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Transcript
Fondation Charles Léopold Mayer pour le Progrès de l'Homme
Alianza por un mundo responsable, plural y solidario
Polo de Socio-Economía Solidaria
Cuaderno de propuestas
Para el siglo XXI
Salir del laberinto de la financiarización:
hacia finanzas al servicio del Bien Común
Noviembre 2001
Coordinado por Paul H. Dembinski y Natasha Morais,
Observatoire de la Finance (www.obsfin.ch)
Site: http://finance.socioeco.org/
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(Con)fusión entre moneda y finanzas
1.1.
La moneda asegura el intercambio – la transacción
El fenómeno monetario ha tomado formas variadas en distintas civilizaciones, desde sistemas
de racionamiento con componentes más o menos rituales, e incluso sagrados, hasta la red
global y abierta de intercambios gobernados por la sola racionalidad económica. En el
contexto donde todo se compra o se vende, donde todo tiene un precio, la moneda es la
expresión de la deuda que la sociedad tendría para con los que, en algún momento, detienen el
metálico. En la época donde el oro del banco central respaldaba los billetes en circulación, el
que poseía la moneda tenía la perspectiva de cambiarla, en el peor de los casos, contra un
valor que trascendía el sistema monetario instalado. En la actualidad, esta seguridad ni
siquiera existe, incluso en apariencia, lo que subraya aún más claramente el hecho de que la
moneda es una institución social que descansa en la confianza. Por su uso, cualquiera sea su
forma, los actores expresan su confianza en y adhesión al pacto social que rige el orden
monetario.
En su realidad cotidiana, la moneda equivale a un "poder de compra", un "hacer valer", dotado de la capacidad
de iniciar la transacción y el intercambio por medio del que objetos y derechos cambian de dueño; perfectamente
fungible y transferible, la moneda es particularmente adaptada para cerrar transacciones anónimas e instantáneas.
Es por ello que la moneda circula sin parar. Cuando tenía un soporte material, la moneda "cambiaba de manos",
hoy se ha transformado en información pura cuyo significado surge del orden monetario en el que circula.
La circulación monetaria contribuye a estructurar la actividad económica. Al facilitar las transacciones, incentiva
a los actores a especializarse y contribuye a la emergencia de lazos de interdependencia. A su vez, la
especialización trae a la sociedad beneficios en términos de eficiencia económica.
1.2.
Las finanzas construyen el porvenir – la relación
Contrariamente a la moneda que permite transacciones instantáneas, las finanzas sólo se conciben en el tiempo.
Más que transacciones, las finanzas construyen relaciones. Mientras la moneda se acomoda del anonimato de los
protagonistas, las relaciones financieras tienen como contrapartida los compromisos de los actores nominalmente
conocidos. Estos compromisos sirven de respaldo o promesa para pagos futuros y, en el intervalo, se transforman
en "activos financieros". Que se trate de la deuda de un Estado, de un depósito en un banco o de una acción de
una empresa, al menos una de las dos partes de la relación financiera está identificada, mientras que la otra puede
cambiar en el transcurso del tiempo.
Las finanzas dan fluidez a la circulación monetaria, ya que permiten a los actores que poseen excedentes de
liquidez, volver a colocarla en el circuito económico de manera temporaria y revocable. Al mismo tiempo, ponen
a la disposición de los actores que carecen de liquidez, los medios de pago necesarios al desarrollo de sus
proyectos. Es porque permiten vincular transacciones distantes en el tiempo que las "finanzas" son una
prolongación y un complemento de la moneda.
Desde el punto de vista económico, las finanzas completan y prolongan la acción de la moneda, ya que permiten
generar mayor eficiencia, al proceder a una constante reasignación del capital en el seno de la economía. Dos
condiciones son necesarias para que las finanzas puedan desarrollarse: un orden monetario y un nivel mínimo de
confianza.
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1.3.
La moneda se hace finanzas
En una economía pos-industrial y globalizada, las funciones respectivas de la moneda y de las finanzas –
claramente separada a nivel conceptual – pierden parte de su autonomía. En efecto y cada vez más claramente,
los proveedores de bienes y servicios privilegian las relaciones que crean con sus clientes, más que las
transacciones anónimas e instantáneas. Así, el lugar dejado para las "transacciones" en la vida económica
disminuye a favor de las "relaciones". En consecuencia, las finanzas envuelven cada vez más claramente la
moneda. Por otra parte, debido a los cambios tecnológicos, la articulación del orden monetario evoluciona: el
soporte material pierde importancia frente a las reglas que rigen el sistema donde circula la información
monetaria. De allí, sigue que las distintas funciones de la moneda –anteriormente reunidas bajo el mismo soporte
material – se ven retomadas por subsistemas especializados. Más particularmente, la función tradicional de
"reserva intertemporal de valor" está muy claramente retomada por las finanzas.
Las innovaciones financieras se han reflejado en la complejidad cada vez mayor de los instrumentos utilizados
por los bancos, ya sea en sus relaciones recíprocas, ya sea en las relaciones con sus clientes. Este aspecto de la
innovación financiera ha retado rápidamente a los bancos centrales a trazar una línea de demarcación entre lo
que es, y lo que no es, la moneda. Debido a la importancia cada vez mayor de la intermediación financiera, el
límite conceptualmente claro entre moneda y finanzas se desdibuja. Entre el haber perfectamente líquido del que
el billete bancario es el mejor ejemplo, y la obligación emitida por el gobierno, se instaura toda una cadena de
gradaciones que hacen que sea imposible una clara separación entre moneda y finanzas. Esta fusión tiene
consecuencias extremadamente profundas, dado que diluye la frontera entre las responsabilidades públicas,
tradicionalmente a cargo de lo monetario, y el sector privado del que dependían las finanzas.
La confianza ciega en el porvenir
1.4.
