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Agonía y muerte de la revolución
Leyendo el excelente artículo de Laureano Márquez titulado “T.S.J. (Todo se jodió)”, me atrevo a escribir una
metáfora que se me ocurrió en el programa de la mañana que modera el periodista Jorge Villet en TAM
sobre las similitudes entre la melodramática agonía y muerte del presidente Hugo Chávez y los estertores de
su revolución.
En efecto, la enfermedad del presidente Chávez se trató de ocultar y manipular hasta provocar comentarios
que iban desde su perfecta salud hasta la de presidir el gabinete ya difunto. La opacidad generó rumores,
cuando lo procedente es la información transparente que parte de un informe médico y boletines sucesivos
sobre la evolución de la enfermedad. Nadie se explica cómo no acudió a los especialistas que le ofrecía su
amigo Lula da Silva. Al final vino un desenlace que aún es un misterio, confinado en un hospital cubano
como secuestrado por las fuerzas de un poder que lo llevó a la tumba. Aún los venezolanos no hemos visto
su cuerpo ni su partida de defunción.
La revolución sigue parecido y doloroso camino hacia su muerte, víctima de una grave enfermedad que el
gobierno quiere ocultar, que se niega a aceptar el diagnóstico de los expertos y menos aplicar los
tratamientos que al menos salve a los venezolanos de las consecuencias de la gravedad de sus males y de la
precipitación de su muerte. Lo sensato es la transparencia, la verdad ante un pueblo ya desesperado que,
como en el caso del comandante, al menos intuía que algo grave acontecía y se manipulaba mientras se
aseguraban los intereses del poder y del dinero. Hoy aún se desconocen las macabras maniobras que
hicieron de aquel hombre una víctima y lo condujeron a la muerte, y se hace lo mismo con una revolución
que ya está muerta.
La enfermedad, en este caso, está a la vista: una de las plagas más dañinas le han caído al país: unos
parásitos que han consumido sus enormes riquezas bajo el engaño del populismo más abyecto, la
degradación moral y ética de los cuadros revolucionarios y la usurpación de la soberanía por una banda que
no conoce ni valores ni principios. Aquel fresco sueño que alimentó la constitución de 1999 se trocó en
pesadilla y coloca a los venezolanos en trance de desesperación, consientes del engaño y de la humillación
histórica, perplejos ante el tamaño del problema y la ceguera de un equipo gobernante que desvaría.
Creí que lo más conveniente era que Nicolás Maduro terminara su mandato, pero la irracional de sus
actuaciones y su increíble soberbia ha llevado a la crisis total del país, al colapso de su economía, a la
degradación de sus instituciones, a la anarquía y al saqueo. Como dice Laureano Márquez “Uno no sabe cuál
es esa salida inteligente, justa, ecuánime y equitativa, pero hay que hallarla. No es momento para ponernos
brutos. Relajados ya, sin la preocupación de que el país se va a hundir, porque ya naufragó. Sin estrés, con
habilidad e ingenio hay que convocar a las mentes más brillantes a pensar. Una especie de conclave de la
intelligentsia nacional.” Agregaría que hay que leer bien el mensaje del 6 de diciembre, saber escuchar la voz
de los venezolanos y hacer lo correcto sin dilaciones.
Fortunato González Cruz