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Aproximaciones a la Democracia Radical
Ángel Calle Collado
Instituto de Sociología y Estudios Campesinos
Universidad de Córdoba
Capítulo introductorio del libro Democracia Radical. Entre vínculos y
utopías, editado por Ángel Calle Collado (Editorial Icaria, 2011).
[email protected]
¿Una democracia o un mundo en crisis?1
Antes de embarcarnos a explorar los presentes de la democracia radical conviene situar la necesidad
de este debate. Debate que, como veremos, es más fruto cotidiano que dialéctica académica, ya que
está ligado a prácticas de todos los rincones del mundo. Y que ahora cobra especial relevancia
cuando un mundo turbulento arrastra tras de sí ideales democráticos, para legitimar modelos
autoritarios de orden social.
Autores enmarcados en diferentes tradiciones políticas y filosóficas coinciden en señalar que la
democracia, en su versión liberal y representativa, se encuentra más extendida que nunca, y que, sin
embargo, no goza de la legitimidad de antaño entre buena parte de la ciudadanía donde está
instalada (Sousa Santos y Avritzer 2004, Fernández Buey 2004, Crouch 2004, Hermet 2008). Como
ejemplo de lo anterior, baste recordar que una encuesta realizada por Gallup entre 50.000 personas
de 60 países ofrecía el siguiente dato: sólo uno de cada 10 entrevistados consideraron que su país
estaba siendo gobernado por la voluntad del pueblo. Es decir, el “éxito” cuantitativo de esta
democracia liberal se vería empañado por sus “fracasos” o “limitaciones” cualitativas. Ello
acontece, precisamente, en un momento en el que la democracia liberal trata de “globalizarse”, a
través de arquitecturas políticas y económicas internacionales que reclaman para sí los discursos de
la democracia o la participación, pero que crecen sin una implicación activa o un conocimiento de
su papel político por parte de la ciudadanía (Organización Mundial del Comercio, Banco Mundial,
Unión Europea).
Si, además, examinamos las dinámicas en curso de los procesos electorales “por arriba” el
panorama no atisba posibilidades de mejoría, antes al contrario. Los programas políticos
desaparecen ante la pugna mediática por liderazgo y por cuota de aparición en los medios de
comunicación. Sarkozy o Berlusconi son paradigmas bien ilustrativos. Si bien el triunfo de una
1
Este artículo amplía y recoge ideas que aparecen en textos previos, disponibles en internet todos ellos y que se
referencian en la bibliografía. En parte, los trabajos que componen este libro han servido de base para reelaborar mis
aproximaciones a la democracia radical, por lo que estoy en deuda con mis compañeros y compañeras de viaje.
1
razón cínica y circense en la arena política suele etiquetarse como producto de la derecha política 2,
lo cierto es que la socialdemocracia no ha escapado de propuestas que manejan la retórica social de
“seguridad” y acuden prestas a prorrogar las agendas neoliberales. Las recetas para salir de la crisis
financiera así lo han evidenciado: las facturas del renovado apoyo al capital financiero no la
pagarán estos actores, ni las rentas más altas. Subida de impuestos indirectos, incrementos del
déficit del Estado para ayudar a la banca y cheques de consolación por tiempo limitado a los nuevos
desempleados constituyen el pretendido “giro” para salir de esta situación en buena parte de los
gobiernos europeos. Se consolida el bipartidismo que marca distancias más en lo simbólico que en
lo económico: ¿nos enfrentamos a un posible “invierno” de la democracia representativa como
señalaría Guy Hermet (2008)?
En particular, destaca una juventud que, en proporciones mayores al resto de la sociedad, manifiesta
un recurrente absentismo y una búsqueda de otras maneras de concebir “lo político” (ver Frías
2001, Subirats 2006 y 2007). Paralelamente, los nuevos movimientos globales, a quienes acuden
gran parte de esta juventud crítica, plantean fuertes críticas a esta democracia “desde arriba”,
desarrollando en su interior culturas de organización que apuntarían a una democracia radical, más
horizontal y deliberativa (Calle 2005, Della Porta coord. 2009).
La crisis financiera y política revela desafecciones y turbulencias sociales de mayor calado. Son
más generales y globales de lo que pueden traducir las escenificaciones públicas en forma de
protesta que parcialmente recogen los grandes medios de comunicación (por ejemplo, en los
ámbitos de las llamadas redes “antiglobalización”). A título ilustrativo: un ciudadano o ciudadana
residente en el Estado español, en media, dedicará 59 horas a contemplar la televisión, pero sólo
media a participar en organizaciones sociales. España está a la cola de la Unión Europea en
encuestas que preguntan sobre la frecuencia de conversaciones sobre política: la mitad nunca lo
hace, aunque habría que matizar también qué entiende la ciudadanía de a pie cuando se le mienta la
palabra “política”, la cual suele ir unida a algo que le produce “desconfianza institucional”3.
Los individuos rompen con las instituciones porque, entre otros factores, las élites rompen con los
individuos o bloquean las posibilidades de pactos sociales. Políticamente, se recrean esferas
suprapolíticas “autónomas”, como ha sido la aprobación del Tratado de Lisboa, digno heredero de
la otrora rechazada Constitución Europea. Laboralmente, la precariedad y el paro se ceban en las
mujeres, y en general en los jóvenes. Tras el estallido de la burbuja financiera en el 2008, un 70%
de ellos se encuentran desempleados y no reciben ayuda de las arcas públicas. Tener trabajo no es
2
Ver La nueva derecha. cuarenta años de agitación metapolítica, de Diego Luis Sanromán, publicado por el CIS en
2008.
3
Ver informe de IOÉ, Barómetro Social de España, Madrid, Traficantes de Sueños, página 321 y siguientes (disponible
en internet en la web de la editorial, www.traficantes.net, y acutalizada en www.cip-ecosocial.fuhem.es/temas ).
2
tampoco sinónimo de poder llevar una vida digna, a pesar de las cifras de beneficios que siguen
exhibiendo los bancos tras la “crisis”4. En la Unión Europea, un 33% de las personas que se
encuentra bajo el umbral de la pobreza tienen contratos con jornada completa. Aún más abajo,
etiquetados como no-ciudadanos, la población inmigrante vive literalmente al día, un 70% de ellos
sin ahorro alguno y cuando la crisis se manifiesta en el sector agrario ellos pasan directamente de
ser “braceros” a convertirse en “vagabundos”. Pasan a formar parte de, por ejemplo, las 6.000
personas sin techo que vemos en la ciudad de Madrid.
El resultado es, bajo una apariencia de fluctuación social constante y desaparición de clases, la
recreación de sociedades duales. Se conforman fronteras tangibles e intangibles, a través de
desigualdades, sanciones o propaganda política y publicitaria. El miedo favorecerá la interiorización
de controles, ofreciendo hábitos consumistas e individualistas como pretendido refugio,
promoviendo la aclamación emocional y visual del poder.
El mapa dual es claro en el plano internacional, entre los países empobrecidos y los más
industrializados. Se asumen por la mayor parte de gobernantes y clase alta del llamado Sur las
agendas del “desarrollo” que vienen del Norte, impulsadas por un red de élites transnacionales, caso
de las políticas neoliberales. Es decir, se respaldan por las élites los flujos económicos, sociales
culturales que ahondan la dependencia y la subordinación de los y las más oprimidas del planeta
(Llistar 2009).
Mientras tanto, en los países del centro, el mapa dual se reviste de túnicas mediáticas de “progreso”
y “unidad” para esconder sus descalabros sociales. En el Estado español, la aparente bonanza previa
al estallido de las burbujas especulativas contrastaba con el hecho de que el 50% más pobre poseía
un renta 16 veces inferior al 10% más rico. Los de abajo copaban el 50% de unas relaciones
laborales marcadas por la precariedad. Se enfrentan a riesgos como la pérdida del trabajo o de la
casa. Pero también a enfermedades mentales derivadas del hecho de que tres de cada cuatro
reconocen su empleo como estresante y agotador desde el punto de vista psicológico 5. Las
enfermedades mentales se encuentran, según la Organización Mundial de la Salud, a la cabeza de
las pandemias internacionales e internacionalizadas. Hecho que se agrava porque el problema no es
reconocido, no es abordado: en los países más ricos, entre el 35 y 50 por ciento de los enfermos
mentales no reciben tratamiento alguno. La precariedad, las exigencias y presiones laborales o los
turnos rotatorios son caldo de cultivo para la corrosión de lazos estables. Vivimos más solos, nos
sentimos más solos, hablando de Occidente. “¿A quién le importo?” o “¿Quién me puede ayudar?”
4
Superiores a los 8.000 millones de euros para una sola entidad financiera, como el Santander.
Ver Barómetro Social de España y el informe publicado el 1 de octubre de 2009 por el Observatorio de Riesgos
Psicosociales de UGT.
5
3
son preguntas de difícil respuesta en un contexto de discontinuidades constantes como apunta
Richard Sennet (2000). Se puede afirmar que como consecuencia de la ruptura de vínculos en
vertical, entre élites y ciudadanía, de ensalzamiento de la flexibilidad, de la atomización y de la
mercantilización de lo social, los vínculos horizontales, entre próximos, se rompen. La llamada
crisis financiera alimenta, sobre todo en el Norte, una precariedad social que trasciende las cifras
económicas para constituirse en una cotidianidad insostenible desde el punto de vista emocional y
vital6.
