nuestras necesidades fisiológicas o sociales quedarán satisfechas. La importancia de la publicidad es tan grande en las sociedades de consumo, que ha llegado a cambiar nuestra concepción de lo que es el hombre y la realidad. La publicidad ha construido un nuevo ideal de ser humano: el consumidor, es decir, un sujeto que vive esperando siempre la oferta de nuevos productos, atento a las novedades del mercado, ansioso de comprar el nuevo modelo de su marca preferida, que lo usará y se cansará pronto de él y volverá otra vez a iniciar el ciclo... Un eterno descontento porque nunca estará satisfecho con lo que tiene. La realidad, para el hombre de la sociedad de consumo, está constituida únicamente por productos perecederos, es la realidad del mundo 5 de la moda, donde todo pasa y es efímero. El mundo del usar y tirar... La publicidad, por lo tanto, no sólo nos incita a que cambiemos de cosas, nos cambia a nosotros mismos para responder a las exigencias de la publicidad. Para ello se sirve de un poderoso aliado: la moda. 5. LA MODA La función de la publicidad como agente estimulante del consumo, se perfecciona mediante las imposiciones de la moda. Ya vimos que la función utilitaria del consumo es secundaria en la sociedad de consumo. Por eso, en este tipo de sociedad, no importa que las cosas sigan siendo útiles (el pantalón que compré el año pasado me sirve todavía), hay que sustituirlo inmediatamente por otro. Esto justifica acudiendo a las funciones simbólicas del consumo (me sirve, pero ya no se lleva este modelo o este color). Y el gran aliado del consumismo es el fenómeno de la moda. Moda es una palabra que tiene el mismo origen etimológico que moderno, y tiene que ver con todo lo relacionado con la modernidad. La moda solo puede nacer en una sociedad que considere que lo nuevo tiene carácter positivo, en una sociedad con predisposición al cambio. En aquellas sociedades en las que se pensaba que lo tradicional era preferible a lo nuevo, no hay lugar ni para las novedades ni para la moda. Cuando la sociedad cambia de modo nunca visto hasta entonces, sobre todo a partir de la revolución industrial, se empieza a hablar del mundo moderno, se aceptan las novedades, y puede nacer el fenómeno de la moda. Ahora es lo tradicional lo que se considera negativo. Cuando lo nuevo se extiende a la multitud se convierte en moda. La moda, por lo tanto, hace referencia a los comportamientos humanos mayoritarios. Una novedad, si permanece minoritaria, no se convierte en moda. Es preciso que lo adopte la mayoría de la población, en esto reside el carácter conformista de la moda, pero también es necesario que se acepte provisionalmente, con deseo de cambiar pronto. Debe tratarse de algo pasajero. La moda es una novedad efímera. La moda es... lo que pasa de moda. Hemos dicho que para que la moda triunfe debe existir un cambio de mentalidad: lo nuevo tiene que verse como algo positivo y no como algo negativo. Pero, además, es preciso que concurran otra serie de hechos: 1. Un sistema productivo industrialmente desarrollado, que permita abaratar los constes de producción de los nuevos productos para ponerlos al alcance de la mayoría de la población. 2. Una homogeneización de los gustos de los seres humanos, producida por el nacimiento y evolución de la sociedad de masas y por la urbanización, que hace posible el que desaparezcan muchas de las tradicionales diferencias existentes entre los individuos pertenecientes a distintos grupos sociales. 3. Unos medios de comunicación de masas, los “mass media”, encargados de difundir la moda entre la población. La moda se convierte entonces en un poderoso agente estimulador del consumismo. Esto lo consigue doblemente: reforzando la función simbólico-imaginativa del consumo e incitando al cambio constante de los productos de consumo. La moda no la deciden las masas, son las elites, las clases sociales que se encuentran en la cima de la pirámide de población las que imponen sus costumbres a la base. Si embargo el consumidor se hace la ilusión de participar de los gustos y del poder adquisitivo de los poderosos al seguir los dictados de la moda que ellos imponen. Así, cualquier mujer trabajadora se hace la ilusión de “ser” como Lady Di o Carolina de Mónaco por llevar el mismo modelo de sombrero o de gafas de sol que aquellas. Por otra parte, el seguir los dictados de la moda exige un cambio constante en los productos adquiridos porque, cuando una moda se ha extendido a la base de la sociedad, las clases altas producen, inmediatamente, una nueva moda. Sin este mecanismo se destruiría la diferencia social que intenta superar –simbólicamente, no realmente– la moda. Hay, pues, que adaptarse otra vez a lo nuevo, a lo último, a la moda. Es decir, hay que seguir consumiendo, pues de eso se trata, para mantener la ilusión de parecerse a los de arriba. Un nuevo esfuerzo que está, también condenado al fracaso porque, como vimos anteriormente, el desarrollo de la función simbólica del consumo no logra la satisfacción completa del individuo. Sirve, eso si, para mantener en constante crecimiento el sistema productivo de objetos de consumo. 