La confianza – una diversidad de formas
La confianza sirve de abono tanto a la moneda como a las finanzas. En el primer caso, se limita a la confianza
que uno tiene en que va a poder convertir la moneda poseída en bienes deseados. En el caso de las finanzas, la
confianza tiene dos dimensiones principales. La primera dimensión corresponde a la confianza compartida
(colectiva o social) en un porvenir que es posible anticipar y en el que es posible proyectar a la vez
individualmente y como grupo. Esta confianza abre horizontes para la construcción del porvenir gracias a un
tejido de relaciones financieras que establecen interdependencias entre hoy y mañana. Una confianza de este tipo
en la construcción financiera es más bien excepcional en términos históricos, incluso si puede parecer "normal"
hoy en los países del Norte.
La segunda dimensión de la confianza de la que se nutre las finanzas es la que liga los socios en una relación
financiera y que se podría cualificar de "confianza de contraparte". Se resume al sentimiento compartido por los
socios de entenderse mutuamente y ser capaces de anticipar, con una fuerte probabilidad, el comportamiento del
otro frente a situaciones imprevistas. Descansa a la vez en una comunidad de valores, sino del todo compartidas,
por lo menos conocidas por unos y otros; y en la garantía que constituye la pertenencia mutua a una red, una
constelación social de la que es difícil salir unilateralmente. La pertenencia de un socio a un conjunto social
limita el riesgo que toma el otro socio al entrar en una relación financiera con el primero.
Con la aparición del estado de derecho, "la confianza de contraparte" ha sido institucionalizada pero su
naturaleza no ha cambiado. El Estado es la expresión a la vez del porvenir y de la pertenencia común, mientras
que el derecho acompañado por el aparato punitivo del Estado se ha transformado en el garante del respeto de los
contratos y por lo tanto – en apariencia al menos – ha remplazado la referencia a valores comunes o compartidos.
En el transcurso de los últimos 25 años, es en la esfera financiera que se ha expresado, con un vigor sin
precedente, la confianza que tienen los países del Norte a la vez en su capacidad de construir el porvenir y en sus
instituciones. Los bancos, las cajas de pensión o los mercados financieros han sido los principales beneficiarios
de este sentimiento de seguridad absoluta, a tal punto que se han transformado en los depositarios del porvenir
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personal y social. La explosión ininterrumpida que conoce las finanzas desde más de un cuarto de siglo es
prueba de ello. Esta explosión se ha alimentado de los desempeños económicos sin precedentes de las últimas
décadas. Por un efecto de retroacción positiva, los desempeños financieros han dopado aún más la confianza
social acordada a las finanzas.
La utopía securitaria –la financiarización de las mentalidades
Desde una perspectiva estrictamente económica, las finanzas son un sub-sistema económico llamado a cumplir
tres funciones muy específicas: (a) asegurar el movimiento de pagos; (b) recoger el ahorro y colocarlo al servicio
de los proyectos de inversiones; (c) evaluar el riesgo, darle un precio y permitir su asignación eficiente. Si bien el
movimiento de pagos y la transformación del ahorro en inversiones son funciones clásicas, la gestión del riesgo a
gran escala es una función relativamente nueva que se limita ante todo a los países del Norte y que ha adquirido
mayor importancia con la multiplicación de los activos financieros y la caída de los costos de transacciones y
relativos.
Desde la última guerra mundial, las condiciones han sido particularmente propicias al desarrollo económico. El
crecimiento ininterrumpido, acoplado a avances técnicos sin precedentes, se ha visto acompañado de un cambio
profundo en el imaginario y las mentalidades, tanto colectivas como individuales. Paulatinamente, lo económico
se ha impuesto como la dimensión central de la vida social. El hecho de que hoy uno no tema hablar de la
"sociedad de mercado", para cualificar la realidad de los países del Norte revela este desplazamiento. Hasta hace
poco, el término "de mercado" estaba reservado a la economía.
Guste o no, lo económico ocupa hoy el corazón de lo social, y lo financiero el corazón de lo económico. Este
cambio se refleja en la estructura del vínculo social: el intercambio monetario y la relación financiera
representan tanto elementos constitutivos de la pertenencia social como su ausencia es factor de exclusión. El
vínculo social es menos directamente interpersonal; la relación con las cosas tiende a remplazar la relación con
las personas. Resulta de ello, tanto a nivel social como individual, la actividad económica y financiera deja de ser
un medio para volverse una finalidad. En consecuencia, lo monetario y lo financiero se encuentran investidos de
nuevas funciones, entre otros la de contribuir a asegurar un mínimo de cohesión social frente a situaciones de
"weak community" por analogía a lo que los politólogos dicen del "welfare state".
Se pueden formular hoy tres constataciones en relación al cambio del cometido financiero en lo social:
Al centro de la sociedad de mercado, el haber se ha vuelto uno de los principales garantes de la
seguridad de las personas. Así, participamos en la prosperidad de una "utopía securitaria" donde se
trata de acumular suficiente capital para poder luego transformarse en rentista. Las jubilaciones por
capitalización y los seguros de vida se han transformado a la vez en los depositarios de esta utopía y los
actores principales del mundo de las finanzas.
La utopía securitaria descansa en una individualización de los haberes, y por lo tanto de los destinos. El
haber se impone como el polo de confianza más importante, a menudo al detrimento del vínculo
interpersonal, el que implica un deber y por ende, está percibido como una carga. El empobrecimiento y
el carácter cada vez más efímero de los vínculos sociales se traducen por la multiplicación de las
familias a "tiempo determinado", con sus numerosas consecuencias: la calamidad de la soledad de los
mayores, la delincuencia de los jóvenes, las familias monoparentales, la erosión del capital social, etc.
En una sociedad abierta y móvil, las finanzas contribuyen a darle al vínculo social un carácter cada vez
más efímero, ya que otorga a los haberes un contenido virtual, por ende perfectamente móvil y en todo
momento movilizable. En este sentido, las finanzas "liberan", es decir, desatan las amarras tradicionales
al crear alternativas. Transforman la confianza interpersonal en una confianza en el porvenir cuyo
garantes son las instituciones. Si anteriormente la seguridad de una relación financiera estaba basada en
la confianza recíproca de los actores, hoy se desplaza para colocarse en la liquidez de los mercados, que
se transforma así en un sucedáneo de la confianza.
