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Transformaciones territoriales y sistemas agroalimentarios.
Apuntes para un análisis1
Fernando González 2
Programa de Economías Regionales y Estudios Territoriales (PERT)
Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone” (FFyL - UBA)
Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (CONICET)
Introducción
La humanidad ha entrado en una nueva fase de alza del precio de los
alimentos y por tanto, del número de hambrientos en el mundo. Según revela el
“índice de la FAO para los precios de los alimentos”, a principios de 2011 se registró
el octavo mes consecutivo de suba, llegando a un promedio de 238 puntos en
febrero, lo que representa un incremento del 2,2 % respecto a enero y el nivel más
alto (tanto en términos reales como nominales) respecto a enero de 1990, fecha de
creación del índice.3
En este marco, se postulan desde distintos sectores sociales diferentes
propuestas para enfrentar estas crisis alimentarias, las que pueden ser vistas como
visiones contrapuestas sobre lo que debiera ser el modelo agroalimentario de una
sociedad determinada. Así, diferentes movimientos sociales del mundo propusieron
superar el concepto de seguridad alimentaria y hablar de soberanía alimentaria.
Pretendemos con este trabajo analizar estas diferentes visiones en torno a
los sistemas agroalimentarios, desde una perspectiva ambiental. Pero no nos
referimos aquí a un enfoque ecológico, propio de las ciencias naturales, sino que lo
abordaremos como un problema social. Creemos que la relación que se establece
entre determinada sociedad y su base natural, es un problema eminentemente
social. Esto se desprende de que “la idea de recurso natural es un concepto social:
los elementos y funciones de la naturaleza son recursos sólo en relación con una
sociedad particular, y en un momento histórico, que define una forma de
explotación, distribución y consumo” (Morello, 1986: 7; citado en Tsakoumagkos,
2003: 214).
Esta presentación constituye una primera aproximación al tema desde el
terreno de la economía ecológica, por lo tanto su carácter es exploratorio. Por otro
lado, es parte del intento de afianzar un marco teórico para el análisis de un
proyecto más amplio.4 El mismo busca identificar y analizar las transformaciones
territoriales resultantes de la implementación de políticas públicas que buscan
garantizar la seguridad y/o la soberanía alimentaria y fortalecer al sector de la
agricultura familiar.
1
Este artículo se enmarca los proyectos: PICT 0188 (FONCyT-Agencia), UBACyT
F056 y en el marco de un nuevo proyecto UBACyT 2011-2014 denominado
“Agricultura familiar y soberanía alimentaria. Estudios de caso en las provincias de
Buenos Aires y Misiones (Argentina)”, todos dirigidos por Mabel Manzanal.
2
Sociólogo (UBA). Becario Doctoral del CONICET (2011-2014). Postulante al
Programa de Doctorado de la Fac. de Filosofía y Letras (UBA) en el área Geografía.
3
“Índice de la FAO para los precios de los alimentos”, disponible en:
http://www.fao.org/worldfoodsituation/wfs-home/foodpricesindex/es/
V Congreso Iberoamericano sobre Desarrollo y Ambiente (V CISDA)
V Jornadas de la Asociación Argentino-Uruguaya de Economía Ecológica
Santa Fé, Argentina. 12, 13 y14 de septiembre de 2011
Eje temático: Ambiente y producción agropecuaria (2)
1
Presentamos el trabajo organizado de la siguiente manera: comenzaremos
presentando los principales elementos teóricos del proyecto en el que se enmarca
la propuesta, luego pondremos en discusión los conceptos principales con los que
abordaremos el trabajo (seguridad y soberanía alimentaria) y sus elementos más
interesantes en relación con algunas de las discusiones económico-ambientales.
Luego repasaremos brevemente los puntos de discusión más importantes entre las
diferentes corrientes económicas en el análisis de los problemas ambientales. Así,
plantearemos luego que líneas de indagación se pueden desprender desde estas
perspectivas en el análisis de políticas para la seguridad y la soberanía alimentaria.
Marco teórico en construcción.
El proyecto que enmarca esta propuesta parte de la concepción de territorio
como una construcción social, una producción social del espacio (Lefebvre, 2005
[1984]). Pero más precisamente, entendemos al territorio como la espacialización
de las relaciones de poder, de la dominación que diferentes sectores sociales
ejercen sobre otros en un espacio concreto (Haesbaert, 2006; Harvey, 2008 [1990]).
En este sentido David Harvey sostiene que las prácticas espaciales, nunca son
neutrales o estáticas, ya que “siempre expresan algún tipo de contenido de clase o
social y, en la mayor parte de los casos, constituyen el núcleo de intensas luchas
sociales” (2008 [1990]: 265). En estas disputas podemos visualizar luchas por
imponer lo que Milton Santos denomina usos del territorio. Creemos que así
podremos dar cuenta de transformaciones territoriales acaecidas a la largo del
tiempo. Entendemos a éstas como modificaciones en “la combinación localizada de
una estructura demográfica específica, de una estructura de clases específica, de
una estructura de rentas específica, de una estructura de consumo específica; y de
una organización también específica de las técnicas que están en la base de las
relaciones entre las estructuras específicas y los recursos” (Santos, 1996: 34).
