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RESEÑAS
DONALD N . MCCLOSKEY:
The Rhetoric of Economics,
Wisconsin Press, Madison, 1986*
University of
A primera vista los economistas neoclásicos están tan bien como siempre.
Continúan agregando elementos elegantes y técnicamente sofisticados a sus
ya extensivas elaboraciones, tienen gran éxito imponiendo su manera particular de pensar sobre otros científicos sociales así como académicos y disfrutan del control casi exclusivo de la distribución de posiciones académicas en la profesión de economía.
Sin embargo, han desaparecido las bases sobre las cuales los primeros
neoclásicos modernos pensaban que descansaban sus teorías. Cuando Samuelson et al., emprendieron la revolución neoclásica, creían firmemente
en la posibilidad de crear enlaces científicos para la economía. La economía
científica era cuestión de escribir modelos matemáticos y correr algunas regresiones para establecer los hechos correctamente. Confiados de su ciencia los economistas podían decirles a quienes formulan la política económica cómo poner en orden su economía. Sin embargo, los eventos de las
últimas dos décadas han disuelto mucha de esa confianza y Thomas Khun,
entre otros, ha convencido a gran número de economistas de que las bases
científicas putativas para su disciplina eran ilusorias de todas formas.
Atrapados en un dilema, los neoclásicos continuaron construyendo sus
teorías, a pesar de la disolución de sus bases iniciales. La confesión de que
todo era una farsa podía destruir todo lo construido hasta ahora. En este
punto, la confesión pública no parece la mejor estrategia. Sin embargo, en
sus conversaciones informales, los neoclásicos a menudo expresan escepticismo, si no es que cinismo, sobre el estado de la economía.
Aparece en escena Donald McCloskey, un economista de Chicago,
quien hizo fama extendiendo la elaboración neoclásica al campo de la historia económica. Posteriormente, les dijo a sus colegas que las bases científicas no importaban, que su preocupación por la cientificidad de la economía
de hecho estorbaba al progreso de la economía neoclásica y, el mayor sacrilegio de todos, que estaban manejando un tipo de retórica que tiene mucho
en común con la poesía.
Este mensaje tan poco común lo transmitió por primera vez en 1984,
en un artículo del J o u r n a l of E c o n o m i c L i t e r a t u r e Q T i L ) titulado "La retóri* La serie de tres reseñas sobre este libro v la réplica del autor que aquí presentamos, fueron publicadas originalmente en ingles en Tbe Roriew of Radical Política!
vol.
Economics,
R R c o , 5,
1,
19, núm.
1990
3,
1989.
181
182
ESTUDIOS ECONÓMICOS
ca de la economía". Siguieron otros artículos sobre el tema y ahora están
junto con el artículo original, incluidos en el libro a discusión.
El hecho de que este artículo haya pasado el proceso de arbitraje del
JEL es asombroso. La fuerte reputación de McCIoskey como economista
neoclásico puede haber sido un factor, pero sospecho que la melodía que
él entona tocó un punto sensible de aquellos economistas que han llegado
a vislumbrar la imagen de la economía como una ciencia. Después de todo,
hasta los positivistas más empedernidos se refieren a la historia que fundamenta una teoría, hablan de argumentos, construyen "análogos" para estudiar realidades complejas y reconocen que adaptan sus escritos según el
público a quien van dirigidos. Todas estas observaciones pasan inadvertidas en la imagen convencional de la economía que encontramos en los capítulos introductorios de los libros de texto, pero son destacados por la
perspectiva retórica de McCIoskey.
En esto McCIoskey se une a multitudes de críticos literarios, filósofos,
especialistas en comunicación y demás, que recientemente han empezado
a revivir a los fantasmas de los sofistas y a Giambattista Vico del siglo xvni;
así ven ellos toda forma de comunicación humana como retórica. Van más
allá de la definición convencional de retórica que, según Aristóteles, comprende la comunicación característica de las cortes de ley (forense), parlamentos (deliberativa) y celebraciones (apodeíctico), así como la comunicación a través de novelas, poesía y artículos escolásticos. McCIoskey
simplemente agrega a la lista los escritos sobre economía.