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El proyecto común, tanto individual como colectivo, el de mayor visibilidad que sean capaces de formular hoy
las sociedades occidentales, es la promesa de un futuro de rentista. Este rentista de nuestros sueños está liberado
de la obligación de trabajar, pero también de la interacción con los demás. Prefigura el individuo moderno,
liberado de las amarras y tabúes ancestrales, del arraigo en una comunidad. Solo frente al espectáculo de sus
riquezas, dispone de los medios suficientes para aniquilarse cuerpo y alma en el consumo gozador cuyo único
factor determinante es su capacidad para pagar.
El desplazamiento de las mentalidades al que nos referimos anteriormente, así como la nueva configuración del
vínculo social en torno a la capacidad de compra, modifica las expectativas y la misión que nuestras sociedades
otorgan a las finanzas. La utopía coloca las finanzas en una situación paradójica: de un subsistema técnico
encargado de mejorar la asignación y el uso de recursos, está a punto de transformarse en la competencia
arquitectural del mundo, encargada de una misión casi escatológica.
Detrás del cambio de cometido de las finanzas, se esconde un cambio en los valores sociales fundamentales. Las
finanzas no son más que un reflejo del cambio social, sería erróneo confundirlas con este cambio mismo.
También, detrás de la evolución de las finanzas, se perciben elecciones sociales que es urgente explicitar y poner
en debate. Focalizar la crítica en las finanzas para cambiar la sociedad es tan eficiente como actuar sobre el
espejo para cambiar la realidad reflejada. Por ende, es ilusorio esperar que lo financiero o lo económico
encuentran por sí solos respuestas al conjunto de los males del planeta. Por otra parte, la actividad y las
instituciones financieras no son neutras, derivan de, pero también conforman, una organización social articulada
en torno a un cierta cantidad de principios entre los que la legitimidad –jurídica, económica y ética – de la
remuneración del capital no es la menos importante.
Es fundamental tomar en cuenta el cambio en el papel social de las finanzas para percibir a su
justo valor los desafíos que se articulan en torno a las finanzas. Está claro, en efecto, que ni el
entorno político, ni el marco institucional, ni siquiera las herramientas conceptuales
implementadas en la época donde las finanzas tenía un cometido meramente técnico están
adaptados al tiempo presente. El tiempo donde era posible regular y pensar las finanzas como
si estuviesen aislada de lo social ya terminó, porque se ha vuelto un componente cada vez más
importante de éste.
1.5.
La financiarización de la economía
El lugar que ocupan las finanzas en el proyecto de las sociedades occidentales ha ido ganando
espacio en la medida que se generaba una mayor confianza en el porvenir del sistema –un
sentimiento de haber alcanzado un estado estacionario, de haber llegado al fin de la historia
para retomar el título de Fukuyama – y que se multiplicaban los activos y las transacciones
financieras. Este último proceso puede ser cualificado de "financiarización de la economía" y
es la prolongación en el mundo de la economía de la financiarización de las mentalidades del
que se habló anteriormente.
Fenómeno relativamente reciente, la financiarización de la economía se ha iniciado en gran
escala en los años '70. A partir de ese momento, la oferta de títulos en el mercado ha
aumentado considerablemente. Ha sido alimentado entre otros por el uso del endeudamiento
del conjunto de las economías occidentales, principalmente el endeudamiento de los
gobiernos, pero también de las empresas y de los individuos. Paralelamente, la ola de
titularización ha penetrado en todos los ámbitos. Consecuencia de ello, los productos
petroleros, los productos agrícolas y las materias primas se han vuelto activos financieros. Lo
mismo ocurrió con las monedas nacionales. Estos activos están codiciados en el marco de
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estrategias de inversiones cada vez más sofisticadas que usan ampliamente los productos
derivados y otras innovaciones financieras.
En cuanto a la demanda de títulos, es el reflejo de la progresión de la financiarización de las
mentalidades. Ha sido alimentada por el derramamiento sobre los mercados financieros
correspondientes de una parte creciente no sólo del ahorro clásico, sino también de las
cotizaciones relativas al seguro de vejez y otros tipos de seguros. Así la financiarización de la
economía contemporánea no es un evento exógeno, sino más bien la resultante de opciones de
política económica (financiamiento de los déficits públicos por el endeudamiento más que por
la inflación) y de opciones societales (financiarización de las mentalidades).
En un movimiento lento pero continuo, y sin darse cuenta de ello, las sociedades occidentales
han sometido una porción creciente de los ingresos, tanto de los países como de las personas o
de las empresas, a las fluctuaciones que afectan el valor de los activos financieros. Resultado
de ello –a nivel macro- una exposición creciente del producto nacional a las fluctuaciones de
los mercados financieros. Si la financiarización debiese seguir indefinidamente, -todo el resto
manteniéndose igual – la parte de la remuneración del capital en el producto nacional podría
de mucho superar los 20 a 30% actuales. Nos estaríamos acercando así a una sociedad de
rentistas cuya supervivencia estaría a merced de un derrumbamiento de los valores
mobiliarios u otro cataclismo sistémico.
El lado oscuro de la medalla es que el valor de los activos financieros no depende sólo de su
escasez relativa, sino también de las perspectivas y anticipaciones en términos de las
actividades generadoras de valor agregado, que sean éstas de tipo industrial o de servicios.
Esta relación que va de lo "real" a lo "financiero" no es nueva, es ella que exige de los
inversionistas que no pierdan de vista "los fundamentales". Así, en una carrera reiniciada a
diario, los analistas del mundo entero escrutinan esta relación como si estuviese fuera de ellos,
mientras que la están reinventando al compás de sus análisis.