Como parte de una concepción dinámica del territorio Santos propone
utilizar los conceptos de fijos y flujos, que permitirían dar cuenta de los procesos de
producción, circulación, distribución y consumo en un análisis espacial. Los fijos nos
mostrarán el proceso inmediato de producción en los territorios, son los propios
instrumentos de trabajo, maquinarias, y las fuerzas productivas en general
(incluyendo a la fuerza de trabajo).5 Los flujos son el movimiento, la circulación, lo
que entra y/o sale de los fijos. “Fijos y flujos interactúan y se alteran mutuamente”
(Santos, 1988: 75), generando dinámicas de transformación territorial. Nunca está de
más aclarar, que estos procesos están en permanente definición y que son los
actores, tanto locales como extralocales, los que en sus disputas terminan
direccionándolo.6 Si bien en nuestra investigación partimos de la premisa de que es
5
Consideramos parte de las fuerzas productivas a las fuerzas de la naturaleza, que
aportan no solo a generar valores de uso, sino también (al ser subsumidas por el
capital) valor de cambio. Esto ya era tomado así por Marx quien hablaba de “fuerzas
productivas naturales”.
6
Al hablar de actores nos referimos tanto a quienes devienen “sujetos” (Touraine,
2005) buscando alterar el devenir de los procesos sociales y sus históricas
desigualdades, como a los que actúan con el fin de profundizarlas (Sen, 2004
[1992]). Otro actor que incorporamos son las instituciones estatales. Partimos de la
diferenciación realizada por Guillermo O’Donell (1977), en la que considera al estado
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en la elaboración e implementación a nivel local de las políticas públicas (Thwaites
Rey, 2004), donde esto se hace más visible, legitimando los usos del territorio,
buscamos en esta oportunidad acercarnos a las diferentes formas de apropiación de
los recursos naturales necesarios para la producción agroalimentaria, así como a la
transferencia de las externalidades entre los actores que participan del sistema
agroalimentario.7
Todo ello se da en el marco de las distintas formas asumidas por el
paradigma del Desarrollo Rural (DR), donde se legitiman las prácticas productivas de
los diferentes sectores. Bajo esa perspectiva, desde la década del 60 se ve un
panorama de una agricultura atrasada, principalmente por la falta de tecnificación de
sus prácticas productivas (Manzanal, 2006: 25-26). En años más recientes el DR ha
asumido diferentes modalidades e identificaciones (desarrollo endógeno, territorial,
rural y/o local), que no han logrado revertir las situaciones de desigualdad presentes
en los ámbitos rurales en los cuales fueron aplicadas.8
En los últimos tiempos surgió una nueva propuesta, el Desarrollo Territorial
Rural (DTR), que sostiene la necesidad de empoderar a los actores locales capaces
de competir en el mercado internacional. Sin embargo, éstas iniciativas no conciben
al territorio como una dimensión conflictiva, sino como “una identidad y un sentido de
propósito compartidos por múltiples agentes” (Schejtman y Berdegué, 2004: 5). Es
así como vemos en estas propuestas una “‘reificación’ del territorio y de la
participación social” (Manzanal, 2009: 20). Y es en éste marco, en el que ciertas
instituciones estatales dedicadas al desarrollo rural comienzan a plantear la
relevancia de las nociones de Seguridad y Soberanía Alimentaria (SSA).
Muchos de los nuevos programas que el estado busca implementar hacen
uso de estos nuevos conceptos. Sin ir más lejos, el “Plan Estratégico Agroalimentario
y Agroindustrial Participativo y Federal” (2012-2016) “está orientado al mayor
desarrollo sustentable de la producción agroalimentaria y agroindustrial con el fin de
generar (…) equidad territorial, soberanía y seguridad alimentaria para todo el pueblo
de la Nación Argentina” (PEA2, 2011: 11). Sin embargo, creemos que ambos
conceptos (aunque pueden ser utilizados conjuntamente) aluden a visiones distintas
sobre los modelos de desarrollo para el mundo rural.
Dos conceptos en disputa para la problemática agroalimentaria.
Dado los objetivos del trabajo que presentamos en esta ocasión,
presentaremos los conceptos de una manera esquemática, de tal manera que nos
permita avanzar en las diferencias entre ambos y las implicancias que podría tener
como relación de dominación, pero de la que emergen como actor las instituciones
estatales.
7
Partimos de la definición de sistema agroalimentario de Teubal y Rodríguez (2002,
65). Es el espacio socioeconómico que incluye la producción agropecuaria, la
provisión de insumos agropecuarios, la comercialización, procesamiento industrial y
distribución final de alimentos.
8
Esto es afirmado incluso por el Banco Mundial, que es fuente de financiamiento de
muchos de estos programas: “la pobreza y la desigualdad continúan predominando
y, a pesar del progreso logrado a partir de mediados de los noventa, la región tan
sólo ha logrado regresar a los niveles observados en 1986” (Banco Mundial, 2002:
4).
