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Ciclo de debate político y social:
LA DÉCADA DE LAS OPORTUNIDADES PERDIDAS
Martes 30 de abril de 2013
“INEQUIDADES TERRITORIALES Y PRODUCTIVAS”
Por: Jesús Leguiza y Miguel Campos
Expositores:
MIGUEL CAMPOS. Es Ingeniero Agrónomo y Master en Ciencias y en “Manejo
y economía de los recursos naturales”. Ph.D en Genética Cuantitativa y
Economía. Se desempeñó como Consejero Agrícola de Argentina en Brasil;
Secretario de Agricultura de la Nación y Secretario en el Ministerio de Ciencia y
Tecnología de la Nación. Actualmente es asesor y consultor estratégico en
bionegocios y director productivo del Programa para el Desarrollo Integral del
Bambú.
JESÚS LEGUIZA. Es Licenciado en Economía y Master en Economía y
Negocios Internacionales. Fue analista y gerente de Proyectos de Cofirene
Banco de Inversión y funcionario del Banco de la Provincia de Corrientes. Se
desempeñó como profesional consultor externo del Instituto Interamericano de
Desarrollo Agrícola de la OEA y como consultor del Banco Interamericano
(BID). En 1993 fue nombrado Subsecretario de Economía Agropecuaria de la
Nación. Es Director Ejecutivo de la Fundación de Estudios para el Desarrollo
Económico y Regional de Argentina (FEDEREAR), entidad de la cual es
miembro fundador.
1
Jesús Leguiza:
Nos toca a nosotros hablar sobre el tema del campo, que es un tema muy
importante para la Argentina. Tanto Miguel (Campos) como yo, transitamos la
función privada y pública durante años y recorrimos este bendito territorio
nacional, desde Salta hasta Ushuaia.
Uno de los primeros temas se me ocurrió para llamar la atención de ustedes.
Hay una paradoja con una connotación política sustantiva, que no llegó a
convertirse en excesivamente probada: es algo que se conoce por los
economistas y especialistas del mundo, desde hace unos diez o quince años
atrás, como “la maldición de los recursos o la paradoja de la riqueza”. En
términos de hoy día, se lo conoce más como “el mal holandés”.
Este concepto nos lleva a reflexionar que los países que son ricos en recursos
naturales se caracterizan por tener un crecimiento económico muy lento,
porque los Estados nacionales generalmente se aprovechan de esa riqueza
que viene fácilmente.
Un señor de Santander, España, siempre me hablaba de la “familia tuvo”: tuvo
el padre, tuvo el abuelo y él malgastó todo. Así como la “familia tuvo”, los
países como Argentina, muy ricos en recursos naturales, son malos
administradores. Y hay otros países, que quizás no tienen recursos, pero tienen
un buen nivel de desarrollo.
Por lo general, los países ricos en materia de recursos, como el petróleo, el gas
o diamantes, son países que en forma permanente, ya sea por políticas propias
intrínsecas o por abusos de intereses extranjeros, sufren de una inestabilidad
política cuasi permanente, tienen una población pobre y una estabilidad
institucional inexistente. Nosotros no escapamos a esa regla. Somos un poco
más estables en ese sentido, pero no hay dudas de que cada diez años
sufrimos una crisis desde hace más de setenta años –y mucho más también, si
uno mira la historia.
2
Esa debilidad institucional y ese lento desarrollo que caracterizan a estos
países se deben más que nada a sus propios gobiernos, que en algunos son
tiranías feudales, en otros sistemas totalitarios y a veces son democracias
populistas, como nos tocó vivir a nosotros. Los peronistas lo llevamos casi en la
sangre, porque en las primeras épocas –años 45-, cuando empezó la migración
de lo rural y la política de sustitución de importaciones, era la riqueza de los
recursos naturales la que permitía, en primer lugar, la acumulación y, luego,
que la gente tuviera mejores facilidades de vida. Facilidades en el buen sentido
de la palabra y en el malo, ya que algunos se acostumbraban a trabajar y otros
se acostumbraban a no hacerlo.
De eso se trata la idea de la “maldición de los recursos naturales”, que no es
algo inventado por nosotros. Hay países que lo sufren, como el Congo o
Ganda; y países como Noruega, riquísimo en petróleo, que es envidiado por
todos. También hay países como Suiza, que no tiene una planta de cacao y es
un reconocido exportador de chocolates.
Entonces, más que de la disponibilidad de los recursos naturales, el estado de
desarrollo y bienestar de la gente depende de su población y educación. Si un
país fue bendecido por Dios con recursos naturales, como en nuestro caso, es
una picardía no vivir mejor de lo que hemos vivido en los últimos cien años.
Por otro lado, estamos en un contexto que involucra a la población y a los
recursos naturales. Había un viejo economista inglés, clérigo anglicano,
Thomas Malthus, que antes de la primera revolución industrial tenía una teoría
que decía que la población iba a crecer en términos geométricos y la
producción de alimentos en términos aritméticos. De manera que, a medida
que avanzaba el tiempo, se iba a producir una brecha o una escasez de
alimentos. El mundo iba a entrar en una crisis de alimentos.
Para comentarlo de forma gráfica, la agricultura nació hace 8000 años. Fue la
primera revolución que vivió la humanidad. En un período muy breve de 250
años hacia atrás, sucedió la revolución industrial, con la máquina a vapor y la
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industria textil, y sobre todo con la conversión del campesino que trabajaba
para la autosuficiencia en un ciudadano asalariado. Con esta revolución,
aparecieron las ciudades, que tienen sus pros y sus contras.