Hoy, como veinte años atrás, las empresas cotizadas en el conjunto de las bolsas mundiales
proveen al máximo un 30% del producto mundial. Sin embargo la relación entre la
capitalización de estas empresas y el producto mundial ha incrementado muy fuertemente. Lo
mismo ocurre con el peso global de las deudas públicas y privadas, cuya evaluación no
obstante sigue más complicada. Debido a los niveles alcanzados por la capitalización de los
mercados y por la intensidad de los flujos necesarios para mantenerlos, todo cambio en las
perspectivas coyunturales o en su percepción se verá amplificado más brutalmente que en el
pasado. La variación –en términos absolutos – del valor de los activos que resulten de ella
será entonces aún mayor. Esta variación a su vez tendrá un impacto real que va a contribuir a
concretizar las previsiones de coyuntura. Este mecanismo puede llevar tanto a la euforia que
al desespero. En otros términos, los mercados financieros actúan como una formidable caja de
resonancia, amplificando los ruidos que captan y – bajo ciertas configuraciones –agregando
tonalidades propias. La volatibilidad consubstancial a las finanzas infiltra paulatinamente toda
la economía.
La financiarización aumenta también la exposición de la actividad económica a la influencia
de la psicología de mercados y los movimientos de masa. Uno se puede preguntar si las
causalidades no están a punto de invertirse: si el manejo del patrimonio financiero que se
realizaba tradicionalmente en función de lo "real" no está manejando este último en función
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de sus propias expectativas y exigencias. Existen razones para pensar que el futuro que hemos
construido por medio de los "sagrados" contratos financieros está empezando a pesar cada vez
más en el presente. Testimonio de ello es el hecho que la rentabilidad del capital tiene la
prioridad y anterioridad sobre la remuneración del trabajo, y que la primacía del capital sobre
el trabajo no para de acentuarse.
Un marco institucional anacrónico
La financiarización de las mentalidades toca principalmente todos los países del Norte pero la
financiarización de la economía que se le sigue, se despliega en todas las dimensiones del
globo terráqueo. Así, en treinta años, la naturaleza de las relaciones económicas
internacionales ha cambiado fundamentalmente. En los años sesenta, las transacciones
comerciales entre las economías nacionales relativamente cerradas sobre sí mismas estaban en
el primer plano de las preocupaciones internacionales. Hoy, la transnacionalización de los
procesos de producción y la importancia de los movimientos de capitales ha relegado las
transacciones comerciales al segundo plano. La financiarización ha fuertemente contribuido a
estos cambios que, a lo largo del tiempo, han hecho aparecer progresivamente el carácter cada
vez más anacrónico del marco institucional heredado del período de la posguerra.
1.6.
El telón de fondo histórico
El sistema de Bretton Woods (BW de ahora en adelante) se concibió a pesar de que el
recuerdo de la crisis de 1929 ––y, en última instancia, la tragedia de la guerra – estaban aún
muy presentes en la memoria colectiva. Así, los mecanismos de regulación de la economía
internacional fueron diseñados y pensados para impedir la aparición de la espiral infernal de
devaluación a proteccionismo, que había conducido al ahogo casi completo de los
intercambios comerciales en los años '30.
En esta perspectiva, se impuso la concertación intergubernamental como única forma de
gobernabilidad posible. Ello demuestra claramente el reparto de las responsabilidades entre el
sector público y privado. La gobernabilidad debía apoyarse en tres pilares institucionales que
se convertían por este mismo hecho en el armazón del sistema económico internacional: 1) el
Fondo Monetario Internacional, cuya función consistía en asegurar la estabilidad de los tipos
de cambio y ayudar los países a enfrentar los déficits transitorios y estructurales de su balanza
de pagos; 2) una organización internacional de comercio (primero el GATT, y luego la OMC)
––que, estructurada en torno a los principios de la reciprocidad y la cláusula de la nación más
favorecida, debía mantener alejadas las tentaciones proteccionistas; 3) el Banco Internacional
para la Reconstrucción y el Desarrollo (que más adelante pasó a ser el Banco Mundial)––cuya
misión consistía en ayudar en un principio a los países afectados por la guerra, y luego a los
que padecían de un mal desarrollo, a dotarse de las infraestructuras necesarias para un
desarrollo armonioso, y luego suministrar una financiación a largo plazo.
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El diseño de la estructura del sistema económico mundial al final de la guerra descansaba en
una visión extremadamente clara de las relaciones entre la dimensión monetaria y la
dimensión comercial de las relaciones económicas internacionales. Inmediatamente después
de la guerra, era obvio que el mundo necesitaba comercio y que un comercio libre y sereno
constituiría uno de los recursos más importantes de la reconstrucción y el crecimiento. Por
tanto, no es de extrañar que el orden internacional se pensase en función de este objetivo. Si el
crecimiento pasaba por la expansión de las transacciones comerciales, se tenía que asegurar
que los fenómenos monetarios no pudieran, bajo ningún pretexto, poner en peligro la
dinámica comercial. Esta perspectiva reconoce que las perturbaciones monetarias pueden ser
muy perjudiciales, tal como lo refleja la historia monetaria del período de entre-guerra.
Asimismo, a los ojos de los arquitectos de Bretón Woods, resultaba esencial implementar
mecanismos de gobernabilidad monetaria para que aseguraran la solución de los problemas en
este ámbito antes de que degeneraran en medidas proteccionistas. Dos principios de
gobernabilidad se conciben en ese entonces: por una parte, la concertación
intergubernamental que garantiza que los eventuales cambios de paridad se realicen de forma
ordenada; por otra parte, la implementación de procedimientos que separen comercio y
moneda y que ofrezcan la posibilidad de regular los eventuales problemas dentro de cada uno
de los ámbitos, sin que se solapen.
El marco institucional de BW está impregnado de las ideas de la época. Aunque se reconocía
que los fenómenos monetarios podían ser perjudiciales, tenían que dominarse para abrirle la
vía al comercio. Los fenómenos monetarios eran percibidos como la expresión de los
egoísmos nacionales, capaces de perjudicar al bien común del comercio. Esta visión encuentra
su expresión clarísima en los artículos de los estatutos del FMI, donde se limita su cometido a
la gestión de los asuntos monetarios relacionados con las transacciones convencionales. El
FMI ha sido creado ante todo para permitir el buen desarrollo del comercio.