Con este planteamiento retórico, todos, seamos fanáticos del béisbol,
poetas, revolucionarios o economistas, empleamos una variedad de artificios retóricos como metáforas, analogías y anécdotas para comunicar nuestras ideas. McCIoskey presenta un caso convincente para ubicar estos artificios en economía. Hasta las matemáticas se convierten en un artificio de
retórica en las lecturas de McCIoskey. La función de producción que encontramos en el artículo de Solow, ganador del premio Nobel en 1957, por
ejemplo, se convierte en una metáfora; un símbolo ("K" o "L"), en metonimio (como lo es la Casa Blanca al hablar de la Presidencia); y la especificación de cambio técnico ("A(t)") una sinécdota (considerar a una parte
como el todo). Así, McCIoskey desmitifica la posición única que las matemáticas tienen en la imagen científica de la economía y demuestra que tienen más en común con la poesía de lo que algunos economistas quisieran
reconocer.
El blanco principal de McCIoskey en su dcsconstrucción retórica de los
escritos económicos es la retórica cientificista de los economistas. Le molesta la máscara de "científicos objetivos" que los economistas se ponen al
escribir matemáticas, al usar el "nosotros" de la realeza, al hablar en voz
pasiva e insertar términos científicos donde sea posible. En el caso de un
artículo con mucha influencia de John Mullí, McCIoskey demuestra que
mucha de esa prosa cientificista podría eliminarse fácilmente y traducirse
RESEÑAS
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al lenguaje común, si no fuera por el hecho de que el público de economistas demanda tal retórica:
La forma del artículo de Muth busca persuadir. No engañar: persuadir. Dicho
clara o científicamente, o sobre todo, no científicamente, a final de cuentas no
hubiera sido un escrito científico de éxito. En pocas palabras, el artículo, como
cualquier otro trabajo científico, es retórico, aun en su atractivo estilo de retórica sin retórica.
En un análisis similar revela la vestimenta científica con la cual Robert
Fogel presenta su argumento sobre el hecho de que los ferrocarriles tuvieron poco efecto sobre el crecimiento económico de Estados Unidos; según
McCloskey dicha vestimenta, que acercó la retórica neoclásica al terreno de
la historia de la economía, hizo al argumento de Fogel mucho más efectivo
que uno muy similar de Albert Fishlow, quien se adhirió a la retórica convencional del análisis histórico.
¿Qué concluimos de la perspecüva retórica de McCloskey sobre economía neoclásica? Algunos neoclásicos han reaccionado muy consternados
porque perciben que McCloskey dice que sus argumentos son "mera retórica" y que, a falta de estándares científicos, lo que sea vale (¡así la economía
marxista podría ser tan verdadera como la suya!). Para prevenir tal interpretación, McCloskey confirma repetidamente su solidaridad con la comunidad neoclásica, enfatiza que le gusta la retórica económica de Muth y Fogel;
aprecia su acercamiento neoclásico, o más específica mente, su acercamiento tipo Escuela de Chicago a la economía. Lo que objeta es su retórica cientificista. Las conversaciones económicas estarían mejor sin pretensiones
científicas, incluidos los artículos de Muth y Fogel. Prevé que al estar conscientes de las características retóricas de su conversación, los economistas
se animarán a escribir mejor, enseñar mejor, mejorarán sus relaciones con
otras disciplinas, se comunicarán mejor y estarán abiertos a nuevos tipos
de argumentos. McCloskey sostiene que los economistas en particular podrían aprender mucho de los teóricos literarios, historiadores, poetas, académicos clásicos y otros humanistas. Y aunque no lo dice en su libro, en
sus conferencias apoya fervientemente la crítica sobre la intolerancia que
la profesión económica demuestra hacia sus miembros no convencionales
como los austríacos y los marxistas.
Leyendo desde el punto de vista radical, se puede considerar el argumento de McCloskey como una treta defensiva semejante a la empleada por
Friedman hace treinta años para salvaguardar a la economía neoclásica de
la crítica. Se podría usar muy bien como tal; él mismo lo hace al descartar
a los críticos de la función de producción neoclásica por no reconocer su
carácter metafórico.
