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Transcript
1
Género y economía: Avatares de una relación difícil
Blanca Munster Infante1
“…más allá de examinar la situación de ventaja o desventaja
de mujeres y hombres, es esencial analizar para cada sexo, el contraste
entre esfuerzos y compensaciones. Este contraste es esencial para una
mejor comprensión de las injusticias de género en el mundo
contemporáneo.
La naturaleza altamente demandante de los esfuerzos y las
contribuciones de las mujeres, sin recompensas proporcionadas, es un
tema particularmente importante de identificar y explorar”
Sudhir Anand y Amartya Sen, 1995
Cada mañana al revisar las noticias internacionales, parece claro el mensaje
“Ajusten los cinturones, que lo peor está por venir”
El panorama del crecimiento económico global continúa deteriorándose. El
grado de incertidumbre contagia a los grandes centros de poder y a las instituciones
internacionales que representan estos poderes.
En un comunicado del FMI se encuentra la siguiente declaración:"Las
condiciones de los mercados están comenzando a responder a estas medidas, pero incluso
con una rápida implementación, las tensiones financieras serían más profundas y más
prolongadas que lo pensado. Hay una clara necesidad de políticas macroeconómicas y de
estímulos adicionales en relación a lo que ha se ha anunciado…”.
Quiero llamar la atención en el hecho, de que en este comunicado, como otros
tantos que escuchamos diariamente, se pretende tranquilizar a la opinión pública, con
“medidas de rescate” y complicadas metodologías que tiene graves consecuencias para la
comprensión de los actuales hechos.
Detrás de todas estas herramientas económicas que se implementan para sacar
de la crisis a las grandes economías, se produce un intenso debate entre los economistas
convencionales que, con su microeconomía marginalista por una parte, y la
macroeconomía keynesiana por otra parte, pretende analizar los procesos económicos.
Pero, ¿cuenta la economía convencional con instrumentos conceptuales aptos
para analizar sistemas dinámicos y complejos? El error de muchos economistas actuales
consiste en entrenarse en complicadas técnicas para actuar sobre lo social, dando por
1
CIEM
2
hecho de que los procesos económicos son interpretables según un determinado modelo
econométrico.
Asimismo, estas técnicas y modelos, han permitido aparentemente, legitimar
todo un sistema social de mercado, beneficioso para los poderes establecidos. Así por
ejemplo, se ha pretendido demostrar-con escaso éxito, dada la situación actual- que el
libre mercado conduce automáticamente a la asignación óptima de los recursos.
Argumentaciones que han hecho declarar a alguien poco sospechoso de sus tendencias
de izquierda, como el profesor Samuelson, que el supuesto ajuste de la oferta y la
demanda puede dar lugar a que los ricos tengan leche para sus gatos ,mientras que los
pobres no pueden comprarla para su hijos.
El presente trabajo tiene como objetivo describir los principales desafíos
metodológicos y conceptuales para entender la economía desde una perspectiva de
género. El trabajo se divide en tres secciones. En la primera se realiza una crítica al
discurso económico dominante y sus implicaciones, no solo desde el punto de vista
conceptual, sino por las consecuencias que trae en términos de políticas y estrategias a
desarrollar en los diferentes países.
En un segundo plano, se trata de analizar el modo en que se ha construido el
concepto de “feminización de la pobreza” (que se refiere, entre otras cosas, a la
proporción cada vez mayor de la pobreza que soportan las mujeres) y cómo se relaciona
con el aumento del número de mujeres jefas de hogar y las implicaciones que dicho
concepto tiene no solo en términos conceptuales, sino para las políticas y programas de
reducción de la pobreza que incorporan la perspectiva de género.
En la tercera y última parte se muestran las características de las políticas y
programas de reducción de la pobreza en la región, sus principales limitaciones. En
general, se trata de que las investigaciones sobre género, economía y pobreza pueden
avanzar en dos direcciones: mejorando los instrumentos de medición y perfeccionando
las intervenciones de políticas económicas y sociales que incorporen cada vez más la
dimensión de género.
Aunque el trabajo se concentrará sobre todo en América Latina, dado el
alcance global del discurso sobre género y economía, también se pueden extraer
lecciones para las discusiones académicas y de políticas económicas y sociales de fuera
de la región.
1. Economía dominante: los casilleros vacíos.
A pesar de las críticas, el discurso económico dominante mantiene su ceguera
ante las cuestiones de género, por lo que no resulta fácil vincular de forma sistemática el
análisis de las relaciones de género con las políticas económicas y sociales .El
funcionamiento de los diferentes mercados (laboral, del suelo, financiero y de productos)
así como las políticas sociales reproduce relaciones estructurales de poder propias del
modelo de acumulación dominante y que les confiere una dimensión de género
asimétrica.
3
Si nos acercamos a la lectura que nos propone la economía neoclásica, vemos
que se asume que los comportamientos de los individuos son racionales, en función de
intereses propios y orientados comercialmente; a través de la historia y de las culturas, los
seres humanos persiguen, de manera racional, la maximización de sus utilidades o su
propio interés.
El individuo representativo “no tiene” sexo, clase, edad o pertenencia étnica, y
“está fuera” de un contexto histórico, social y geográfico particular. En consecuencia, las
diferencias entre hombres y mujeres son ignoradas en los supuestos que sustentan
políticas ampliamente aplicadas y sus instrumentos. El individuo racional del enfoque
neoclásico, entre otras dimensiones de identidad, carece de género (Ferber y Nelson,
1993).
Esta ceguera del discurso económico nos debe llevar al análisis desde una
perspectiva de género para determinar como se construye y desarrolla la economía de las
naciones. “Género es la construcción cultural de un conjunto de roles y valores
correspondientes a uno u otro sexo y se le denomina así para enfatizar que esa definición
es histórica y socialmente construida”2.
El análisis de las relaciones de género estudia precisamente como las
relaciones de mercado que parecen ser neutrales desde el punto de vista del género
responden de hecho, al punto de vista masculino.
Diane Elson lo puntualiza así:“ser un trabajador, un agricultor o un empresario,
no adscribe abiertamente género; pero las mujeres y los hombres tienen experiencias
diferentes como trabajadores, agricultores y empresarios; y los términos supuestamente
neutrales en relación al género “trabajador”, “agricultor” o el “empresario” tienen
implicaciones de género. De hecho, se supone que el trabajador, el agricultor o el
empresario son hombres, creando un sesgo masculino tanto en el análisis económico
como en la política económica” (Elson, 1992).