El orden construido en BW preveía modalidades para ayudar a los países miembros a corregir
eventuales desequilibrios de pagos. Así, en caso de dificultades transitorias, el FMI pone a
disposición del país en problemas los recursos financieros necesarios; si se demostraba que
los desequilibrios eran persistentes, el arma último previsto por BW era el reajuste concertado
de las paridades.
A partir de mediados de los '60, los flujos de capitales superan las transacciones comerciales.
El endeudamiento internacional, las inversiones directas, así como las transferencias de todo
tipo, aumentan con mayor rapidez que las transacciones comerciales. Rápidamente, el
dispositivo de BW se ve sobrepasado por los acontecimientos. El golpe de gracia ocurre en
1971, cuando incapaces de dominar su déficit externo, los Estados Unidos suspenden la
convertibilidad del dólar en oro al precio de 35$ la onza. Se desploma así el pilar central del
sistema de BW. El papel del FMI se reduce de aquí en adelante a recoger datos estadísticos,
organizar financiamientos en casos de emergencia y "proponer" - en virtud de un saber
económico supuestamente universal - a los países con problemas duraderos de pagos, políticas
de estabilización, más conocidas bajo el nombre de condicionalidades.
Desde 1971, el mundo vive entonces con un FMI que ya no influye más ni en el sistema de
cambios, ni en los mercados financieros internacionales, ni en los actores financieros
transnacionales. Se empeña al contrario a imponer en los países del Sur terapias cuyos efectos
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en términos de desarrollo a mediano plazo son todo excepto concluyentes. Tres conjuntos de
fenómenos escapan hoy a la influencia de las instituciones. Cada una a su manera, ponen en
peligro el porvenir del bien común.
1.7.
La extraterritorialidad de las finanzas
La soberanía de los Estados sobre la moneda se encontraba en el núcleo del orden institucional establecido en
BW. A partir de los años 50, la inventiva de los operadores financieros privados sacó un gran partido de esta
situación, aprovechando al máximo un fallo importante de este reparto de cometidos. Efectivamente, mientras
los bancos ubicados en un territorio utilizaran exclusivamente la moneda del territorio en sus operaciones, la
soberanía sobre la moneda se articulaba naturalmente bajo control bancario en el territorio nacional. Los límites
de esta forma de actuar aparecen cuando los bancos nacionales empiezan a tratar o a adoptar posiciones en
divisas, y cuando los bancos no residentes manipulan la moneda nacional. Hasta finales de los 80, el control de
estas actividades por parte de las autoridades de control era incompleto. En este contexto, en que la ley es muy
ambigua al respecto, nace el eurodólar a partir de finales de los 50. El eurodólar ha abierto el camino a la
creación privada de liquidez internacional, fuera de la influencia de las agencias nacionales de control. Esta
innovación fue posible gracias a la internacionalización de los bancos, principalmente de los bancos americanos,
sin que se extendiera paralelamente la competencia de los órganos de control. Esta innovación será el origen de
las finanzas privadas internacionales y se lo pondrá muy difícil a las políticas monetarias; en última instancia,
cambiará completamente el sistema de BW.
Los euromercados, que se convirtieron a continuación en los “mercados internacionales de capitales”, han
suministrado una oferta considerable de liquidez que se pudo utilizar para alimentar la extensión muy rápida de
los créditos internacionales contraídos por los prestatarios tanto públicos como privados. Aunque los fallos de
extraterritorialidad se hayan podido resolver durante los años 80, se plantea sin embargo el problema del control
de los grupos bancarios en una perspectiva consolidada. Los riesgos de que las lagunas en este ámbito puedan
amenazar las finanzas mundiales siguen atormentando a los reguladores.
La importancia que adquieren los bancos en la irrigación en medio de pago de la economía nacional, ligada a la
complejidad de las interdependencias internacionales, implica que las autoridades de control de la industria
financiera adquieran cada vez mayor importancia. De este modo, el cometido del banco central, tradicionalmente
limitado a la gestión de la moneda nacional, se amplía de forma natural para abarcar también el control de las
finanzas nacionales. Ello es tanto más cierto al promoverse la fusión entre moneda y finanzas.
1.8.
Las crisis financieras y la deuda de los países del Sur
El desarrollo de las finanzas internacionales, luego del paso de los tipos de cambio fijos a flexibles, ha tenido dos
consecuencias importantes para los países del Sur, les ha abierto un potencial de endeudamiento y es el origen de
los mercados cambiarios. América Latina en primer instancia, y después Asia, han sido los grandes beneficiarios
de un flujo de capitales extraídos de los mercados internacionales, sea por medio de la deuda externa pública, sea
por inversiones directas o vía prestamos en el extranjero por parte de las grandes empresas nacionales. Este
aporte tuvo como contraparte un mayor endeudamiento de los países del Sur. Consecuencia de ello, por medio de
las deudas, estos países se han convertido en activos financieros cuya gestión a diario ha sido abandonada a los
proveedores de capitales, es decir, las instituciones financieras privadas. Se trata aquí de una extensión hacia los
países del Sur del proceso de financiarización de la economía mundial y por ende de su exposición mayor a las
variaciones de los precios de los activos financieros. Obviamente estos procesos han fuertemente limitado la
soberanía de los países exponiendo sus elecciones directamente a las sanciones del mercado.
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Al final de un período de euforia que se extendió a lo largo de apenas una década, las crisis financieras
empezaron a desencadenarse. En los 80, se limitaron ante todo a América Latina; en los años 90, han afectado
todos los continentes, incluso los países pos-comunistas. Estas crisis no sólo han puesto en peligro el sistema
financiero mundial - que es el depositario de la utopía securitaria de los países del Norte - pero también han
llevado a una parte importante de las poblaciones afectadas a condiciones insostenibles. Para mantener intacta la
confianza en el porvenir financiero, el que constituye un componente importante del pacto social en los países
del Norte, todo el peso de los ajustes ha sido transferido a los países del Sur que siguen conformando los
elementos más débiles de la economía global.
