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EL MERCADO TIENE MUCHAS VIRTUDES.
HA LLEGADO LA HORA DE DESCUBRIRLAS
Hoy conocemos su fuerza corrosiva, que convierte las relaciones en mercancías. Pero también
hoy los tiempos están maduros para afrontar un reto: hablar de este gran tema sin
fundamentalismos ni ideologías. Porque la vida en común tiene necesidad del mercado
“[Salerio:] Antonio está triste porque piensa en sus mercancías …
[Antonio:] No es, por tanto, la suerte de mis mercancías lo que me entristece”
(Shakespeare, El mercader de Venecia).
Estos tiempos de crisis (mucho más profunda y seria que
la pura crisis financiera o económica) son ante todo una
llamada a la responsabilidad individual y colectiva,
también en el ámbito del pensamiento. Una dimensión de
esta llamada a la responsabilidad es la necesidad de abrir
un nuevo debate, auténtico y profundo, sobre la
naturaleza de la empresa, de los bancos, del beneficio,
del mercado y, en definitiva, del capitalismo. El reto está
en conseguir hablar de estos grandes temas de la
civilización sin ideologías y sin palabras gastadas que, de
hecho, durante los últimos veinte años han impedido la
realización de una crítica de nuestro sistema económico
con la suficiente altura y profundidad, cuya necesidad es,
sin embargo, cada vez mayor y más urgente.
las
virtudes
del
mercado
por
Luigino
Bruni
En este número de Vita comienza una serie de artículos sobre el mercado, que
podemos calificar de valientes porque mirarán a la economía desde un punto de vista
impopular e insólito: el de las virtudes del mercado.
Pero ¿cómo podemos hablar seriamente de las virtudes del mercado, cuando hoy una
parte influyente de la opinión pública considera que la lógica del mercado es corrosiva de las
virtudes cívicas por conducir a la mercantilización de todas las relaciones humanas?
Yo mismo, en distintos escritos (algunos de ellos incluso publicados por Vita en años
anteriores) he señalado los graves riesgos que comporta el fundamentalismo del mercado y
sus vicios individuales y colectivos. El mercado, en cuanto actividad humana, es mejorable y
por consiguiente debe someterse siempre a la crítica del pensamiento, sobre todo en los
tiempos que hemos vivido, vivimos y muy probablemente viviremos durante mucho tiempo
aún.
Nosotros creemos, sin embargo, que precisamente en épocas de crisis es muy
importante recordar a las personas, a las instituciones y a las realidades humanas su
“vocación”, invitándolas a descubrir o redescubrir su lado mejor. Como bien saben quienes
han vivido crisis serias o han ayudado a otros a superarlas, para salir de estos momentos de
impasse en la vida es necesario encontrar el propio “daimon” socrático, acudir a la parte
mejor de uno mismo, encontrar o reencontrar la vocación profunda.
Algo parecido ocurre con las realidades colectivas, con las instituciones, con la
sociedad. En momentos difíciles el pesimismo no sirve para nada, hay que saber buscar más
hondo y beber en aguas más puras. No debemos olvidar que la fase actual de la economía de
mercado (que podríamos llamar capitalismo financiero-individualista) nace de un pesimismo
antropológico, que se remonta como mínimo a Lutero, Calvino y Hobbes.
La gran hipótesis sobre la que se sustentan tanto la teoría económica como el sistema
económico es el presupuesto de que los seres humanos son radicalmente oportunistas y autointeresados como para dejarse comprometer por motivaciones más altas (como el bien
común). Elocuente es a este respecto un pasaje de uno de los fundadores de la economía del
siglo XX, el italiano Maffeo Pantaleoni, que desafiaba en un escrito de comienzos de siglo a
“los optimistas” a demostrar que las motivaciones que hacen que “los barrenderos barran las
calles, los sastres hagan trajes, los conductores de tranvía trabajen 12 horas, los mineros
bajen a la mina, los agentes de cambio ejecuten órdenes, los molineros compren y vendan
trigo, los agricultores caven la tierra, etc. son el honor, la dignidad, el espíritu de sacrificio,
la esperanza de un premio en el más allá, el patriotismo, el amor al prójimo, el espíritu de
solidaridad, la imitación de los antepasados y el bien de los sucesores y no solo una especie
de retorno que se llama económico”.
Pero no podemos dejar que la última palabra acerca de la vida en común y el mercado
la tenga este pesimismo antropológico. Tenemos el deber ético de dejar a quienes vengan
detrás de nosotros una visión más positiva sobre el mundo, el hombre, la política y la
economía.
Esta visión distinta y positiva puede comenzar con una reflexión sobre el “deber ser”
del mercado, sobre su tarea moral en la edificación de una sociedad buena y justa, una
sociedad civil que muere cuando es el mercado el único que regula la vida en común, pero
que también muere o no se desarrolla cuando le falta el mercado con sus virtudes típicas,
esas virtudes que parecen, y a veces lo están, alejadas de la praxis económica de nuestro
tiempo y que por ello hay que volverlas a traer a nuestra conciencia personal y colectiva.
Comenzaremos nuestro viaje hacia el interior de las virtudes del mercado recuperando
la idea de mercado que tenían y tienen los fundadores de la tradición de la economía civil,
italiana y no sólo italiana: de Antonio Genovesi a John S. Mill, de Alfred Marshall a Luigi
Einaudi, y de Giacomo Becattini a Robert Sugden. Para estos autores, aunque con matices
distintos, el intercambio de mercado es también y sobre todo una forma de reciprocidad y de
vínculo social, un pedazo de vida en común, un trozo de vida vivido con las mismas pasiones,
vicios y virtudes, si es cierto que la economía es el estudio de los seres humanos en el
desarrollo de los “asuntos ordinarios de la vida” como decía Alfred Marshall en 1890.
La semana que viene comenzaremos pues a explorar algunas de las virtudes del
mercado.