La sociedad debe superar los límites que impone el análisis económico
convencional y proponer una perspectiva no androcéntrica de la economía. Esto no
consiste, como ha afirmado Sandra Harding, en la simplificación “agregue mujeres y
mezcle”, sino en algo más profundo: un cambio radical en la perspectiva de análisis que
implica reconstruir los conceptos, modelos y paradigmas utilizados habitualmente por las
disciplinas sociales y elaborar nuevas categorías y marcos teóricos que tienden hacia
paradigmas alternativos (OPS, 2008).
Es por ello, que es necesario dotar de género a las políticas macroeconómicas
(Bakker, 1999).La frase de dotar de género a las políticas macroeconómicas implicaría a
un doble proceso. En primer lugar, el análisis de género de la macroeconomía debe
examinar los diferentes consecuencias de las reformas de las políticas macroeconómicas
para las mujeres, dado el impacto que dichas políticas tienen en la actividad remunerada y
no remunerada de las mujeres. En segundo lugar, es que se produce una retroalimentación
2
Aspectos económicos de la equidad de género. CEPAL Séptima Conferencia Regional sobre la Mujer de
América Latina y el Caribe.
4
entre las diferentes políticas económicas y sociales basadas en el género a nivel micro y
meso y las decisiones y los resultados macroeconómicos.
En este sentido, "la economía feminista no es sólo el intento de ampliar los
métodos y teorías existentes para incluir a las mujeres, sino que se trata de algo mucho
más profundo: se pretende un cambio radical en el análisis económico que pueda
transformar la propia disciplina modificando algunos de sus supuestos básicos
-normalmente androcéntricos- y permita construir una economía que integre y analice
tanto la realidad de las mujeres como la de los hombres" (Carrasco, 1999).
Así por ejemplo, a pesar de las críticas por parte de la economía feminista, la
mayor parte de los estudios actuales sobre economía y estadística laboral permanecen
centrados en el empleo. Detrás de la utilización de estas categorías subyace una visión
androcéntrica de la sociedad. Los modelos y las categorías económicas utilizadas en el
plano laboral se centran en el trabajo en un sentido estrecho, enfocándose en el empleo y
desvinculando el trabajo productivo del trabajo reproductivo.
En la esfera de las relaciones laborales, para el análisis de las actividades
fundamentales que realiza la población en edad de trabajar se suele utilizar dos grandes
categorías: población económicamente activa (PEA) y la población económicamente
inactiva (PNEA).
La primera de estas incluye tanto a los que se encuentran ocupados y reciben
una remuneración por su trabajo, como los desocupados, ya sea porque están
desempleados o buscando empleo por primera vez. La segunda categoría comprende a la
población económicamente inactiva, a la que pertenecen las personas que no están
buscando trabajo remunerado y que no reciben remuneración por la actividad que
realizan. Integran este grupo las personas que se dedican principalmente al estudio o a los
quehaceres domésticos, así como los incapacitados para trabajar, los jubilados y los que
viven del producto de sus rentas.
De forma errónea se considera que mujeres y hombres participan en el mercado
de trabajo en condiciones económicas similares. Sin embargo, debemos tener en cuenta
que cada persona en edad de trabajar contribuye al presupuesto familiar en condiciones
desiguales, en este segmento hay personas inactivas y, dentro de las activas, hay personas
ocupadas y desocupadas; asimismo, dentro de las personas ocupadas, algunas están
plenamente empleadas y otras subempleadas. Por lo que la población en edad de trabajar
representa tan sólo un potencial de ingresos para la subsistencia de las familias
Se puede observar que estas categorías expulsan al terreno de lo “no
económico” todo un conjunto de actividades familiares y comunitarias, no remuneradas y
que no son consideradas trabajo. La evidencia muestra que no hay categoría más
inapropiada que la de “inactividad” aplicada a las denominadas “amas de casa”.
Asimismo, cuando se producen cambios en las políticas económicas, los países
no solamente realizan ajustes en sus principales agregados a nivel macroeconómico. Bajo
el efecto de las políticas de ajuste se produce una modificación radical de las relaciones
5
entre las esferas productiva y reproductiva, con un impacto diferenciado en la vida de
mujeres y hombres.
Sin embargo, las diferentes políticas económicas, desde los sistemas fiscales
hasta los regímenes comerciales y las instituciones económicas todavía no consideran las
desigualdades de género. Como señala Diane Elson “No se habla para nada de las
mujeres-pero tampoco se habla de los hombres”.
Con una presencia demasiado escasa en las instancias en donde las decisiones
económicas se toman, las mujeres, por sí mismas, tienen pocas oportunidades de
rectificar el deterioro de las desigualdades existentes (ver cuadro 1).
6
Cuadro 1 Implicaciones de género de la política económica.
Tipo de política
Medidas fiscales sobre la renta
(impuestos directos e indirectos)
Asimetrías de género resultantes
Impuestos directos tienen una
mayor incidencia en los hombres dado su
mayor acceso a trabajos remunerados, se
supone que los indirectos afecten más a las
mujeres al administrar el presupuesto
familiar destinado al consumo
Gasto público
Los recortes de los gastos y las
privatizaciones en el sector público son
especialmente negativos para las mujeres,
ya que son los servicios sociales (salud,
educación) los que absorben mayor empleo
femenino.
Política monetaria y tipo de
Posible aumento de la inflación,
cambio(devaluación o revaluación)
contracción del poder adquisitivo de los
hogares. Afectaciones a sectores
exportadores donde el empleo femenino es
mayoritario.
Mercado laboral
Determina niveles salariales,
calidad del empleo, seguridad y protección
laboral, derechos laborales diferentes
Mercados financieros
Limitaciones para las mujeres de
acceso a créditos para el consumo y la
inversión
Elaboración propia.
Por otro lado, la mayoría de los estudios que se refieren a los costos de los
programas de ajuste neoliberal en la región lo ven dentro de la economía monetizada,
manteniendo oculto los costos de la transferencia del mercado a los diferentes hogares.
Aquí, el factor de equilibrio lo representa la habilidad de las mujeres para desarrollar
estrategias que permitan la supervivencia de la familia con menos ingresos y más trabajo.