Las crisis financieras recientes han surgido así en el núcleo de la interacción entre la economía nacional y los
mercados: cuando los operadores externos deciden reducir brutalmente su riesgo en un país, este país se abisma
en la crisis. Los operadores abandonan un país en dos casos: porque se dan cuenta de que se han equivocado en
sus previsiones en cuanto a la capacidad que tiene el país de cumplir con sus compromisos (en caso de deuda) o
sus promesas (en casos de inversiones bursátiles, por ejemplo), o por razones sin relación directa con la situación
del país (el coletazo). Una vez que el éxodo haya logrado cierta intensidad, el margen de maniobra del gobierno
se vuelve extremadamente débil: está atrapado entre la preocupación de devolver la confianza a los operadores
externos, y así retenerlos, y las necesidades de prevenir un drama social interno.
Una vez lanzada, la mecánica es implacable: para enfrentar la presión externa, las deudas internas explotan y
terminan de una manera u otra siendo retomadas por el Estado, que, a su vez, va a presionar al contribuyente. El
círculo vicioso de la crisis financiera se transforma luego en un yunque que ahoga y aplasta a los que no tienen
otra opción que la de sufrir sus efectos.
1.9.
La asignación en tela de juicio
El flujo de liquidez en busca de colocación en las bolsas de valores ––incluso las bolsas emergentes –– se
explica, por una parte, por la generalización de los instrumentos modernos de ahorro que son los fondos de
inversiones y, por otra parte, por el abandono por parte de los bancos de su función tradicional de proveedor de
créditos. La manera como el sistema financiero cumple con su función de transformación del ahorro está
sufriendo un profundo cambio.
Existen numerosos bancos que prefieren vender hoy partes de fondos de inversiones a sus clientes, más que
tomar compromisos firmes en el marco de una cuenta de ahorro para luego prestar la contraparte ––donde es el
banco el que asume el riesgo –– a una empresa pequeña o mediana poco conocida. Entendible del punto de vista
de los bancos, esta evolución en la manera como el ahorro se vuelve inversión puede tener un doble efecto
perverso para el conjunto de la economía, específicamente la sociedad.
Según estimaciones serias, más de 90% de las transacciones en los mercados bursátiles más importantes no son
más que cambios de mano de títulos que ya estaban en circulación anteriormente: es de cierta manera un
"mercado de segunda mano". Así, el volumen de nuevas emisiones pasa raramente el 10% de las transacciones
bursátiles. Sin embargo, incluso si cierta liquidez es sin duda necesaria para el buen funcionamiento de los
mercados, son las nuevas emisiones las que proveen a las empresas los medios de financiamiento y transforman
efectivamente el ahorro en inversión.
El hecho de estar cotizado en la bolsa permite a las empresas disminuir de manera muy significativa sus costos
de financiamiento, tanto de sus deudas que de fondos propios. Consecuencia de ello, las empresas cotizadas
benefician de un financiamiento netamente mejor que las empresas no cotizadas, que son a menudo las pequeñas
y medianas empresas. Por ende, no es sorprendente que las empresas cotizadas tengan una mayor facilidad para
sustituir el trabajo por capital que las empresas no cotizadas. Detrás de esta lógica implacable desde el punto de
vista financiero, existe el riesgo de una deriva hacia una economía ––y una sociedad –– con doble velocidad.
Por un lado, las empresas de gran tamaño con alta densidad de capital financiero que emplean ante todo personal
muy calificado. Por el otro lado, las empresas más pequeñas con un coste de financiamiento más elevado con
relativamente más intensidad en trabajo. Estas empresas usan la mano de obra local menos móvil y también
generalmente menos calificada. La brecha entre las condiciones de acceso a los financiamientos de estas dos
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categorías de empresas sigue incrementándose en el Norte, pero en particular en el Sur. Esta evolución tendrá en
algún momento consecuencias nefastas tanto sociales como económicas. La financiarización de la economía
podría llevar por lo tanto a una asignación ineficiente del ahorro y por ende de la inversión. Una vez más se trata
de una consecuencia de la inversión de las prioridades entre el presente y el futuro, o, lo que es lo mismo, entre
capital y trabajo.
¿Cómo salir del laberinto de la financiarización?
Antes de ser una realidad económica, la financiarización (de las mentalidades) es un hecho social que lleva a la
implementación de verdades auto referenciadas y a elevarlas a normas, a leyes económicas de alcance universal,
a pesar de que no son sino la institucionalización de apuestas actuariales. Como consecuencia de ello, las
sociedades del Norte se encierran sobre sí mismas al mismo tiempo que las economías del Sur se
instrumentalizan. No obstante la preocupación por el bien común implica y supone la abertura, la toma en cuenta
e incluso la acogida del Otro. En una sociedad donde la preocupación constante por el otro no está presente en
cada nivel de decisión (personas, empresas e instituciones), no se puede hablar de responsabilidad ni de
solidaridad. Esto resulta particularmente importante en sociedades complejas, como las nuestras, que tienden a
obviar la preocupación por el bien común en la esfera profesional y a limitarla exclusivamente a la esfera privada
o la vida pública. Para progresar hacia el bien común, es imprescindible vigilar a que la abertura al Otro esté
presente en todos los niveles, todas las esferas de la vida. Es de la cualidad de estas diversas articulaciones que
depende en gran parte el resultado final.