En el año 1900 éramos 1600 millones de habitantes, y solamente en 60 años
esa población se duplicó. Hoy hay casi 6900 millones de habitantes. Por otro
lado, en pocos años, en el año 2025, vamos a ser 8000 millones y, en el 2050,
10.000 millones. Esto quiere decir que, con o sin revolución industrial, ahora
estamos resucitando en cierta medida a Malthus. Aunque existe cierta teoría en
la que se prevé para el año 2020 una reversión de este sistema de crecimiento
poblacional.
El problema al que nos lleva el título de nuestra charla, “Las inequidades
territoriales y productivas”, no solamente se produce en Argentina sino en el
mundo. El 80 por ciento de la población del mundo vive el problema de la mala
alimentación, sólo el 20 por ciento vive en buenas condiciones. Hay un traslado
de la gente del campo a la ciudad de alrededor de entre 160.000 y 175.000
personas por día en China o India. Es como si se formara una ciudad todos los
días. Ese gran crecimiento que ha tenido China en los últimos años se ha
basado mayormente en el traslado del campo a la ciudad. Y el mismo no se
debe a un descuido o a malas políticas, sino que existe una ley de la física, la
ley de la gravitación de la masa, que dice que, a mayor masa, mayor atracción
de moléculas. Entonces, por más buena voluntad que exista en términos
políticos o técnicos para implementar políticas para que la gente del campo se
quede en su lugar, muchas veces es como luchar contra la manzana que cae.
A su vez, en este mundo tan variado y complejo, existen múltiples limitaciones.
Si bien la tres cuarta parte del mundo es agua, el agua disponible para el uso
humano y su irrigación son limitadas. Las tierras disponibles, fácilmente
arables, como nuestra Pampa Húmeda, ya está totalmente utilizada en el
mundo. Si uno quisiera incorporar más tierras al proceso productivo,
necesariamente tendría que realizar ingentes inversiones por miles de millones
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de dólares para incorporar una hectárea adicional –ni hablemos para la
producción de bioenergía, que ya son palabras mayores.
Y todo ello para esta población, que demanda cada vez más alimentos,
comodidades, aguas y tierras. Con 160.000 personas que se incorporan por
día, necesitaríamos todo el caudal del Rin para el consumo por día de agua. De
manera que las poblaciones pobres viven en zonas bajas, a la vera de las
cuencas, fácilmente inundables y con problemas de excesos de agua. A veces
suceden casos extremos como nos ocurrió hace poco en zonas de Buenos
Aires y La Plata.
En el año 2000, de los 6100 millones de habitantes que había, un tercio carecía
de seguridad alimentaria. Esto quiere decir que lo que se consumía por día en
términos de calorías y proteínas no era suficiente. Hace trece años atrás, había
más de 900 millones de habitantes en situación de hambre y más de 1500
millones en situación de desnutrición crónica.
En este sentido, también podemos hablar de desequilibrios regionales en el
sentido de la producción y el consumo de la población, desequilibrios que no se
dan por la cantidad de la producción sino que se da en términos económicos.
Es una mala distribución de la riqueza.
Respecto de la producción global de granos, más del 60 por ciento de la
población global se alimenta de tres granos básicos. El más importante de
todos es el arroz. Los países más importantes en producción de arroz
consumen su propio producto. Luego, se ubica el maíz, que junto con el trigo
conllevaron una revolución agrícola que se llamó “la revolución verde”, sobre
todo en México.
En los años 2000-2001 se producían 546 millones de toneladas de arroz, cifra
muy parecida a la del trigo (584 millones de toneladas). Si bien la del maíz era
algo mayor, todos estaban alrededor de los 600 millones de toneladas por año
de producción para el consumo. El comercio internacional en ese momento era
bastante pequeño, excepto en el caso del trigo. A nivel por habitante, tenemos
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un cálculo de elaboración propia que dice que había casi 100 kilogramos por
persona por año para su propia alimentación. Es decir que uno no puede
pensar en términos malthusianos y decir que la producción de alimentos no era
suficiente, sino que ha habido un problema de distribución. Diez años más
adelante, vemos que las producciones de arroz, trigo y maíz han aumentado.
Sustantivamente ha aumentado la de maíz a través del maíz transgénico, que
hizo pegar un gran salto en esa materia.
Hace diez años, y hace dos o tres también, detrás de esas producciones se
ubicaba la de soja. ¿Qué ocurre con ésta, que hay media biblioteca a favor y
media en contra? Es inexorable tocar el tema de la soja porque es un producto
que tiene como mínimo un 40 por ciento de proteínas. Es la proteína más
barata del mundo. Es un error de parte nuestra y de muchos países producir
soja para alimentar al ganado y hacer la conversión de proteína vegetal a
animal, cuando directamente con la proteína vegetal se pueden satisfacer las
necesidades de buena alimentación de gran parte de la población mundial. Un
kilogramo de soja, desactivando las cuestiones técnicas, tiene un 40 por ciento
de proteína, mientras que una persona por kilogramo de peso necesita un
gramo de proteína por día. Es decir que, en materia de proteínas, un kilo de
soja equivale a cuatro kilos de carne, a nueve litros de leche y a sesenta
huevos, que utilizan los deportistas para tener una buena masa muscular.
