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Comenta el siguiente texto. 2.3. El siglo XX y la secuencia reciente de crisis→ajuste→crisis En los últimos cien años, los procesos de destrucción van mucho más allá de las crisis, pese a su magnitud, adquiriendo formas tan gigantescas como las dos guerras mundiales y las demás. Y en particular una forma más gigantesca, la desvalorización de la fuerza de trabajo. Crisis, guerras y desvalorización de la fuerza de trabajo son mecanismos interrelacionados entre sí y vinculados a los requerimientos de rentabilidad propios del capital en este momento de su desarrollo histórico, dramáticamente vigentes todos ellos como se está mostrando precisamente en los primeros meses de 2011. La agudización de las dificultades de valorización se expresa en el estallido de virulentas crisis: la de los años treinta, la de los setenta o la actual (mal llamadas, respectivamente, “del 29”, “del 73” y “del 2007-08”, porque van mucho más allá de los detonantes acaecidos en esos precisos momentos). Ante ellas, el otrora mecanismo saneador de la propia crisis, que destruyendo valores (cierre de empresas, despidos…) permitía restablecer la rentabilidad y, con ello, que se reanudara la acumulación, se muestra incapaz por sí mismo de recomponer las condiciones de valorización. La consecuencia de esta incapacidad se concreta en la necesidad de procesos, cada vez mayores, de destrucción de fuerzas productivas como requisito para la reanudación de la acumulación. Es la máxima expresión de la “huída hacia delante”. En relación con la crisis de los treinta, ni la propia destrucción de la crisis ni el recurso a la intervención estatal (la palanca burguesa de estímulo de la demanda impuesta por Roosevelt en EEUU desde 1932-33 y teorizada por Keynes en 1936) permitirán la reanudación de un ritmo acelerado de acumulación1. Por el contrario, la recuperación sólo acabará siendo posible tras la brutal destrucción económica y social de la Segunda Guerra mundial y el posterior entramado internacional consensuado en los acuerdos de Yalta y Potsdam entre EEUU como potencia capitalista en ascenso, hegemónica; Gran Bretaña como potencia capitalista ya en declive y la URSS estalinista. Respecto a la de los setenta, ni siquiera la posterior imposición generalizada del ajuste fondomonetarista (con su corolario en términos de intensa desvalorización de la fuerza de trabajo, de liquidación de conquistas sociales) ha permitido una recuperación generalizada y sostenida que justifique hablar de una nueva etapa de crecimiento en los ochenta, noventa y primeros años del siglo XXI a la manera de la de los años cincuenta y sesenta (y en todo caso, los acotados episodios de crecimiento habidos se vinculan directamente a una regresión social de carácter histórico2). Y cómo, por otra parte, toda 1 “Bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, el gobierno había empleado un 60% de los parados del país en vastos trabajos públicos (…) a pesar de la amplitud de estas medidas la tasa de desempleo en Estados Unidos, que era más del 30% en 1933 y que había sido reducida al 13% en 1936, seguía en un 10% en 1940. Fue solamente ‘gracias’ a la Segunda guerra mundial como el paro fue finalmente eliminado, cayendo al 1% y la actividad vigorosamente relanzada” (Gill, 2009a: 27). 2 En EEUU, por significativo ejemplo, la participación de los sueldos y salarios en el PIB pasa del 50,1% en 1980 al 45,8% en 2005. Excluyendo al primer quintil de asalariados, en esas dos décadas los salarios reales cayeron el 18% (las fuentes respectivas son el Bureau of Economic Analysis y el Departament of State). Igualmente mecanismos destructivos son la economía del armamento a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX así como, especialmente en el periodo más reciente, la economía de la droga y otras actividades conectadas a la criminalidad financieroespeculativa. especulación acerca de supuestos nuevos redespliegues de la acumulación capitalista se han acabado zanjando con el estallido de la profunda crisis actual. Las condiciones fundamentales que caracterizan al capitalismo desde entonces se siguen manteniendo y tienen consecuencias graves desde el punto de vista de las crisis. Además de las dificultades crecientes para contrarrestar la tendencia declinante de la tasa de ganancia, el lugar predominante que