A la zozobra del yo, la crisis de nuestras sociedades se expresa también en la zozobra de nuestro
hábitat planetario. No es que la Tierra vaya a extinguirse, es que nosotros no vamos a poder vivir en
ella. Los satisfactores modernos para justificar un “desarrollo” (tecnologías, políticas, instituciones,
valores) han acelerado nuestra espiral de consumo. Esto hace que hoy una persona en un país rico
demande para atender sus necesidades básicas, como promedio que le imputa el actual sistema
económico, 10 veces más insumos materiales que hace unas década; ha multiplicado por 50 su
demanda de agua (para la producción de bienes que utiliza); a la par que genera 40 veces más
residuos que sus antepasados de vida más austera, en entornos rurales 7. Comunidades como Madrid
tienen una huella ecológica de 20 veces su extensión8.
No hablamos, pues, de una crisis financiera o de una crisis de las democracias en Occidente.
Hablamos de rupturas radicales de pactos y vínculos que son esenciales para que podamos vivir
dignamente. Nacemos en medio: con un lenguaje y unas instituciones prestadas, gracias a la
colaboración y apoyo de nuestros progenitores, aprendiendo a paliar el hambre y a llenarnos de
amor junto con otros y a través de otros. Hoy en día, ese en medio, generador de procesos de
cooperación social, o apenas existe o está siendo diseñado para que no podamos reproducir una vida
digna en él9.
Los debates, los encuentros y los desencuentros sobre democracia deberían servirnos para repensar
nuestros satisfactores sociales en su conjunto, cómo estar juntos y juntas en ese en medio,
comenzando con nuestras formas de decisión y de participación política. Dicha apelación a repensar
la democracia se justifica por varias razones. En primer lugar, no podemos fugarnos de este debate,
pues también dicho debate está constantemente en medio de cómo definimos, por activa o por
6
Esporádicamente, brotan en la arena mediática algunos casos ilustrativos como los 35 trabajadores que se suicidaron en
France Telecom, durante los dos años que siguieron a los procesos de reestructuración interna iniciados en el 2008. El
antagonismo social se traslada al interior del individuo, como afirma el filósofo Sidi Mohamed Barkat (El País, 26 de
enero de 2010).
7
Ver trabajo de Óscar Carpintero, El metabolismo de la economía española: Recursos naturales y huella ecológica
(1955-2000), Lanzarote, Fundación César Manrique, 2005.
8
Es decir, su metabolismo consumista ingiere anualmente una superficie productiva muy superior a su territorio, un
tercio de la superficie del Estado español, Andalucía y Castilla-La Mancha juntas.
9
Profundizaremos en esta aproximación más antropológica en el capítulo que escribo junto a David Gallar en este libro.
4
pasiva, nuestras relaciones sociales. En segundo lugar, podemos esgrimir una concepción finalista
de nuestros derechos civiles: aquí estamos, nos afecta la política (institucionalizada o no
formalizada), luego algo tendremos que decir. En tercer lugar, existen argumentos de corte más
pragmático: los riesgos se democratizan (cambio climático, acceso a alimentos sanos) y terminan
por llegar a todos los rincones del planeta, afectando más a quienes menos recursos tiene. Y, en
cuarto lugar, habida cuenta de la complejidad y la hondura de esta crisis ecosocial, necesitamos
respuestas complejas y legitimadas. Para ello no servirán recetas cortoplacistas y tomadas según
criterios e informaciones de una camarilla de pretendidos expertos o expertas. Los nuevos
satisfactores (sean actitudes renovadas, nuevas instituciones, redes, valores o formas de
socialización) demandan de la participación extensa e intensa de la ciudadanía y de quienes están
cerca de una mejor comprensión de fenómenos. Como veremos en este libro, la respuesta a los
problemas del agua o a las demandas barriales de mayor autogestión social, la entrada de la
agroecología y de los sistemas participativos de garantía para construir un sistema alimentario sano
y sostenible; o la apuesta por espacios sociales que den respuesta a la desvinculación social son
herramientas que se apoyan en una relocalización de satisfactores de nuestras necesidades básicas.
Esta relocalización es más que un mero construir “desde abajo”. No se pierde de vista una
conciencia global de las problemáticas o el aprovechamiento de paraguas públicos: emergen
expresiones de democracia radical (cooperación horizontal, desde abajo) que hacen uso de formas
de democracia participativa (apertura institucional, desde arriba)10. Tanto las emergencias como
posteriores entrelazamientos constituyen la razón de ser de esta aproximación colectiva,
epistemológica y práctica, a las democracias radicales. Y, como veremos, antes que apuntalar un
enfoque esencialista, mi interés último reside en establecer qué vínculos entre expresiones de
democracia son susceptibles de reforzar relaciones más cooperativas y horizontales, sustentables de
manera extensa.
Sin embargo, en nuestras realidades e imaginarios inmediatos, la democracia dista de perseguirse o
de percibirse como satisfactor para garantizar el acceso equitativo y sostenible a la procura de
nuestras necesidades básicas. Por el contrario, su rumbo aparece sesgado por miopías
economicistas, si no directamente controlado por don dinero. Este poderoso caballero recibe el
apoyo entusiasta de las élites políticas si se trata de edificar megaproyectos (políticos o
urbanísticos) al servicio de sus intereses (Aguilera Klink 2009, Aguilera Klink y Naredo 2009); o de
promover conflictos internacionales que ocultan intereses geoestratégicos y pecuniarios (ver trabajo
de Carlos Taibo en este libro). Y en el debate más intelectual, mediático en muchos casos, la
democracia sigue planteándose, en general, como una experiencia representativa de madre
10
Destacando esta perspectiva contamos con los trabajos de Sousa Santos (2004, 2005), Wainwrigth (2005).
Profundizaremos en estos nexos más adelante.
5
occidental, destinada a no cuestionar las necesidades del paradigma capitalista y a garantizar que las
masas sean gobernables (Crouch 2004, Hermet 2008).
Dicha democracia se queda a las puertas de la fábrica, más aún, a las puertas del capital financiero.
Se refugia constantemente en la mirada abstracta de lo individual, cuando poco somos, o poco
seremos, si no nos reconocemos en el estar en medio, como se afirma desde perspectivas
ecofeministas (Mellor 2000). Los proyectos de los de abajo no tienen cabida, a base políticas
urbanísticas que impiden la sedimentación de vínculos o la participación en las agendas que nos
afectan (Delgado 2007); que se esfuerzan en tornar las ciudades como lugares diseñados para la
aglomeración humana y la acumulación capitalista (Harvey 2007); que estrechan los mercados
alimentarios impidiendo un entrelazamiento sostenible con el medio ambiente y el medio rural
(Sevilla Guzmán 2006). No sólo los proyectos urbanísticos o sociales de los de abajo son puestos en
tela de juicio, ellos mismos son puestos en cuestión: a través de una represión mediática (cierre de
los grandes medios de comunicación a agendas críticas); una deshabilitación de esferas públicas de
debate (como en el caso del proyecto de la Unión Europea); y que llega a una represión física,
paralelo al despegue de la economía especulativa, como muestra el crecimiento vertiginoso del
número de presos (un tercio en los últimos 5 años antes del 2008), hasta superar la cifra de 76.000
personas, situándonos a la cabeza de la Unión Europea.
En este panorama de crisis, los cambios sociales que proponen las élites van en la dirección de
mantener el timón y el rumbo, de reproducir sociedades sostenibles e insanas a base de más
mercantilización, más autoritarismo, más guerras y represiones de baja y alta intensidad. La retórica
de la participación, cuando aparece, queda encerrada, en el mundo real y en el mundo de las ideas,
bajo democracias elitistas, democracias de exclusión, democracias autoritarias o democracias
tecnocráticas (Klink 2009, de Francisco 2007). Sólo es posible ser incluido socialmente dentro de
las coordenadas sociales y de pensamiento que prefiguran una agenda de exclusión y de elitización
de la democracia (Roitman 2007).
La crisis, civilizatoria en palabras de Ramón Fernández Durán (2008), permite crear un escenario de
miedo multicolor. No es un pánico gris pues presenta texturas locales, matices según los sectores
involucrados, y sobre todo, proclamas de que la luz volverá a reinar. En estos escenarios entra de
lleno la producción tecnocrática de la democracia autoritaria con objeto de fabricar aparentes
consensos sociales. La democracia tecnocrática y autoritaria consiste y se fundamenta en una
producción constante de (auto)legitimación social a través de aclamaciones socio-emocionales y la
acumulación de formas (nuevas y precedentes) de cooperación social mediante una aplicación
intensiva de tecnologías comunicativas y económicas. La continuidad de políticas sociales y
6
económicas que exigen “más globalización” no tiene su asiento en una legitimidad informada y
razonada desde buena parte de las personas que aclaman o consienten estas políticas. Encuestas
orientadas según intenciones de un grupo de presión política, agendas mediáticas y una gran
industria cultural y de ocio cimientan una adhesión emocional antes que una comprensión y una
intervención sobre problemas globales y precariedades vitales. En última instancia, la extrema
derecha entra a erigirse como referencia de la agenda política: bien entra en los parlamentos de los
países de la UE, bien arrastra a los partidos de centroderecha a sus planteamientos tribales sobre
inmigración, familia y roles conservadores de género, choque de civilizaciones, necesidad de
sociedades verticales y de castigo, proteccionismo nacionalista, etc.