Este tema, en los años noventa, se acompañó de manera excelente en la
Argentina pero con un altísimo riesgo político, porque había que firmar una
resolución aprobando la comercialización de soja cuando toda Europa estaba
en contra y nuestras exportaciones de granos y aceites iban destinadas allí.
También en esto existe una paradoja: el principal productor de soja en América
fue Mao, quien le dobló el codo a Estados Unidos al iniciar la revolución cultural
decidiendo no exportarles más soja. En ese momento, Estados Unidos hizo el
esfuerzo propio de empezar a producir soja, un material que es originario de la
China. O sea que para América la soja es un cultivo exótico. Luego bajó a
Brasil, y en los años 65/70 ya se producía soja en el norte argentino. El INTA,
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como organismo de investigación y desarrollo, ha hecho lo suyo y acompañó
este proceso. La soja descubrió ya a mediados de los 70 la zona núcleo de
nuestro país, la zona rica por excelencia. En esa época valía 2000 dólares la
hectárea, y hoy debe valer 18.000/20.000 dólares porque la soja lo valorizó.
De este modo, los cuatro granos que alimentan al mundo y que vienen
avanzando con mucha fuerza y velocidad, van a permitir que nosotros como
país podamos tener no solamente una seguridad alimentaria desde el punto de
vista de la cantidad de alimentos sino también desde la calidad.
El Valle del Río Amarillo en China; Ucrania, al norte del Mar Negro en Europa
del Este –nuestro principal competidor hace años atrás en trigo-; el Valle del
Mississippi y del Missouri, que conforman una gran cuenca; nuestra cuenca del
Plata; y el Valle del Ganges, al norte de la India, son las regiones reconocidas
por sus condiciones naturales como las regiones capaces de alimentar al
mundo.
El Valle del Ganges y el Valle del Río Amarillo van a ser grandes productores
de granos pero básicamente para la alimentación de su propia población. China
tiene más de 1200 millones de habitantes e India superó los 1000 millones, al
igual que Pakistán que ronda esa cifra. Más de la mitad de la población mundial
está en esa zona. La zona este de Europa, Ucracia, tuvo algunos problemas y
es un abastecedor más o menos seguro. Y los abastecedores ciertamente
seguros son Estados Unidos, Canadá y la cuenca del Plata, donde entra
Argentina.
Ahora bien, ¿cómo se caracteriza a la Argentina? Vinculándolo con los
desequilibrios regionales, en primer lugar hay que eliminar algunos conceptos
que tenemos los argentinos con el centro y el interior y también con lo que se
denominan economías regionales. Llamamos así a las producciones de tabaco
de Salta o Jujuy, las de lana en la Patagonia, Olivos en el noroeste, mientras
que la Pampa Húmeda es considerada la región más importante y más rica.
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Todas las regiones tienen sus características. Por ejemplo, la zona andina es
muy rica en obras de infraestructura para producir energía. Estas obras fueron
hechas ya en el primer y segundo gobierno de Perón y se justificaban con los
valles de riego. Así algunas zonas se convirtieron en importantes valles de
riego, como el Alto Valle de Río Negro. Y, por el contrario, otra zona importante
de la Argentina, el Litoral, al este, es muy pobre en obras de infraestructura. Es
decir, una zona tiene muchas obras de infraestructura y escasez de agua y la
otra tiene mucha agua y escasez de obras.
Volviendo al tema de la soja, la Argentina en la campaña 88/89 tenía unos
30/40 millones de toneladas. A eso se refería Perón cuando decía “con una
cosecha nos salvamos”. Era verdad. Y esa producción, a principios de los 90,
campaña 94/95, casi se duplicó, sin la revolución de los transgénicos que se
iba a tener a futuro. A partir de las autorizaciones pertinentes para investigación
y luego para plantación, la Argentina saltó en un poco más de una década a las
98/100 millones de toneladas. Y dentro de los próximos veinte años, uno de los
principales abastecedores del mundo va a ser la cuenca del Plata,
principalmente Argentina y Brasil. Brasil hoy ya es el principal exportador de
granos y Argentina de aceite de soja.
De esta manera, se va a seguir sosteniendo el aparato productivo argentino y
nuestro motor de empuje, pero debemos eliminar las visiones arcaicas sobre el
sector agropecuario, en las cuales se piensa que el mismo continúa
conformado por grandes familias ganaderas luego de que Roca repartió las
tierras. De allí surgió la concepción de que había que sacarles dinero a los
ricos para dárselo a los pobres.
El tema de que Argentina llegue a las 120/130 millones de toneladas en no más
de diez o quince años necesita definiciones sustantivas, que van por el tema
institucional, normas, leyes, entidades, etcétera, y también por una cosa más
gruesa que está fuera del manejo del campo agropecuario. Hemos publicado
artículos diciendo que se necesita un ministerio. Siempre tuvo que haber sido
así –Roca creó el ministerio de agricultura-, porque hay que estar sentado en el
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gabinete. No puede ocurrir que el ministro de economía tome las decisiones
por el sector agropecuario. Si bien ahora es ministerio, sigue siendo igual que
antes, no se toman decisiones.
Dentro de esto, lo importante es que tenemos una población con capacidad de
adaptación tecnológica y que existen 30 millones de hectáreas, dentro de las
cuales en algunas zonas se puede hacer doble cultivo, incorporando 10
millones de hectáreas más a la producción. ¿Qué se necesita para ello?