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en un análisis desde la economía ecológica. Partimos de una caracterización
realizada por Peter Rosset, que afirma que “estamos afrontando un conflicto
histórico entre dos modelos de desarrollo económico, social y cultural en el mundo
rural” (Rosset, 2007: 171). Al actual modelo dominante (del cual emerge la idea de
seguridad alimentaria) se le contrapone un paradigma alternativo conocido como
‘soberanía alimentaria’. Creemos que las discusiones y formulaciones teóricas
realizadas en el campo de la economía de los recursos naturales y el ambiente
pueden aportar varios elementos para profundizar el análisis de las
transformaciones territoriales.
Para adentrarnos en el tema es necesario pasar revista a los conceptos de
seguridad y soberanía alimentaria y a sus implicancias en lo que a la gestión de los
recursos naturales se refiere.
Seguridad alimentaria
El término seguridad alimentaría surge a mediados de la década del 70 a
partir de trabajos realizados por FAO, que la definió como una situación en la “que
haya en todo tiempo existencias mundiales suficientes de alimentos básicos (...)
para mantener una expansión constante del consumo (...) y contrarrestar las
fluctuaciones de la producción y los precios” (FAO, 2006: 1). Luego, durante los
años 80, y en consonancia con el contexto neoliberal dominante, la idea implícita en
este concepto fue transformándose para centrarse en la capacidad para
abastecerse de alimentos, significando un traslado de responsabilidad hacia el
individuo (Aguirre, 2005: 28).
Amartya Sen criticará esta postura, ya que para él la problemática no reside
en la producción, sino en el acceso de la población a los alimentos, lo cual ya había
sido afirmado por otros investigadores del tema como el brasilero Josue De
Castro.9 Este avance en las discusiones hizo que en la Cumbre Mundial sobre
Alimentación realizada en 1996, se adopte la definición de seguridad alimentaria
más aceptada actualmente. En ella se sostiene que:
“existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento
acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus
necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de llevar una vida
activa y sana” (cursiva nuestra -FAO, 1996).
Esta forma de concebir la problemática alimentaria tiene cuatro
dimensiones básicas según FAO: disponibilidad, acceso, estabilidad y utilización.
9
Sen basó sus afirmaciones en el estudio de hambrunas. En todos los casos
estudiados los alimentos estaban disponibles, pero los pobres no pudieron acceder a
ellos. “A partir de este estudio, para comprender el hambre, la disponibilidad de
alimentos perderá importancia frente al estudio del acceso” (Aguirre, 2005: 2). En ese
sentido Josué De Castro había afirmado en 1975 que “el mundo dispone de recursos
suficientes para permitir tipos adecuados de alimentación por parte de todas las
colectividades. Y si, hasta ahora, muchos de los huéspedes de la tierra continúan sin
participar del banquete, es porque todas las civilizaciones, inclusive la nuestra, se
han mantenido y estructurado sobre la base de una extrema desigualdad económica”
(De Castro: 1975: 357)
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Pasando revista a cada una de ellas completaremos el enfoque que utilizó FAO
durante mucho tiempo: 10
1. Disponibilidad: existencia de cantidades suficientes de alimentos
adecuados, suministrados a través de la producción del país o de
importaciones (comprendida la ayuda alimentaria).
2. Acceso: acceso físico de las personas a los recursos adecuados para
adquirir alimentos apropiados y una alimentación nutritiva.
3. Estabilidad: acceso a alimentos adecuados en todo momento,
sobreponiéndose crisis repentinas (económica o climática) ni de
acontecimientos cíclicos (como el hambre estacional).
4. Utilización: utilización de los alimentos para lograr un estado de bienestar
nutricional en el que se satisfagan todas las necesidades fisiológicas.
Cada una de estas variables tiene según FAO su propia respuesta. Así, la
disponibilidad se garantiza con los aumentos de producción 11; 2) el acceso,
ofertando “alimentos baratos” en el mercado; 3) y la estabilidad de la producción
con innovaciones tecnológicas que permitan superar los límites que la naturaleza
impone; 4) la utilización también se soluciona con tecnología, que incorpore los
nutrientes que no contienen naturalmente los alimentos.
Este paradigma vino de la mano del modelo agrícola impulsado a través de
la Revolución Verde, hoy en día dominante. Por otro lado, este mismo paradigma
es el que “como solución al problema insta a las economías en desarrollo a
incrementar las exportaciones de productos agrícolas”, con el fin de “importar
bienes de capital e insumos de producción” (Toro Sánchez y Gagliardini, 2006: 17)
para sostener el sistema de producción dominante. En este aspecto no se tiene en
cuenta el valor que los recursos naturales otorgan a los bienes de exportación,
subvaloración que hace aparecer como “baratos” los alimentos provenientes de la
agricultura industrial.
Soberanía alimentaria
Las limitaciones que muchas organizaciones encontraron en la definición de
los problemas de la alimentación realizada por la FAO, condujo al surgimiento de un
nuevo principio: la soberanía alimentaria. El término surge mediante el impulso de
Vía Campesina (VC)12, que ya en la cumbre de FAO de 1996 plantea miradas
alternativas para reencauzar la producción de alimentos y para enfrentar las crisis
alimentarias. En 2001, en La Habana, definieron junto a otras organizaciones que
soberanía alimentaria es:
“el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de
producción, distribución y consumo de alimentos que garanticen el derecho a la alimentación para
10
Si bien las argumentaciones de FAO ahora han cambiado, este paradigma sigue
estando presente. Las definiciones que presentamos son del año 2006. Ver FAO,
2006.