Pero esta crítica ignora la más amplia discusión en que McCloskey
toma parte. Cualquiera que se interese en dicha polémica descubrirá que
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ESTUDIOS ECONÓMICOS
los filósofos críticos como Jurgen Habermas y Michel Foucault están en la
lista de lecturas requeridas (al lado de teóricos literarios como Stanley Fisher
y Wayne Booth y filósofos como Richard Rourty y Stephen Toulmin). El lector encontrará que los economistas marxistas Resnick y Wolff (1987) presentan un argumento antiepistemológico parecido al de McCloskey y que varios
economistas neoclásicos han desarrollado sus críticas a través del análisis
de la retórica de la economía neoclásica (Klamer, McCloskey & Solow, en
seguida). Yo mismo soy partícipe de esta nueva discusión sobre economía
y no estoy de acuerdo con McCloskey en su evaluación de la misma.
Un error importante que encuentro en su análisis es el atenuar las diferencias dentro de la economía. Dice que los desacuerdos entre economistas
son frecuentemente exagerados. Yo pienso que esto es incorrecto (ver Co¬
lander & Klamer, 1987). Lo más importante es que, al tomar esta posición
"razonable", McCloskey pasa por alto una de las principales razones por la
cual nos debería interesar la retórica, que es: ¿por qué la retórica neoclásica
domina actualmente a otras retóricas económicas como la marxista o la poskeynesiana? Esta pregunta requiere interpretación, necesitamos saber qué
hacen las metáforas, cómo favorecen un tipo de discurso sobre otro y qué
posición ideológica comunican. Pero McCloskey sólo identifica las metáforas dentro del razonamiento económico y se abstiene de la interpretación.
De ser así reconocería que la metáfora del individuo racional, que él tanto
favorece, es inconmensurable con la metáfora de la retórica que él desarrolla en su libro. La retórica tiene que basarse en las convenciones e invenciones retóricas y no en los simples algoritmos que el individuo racional utiliza
para calcular su elección óptima.
Sin embargo, es refrescante encontrar en McCloskey a un economista
neoclásico que desea ser un i n t e l e c t u a l , una persona renacentista, que se
atreve a retar la hegemonía de las matemáticas en la economía e integra poesía, lingüística, historia yfilosofíaen sus escritos académicos. Su libro es importante porque señala una dirección prometedora para el enriquecimiento
de la conversación económica. Hasta puede cimentar el camino para la interacción honesta entre economistas convencionales y críticos.
Arfo
Klamer
Universidad de Iowa
Referencias
Colander, David y Arjo Klamer, 1987, "The Making of an Economist", Journal of
Economic
Perspectives.
15:95-112.
Klamer, Arjo, Donald McCloskey y Robert M. Solow, eds. (En prensa),
Consequences
of Economic
Rhetoric,
Cambridge: Cambridge University Press.
Resnick, Stephen A. y Richard D. Wolff, 1987, Knowledge and Class, Chicago: The
University of Chicago Press.
RESEÑAS
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Donald McCloskey en su libro "The Rhetoric of Economics" hace un buen
trabajo al exponer las deficiencias de la metodología modernista que los
economistas neoclásicos han heredado de Milton Friedman y otros, y nos
da argumentos convincentes sobre otra manera de pensar acerca de lo que
hacen los economistas. Los economistas no confrontan las hipótesis con
datos y después las rechazan decididamente o las aceptan tentativamente
como dice el método modernista que debe ser (p. 14; capítulo 9), tampoco
dirigen necesariamente sus esfuerzos de investigación hacia anomalías empíricas no resueltas, como sugiere el modernismo (pp. 18-19). Más bien, los
economistas están ocupados en una discusión disciplinada que emplea todo tipo de artificios literarios y retóricos, artificios que su metodología oficial dice que son innecesarios y ofuscantes (capítulos 4-7). McCloskey pide
que los economistas reconozcan la naturaleza retórica de su materia y que
adopten "las normas de diálogo de la civilización" (p. 24), en lugar de metodologías limitantes, como base de su encuesta económica. La economía
ha avanzado sólo a través de la buena retórica y los buenos modales, y sólo
así podrá continuar su avance.
La crítica del modernismo presentada por McCloskey es persuasiva,
pero tanto el aspecto descriptivo como el prescriptivo de su discusión presentan problemas. McCloskey reduce sistemáticamente la importancia del
poder y de la política para determinar el curso de la conversación económica; esta reducción es aparente en su discusión sobre "las normas de diálogo
de la civilización" y la admisión de la conversación. Claro que McCloskey
no está al tanto del papel que el poder puede jugar en la vida intelectual;
es más, discute elocuentemente sobre la utilidad de la metodología modernista para "despejar un espacio para la libre encuesta sin interferencia" (p.