Infraestructura, y la misma no depende del Ministerio de Agricultura ni de la
voluntad del productor sino del conjunto del Estado nacional. Más caminos
rurales, más electrificación rural, más autopistas, más hidrovías, son las
cuestiones fundamentales para sobrellevar este desequilibro regional.
Hemos avanzado sustancialmente en términos de hidrovías. Las grandes
producciones de soja y de maíz, de Mato Grosso do Norte y do Sul, etcétera,
deben recorrer en camiones más de 1500 kilómetros para llegar al puerto. Es
más conveniente, y así sucede, que vengan en barcazas que traen más de
30.000 toneladas con empuje, que bajan por el Paraná, por el Paraguay, por el
Corumbá, y llegan a Rosario. Rosario es el punto central y estratégico más
eficiente para la producción de cultivos de soja en el mundo, al igual que el
trigo y el maíz.
Brasil hace diez años atrás no se autoabastecía de maíz ni de trigo, nosotros le
exportábamos 7 millones de toneladas. Y ellos tenían que tener trigo con 30
días de barco, cuando podían tenerlo en 24 horas a su disposición. Ahora
aplicaron otra política interna que se los permite.
En junio de 2011, junto con Lucio Reca, Marcelo Reguera y Rafael Delpech,
tuvimos la sana intención de hacer un documento de ex funcionarios de
diferentes pensamientos y partidos políticos. Pensamos en hacer algo parecido
a lo que hicieron los ex ministros de energía. Por supuesto el sector
agropecuario es mucho más flexible que el energético. Allí propusimos nueve o
diez políticas.
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Es obvio que infraestructura rural es una de las principales; en innovación y
desarrollo, estamos relativamente bien; respecto de las negociaciones
internacionales, estamos un poco abandonados; y necesitamos productos
estratégicos y dar apoyo a la agricultura familiar y local a nivel nacional.
La población rural de la Argentina no son 3.900.000 habitantes, como registra
el censo del INDEC por una norma de estadística que dice que son los
habitantes asentados en pueblos de menos de 2000 habitantes. Hay pueblos
de 5000, de 50.000, hasta el extremo del caso de Rosario, que es una ciudad
que esencialmente presta servicios a la agricultura. Es una población urbana
pero esencialmente rural. Es también un desequilibrio no saber separar dónde
se vive de dónde se prestan servicios, y para quién se hace.
Yo diría que este gobierno, en los últimos diez años, ha tenido la habilidad de
hacer mal las cosas buenas y bien las cosas malas, sobre todo en materia de
comercialización interna y sustentabilidad de los recursos naturales. Hay un
gran debate por la ley de tierras en la Argentina, de la forestación, que parte del
cuidado de los recursos naturales y es un gran negocio para el país.
En el 98/99 propusimos una ley a través de la cual cambiamos el Código Civil,
que se llama “Derecho real de superficie forestal”. Cuando (José Luis) Gioja fue
senador y presidente del Senado, recuerdo que me preguntó que podía hacer
en San Juan en materia de agricultura. Y yo le dije “además de los temas de
irrigación, podés hacer la revolución agraria en San Juan, aplicar la ley de
derecho a las superficies e incorporar el tema forestal y frutícola”. Así se
disminuye el costo de acceso a la tierra de ingentes inversiones locales y
extranjeras, mientras que la propiedad sigue siendo de argentinos. A un
inversor extranjero no le importa comprar 10.000 hectáreas para hacer
forestación o hectáreas bajo riego en Mendoza para hacer viñedos. Eso le sale
muy caro, pero sí lo puede arrendar.
Era una figura que venía del derecho romano, pero que Vélez Sarsfield se
encargó de eliminar del Código argentino para asegurar que éste era un país
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liberal y capitalista. Incorporar el derecho real de superficies sería un buen
producto de cambio institucional y le va a permitir a la Argentina incorporar más
masa forestal y más tierras a la fruticultura.
Por último, se debe eliminar el viejo concepto del valor agregado. Yo conocí
personalmente a Raúl Prebisch cuando era asesor de García Vázquez,
Presidente del Banco Central. Prebisch tenía el mismo concepto que Malthus,
que el precio de las materias primas iba a crecer en términos aritméticos y que
el precio de los bienes industriales crecería en proporción geométrica. A fines
de los 90, ese mito de Prebisch del deterioro secular de los términos del
intercambio también cambió. Hoy en día un buen plato de lomo en un buen
restaurante de Alemania, equivalente en kilos, tiene más tecnología que un kilo
de BMW; o una semilla tiene más tecnología y ciencia que un automóvil. El
sector agropecuario puede duplicar la producción, y lo ha hecho. En cambio, el
sector automotriz, al cual siempre protegemos y donde tenemos nuestros
buenos negocios armados, duplicó su producción y sólo incorporó entre 10.000
y 12.000 nuevos empleos.
El sector agropecuario debe seguir creciendo. Ése es el compromiso de
apoyarlo a pesar de las políticas de Estado, en algunos casos rentísticas, que
quitan la posibilidad de lograr la gran pretensión peronista de armar la
burguesía nacional a partir del pequeño y mediano productor del sector
agropecuario.
Creo que lo más importante que tenemos que hacer es participar, hablar, no
tener miedo de decir, transmitir entusiasmo, reclamar la deuda que el país tiene
con el sector agropecuario y proponer.