Aunque a nivel internacional, se ha reconocido la importancia de considerar de
manera integral el aporte económico de todas las formas de trabajo-remunerado y no
remunerado-como condición esencial para lograr la igualdad de género. Esta cuestión ha
sido destacada de manera explícita en varios tratados de Naciones Unidas originados
durante la Década sobre la Mujer 1975-1985. La Declaración y la Plataforma de Acción
de Beijing, adoptadas en la Cuarta Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la
Mujer (Beijing, 1995) marcaron un hito político en ese sentido.
En ese mismo orden, la Convención sobre la eliminación de todas las formas
de discriminación contra la mujer (CEDAW) se considera la carta internacional de
derechos humanos de las mujeres y constituye uno de los instrumentos jurídicos más
7
importantes para luchar contra la discriminación en las diferentes esferas de la vida de las
mujeres.
El CEDAW, en su artículo 11 ha establecido el derecho de las mujeres a tener
acceso a las mismas oportunidades que los hombres en la esfera del trabajo productivo.
Sin embargo, para la mayoría de las mujeres el trabajo productivo y reproductivo están
íntimamente vinculados, lo cual tiene un impacto en la disponibilidad de tiempo que
puedan tener para buscar empleo, afecta sus patrones de inserción laboral y provoca una
sobrecarga de trabajo al sumar el tiempo que le dedican al trabajo productivo y al
reproductivo.3El artículo 5 de la Convención indica que los Estados tienen la
responsabilidad de impulsar las medidas que sean necesarias para modificar patrones
socioculturales que estén basados en funciones estereotipadas de hombres y mujeres
(Zapata, 2007).
Los indicadores escogidos para medir el grado de realización de este derecho
buscan reflejar: i) las medidas que el Estado está llevando adelante para asegurar que las
mujeres puedan participar en condiciones de igualdad en el trabajo productivo y si se
reconoce, valora y protege el trabajo de reproducción; ii) si las mujeres cuentan con las
mismas oportunidades que los hombres cuando participan en el trabajo productivo; y iii)
si hombres y mujeres participan por igual en la esfera del trabajo reproductivo
(Zapata,2007). Para reflejar las condiciones en que las mujeres se insertan al mercado
laboral se utilizan un conjunto de indicadores tales como son la tasa de desempleo, la
brecha salarial y la segregación ocupacional.
Sin embargo, el cumplimiento de estos derechos depende de la manera en que
los Estados conducen la sociedad: “los gobiernos pueden facilitar condiciones para
aumentar el empleo, pero sin comprometerse a elevarlo; pueden promulgar leyes que
garanticen igual remuneración pero no asegurarla; pueden promover la participación de
las mujeres en la formulación de políticas económicas, pero no asegurar un cambio en las
políticas económicas que traiga como consecuencia una transformación de las relaciones
económicas y de género”4.
Un viejo chiste del acervo popular señala que “las mujeres tienen que
demostrar el doble para que se las valore la mitad”.En el Informe sobre Desarrollo
Humano del PNUD del año 1995, que se dedicó al análisis de la situación de las mujeres
a escala mundial, se declara que aproximadamente la mitad del tiempo total de trabajo de
hombres y mujeres se dedica a actividades no remuneradas en el hogar o la comunidad.
Si se contabilizara este trabajo no remunerado realizado por mujeres y
hombres, así como la remuneración insuficiente del trabajo femenino en el mercado,
aplicándole los salarios corrientes, el valor monetario producido se estima en unos 16
billones de dólares, es decir, una suma superior al 70 % del monto oficialmente estimado
3
Por ejemplo, Milosavljevic y Tacla (2007) encuentran que si se suma el tiempo que las mujeres dedican al
trabajo productivo y al trabajo reproductivo, las cargas de trabajo totales de las mujeres son mayores que
para los hombres en todos los países de la región para los que se tiene información.
4
Laura Frade Rubio, Las Implicaciones de la Globalización económica y la Internacionalización del Estado
en la mujer.
8
del producto mundial. De esos 16 billones, 11 representan la contribución no
monetarizada e invisible de las mujeres a la economía mundial, esto es el equivalente al
50% del PIB mundial en ese año (PNUD, 1995).
También se señala que aunque las mujeres realizan más de la mitad del
volumen total del trabajo en el mundo, sólo un tercio de ese tiempo de trabajo se incluye
en el Sistema de Cuentas Nacionales. De esta manera, mientras la mayor parte del trabajo
masculino (2/3 en lo países industrializados y ¾ partes en los países subdesarrollados)
percibe ingresos y el reconocimiento por su contribución económica, la mayor parte del
trabajo femenino sigue estando no remunerado y no valorado (PNUD, 1995).
Del mismo modo, ni el Índice de Desarrollo de Género (IDG) ni el Índice de
Potenciación de Género (IPG) elaborados por la ONU, incluyen la dedicación
diferenciada de las mujeres al trabajo reproductivo, dado que únicamente se centran en la
esfera del empleo.
Es necesario reconocer que las estadísticas sobre las que se basan los índices de
género del PNUD siguen siendo limitadas. Por ejemplo, los datos sobre los ingresos de
las mujeres respecto de los de los hombres se restringen a la remuneración del sector
formal. Sin embargo, como las mujeres se concentran desproporcionadamente en la
actividad económica informal, esos datos no dan una idea precisa de las diferencias de
ingreso entre hombres y mujeres.
Las diferencias de género en la tasa de matrícula escolar, como puede verse por
ejemplo en el IDG, pueden dar una idea de las diferentes capacidades entre mujeres y
hombres, pero no nos dicen nada acerca de la calidad de la educación, el sesgo de género
en las opciones educativas y otros factores.
A su vez, en algunos países es difícil obtener datos incluso para los indicadores
básicos de género. Por ejemplo, la cobertura del IDG está limitada aún a 148 de los 173
países del mundo para los que se calcula el índice de desarrollo humano, mientras que en
el caso del IPG se reduce a 66 (PNUD, 2006).
Asimismo, las mediciones tradicionales de pobreza suelen utilizar el ingreso
per-cápita del hogar, procedimiento que supone una repartición igual de los ingresos al
interior de los hogares y que obscurece la falta de autonomía económica de sus miembros
del hogar, generalmente aquellos que son dependientes de quienes son receptores de
ingresos.
Todo esto tiene serias consecuencias, que dejan de ser exclusivamente
analíticas y simbólicas desde el momento que esos estudios e indicadores son utilizados
para diseñar e implementar programas sociales y políticas económicas que de más
decirlo, resultan ineficaces para corregir las desigualdades de género existentes.
