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Icaria § Antrazyt
PARTICIPACIÓN DEMOCRÁTICA
Este libro analiza las nuevas formas de movilización política y
sus planteamientos respecto a la protesta social, el sindicalismo
y los partidos. El estudio del fenómeno del 15-M y su capaci­
dad para generar bienes políticos (prácticas, redes, discursos,
motivaciones, actitudes frente a la diversidad) me sirve para
explorar las bases de un nuevo ciclo de movilizaciones. Al calor
de este ciclo surgen nuevos sujetos que van de las sucesivas
mareas de protesta a los partidos-ciudadanía.
Las crisis excluyen, saturan, bloquean. Pero también incitan
a revisitar la política. Hoy la agenda neoliberal arrecia en su
autoritarismo y carece de promesas de bienestar. Y la depreda­
ción de recursos terminará por poner fin a una civilización
petrolera. La acumulación de descontentos está, finalmente,
dando paso al protagonismo social.
Transitamos ya una transición inaplazable, en muchos fren­
tes. La cuestión más relevante es dilucidar si disponemos del
empuje social para convertirla en una transición humana y no
en una transición dolorosa.
ISBN: 978-84-9888-498-2
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VI. LA T R A N SIC IÓ N yN A P L A Z A B L E
Fenómenos como el 15-M, las mareas de protesta, el 25-S, entre
otros, nos provocan y nos permiten constatar la emergencia de nuevos
protagonismos sociales, los cuales reclaman su sitio en las democracias
complejas. Los nuevos movimientos globales hablan desde la política
dely, desde una cultura crítica que inspira sinergias entre propuestas,
prácticas y acciones de movilización. ¿Acogerá la sociedad a estos
nuevos actores? ¿Pueden las élites cerrarle las puertas a conformar
parte de los procesos de decisión en el futuro? ¿Podemos evitar no ser
afectados por la transición social que están comenzando a balbucear?
Los dos tercios de «comprensión» (quizás algo menos de empatia y
de adhesión práctica) con los que la sociedad española parecía seguir
recibiendo al 15-M al cabo de un año de existencia, apuntan a que la
sociedad responde de la misma manera a la disonancia que plantea
enfrentar la realidad que nos ofrecen las democracias autoritarias:
se vota, pero no se decide, y esto tiene consecuencias muy tangibles
para el bienestar y las expectativas de la ciudadanía. Gran parte de la
sociedad, pues, está acogiendo al 15-M, en el sentido de compartir las
referencias desde las que se mueve: crítica de la gestión y devaluación
de lo público, expresión personal y colectiva de un desencanto, miedo
al futuro, rechazo de crecientes autoritarismos y corruptelas, identifi­
cación del capitalismo (financiero) con un motor de acumulación de
poder y de riqueza (desdibujada más que representada por el dinero)
que no cae hacia abajo.
Por otra parte, las élites se ven confrontadas con su propio dis­
curso (¿es esto democracia?) y con la propia realidad que generan
(¿es la socialización de pérdidas y la privatización de beneficios el
camino más responsable y coherente para enfrentar esta crisis?). El
15-M gana (o mantiene) eco porque actúa como un gran espejo.
Es cierto que en su interior, como he analizado, pululan y se entre­
mezclan discursos de democracia radical, participativa y de sustentabilidad. Carece pues de una imagen «cohesionada» que ocupe el
frontispicio de la red de ágoras y que actúe como delimitador de
sus fronteras. Pero no es un mero grito de desencanto, una catarsis
colectiva, que también. Es una construcción pausada de la poíííi^a
desde lo político, una recodificación de las formas de entender k
democracia desde lapolítica dely. El poder puede restringir y golpear
el espejo, pero, al intentar romperlo, solo conseguiría deformar
aún más su imagen. El enroque de las élites actúa como elemento
legitimador y difusor de las prácticas del 15-M. Las cuales, como
señalaba en el capítulo anterior, afectarán y extenderán las corrientes
emancipatorias, que habrán de vérselas con otras dinámicas que
apuntan al (neo)conservadurismo, a la pasividad o a los intentos
(vanos) de fugarse a una realidad no afectada por las cuatro rupturas
civilizatorias.
Por tanto, en respuesta a las dos primeras cuestiones, sostengo
que el 15-M ha venido para quedarse. En su forma actual o en otras
que aviven el protagonismo social.
La pregunta pertinente no tiene que ver con la presencia existencial del 15-M, en la sociedad y arañando poder estructurado (poten­
cialidad política) a las élites. El argumento que quiero sostener aquí
es que, además, el 15-M nos propone ser conscientes y adentrarnos
activa y humanamente en la transición inaplazable.
Las viejas y estúpidas redes
Las viejas redes se caen. No es ya cuestión de desafección, de sen­
timiento. En muchos casos se autocolapsan, devoran sus propios
pies, como la crisis financiera e inmobiliaria ha venido haciendo en
la última década. A pesar de incorporar innovaciones tecnológicas,
deslocalizaciones geográficas y de beneficiarse de un marco jurídico
y político propicio a escala global, estas redes tratan de cqsificarse
en el centro de la realidad; una realidad conflictiva y tumultuosa,
limitante en cuanto a recursos naturales, que ve contestado social­
mente su caráccer oligopólico y poco inclinado al bienestar h
Efectivamente, por su tamaño, y por su capacidad para
crecer la hierba bajo sus pasos, son elefantes difícil
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temer y
no reconocer su poder. Fero dan muestras de cansancio y de falta de
legitimación del conjunto del (eco)sistema. De ele&ntes van camino
de oxidarse como mamuts.
En efecto, es cierto que intimidan o cooptan a las élites, que
los ven «muy grandes para dejarlos caer» (bancos, cadenas dé dis­
tribución, estructuras políticas). Y también que la mayor parte de
la ciudadanía padece o depende de estas redes que nos gobiernan
lo que les confiere legitimidad. Pero, crecientemente, estos paqui­
dermos globalizados se manejan mal en un mundo complejo, muy
necesitado de aproximaciones sutiles según el contexto y la persona.
Se empeñan en colapsar las pequeñas emergencias, las alternativas
que buscan semillas desde fisuras en el subsuelo. Son verdaderos (y
frágiles) elefantes en una cacharrería, que incluso ya van haciendo
caer pilares importantes para legitimar y sostener todo su esqueleto.
Ha caído la política como ejercicio incluso de concurrencia bipar­
tidista. Personas denominadas «tecnócratas», pero afines o antiguos
integrantes de grupos financieros como Goldman Sachs, asumen el
poder político y económico sin consulta popular que medie, O se
revocan constituciones al amparo de «los dictados del mercado».
Caen también redes que consideramos hoy medios insustituibles
en nuestras vidas, en nuestros empleos o en la búsqueda del mismo,
en nuestra forma de relacionarnos. Para ilustrarlo, situémonos en
el intervalo de marzo a octubre de 2011. ¿Qué caídas de «viejas»
redes ha puesto de manifiesto la fragilidad con la que habitamos este
mundo? Caídas y apagones de sistemas tecnológicos, en principio
avanzados y fiables, ponen en tela de juicio la «fe en la tecnología»
característica de los últimos tres siglos de modernidad. El accidente
nuclear de Fukushima se origina en marzo tras un maremoto, no
previsto por los parámetros de seguridad (a caballo entre lo cien­
tífico y la rentabilidad económica) en la construcción del reactor.
Una infravaloración en un par de metros del oleaje proveniente
de un tsunami y todo un país se coloca al borde del colapso. Pero
también las redes que ligan a Japón con el mundo. Sony Ericsson ve
tambalear su negocio en una semana; sus baterías se producían en
Fukushima a nivel mundial para la firma y para otros proveedores.
El abastecimiento de componentes tecnológicos clave (D VD , tarjetas
de memoria, baterías, portátiles, etc.) interrumpe distintas cadenas
de abastecimiento al afectar de igual manera a la producción tec­
nológica de Toshiba, Sharp, Panasonic, Epson y otras empresas. Al
escenario confuso y poco halagüeño se suma la desconfianza con
respecto a unas autoridades que tratan de minimizar la magnitud
del accidente.
Sociedad hiperconectada, sobre todo entre las clases más pu­
dientes del planeta, pero muy frágilmente. El lunes 10 de octubre Tbs
usuarios de todo el mundo de los dispositivos telefónicos Blackberry
pasan a encontrarse sin acceso a sus redes comunicativas por este
medio. Un punto de fallo genera, de nuevo, la caída global de la
red. En este caso un servidor situado en el Reino Unido. Desde el
2003 acontecieron apagones eléctricos masivos, en países altamente
industrializados como Estados Unidos, Canadá, Italia o España, por
fallos considerados «menores» en puntos localizados de la red.
El 2008 fue también escenario de un apagón alimentario. Ce­
reales, arroz, aceites y lácteos vieron doblar su precio, por término
medio, ante el desplazamiento de capitales especulativos hacia otras
monedas de inversión.' Hambrunas en el Norte y represiones aso­
ciadas a las «revueltas del pan» en, por ejemplo, países árabes como
Egipto, estarían detrás del resquemor que estallaría en el 2011. En
el Estado español, la crisis se planteó al realizarse una huelga de
transportistas que hizo ver como las grandes superficies veían peligrar
su abastecimiento regular, sobre todo de productos perecederos.