Miguel Campos:
El concepto de las economías regionales debería ser desterrado, porque se
habla del interior del país como algo diferente, que significa básicamente cómo
administramos pobreza. Y en realidad, si hablamos de desarrollo, el gran tema
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de nuestra falta de desarrollo es que hemos tratado a las economías regionales
como tales, como un aportante de un producto que se consigue por algún tipo
de ventaja agroecológica, como en el caso de los olivos, del vino, de la
manzana y hasta de la leche. Esta última, si bien está distribuida en toda la
Pampa Húmeda, en Villa María es casi una economía regional porque le
permite vivir de ese producto. Entonces, hemos marcado a esos productos o
actividades como condicionantes máximos de su desarrollo.
¿Qué tenemos que hacer para generar nuevas estrategias productivas? Lo
mismo que hacemos para la región pampeana debemos hacerlo para las otras
regiones más alejadas del país. La mala noticia es que las podemos considerar
subdesarrolladas desde lo económico. La buena noticia es que tenemos todo
para hacer. Y la otra buena noticia posiblemente es que tenemos que saber
que lo que proponemos aquí no lo vamos a ver. La idea es que lo hagamos
independientemente de ello. Si yo apuesto a que tengo que hacer todo esto
para las elecciones de octubre, no llegamos. Pero sí lo voy a hacer para que
nuestros hijos o nietos lo valoren como algo que en algún momento propusimos
para empezar a cambiar.
Cambiar significa que las economías regionales pasen a ser puntos de
desarrollo de un país que se considera federal. Si vemos las estructuras de los
caminos y de las vías, todas estaban orientadas a que los productos regionales
llegaran a las grandes ciudades. La idea es, entonces, que generemos algún
tipo de pensamiento o estrategia que nos permita desarrollar integralmente
esas comunidades que solemos llamar economías regionales.
El marco de todo ello sigue siendo el cambio climático. Es el condicionante de
todo lo que pretendemos llamar desarrollo o modernización. Nos pone límites y
normas, nos dice “recordá que el mundo se está calentando”. Y al mismo
tiempo que nos piden cantidad de alimentos, que sabemos que podemos
abastecer, hay otros grandes consumidores que nos piden calidad y
sofisticación de los alimentos. Ahí surge la tensión calidad/cantidad.
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Entonces, debemos preguntarnos cómo trabajamos para no perder la
capacidad de ser granero del mundo y a su vez seguir evolucionando hacia
“góndolas del mundo”, como le gustaba decir a quien era nuestro jefe.
La misma dicotomía se da cuando nos piden combustibles. ¿Las economías
regionales tienen algo que brindar para ello? Vamos a ver si es cierto que
podemos encarar una estrategia en la que alimentos y biocombustibles no sean
un dilema, sino una complementación productiva y una estrategia de desarrollo.
Y esto, además del sustento de innovación tecnológica e interdisciplinario, tiene
el componente de la mano de obra. Si yo no preparo la mano de obra para esta
nueva estrategia, esto es un chiste, papel pintado.
Lo que quiero decir es justamente que, cuando hablamos de esto en el marco
del cambio climático, automáticamente aparecen dos conceptos que tienen que
ver el uno con el otro: cómo bajo el calentamiento global o cómo me adapto al
calentamiento global. Y esto tiene que ver con las economías regionales
porque allí es donde voy a ver que los instrumentos que se utilicen estén en
sintonía con las nuevas normas, que me limitan o condicionan.
El primer aspecto es cómo reduzco las emisiones de los gases del efecto
invernadero, para lo cual hay dos mecanismos. Uno es la captura de carbono.
Aquí ya hablamos de forestar. Los grandes capturadores de carbono son todos
los cultivos que se nos ocurran. Ahora bien, si quemamos ese cultivo,
perdemos todo lo que capturamos, pero estamos compensando emisiones. Un
caso típico es la caña de azúcar. Nosotros usamos el bagazo de caña para
generar energía suficiente para toda la transformación en azúcar y alcohol. En
realidad, no capturé carbono, porque lo capturé y lo quemé de nuevo, pero sí
hice una compensación tremenda.
Esto está directamente relacionado con las posibilidades de desarrollo de la
economía regional. Hoy prácticamente no hay ingenios en la Argentina que no
piensen en co-generar, que significa producir energía eléctrica y térmica al
mismo tiempo. Y esas energías no son usadas dejando de hacer azúcar y
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alcohol, sino que se usan después de producirlos. Ése es el nuevo paso que se
está dando en el desarrollo de una ciudad. Hay un montón de ciudades que no
pueden crecer simplemente porque no tienen energía en la red para que
lleguen nuevas empresas y se instalen allí.
Si los ingenios nos enseñaron esto con la caña de azúcar, ¿por qué no pensar
en mecanismos de biomasa? ¿Por qué no pensar en subcuencas alejadas del
sistema interconectado que permitan producir la electricidad o el diesel
necesarios para co-generar o generar electricidad?
200 hectáreas de bambú pueden generar 150 litros/hora sin parar en todo el
año de diesel, que se puede usar para agricultura, para automóviles y también
para usinas térmicas. Entonces, puede ser que no se ponga directamente en la
red, pero sí se están haciendo verdaderas cuencas bioenergéticas, que van a
estar distribuidas en diferentes partes del país y que no van a generar el
conflicto del trabajador golondrina, porque se estará trabajando y generando
nuevos puestos de trabajo todo el tiempo. Esto es lo que se ve en Estados
Unidos, donde uno hasta se aburre porque en todos lados se ve el mismo
modelo de producción. Tanto en el NEA como en el NOA, uno de esos
esquemas productivos puede ser éste.