11
Aún cuando según Patricia Aguirre (2004) 1985 constituyó el último año en que se
podía hablar de falta de disponibilidad de alimentos.
12
Vía Campesina es una organización internacional de agricultores, surgida en mayo
del 1993, en una conferencia llevada a cabo en Mons., Bélgica. El objetivo común
que persiguen las diferentes organizaciones adheridas a VC es rechazar el modelo
neoliberal de desarrollo rural y lograr la soberanía alimentaria.
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toda la población, con base en la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y
la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción agropecuaria, de
comercialización y de gestión de los espacios rurales” (Vía Campesina, 2001)
Esta propuesta ya no postula que para garantizar la alimentación sea
necesario proveer alimentos a “bajos precios” en el mercado, sino que hace
hincapié en cuestiones relativas al modo en que una sociedad utiliza sus recursos
naturales. En este sentido se considera como causa real del hambre la falta de
acceso “a bienes y recursos productivos tales como la tierra, el bosque, el mar, el
agua, las semillas” (Ibíd.). Por otro lado se denuncia el paradigma de las ventajas
comparativas que induce a los países a aceptar los monocultivos. Se plantea la
producción local de los alimentos, cuestionando así la idea de los “alimentos
baratos”, cuyo costo energético en transporte podría ser mucho menor si no
estuviera determinado por las lógicas de la comercialización monopólica. Entonces,
nos interesa subrayar algunas características de esta nueva idea-fuerza que nos
permiten acercar esta discusión a las que se sostienen en la economía ecológica.
Las características esenciales son:
a)
La soberanía alimentaria debe asentarse en sistemas diversificados de
producción, basados en tecnologías ecológicamente sustentables.
b)
Son los pueblos y comunidades locales los que deben definir y
controlar sus propias estrategias sustentables de producción, distribución y
consumo;
c)
Se sostiene la necesidad de aplicar estrictamente el principio de
precaución en relación con los efectos que pueden tener OGMs sobre la salud y el
medio ambiente.
d)
La base de la alimentación está en la pequeña y mediana producción
agropecuaria local (lo cual implica cuestionar el consumo de alimentos proveniente
de las cadenas agroindustriales). Por ello el actor central de nuestro análisis es la
agricultura familiar.
e)
Se pone en cuestión los monocultivos al plantear la necesidad de
respetar la diversidad de las prácticas alimentarias de las diferentes comunidades,
regiones, ámbitos territoriales.
Sin lugar a dudas, esta postura se contrapone con las políticas que surgen
del paradigma de la seguridad alimentaria que, en mayor parte dependen de
recursos provenientes de organismos internacionales herederos del paradigma
tecnológico de la revolución verde. Sin embargo, no hay en el estado del arte
relativo a la cuestión grandes aportes teóricos y empíricos que contribuyan para un
análisis acerca de una transición entre el modelo dominante y el de la “soberanía
alimentaria”. En este trabajo pretendemos acercar aportes y posibles líneas de
investigación desde el terreno de la economía ecológica.
Economía ambiental, ecológica y política.
Para comprender mejor las relaciones que pretendemos establecer,
conviene realizar una primera aproximación a los aspectos más importantes de las
diferentes discusiones presentes en este terreno. Para ello partiremos de la
diferenciación entre tres “escuelas” establecida por Tsakoumagkos (2006). Nos
centraremos sobretodo en la discusión acerca de las externalidades. Luego nos
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adentraremos en los aportes que se pueden realizar en la discusión sobre el
modelo agrícola.
Una primera definición para acercarnos a la discusión sobre las
externalidades la tomamos de Diego Azqueta. 13 “Las externalidades aparecen
cuando el comportamiento de un agente cualquiera (consumidor o empresa), afecta
al bienestar de otro (...), sin que este último haya elegido esa modificación, y sin
que exista un precio, una contraparte monetaria, que lo compense” (Azqueta, 2007:
44). Es importante aclarar que las mismas pueden ser positivas o negativas,
aunque son las de impacto negativo las que generalmente no son tenidas en cuenta
en los costos. Si bien la definición está enmarcada en una concepción económica
clásica (los agentes económicos son consumidores o empresas) podemos
aceptarla como un consenso generalizado de la bibliografía económica. Las
diferencias se presentarán en las formas de abordar el tratamiento de las mismas.
La economía ambiental, como rama del pensamiento económico neoclásico
considera a los problemas ambientales (generados por las externalidades) como
fallas del mercado, como interrupciones en el equilibrio general al que la economía
debe llegar, si nada se le interpone en su normal funcionamiento (Tsakoumagkos,
2006). Este esquema supone la existencia de un sistema cerrado donde distintos
agentes económicos compran y venden bienes y servicios, remunerando así sus
bienes de capital, entre ellos la tierra (Martínez Alier, 1992: 42). Aquí es la falta de
remuneración de ciertos bienes en el mercado la que provoca esas externalidades
negativas. Una vez que los agentes asignen un precio a dichos bienes esa
situación se equilibraría. De esta manera, no se tienen en cuenta todo aquello que
no se manifiesta en un interés mercantil, por ejemplo la necesidad de aire puro.