Democracia: entre la experiencia y el idealismo
¿Qué hacer? ¿Cómo y desde dónde rehacer y repensar nuestras instituciones sociales? Nuestros
lazos sociales más cotidianos son esferas desde las que, históricamente, se han venido entretejiendo
apoyos y formas de cooperación. Construimos desde la infrapolítica como afirma James Scott, o
desde la cotidianidad como escribiera Ágnes Heller: nos reproducimos y nos reinventamos desde
abajo, desde los lugares donde las necesidades (materiales y afectivas) obligan, habitúan e
incentivan a la cooperación social.
Repensar la democracia no es pues, no debería ser meramente, un ejercicio de filosofía política.
Desde abajo se recrean constantemente propuestas de cooperación social, fruto de esos lazos que
nos sitúan en medio de otras personas y de un planeta. Realizar una antropología de los satisfactores
que construimos para atender nuestras necesidades básicas, construir una sociología de las
cooperaciones que son y han sido ausentadas de la historia oficial, introducir una mirada desde los
cuidados sociales que reproducen la vida como señalan perspectivas ecofeministas, o reflexionar
sobre herramientas políticas que andan construyendo nuevas instituciones y formas de organización
social son pilares, a la vez teóricos y prácticos, desde los que profundizar nuestra crítica de la
democracia autoritaria y tecnocrática. Y por ende, poder aproximarnos, desde la praxis y la
reflexión, hacia formas de democracia inclusiva, horizontal, deliberativa, que animen a la
cooperación radical.
Por clarificar mis conceptualizaciones, llamaré expresiones de democracia radical a aquellas
propuestas y prácticas que tienen en el ánimo de la cooperación social y la horizontalidad su
orientación y asiento para la construcción de vínculos convivenciales dirigidos, activa y
globalmente, a la satisfacción conjunta de necesidades básicas, integrando “desde abajo”, de forma
participativa, las esferas económicas, políticas, culturales y medioambientales en las cuales nos
vamos moviendo. Muchas culturas, diversos enfoques teóricos y multitud de prácticas, como
7
veremos en este libro, animan el debate, explícita o implícitamente, de la democracia radical. Y no
me refiero con ella, no necesariamente, a una forma de gobierno, si no más bien al arte de construir
cooperación social, tal y como se refleja en muchos ámbitos de nuestra vida.
En esta aproximación a la democracia radical, la primera cuestión que me propongo indagar es el
porqué de la presencia y de la profusión de experiencias y luchas políticas que pugnan por el verbo
democracia. Asociada a la palabra “democracia” existe una diversidad de interpretaciones 11. Con
todo, se argumenta que “democracia” es hoy una palabra que para la mayoría de las gentes evoca,
en las culturas marcadas por la modernidad, formas de gobierno en las cuales la gente se siente
partícipe del ejercicio del poder, entendido éste como la capacidad de decidir sobre asuntos que nos
afectan colectivamente (Graeber 2008, Aguilera Klink 2009). La democracia sería, desde esta
aproximación al imaginario social más extendido, un concepto “al que tender”, un horizonte bajo el
que se refugian multitud de expectativas y formas de gobierno antes que una expresión teórica o
práctica compartible, generalizable. Eso no significa que seamos incapaces de trazar tendencias, de
agrupar las culturas y expresiones de democracia en grandes familias, a saber, representativa,
participativa o radical (Calle 2009). Pero, más allá de figuras ideales, son los límites y
potencialidades que impone la interacción social en un territorio y en un tiempo dados (culturas
políticas precedentes, las estructuras formales e informales de gobierno, la conciencia
medioambiental o de acceso a recursos, los deseos construidos en torno a las necesidades básicas) lo
que establece a qué experiencia de democracia, o práctica política asociada, nos referimos, incluso
bajo la globalización que no parece llamar, precisamente, al “fin de la historia” 12. Ya en las fuentes
griegas de la democracia moderna en Occidente, reverenciadas como pilares políticos universales
del estado contemporáneo, encontramos la afirmación de que los dominios de la política, incluidos
los de la democracia, son un “arte”: algo a construir, un proceso en el que dar vida unas relaciones
siempre pendientes de las formulaciones de una deliberación proveniente de la mayoría o de una
clase social influyente13. La democracia, u organizaciones políticas como el estado no son, pues,
prácticas universales en cuanto a forma o contenidos. Tampoco pertenecerían a un legado histórico
estrictamente occidental, como se señala desde la antropología política. Tuvo muchas expresiones
11
Como han puesto en evidencia politólogos (ver Sousa Santos y Avritzer 2004, Cortina 1993, incluso Giovanni Sartori
en La democracia en 30 lecciones) y antropólogos de distinto signo (ver trabajos de Roca y Harris referenciados en este
texto).
12
Podemos tomar como ejemplo de estructura política el caso del estado, análogamente a lo que ocurriría con culturas
políticas en torno a la democracia, como indicamos más adelante. Existen muchas formas de estado, pues, desde el
punto de vista del sistema-mundo que desarrolla el capitalismo se articulan entre sí países que ocupan posiciones
centrales y posiciones subordinadas, lo que condiciona su desarrollo institucional. A la vez, imaginarios populares y
culturas indígenas (no modernas) impregnan el modo de operar y concebir la política, atendiendo a la vez a los
requerimientos, discursos y modos de gobierno (neo)colonialistas. Las tesis de Wallerstein, las teorías de la
dependencia frente a la modernización universal que propusiera Rostow o las críticas al discurso del desarrollo
(Escobar, Rist) son trabajos que apuntalan esta realidad diversa en la que siempre han navegado los estados y las formas
de gobierno, incluso en la actualidad.
13
Como nos propusiera Aristóteles en sus trabajos recogidos en Política y Organon
8
en culturas distantes entre sí, caso de los estados que comenzaron a edificarse a partir del 3000 a.c.
en el valle del Nilo, en el Indo, en la China septentrional o en México y Perú, es decir, en polos
sociales muy distantes entre sí cultural y geográficamente, como para hablar de troncos comunes
(Harris 1997)14. A la vez, la práctica de decidir colectivamente y de garantizar una inclusión social
se halla presente tanto en culturas arraigadas en Europa como en cualquier otro continente
(Lewellen 2009: 43 y ss.).
Se constata que la democracia, como forma colectiva de caminar hacia nuestro bienestar, se
encuentra presente, extendida mundialmente, bajo formas de organización social muy distintas: en
territorios muy diversos, como estados o asociaciones, a través de instituciones formales o en redes
sociales, etc. Son hijas culturales a la vez que experiencias reproductoras de la noción ideal de
democracia. El papel de occidente en la promoción o imposición de determinadas visiones es clave.
Es el caso de la democracia representativa liberal, como también de la separación de poderes
promovida por el liberalismo (ejecutivo, legislativo, judicial); o la introducción de prácticas
incluyentes bajo el estado de bienestar. Tanto el (neo)colonialismo de los países centrales como la
transnacionalización de empresas capitalistas están en la explicación de porqué se encuentra el
referente representativo y liberal tan asociado a la palabra “democracia” en este sistema-mundo
(Wallerstein 1997, Wood 2000). La encapsulación de la “democracia” como forma de
representación a través de partidos que se disputan el ejercicio de la gestión dentro de un marco
capitalista podría definirse como un “discurso”, en el sentido en que Edward Said, re-interpretando
a Foucault en su libro Orientalismo, le asigna al término: compendio de códigos, imaginarios,
instituciones, enseñanzas e incluso burocracias desde donde determinadas élites imponen y
legitiman su dominación. En este sentido, el discurso de la democracia, como amalgama de
prácticas y de ideas, es condicionado y sesgado por los intereses de diferentes grupos sociales, de
manera más intensa por las élites económicas y políticas. Pero se encuentra condicionado por
gramáticas más cotidianas, que en ocasiones se encarnan en las propuestas y acciones de
movimientos sociales o en instituciones que emergen al margen de los dominios públicos y
oficiales. Tanto el contexto social y medioambiental en el que satisfacemos nuestras necesidades
básicas (Harris, Shiva), como la pugna entre el arriba excluyente y los abajos cooperativos (Scott),
componen el tablero de fuerzas simbólico y práctico en el que evoluciona el verbo democracia, que
es proceso antes que concepto.
Así, fruto de ese incesante debate, no exento de conflictos, vemos ejemplos de formas de
organización social que en la actualidad, con sus normas e instituciones, pugnan por entrar en el
14
Las llamadas sociedades sin estado, lo cual no es óbice para que se reafirmasen en ella otras dinámicas de poder como
el sistema patriarcal (ver Los Nuer, de Evans-Pritchard, Barcelona, Anagrama, 1977).
9
reconocimiento como parte esencial de la percepción más extendida de “democracia”. Nos
referimos a los derechos de los pueblos indígenas en Bolivia, Venezuela o Sudáfrica 15; como antaño
entraran en el canon democrático derechos de segunda o tercera generación referidos a las políticas
de bienestar, medioambientales o de no discriminación por cuestiones de género u orientación
sexual. Estos procesos históricos son indicativos de que la democracia como forma de gobierno,
siendo el estado liberal o comunista manifestaciones de esta organización social compleja, está en
continua pugna con la democracia “desde abajo”, lo que denominaré la democracia como arte, y en
donde situamos los imaginarios y aspiraciones de diferentes culturas y redes sociales que se
orientan hacia el establecimiento de prácticas inclusivas de cooperación y deliberación en la toma
de decisiones y en la gestión de bienes considerados comunes 16. Podríamos afirmar que existe una
arte cotidiano de ir practicando y entendiendo formas de democracia radical que influyen en las
percepciones de “más arriba”, las que tienen que ver con estructuras más formalizadas, extendidas,
grandes paraguas que cristalizan en instituciones públicas merced a este vector participativo de
cambio, así como a otros vectores culturales y políticos manejados por las élites. Esta pugna hace
que la democracia sea un concepto práctico que precisa siempre de apellidos, siendo una necesidad
que puede omitirse consciente o inconscientemente. Ello es así por ser objeto de disputa a la vez
que fuente de legitimidad y garantía de que la circulación del poder, de sus normas e instituciones,
sigue una dirección que encontrará aclamaciones, que promoverá consensos sociales, acuerdos entre
los grupos influyentes, que será respetada. De esos flujos que se renuevan en los contextos
históricos surgen ramas y familias de “democracia”. Así, la clásica triada libertad, fraternidad y
solidaridad se escora, en las visiones que sobre democracia se han venido construyendo en
Occidente, hacia campos más individualistas para las familias liberales; a la par que camina o es
orientada hacia la creación de condiciones de igualdad o de solidaridad para sectores más socialistas
o socialdemócratas.