Si hablamos nuevamente de la caña de azúcar, la misma se ubicó en el inicio
en el este de la Argentina, Corrientes, norte de Santa Fe. Y hoy se instaló en el
NOA pero eso no significa que no pueda volver al NEA. ¿Será necesaria la
caña de azúcar en el NEA para producir azúcar o con ella se podrán armar
nuevas cadenas forrajeras, abastecer y generar nuevos esquemas productivos
ganaderos, como los que tenemos en la región pampeana? El desplazamiento
de la producción intensiva y la siembra directa se está extendiendo hacia el
norte para contentarse con producir cría, cuando podemos hacer nuevas
cadenas con caña de azúcar para producir buenos rendimientos de carne por
hectárea.
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Entonces, cuando hablo de nuevas cadenas de valor, éstas me permiten no
sólo lo que hablamos respecto de la bioenergía, sino diversificar dentro de cada
región un sinnúmero de producciones agrícolas y de toda la industria aledaña a
la transformación, generando desarrollo local y ocupación territorial. De eso se
trata la transformación de una economía regional.
Otro tema es seguir trabajando desde la genética para el uso eficiente de la luz,
del agua y de los nutrientes. Esto significa que las plantas sean más eficientes
en su fotosíntesis. La planta de por sí fotosintetiza el uso de la luz y el agua, y
tenemos que pensar cómo hacemos eso más eficiente. Argentina ya está en
capacidad de hacerlo. La Universidad de Buenos Aires ha trabajado muchísimo
en la cadena de fitocromo, que es dentro de la célula la que se encarga de
captar la luz. Hay un trabajo de transgénesis en el que la planta aun
sombreada trabaja como si hubiera sol, sigue fotosintetizando y, por ende,
sigue produciendo biomasa y mejores rendimientos. Esto es de la UBA, no de
Monsanto.
Tenemos que tener claro que debemos seguir trabajando en esa línea y
analizar qué debemos hacer en cada área. La propuesta es que no pensemos
en soja, maíz, trigo, que sabemos que ya lo estamos haciendo, sino en qué
podemos hacer en las economías regionales respecto de cada una de estas
cosas –o mejor dicho, en las diferentes regiones del país.
Tenemos ventajas comparativas y competitivas. Tenemos disponibilidad de
tierras, hay una cantidad de tierras forestales y periforestales que no se utilizan.
Por miedo a que nos critiquen, las llamamos “bosque secundario o nativo”, y no
lo son. Es un fachinal mal utilizado. El bosque secundario es lo peor que le
puede pasar a un campo cuando ha sido abandonado. Si hubiera un manejo
sustentable de bosques, lo recuperaríamos. Hay una cantidad de tierras
periforestales que se podrían incorporar a sistemas productivos, por ejemplo
para las cuencas bioenergéticas.
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Las nuevas cuencas productivas tienen un impacto directo en la ocupación de
mano de obra, y ni hablemos de generar valor. Donde no había trabajo,
comienza a haber; y donde no había demanda de trabajo, también la hay.
Cuando nosotros planteamos las cuencas energéticas del bambú, el bambú se
corta a mano. Todos los días del año de forma rotativa se corta bambú para
alimentar las usinas con la biomasa que se produce con él. Si es una planta de
pellets, se necesitan 1000 hectáreas de bambú; si es una planta de polinizador
catalítico, con 200 hectáreas puede haber una subcuenca que genere trabajo
continuamente para mucha gente, con todas las ventajas adicionales.
El otro aspecto es que somos naciones fotosintéticas porque estamos ubicados
en el extremo sur del mundo, y eso significa que tenemos días largos en
primavera, verano y otoño. Días largos significan luz y fotosíntesis en tres
estaciones del año, y eso nos permite automáticamente pensar en capturar
carbono, en producción de biomasa y en cómo transformo esa biomasa para
hacer bioenergía.
Voy a hacer una digresión volviendo al caso del ingenio. No sé si saben cuál es
el volumen de bagazo que maneja un ingenio. Para darles un dato, un ingenio
como el de La Florida en Tucumán da 1.800.000 toneladas de caña de azúcar
por año, y de eso quedan 600 millones de toneladas de bagazo. Son once
Titanics por año para producir energía para hacer el azúcar y el alcohol, y hoy
también para producir energía eléctrica y térmica con presión de vapor de
agua.
Si pensamos en la cantidad de biomasa que tiene una hectárea de azúcar, que
da 90 toneladas por hectárea de biomasa, en seguida podemos vislumbrar que
no es loco pensar en recuperar la caña en el NEA para ello. Por otro lado, si
trabajamos como hasta ahora con pastos mejorados, con megatérmicas –
pastos tropicales que se adaptaron al norte argentino-, podemos trabajar en
esquemas silvopastoriles de altísima eficiencia y no para administrar pobreza.
Esto también impactaría en la economía regional.
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Asimismo, tenemos diversidad de biotipos. Tenemos dos vacas: una es la
Orlando de altísima productividad, que es la que podemos ver hoy en cualquier
tambo de la Argentina; y la otra es la Girolando, que produce diez litro por día
pero aguanta cuatro vacas por hectárea, lo que equivale a 40 litros por día. No
sé cuántas vacas Orlando producen 40 litros por día en las condiciones que
puede haber en Chaco o Corrientes.
Ése es el enfoque de que cualquier cosa puede tener su posibilidad. No como
administración de pobreza, sino como crecimiento real de la economía local.