Cundió la alarma, y la red se reconstituyó a golpe de centralización.
Policía y Guardia Civil ejecutaron el «estado de sitio» que amparaba
la circulación al tiempo que las negociaciones atendían a demandas
como el incremento internacional del precio de los combustibles.
Las élites no plantearon otras respuestas que cubrieran riesgos fu­
turos como plantear políticas alimentarias de seguridad o soberanía
alimentaria, el desarrollo de circuitos próximos, el fomento de la
1.
A lo que habría que añadir, en menor medida, el peso de las políticas
pro-agrocombusribles, el creciente acaparamiento de tierras en África o América
Latina por transnacionales o países como China o pertenecientes a las monarquías
árabes (ver textos de Gustavo Duch, en especial Alimentos bajo sospecha, Los libros
del lince, 2011).
diversidad productiva, el incentivo de redes cooperativas. Pero la
alarma alimentaria hizo cundir el pánico entre la población ante
una posible falta de abastecimiento en los supermercados, visible
en apenas tres días. Por ello, las políticas alimentarias se sitúan de
manera constante como semilla de miedos y víctimas mortales, pues
a lo largo de una década hemos visto cómo «problemas locales»
migraban a lo largo de la cadena mundial de alimentos que instau­
ra la globalización. Es el caso de las «vacas locas» y el entramado
comercial de la Unión Europea, de la «fiebre porcina» vinculada a
la sobreexplotación de animales, o la bacteria E.-Coli vinculada en
primera instancia a pepinos españoles por autoridades alemanas.
Se subrayan aquí los distintos intereses comerciales en una Unión
Europea que camina junta pero no de forma cooperativa. Quizás sea
este el sector más alarmante y evidente de la pérdida de legitimidad
y de falta de adecuación de los viejos modos de producir, consumir
y financiar. Los satisfactores alimentarios, en general, no satisfacen.
El mercado global genera por igual 1.000 millones de hambrien­
tos en los países empobrecidos y 1.000 millones de personas con
problemas alimentarios (obesidad, anorexia, bulimia) en los países
Uamados «desarrollados».
La gran fragilidad de estos elefantes con patas transnacionales
estriba en su necesidad de mantener una apropiación constante de
recursos sociales y ambientales. Una apropiación imposible de man­
tener, lo que da alas a la transición inaplazable. Las apropiaciones
sociales «pueden discutirse», pero cada vez la falta de legitimidad
impone límites a ciertas políticas. El ascenso de un Estado neoli­
beral (orientado a la protección de mercados financieros) precisa
ingentes cantidades de recursos y de medidas de control. Y resulta
más difícil explicar a la población, que tiene medios alternativos
y vivencias propias, el porqué ha de sacrificarse, si no inmolarse,
para beneficio de esta clase global. Ello no es óbice para señalar
que, muy probablemente, muchos satisfactores de la era moderna
gozan de popularidad y legitimidad en los países del centro y de
la periferia. Por poner algunos ejemplo: determinados desarrollos
sanitarios, como la potabilización del agua para cuatro quintos de
la población, nos alejan pandemias; el Estado de bienestar aparece
como imaginario y lugar común de cómo asegurar unos mínimos
vitales, redistribuir riqueza e intervenir keynesianamente en la eco­
nomía; las democracias débiles del voto cada cuatro años no pueden
evitar fisuras o la emergencia de expresiones alternativas, es decir,
su diseño admite cotas más altas de disidencia que otros regímenes.
Todo apunta, y de esto también nos habla la política del y, que la
radicalización de la democracia en tiempos de transición dará juego a
formas de democracia participativa, de corte más liberal, basadas en
ideas de derechos sociales, de redistribución de recursos (materiales,
energéticos, de acceso a necesidades) y de representación política.
Pero no podemos olvidar que los límites ambientales o el'desafío
de las leyes de termodinámica no admiten discusión: somos especie
y el hábitat impone sus condiciones de reproducción. La economía
convencional se ha cimentado como ciencia y como práctica en
torno a dos actos de fe: la tecnología lo resolverá y los recursos
naturales son ilimitados. Dos promesas que impedían o impiden
el examen crítico de la realidad, en concreto: el vuelco climático y
la continuidad de una civilización industrial basada en la energía
fósil.^ En estas condiciones, la relocalización de muchos satisfactores (servicios, transportes, producción, tecnologías) se impone. La
gasolina es fácilmente desplazable (requiriendo previamente unas
infraestructuras globales necesitadas de más energía) y posee gran
versatilidad y rendimiento energético. Pero el petróleo que seguirá
existiendo será de difícil acceso, menos puro, más costoso de ex­
traer. No desaparecerá la energía fósil pero sí la gasolina de nuestros
exponenciales depósitos de carburante. Invito entonces a pensar
al lector o lectora cómo se verán afectados sus hábitos cuando el
litro de gasolina, y el del diesel que alimenta la gran maquinaria
agroalimentaria, cueste cinco veces más que el precio que tiene en la
actualidad. E igualmente, la aceleración de cambios climáticos llegará
directa e indirectamente a afectar a nuestras vidas, particularmente
a dónde vivimos, qué comemos, cómo vivimos, qué migraciones
se producirán, qué biodiversidad se perderá, cuánto ascenderán los
mares su nivel, qué cosechas podrán producirse, etc. Sobre todo
2.
Ver E l crepúsculo de la era trágica del petróleo: Pico del oro negro y colapso
financiero (y ecológico) mundial, de Ramón Fernández Durán, obra citada y dispo­
nible en internet. También el trabajo de Daniel Tanuro, E l imposible capitalismo
verde. D el vuelco climático capitalista a la alternativa socialista, editado por Viento
Sur y La Oveja Roja, Torrejón de Ardoz (Madrid), 2011.
en un entorno de escasez de energía fósil, de imposibilidad de pro­
fundizar en el modelo actual. Las energías alternativas, para las que
no existe un contexto de apoyo político a día de hoy, no podrán
sostener los actuales modelos, tan demandantes de concentración
de poder y de apropiación de recursos naturales. Se puede afirmar,
efectivamente, que se acabó lafiesta} Otros mundos vienen, y forman
parte del empuje de la transición inaplazable.
Transición de redes y de formas de ver la realidad. En el caso
tecnológico, comunicaciones y transporte son un sostén de mercados
financieros y de la propia estructura de la globalización asentada en
una red de multinacionales que controlan el acceso a la llamada aldea
global. Una «globalización», por otro lado, que pierde credibilidad
como consecuencia de sus sombras: desigualdad y globalidad al servi­
cio de países centrales y clases que están en lo alto de la pirámide.
Las sucesivas crisis financieras y alimentarias ponen sus «peros»
al cuanto más grande mejor} Hemos podido comprobar «más arri­
ba» no es sinónimo de «más eficiente». Cuanto más «globalizado»,
puede estar menos al servicio de la humanidad. En el largo plazo,
al margen del «todos calvos», cobrarán relevancia tecnologías más
convivenciales,^ es decir, adaptadas al desarrollo de potencialidades
humanas y del entorno ecosistémico. Convivirán con tecnologías
que retomarán manejos tradicionales, junto con otras de desarrollo
reciente (tren o aprovechamiento de energía solar). Pero es seguro
que habrán de emerger por adaptación o por desaparición de la
especie humana, en la línea de civilizaciones que se difiiminaron,
en gran parte, al desarrollar tecnologías ecocidas, que les hicieron
imposible habitar el medio que creían dominar.^
Ambos límites, sociales y ambientales, apuntalan la tesis de la
transición inaplazable. Y, al mismo tiempo, nos indican direcciones.
3. Richard Heinberg, Se acabó la fiesta. Guerray colapso económico en el umbral
delfin de la era delpetróleo, Huesca, Barrabes, 2006.
4. Como señalara en 1973 Schumacher, en Lo pequeño es hermoso: por una
sociedady una técnica a la medida del hombre, Blume Ediciones, Madrid, 1978
5. Ver la crítica de Ivan Illich en los años 70, en su texto Hacia una sociedad
convivencial
6. Franz Broswimmer, Ecocidio. Breve historia de la extinción en masa de las
especies. Pamplona, Editorial Laetoli, 2005.
algunas de las cuales están en las propias críticas que realiza el 15-M
a las democracias autoritarias e insustentables. Modelos energéti­
cos y modelos tecnológico-sociales están íntimamente unidos. No
podemos escapar de la necesidad de una mirada socioambiental o
socioecológica del mundo/ Una forma de poder estructurado (la
política: Estado y estructuras que promueve, redes clientelares y redes
críticas) es posible en la medida en que sea capaz de mantener una
interlocución estable y positiva (que lo retroalimente) con:
-
los imaginarios sociales sobre lo que es justo o de^able;
la capacidad del sistema de satisfactores (técnico-económico)
de satisfacer necesidades básicas;
y la adecuación a su supervivencia ambiental (metabolismo
habitable).