Modelos de democracia
Por consiguiente, la democracia es, antes que un concepto estático, un verbo vivo, una praxis que se
nutre del poder que le rodea y de sí misma, de su imaginario de aspiraciones de inclusión y
participación popular. La modernidad nacida en Europa la acuña, en letras mayúsculas y sin
apellidos, como refrendo de un pretendido pacto social entre élites y pueblos (Galcerán 2009). Por
15
Ver trabajos sobre democracia y nuevas constituciones en América Latina que se recogen en Uno y diverso. Diálogos
desde la diferencia, compilado por Yaneth Segovia y Alexander Mansutti, Universidad de los Andes, Venezuela, 2008;
también en Democratización y descentralización en Bolivia, editado por Esther del Campo, Madrid, La Catarata, 2007.
16
A la distinción política entre democracia representativa, democracia participativa y democracia radical, añadimos esta
distinción antropológica. De una parte tendríamos estas prácticas de cooperación social, muy extendidas y recurrentes
en cualquier cultura, tendentes al arte de una democracia radical como ilustraremos después; y de otra parte, prácticas
de gobierno que enfatizan aspectos organizativos, normativos y formales, más presentes en las culturas que rigen las
democracias representativas.
1
el contrario, pretendo situar la democracia radical como ejercicio de formas de cooperación muy
extendidas a lo largo y ancho del mundo, sin por ello asumir que se encuentra en la médula esencial
de nuestras sociedades contemporáneas. Sí quiero destacar que esas formas de democracia radical
han sido, bien marginadas, bien encapsuladas en visiones de democracia elitista y tecnocrática,
recuperando para el poder aspectos presentes en la misma, metodológicos (participación,
redistribución) o relativos a derechos sociales que ahora se cuestionan en tiempos neoliberales
(sustituyendo derechos universales por servicios asistenciales mercantilizados, como puede ocurrir
en la educación o en la sanidad).
De forma explícita o en lugares menos visibles para el poder, las democracias autoritarias son
contestadas. En primer lugar, por la persistencia de formas cotidianas de cooperación social y por
expresiones de democracia radical que contestan en la arena pública la elitización de la democracia.
Y, en segundo lugar, por disidencias internas dentro de esta democracia elitista que, bajo el manto
de la democracia participativa, pretenden oxigenar, con intenciones y resultados diversos, las
dinámicas y las instituciones autoritarias que se alejan a pasos agigantados del ideal del “progreso
inclusivo”. La democracia participativa supone promover o enunciar retóricamente la necesidad de
recuperar legitimidades sociales, de fomentar espacios de deliberación y de cooperación social,
dentro del actual marco de relaciones institucionales17. Dentro de los llamados presupuestos
participativos o de la agenda del siglo XXI han sido reales la apertura de agendas o la creación de
espacios de deliberación. Pero, en general, ha primado la necesidad de garantizar una
gobernabilidad de municipios o territorios, abriendo un poco los presupuestos, ofreciendo algunos
maquillajes estructurales, pero asegurando que la dinámica de expresión no escapa al control
tecnocrático de las autoridades locales públicas, al canon de democracia autoritaria que se impone.
En gran medida, esta relocalización maquillada del poder entronca con la necesidad de abrir
espacios que canalicen descontentos, ofrecer una imagen participativa al público dentro de una gran
operación de márketing social (Garnier 2006).
Como detallé en otro trabajo (Calle 2009), frente a la democracia participativa, y aún con más
insistencia frente a la democracia representativa, la democracia radical supondría un alejamiento
en tres grandes frentes: la dimensión humana, los bienes comunes y los ámbitos de decisión.
Frentes entrelazados que huyen todos de presentar la democracia como un modelo y adentrarse en
la concepción de la misma como una práctica social destinada a crear condiciones de habitabilidad,
de inclusión y de reproducción social y medioambiental. Esto me ayuda a configurar una posible
trinidad que hoy en día se disputa la capacidad de referencia en las sociedades contemporáneas,
17
Una buena discusión de estas aperturas institucionales y sus limitaciones la podemos encontrar en el libro coordinado
por Igor Ahedo (2007).
1
siendo el balance provisional hasta hoy muy favorable a los imaginarios y prácticas de marchamo
tecnocrático y autoritario.
Valores clave
Visión democracia
Representativa
Participativa
Libertad (forma liberal) o Libertad y participación
igualdad (forma socialista)
(institucional),
igualdad
(formal)
Orden según una sociedad Procedimientos
utilitarista
institucionales
Papel participación
“mal menor” en aras de una
mejor gestión desde las
élites
Dimensión humana
Bienes comunes
Ser autónomo
Negación o gestión por
actores privados
Dinámica de decisiones
De arriba a abajo
El gobierno es...
votado por el pueblo
Paradigma de Desarrollo
Concentración financiera o
productivista
Radical
Libertad, igualdad compleja y
participación plenas desde la
diversidad
Procesos
horizontales
y
globales
de
decisión
y
cooperación
gestión “desde arriba” que Bien personal y bien social
debe
contentar
y
complementarse con los de
abajo
Ser social
Ser biopolítico
Igualdad de oportunidades Imposibilidad de monopolios
en un marco global
sobre recursos y espacios de
socialización
“Desde arriba” con inputs Desde abajo hacia arriba
“desde abajo”
participado por el pueblo
ejercido
por
la
gente
(ciudadanía,
comunidades,
pueblos)
Desarrollo económico con sustentabilidad extensa, social y
atención a lo micro
medioambiental
Tabla 1. Visiones contemporáneas de la democracia desde Occidente
La emergencia de este polo de democracia radical (democracia social, democracia directa,
democracia comunitaria, poder popular, democracia local, democracia viva, en ocasiones también
enunciada simplemente como democracia participativa) supone una profundización en la
justificación de la reclamación de mayores y efectivas libertades junto con, como veremos, una
extensión y complejización del concepto de bienes comunes. Esta reclamación tiene sus raíces
epistemológicas esparcidas en diversas familias. Más visibilizadas históricamente, nos encontramos
con las corrientes libertarias marxistas y las acepciones más sociales y menos individualistas del
anarquismo o del liberalismo más radical. Más recientemente, han acudido con ímpetu y mirada
crítica diversas corrientes ecofeministas. Los trabajos de Mellor, Shiva, Mies o Guerra nos
previenen contra la falacia de aquellas concepciones filosóficas y políticas que parten de un ser
humano sin vínculos, sin necesidad de cuidados esenciales y de una casa o planeta habitable. Por
último, encontramos recientemente trabajos que apuestan por la ampliación del “canon democrático
occidentalizado”, rescatando raíces en el desarrollo endógeno de la India (Gandhi, Vandana Shiva),
en la tradición participativa latinoamericana (Paulo Freire, Borón, Nun) o en propuestas africanas
que trascienden el comunitarismo local (Turner)18. De forma sumaria, las familias libertarias, las
ecofeministas y aquellas propuestas, modernas y no modernas, de un comunitarismo global
18
Ver Sousa Santos y Avritzer (2004) y Sousa Santos (org. 2002)
1
(integral, hacia arriba) constituyen, como veremos, las tres grandes referencias formalizadas de la
presencia hoy, en el mundo, de experiencias de democracia radical.
Contribuyendo a la expansión del orden epistemológico, y haciendo las veces de frente visible de
descontentos ciudadanos a escala mundial, los nuevos movimientos globales encuentran en la
democracia radical el nuevo polo de referencia (Calle 2005, 2007, 2009). No hablo de sujetos o
protestas concretas, sino de una matriz cultural que viene gestándose en las postrimerías del siglo
XX, y que tiene el “y”, la intersección global, como sustrato para impulsar construcciones desde
diversidades19. Su crítica es democrática en un doble sentido. Por un lado, las instituciones que
configuran un poder global (desde multinacionales al Banco Mundial) han servido de “blanco
común” para galvanizar encuentros y protestas a lo largo y ancho del mundo por sus déficits
democráticos. Y, por otro lado, las propuestas y alternativas han tenido en la reclamación de (más)
democracia, o de una soberanía ciudadana, su marco de referencia. El derecho a decidir sobre
cuestiones básicas que nos afectan se constituye en el nexo de unión que ha permitido unir críticas
materiales y expresivas: soberanía alimentaria (impulsada por Vía Campesina), soberanía
tecnológica (software libre), soberanía sobre los mercados (financieros) (Tasa Tobin, el extendido
lema “las personas antes que las mercancías”), soberanía sobre el conocimiento (no a las patentes),
soberanía económica y política de los países empobrecidos (no a la deuda externa, ni a la deuda
ecológica), etc. El tema de la democracia es un elemento “central” en la actividad de los nuevos
movimientos globales20.