9
Recuadro 1: Género y el mundo del trabajo
- En el mundo, aún hay menos de 70 mujeres económicamente activas por
cada 100 hombres.
Siguen siendo superiores las tasas de desempleo de las mujeres. En 2007,
la tasa fue 6,4%, mientras que la de desempleo masculino llegó a 5,7%.
- En 2007, aumentó el número de mujeres con empleo- 1 200 millones
frente a 1 800 millones de hombres.
- El número de mujeres desempleadas aumentó de 70,2 millones a 81,6
millones
- En todo el mundo aún hay menos de 70 mujeres económicamente activas
por cada 100 hombres.
Muchas mujeres siguen trabajando en la agricultura y negocios
familiares sin recibir remuneración alguna.
- A nivel mundial, el sector de los servicios constituye el principal
proveedor de empleo para mujeres
- 36,7 % de las mujeres trabajaban en la agricultura.
- 46,3% en los servicios
- En promedio y a escala mundial, los ingresos brutos por hora de las
mujeres representan alrededor del 75% de los de los hombres.
Las mujeres están excesivamente representadas en el empleo informal, el
cual se caracteriza por una mala remuneración, condiciones de trabajo deficientes y falta
de protección;
- En la actualidad hay más mujeres en puestos de trabajo superiores; sin
embargo, la disparidad salarial sigue persistiendo en el mundo.
Existe una gran concentración de mujeres que trabajan en el sector
informal en situaciones muy precarias de empleo, las que perciben salarios exiguos e
inestables y no cuentan con sistema alguno de protección social.
Los puestos de trabajo destinados a trabajadoras migrantes se concentran
en los sectores menos reglamentados; ello las deja más expuestas a la explotación y a un
trato desigual (por ejemplo, las trabajadoras del servicio doméstico);
- Hay más niños que niñas inmersos en el trabajo infantil. No obstante, el
trabajo de las niñas es difícil de captar pues se trata de actividades menos visibles y se
combina con otras actividades del hogar.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la OIT
La situación en América Latina y el Caribe no es menos complicada. De
acuerdo a la información proporcionada por CEPAL se puede apreciar que:
• Pese al creciente ingreso de las mujeres en el mercado laboral, su tasa de
participación (58%) continua siendo significativamente menor que la de los hombres
(83%).
• Las tasas femeninas de desocupación (12%) se mantienen más altas que
las de los hombres (83%)
1
• Los ingresos de las mujeres en las zonas urbanas constituyen 65% de los
ingresos masculinos.
• Las mujeres interrumpen su historia laboral más frecuentemente que los
hombres para atender obligaciones familiares de crianza de los hijos y de atención a
adultos mayores.
• La mayor dificultad que encuentran las mujeres para ingresar la mercado
laboral y su inserción desventajosa conducen a que una menor proporción de mujeres
(19%) que de hombres ( 32%) aporta al sistema de seguridad social y acceda a pensiones
de jubilación. Adicionalmente, las pensiones de las mujeres son inferiores a las que
reciben los hombres, equivaliendo en la población mayor de 65 años a un 77% de las
pensiones masculinas.
Otros estudios muestran que en la región, las mujeres se encuentran sobrerepresentadas en los sectores de baja productividad, donde obtienen salarios bajos y
escasas ganancias, y subrepresentadas en los de productividad media y alta, donde se
constatan, además, diferencias de salarios y de ganancias empresariales (ver tabla 1).
Tabla 1: Porcentaje de mujeres en el total de ocupados por sector,
alrededor 1997. (Algunos países de América Latina)
País
Bolivia
Brasil
México
Sectores de
baja
productividad
Sectores de
productividad
media y alta
46,6
43,8
39,7
31,0
35,7
33,7
Sobre
representación
en baja
productividad
15,6
8,1
6,0
Total
40,6
39,2
36,3
Fuente: Thelma Gálvez: Aspectos económicos de la equidad de género. Serie mujer y
Desarrollo No 35, Santiago de Chile, CEPAL, Unidad Mujer y Desarrollo, 2001.
En la región, en las últimas dos décadas se ha producido la rápida feminización
de la fuerza de trabajo, hecho que está vinculada al incremento del sector de los servicios
y a la producción para la exportación (sobre todo en las maquilas), con resultados
contradictorios en términos de empleo, calidad de este, ingresos y autonomía.
En cuanto a la importancia de la presencia de las mujeres como trabajadoras,
pero sobre todo como empresarias, es reconocida en una serie de estudios sobre
diferentes países de América Latina y el Caribe, aunque por ahora son limitados las
investigaciones en relación con sus actividades empresariales y pocos los programas que
las promueven.
Las mujeres empresarias se sitúan en mayor proporción en los sectores de baja
productividad, existe una división sexual de los rubros a los cuales se dedican
empleadoras y empleadores y se encuentran en peores posiciones que los hombres con
respecto a la propiedad del capital y la actividad empresaria. Estas diferencias se explican
por factores económicos, que limitan el ahorro y la acumulación como resultado del
menor nivel de los ingresos femeninos, y por factores culturales, que determinan las
1
leyes, normas y funcionamiento de las instituciones (acceso al crédito más reducido y
barreras a la posesión legal de propiedades y herencias)(Gálvez, 2001).
En la actualidad, el mundo empresarial se sigue calificando como masculino,
no solamente porque la mayoría de los empresarios sean hombres, sino porque se ponen
en juego actitudes, comportamientos, valores y prácticas concretas que la cultura
predominante identifica como masculinos.
Si para los hombres la actividad empresarial puede significar una afirmación
de su identidad de género, es posible que para las mujeres implique trascender (agregar) o
transgredir (cambiar) la suya.
El estereotipo de “lo masculino” se asocia
generalmente con los
comportamientos agresivos, arriesgados, cualidades que, a su vez, se consideran
necesarias en el entorno competitivo en que se desarrolla la actividad empresarial
(Rostagnol, 1998).
Aparentemente, los valores masculinos serían los más apropiados para el
desarrollo empresarial: importancia del éxito material y el progreso, el dinero y las cosas;
ser asertivo, ambicioso. Para las mujeres, la seguridad y el entorno son los factores más
importantes en el trabajo, mientras que para los hombres lo son la autoafirmación y la
competición (Duchéneaut, 1997).