La era post-fósU representará también la caída de la legitimidad
y la posibilidad de estructurar formas de poder y vías para satisfacer
necesidades básicas de la misma manera que en siglos anteriores. No
se acabará el petróleo, insisto, pero sí sus derivados, que se volverán
tremendamente caros y de acceso posible solo para unas élites económico-militares. Y esta situación arrastrará a un parón o a un vacío
(físico y de legitimidad social) a determinadas instituciones políticas,
rígidas, mecánicas y que reclaman grandes insumes energéticos. Sos­
tengo que, al calor de presiones políticas y posibilidades energéticas
se desarrollarán, en concreto, otras formas de Estado, más autoritarias
o más democratizadoras, a la hora de establecer relaciones: entre ciu­
dadanía e instituciones públicas; entre instituciones internacionales
bajo la presión de una desafección política; entre mercados empresa­
riales, economías impulsadas desde lo público y formas de economía
7.
Miradas holísticas que indaguen, no sobre una supuesta crisis ecológica,
sino sobre una serie de historias que caminan o convergen hacia el suicidio socioambiental de la especie humana, al menos de sus satisfeccores y culturas actuales:
analísis crítico desde la coevolución en el sentido dado por los trabajos de Norgaard,
en propuestas como el tránsito de la sociología rural a la agroecología (Eduardo
Sevilla), en las apuestas por un (eco)feminismo que se asiente en la hibridación
de miradas sobre cuidados y sustentabilidad (ver trabajos citados en nota 102),
o en una socioecología que focalice globalmente las cuestiones socioeconómicas
y ambientales (ver Ramón Folch i Guillan, «Socioecología versus sostenibilidad»,
Cuides, n. 6, pp. 139-164).
solidaria y de gestión de los bienes comunes; y por supuesto entre
personas y su acceso (mercantilizado o no) a formas de alimentación
Y consumo mediatizadas por lo público. En particular, y diferencia
del impulso que sí pudo tener laglobalización desde mediados del XX,
la relocalización de muchos de nuestros satisfactores (alimentarios,
de expresión, de cobijo, de relación con la naturaleza, etc.) se verá
favorecida conforme las viejas redes, ahora mundializadas para sectores
importantes de la población, se muestren frágiles e insatisfactorias.
Ello alentará la puesta en marcha de una ciudadanía activa que busca
transiciones «aceptables». Transición ¿olorosa y transiciones humanas
se enfrentarán, con múltiples matices y contextos, por ese control
de la historicidad. O lo que es lo mismo: formas de barbarie frente a
formas de emancipación; quiebra de satisfactores básicos para nuestro
bienestar (países del centro) y propuestas de reinventar y sustituir las
viejas redes; élites globalizadas y redes clientelares en cada país frente
a una ciudadanía harta de p ^ ar los platos rotos por esa clase global;
oligopoiios que buscarán mantener la apropiación de recursos como
insumos de sistemas insustentables frente a desposeídos y desposeídas;
y en última instancia, este enfrentamiento de transiciones se está dando
entre democracias autoritarias y democracias «desde abajo».
Este contexto puede dar alas, en una situación actual de cierre
de oportunidades políticas, al despegue de democracias emergentes.
El advenimiento de los nuevos movimientos globales, y su apuesta
por una democracia «desde abajo» en muchas partes del mundo,
es una realidad, al margen de matices y contextos culturales, pro­
vocada por la necesidad de relocalizar satisfactores. Ciertamente
conviven con propuestas clásicas, centradas en la recuperación o
potenciación de un Estado de bienestar. La democracia partidpativa tiene sus legitimidades y forma parte, cuando no se orienta
al control social de la población, de propuestas que pueden servir
de «paraguas» para el protagonismo social. Es decir, como expresa
el 15-M, pensar en términos de transición invita a crear sinergias
entre diversos proyectos o iniciativas, pero siempre apuntado polí­
tica, social y ambientalmente a cerrar circuitos «desde abajo». Este
«desde abajo» no emerge , fundamentalmente, como una apuesta
ideológica. La participación y el protagonismo social se nutren del
enfrentamiento con las democracias autoritarias, por un lado. Y por
otro lado, nuevos sistemas o estados sociales tendrán que valerse.
para ser sustentables, de la involucración, prácticas y legitimidades
de quienes están explorando la re-localización de satisfactores. No es
muy probable que la gente acepte restricciones en su desplazamiento
y en el acceso a vivienda, alimentos o sistemas de salud, sin criticar
a las élites y plantear alternativas que signifiquen recuperar control
y protagonismo en la búsqueda de bienestar.
La transición inaplazable cada vez es menos aplazable. Las pe­
queñas gotas o crisis que se añaden, desbordan ya vaso. Así, solo
el mantenimiento de las emisiones actuales de CO^ ^ e d e llevar al
planeta en este siglo a subir su temperatura en dos grados (seis gra­
dos en el escenario más oscuro de la especie humana). Podríamos
entrar fácilmente en una subida de los mares de un metro y medio,
alentando a su vez procesos poco habitables: inundaciones costeras
y cambios en la circulación de corrientes que ayudan a enfriar el
planeta, deshielo y liberación de metano, reducción de especies que
se necesitan entre sí para sobrevivir, sequías que se combinan con
lluvias torrenciales, disminución de cosechas y aumento de ámbitos
propicios para la expansión de vectores de enfermedades (condicio­
nes propicias para insectos); al margen de una sucesión de conflictos
y guerras por el control de recursos que se tornan escasos y que en
especial harán que los más desfavorecidos se cuenten entre los 150
millones de desplazados por el vuelco climático, las 600 millones
de personas presas de hambrunas o las 300 millones afectadas por la
malaria. Los pequeños incrementos inducen ya saltos cualitativos.®
Es como si nuestro organismo corporal estuviera a punto de incre­
mentar un grado su temperatura, pasar de 37 a 38 grados, aban­
donando un estado de salud, de bienestar, disparando el desorden
calorífico que nos señala la segunda ley de termodinámica y que el
capitalismo, desde su careta espectacular, insiste en obviar.^ Y eso
repercutirá en lo ambiental tanto como en lo social. En la misma y
vieja Europa, unas mareas más de descontento y rápidamente han
ascendido corrientes críticas al margen de los sistemas bipartidistas,
8. Ver Daniel Tanuro, E l imposible capitalismo verde, obra citada.
9. Un mundo que nos presenta colorido a través de determinadas tecnologías y
de las economías centradas en el PIB y en la sociedad del consumo, escondiendo los
oscuros y las sombras, imposibilitando reconocer su insostenibilidad; ver Cambiarlas
gafas para mirar el mundo. Una nueva cultura de la sostenibilidad, obra citada.
por la llamada izquierda y por la extrema derecha, aunque Islandia
o Grecia denotan más vigor para las primeras formaciones.
Tiempos de bifurcación, señala Wallerstein. La explosión del
desorden^ apuntaba Ramón Fernandez Durán a principios de los
noventa. Tiempos líquidos indica Zygmunt Bauman, que no dan si
no para repensar la Democracia en la Tierra, subraya Vandana Shiva.
Vivimos tiempos de transición, y las nuevas tecnologías colaboran
en ello. Por un lado, hacia direcciones menos sustentables, como
representa el fortalecimiento del sistema mundial financiero y la
creciente huella ecológica de los sistemas globales de producción e
intercambio de información. Y, por otro, hacia transiciones humanas
como se apunta desde las movilizaciones del 15-M:
Internet abre un campo de contra información, absolutamente
brutal, abre un campo en el que tú puedes estar en contacto
con todo el mundo permanentemente, enterarte de cosas que
a través de los medios tradicionales, y eso te genera, un espíritu
crítico, una conciencia crítica. Las nuevas tecnologías, digamos
todo, la manera de relacionarse y la propia sociedad, está evolu­
cionando de una manera en que ya no es posible echar marcha
atrás (activista de DRY)
¿Qué ocurre, sin embargo, que vemos a una ciudadanía que
«tarda en reaccionar»? ¿no somos también animales con instinto
de supervivencia? Sí, pero los procesos culturales, los conflictos y
las paradojas nos envuelven. El hecho de que el ser humano vea
limitada planetariamente su existencia, en tiempo o bienestar, o
que sea él mismo limitador de la dignidad de la mayor parte de los
seres humanos que habitan este planeta, denota que inteligencia y
estupidez, cooperación y dominación, van de la mano en el devenir
de las múltiples culturas que nos dan vida.*® A lo que hay que sumar
10.
Con mi compañero David Gallar discurrimos sobre esta mutua imbri­
cación de dominación y cooperación en el devenir de las democracias, donde las
élites han construido ese gran y alejado sistema experto que sigue gravitando y
haciendo uso de las redes de apoyo y solidaridad de los de abajo. Ver «Estamos en
medio. Necesidades básicas, democracia, poder y cooperación», en Angel Calle
(ed.) Democracia Radical, Icaria, 2011.
una creciente virtualización, sobre todo en los países del norte, de
las imágenes y narrativas que tenemos del mundo, puesto que ya no
pisamos el mundo: caminamos sobre asfalto y nos lo representamos
en unas cuantas pantallas.