La coordenada académica se nutre de las coordenadas prácticas que conforman los nuevos
movimientos globales, los cuales, a su vez, tienen en las experiencias que se van cimentando desde
abajo, en la infrapolítica y en la supervivencia cooperativa, la razón de sus discursos y de sus
prácticas. Todos juntos articulan una “segunda ola” en la reclamación de una democracia
participativa, ahora extendida hacia una democracia radical21, que viene a poner en solfa tanto a las
democracias autoritarias de todo signo, como a los disfraces de democracia participativa que no
19
El “sobre” sería más característico de procesos reducidos a un “arriba”, a un progreso tecnocrático según leyes, sean
de enfoque político socialista o capitalista. El “o” pertenecería al reino del multiculturalismo, de la diversidad per se y
no de las confluencias entre distintos saberes prácticos.
20
En este país, el 49% de las 37 organizaciones estudiadas como muestra de redes anti-mundialización, manifestaban
explícitamente en sus páginas web y documentos oficiales que la democracia era una dimensión prioritaria en su acción
(Jiménez y Calle 2007). Si evaluamos la presencia de este eje de trabajo en encuentros internacionales, cerca de un 35%
de organizaciones habrían situado el tema de la democracia como un eje preferente, según análisis de Pianta y Zola
(2005).
21
En algunos textos clásicos de teoría política (ver Held 2001: 305) esta democracia radical estaría visualizada como
democracia participativa “a secas”. Seguidamente argumentaré la necesidad de separar estos dos polos de pensamiento
y acción, un argumento que se justifica también en la aparición de similares debates dentro de los nuevos movimientos
globales como veremos después.
1
abren realmente el paraguas de la institucionalidad “desde arriba” a propuestas de cooperación
social “desde abajo”.
Respuestas prácticas: la democracia radical en el mundo
Entre sus matrices históricas, la democracia radical encuentra referencias en todos los continentes.
En la medida en que se conecta a una satisfacción horizontal e integral de nuestras necesidades
básicas, buena parte de las formas de cooperación social cotidianas “desde abajo” que se tornan
explícitas son los antecedentes directos de estas experiencias.
Ujamaa era para Julius Nyerere la posibilidad de construir una democracia de raíces africanas, una
“actitud mental” orientada hacia la cooperación, como le gustaba definirla. La palabra “presidente”
para los mosi africanos se puede traducir también por “participación”. Desde la India, Jayaprakash
Narayan22 escribía sobre la necesidad de recrear una democracia comunitaria “desde abajo”,
compatible con un apoyo de instituciones en las que los representantes son responsables directos
ante la ciudadanía y se consideran fundamentales la libertad de consciencia, de expresión y de
asociación. Para el sudafricano Turner una democracia (participativa) radical debería ser aquella
que garantiza “desde abajo”: i) el máximo control sobre el medio social y material; y ii) la máxima
motivación para interactuar creativamente con el entorno (global) 23. El ayllu es la forma
comunitaria de compartir y de participar en torno a núcleos sociales que hoy tiene su expresión en
rebeliones como la protagonizada por las organizaciones indígenas en Bolivia 24. Países como
Bolivia y Ecuador son referentes de cómo expresiones de democracia radical tratan de cristalizar en
formas de democracia participativa a través de un Estado que se abre al paradigma del “buen vivir”,
de la convivencialidad y la dignidad comunitaria insertas en tradiciones indígenas25.
En Europa, el movimiento libertario, en especial las formas de vida desarrolladas al amparo de la
CNT en este país, sea en el campo de producción cooperativista, como de educación y participación
más horizontales, son referente de esas propuestas “desde abajo”. También existen referentes de
comunidades rurales en Europa, que llevaron al llamado “Marx tardío” 26 a afirmar la posibilidad de
formas de emancipación basadas en la cooperación social al margen del Estado, que en Rusia se
22
Ver documento en Internet en http://www.india-seminar.com/2001/506/506%20extract.htm
Para una ilustración de esta diversidad de matrices de la democracia participativa o radical, ver el libro coordinado
por Boaventura Sousa Santos, Democratizar la democracia. Los caminos de la democracia participativa, México D.F.,
Fondo de Cultura Económica, 2004.
24
Ver trabajo de Zibechi, Dispersar el poder. Los movimientos como poderes antiestatales, Barcelona, Virus, 2007.
25
Que en el caso de Bolivia se postula como una alternativa real al paradigma desarrollista occidental y se encuentra
más ligada al movimiento popular (ver www.planificacion.gov.bo/vpc/vivir bien 2009/1.pdf); mientras que en Ecuador
aparece permeada por paradigmas más clásicos, globalizadores (http://plan.senplades.gov.ec/presentacion). Consultar
también el trabajo Democratización y descentralización en Bolivia, editado por Esther del Campo, Madrid, Catarata,
2007.
26
Theodor Shanin, El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo, Revolución, Madrid, 1990.
23
1
revelaba como obstáculo conservador frente a las propuestas revolucionarias de las comunidades
rurales. Previamente en este continente europeo, desde corrientes ecofeministas y matrízticas, se
considera que el mundo dejó de ser un mundo habitable con el progresivo advenimiento de las
sociedades patriarcales, para las cuales civilización o desarrollo son todo menos tramas
convivenciales sobre cuidados, interrelaciones, co-rresponsabilidades, empatías emocionales y
cuerpos que comparten sustentos, impulsos y gestos. Diferentes autores invocan el derecho a nuevas
memorias fundamentadas en la Europa de entre 7.000 y 5.000 años a.c. en las que, según apuntan
los restos arqueológicos, la vida no habría aún girado en torno a organizaciones sociales
caracterizadas por una desigualdad en términos económicos o de status (ausencia de fortificaciones
y de divisiones en campos de cultivos), sino por una cultura más compenetrada con la naturaleza y
con la reproducción vital (figuras, generalmente mujeres, que representan la vida)27.
En favor de una democracia radical, hoy, se manifiestan redes en la órbita de los nuevos
movimientos globales. Gran parte de ellos se reconocen, incorporando valores y prácticas más
“clásicas”, en la triada libertad, solidaridad y diversidad. De esta manera, no encontramos “un”
modelo, sino la apelación a la creación de condiciones reales para que puedan iniciarse procesos
democráticos “desde abajo”. Tomo como ilustración una declaración del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN) del 20 de enero de 1994:
“Nosotros pensamos que el cambio revolucionario en México no será producto de la acción en un solo sentido.
Es decir, no será, en sentido estricto, una revolución armada o una revolución pacífica. Será, primordialmente,
una revolución que resulte de la lucha en variados frentes sociales, con muchos métodos, bajo diferentes formas
sociales, con grados diversos de compromiso y participación. Y su resultado será, no el de un partido,
organización o alianza de organizaciones triunfante con su propuesta social específica, sino una suerte de espacio
democrático de resolución de la confrontación entre diversas propuestas políticas. Este espacio democrático de
resolución tendrá tres premisas fundamentales que son inseparables, ya, históricamente: la democracia para
decidir la propuesta social dominante, la libertad para suscribir una u otra propuesta y la justicia a la que todas las
propuestas deberán ceñirse”28.
Pero también contamos con las afirmaciones de otros espacios que han participado activamente en
la construcción de los foros sociales mundiales, con todo su bagaje a favor de formas de
cooperación y de diálogo desde la diversidad; y también con todos los obstáculos para ello,
derivados del privilegio en ocasiones de los actores más visibles, con más acceso a recursos, más
organizados formalmente o con mejores alianzas socialdemócratas. Días antes de la celebración del
Foro Social Mundial de 2006 en Malí, diversas redes sociales se agrupan para lanzar el llamamiento
27
Son los trabajos de Maturana y Verden, obra citada, y de Casilda Rodrigáñez, El asalto al Hades. La rebelión de
Edipo (1ª parte), Barcelona,Virus, 2007, a propósito de los restos arqueológicos documentados por Marija Gimbutas.
28
En http://www.ezln.org/documentos/2003/200307-treceavaestela-f.es.htm
1
de Bamako29, cuyo punto cuatro apela a la necesidad de reinventar y poner en práctica una
democracia radical:
“Construir la base social a través de la democracia . Las políticas neoliberales quieren imponer un único
método de socialización a través del mercado, cuyo impacto destructivo en la mayoría de los seres humanos ya
está perfectamente demostrado. El mundo tiene que concebir la socialización como el principal producto de una
democratización sin lagunas. En este contexto, en el que el mercado tiene su espacio, pero no todo el espacio, la
economía y las finanzas deben ponerse al servicio de un programa social y no someterse unilateralmente a las
necesidades de una aplicación incontrolada de iniciativas del capital dominante que favorece los intereses
privados de una exigua minoría. La democracia radical que queremos promover vuelve a aplicar todos los
derechos de la fuerza inventiva del imaginario de la innovación política. Su vida social radica en (la insoslayable)
diversidad producida y reproducida, no en un consenso manipulado que termina con las eternas discusiones y la
débil disidencia en los guetos.”