La concentración de mujeres en el sector de las microempresas se atribuye a
que acceden a él con mayor facilidad debido a que éste les opone pocas barreras en
cuanto a requerimientos (niveles de escolaridad, requisitos legales, capital, otros), y
también a que su organización, por ser más “flexible” (muchas veces las actividades se
realizan en el hogar), les permite compatibilizar el trabajo remunerado con las
responsabilidades y tareas reproductivas que siguen estando a su cargo
Diferentes estudios han mostrado que la brecha salarial entre hombres y
mujeres se mantiene e incluso se incrementa a medida que las mujeres tienen más años de
educación. Asimismo, en muchos países de la región se observa que un mayor porcentaje
de mujeres encuentra trabajo en el sector informal o de baja productividad. Este indicador
aproxima al porcentaje de personas que trabajan en empleos precarios, ya sea desde el
punto de vista de los salarios, de la duración del contrato o de la seguridad social (ver
tabla 2).
Más aún, en muchos países de la región porcentajes importantes de mujeres
trabajan para el mercado sin recibir ninguna remuneración.
Se conoce que unas 85 millones de mujeres no disponen de ingresos propios en
América Latina, región donde hoy la mayoría de los pobres y los migrantes también son
de ese sexo, según cifras de la CEPAL.
La situación es particularmente grave en Chile, México, Venezuela,
Nicaragua, Colombia, El Salvador, Costa Rica y Bolivia, donde al menos cuatro de cada
diez mujeres mayores de 15 años no tienen capacidad para solventar ningún gasto.
1
En total, unas 60 millones de mujeres latinoamericanas no tienen otra
ocupación en su vida que las labores domésticas, por lo que no cuentan con seguros de
salud ni ahorros previsionales.
Ante esta realidad, el Comité CEDAW, ha exhortado a los Estados Parte a que
“reúnan datos estadísticos relacionados con las mujeres que trabajan sin remuneración,
seguridad social ni prestaciones sociales en empresas de propiedad de un familiar, e
incluyan esos datos en sus informes al Comité”.5
Tabla 2: Porcentaje de fuerza laboral masculina y femenina en el sector
informal: Países seleccionados de América Latina.
Porcentaje de la fuerza laboral no
agrícola en el sector informal 1991/1997
Mujeres
Bolivia
Brasil
Chile
Colombia
Costa Rica
El Salvador
Honduras
México
Panamá
Venezuela
Porcentaje de
mujeres del sector
informal que
forman parte de la
fuerza laboral
1991/1997
Hombres
74
67
44
44
48
69
65
55
41
47
55
55
32
42
46
47
51
44
35
47
51
47
46
50
40
58
56
44
44
38
Fuente: Thelma Gálvez: Aspectos económicos de la equidad de género. Serie Mujer y
Desarrollo No 35, Santiago de Chile, CEPAL, Unidad Mujer y Desarrollo, 2001
2. Género y pobreza.
Bajo los efectos de la crisis financiera internacional, los medios informativos
intentan minimizar la magnitud de la crisis alimentaria mundial, que no solo se castiga a
los que tienen menos, sino que también provoca un aumento neto del porcentaje de
pobres e indigentes que al no ver incrementados sus ingresos disponibles, no pueden
adquirir una canasta básica de alimentos.
Se eleva por ende la proporción de hogares pobres, asimismo otros grupos
vulnerables, cercanos por sus ingresos a la línea de pobreza, entran en riesgo de
empobrecimiento.
5
Recomendación General No.16, décimo período de sesiones, 1991,”Mujeres que trabajan sin
remuneración en empresas familiares rurales y urbanas”.
1
Así que el creciente empobrecimiento de la población mundial es algo que ni
siquiera el Banco Mundial ya puede ocultar con sus mediciones.
Resulta que el Banco Mundial en sus últimas estimaciones ha descubierto que
son 1.400 millones de personas las que viven en la pobreza, por debajo de un nuevo
umbral de 1,25 dólares al día. Esta cifra es sustancialmente mayor a la que reportaron en
su estimación anterior de 985 millones, que data de 2004.
En 1981 el Banco Mundial calculaba que había 1.500 millones de pobres, pero
ahora también ha reevaluado esa cifra y estima que a principios de los 80 la cantidad era
superior: cerca de 1.900 millones. Esto indica que la pobreza en las últimas décadas ha
decrecido menos de lo que se creía.
Según el propio Banco Mundial, el precio de los alimentos ha aumentado un
83 % en los últimos tres años. Para las personas pobres del mundo, que gastan entre el 50
y el 80 % de sus ingresos en comida, las consecuencias son desastrosas.
Por su parte, Oxfam calcula que la subsistencia de al menos 290 millones de
personas se encuentra en peligro inmediato debido a la crisis de alimentos, y el Banco
Mundial afirma que 100 millones de personas han caído ya en la pobreza como resultado
de la misma.
Según la propia fuente, el 30 % del aumento experimentado por los precios de
los alimentos es atribuible a los biocombustibles, lo que sugiere que éstos han puesto en
peligro la subsistencia de casi 100 millones de personas, y han arrastrado a la pobreza a
más de 30 millones.
Por lo que si tomamos las cifras proporcionadas por el Banco Mundial y otras
organismos internacionales ,no es difícil percatarse de que, habitualmente los estudios
sobre la pobreza se suelen enfocar en dos dimensiones, o bien ponen el acento sobre la
dimensión de las carencias y privaciones, tomando como criterios factores de ingreso y/o
de necesidades básicas insatisfechas, o bien se enfocan en los aspectos sociales y
cualitativos de la experiencia de vida de los grupos pobres en el contexto de las
estrategias familiares de vida.
La pobreza no siempre se ha analizado desde una perspectiva de género. Antes
que las feministas contribuyeran al análisis, se consideraba que la población pobre estaba
íntegramente conformada por hombres o bien se daba por sentado que las necesidades e
intereses de las mujeres eran idénticos a los de los hombres jefes de hogar, y por ende
podían supeditarse a ellos.
Sin embargo, los estudios que confirman las desigualdades de género,
especialmente en el acceso de las necesidades básicas y su satisfacción, respaldan la
aseveración de que la pobreza femenina no puede comprenderse bajo el mismo enfoque
conceptual que la pobreza masculina.
Para una madre soltera de Guyana “la pobreza es hambre, soledad, no tener
un lugar adonde ir cuando termina el día, la privación, la discriminación, el abuso y
el analfabetismo”.