Desde estas tramas interconectadas de cooperación/dCmiinación
las sociedades se reproducen en múltiples direcciones. No tienden al
equilibro. No son sistemas mecánicos, cerrados. Es más útil y realista
pensarlas como flujos so ció ambientales que, en este momento, se
encuentran al borde de cambiar el escenario de flujos globales, el «es­
tado» o el «tablero» de fiierzas que se identificaba, desde Occidente,
con ideales de progreso. Es decir, por un lado, los viejos satisfactores
ya no satisfacen, ni siquiera a la ciudadanía de países centrales. Por
otro lado, como demuestra el 15-M, una pequeña modificación de
los flujos, una acampada en Sol, lleva a la disipación de formas de
percibir y entender la democracia. El rey no va totalmente desnu­
do, cierto, pero los actuales sistemas democráticos son harapos que
no esconden su autoritarismo y su incapacidad para desafiar retos
como el gran vuelco climático, la creciente dominación del capital
financiero, la sensación de inseguridad y abandono en lo laboral y
vital, la lejanía con que se percibe la política y las grandes estructuras
que la cobijan.
Así, el 15-M está siendo parte impulsora (en una dirección, desde
una red de nodos difusores o llamativos) de una transición social, en
el sentido de desafío de la cultura de transición bipartidista, desde
las bases de una transición en las formas de entender el protagonis­
mo social. Pero, habida cuenta del ineficiente envejecimiento de
nuestros satisfactores modernos, el 15-M va más allá. Nos habla de
transiciones globales: cambio político, cambio de organización del
acceso a necesidades básicas, cambio energético, cambio climático,
cambio migratorio, cambios en las miradas de lo diverso y el propio
cambio de la concepción territorial (migraciones, internet, planeta
como ecosistema) son cambios que se agigantan mutuamente. La
cuestión es, por tanto, en qué medida las élites se enrocarán y for­
zarán una transición dolorosa. O en qué medida nuevas emergencias
nos llevarán a nuevos «estados sociales», hacia una sustentabilidad
extensa (social y ambiental), de la mano de nuevas expresiones de
democracia que caracterizarían una transición humana.
¿Transiciones humanas o transiciones dolorosas?
«El mundo no es, el mundo está siendo». Con esta frase, el pedagogo
brasileño Paulo Freire quería actualizar la idea de que el mundo se
conforma a partir de realidades y está en cambio constante. Mueven
el mundo actores que entran en conflicto, se encuentran, se adaptan
o exploran formas de hacer y de pensar otros mundos. La política
llama a quienes buscan las estructuras públicas y formalizadas como
motor del cambio. Sucede que la política no está hoy solo dentro
del «sistema político», si es que alguna vez lo estuvo plenamente:
está colonizada por otros espacios, como los intereses de una élite
financiera; y encuentra en lo político, en redes críticas y en la ciu­
dadanía descontenta, un lugar donde las agendas y los imaginarios
(incluyendo valores) se legitiman, se rechazan o se sustituyen por
alternativas.
Es patente que la política trasciende hoy estados y otras au­
toridades públicas. Aparece retenida en grandes contenedores, en
macro-estructuras internacionales, que predisponen muchos de los
cambios que usualmente gobernaba la política. Hablo de institu­
ciones internacionales que, hoy por hoy, impulsan la globalización
neoliberal y las finanzas especulativas, como el FMI, la Unión Euro­
pea o la Organización Mundial del Comercio. En ellas se reclaman
privatizaciones, se «independizan» los bancos centrales de los países
y del impulso de una economía productiva, se establecen medidas
de liberalización que privilegian patentes de multinacionales sobre
manejos y economías locales, etc. El sistema político parlamentario
sigue siendo aún la cara pública del debate político. Pero grupos
de presión, puertas giratorias que conectan los asientos de las ins­
tituciones públicas y privadas, y en general, una élite económicopolítica que tiende a constituirse en una clase global, controlan los
cambios y la forma de gestión del sistema político, a la vez que del
sistema técnico-económico. Por poner un ejemplo, los altos ejecu­
tivos y grandes accionistas de Monsanto se sientan en el congreso
de los Estados Unidos a través de subvenciones a campañas de los
partidos políticos, presiona para que España acepte ser la puerta de
entrada de los transgénicos a Europa y establecen el marco jurídi­
co propicio para que los tratados de libre comercio sancionen las
semillas autóctonas y velen por la inserción de la agricultura en el
paradigma de la llamada «segunda revolución verde», nuevas semillas
transgénicas, paquete tecnológico asociado y producción orientada
a la gran distribución. Es un ejemplo de cómo técnica, economía y
política se funden hacia una transición dolorosa, por insustentable
y por desposeedora de medios para que la poblaciórTpífeda acceder
a su alimentación por vías alternativas.
El «sistema político» aparece también desbordado por otras redes
sociales, conectadas o más diseminadas, pero que promueven, o al
menos permiten legitimar, ciertos cambios. Los imaginarios sociales,
por un lado, y las redes críticas por otro, son ámbitos esenciales para
comprender direcciones de cambio, sobre todo en nuestras sociedades
altamente influidas por grandes medios y canales de comunicación. En
efecto, el poder más visible es viable en la rriedida en que se considere
creíble, razonable y útil; legítimo y sentido como necesario. Esta con­
fianza en su viabilidad precisa de reforzarse a través de confianzas que
se reiteran en nuestro día a día. Tiene que asentarse en micropoderes
que lo den sentido y que lo asimilen en nuestras propias vidas, no
rodo el poder discurre a través de las grandes estructuras sociales. Tiene
que estar presente o ser corroborado, en definitiva, en nuestras cotidianeidades personales y colectivas, en nuestros hábitos, en nuestras
maneras de pensar o relacionarnos. «No se puede gobernar sentado
sobre bayonetas», afirmaba Federico II de Prusía, en 1763. Las armas
permiten imponer, pero no gobernar con legitimidad, como afirmara
el sociólogo Weber hace un siglo. Las redes clientelares, subordinadas
a las élites políticas, o las élites que se imponen a dicho sistema como
los grupos financieros en la actualidad, no bastan para comprender
por qué determinados cambios o transiciones tienen más respaldo
que otros. Ni paia comprender por qué, a pesar de esas élites, en los
últimos siglos hemos ido incorporando prácticas y vocabularios como:
Estado de bienestar, desigualdades de género y patriarcado, derechos
sociales, sistemas públicos, bienes comunes, etcétera.
El poder, pues, está también abajo y trasciende lo visibilizado,
lo estructurado y materializado en las representaciones políticas que
nos ofrecen las instituciones. En los setenta, Foucault nos proponía
entender el poder no como algo sujeto a la voluntad de «un rey»,
sino como una maraña de creencias y dispositivos que confoi;man
nuestra voluntad. Por eso es importante entender también el 15-M
como una explosión pública, desde abajo, una catarsis colectiva
inspirada por la juventud en un primer momento, que llega a una
ciudadanía cuyos imaginarios iban cargándose de descontento, de
desafección política. Y, junto a ese descontento, y partiendo de una
hipersensibilidad frente ai poder, los nuevos movimientos globales
andaban desde los noventa explorando cómo construir «protagonis­
mo social». Así, el sistema político aparece inundado (aunque no sea
gobernado por él) por lo político, la cotidianeidad más sentida, sea
ciudadanía que se compone a su manera el mundo, sean redes crí­
ticas que establecen nuevas direcciones y formas de contestación. El
neoliberalismo es difícil de legitimar en el contexto europeo, aunque
no en las mentes de las élites que lo utilizan fuera y dentro de este
territorio. Por eso se acrecientan las apelaciones pretendidamente
neutras que sustituyen la palabra «empobrecimiento» por «medidas
de ajuste», «flexibilidad» por «precariedad», etc. Colonizar imagina­
rios es importante. Las redes críticas se dedican, como veíamos al
principio de este texto, a construir gramáticas de democracia que,
por lo general, desafían a las élites y buscan conquistar imaginarios
de las gentes: prácticas, discursos y deseos que se opongan a formas
autoritarias, depredaciones sociales y ambientales, y al pisoteo de
derechos de minorías y de mayorías. Compiten entonces, con todo
el régimen técnico-económico que presiona para deslegitimar e
invisibilizar otras opciones de vida. Lo político se construye fun­
damentalmente desde aquí: desde innovaciones sociales y desde
legitimaciones cotidianas. Y a veces llega a desafiar a la política y
otras veces es desafiada por ella (revertida, cooptada, cosificada). Sin
olvidar, por último, que los sistemas y actores descritos (instituciones
y cargos de la política, las élites del complejo técnico-económicofinanciero, la ciudadanía con sus conjuntos de imaginarios, y las
redes críticas que construyen otras gramáticas de vida y democracia)
se ven abocados a operar en el sistema mundo-natural, es decir, en
este planeta, con sus posibilidades y limitaciones para la continuidad
de una civilización o de una especie.