Es cierto que el concepto de democracia radical aparece sólo de cuando en cuando en el diccionario
común de los nuevos movimientos globales: no es un saber-qué que los agrupe, pero sí un sabercómo30. Sin embargo, como indica Esteva (2006) para el caso mexicano, “esta matriz recoge bien
experiencias y debates populares”; las juntas de buen gobierno, la actividad de quienes practican y
difunden el copyleft serían “ejercicios puntuales” de una democracia radical que supondría la
construcción de nuevas normas, de nuevos espacios constituyentes para que “hombres y mujeres
reales [...] se ocupen plenamente de la gestión de sus vidas”. Por su parte, la red de servidores de
información alternativa indymedia (ver www.indymedia.org) encuentra entre sus razones de ser,
aparte de un activismo mediático y a favor del software libre, la defensa de una justicia global y la
búsqueda de una “democracia radical” (Morris 2002). La democracia radical constituiría una fuente
de “equivalencias” con la que los movimientos sociales, desde hace ya algunas décadas, apuntan a
la creación de una propuesta política compartible (Mouffe 1999: 39).
Ya hablemos de experiencias que se dirigen de forma explícita a la satisfacción integral, horizontal
e inclusiva de nuestras necesidades básicas, ya nos refiramos a propuestas asociadas a movimientos
sociales de diferentes épocas, la democracia radical viene expresándose desde tres grandes familias,
a saber:
•corrientes libertarias, que enfatizan el hacer local, la democracia directa, el “cara a cara”;
ejemplos son las propuestas de la autonomía obrera o tradiciones de organización anarquista
29
Firmado por Foro por otro Malí, Foro de las Tierras del Mundo, Foro Mundial de las Alternativas, ENDA,
ver http://www.rebelion.org/noticia.php?id=25934
30
Los movimientos sociales, como los cultivos, evolucionan desde una praxis investigadora activa, es decir, desde un
saber cómo que se retroalimenta a sí mismo, antes que desde un saber qué, un conocimiento formalizado según
parámetros académicos o de las élites, el cual no siempre es necesario para avanzar en el reconocimiento de nuevas
formas de vida; ver Ágnes Heller, Ágnes, Sociología de la vida cotidiana, Barcelona, Península, 1977.
1
como reflejan la democracia inclusiva que propone Fotopoulos (2002), o el clásico
municipalismo libertario de Murray Bookchin.
•corrientes ecofeministas, que sitúan los cuidados, la supervivencia y la sustentabilidad en
sentido extenso como eje central de dicha democracia viva, global y “desde abajo”, en el
sentido al que apuntan autoras como Mies y Shiva.
•corrientes comunitarias con un sentido global, de énfasis en enfoques deliberativos y de
desarrollo endógeno, en las condiciones que permiten emerger “hacia arriba” una
institucionalidad participativa y que garantiza el retorno constante del poder. Se habla de una
autonomía y una proximidad que construyen paraguas institucionales en la medida en que
son necesarios. Un ejemplo ilustrativo lo tenemos en el hacer local y global de muchos
campesinos en el mundo tras la propuesta de soberanía alimentaria, que se presenta en este
libro.
A escala internacional estas tres corrientes han tenido sus adalides dentro de los nuevos
movimientos globales. De hecho, los tres pilares a escala internacional que más han aupado las
llamadas “protestas anti-globalización”, construyendo organizaciones y discursos reticulares que
han servido para aunar desde la multiplicidad, pueden asociarse a estos tres discursos. La
componente libertaria la situaríamos con Acción Global de los Pueblos, muy ligada a fenómenos
como Reclaim the Street, a partir de mediados de los 90. Desde la cumbre alternativa de Río de
Janeiro (1992) y aterrizando en la campaña 50 años Bastan frente al Banco Mundial (Madrid,
1994), toma fuerza el papel dinamizador de ecologistas y ecofeministas. Y, por último, Vía
Campesina es exponente de esa lógica de democracia comunitaria, donde el énfasis en lo endógeno
se combina con el apremio a los Estados para transformar las reglas de juego del sistema
agroalimentario, comenzando por la reforma agraria, el acceso a mercados locales o la prohibición
de cultivos transgénicos. Estas protestas pueden leerse como referentes públicos de aproximaciones
a la democracia radical, en la medida en que los movimientos sociales que las respaldan
explícitamente enuncian y construyen otras realidades sociales, es decir, son movimientos sociedad
activos y reactivos frente a las democracias autoritarias y tecnocráticas (ver Calle 2005: 73, 254).
Revisitando y reinventando: participación, instituciones, bienes comunes
Los movimientos sociales revisitan y reinventan las gramáticas de democracia, sus fines, sus cómos,
sus agendas, sus quiénes, sus escalas. Se orientan explícita y públicamente, de manera solidaria y
rupturista, hacia la construcción de otros mundos, comenzando por la crítica radical del presente.
1
Dicha construcción les lleva a politizar de forma integral los satisfactores de nuestras necesidades
básicas. En este sentido, aquellos exploradores de formas de democracia radical transitan por
lugares comunes de lo que he denominado cultivos sociales. Los cultivos sociales serían redes que
se orientan, explícita y fundamentalmente, a la generación de espacios y relaciones con los que
satisfacer, lo más directamente posible, un conjunto de necesidades básicas. Los cultivos sociales
son micro-sociedades, embriones de nuevas formas de vida, conjuntos de acción dirigidos a la
satisfacción de necesidades básicas. En la medida en que estos cultivos sociales (cuyo afán
primordial es la autogestión de necesidades básicas) se plantean públicamente la construcción de
formas horizontales y participativas de integrar satisfactores económicos, políticos, culturales y de
relación con la naturaleza, pasaríamos a hablar de expresiones de democracia radical.
Desde esta perspectiva, son muchas las tradiciones que han hecho arqueología social de propuestas
de democracia radical. Me refiero, por ejemplo, a las luchas por la democratización en el manejo de
los recursos naturales, como apuntarían los trabajos sobre ecologismo de los pobres de Joan
Martínez Alier o sobre agroecología de Eduardo Sevilla Guzmán. También a las formas
invisibilizadas o subterráneas de hacer política y economía moral por parte de los desposeídos,
como analizan James Scott o E. Thompson. En la misma línea, desde la óptica de los cuidados, nos
encontramos con las economías de supervivencia a las que apuntan Shiva y Mies. Por su parte, la
pedagogía participativa y transformadora de Paulo Freire trata de desvelar y reforzar las visiones de
cómo construir colectivamente un empoderamiento comunitario, endógeno y participativo. Ya
hemos señalado cómo la crítica ecofeminista arroja luz sobre prácticas y herramientas para desafiar
micropoderes, dispositivos que apuntalan democracias de exclusión, de la mujer, de dinámicas de
cooperación, de sustentabilidad extensa. Son sólo algunos ejemplos en los que las expresiones y las
aproximaciones a la democracia radical son indagadas, desveladas, enunciadas. Mención aparte,
merecen las tradiciones de economía popular o comunitaria, estudiadas en América Latina por
Quijano o Coraggio, y en África ejemplificadas en la cultura del apaño según Latouche. La
economía popular conecta directamente con los cultivos sociales que se comprometen en una
democratización del acceso global a recursos y de las formas de organización social. Aquí, la
expresión economía popular (que se define desde y para una comunidad) se separa de las
tradiciones de economía social (cooperativismo dentro del mercado) o de economía solidaria
(economía social con fines estrictamente sociales), más presentes en Europa 31, de la misma manera
que la democracia radical se aleja en su intensidad, alcances y miras de la democracia participativa.
¿Nada nuevo bajo el sol? Lo cierto es que el carácter de verbo de la propia democracia, y en
particular la orientación singular de las expresiones de democracia radical, hacen que las
31
Consultar los trabajos de Jean-Louis Leville, disponibles en internet
1
inovaciones sociales sean una constante en torno a las dimensiones señaladas en la Tabla 1. En
particular, la democracia radical revisita y reinventa las nociones de participación y de definición
de la propia democracia (como hemos visto para el caso de los nuevos movimientos globales), y de
los bienes comunes y de su relación con nuevas formas de institucionalidad pública, la figura del
estado y las redes públicas entre ellas.
En lo que respecta al tema de los bienes comunes, una lectura del porqué, al menos en la actualidad,
de la existencia de formas de democracia radical frente a la democracia autoritaria y tecnocrática la
encontramos en el afán compartido de estas experiencias por construir bases sólidas (culturales,
actitudinales, materiales e institucionales) para la reproducción de la cooperación social. Dicha
respuesta está ligada a la construcción de procomunes, a una visión extensa de los bienes comunes
que facilitan y condicionan nuestra reproducción social. Por procomunes podríamos entender
aquellos bienes, vínculos y reglas compartidas (y compartibles) que facilitan la satisfacción
colectiva (de todos y para todos) de nuestras necesidades básicas 32. Procomunes son aquellas
mimbres culturales (incluyendo actitudes), estructurales y de relaciones con la naturaleza que
sostienen nuestra reproducción individual y social. Alientan el desarrollo de nuestra potencialidad y
de nuestra dignidad en tanto que seres humanos, para lo cual fomentan los espacios y las dinámicas
de cooperación social, obstaculizando aquellas que apuntan a la exclusión y a la destrucción de la
vida.
Si bien el debate arranca desde las lecturas redistributivas de la riqueza a través de la constitución
de bienes públicos (léase materiales y estatales, como la sanidad o el uso del agua), las
aproximaciones contemporáneas abordan la cuestión de los procomunes desde las prácticas de
cooperación social (comunes, no necesariamente estatales) y desde la necesidad de problematizar
otros campos más expresivos (esferas de socialización o de comunicación) o medioambientales
(disminución de riesgos y democratización de tecnologías). Así, en general, se puede afirmar que
desde la democracia radical se señalan tres grandes ámbitos de definición y creación de los
procomunes: el acceso a recursos, los ámbitos de socialización y la participación en las agendas
políticas y en los imaginarios sociales.