Ni las estructuras ni las instituciones constituyen un dato independiente, al contrario evolucionan de acuerdo con
las fuerzas que se ejercen sobre ellas. Esta fuerzas, a veces consolidan las instituciones instaladas, a veces las
debilitan, o incluso hacen surgir nuevas formas de organización. En este proceso que conoce aceleraciones y
períodos de estabilidad, los comportamientos de los actores individuales tienen un papel muy importante. Por
otra parte, las instituciones son y seguirán siendo artefactos, instrumentos que las sociedades utilizan para
obtener tal o tal resultado. En cuanto artefactos, las instituciones no serán nunca, por sí mismas, capaces de
asegurar el bien común. Entregan el marco, sirven de terreno en el que se arraigan los comportamientos
individuales más o menos propicios al despliegue del bien común. A pesar del sentimiento de fatalismo e
impotencia que la inercia de las instituciones instaladas inspiran a menudo, los comportamientos individuales
son los artesanos últimos del bien común. Por consecuencia, las personas preocupadas por el bien común tienen
una doble tarea: obrar en pro de la emergencia de las instituciones y estructuras con mayor capacidad de
incentivar la búsqueda del bien común, y construir este último por medio de sus comportamientos,
independientemente de las estructuras instaladas.
Si bien los comportamientos innovadores permanecen aislados en un primer tiempo, pueden servir de ejemplos
para luego generalizarse. Bajo la presión de estas innovaciones, antiguas estructuras se van adaptando, otras
desaparecen y dejan el lugar a otras nuevas. En todos los tiempos, han habido sociedades libres, al margen de las
estructuras instaladas, al margen de las rutinas comprobadas, un borboteo permanente, como un laboratorio del
que emergen progresivamente los embriones de las soluciones institucionales de mañana.
Algunas pistas se dibujan al horizonte, tienen todas como denominador común la búsqueda de una mejor
adecuación entre las actividades financieras y el bien común. Cada una a su manera, cada una a niveles de acción
distintos, buscan disminuir la influencia que ejerce la financiarización, primero en las mentalidades, luego en las
economías. Estas propuestas buscan aumentar la abertura al Otro en la actividad económica y por ende a
fortalecer el vínculo social puesto en peligro por la financiarización.
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REFORZAR LA SUBSIDIARIDAD EN LA ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA TANTO A ESCALA LOCAL
COMO REGIONAL O GLOBAL
La espiral infernal que aparece a través de las crisis financieras se desata en la conjunción de factores externos e
internos. Surge de la complementariedad entre, por un lado, la falta de discernimiento y el instinto de
especulación que empujan los inversionistas tanto a la euforia, tanto al desespero, y por otro, la fragilidad y
versatilidad de las estructuras internas, entre otros de las estructuras bancarias, la incompetencia, la concusión y
corrupción de las elites político-económicas y las fluctuaciones de los precios de las exportaciones, etc. Esto
plantea el problema de la pertinencia y eventualmente de las modalidades de aplicación del principio de
subsidiaridad a la vida económica. Creadora de riqueza, la especialización también es a menudo portadora de
dependencia. Inversamente, la autonomía, en relación con procesos complejos también es portadora de
independencia y de libertad, pero exige un sacrificio en el plano puramente económico.
Varias experiencias e innovaciones a nivel microeconómico o local buscan aumentar la autonomía de los
distintos actores en relación con el sistema financiero: las monedas complementarias y la microfinanza, el
principio del reparto de los beneficios y pérdidas entre todas las empresas y sus financistas. Estas distintas
iniciativas buscan aumentar la autonomía de los actores en relación con los azares sobre los que no tienen
ninguna influencia y que presentan para ellos riesgos imposibles de asumir.
A semejanza del ámbito político, el principio de subsidiaridad debe volver a encontrar su lugar propio en la
organización de la actividad económica, tanto a escala local, como regional o global. No se trata de predicar el
retorno a la idolatría del estado-nación, sino de reconocer que la dependencia demasiado incitada es peligrosa.
La subsidiaridad aplicada al mercado cambiario, por ejemplo, cuestiona su legitimidad, puesto que la vida
cotidiana de unos se convierte, debido al sesgo de la moneda, en objeto de especulación para otros. Pasa lo
mismo con los mercados de materias primas donde las transacciones especulativas son, frecuentemente, las más
importantes. El redescubrimiento de la subsidiaridad en materia económica exige sin duda algunas elecciones
por parte de las comunidades políticas, pero también exige comportamientos de autoeliminación por parte de
personas, empresas y sociedades.
ESTABILIZAR MEDIANTE ACUERDOS INTERNACIONALES LAS RELACIONES
ENTRE LAS TRES GRANDES MONEDAS.
La economía mundial está encerrada actualmente dentro de un triángulo en cuyas puntas
encontramos al dólar norteamericano, al yen y al euro. Actualmente, las relaciones entre estas
monedas dependen del mercado, mientras que las otras monedas, tal como lo hacen los
satélites, gravitan alrededor de alguno de los polos o de todo el sistema en su conjunto. Las
monedas secundarias son a veces el resultado de las tensiones entre las grandes monedas, y en
consecuencia se producen variaciones de cambio que ponen en peligro la supervivencia de las
economías más débiles y más expuestas.
En nombre de la subsidiariedad, es urgente estabilizar mediante acuerdos internacionales las
relaciones entre las tres monedas, lo cual, en un segundo tiempo, estabilizaría también las
monedas secundarias. Un acuerdo de este tipo, para ser creíble frente a los actores del
mercado, debe apoyarse en la estrecha colaboración de las tres grandes potencias mundiales.
Un sistema de cambios fijos o casi fijos, atenuaría el peso de una de las fuentes mayores de
volatilidad en las finanzas modernas, a saber los mercados cambiarios.
RECONOCER EL SISTEMA FINANCIERO COMO DE UTILIDAD PÚBLICA UNIVERSAL, POR
MEDIO DE UNA NUEVA ARQUITECTURA MUNDIAL ARTICULADA ALREDEDOR DE UNA
COLABORACIÓN ENTRE LOS SECTORES PÚBLICO Y PRIVADO.