Me es útil la anterior reflexión para situar el enfrentamiento actual
entre la política y lo político, para representar al lector que el 15-M
navega «por abajo» y pretende condicionar lo de arriba o recomponer
radicalmente las estructuras de la política. Sitúo al 15-M, por sus pro­
puestas de democracia «desde abajo» para una sustentabilidad social y
ambiental, dentro de los actores (difiisos) que se mueven entre redes
críticas y ciudadanía y que apuestan por un rechazo a los ajustes, a la
depredación socioambiental, a la transición dolorosa que engendra la
barbarie. Su aportación a una transición humana, por ello, hay que
cifrarla más en la producción de bienes políticos oara canalizar otras
gramáticas de democracia que en la recomposiciÓI^del sistema político-financiero, habida cuenta también de su «juventud». Pero dado
que las mareas de protesta se extienden, y los ajustes arrecian, a la par
que las élites se enrocan en los viejos satisfactores, todo hace pensar
que otros actores significativos surgirán para proponer otras transi­
ciones, buena parte de ellas humanas, enfrentadas a las democracias
autoritarias. Mejor hablar de transiciones humanas, de diversidad de
actores que, articuládos entre sí y entre gran parte de la ciudadanía,
propondrán alternativas desde y para el «protagonismo social».
Post-desarrollo y democracia para construir economías
propias
Posiblemente estemos asistiendo a la confluencia de actores, viejos y
nuevos, que servirán para retroalimentar una ola de protagonismo social
más estable, y que podría conducirnos hacia una transición humana.
Al menos abre esa posibilidad frente a las democracias autoritarias.
Pero, más allá de la matriz de discursos (democracia partícipativa,
radical, sustentabilidad extensa) expuesta en el apartado Propuestas que
se enredan, ¿qué mundos nos proponen?, ¿cómo llegar a ellos? Uno de
los grandes damnificados de las cuatro rupturas civüizatorias es nuestra
creatividad para afrontar nuevos problemas sin acudir a viejas recetas.
Es conocida la argumentación de Albert Einstein: «no podemos resolver
problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos». El
viejo pensamiento era unilineal, atomizante, p^oducti^dsta; pretendía
universalidad y actuaba desde la fe en la tecnología y en el control
«desde arriba». Imponía cegueras generando nuevas lu c e s,Y ahora
tendríamos que aprender a pensar como piensan (o exploran) las
11.
Como crítica de las miradas convencionales materialistas y autoritarias, ver
Cambiar ¡as gafas para mirar el mundo. Una nueva cultura de la sostenibilidad, libro
colectivo coordinado por Yayo Herrero, Fernando Cembranos y Marta Pascual, Libros
en Acción, Madrid, 2011; También el texto E l socialismo puede llegar solo en bicicleta.
Ensayos ecosocialistas, de Jorge Riechmann, Madrid, Catarata, 2012.
nuevas experiencias. En parte, eso es lo que nos propone el sociólogo
portugués Sousa Sa n to s.N o s invita, para superar la caduca forma
de pensar etnocentrista y madre de la sociedad del consumo, a mirar
(nuevas) realidades, a rescatar lo invisibilizado; sociología de las
ausencias. Desde ahí podríamos nutrirnos de nuevas matrices de
pensamiento y de acción que nos llevaran a utopías concretas, a otros
mundos, en este caso, desde transiciones humanas. A este esfuerzo
práctico-reflexivo para buscar nuevas orientaciones, Sousa Santos lo
llama sociología de las emergencias, aquellos horizontes provisionales
que pueden servir de nexos y caminos para una diversidad de
experiencias emancipatorias.
¿Existen ya esos horizontes provisionales, de qué experiencias
provienen? ¿Qué tipo de emergencias están encumbrando? ¿Cómo
podemos dibujar algunas claves futuras de esta transición inaplazable?
Hemos relatado algunas iniciativas o herramientas que están en la base
de las propuestas del 15-M: economías endógenas, extensión de la
autogestión social y el decrecimiento. La primera tiene que ver más
con desafiar la economíafinanciera y asentar una economíaproductiva,
en principio, orientada desde recursos propios y hacia las necesidades
básicas. Las apuestas clave para esta economía de orientación endógena
serían: gestionar desde arriba la economía global; reacdvar el papel
del Estado en la economía estatal, apostando por el keynesianismo
frente al neoliberalismo en el marco de relaciones capitalistas; redu­
cir el poder de las grandes transnacionales y el capital especuJadvo;
mantener formas de distribución de renta que activen un consumo
y permitan (parcialmente) acceder a la satisfección de necesidades.
Con mayor o menor entusiasmo se abre la puerta al apoyo al tejido
empresarial local y a formas cooperativas de trabajo.
La segunda, parte de la premisa que la relocalización es una
necesidad social para lograr autonomía sobre nuestro bienestar y
poder legitimar economías productivas fruto de un control social
que deshaga la barbarle financiera. Entronca más con las economías
de cuidados^ donde se nos garantiza la reproducción social en los en­
tornos más próximos (inclusión, afecto, cuidados básicos, protección.
12.
Una epistemología ¿leíSur. La reinvención del conocimiento y la emancipación
social, México, CLACSO y Siglo XXI, 2009.
etc.); pero también en las cadenas globales de cuidados derivadas de la
interrelación creciente de flujos migratorios y explotación productiva
cuyo peso recae sobre mujeres principalmente.^^ Aquí añadiríamos las
economías autogestionarias por las que grupo&de personas se apoyan
para satisfacer sus necesidades básicas, los cultivohociales. Ambos for­
marían parte de lo que llamaré economíaspropias^ que tienen su razón
de ser en la satisfacción integral de necesidades desde abajo.
La tercera, aproximable al decrecimiento con equidad, subraya la
inequívoca necesidad de recuperar unas relaciones habitables con la
naturaleza, sustentables para el ser humano. Enlaza más con la idea
de economías propias y critícala ausencia de referencias al metabolis­
mo sociedad-naturaleza en las propuestas de economías endógenas.
Dicho metabolismo (la economía real-real), para ser sustenrabie, ha
de estar inspirado en prácticas de equidad, redistribución e inclusión.
Las economías propias servirían de nexo entre esta economía de la
naturaleza y las economías orientadas a la supervivencia, por utilizar
la terminología de Maria Mies y Vandana Shiva.''^
Como vemos, las propuestas se entremezclan, cada una con sus
horizontes propios a la vez que abiertos, para trabajar distintas di­
mensiones de una transición humana. Propuestas sobre las diferentes
economías, imbricadas en una sociedad compleja (industrial y de
servicios, informacional, de consumo y control), pueden rastrearse
a través de las reclamaciones de las nuevas mareas, entre ellas la del
15-M. Creo que, incluso, podíamos «estirar» un poco más estas
propuestas. Y pensar que, frente a las ideologías clásicas, sobrevienen
tiempos de nuevos paradigmas de movilización, los cuales encierran
propuestas y prácticas para reemplazar los viejos satisfactores desde
las perspectivas de las transiciones humanas.
13. En línea con la creación de una clase global que postula Sassen, surgen
también visibilizaciones de la desigual valorización y distribución de obligaciones
y derechos a la hora de cuidar y garantizar la reproducción vital de las personas
en el mundo, imponiendo dinámicas patriarcales al amparo de la globalización
neoliberal; ver el texto de Amaia Orozco, «Insostenibilidad del sistema global de
cuidados y alternativas feministas», en Mujeres, sexo, poder, economía y ciudadanía,
editado por Forum de la Política Feminista, Madrid, 2010.
14. La praxis del ecofeminismo. Biotecnología, consumo y reproducción, Icaria,
Barcelona, 1998.
En realidad, como vienen sosteniendo teóricos y prácticos de la
críúca del desarrollo, existe una necesidad de trascender el encorsetamiento de la idea de bienestar en las dinámicas de apropiación y
mercantilización por parte de la economía financiera y de la agenda
neoliberal en concreto. Existen múltiples propuestas que se dan cita
en torno al paradigma del post-desarrolb. Son perspectivas que plan­
tean hoy en día una fuerte crítica y una oposición práctica a la falacia
de concebir el «progreso» de las sociedades como necesariamente
integrado en las dinámicas y actores de la globalización y orientado
a la acumulación de exportaciones y saldos financieros medidos en
monedas internacionales (dólar, euro, yen, yuan). ¿Qué necesitamos
realmente para vivir con diginidad? ¿qué satisfactores o sectores pro­
ductivos tenemos que desarrollar? ¿quiénes y cómo lo van a decidir y
construir? ¿con qué límites nos enfrentamos? ¿qué instrumentos viejos
y nuevos nos habrán de conducir hacia «otras economías» ancladas
en el bienestar social, en una práctica de cuidados y apoyos humanos
y en una sustentabilidad extensa? En esa pugna por las ideas, que es
también un enfrentamiento de prácticas, los años noventa vieron el
vaciamiento de términos que se planteaban como alternativas. Tal es
el caso del llamado «crecimiento sostenible», hoy interpretado pura y
llanamente como crecimiento sostenido de las economías productivas
y financieras. Se abren camino, como veremos en debates y propuestas
emergentes, otras ideas no «colonizadas» por la idea de producir y
especular para el mundo de las transnacionales. Es el caso del propio y
abierto proyecto de decrecimiento. Es también el advenimiento de de­
mocracias emergentes de la mano de movimientos por una democracia
radical, en lo expresivo y en lo productivo. Acuden también, frente al
15. Por ejemplo, proponiendo economías sociales y populares (www.econom
iasolidaria.org; ver en internet trabajos de José Luis Coraggio): aunando las ideas
de ecosistema y democratización desde abajo, presente en los trabajos del biorregionalismo o democracia biorregional (www.bioregionalismo.com); insistiendo
desde perspectivas no modernizantes sobre estrategias de desarrollo endógeno
sustentable (www.compasnet.org).