La economía ecológica parte de la caracterización (realizada en primer
término por Georgescu Roegen, 1989 [1971]) de la economía como un sistema
abierto y en constante intercambio de materia y energía con el sistema natural. En
palabras de Martínez Alier esta corriente concibe al sistema “como un throughput
entrópico de energía y materiales, que atraviesa la economía” (1992: 41), quedando
ésta como un subsistema del sistema natural. En relación con las externalidades no
se considera posible la internalización por medio del mercado ya que “los agentes
económicos, valoran de manera arbitraria los efectos irreversibles e inciertos de las
acciones actuales sobre las generaciones futuras” (Van Hauwermeiren, 1998: 151).
Esta inconmensurabilidad hace imposible valorar de manera certera los efectos
negativos de la actividad económica. En este sentido, opinan los economistas
ecológicos que “los servicios que la naturaleza brinda a la economía humana no
están bien valorados en el sistema de contabilidad crematística propio de la
economía neoclásica” (Martínez Alier: 43). Desde ésta perspectiva, tanto la
13
Tomamos ésta definición por ser la que nos pareció más clara. Sin embargo es
importante rescatar que el origen de la discusión sobre las externalidades se remonta
a fines del siglo XIX a partir de Alfred Marshall (Tsakoumagkos, 2006: 215), pero fue
Arthur Pigou en “La economía del bienestar” (1920) quien planteo las bases para
empezar a hablar de las externalidades. “El origen de las divergencias generales
entre los valores de los productos netos marginales social y privado, que surgen en
libre competencia, se debe a que en algunas ocupaciones, una parte del producto de
una unidad de recursos consiste en algo que, en vez de revertir en primer lugar a la
persona que ha invertido dicha unidad, revierte como una partida positiva o negativa
a otras gentes” (Pigou, 1946 [1920]: 147-148).
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contabilidad nacional (PBI) como la contabilidad de las transacciones
internacionales subvalúan las externalidades negativas, transfiriendo sus costos a
la sociedad actual o a las futuras generaciones. Como contrapuesta se ofrecen
indicadores biofísicos de la degradación ambiental como la huella ecológica, huella
hídrica, y otras alternativas. Veremos que estas pueden ser de utilidad para la
discusión sobre las políticas de seguridad y soberanía alimentaria.
Por otro lado existe un tercer enfoque, compuesto por una variedad de
autores que plantean la importancia de comprender la racionalidad de los actores
involucrados en las problemáticas ambientales, a fin de analizar “los componentes
específicos que determinan sus conductas productivas” (Tsakoumagkos, 2006:
222). Entre ellos tomaremos a Pablo Gutman (1985), quien plantea la importancia
de centrarse en el proceso de producción al momento de analizar la relación
sociedad-naturaleza. El autor plantea la importancia de visualizar “la apropiación de
la naturaleza como base material del proceso productivo, la técnica utilizada para
transformar materia natural en mercancías y la generación de desperdicios, o más
en general el deterioro ambiental”. (Ibíd.: 62). La perspectiva planteada por Gutman
ofrece cuatro categorías para iniciar un análisis de las racionalidades de los
agentes económicos: a) la mayor o menor posibilidad de captar renta diferencial
(sobreganancia); b) la velocidad de rotación del capital; c) el horizonte temporal y d)
la capacidad de externalizar costos e internalizar los beneficios (Ibíd.: 63-66).
Algunas de ellas son muy útiles para el análisis que proponemos aquí, ligado a la
seguridad y soberanía alimentaria.
Variables para el análisis
A partir de este punto desarrollaremos el análisis en torno a ciertas
herramientas que servirían para visualizar más certeramente la apropiación
diferencial de los recursos naturales y/o la subvaloración en la utilización de los
mismos. De esta manera podremos avanzar en la relación entre seguridad y
soberanía alimentaria y economía ecológica.
Agua virtual y exportación de nutrientes.
Según FAO el 70% del agua dulce que se utiliza en el mundo se hace con
fines agrícolas y el 30% en otros sectores de la actividad económica. Este
porcentaje, en nuestro país, es levemente mayor llegando al 75% según las mismas
fuentes14. Esto ubica a Argentina entre los tres países que más utilizan el agua en
sus sistemas de riego agrícola en America Latina, luego de México y Chile (Pengue,
2005). Sin embargo, esto no nos dice nada respecto a que sectores de la actividad
agropecuaria son los que utilizan ese porcentaje de agua. Los conceptos de huella
hídrica o agua virtual podrían ayudarnos a establecer esa diferenciación. La huella
hídrica mide “la cantidad de agua por unidad de alimento que es o que podría ser
consumido durante su proceso de producción” (FAO, 2003). El concepto de agua
virtual utiliza esa misma medida para hacer explicito el agua que se intercambia en
14
Se pueden consultar los datos de usos del agua por países en AQUASTAT, el
sistema de información global sobre el uso del agua en la agricultura y el medio rural,
desarrollado por la División de Tierras y Aguas de la FAO. Ver
http://www.fao.org/nr/water/aquastat/main/indexesp.stm
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los flujos comerciales, ya que su utilización refiere, retomando la noción de fijos y
flujos de Santos (1988), podemos ver que uno de ellos refiere a los flujos (agua
virtual) y el otro a los fijos (huella hídrica).