1
Para un habitante de los tugurios de Filipinas “la pobreza es la madre que
habita en un tugurio porque su choza ha sido demolida por el gobierno por razones
que no puede comprender”.Definiciones como esta supera a cualquier otra dada por los
organismos internacionales.
El fenómeno de la pobreza, reclama su análisis desde la perspectiva de género,
solo así se pueden explicar dinámicas cotidianas al interior del hogar, de cómo se produce
la distribución desigual de cargas y penurias, critica la concepción de la pobreza
entendida como acceso a determinado nivel de ingresos y contribuye a la compresión del
fenómeno en una perspectiva integral, dinámica, multidimensional y heterogénea.
Si revisamos por ejemplo, las últimas estimaciones de la FAO, se señala que
antes de la subida de precios en 2007-08, las personas desnutridas en el mundo eran
850 millones, pero tan solo en 2007 esta cifra ha aumentado en 75 millones. Esto hace
que la cifra de población desnutrida en el mundo en 2007 se eleve a 923 millones de
personas (FAO, 2008).
Pero nos dice también que siete de cada diez personas que pasan hambre en el
mundo son mujeres. Las mujeres aportan dos terceras partes de las horas de trabajo. Ellas,
sin embargo, tan sólo poseen el 10% de los ingresos mundiales y un 1% de los medios de
producción (FAO, 2008).
También debemos conocer que las mujeres cosechan, producen, consiguen y
preparan la mayoría de los alimentos mundiales: ellas son responsables del 75% de la
producción alimentaria doméstica en el África subsahariana; el 65% en Asia; y el 45%
en América Latina.
Asimismo, recae principalmente sobre las mujeres la difícil tarea de recoger
y transportar agua. Como el agua se ha vuelto escasa, la carga de trabajo de las mujeres se
ha incrementado. La asistencia a la escuela, y eventualmente las matriculaciones por
parte de las jóvenes ha disminuido a medida que aumenta la distancia para buscar agua.
Los análisis de la FAO respecto de los efectos de la subida de los precios de los
alimentos básicos en el bienestar indican que los hogares encabezados por mujeres en la
mayoría de las muestras nacionales, rurales y urbanas normalmente obtienen resultados
peores que los hogares encabezados por hombres, debido a que se enfrentan bien sea con
mayores pérdidas de bienestar, bien con menores aumentos de bienestar (FAO, 2008).
Es más, en contextos rurales, estos hogares tienen menor acceso a la tierra y
participan en menor medida en actividades para generar ingresos agrícolas y, en
consecuencia, no pueden participar en los beneficios de la subida de los precios de los
alimentos (FAO, 2008).
En los países subdesarrollados, se mantienen importantes disparidades de
género en relación con el acceso a la tierra, el agua, el crédito y otros insumos. Aunque
las mujeres son a menudo las que se encargan de realizar gran parte de los trabajos
agrícolas, en particular en el África subsahariana, por lo general apenas poseen tierras
(UNICEF, 2007).
1
En el Camerún, las mujeres aportan tres cuartas partes de la mano de obra
agrícola, pero poseen menos del 10 por ciento de las tierras; en Brasil, poseen el 11 %
de las tierras, mientras que en el Perú poseen algo más del 13 %. (FAO, 2008).
Numerosos estudios coinciden que a pesar del importante papel que
desempeñan las mujeres en la producción agrícola, rara vez, estas participan en la
gestión de estos recursos.
En un estudio realizado por von Braun y Kennedy (1994), se constató que en
«ninguno de los estudios monográficos analizados desempeñaban las mujeres funciones
importantes como la adopción de decisiones y de operadores de los cultivos más
comercializados, ni siquiera cuando se promovían cultivos típicos de la mujer» (FAO,
2008).
Algunas características que inciden en la relación mujer y pobreza y que han
sido relevadas en abundantes investigaciones pueden resumirse de la siguiente forma:
• Existe una gran concentración de mujeres que trabajan en el sector informal
en situaciones muy precarias de empleo, las que perciben salarios exiguos e inestables y
no cuentan con sistema alguno de protección social.
• Las mujeres pobres gozan de mínima autonomía económica con el
consiguiente impacto en materia de reconocimiento social, autoestima y manejo de
recursos de poder al interior del hogar.
• La proporción de hogares con jefatura femenina ha aumentado en casi todos
los países y estratos de pobreza; pero el porcentaje de hogares indigentes encabezados por
mujeres continúa siendo más alto que en el caso de los pobres y no pobres.
• Las mujeres pobres jefas de hogar son las únicas proveedoras del hogar y el
sustento que obtienen es inferior al que logran los perceptores hombres. A ello se agrega
que estas mujeres enfrentan simultáneamente una doble carga de trabajo y agudas
situaciones de tensión, estabilidad emocional y salud mental al enfrentar solas la
responsabilidad de menores a su cargo.
• Las mujeres pobres destinan una importante dedicación de su tiempo al
trabajo doméstico, que se duplica cuando este debe ser complementado con trabajo
remunerado al exterior del hogar. Ello se asocia con extensas jornadas y escasa
disposición de tiempo personal.
• Entre las mujeres pobres hay mayores tasas de embarazo adolescente, no
obstante disminuyen las tasas de fecundidad en el nivel agregado.
• El aporte de un segundo salario a la familia popular, al acceder la mujer al
empleo tiene alta incidencia en las oportunidades de esas familias de mejorar o disminuir
la incidencia de la pobreza.
• La mujer pobre es una activa colaboradora de las políticas sociales al ser ella
la que canaliza los servicios sociales hacia la familia, como lo demuestra su alta
1
incidencia y participación en los programas de transferencia directa de ingreso
actualmente en curso en América Latina.
• En el plano de los proyectos de desarrollo sociocomunitario son las mujeres
las principales gestoras y participantes.
3. Sobre la peligrosa tesis de “feminización de la pobreza”.
Sin embargo, la insuficiente apreciación de las diferencias internas entre
mujeres y del carácter de las relaciones sociales en que se desenvuelven, han producido
un conjunto de estereotipos bastante monolítico que no abarcan a todas las mujeres ni
reproducen todos los contextos. El más obvio de ellos, y el que cada vez recibe más
críticas, guarda relación, en primer lugar, con el concepto genérico de la "feminización de
la pobreza", y en segundo lugar, y más significativo, con sus vínculos con la
"feminización progresiva de la jefatura de hogar" (Chant, 2003).