16. Para una introducción de matices y tendencias a la crítica de la socie­
dad del crecimiento, ver En defensa ¿iel decrecimiento: dobre capitalismo, crisis y
barbarie, de Carlos Taibo (Catarata, 2009); y el texto coordinado por Herrero,
Cembranos, Pascual, Cam biar las gafas para mirar el mundo, obra citada, páginas
296 y siguientes.
desamparo que provocan las cuatro rupturas, ideas sobre una economía
de cuidados, netamente asentadas en visiones como el (eco)feminismo.
Y, por último, el aldabonazo frente al modelo de desarrollo lineal y materialista, de consumo en los países del centro, encuentra en paradigmas
no modernos, como el Buen Vivir,expresiones de base comunitaria
que, en otros contextos, nos hablan de una interrelación diferente entre
economía de cuidados, economía social o de cultivos autogestionados,
economía productiva y economía sociedad-naturaleza. Son ejemplos
de horizontes que se vuelven inspiradores y que vienen marcados por
un nuevo «protagonismo social». No sabemos a dónde nos podrían
llevar, aunque en el siguiente capítulo lanzaré mis ideas sobre iniciativas
y horizontes de transformación social. Pero sí es un hecho que están
haciendo emerger nuevos sujetos políticos y nuevas subjetividades
sociales. Se autovisibilizan y tienen
(y bases) para emerger.*^
Todos estos proyectos comparten la oposición ferviente hacia la
barbarie, hacia las transiciones dplorosas que puedan imponer un
nuevo «tiempo de tribus», una «sociedad dócil», una intensificación
del ser-masa, del ser atomizado y atomizante en su devenir social. Y
todas también se apoyan en algunas claves, con matices propios de
cada contexto, de entender cómo promover transiciones humanas
desde un creciente protagonismo social:
-
Partir de lo político, desde las necesidades sentidas y los cui­
dados que le siguen, hacia la política, hacia las necesidades
generales y generalizadas que habilitan un contexto propicio
para dichos cuidados, ahora extendidos y controlados por
la sociedad.
17. Ver Ecofiminismo. Para otro mundo posible, por Alicia Puleo (Cátedra,
2011); y Teoría fem inista contemporánea. Una aproximación desde la ética, de M.
José Guerra, obra citada.
18. Que aspiraría a formular propuestas de desarrollo endógeno que superaran
visiones modernas, capitalistas o socialistas, para considerar la contextualización
cultural y biofísica sobre la construcción de satisfactores de los pueblos originarios
andinos; ver Vivir Bien: ¿paradigma no capitalista?, coordinado por Ivonne Farah
y Luciano Vasapollo, La Paz, CIDES-UMSA, 2011.
19. Encontrar las potencialidades y las traducciones (o coproducciones
prácticas) entre estos discursos y experiencias es tarea de ios movimientos sociales
emergentes.
-
-
-
Tomar la cooperación social como im hecho humano, que pue­
de proponer otras formas de encuentro, de manejo sustentable
de los recursos, de cuidado y proposición de bienes comunes,
de educación colectiva y creativa desde una transición humana
fundamentada en nuevas experiencias sociales.
Desarrollar un cierre de circuitos «desde abajo» como po­
lítica fundamental, en lo material, en lo energético y en
lo económico principalmente, que dote de autonomía y
resiliencia ante la previsión de obstáculos socioambientales
derivados de las cuatro rupturas civilizatorias.
Proponer paraguas sociales, redes sociales o instituciones
derivadas de políticas públicas, que sirvan de crítica o
acompañamiento para fortalecer el protagonismo social.
El siguiente cuadro me sirve para presentar esquemáticamente las
ideas antes expuestas^® y ver cómo se interrelacionarían en un proceso
de cambio social, en el marco de las transiciones humanas.
Ilustración 1
El sentido de la transición positiva (liumana)
desde la cooperación social
Economías endógenas
^y sustentables
Democracia radical
Cuttíms sociales
Economías productivas y políticas
Democracia paríicipativa
Fueníe; elaboración propia.
20.
En su momento, compañeras y compañeros del ISEC (Universidad de
Córdoba), me ayudaron con sus comentarios para utilizarlo como base de una
Adentrarnos en sendas de transición humana significaría movi­
lizar en un sentido complementario las dimensiones señaladas. Par­
tiríamos siempre de estrategias de cooperación social «desde abajo»,
vector principal que se subraya en el gráfico anterior. Cabe señalar
que las propuestas antes reseñadas enfatizan este aspecto como motor
de innovaciones sociales sustentables: la democracia radical se asienta
en ágoras inclusivas que propicien economías endógenas, respuestas
contextualizadas y protagonismo social; el decrecimiento nos invita a
una transición a retomar la conciencia de especie para cerrar «desde
abajo» circuitos energéticos, materiales, y por ende políticos, desde
ciudades, pueblos o comunidades; comunidad es también el asien­
to de las prácticas que propone el Buen Vivir, y que podría verse
como una ruptura de los tiempos líquidos, no en base a una idea
de orden sino de vínculos y procesos, más abiertos; y las economías
de cuidados contemplan una transformación global sobre la base
de primar y proteger redes y esfuerzos en torno a las necesidades
inmediatas, más próximas y sentidas, las que nos proporcionan co­
tidianamente sustento y bienestar. Dichas innovaciones explorarían,
o exploran mejor dicho, nuevas prácticas que nos permiten apuntar
a nuevos paradigmas de transición socioambiental. Pero, a la vez,
constituyen el asiento, el caldo de cultivo que pueda legitimar y ver
como necesarios cambios a mayor escala. No hay soluciones que
puedan imponerse «desde arriba», como quien resuelve ecuaciones
universales y las impone desde ejércitos de control ciudadano. El
cierre de circuitos «desde abajo» requiere la involucración de «los de
abajo». Un protocolo de Kioto u otras medidas similares frente al
vuelco climático, por ejemplo, puede ayudar a visibilizar y a detener
la barbarie insustentable. Pero solo podrá sostenerse sí dicho pacto
«por arriba», o «que llega a arriba», viene demandado por prácticas e
imaginarios de gente que ya está operando desde esos esquemas. Los
grandes avances en materia de transición energética están ocurrien­
do, no en los nuevos mercados de carbono creados para beneficio de
transición agroecológica, que permutara formas de barbarie propiciadas por el
sistema agroalimentario globalizado por sistemas agroalimentarios localizados y
sustentables. Para una referencia, ver el artículo «LaTransición social agroecológica»,
dentro del Mhro Procesos hacia la Soberanía Alimentaria. Perspectivasy prácticas desde
la agroecologiapolítica {Icaria, 2013).
las grandes empresas, sino en el desarrollo de marcos legislativos y
energéticos que incentivan la producción autofinanciable a pequeña
escala (solar principalmente).^*
Así, en esta transición se enfrentan, al menos, tres modelos,
tres formas de entender los códigos económicos y políticos. Matrix
o Windows persiguen cerrar sus oligopolios y obligar a transitar
por ellos, el mundo se reduce a sus representaciones: democracia
autoritaria. Google es un gigante que controla interacciones de
búsquedas, mapas, audiovisuales y otros dispositivos de gestión y
comunicación personales. Abre códigos (librerías, herramientas)
pero no los libera totalmente, generando una dominación sobre
accesos e intercambios que tiende a nutrir sus propios dispositivos de
control y de rentabilización económica; se trata de una wikieconomía
o un capitalismo de acceso: democracias autoritarias que utilizan la
participación como vía de cooptación.^^ En última instancia, los
modelos emergentes nos propondrían un código realmente libre
y disponible para ser reconstruido a través de múltiples procesos
de cooperación: democracia radical o paraguas abiertos desde una
democracia participativa. Como analizaré en el apartado final de
las conclusiones, desde esta multiplicación de espacios comunes de
cooperación no surgiría una idea de democracia, sino un proceso de
democratización real de lugares (mediáticos, políticos, económicos)
hoy dominados por oligopolios. Todo ello buscando anclarse en
la satisfacción concreta de necesidades básicas en unas relaciones
sustentables con nuestro entorno y con nuestros semejantes.