El sistema financiero debe ser reconocido como sistema de utilidad pública universal y por lo tanto debería ser
tratado no como el resultado de los intereses particulares de los países y de las empresas, sino como muestra de
una finalidad superior. La nueva arquitectura financiera internacional debe descansar en principios nuevos
distintos de los de la conferencia de Bretton Woods en 1944. Por una parte, tendría que ser decididamente
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mundial y no sólo intergubernamental. Por otra parte, debe explícitamente extenderse a lo monetario y lo
financiero y estar investida de un poder regulatorio y de monitoreo, en particular en materia de finanzas
asociadas al crimen. Finalmente, tendría que articularse alrededor de una estrecha colaboración entre el sector
público y el sector privado. Este último tendría que ser portador –y esto es nuevo– de una parte importante de la
responsabilidad en materia del buen funcionamiento de esta arquitectura. Tal corresponsabilidad, cuyas
modalidades precisas aún deben encontrarse, es la única forma de poner el sistema financiero al servicio de los
usuarios –ya sean grandes o pequeños– y acabar así con la situación inversa, que es lo que acontece actualmente.
CREACIÓN DE MECANISMOS DE INCLUSIÓN Y SANEAMIENTO DE DEUDAS A ESCALA DE
LOS INDIVIDUOS, LAS EMPRESAS O LOS ESTADOS.
Las finanzas son productoras de exclusión, tanto a nivel internacional (deuda de los países del Sur) como dentro
de los países. Es fundamental poner en marcha mecanismos de inclusión. No se trata de abolir las finanzas, ni de
minar las bases de la disciplina que ésta impone a los agentes, sino simplemente se trata de actuar de forma que
los veredictos de las finanzas excluyentes no sean definitivos, que exista un procedimiento de retorno a la vida
económica. Pueden aplicarse varios mecanismos, el más antiguo proviene del Antiguo Testamento, se trata de la
tradición del Jubileo. Según esta tradición, el tiempo económico está puntuado con interrupciones que también
son períodos de retorno de los agentes a sus posesiones. La idea de someter la actividad económica a una
periodicidad de este tipo, donde todas las deudas serían anuladas y por lo tanto los libros de contabilidad
saldados, no puede aplicarse directamente en nuestros tiempos, pero puede utilizarse de forma analógica.
Los procedimientos de reducción y saneamiento de las deudas pasadas se inscriben en la misma lógica. De la
misma forma, el mundo requiere procedimientos de quiebra de empresas y quiebras personales que dejan una
oportunidad, al opuesto de las que condenan en forma definitiva. El no pago de la deuda "insoportable" debe ser
elevado a principio a nivel de las finanzas internacionales pero también de las finanzas nacionales, con el apoyo
de un arbitraje de un tribunal, por ejemplo.
Cualquier sea el método escogido, tendría como consecuencia una distribución del no pago
más equitativa que la que existe hoy entre el deudor y el acreedor. También la
implementación de mecanismos de "retorno" tendrían como consecuencia la disminución de
la importancia de las finanzas.
DECISIONES FINANCIERAS RESPONSABLES, AL SERVICIO DEL BIEN COMÚN.
Ninguna regulación puede ser eficaz, si los agentes no toman plena conciencia del hecho de que sus
responsabilidades se extienden más allá de lo puramente legal y engloban el hecho de tomar en cuenta al Otro, a
aquél que no puede ni castigar ni recompensar. La búsqueda del bien común exige la apertura hacia el Otro,
hacia aquél que no tiene ni voz ni voto. Tomar mejor en cuenta al Otro en las decisiones financieras constituiría
un paso importante en la dirección del bien común. Debería realizarse sin perjudicar la actividad financiera
misma, que conforma un elemento esencial de la vida económica. Son tres los ámbitos donde el tomar
explícitamente en cuenta al Otro parece más urgente: las actividades de crédito, las de inversiones y finalmente
las de intermediaciones.
Hacia un endeudamiento responsable: La relación entre el endeudamiento externo de los países pobres
y la corrupción de los dirigentes también debe ser tratada. Una de las formas de disminuir las
oportunidades de impunidad a medio plazo consistiría en integrar en los contratos de endeudamiento una
cláusula según la que, en caso de renegociación de la deuda, los derechos de perseguir a las personas que
habrían malversado los recursos puestos a su disposición serían cedidas al acreedor. De esta forma,
aunque imperfecta, los gobernantes al menos serían advertidos de que, si han abusado de su posición,
depende de su interés personal el respetar las proporciones de forma que la deuda sea soportable.
Hacia la inversión responsable: La inversión responsable es un componente importante del conjunto de
los impulsos que son necesarios para situar el sistema de las inversiones y colocaciones financieras al
servicio del bien común. La preparación de una carta que sería el punto de unión de varias iniciativas en
el tema, contribuiría a aumentar el peso de estas iniciativas ante empresas cotizadas. Otras actuaciones
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federativas como el establecimiento de estándares comunes también deben considerarse.
Paralelamente, a semejanza del Reino Unido, exigencias específicas en materia de inversión deberían ser
impuestas a los fondos de pensión, cuya vocación de largo plazo está fuera de toda duda. Sin embargo
ninguna solución legal puede dispensar los operadores de considerar la preocupación por el bien común
como uno de los factores determinantes de sus decisiones cotidianas.
Hacia remuneraciones responsables: Una parte importante de la volatilidad de los mercados financieros
–y de las consecuencias nefastas que ello conlleva para el resto de la economía– está ligado al sistema de
remuneración de los operadores. Estas remuneraciones también deberían ser estabilizadas por la
reducción drástica de la parte que depende de los volúmenes, ya sea del volumen de negocios, ya sea de
los beneficios o incluso de la capitalización. Son posibles varias iniciativas: la incitación a la
autorregulación a semejanza del Comité de Basilea y del ratio Cook, la elaboración de una carta de
establecimientos abierta a la adhesión de las instituciones, la propagación de principios éticos, incluso las
“mejores prácticas” en la materia.
Todos estos esfuerzos deberían converger con la finalidad de fomentar el surgimiento de un círculo virtuoso, que
incorporaría las decisiones económicas y sociales a largo plazo. Es obvio que las evoluciones aquí mencionadas
exigen profundos cambios en las costumbres de las finanzas, que al amparo del postulado de la liquidez de los
mercados, se alimentan de los imprevistos.
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