En cuanto a recursos, hablamos de la democratización del acceso a bienes y a tecnología básicos,
que el antropólogo Marvin Harris situaría más en la esfera de la infraestructura de nuestras
sociedades, como el agua, el aire o las semillas. Pasaríamos a contar entre estos recursos, aquellos
“mínimos de inclusión” en palabras de Boaventura de Sousa Santos (2005: 370): sanidad, renta
32
Ver los capítulos dedicados a temas de cooperación social, procomunes y necesidades básicas en este libro. Para una
introducción al tema de los procomunes contamos con el número especial de la revista Archipiélago (n. 77 y 78,
noviembre de 2007). Son también de utilidad al debate de la democracia y los bienes comunes, las aportaciones de
Aguilera Klink (2006).
1
básica, economías solidarias y destinadas a garantizar una supervivencia, etc. Y también entre estos
mínimos sobre “recursos” contaríamos con el control democrático de aquellas biotecnologías que
afectan decididamente a cómo se reproduce la vida (transgénicos, terapias de genética molecular).
Los procomunes también se adentran en los ámbitos de socialización, entendiendo por tales los
espacios y servicios y esenciales para una socialización igualitaria. Se encuentran aquí las
iniciativas que problematizan la concepción de control y de inserción funcionalista de los
individuos a través de canales educativos, informativos y de uso de nuevas tecnologías de
comunicación. El objetivo es desafiar las desigualdades que originan, facilitar el acceso a la vez que
la diversidad. También se establecerían como procomunes aquellos dispositivos territoriales que nos
nivelan frente a las estrategias que, desde las grandes urbes primordialmente, ordenan el espacio
para facilitar la circulación de una serie de flujos de interés para las élites: acumulación económica
en las grandes urbes, abastecimiento alimentario de las mismas, movilidad interna de trabajadores,
aglomeración estratificada según niveles de consumo, supeditación de lo rural a lo urbano, etc. Bajo
los procomunes territoriales (urbanismo democrático, economías locales, circuitos cortos de
comercialización, sustentabilidad fuerte como paradigma de políticas medioambientales y de
cambios sociales asociados a ella) se trata de invertir y controlar estos procesos para atender una
integración en pie de igualdad y en pie de sustentabilidad social y medioambiental, extensa.
Por último, en el plano de la participación social, los procomunes participativos serían aquellos
paraguas institucionales (públicos, no necesariamente estatales) que se muestran favorecedores e
inclusivos de los procesos de cooperación y expresión social “desde abajo” 33. Por una parte,
encontramos propuestas de democratización “por arriba”, como pueden ser: la realización de
pleibiscitos sobre cuestiones estratégicas como la distribución de la riqueza al calor de un “estado
movimentista” (Sousa Santos 2005, Pastor 2003); o la potenciación de una “justicia de proximidad”
que apele a una resolución de conflictos basándose en la mediación, deliberación y conciliación
antes que en la sanción y la coerción (Borja 2006: 57). Por otra parte, ligando aspectos de acceso a
bienes no privatizables y favorecedores de una socialización abierta, situamos como procomunes la
promoción de sistemas participativos de garantía y de circuitos cortos en el plano alimentario (ver
artículo de Cuéllar en este libro), hasta la relocalización de nuestros sistemas económicos,
apuntando a una sustentabilidad fuerte: decrecimiento, deglobalización, co-evolución entre sociedad
y naturaleza (Manzini y Bigues 2003, VV.AA 2006, Garrido y otros 2007, Taibo 2009). Desde
perspectivas más autónomas (marxismo crítico, libertarias), la participación directa y la recreación
33
Perspectiva que entronca con la relocalización de satisfactores y la promoción de democracias desde las que pensar
nuestros límites ecológicos; ver trabajos de Bárcenas y Riechmann en Encina y Bárcenas (2004) y el artículo que aquí
nos presenta Carlos Taibo.
2
de institucionalidad al margen de dinámicas del mercado y del Estado se considera la única vía para
constituir un poder “desde abajo” (Negri 2006, Fotopoulos 2002).
El debate de los procomunes es un debate abierto, toda vez que los bienes e instituciones que
solicita son objetivos, en la medida de que atienden necesidades básicas universales, a la par que
creación subjetiva de unas comunidades y relaciones sociales que los impulsan, legitiman e incluso
se movilizan por su reconocimiento como bienes comunes. Debates y prácticas sobre democracia
radical caminan de la mano de dichos bienes sociales o procomunes. Son el código y la
infraestructura que nos permiten, igualitariamente, vincularnos y construir nuevos vínculos.
Parejo a la argumentación de qué procomunes que facilitan nuestro acceso a necesidades básicas, y
a nuestra posibilidad y potencialidad de decidir colectivamente sobre los mismos, corre el debate de
cómo reproducirlos, recrearlos, alimentarlos. Entran aquí, ligados entre sí, las cuestiones de cómo y
dónde participar: desde qué culturas políticas que acojan e interrelacionen escalas y saberes, a
través de qué instituciones públicas y emergentes, etc.. Entiendo por escalas los diferentes planos en
los que desarrollar satisfactores o paraguas para la construcción de experiencias democráticas:
organizaciones, comunidad, territorio, pueblos, redes comunitarias o territoriales, estados y redes
públicas, instituciones supraestatales, mundo. En este libro se desgranan algunos ejemplos que
despliegan en profundidad estas eternas cuestiones cuando hablamos de cómo (y desde dónde)
construir nuevas instituciones o iniciativas públicas alejadas de la cooptación y la dependencia, y
destinadas a refrendar y favorecer la autonomía, la participación y la satisfacción integral de las
necesidades básicas “desde abajo”. La crítica de los espacios autónomos, abordados genéricamente
por Ezequiel Adamovsky y más específicamente en los espacios sociales de segunda generación
que nos presenta Nicolás Sguiglia, así como el ejemplo de las fábricas recuperadas de Esteban
Magnani y Cintia Mariana, nos señalan los límites y potencialidades de cultivos sociales centrados
en la autogestión de sus propias necesidades básicas, sean económicas, culturales o expresivas. Por
una parte, está ahí el aliento a la participación, a la superación de la desafección política. Por otra
parte, la proyección social encuentra dificultades. En el caso de las fábricas recuperadas, porque la
economía social no prescinde del capitalismo y sus derivas jerarquizadoras no se tornan
comunitarias, apenas llegan a los umbrales de las economías solidarias. Para los espacios sociales,
la cuestión es cómo ligar entramados de orden superior en ambientes hostiles hacia esa proyección
externa, hostilidad emanada de unas élites, de un descrédito de vías políticas o por la misma pérdida
de vínculos sociales.
Desde una perspectiva innovadora, las propuestas en este libro analizadas en torno a la soberanía
alimentaria o los Sistemas Participativos de Garantía (SPG) ilustran, también con sus limitaciones,
2
la construcción de paraguas organizativos que plantean una alternativa a escala global enraizada en
el desarrollo local y endógeno de iniciativas participativas. Como señalan los autores de estos
trabajos, sin contar con un “ordenador central”, Vía Campesina o los SPG hacen uso de
instituciones sociales o públicas para llevar a cabo su reproducción y proyectarse socialmente. Vía
Campesina aglutina más y más campesinos que se fugan de la agricultura convencional y buscan
una soberanía alimentaria. Los SPG son una apuesta en países como Brasil, y un escenario de futuro
para recoger alternativas alimentarias que no sean fagocitadas por la estructura de los mercados
globales, determinados por un puñado de multinacionales que controlan la producción de semillas
transgénicas, los mercados asociados de insumos, y obligan a poner los productos en la bandeja de
un oligopolio de canales de distribución alimentaria. En el desarrollo de dichas redes, de fuerte
aliento infrapolítico, de los desposeídos que diría Scott, pueden intervenir favorablemente el uso de
nuevas tecnologías y nuevos trazados de cooperación social, menos verticales y patriarcales, como
argumentan respectivamente Mayo Fuster y Montserrat Galcerán.
En este ascenso global, el debate del estado, de qué estado, de cómo un estado, de para qué un
conjunto de redes públicas, entran en escena herramientas concretas de organización política o de
redistribución de la riqueza. En este libro se ilustran el caso de Venezuela y sus consejos
comunitarios y la entrada en las agendas políticas del debate sobre la renta básica. Dichas iniciativas
dan cuenta de horizontes a los que apuntar para hacer útiles y demandadas y propuestas que apuntan
hacia formas de democracia participativa legitimadas desde abajo.
Desde las anteriores reflexiones que el lector o la lectora verán desarrolladas en los artículos
correspondientes, me corresponde afirmar la utilidad y necesidad de paraguas que, desde la
democracia participativa, se vuelquen en nutrir experiencias de democracia radical. Una situación
que, de extenderse, podría dar lugar a fuertes transformaciones sociales cimentadas en la difusión de
herramientas de acción masiva para cuidados desde la autogestión social: la rebelión de las
h.a.ma.c.a.s34. Es decir, la propagación y la sedimentación de entornos cooperativos para la
satisfacción de necesidades básicas ante la profundización de la crisis sistémica o extensa
(económica, medioambiental, alimentaria, emocional, de vínculos de socialización, etc.).