En esta pugna, y en la orientación de una transición humana,
las instituciones de mayor tamaño (sean redes de ciudadanos o ins­
tituciones públicas) tienen el papel de acompañar y proteger dichas
innovaciones, favoreciendo la cooperación social. Pueden escuchar y
retroalimentar, incluso dinamizar. Pero, a diferencia de lo que pro-
21. Ver E l imperativo energético. 100% ya: Cómo hacer realidad el cambio integral
hacia las enervas renovables, de Hermann Scheer (Icaria, 2011).
22. Ver trabajos del colectivo Ippolita En el acuario de Facebook. E l irresistible
ascenso del anarco-capitalismo, Enclave. Madrid, 2012 y la obra citada E l lado
oscuro de Google; también en internet está disponible «Capitalismo y propiedad
Intelectual, trabajo y derechos de autor», de David Arístegui, consultado en http:
//info.nodo50.org/Capltalismo-y-propiedad,4675.html (20/01/2013)
pondrían ideologías estataJistas o mercantiiistas (marxismo centralis­
ta o democracia burguesa), no se gobierna allí, sino que se favorece
el gobierno de los muchos, que en este caso sería el gobierno de los
todos. Ahí es posible y necesaria una democracia participativa, por lo
menos en tiempos de transición (humana). Pero son las economías
endógenas, los cultivos sociales, las expresiones de democracia radical
o la propia articulación personal y colectiva en torno a una economía
de cuidados las que pueden plantear caminos. Si tomamos el frente
agroalimentario, nos encontramos que su insostenible metabolismo
no puede continuar por mucho tiempo, menos aún en ausencia de
una energía fósil que proporciona a este sistema: insumos vía ferti­
lizantes químicos y fabricación industrial de semillas transgénicas;
uso intensivo de energía y maquinaria de alta tecnología, que se
reemplaza continuamente, en la producción; establecimiento de
grandes cadenas de desplazamiento y distribución; empaquetado y
utilización de plásticos que suponen una huella ecológica superior
a la fabricación del propio producto; preparación para el consumo
mediante, nuevamente, el uso intensivo de energía y maquinaria de
alta tecnología; gran cantidad de deshechos que no encuentran el
camino del reciclaje. El establecimiento y la exploración de sistemas
agroalimentarios localizados y sustentables están lejos de apoyarse
por las autoridades, antes al contrario. Es la propia ciudadanía que
empieza a tener «miedo a comer» o que busca espacios de autonomía
política o que se preocupa por el cambio climático y la pérdida de
biodiversidad, en alianza con productoras y productores que son
excluidos de los mercados globalizados, quienes están proponiendo
economías endógenas y sustentables. Y que, en el contexto de cierre
de oportunidades políticas, están apoyándose en instituciones socia­
les (redes críticas, políticas públicas de carácter participativo) solo
como vía para poder oxigenar sus prácticas ante la presión de leyes,
multinacionales alimentarias, grupos de distribución y empresas
fabricantes de químicos y tecnología transgénica.^
De esta manera, la apuesta por innovaciones sociales, como
hace el 15-M, tiene el valor de explorar esas nuevas direcciones, al
23.
Ver libro Procesos hacia la Soberanía Alimentaria. Perspectivas y prácticas
desde la agroecologiapolítica, publicado por Icaria (2013) y coordinado por Cuéllar,
CaJlé y Gallar.
margen de logros inmediatos. No garantizan cuál es el puerto al que
hay que llegar. Ni siquiera si las rutas y las naves que construyen se
sostendrán en medio de las crecientes tormentas. Pero, lejos de ser
«ideas de náufragos» intentando avistar alguna isla a la que agarrarse,
son las apuestas que, en los últimos siglos, han auspiciado cambios
en el marco de la sustentabilidad social y ambiental, la inclusión
social y las dinámicas de protagonismo desde la participación y la
deliberación.
¿Significa que dichas innovaciones están abandonando, por
obsoletos, los barcos de ideologías pasadas? No absolutamente. Lo
viejo y lo nuevo coexisten, y puede que lo hagan (conflictivamen­
te) en el futuro. Las ideas de una democracia participativa tienen
tradición y amparo en corrientes liberales y socialdemócratas. Solo
que ahora se acentúa irremisiblemente el protagonismo social. El
ecosocialismo es una perspectiva que entronca con prácticas decrecentistas, acentuando el énfasis en el papel de la economía política
e institucional. Las nuevas propuestas de sustentabilidad, por su
parte, aceptan elementos de transición en la escala de las necesidades
generales (en la política, en el poder estructurado y macrosocial),
pero nuevamente enfatizan las prácticas colectivas que puedan ce­
rrar «circuitos desde abajo» y en especial trabajar desde necesidades
sentidas (desde lo político).
Así, las lecturas del protagonismo social para una transición
inaplazable son diferentes, estableciéndose puntos de encuentro y
de d^encuentro según las referencias se inclinen hacia las culturas
dely (nuevos movimientos globales) o a las culturas del o (sindicatos
y partidos clásicos, luchas cerradas a grupos de interés). A la vez,
surgen hibridaciones que plantean nuevos escenarios, los cuales po­
drán responder a una actitud de entrelazar culturas; como también a
intentos de desactivar caminos emergentes, propuestas que desafíen
el status quo. La siguiente tabla da cuenta, de forma sumaria y a título
ilustrativo, de hacia dónde están apuntando estos enfoques.
Tabla 4
Propuestas políticas sobre sujetos y cambios sociales
desde diferentes culturas de movilización
Referentes de
politización /
perspectivas
de cambio
Cultura del y
Cultura del o
Hibridaciones
Crítica del
«desarrollo»
- Post-desarrollo.
- Redeiinir
satisfactores
de acuerdo a
necesidades,
humanas y límites
ambientales.
- Desarrollo
sostenible para
acceder a un
bienestar material.
- Reestructurar la
matriz productiva,
hacerla endógena.
- Desarrollos en
plural, endógenos.
- Crítica del desarrollo
que incorpora matices
decrecentistas,
feministas y
territoriales.
Crítica de la
economía social
- Énfasis en
economías propias;
de la solidaridad y
del territorio.
- Cooperativismo
social: reconocer
economías
populares.
- Sociedades
democráticas con
mercado.
- Énfasis en
producir y en
redistribuir.
- Cooperativismo
laboral.
- Economías
participadas por
trabajadores/as.
- Énfasis en
producción y
consumo sociales.
- Cooperativismo en
torno a producción y
consumo.
- Economías de
circuitos cortos.
Referencia de
democracia
- Democracia
radical.
- Democracia
participativa
- Fomentar ámbitos
de democracia arriba
y abajo.
Visión de la
transición
- Desde abajo.
- Transiciones
socioambientales
democratizadoras.
- Necesidades
iiumanas y
ambientales.
- Desde arriba con
la participación de
los «de abajo».
-Salirde la agenda
neoliberal.
- Demandas
sociales.
- Abrir espacios arriba
y abajo.
- Realizar la
democracia.
- Demandas sociales
y ambientales.
Sujetos y
ámbitos de
protesta
- Sinergias y
reconocimientos
mutuos.
- 15-M: sin siglas.
- Huelga social de
mayorías excluidas.
- Sectorizar y unir.
- Mesas de
convergencia,
Frente «Somos
Mayoría»; temas y
organizaciones.
- Huelga laboral de
trabajadores/as.
“ Converger.
- 25-S; personas y
colectivos.
- Huelga laboral
y de consumo de
ciudadanía.
¿Representación
política?
- Redes sociales
emergentes.
- Partidosciudadanía.
- Espacios políticos
temáticos.
- Partidos abiertos
a movimientos
sociales.
- Nuevas plataformas
de partidos y
movimientos
Por supuesto, la anterior tabla recoge «tipos ideales». En la
práctica las tres culturas o dinámicas de politización se desbordan
y se comunican entre sí. De esta manera, existen concepciones
clásicas del cambio social al interior del 15-M, que sería mayoritariamente de perfil «novedoso». Y viceversa, existen hibridaciones
que incorporan con más contundencia la cuestión de la transición
socioambiental inaplazable. Son referencias, en muchos casos, del
hacer. Y por ello, dada la amplitud y extensión de la multimilitancia
y las ágoras físicas y virtuales en torno a barrios, mareas o nuevas
plataformas, la interrelación entre las referencias (en un colectivo o
en un fenómeno de movilización) se da a nivel de personas, discursos
y horizontes de acción.