El hecho de que el único grupo de mujeres que se ha considerado susceptible
de un mayor riesgo de pobreza bajo los auspicios de la tesis de la "feminización de la
pobreza" sea el de las mujeres jefas de hogar es, obviamente, una detracción de otras
cuestiones (edad, etnia, clase social, etc) que puede condenar a ciertos grupos de mujeres
a niveles idénticos, si no superiores, de privación.
Otro efecto negativo de la tesis de la feminización de la pobreza es que tiende a
arrinconar el género en la "trampa de la pobreza". Dicho de otro modo, la desigualdad de
género se ve reducida a una función de la pobreza, a pesar de que pobreza y género
representan relaciones sociales diferentes.
Suponer sin cuestionamientos que la pobreza se asocia necesariamente con los
hogares con jefatura femenina es peligroso porque no se examinan las causas y la
naturaleza de la pobreza y se parte de la implicación previa de que los niños de esos
hogares se encuentran en una situación mucho peor, ya que sus familias están
incompletas.
Por otra parte, si se sugiere que la pobreza está confinada sólo a las jefas de
hogar femeninas, no se tendría en cuenta la situación de las mujeres en general. Lo que
implica es que los hogares con jefatura femenina son más pobres que los hogares con
jefatura masculina. Sin embargo, la pregunta que no se formula es si las mujeres están en
mejor situación en los hogares con jefatura masculina.
Al convertir en norma los hogares con jefatura masculina se desvanecen
importantes contradicciones entre un tipo de hogar y otro, como también desaparece la
posibilidad de que haya una posición de desequilibrio económico y social de la mujer con
respecto al hombre (Chant, 2003).
Otro resultado significativo de la insistencia en que los hogares con jefatura
femenina son "los más pobres de los pobres" es que da la impresión de que la pobreza se
debe más a las características de esos hogares (incluido el estado civil de quienes los
encabezan) que a los contextos sociales y económicos en los que se encuentran. Esto no
sólo convierte a las mujeres en chivos expiatorios, sino que además desvía la atención de
las grandes estructuras de desigualdad socioeconómica y de género.
1
Debemos tener en cuenta, que la preocupación por la relación entre mujer e
ingreso en el marco de la tesis de la feminización de la pobreza es peligrosa por dos
motivos principales: porque, desde un punto de vista analítico, encubre las dimensiones
sociales del género y la pobreza, y porque en términos de política se traduce en un tema y
un grupo únicos, lo que tiene escasa capacidad para desestabilizar las estructuras,
profundamente consolidadas, de la desigualdad de género en el hogar, el mercado laboral
y otros ámbitos (Chant,2003).
Por otra parte, los debates sobre la jefatura femenina del hogar y la pobreza
también han puesto en el tapete temas como el ‘poder’ y el ‘empoderamiento’, en la
medida en que han subrayado cómo la capacidad de controlar y asignar recursos es tan
importante —si no más— que el poder de obtener recursos, y que no existe una relación
simple y unidireccional entre el acceso a los recursos materiales y el empoderamiento
femenino.
Asimismo, con demasiada frecuencia, se percibe un exagerado optimismo con
respecto al papel de los microcréditos en la superación de la pobreza de las mujeres. Así
podemos encontrar aseveraciones como estas en determinados informes nacionales del
Banco Mundial:
“María es boliviana y tiene 40 años. Como miles de mujeres en todo el
mundo, nunca pensó que ella sería quién llevase el dinero a casa. Pero gracias a un
pequeño crédito que le concedió una ONG puso en marcha una microempresa de la
que viven ella y sus hijos. Tiene una pequeña tienda de ropa. María es una mujer
que ha conseguido ser protagonista de su propia vida”.
El primero en referirse a los beneficios de los microcréditos fue Muhhammad
Yunus, economista y premio Nobel de la Paz. Creó el llamado Banco de los pobres y
decidió que el 95% de sus beneficiarios del banco, el Grammen Bank, fueran mujeres.
Algunos autores refieren: “Cuando el préstamo entra en una familia a través de
una mujer, los beneficios van directamente al bienestar de la familia”. Las mujeres
dedican el 70% del préstamo a mejorar la calidad de vida de su familia, frente al 30% que
dedican los hombres (Banco Mundial, 2007).
Pero, otros autores señalan con mucho acierto que, la falta de participación de
las mujeres en los planes económicos estratégicos de cada país tampoco puede ser
nivelada con programas aislados de micro emprendimientos, que resultan ser micro
respuestas a macro problemas ( Chiarotti, 2000).
Estos programas de micro finanzas, parten del supuesto de que la pobreza de
las mujeres está relacionada con deficit de ingresos y capital humano y que un mejor
nivel educativo y entrenamiento general y laboral permitiría superar la pobreza.
Esta óptica ignora los complejos y múltiples mecanismos que generan la
desigualdad, inequidad y pobreza y asumen una postura lineal que pretende superar esos
déficit y sacar a las mujeres de la pobreza. Suponen que, a la hora de superar los déficit,
las mujeres encontrarán un mercado capaz de acogerlas y generar las oportunidades de
desarrollo que necesitan.
1
Suele relegarse a un segundo plano la preocupación por los aspectos
estructurales que causan la pobreza. También suele perderse de vista el análisis
combinado de las políticas económicas y sociales en su impacto sobre las condiciones de
vida de las mujeres , de suerte que la política económica se asocia con temas de
crecimiento y productividad sin tomar en cuenta su impacto directo sobre sectores que no
logran participar de dinámicas económicas “exitosas” sino operar en el margen de la
informalidad y el autoempleo, mientras que las políticas sociales se entienden como el
mecanismo que viene a reparar o enmendar los impactos negativos.
4. Los programas de reducción de la pobreza
El hecho de que los hogares con jefatura femenina hayan sido un "grupo visible
y fácilmente identificable en las estadísticas de ingreso ha alimentado, al igual que la tesis
de la feminización de la pobreza en general, todo un conjunto de programas y proyectos
políticos y económicos. En cierto sentido, por ejemplo, ha servido al entusiasmo
neoliberal por las medidas de reducción de la pobreza funcionalistas y basadas en
objetivos en favor de grupos "excepcionalmente" desfavorecidos.
En ese sentido comienzan a instalarse programas de protección social dirigidos
a los segmentos más pobres en diversos países de América Latina. Tienen por objetivo
apoyar a las familias para que puedan mejorar sus condiciones de vida y salir del ciclo de
la pobreza y/o a superar una situación severa de crisis de ingreso en el corto plazo.