En ese sentido, una dificultad para avanzar en esta línea de análisis se
presenta al no disponer de datos oficiales que precisen de manera diferenciada que
sectores de la actividad agropecuaria se apropian de este recurso natural para
transformarlo en mercancía (o en alimento para el autoconsumo).15 Para esta
oportunidad tomaremos los datos que proporciona Walter Pengue en “Agua virtual,
agronegocio sojero y cuestiones económico ambientales futuras” (2006). Según los
datos proporcionados en este texto entre 1995-1999 Argentina se ubicó en el cuarto
lugar de exportadores de agua virtual, “llegando al año 2003 a exportar entre 52 y
66 mil millones de metros cúbicos de agua virtual” (Ibíd.: 5). Dado que la
exportación de productos agropecuarios ha seguido en alza, es esperable que
dichos valores hayan aumentado.
Creemos que la importancia de incorporar este análisis radica, no en la
posibilidad de internalizar los costos, como plantearía una visión neoclásica de la
problemática, sino en la presión que los sectores exportadores pueden hacer sobre
el recurso agua16. Si desde una visión anclada en la soberanía alimentaria se
plantea la necesidad de que pueblos y comunidades locales accedan al agua para
la producción local de alimentos debe ser necesario saber a ciencia cierta la
cantidad de agua que se exporta y la que se utiliza para la producción local. En este
sentido coincidimos con Pengue en que “el incremento del comercio global de agua
virtual implica cambios drásticos en los patrones de producción agrícola de los
países y tiene que ser examinado en las cuestiones de políticas de seguridad y
soberanía alimentaria” (Ibíd.: 8).
Por otro lado también es importante considerar en este análisis, la
exportación de nutrientes que resulta de los flujos comerciales y la presión que
significa para los ecosistemas locales. Pengue plantea que la agricultura forma
parte los ciclos de los nutrientes y tanto su fijación en suelo, su extracción,
circulación y sustitución funcionarán “de distinta manera, en tanto y en cuanto los
distintos productos (...) se transformen y consuman en fuentes demandantes
cercanas o lejanas del lugar original donde se encuentra el nutriente” (Ibíd., 2009:
144). Esto vale no solo para los flujos internacionales, sino para los nacionales. En
este sentido cobra sentido recordar algunas viejas reflexiones de Karl Kautsky en
su libro La cuestión agraria. En esta obra planteaba que “nuestros campos no
pueden durar (...) si no se les restituyen los elementos constitutivos que les han
sido sustraídos en la forma de productos agrícolas enviados al mercado. Los
15
Hemos consultado sobre la utilización del concepto de huella hídrica en Argentina
en instituciones como el INTA, INTI, INA. No encontramos datos disponibles. Sin
embargo pudimos constatar la existencia de dos proyectos de declaración en el
Congreso de la Nación que solicitan al PEN tomar medidas a fin de calcular las
huellas hídricas insumidas en la producción agropecuaria. Proyecto 1074-D-2011
firmado por el diputado Villariño, José Antonio y Proyecto 4585-D-2009 de la
diputada Acosta, María Julia. Esta falta de información nos hace concluir que no se
elaboran datos en base a este concepto.
16
Hacemos esta salvedad, dado que hay sectores que plantean internalizar ese
costo en los precios de los productos que se comercian, lo cual encarecería los
precios de los alimentos, atentando contra el acceso a los mismos.
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residuos de las ciudades deben refluir nuevamente a la agricultura” (Kautsky, 1984:
56). Creemos que esto debería ser tomado en cuenta en la discusión acerca de la
estabilidad en la producción de alimentos, dimensión que propone FAO para la
seguridad alimentaria.
Tecnología para la producción y degradación ambiental
Como dijimos anteriormente, uno de los momentos de articulación entre
naturaleza y sociedad dentro de los marcos de cada proceso productivo se puede
ubicar en las técnicas utilizadas para transformar materia natural en mercancías
(Gutman, 1985: 62). Es así que resulta imperioso analizar con que tipo de
tecnologías se realiza la producción de alimentos, sobretodo en los sectores de la
pequeña producción agropecuaria. Planteamos este recorte analítico dado el
énfasis que la visión de la soberanía alimentaria deposita en dicho sector y que así
comienza a ser tomado por la política pública17.
Tomaremos para ésta primera reflexión algunos de los datos
proporcionados por Tsakoumagkos et al (2009). Dicho trabajo tuvo como objetivo
general “caracterizar productiva y tecnológicamente a los pequeños productores
(PP) de la Argentina” (Ibíd.: 9), analizando los rubros productivos y las tecnologías
utilizadas por dicho segmento de la producción agraria. Según los autores, la
composición productiva de los PP es semejante a la general tanto a nivel nacional
como en las diferentes regiones (Ibíd.: 298). Esto se manifiesta en los cultivos
predominantes entre los PP: soja, maíz y trigo, al igual que el resto del sector
agropecuario (mediana y grande explotación agropecuaria). 18 19 En cuanto a las
tecnologías “no se encuentran grandes diferencias con las modalidades
tecnológicas predominantes, con la probable excepción de la maquinaria agrícola”
(Ibíd.: 298). Esto incluye la utilización de agroquímicos, fertilizantes químicos,
herbicidas y fungicidas, y en un porcentaje relativamente importante la aplicación
de la siembra directa. 20
Tal situación desemboca en la situación en que los propios PP, contribuyen
al deterioro de los suelos y a la perdida de nutrientes. Esto se debe a que, si bien la
siembra directa se presenta como una técnica conservacionista, su excesiva
17
En este sentido se manifiesta el “Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial
2010-2016” al poner como uno de sus ejes “garantizar el desarrollo económico
sustentable de las diferentes zonas y regiones del país con priorización del modelo
de la agricultura familiar” (PEA2, 2010). También comienzan a visualizarlo así
sectores del INTA dedicados a la promoción de la Agricultura Familiar.