Todos estos horizontes de transición han de contextualizarse
localmente. También las propuestas del 15-M, así como la efer­
vescencia que traigan nuevos actores y nuevos paradigmas. Quiero
señalar con ello que la transición en este país tiene que encontrarse,
para reinventarse, en el contexto cultural y político en el que nos
movemos. Sin que por ello no sea útil e incluso necesario man­
tener una mirada internacional, en la línea de lo que preconizan
los nuevos movimientos globales y como respuesta a problemas
medioambientales y al ascenso de democracias autoritarias que se
apoyan en poderes transnacionales. Como señalaba al principio, hay
matrices políticas en este país que serían favorables al desarrollo de
iniciativas de «protagonismo social»: tradiciones libertarias, que se
apartan de una visión individualista o de un anarquismo clásico;
nacionalismos periféricos, favorables a cerrar circuitos desde abajo,
sin comprometer la apertura y la solidaridad hacia otras realidades
sociales; y localismos, a caballo entre sentimientos territoriales y
hábitos culturales que empatizan con las ideas de proximidad y de
economías endógenas, sin prescindir de una visión global de los
problemas. Enfrente, sin embargo, la tradición política en este país
es de fractura entre élites e innovaciones sociales, entre el sistema
político-financiero asentado en torno a grupos de poder y el protago­
nismo social para una economía endógena, entre el conservadurismo
cultural y católico y las propuestas de promover cambios personales
y colectivos desde necesidades sentidas. Se añaden los posos de una
transición incompleta, cerrada y desmemoriada en torno al traspaso
de poderes tras la muerte de Franco y con élites que niegan la posi­
bilidad de una mirada crítica y una memoria desde la dignidad de
todas las personas que padecieron el llamado alzamiento nacional.
Posos de dictadura que hoy reaparecen o se vuelven a enrocar en
formas de democracia autoritaria, esta vez en el marco neoliberal
de bipartidismos y sindicalismos acríticos, prestos a «asumir» en el
futuro una transición dolorosa para el conjunto de la población. Y
el cuadro se retroalimenta finalmente con una intensa presión polí­
tica, jurídica y policial para dichas innovaciones sociales. La policía,
e incluso el sistema jurídico, se revela, en particular en cuestiones
políticas, como la «policía del rey», formando parte directa de los
direccionamientós políticos, lejos de una pretendida «policía de la
ciudadanía», garante de derechos y libertades.
Por otro lado, los intentos de desarrollar una política institucio­
nal que se abriese a una democracia participativa se han mostrado
timoratos, si no han concluido en un rotundo fracaso. Los partidos
políticos, situados en el centro o a la izquierda del espectro político,
se han consolidado «desde arriba» como grupos de poden Pierden
el enganche social que no venga mediado por un márketing. La
izquierda institucional de mayor visibilidad (con aspiraciones par­
lamentarias) no encuentra hueco por la gran presión mediática y
política sobre cualquier alternativa al neoliberalismo. Pero también
por no trabajar desde un protagonismo social, aunque se ofrezcan
diagnósticos críticos y diferenciado. En las elecciones de 2011 y
2012, generales y autonómicas, se observan, por ejemplo, ascensos
de Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya/els Verts-EUÍA y de
plataformas como la Alternativa Galega de Esquerda. Ocurre que
dichos ascensos, que se realizan en medio de un huracán neoliberal,
no alcanzan la entidad de proyectos con «voces alternativas», no
tienen la fiierza ni provienen de una (nueva) institucionalidad social
(sean las dinámicas del 15-M o el sindicalismo más autogestionario
de las mareas de protesta), no convocan al creciente descontento
social. La llegada al poder en instituciones locales o autonómicas
(capacidad de condicionar, al menos en teoría, los gobiernos de
Andalucía, Extremadura o Asturias, e incluso Cataluña con ERC)
supone en bastantes casos una gestión «diferenciada» de la agenda
neoliberal (recortes más selectivos), pero no una contraposición o
desobediencia de esta agenda, que se da por legitimada o por insalva­
ble en los próximos años. No estoy obviando aquí el cierre de opor­
tunidades mediáticas y de élites financieras a favor del bipartidismo
de corte neoliberal. Se subraya que la falta de protagonismo social y
de crítica frontal a la democracia autoritaria constituyen otras dos
razones, más de índole interna, que explican el distanciamiento de
la calle con fórmulas políticas de representación crítica. Mención
aparte merecerían claves nacionalistas que permiten arropar parti­
dos de centro-izquierda (ascenso de ER C); o la dinámica en el País
Vasco que, a través de fuertes anclajes sociales y una apuesta por
un protagonismo desde la política y no desde la violencia, ha dado
lugar a la irrupción de Bildu. Ambos panoramas (catalán y vasco) se
encuentran más abiertos a la politización de la agenda y a la mayor
complejidad y apertura del juego institucional.
La apuesta representativa desde la gestión «diferenciada» (y
no desde la cogestión y la autogestión críticas) aleja a los sectores
emergentes en la política y en la protesta de los canales establecidos,
a mi parecer. Aleja cambios más conectados con una ciudadanía
crecientemente descontenta. Aleja también, a pesar de la retórica
de la democracia participativa, las propuestas de la promoción real
de dinámicas de cooperación social. Así, el sindicalismo mayoritario
se ha transformado en un agente de «cogestión», pero no de clases
trabajadoras o precarias, sino de estrategias de ajustes neoliberales y
precarización de derechos que.vienen asentándose desde mediados de
los ochenta. Dicha agenda neoliberal y financiera ha encontrado en
las cúpulas del PSOE, dentro de un «socialismo» de élites financieras,
un aliado fundamental. Ha establecido como agenda, no solo un
programa político, sino el imaginario de que es necesario engan­
charse al carro neoliberal y a los grupos de poder que lo sostienen en
este país (grandes fortunas, banca, consejos de transnacionales) para
poder mantener ciertos beneficios sociales. Por su parte, la derecha
ha visto con agrado la consolidación en sus filas de un ejército de
neocons, adalides fervientes del neoliberalismo y de la máxima de
que la depredación social debe ser religión política; a lo que unen
su particular cruzada identitaria que les permite recabar votos en
clave xenófoba o de crítica de cualquier propuesta (autonomista,
federalista o independentista) que pueda relacionarse con naciona­
lismos periféricos.
El cierre de oportunidades políticas es un hecho. Y el resultado
es paradójico, contradictorio más bien y, ciertamente, origen de
conflictos sociales. Pues si bien estas dinámicas de cierre generan
pasividad y desafección en la ciudadanía, ciertos aires de que «esto
no se puede cambiar», al mismo tiempo es origen de rebeldías frente
al autoritarismo. Particularmente, el 15-M bebe de esta historia,
directa e indirectamente. Pero, además, la generación del twitter es
también una generación empapada de la palabra «libertad», sean
declaraciones políticas o propuestas cautivadoras de la sociedad del
consumo. Y, en articulación, con sectores más experimentados en la
vida, como por ejemplo los llamados «yayoflautas», están socavando
bases y códigos tradicionales del poder en este país, apelando a un
rechazo del autoritarismo y a la búsqueda de un mínimo de dignidad
para detener la barbarie. Ello ha posibilitado generar adhesiones y
articulaciones que no eran posibles en un territorio fragmentado en
imaginarios y organizaciones sociales y políticas.
Cierres políticos «por arriba» que, analizada la emergencia de
nuevos discursos y actores críticos, no cierran los caminos sociales
«por abajo», aunque los obstaculizan seriamente. La hipersensibilidad frente al poder y la reivindicación colectiva y personal de la
dignidad humana están sirviendo de motor y semillero para renova­
das mareas de protagonismo social, las cuales se sitúan en las sendas
de las transiciones humanas.
C O N C L U SIO N E S:
¿ES P O SIB LE SA LIR D E ESTA CRISIS?
En este trabajo he revisado las principales claves de un fenómeno
socialj el llamado 15-M- Un fenómeno que nos permite adentrarnos
en nuevas culturas de movilización que se están fraguando en este
país. En ellas, la radicalización de la democracia y el protagonismo
social se acentúan a través de lo que denominé la política del y, la
búsqueda de encuentros y agregaciones para generar bienes políticos
(ágoras, demandas puntuales, herramientas de cooperación social)
antes que programas políticos cerrados como referencia de la acción
y la propuesta. Hoy estas culturas se retroalimentan desde sujetos que
se enfrentan a un descontento social creciente ante el avance de una
agenda neoliberal en clave de democracia autoritaria. En el futuro,
esta cultura crítica deberá manejar un «qué hacer» cuando se acen­
túen tiempos de bifurcación, tiempos de crisis energética y de mayor
desafección con respecto a los actuales sistemas políticos. Tiempos
donde, paulatina o drásticamente, habrá que ir eligiendo entre
transiciones humanas o transiciones dolorosas. Progresivamente,
apunto, no bastará con la creación de climas de contestación social,
ciclos de protesta o de producción de bienes políticos. Los (nuevos)
sujetos políticos deberán componer, sobre esta u otras culturas que
se retroalimenten desde ella, ondas de movilización que den el salto
de lo poktico (lo sentido y próximo, las necesidades inmediatas) a la
política (el poder estructurado, las necesidades generales).
Desde esta perspectiva, y en la situación de ajuste neoliberal que
asóla Europa occidental, ¿a qué están dando respuestas fenómenos
como el 15'M? ¿Es razonable pensar que están abriendo caminos