adquiere el capital financiero implica una paradoja. Si bien resulta crucial su función estimuladora del proceso de concentración y centralización del capital, así como su papel en la configuración de la economía mundial como tal, su orientación fuertemente especuladora le hace provocar continuos estallidos de crisis muy graves en plazos de tiempo cada vez más cortos (en términos teóricos, estamos hablando de un circuito D→D’ en el que sin producción de plusvalía se obtiene ganancia, procediendo ésta por tanto de cesiones de plusvalía del capital productivo –que exige a su vez aumentar la explotación-; y también de una vorágine de capital ficticio que toma la forma de burbujas que necesariamente acaban desinflándose). Pero estos estallidos se muestran a todas luces incapaces de llevar efectivamente a cabo la tradicional función de saneamiento necesaria para la reanudación de la acumulación. En efecto, tras la crisis de los años treinta, no fue suficiente con la intervención masiva de los Estados –que sólo alivió la profundidad de la crisis-, sino que sólo fue posible la reanudación de la acumulación con la guerra y todos sus corolarios (que inauguran la supuesta “edad dorada” del capitalismo que nosotros calificamos de “huída hacia delante”). No obstante, la supervivencia del keynesianismo como principal referente teórico justificador de las políticas aplicadas es importante, aunque la intervención estatal de las décadas posteriores fuera mucho más allá de los planteamientos acotados, básicamente anticíclicos, de Keynes. En efecto, se utilizan como referente para, “haciendo de la necesidad, virtud”, integrar las concesiones a la clase trabajadora que el capital se ve obligado a aceptar para la desactivación del conflicto social que le ofrece la colaboración de las direcciones de las dos principales corrientes del movimiento obrero3. Concesiones cuya condición de fardo insostenible para la acumulación se constatará inequívocamente con la crisis de los setenta. Y que, por ello, serán situadas en el punto de mira de las políticas, para su liquidación, muy señaladamente a partir de los gobiernos de Thatcher en Reino Unido (desde 1979) y Reagan en EEUU (desde 1980). El fracaso de esta orientación “keynesiana” para hacer frente a los crecientes problemas de valorización inherentes al desarrollo capitalista se pone de manifiesto con el estallido de la crisis en los primeros setenta. Desde los ochenta, el regreso al predominio de las políticas de inspiración/justificación liberal (no resultante de ningún debate teórico sino de las necesidades del capital, cuya concreción en términos de política económica se reviste “a posteriori” con el entramado teórico-propagandístico liberal) no podía tener resultados frente a los problemas de valorización mencionados, excepto de forma muy limitada y coyuntural, tal y como se ha encargado de demostrar de 3 La socialdemocracia y el estalinismo que, frente a toda pretensión de ruptura, revolucionaria, se sitúan en el marco de colaboración interclasista definido en las conferencias de Yalta y Postdam para las economías occidentales. forma inequívoca la actual crisis. A pesar del aumento sostenido de la tasa de plusvalía que, pese a sus graves efectos de deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población, no logra aportar el suficiente margen de rentabilidad para la prosecución de la acumulación. Esta orientación puede resumirse como expone Valenzuela (1991:153-154), mostrando las posibilidades que trata de abrir y su alcance muy limitado: En primer lugar se podría caracterizar como una modalidad específica e históricamente determinada, de reconstitución de la tasa de ganancia. Para ello, se apoya fundamentalmente en la elevación de la tasa de plusvalía. Para lograrlo, se busca congelar o controlar la expansión de los salarios reales y, para tales efectos, los mecanismos que se privilegian son la dilatación del ejército de reserva industrial y la coacción directa o extraeconómica (…) Al mismo tiempo provoca una modificación sustancial en las modalidades de reparto de la plusvalía social (…): i) retracción del beneficio empresarial y mayor peso de la plusvalía que se traduce en intereses; ii) especialmente por la vía de los intereses, crecimiento de la masa de plusvalía, absoluta y relativa, que fluye al exterior. Como consecuencia de lo anotado, desestímulo