Abajo, todos dirán que son cabras, pero unas son cabras y las otras son
ovejas, que perfectamente se podrían adaptar a todas las condiciones de
silvopastoril en el noreste argentino y en el litoral. También puede haber
esquemas de producción de carne claramente rentables y con una altísima
generación y captación de mano de obra.
En cuanto al tema de calidad/cantidad, es el mismo enfoque que tuvieron las
economías regionales. El que hacía aceitunas empezó a integrarse
verticalmente para obtener productos de mayor calidad. En este conflicto de
cantidad con calidad en las economías regionales, puedo hacer las dos cosas.
Sin embargo, en Argentina no hacemos los esfuerzos necesarios para avanzar
en el riesgo, por el concepto que tenemos de que el impacto en la economía
local será mínimo. Creo que ese concepto es errado por parte de quienes
toman las decisiones.
Como me pidieron que hable de biotecnología, voy a comentar cómo
impactaría en esta materia cantidad con calidad. Para ello voy a volver al
ejemplo de la caña: cuando hablamos de avances con eventos compilados, nos
referimos por ejemplo a un maíz que tiene BT, que es resistente a orugas, o a
un RR, resistente al glifosato. Hoy hasta estamos hablando de compilados en
soja. Pero, si Jesús Leguiza no hubiera iniciado en el 96 la liberación de la soja
RR, no habríamos avanzado en los otros eventos.
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Yo creo que el avance de la biotecnología fue una de las pocas políticas de
Estado que se hicieron en la Argentina. Después me tocó a mí lanzar el maíz
RR, romper la política de espejos con Europa, que no nos dejaba vender nada.
Eso nos permitió ir a los transgénicos compilados, pero también nos permite
pensar que dentro de muy poco tiempo podemos tener caña de azúcar
transgénica. Eso nos brindará un pasto de altísima productividad en zonas
donde hoy no hay un elemento forrajero y hay que acudir a un silo de maíz, que
es muy caro para un planteo de cría. Allí se puede entrar con caña, no para
producir azúcar, pero sí para generar una cadena forrajera. Y a medida que
logremos convencer a nuevos inversores para biomasa, seguramente
podremos pensar en subcuencas de producción de bioenergía en sus
diferentes formas.
La resistencia a agentes abióticos ya la conocemos. Hoy hay maíz resistente a
la sequía. Lo interesante de todo esto es que me hace pensar que vamos a
tener transgénesis en árboles, como lo hicieron China y Brasil. Son árboles que
crecen en la quinta parte del tiempo que crece un árbol común. Eso se ve
mucho en China: tienen árboles transgénicos que acortaron el ciclo de
crecimiento y avanzan mucho más rápido para su período de corte. Pienso en
esto porque fuimos los primeros, junto con Estados Unidos, en avanzar en este
tema. Creo que allí es dónde debemos apuntar para que estas regiones se
puedan transformar en economías sustentables, y no que se dediquen sólo a
los exquisitos que quieren aceitunas de La Rioja, por ejemplo.
Entonces, debemos pensar nuevamente en cómo encarar la región o la cuenca
que actúa en los diferentes operadores y donde cada uno de ellos tiene algo
que dar. Desde lo agrícola tenemos un sinnúmero de posibilidades.
Principalmente veo al noreste argentino como el gran motor de desarrollo,
porque tiene agua, temperatura y largo del día como para pensar en una
verdadera usina energética desde la biomasa.
No sé si muchos lo saben, pero no llegamos al 1 por ciento de generación de
energía de biomasa en Argentina. Y hay una ley que dice que en 2016 tenemos
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que llegar al 8 por ciento. Si no hacemos los esfuerzos, seguramente no lo
vamos a cumplir como otras cosas que no hemos cumplido.
Asimismo, hoy se está trabajando mucho desde la genética en la composición
nutricional para la calidad alimentaria. ¿Cómo romper el falso dilema
alimento/biocombustibles?
Entiendo
que
es
falso
y
hay que
buscar
complementación y sinergia.
Un ejemplo claro es el tema del alcohol de maíz. Cuando hablamos de hacer
etanol de maíz, esto puede ser efectivo. Pero, si lo comparamos con la caña de
azúcar, no le llega ni a los talones. Supongamos lo siguiente: para un montón
de mexicanos que comen maíz en forma carbonada, es muy fuerte ver que sus
vecinos o los grandes productores de alimentos están pensando en producir
maíz para hacer alcohol. Creo que es mucho más efectivo hacer el esfuerzo
biotecnológico de transformar una caña transgénica para avanzar en áreas
donde el maíz se puede producir en rotación. Así, se podría complementar la
producción de alimentos y de energía, sin entrar en la disyuntiva de empezar a
producir alcohol para dejar sin comer a mucha gente.
Con la incorporación de lo que llamamos biocombustibles de segunda
generación y el trabajo de enzimas para degradar celulosa y lograr
biocombustibles, este dilema va a ir perdiendo fuerza y va a ser un incentivo
para el mayor desarrollo forestal de la Argentina, con el que podamos dar un
uso diferencial.
En los próximos años creo que vamos a ver crecer plantaciones de bambú y
árboles para la producción de biomasa. Pero, para ello, necesitamos trabajar
desde la genética en acortar los ciclos de tala de los bosques. Esto no es
ciencia ficción, ya se hace en China, donde los bosques tardan cinco veces
menos que del modo tradicional.