La cuestión evidente es cómo impulsar estos procesos de generación de articulaciones y
experiencias cooperativas. Llamaré a este proceso la co-producción de cooperación (global). Como
indica Sousa Santos (2005: 267), estamos instalados en una monocultura del saber tecnocrático y
autoritario, y se trata de “sustituir el vacío del futuro”, por un “futuro de posibilidades plurales y
concretas, simultánemante, utópicas y realistas, que se va construyendo en el presente a partir de las
34
Ver Calle (2009b)
2
actividades de cuidado”. Para lograr esas emergencias es necesario, en primer lugar, dinamizar y
sistematizar situaciones que se rebelan frente a la razón tecnocrática y autoritaria, transducir como
expresa Villasante (2006: 35). Desde mi perspectiva, se trata de co-producir saberes prácticos,
saberes-cómo ante todo, a diferentes escalas, desde diversas culturas, y a partir de nuevas
situaciones. Este razonamiento práctico se enraíza en tres constataciones básicas:
i)la cooperación social reproduce el mundo, aunque despunten grupos e iniciativas depredadores;
ii)las necesidades básicas (materiales, expresivas, afectivas y de relación con naturaleza)
constituyen la prueba del bienestar de todas las culturas;
iii)esta cooperación y estas necesidades precisan una recuperación de la conciencia de especie para
poder hacerse realidad en un planeta que se vuelve insustentable para el ser humano.
Desde estas tres constataciones podemos construir realidades cooperativas desde tres pilares que se
alimentan entre sí:
i)la recreación y articulación de nuevas situaciones de bienestar entre redes, movimientos y cultivos
sociales que, utilizando metodologías participativas, acompañen sus ritmos de creación, por un
lado; y por otro, politicen conjuntamente las necesidades básicas no satisfechas;
ii)el abordaje trans-escalar de los problemas: no podemos detenernos en “nuestro” entorno, cuando
los satisfactores depredadores (transnacionales, dependencias energéticas, mercados e instituciones
internacionales) se han mundializado; y viceversa, el análisis global no puede hacernos perder de
vista el aterrizaje local de los micropoderes y de sus alternativas;
iii)la traducción constante y necesaria de qué entendemos por necesidades básicas, qué satisfactores
podrían ser útiles para articular las nuevas situaciones de bienestar, entre culturas políticas o
comunitarias diversas.
Como puede observarse, antes que un decálogo, la co-producción global apunta a cómo
interrelacionar sin depredar, cómo hacer emerger sin ausentar, cómo problematizar sin obviar
nuestras necesidades básicas y las múltiples dinámicas de poder que impiden su satisfacción.
Conclusiones: la lucha política por la democracia
La democracia autoritaria nos instala en una crisis global. Las aproximaciones de democracia
radical se dirigen a revertir esta crisis. La pérdida de vínculos se recupera a través de la recreación
de entornos microsociales dirigidos a la satisfacción directa y expresa de necesidades básicas. Al
2
mismo tiempo, se problematizan cuestiones como: ¿qué política está en crisis?, ¿qué satisfacción
pueden dar unos satisfactores globalizados, como los mercados alimentarios, para cimentar la
acumulación monetaria y simbólica de un grupo de empresas transnacionales?, ¿cómo atender la
crisis ecológica si no es desde escenarios de relocalización de muchos de estos satisfactores?,
¿cómo reconstruir redes públicas que den amparo a estas iniciativas que abandonen la idea de
“desarrollarnos” para adentrarnos en paradigmas más convivenciales (Illich), hacia sociedades y
entornos más sanos (Fromm), que se orienten hacia una sustentabilidad extensa?
La crisis extensa puede ser una oportunidad para apuntalar expresiones de democracia radical.
Como ilustra la siguiente tabla, las referencias de democracia actuales en occidente (tecnocrática o
autoritaria, participativa y radical) se encuentran interaccionando constantemente, disputándose
espacios, evitando o facilitando co-optaciones, o creando sinergias en el caso de una democracia
participativa (que llega a abrir agendas y formatos de instituciones de forma extensa) y de una
democracia radical (que busca sus propias experiencias y sus propias fuentes de oxigenación).
Agujeros
Negros
Estufitas
Control
Apertura
Democracia local controlada de Presión Cultivos
Tecnocrática
Sociales
instituciones
Legitimación
Sociedad
del control
Sociedad dócil
Autoritarismos
Democracia
(Participativa)
Islitas
Oxigenación
Redes
poliédricas
De-Globalización Expresiones de
Participada Democracia Radical
De-Globalización Forzosa
Gráfico 1. Interpretaciones de democracia , sus interacciones y las sociedades que proponen
Bajo el escenario de crisis extensa se desenvuelven las tres corrientes de pensamiento y acción en
torno a la democracia, tal y como es entendida (o impugnada) en nuestros contextos sociales. La
primera corriente, hegemónica, en la que la mundialización capitalista tiene su asiento, apunta a un
refuerzo de los controles, en términos mercantiles y autoritarios, como oferta para superar los
actuales problemas globales. Una especie de “morir matando”, si se me permite la expresión. Ejerce
su dominio intentando seducir como garante de la “convivencia” (“nosotros los hombres buenos”,
“nosotros, los civilizados”, “nosotros, los hombres de ley”, “consume, luego existe”, etc.) al mismo
tiempo que actúa para colapsar cualquier referencia alternativa (“el único mundo posible” propagan
desde Davos, “el futuro ya está aquí” publicitaba Telefónica, “o esto o más caos” dicen los adalides
de la agenda neoliberal y la geostrategia bélica, “herederos de la tradición de valores occidentales”,
proclaman los textos proto-constitucionales de la Unión Europea).
2
Busca asentarse en una sociedad dócil. Si algo caracteriza el control social de nuestros tiempos es la
capacidad para ser refrendado por los sujetos que produce y lo renuevan temporalmente: la sociedad
espectacular en torno al consumo de capas privilegiadas es, por ahora, un “invento” operativo, ya
que produce sensaciones de libertad, de identidad y de satisfacción “correcta” de necesidades
biológicas. Se ocultan entonces los límites que se imponen sobre qué puede ser elegido; las
angustias que provoca una identidad que es inagotable ansiedad por adquirir novedades; y los
límites naturales (crisis ecológica) y los que atacan nuestro desarrollo material “correcto” (al menos
libre de insumos tóxicos). Además, el apoyo o la aquiescencia de estas capas privilegiadas bastan
para ofrecer una imagen de paz y de legitimidad sobre la base de la información disponible para la
mayoría de la población. Desconocemos el impacto de las grandes transnacionales en África, por
ejemplo, y también cómo se recrean condiciones para una mayor precarización de nuestras vidas
(grupos de presión, control de grupos mediáticos, etc.). En ocasiones, dicho desconocimiento es un
deseo de desconocer. Los códigos que legitiman una depredación tienen la “virtud” de ofrecer
“explicaciones”, que parecen soluciones rápidas y fáciles, a nuestro mundo irracional cargado de
crisis extensas. Así, la tribalización de los conflictos, al hilo del diseño de intelectuales como
Huntington, es una buena “excusa” para eludir el debate de los satisfactores y nuestras necesidades
básicas en clave de cooperación social. La idea de organizarse alrededor de tribus, consumistas de
productos materiales o de marcas políticas, de convocarse desde líderes bajo proclamas de adhesión
fácil, está detrás del márketing social que uno observa en las campañas de grandes letras y
programa difuso, con fuerte arraigo en Estados Unidos, caso del “podemos” de Obama o Al Gore.
Frente a la soledad extensa, un ejemplo es cómo el “movimiento Coca-Cola” ofrece identidad y
disfrute de juegos on line a sus usuarios, que ceden sus perfiles y hábitos de consumo a la empresa.
Y ante la crisis ecológica, Carrefour ofrece su compromiso para “echarle una mano al
medioambiente”, retirando las bolsas de plástico, mientras aumenta el embalaje y los kilómetros
consumidos por cada uno de sus productos.
La ruptura de esa sociedad dócil tiene varios frentes. En primer lugar, como reforzaremos en el
capítulo que escribo con David Gallar, las necesidades básicas de los seres humanos fuerzan, desde
cualquier cultura y cualquier rincón planetario, el aterrizaje de la democracia, de sus debates y
prácticas, hacia formas inclusivas y de cooperación social. Esta búsqueda se acentuaría en el medio
plazo, pues no parece que será hasta que las fracturas que ocasione la crisis extensa sean más
hondas, y más extensas, que el aterrizaje sea demandado por amplias capas de la población. La coproducción de nuevas situaciones pueden ampliar y entrelazar nuevas experiencias y saberes,
interrelacionando escalas.
2
En segundo lugar, las propias iniciativas que suponen los cultivos sociales, o las líneas disruptivas
de los movimientos sociales que inciden sobre nuestras gramáticas de democracia, son presiones a
las que, históricamente, no ha sido fácil escapar por parte de las élites y los paradigmas e
instituciones que los soportan. Derechos sociales, conciencias más medioambientales o quiebras en
la modernidad occidental a manos de formas indígenas de exploración de la cooperación social, son
ejemplos reformulación de agendas políticas por parte de actores críticos, de fuerte solidaridad
interna y de planteamientos disruptivos con el poder que reproduce el actual orden de cosas.
En tercer lugar, la propia necesidad de las élites de relegitimar sus planteamientos, hace que se
articulen expresiones de democracia participativa que, en coyunturas específicas, son fisuras
susceptibles de tornarse en grietas estructurales, en bocanadas de oxígeno para expresiones de
democracia radical.
De esta manera, la democracia radical sería aliento a la vez que expresión de la crítica a la sociedad
dócil desde propuestas de cooperación social. Las experiencias y reflexiones que se desgranan en
este libro así lo atestiguan y nos invitan a una mayor aproximación a las mismas.
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