a la acumulación productiva en general y, en particular, a la más pesada y de más largo período de maduración. La alta tasa y masa de plusvalía combinada con los bajos niveles de la acumulación productiva dan lugar a la emergencia de agudos y recurrentes problemas de realización. Por las características del modelo, ni el gasto (o déficit) estatal ni un eventual superávit externo, pueden jugar como palancas resolutivas. De hecho, son la expansión del consumo suntuario y otros gastos improductivos, los mecanismos que se privilegian para suavizar los problemas de realización del excedente. De aquí, el parasitismo esencial del modelo. La configuración económica estructural que precipita el ideario neoliberal, da lugar a consecuencias de largo plazo o tendenciales: i) menores ritmos de crecimiento; ii) mayor inestabilidad en el curso de la reproducción. La crisis actual ha zanjado toda idealista aspiración de que la llamada “globalización” o “mundialización” permitiera a la acumulación capitalista desembarazarse de sus contradicciones. Mostrándose así, descarnadamente, que la concepción de la globalización como un supuesto nuevo estadio del capitalismo era puramente retórica. Pero mostrándose también que su trasfondo real, la universalización de las políticas de ajuste permanente del FMI, de abaratamiento del costo directo e indirecto de la fuerza de trabajo (con su corolario en términos de deterioro de las condiciones de vida de la inmensa mayor parte de la población mundial), sólo era un nuevo episodio de esa “huída hacia delante”. A la cual, sin embargo, se quiere volver con la orientación de “más de lo mismo” ante la crisis, eje que preside las propuestas de las instituciones del capital y particularmente de los organismos intergubernamentales como el propio FMI o la UE, a las que optan por subordinarse la inmensa mayoría de los gobiernos. El desempeño reciente de la economía mundial se sintetiza en la secuencia “crisis→ajuste→más crisis”. Secuencia que parte de la crisis de los setenta, reveladora de que lo excepcional no eran las dificultades graves en el proceso de acumulación, sino la continuidad de éste durante los años 50 y 60, al fundamentarse en bases tan inestables como las condiciones extraordinarias de la posguerra (desvalorización de la fuerza de trabajo, enormes espacios de rentabilidad en la reconstrucción, estabilidad monetaria internacional impuesta por la solvente e incontestada hegemonía estadounidense y estabilidad política derivada de la orientación de paz social a la que se subordinan las principales direcciones del movimiento obrero en el marco de los acuerdos de Yalta y Postdam) y el recurso a medios artificiales (como el crédito masivo o la economía de armamento). Secuencia que continúa con el ajuste como instrumento del capital contra la caída de la rentabilidad que está en el origen de la crisis, ajuste basado en el cuestionamiento del status quo salarial previo, impuesto a través de las privatizaciones, la desreglamentación, la apertura, etc.. Y secuencia que desemboca en la respuesta tajantemente negativa a la pregunta acerca del éxito final de dicho ajuste –cara al restablecimiento de la rentabilidad para la reanudación de la acumulación- zanjada inequívocamente, como decíamos, con la grave crisis actual. De hecho, es muy significativa la caracterización del periodo que transcurre entre la crisis de los setenta y la actual. ¿Podemos definirlo como un periodo de crecimiento o expansión entre dos crisis? Claramente, no. De hecho, si mantenemos el criterio que nos lleva a hablar de crisis en los setenta y crisis en la actualidad, esto es, el criterio del ritmo de acumulación, debemos definir el periodo intermedio como un periodo de irregularidades, inestabilidad, asimetrías, vaivenes, etc. Si en lugar de adoptar ese criterio nos fijamos en lo más destacado, constatamos que es justamente la mundialización del ajuste el elemento que identifica de forma más nítida el periodo. Es decir, el criterio no sería directamente el ritmo de acumulación sino la respuesta del capital a las dificultades de mantener un cierto ritmo de acumulación. Tomado de Arrizabalo, Xabier (2011); “El imperialismo, los límites del capitalismo y la crisis actual como encrucijada histórica”, en Gómez, Pedro José (2011); Economía política de la crisis, Editorial Complutense, Madrid, páginas 99-102.