A los objetivos de protección social se suman objetivos de inversión en capital
humano por la vía de ligar la transferencia a la condición de que los beneficiarios asuman
responsabilidades de asistencia de los niños a la escuela y/o a los servicios de salud. Si se
trata de programas de empleo en situación de crisis, vinculan la transferencia con algún
compromiso laboral de los participantes.
En ese grupo de programa, tenemos los casos de Oportunidades (ex Progresa)
de México, Bolsa Familia de Brasil y Jefas y Jefes de Hogar de Argentina. Algunos de
los programas han experimentado ajustes y rediseños en el proceso de ejecución, por
ejemplo Oportunidades viene del anterior Progresa, Bolsa Familia fusiona diversos
programas similares que se estaban implementando en Brasil, el Bono de Desarrollo
Humano del Ecuador viene del Bono Solidario.
De manera general, estos programas comparten las siguientes características:
• Se trata de programas de subsidio a la demanda por medio de transferencias
monetarias directas para que las familias mejoren su consumo.
• Definen objetivos de soporte y alivio a la pobreza y de inversión en capital
humano.
• La mayoría de los programas son de carácter condicionado y cuentan con un
componente centrado en educación y otro relativo a salud y nutrición. El componente de
educación consiste en becas en efectivo destinadas a niños para asistir a la escuela
1
primaria. En algunos países esto se extiende a la educación secundaria. Se exige
asistencia regular a la escuela para acceder a la donación.
• Están claramente focalizados en población pobre y/o extremadamente pobre,
para lo cual operacionalizan diferentes técnicas y metodologías, en algunos casos
combinando criterios de focalización territorial con criterio de pobreza.
Los mecanismos de selección de beneficiarios varían entre la aplicación de una
ficha estandarizada que entrega un puntaje (Chile Solidario, Bono de Desarrollo
Humano) a un sistema que combina selección de territorios de acuerdo a información
sobre desarrollo humano y pobreza, mediciones de carencias en las familias y, en tercer
lugar, juicio de actores relevantes y de la propia comunidad (Oportunidades y en parte
Bolsa Familia).
• Son las mujeres las receptoras de la transferencia, ya sea porque el programa
expresamente lo estipula así en sus reglas de operación o porque así se da en la práctica.
• Declaran diferenciarse de anteriores programas de transferencias que
traspasaban recursos a beneficiarios que los recibían en forma pasiva. En este caso, los
beneficiarios deben responsabilizarse de cumplir un acuerdo o contrato con el programa.
• En caso de no cumplir la parte del contrato que le corresponda, por ejemplo,
si se da el caso de una asistencia irregular de los niños a la escuela, no participar en las
charlas que dicta el programa o faltar a los compromisos adquiridos, el beneficiario/a
arriesga ser suspendido del programa.
• Son programas financiados o apoyados e incentivados por la banca
multilateral que ejerce un fuerte rol en el apoyo a los países para el diseño, operación y
evaluación de los mismos.
Dentro de estos programas, son las mujeres el andamiaje institucional invisible,
que sin remuneración ni reconocimiento de su carga familiar y laboral, constituyen a
menudo la única puerta de entrada a la protección social. Así, las mujeres terminan
siendo las responsables del cumplimiento de las condicionalidades programáticas
impuestas tales como la inmunización, la atención de salud y la escolaridad de niños y
niñas.
Estos programas nos muestran como los países latinoamericanos están
cambiando los sistemas sociales de la etapa del llamado Estado desarrollista por modelos
de asistencia focalizados por la vía de la expansión de programas de transferencia directa
de ingreso que pueden ser vistos como un paliativo en un contexto de debilitamiento de
los mecanismos e instituciones de protección y bienestar social.
Sin embargo, no responden a los requisitos de una política social integradora y
basada en un sentido amplio de construcción social. Los programas de transferencias
ofrecen a los pobres “beneficios limitados sin derechos”. Su principal preocupación es el
alivio de la pobreza mediante la creación de redes de protección mínima para grupos que
no pueden beneficiarse de otras disposiciones más estructurales y universales. Sin
2
embargo, los derechos no se condicionan ni se negocian, simplemente los derechos se
respetan.
Comentarios finales
En un mundo donde las fronteras de los Estados están amenazadas por la
globalización neoliberal, donde el ritmo del desarrollo está marcado por procesos
económicos altamente competitivos en los cuales la mayoría es brutalmente excluido y
donde el marco de las políticas neoliberales impone un contexto de restricciones fiscales
al despliegue del rol social del Estado, el dilema es definir, si cabe enunciarlo así, ¿cuál
es la “mejor política” para el capital o para la sociedad?
Aunque se reconoce que los enfoques conceptuales y metodológicos sobre las
políticas de desarrollo y el género han ido avanzando considerablemente, como resultado
de tres décadas de la investigación feminista sobre el género y la desigualdad, todavía
tenemos muchos desafíos por delante.
A pesar de las críticas realizadas a las políticas económicas y sociales
dominantes, esto debe constituir un llamado a la acción que nos incita a cuestionar las
ideas preconcebidas sobre el propio desarrollo, examinando cómo se produce la riqueza,
y se distribuye, todo esto desde una perspectiva de género.
Romper las inequidades de género pasa por medidas de autonomía económica,
compatibilización de roles productivos y reproductivos entre hombres y mujeres,
ampliación de los espacios de poder y el diseño de políticas que encaren los problemas de
violencia, sexualidad reproducción.
Las mujeres tenemos derecho a tener derechos.6 El aporte de las mujeres a la
sociedad debe ser visible y contar en el diseño y evaluación de las políticas de desarrollo
económico y social. Que “Cuente” significa en palabras de Diane Elson, que sea contado
en las estadísticas, contabilizado en los modelos económicos, y tenido en cuenta para la
toma de decisiones en los niveles macro y micro de las políticas.
Por lo que las principales tareas para el futuro no consistirán sólo en continuar
descubriendo los “casilleros vacíos”de género de los principales conceptos y políticas,
sino también en construir nuevas metodologías de carácter cuantitativo, cualitativo y
participativo, que reconozcan realmente que los análisis de género constituyen para toda
la sociedad no sólo un objetivo deseable, sino indispensable.
6
Una mirada desde el Género: Ajuste, integración y Desarrollo en América Latina. Editora Marcia Rivera.
2
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