6 Publicidad y moda son, pues, los máximos agentes incentivadores del consumismo. Su estrecha relación e interdependencia se pone sobre todo de manifiesto cuando se hace publicidad de la moda. Pensemos, por ejemplo, en los llamados desfiles de moda, donde se adelantan, con varios meses de anticipación, los trajes, vestidos y complementos que se “llevarán” (por los que sigan la moda), en la próxima estación. El consumidor lo tiene fácil, no necesita ni pensar lo que va a ponerse, lo único que tiene que hacer es comprar lo que otros han decido por él. Ahora bien, así como la extensión de la publicidad a todos los extremos de nuestra vida, ha llegado a cambiar nuestra concepción de lo que es el hombre y el mundo, algo similar ocurre con el desarrollo del fenómeno de la moda. Esta ha llegado a extender su poder a casi todas las actividades del género humano. En efecto, la moda afecta ya no sólo a lo relacionado con las llamadas necesidades primarias del hombre (alimentos macrobióticos, vestidos de marca reconocida, viviendas independientes), sino que ha contaminado aquellos ámbitos de lo humano que hasta ahora estaban alejados del juego de la moda, como pueden ser el arte, la literatura o la filosofía. Las obras de arte, las creaciones literarias, las doctrinas filosóficas, están o dejan de estar de moda. Todas las actividades humanas, incluso las más elevadas, se convierten en algo pasajero, del momento, válido para una temporada. La publicidad y la moda son las encargadas de que sigamos consumiendo sin parar vestidos o televisores, obras de arte o de filosofía. El caso es que el sistema productivo de la sociedad de consumo siga creciendo continuamente. 6. ¿TIENE FUTURO EL CONSUMISMO? La sociedad en la que vivimos nos incita no sólo a consumir, que es una necesidad humana, dado que tenemos que satisfacer nuestras carencias, sino al consumismo, al consumo superfluo. Esto lo realiza convirtiendo en esenciales las funciones simbólicas del consumo, para lo que se sirve de la influencia que ejercen en las masas la publicidad y la moda puestas al alcance de toda la sociedad a través de los medios de comunicación de masas. El consumismo, sin embargo, no es la solución para satisfacer realmente las necesidades humanas, puesto que crea muchos males reales y sólo ofrece a cambio, como vimos, satisfacciones simbólicas o ilusorias. El consumo superfluo puede incluso llegar a ser perjudicial. Esto sucede, por ejemplo, cuando nos induce a consumir productos que son inconvenientes para la salud, como ocurre con el tabaco, el alcohol y las demás drogas. A pesar de ello, la publicidad constante y los imperativos de la moda incitan todavía a muchos seres humanos a buscar las ilusorias satisfacciones que proporción el consumo de esos productos. También perjudica al hombre cuando le mueve a cambiar sus hábitos alimenticios (“comida-basura”) o su imagen corporal (¡hay que estar delgado!), para seguir los reclamos de una publicidad y de una moda interesada más en colocar sus productos en el mercado que en satisfacer verdaderas necesidades humanas. Hay veces que incluso se pierde la propia identidad cultural por seguir formas de consumo que proceden de otras culturas, pero que triunfan por la ingente inversión publicitaria que acompaña al lanzamiento de sus productos. Un ejemplo de esto lo tenemos en el consumo masivo de colas y hamburguesas. La naturaleza, por su parte, sufre cada vez más las consecuencias de la loca carrera hacia el consumismo emprendida los seres humanos. Las basuras y los residuos se acumulan dificultando su asimilación por la naturaleza. Una lata tarda 500 años en descomponerse y una botella de vidrio, más de 1.000. Se calcula que el 80% de los residuos considerados peligrosos es producido por los EE.UU., la nación más consumista del mundo. La industria mundial produce cerca de 2.500 millones de toneladas de desechos, de los cuales 338 se encuentran clasificados como altamente peligrosos. Además contamina el medio ambiente hasta hacerlo peligroso para la supervivencia de la vida. En 200 años de actividad industrial se ha incrementado en un 25% la cantidad de dióxido de carbono libre en la atmósfera del planeta. Amplias zonas de bosques y reservas naturales, tan necesarias para la vida de la Tierra, se destruyen cada año. Entre 1987 y 1988 los incendios arrasaron una superficie de la Amazonía equivalente a la de España, y las selvas de la Amazonía producen cerca del 40% del oxígeno que respira el mundo. Estamos a punto de acabar con el equilibrio ecológico. Desde el año 1600 se han extinguido 726 especies conocidas y actualmente están en peligro otras 21.806. 