18
En superficie implantada (dentro del universo de los PP) los datos son los
siguientes para el cultivo de soja: 45% en Región Pampeana, 39% en el Chaco
Humedo, 32% en Monte Árido (Tsakoumagkos, 2009: 117). Una situación similar se
da con otros cultivos importantes como el maíz y el trigo.
19
Si bien buscamos llamar la atención sobre las técnicas empleadas es importante
observar los cultivos a los que se dedican los PP, dado que generalmente se asocia
a este segmento a una producción diversificada y opuesta a la producción a gran
escala.
20
Superficie cultivada con siembra directa dentro de la pequeña producción
agropecuaria: 72% de la soja y 42% del trigo en la región pampeana; 16% del Maíz
en la Mesopotamia (Ibíd.: 19).
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utilización produce compactación del suelo, dificultando la infiltración y retención de
agua en el suelo (Gudynas et al, 2004). A causa de este proceso, en Argentina
“cada año se necesitan mayores cantidades mayores de nitrógeno, fósforo y
glifosato para mantener los rendimientos en muchas de las tierras plantadas y la
compactación del suelo sería la causa de ello”. (Ibíd.: 113). Esto redunda en la
dependencia de insumos externos (agroquímicos, fertilizantes, etc.) de los sistemas
agroalimentarios locales, lo cual debe ser tomado como un dato en la elaboración
de políticas que busquen garantizar soberanía alimentaria para las comunidades.
Georgescu- Roegen ha llamado la atención sobre este problema en
términos entrópicos y al respecto de la mecanización de la agricultura: “sustituir el
auxiliar tradicional del campesino, los animales de tiro, (...) sustituye el insumo de
baja entropía solar por el terrestre. Al buey y el carabao (...) los remplaza el tractor,
producido y operado con baja entropía terrestre. Lo mismo sucede al sustituir el
estiércol con fertilizantes químicos. El resultado es que mecanizar la agricultura es
una solución que (...) es antieconómica a largo plazo” (Georgescu Roegen, 1989
[1971]: 70). En ese sentido, es importante la promoción de técnicas que reduzcan la
dependencia de recursos externos a los sistemas locales, apuntalando la capacidad
de los actores de decidir qué producir y cómo hacerlo.
Renta del suelo y velocidad de rotación del capital
Otra variable que debe ser tenida en cuenta en un análisis como el que
proponemos, que busca identificar transformaciones territoriales es la propia
dinámica de la renta del suelo agrícola. La misma es captada por parte de los
diferentes sectores de la actividad agrícola y los efectos que en las prácticas
espaciales pueden generar, repercuten en todas las esferas de la vida local,
incluyendo por supuesto a sus sistemas agroalimentarios. Partimos afirmando que
“la renta de la tierra no está en relación con lo que el arrendatario puede hacer con
la tierra, sino de lo que pueden hacer la tierra y el mar juntos” (Marx, 2006: 88), por
lo tanto ésta surge del trabajo efectuado sobre la naturaleza en ‘una porción del
planeta’. Así, determinados actores se apropian de una ventaja natural logrando
obtener mayores niveles de ganancia que la competencia con el mismo nivel de
inversión. Esto no es solo producto de la dimensión espacial, de la parcela concreta
que se explota, sino que se traduce en diferencias entre las ramas y los productos
agrícolas.
Teniendo en cuento la explicación de Guillermo Foladori sobre las formas
de la renta de la tierra, podemos concluir que es esta propia dinámica la que
induce a la agricultura, bajo el actual modo de producción, a adoptar los
monocultivos. Foladori parte de que “la productividad del trabajo, debido a razones
artificiales, es exactamente la misma. Aún así habría variaciones en el resultado de
la producción, si las condiciones naturales fueran diferentes. Supongamos entonces
esta diferencia, que es de lo más común en la agricultura (...) ningún capitalista
estaría dispuesto a invertir allí donde sabe de antemano que obtendrá una
producción inferior a sus competidores” (Foladori, 1986: 95). Esta dinámica
económica tiende a concentrar la producción en los cultivos que mayor
productividad tienen, y a homogeneizar las tecnologías en las más rentables. Así, el
productor que debe optar entre una agricultura diversificada y un monocultivo,
racionalmente elige la segunda opción, lo cual impacta sobre la diversidad biológica
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de los ecosistemas
agroalimentarios.
y sobre
la
diversidad
alimentaria
de
los
sistemas
Sumado a este funcionamiento, es importante agregar también el análisis
sobre la velocidad de circulación del capital en la actividad, debido a su impacto en
los niveles de obtención de renta y cuyo “resultado es una sobreexplotación de la
tierra y de los recursos naturales monopolizados” (Foladori, 2001: 158). Esto se
debe a que, a medida que aumenta la velocidad de rotación del capital, esta se
disocia más de los ciclos naturales de recuperación de la fertilidad y de los
elementos constitutivos de la materia orgánica del suelo. Nuevamente se pone en
riesgo, la estabilidad de la producción de los alimentos a futuro, o bien se debe
aumentar la cantidad de insumos externos necesarios para sostener la fertilidad del
suelo, acrecentando la dependencia de los sistemas de producción locales.