Obviamente no debemos olvidar la mano de obra. La preparación de la misma,
cuando se apuesta a nuevas estrategias, debe tener una lógica de secuencia.
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Necesitamos capacitación para agregar valor, pero también para brindar
inocuidad y calidad de alimentos.
Hoy hay una altísima profesionalidad en el manejo de productos de alto valor.
Pero, si hablamos de nuevas cuencas productivas, automáticamente tenemos
que generar nuevas fuentes de trabajo, porque si tengo una nueva planta de
pellets para bambú tengo que saber cortarlo, chipearlo o pelletisarlo, y tengo
que saber cuáles son las características que debe tener el producto para lograr
un
mayor
valor
calórico.
Entonces,
nuevas
cuencas
productivas
automáticamente generan una nueva necesidad de mano de obra capacitada,
que nos permiten pensar en el desarrollo integral de la cuenca o región.
Lo mismo ocurre con las cadenas de valor: tengo que entender que, si armo
algo nuevo, estoy construyendo valor, algo que posiblemente es más
interesante que el agregado de valor. Este último genera un ingreso mayor
para las personas, pero la construcción de valor incorpora nuevos actores. Y
eso es ocupación territorial. Si yo incorporo nuevos actores en mi zona, por lo
menos minimizo la ley de gravitación, la caída de la manzana.
Me gustaría sintetizar esto con el hecho de que somos naciones fotosintéticas y
debemos mezclar esa fotosíntesis con nuestro ingenio para generar trabajo,
alimentos, bioenergía, renta. Lo central es entender que tenemos una gran
ventaja comparativa que podemos hacer competitiva con propuestas. Por eso,
insistimos en que tenemos que participar, no quedarnos callados, transmitir lo
que sucede, reclamar, difundir y proponer. Creo que quizás alguien va a oírnos,
y luego van a decir que esto empezó cuando algún tonto se animó a firmar una
asociación con la RR.
Hoy tenemos una gran cantidad de productos que nos permiten soñar en serio
con que la biotecnología vino para quedarse, no para usarnos a nosotros, sino
para que la utilicemos como instrumento de desarrollo. Tendremos que
controlar a Monsanto, pero creo que también lo podremos sumar a la
propuesta.
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Preguntas del auditorio:
¿No se podría utilizar otro cultivo que sea menos dañino para la tierra en lugar
de la soja, como la jatrofa? ¿Hay algo pensado para las tierras patagónicas,
que son inmensas, muy ricas en agua y están muy desaprovechadas?
Miguel Campos: Creo que vale la pena aclarar que la soja no es dañina. El
dañino es el hombre que la maneja mal. Si yo hago soja sobre soja
reiteradamente y no fertilizo, estoy haciendo minería a cielo abierto. Ahora, si
pensamos en agricultura sustentable, una soja bien manejada rotada con maíz
es perfectamente viable. Lo que pasa es que la coyuntura de corto plazo, la
necesidad de cubrir rentabilidad, nos ha llevado a usar a la soja como tabla de
salvación. Si realmente esto es un desierto verde, hay que ver si la culpable es
la soja.
La jatrofa es un gran mito que se ha creado en la Argentina, porque aquí no
crece. No resiste nada. Tiene tres puntos donde podría producirse, que son el
extremo norte de Misiones, de Formosa y de Salta. No es una tabla de
salvación para el país. Y otro gran mito de la jatrofa es que, como cualquier
cultivo, para que rinda mucho, necesita campos caros. Crece en campos
pobres pero no rinde. En Centroamérica, con altos niveles de humedad y
lluvias, crece mucho.
Creo que una alternativa más viable es el bambú. Incluso con los números que
cuestan sus plantaciones, con la seguridad jurídica de nuestro país, hoy no se
puede invertir.
Jesús Leguiza: No podemos tener un monocultivo como la soja, pero no por
ello vamos a dejar de aprovechar la oportunidad que no da el mundo de
alimentarlo. No solamente tenemos que hacer muchas inversiones en materia
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de infraestructura, en caminos, autopistas, puertos, sino también en la
fertilización. Para incorporar más hectáreas de la Patagonia o tierras cercanas,
de Río Negro para abajo, se necesita una mayor cantidad de agua y de
fertilizantes.
¿Nuestros productores tienen una cultura de aceptación y de apertura a la
innovación tecnológica, a los cambios, al riesgo, más allá de la seguridad
jurídica?
Jesús Leguiza: Creo que el productor argentino tiene una gran flexibilidad y
capacidad de cambio y manejo, como lo ha demostrado en los últimos veinte
años. Obviamente esto no va sólo acompañado por la emoción sino por la
rentabilidad. La incorporación de la soja no fue una panacea, simplemente
disminuyó los costos de producción en forma sustancial.
Miguel Campos: Un dato no menor es que la soja era uno de los cultivos más
caros de la Argentina. Era tan cara que era comparable con los rendimientos
económicos del maíz. Cuando la convertimos en un trigo, donde sólo se echa
un herbicida, se absorbió la tecnología por el bolsillo. La predisposición al
cultivo era buena, pero se gastaba mucha plata. Cuando apareció un
instrumento tecnológico que la abarató, salió adelante.
El caso del bambú es muy difícil porque no lo conocemos y la mayoría no sabe
cómo erradicarlo. Hay 1200 tipos de bambú y 1500 tipos de eucaliptos.
Nosotros estamos trabajando con especies de bambú que no invaden, para
romper esa barrera.
Muchísimas gracias.
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