7 Desde el punto de vista de la solidaridad humana también es posible criticar seriamente al consumismo. Sin un mínimo de justicia social a nivel mundial el futuro de la humanidad corre peligro. En efecto, hemos hablado de las sociedades de consumo y del consumismo. De lugares donde reina la abundancia hasta el punto de que algunos seres humanos se pueden permitir el lujo de consumir sin necesidad, incluso de destruir bienes de consumo sin haberse aprovechado de ellos. El 80% del acero y el 85% del papel es consumido por el 23% de la población mundial, que también consume el 77% de la energía que se gasta en el mundo. Mientras esto ocurre en algunas sociedades humanas, el problema de la pobreza sigue existiendo para la mayor parte de la humanidad. El hambre y la desnutrición son una realidad en América Latina, en Asia y en África. Son millones los seres humanos que no tienen solucionadas sus necesidades primarias o biológicas. Se calcula que más del 40% de la población mundial (unos 2.000 millones de personas) son pobres, de ellos 1.200 millones viven en estado de pobreza absoluta, y el 75% (aproximadamente 4.000 millones) tiene graves carencias en lo que respecta a su alimentación vestido o vivienda. Sólo el 15% (800 millones) no tienen problemas de consumo... y las cosas no mejoran con el paso del tiempo, sino que empeoran. Si en 1965 el 70% de la producción mundial se realizaba en los países ricos y el 20% en los no desarrollados, en 1989 la proporción era 73% y 16%. De todas formas, lo peor del consumismo es que se basa en un sistema de organización económica que no tiene futuro. En efecto, como vimos anteriormente el consumismo es la consecuencia del crecimiento constante de la producción. El sistema productivo crece continuamente y tiene que dar salida a sus productos. Pues bien, tanto el crecimiento constante de la producción, como el crecimiento constante del consumo son imposibles de mantener a largo plazo. Para comprender las propiedades del crecimiento constante recordemos la leyenda según la cual el juego del ajedrez lo inventó un matemático que estaba al servicio de un Rey. Este quiso recompensarlo por su buen trabajo. El matemático le pidió la cantidad de trigo resultante de colocar un grano de dicho cereal en el primer cuadro del tablero de ajedrez, dos granos en el segundo, cuatro en el siguiente y así sucesivamente hasta cubrir todos los cuadrados del tablero. Al Rey le pareció que la petición era insignificante, pero cuando se hicieron los cálculos, resultó que no había trigo en el mundo para entregar al inventor del juego. En efecto, se trata de 2 elevado a la potencia 64, es decir, 500 veces la cosecha de trigo del año 1980, cantidad superior a la cosechada por el hombre a lo largo de toda su historia. El consumo de un producto que aumente su consumo a un ritmo del 7% anual se duplicará en sólo 10 años. Esto quiere decir, por ejemplo, que si en el año 2000 se acabaran todas las reservas de petróleo conocidas, y en el año 2001 se descubriera una nueva reserva de petróleo igual a la cantidad total del mismo consumida a lo largo de toda la historia de la humanidad, si el consumo continuara creciendo a un ritmo del 7% anual, esta fantástica fuente de petróleo se agotaría en tan solo 10 años. Esto quiere decir que ningún recurso que nos proporcione la naturaleza, ni ningún producto que elabora la industria humana puede satisfacer las necesidades de un crecimiento continuo del consumo durante mucho tiempo. Si un producto natural con consumo constante tarda, por ejemplo, 600 años en acabarse, con consumo creciente al 1% anual duraría 200 años, al 5% sólo 70 años, al 15% únicamente 30 años. Pensemos, además, que el consumo creciente es hoy patrimonio de la minoría de la humanidad. ¿Qué ocurriría si todos los habitantes de la Tierra quisieran consumir lo mismo que consumen los habitantes de los EE.UU.? El problema se agrava si tenemos en cuenta, además, el incremento de población que soporta nuestro planeta. En la actualidad son unos 5.500 millones de personas; en el año 2050, de mantenerse el actual ritmo de natalidad, serán 10.000 millones los habitantes del globo y un 97% de ese crecimiento se habrá registrado en el Tercer Mundo. Es decir, en países que necesitan aumentar mucho su nivel de consumo para salir de su situación de subdesarrollo. ¿Cómo podrán hacerlo si la mayor parte de los recursos de la humanidad los gastan los países avanzados en un consumo superfluo? Parece evidente que el consumismo no es el futuro de la humanidad. 8 BIBLIOGRAFIA AA. VV. La seducción de la opulencia. Paidos. Madrid. 1992. AA. VV. El sueño consumista. La educación crítica del consumidor. Junta de Andalucía. Sevilla, 1991. ATTALI, J.; GUILLAUME, M. El antieconómico. Labor. Barcelona. 1976. BAUDRILLARD, J. La sociedad de consumo. Plaza y Janés. Barcelona. 1974. CUETO, J. La sociedad de consumo de masas. Salvat. Barcelona. 1981. GALBRAITH, J. La sociedad opulenta. Ariel. Barcelona. 1973. LIPOVETSKY, G. El imperio de lo efímero. Anagrama. Barcelona.1990. MARTIN SERRANO, M. Publicidad y sociedad de consumo. Ecicuse. Madrid. 1970. PENINOU, G. La semiótica de la publicidad. Gustavo Gili. Barcelona. 1976. PIÑUEL, J.L. Producción, publicidad y consumo. Fundamentos. Madrid. 1982. 9