Existen varios otros aspectos donde la capacidad de garantizar la seguridad
alimentaria se puede ver menguada y donde puede realizarse análisis similares.
Una de ella el alto coste energético que se requiere para transportar los alimentos y
que repercute en el precio de los mismos y en las infraestructuras que se
construyen para garantizar los flujos. Bajo el actual modelo agroalimentario
globalizado “para disponer de una unidad de energía en forma de alimento es
necesario gastar la misma cantidad de energía en transporte. Este alto coste
energético es producto de la fuerte desconexión entre áreas de producción y áreas
de consumo” (Delgado Cabeza, 2010: 52). Frente a esta situación las
organizaciones que plantean la soberanía alimentaria como alternativa sostienen la
importancia del comercio local de los alimentos (ferias francas, mercados locales).
Para finalizar presentamos un cuadro que intenta sintetizar el objetivo que
guió este trabajo exploratorio. En pos de identificar transformaciones territoriales,
producto de los cambios en torno a los sistemas agroalimentarios, sostenemos que
la utilización de las herramientas propias de la economía ecológica, pueden ser de
gran utilidad.
Cuadro 1. Conceptos económico-ecológicos para analizar transformaciones
territoriales en torno los sistemas agroalimentarios.
Subunidad
Unidad de análisis
Concepto teórico/operativo
de análisis
Huella Hídrica
Tecnología
agropecuaria
Transformaciones territoriales
Fijos
(combinación específica y localizada de una
Infraestructura para transporte
estructura demográfica, de una estructura de
Renta del suelo
clases, de rentas, de consumo; y de una
organización también específica de las
Agua virtual
técnicas que están en la base de las
Extracción de nutrientes
relaciones entre esas estructuras y los
Flujos
recursos)
Velocidad de rotación del capital
Transporte de alimentos
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Conclusión
Adentrarnos en un análisis de éste tipo es sumamente importante porque,
“nos encontramos, pues, con un ámbito en el que la naturaleza, como factor
limitante y condicionante del desenvolvimiento económico, adquiere connotaciones
especialmente relevantes” (Delgado Cabeza, 2010: 33), y es justamente uno de los
fundamentos de la economía ecológica el de “situar la economía dentro de la
ecología” (Martínez Alier, 1992: 40). Analizar transformaciones en torno a las
estrategias públicas de seguridad y soberanía alimentaria, nos enfrenta con la
necesidad de entender procesos que afectan la estabilidad y la disponibilidad de los
alimentos (degradación de los suelos, de la calidad del agua), o que puedan afectar
el acceso (encareciendo los precios) y por cierto debemos atender la dimensión
nutricional (utilización)21.
Por otro lado, creemos que poner de manifiesto la apropiación de los
recursos por parte de determinados sectores, así como de las ganancias
extraordinarias producto de la captación de rentas territoriales, puede contribuir a la
producción de conocimiento en torno al tan mentado desarrollo rural y sus
variantes. Solo sacando a la luz esas desigualdades en el acceso a los recursos,
sobre las que se actúa en el mundo rural, será posible construir “un territorio capaz
de abrigar diferentes formas de producir y consumir [que] ayudaría al desarrollo de
un mercado socialmente necesario y, por consiguiente, más distributivo” (Silveira,
2008: 15).
Para concluir, dejamos planteadas la necesidad de respondernos ciertas
preguntas que giran en torno al tema. Siendo que algunas instituciones estatales
empiezan a incorporar el principio de soberanía alimentaria en sus políticas: ¿en
que medida tienen en cuenta estas dimensiones conflictivas de los sistemas
agroalimentarios? ¿Con que herramientas las atiende la gestión pública? ¿A quién
beneficia esa atención, si es que la hay? ¿Se articula estas dimensiones para
fortalecer a los sectores empobrecidos del sector agropecuario, y por otro,
solucionar las situaciones de hambre que se dan en los territorios? ¿Juega la
agricultura familiar algún papel en estas discusiones?
Las respuestas que podamos ir construyendo a medida que avancemos con
nuestros análisis van encaminadas a visualizar como opera el poder en los
territorios. Lejos de buscar respuestas técnicas a nuestras preguntas, buscamos
comprender como se enfrentan los intereses específicos (sociales, políticos,
económicos e institucionales) y contradictorios en la puesta en agenda de las
demandas de los distintos actores sociales. Es ésta una condición necesaria para
abocarnos a comprender las transformaciones en los territorios que analizaremos.
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