41) en las sociedades represivas. El problema de demarcación, separar la
ciencia de la no ciencia y la seudociencia, se presenta como respuesta política de los científicos a la interferencia política; McCloskey llama a éste "el
problema alemán, o en estos tiempos el problema eslavo" (p. 41). Según
McCloskey, sin embargo, esta función de metodología no es necesaria en
las sociedades abiertas de Occidente.
¿Pero está libre Estados Unidos del problema eslavo? ¿Está libre de
desviaciones el curso de la discusión económica en Estados Unidos por motivos políticos? ¿Estará la admisión de la discusión libre de influencia política? ¿Los estudiantes de posgrado se convertirán en economistas neoclásicos porque el paradigma neoclásico es el más persuasivo, o se i influidos
por la poderosa estructura de la academia en sus decisiones? Estas preguntas no se hacen para apoyar la metodología modernista, que es el blanco
de la mayoría de los ataques de McCloskey, sino para cuestionar lo adecuado de las normas de comunicación como guía de conducta en la academia.
"No mientas; pon atención; no te mofes; coopera; no grites; deja hablar
i otras personas; mantén la mente abierta; no recurras a la violencia o la
:onspiración para apoyar tus ideas" (p. 24). Sin duda estas reglas son
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ESTUDIOS ECONÓMICOS
necesarias para la vida intelectual, pero no son observadas ampliamente.
Los gritos, la burla, no cooperar y la cerrazón mental son muy comunes
en la academia. Y aunque se adhieran ampliamente a las normas de McCloskey, no será seguro que esto sea suficiente para el progreso de la economía;
podría simplemente ayudar a reforzar la estructura de poder ya existente
en la profesión. Hablando del conflicto entre los economistas matemáticos
y los más tradicionales de los años cincuenta, McCloskey observa que
"ningún economista joven de esa época hubiera arriesgado su vida profesional por los meros valores de tolerancia y balance de metodología. . .
los tiempos requerían atacar la ciudadela (p. 4). Así como McCloskey mismo presenta la pregunta sobre si cualquier cambio mayor en economía
puede llevarse a cabo mientras los economistas se adhieran a su ética conversacional.
La pregunta sobre normas de comunicación está muy relacionada con
la pregunta sobre la admisión de la discusión económica. Para McCloskey
unirse al diálogo es poco problemático; sólo parece tener dos requerimientos: aceptar las normas de discusión y ser una persona moral. Las normas
son "las reglas adoptadas en el acto de unirse en discusión" (p. 24), y
son características de "los científicos buenos [,]... morales, honestos y
trabajadores" (p. 37) que conducen una buena discusión. Pero en la práctica existen problemas con ambos requerimientos. Primero, unirse al diálogo económico frecuentemente requiere un compromiso con cierto conjunto de temas y alcances, no sólo con las normas de discusión. McCloskey
es demasiado optimista sobre la facilidad con que los herejes, como los
marxistas por ejemplo, pueden ser admitidos (cf. pp. 3, 24, 174); este optimismo refleja más su mentalidad abierta que la de la profesión. Segundo
su argumento de que la retórica no es ni buena ni mala en sí misma, y
que por lo tanto los economistas necesitan ser buenos (pp 37-38) el resur¬
gimiento del a r g u m e n t u m a d h o m i n e m , considerado tradicionalmente
una falacia retórica. Este resurgimiento es uno de los aspectos más notables
v medrosos del libro de McCloskev va eme carece suserir aue los econo¬
mistas pueden y deben evaluar sus investigaciones económicas sobre la
base de la virtud del investigador (cf p 53) ¿Pero qué constituye la virtud
para McCloskey?
A los economistas de los ochenta les parece que aquellos que lian adquirido habilidad en matrices demarcadas, deberían tener a su cargo grandes economías. . . El virtuosismo es evidencia de la virtud (p. 71).
Es un círculo vicioso: lo que los economistas consideran buena economía se toma como evidencia de la virtud del economista, que a la vez es
evidencia para darle valor a su economía.
Todas estas cuestiones se relacionan con la evaluación favorable de
McCloskey sobre la economía moderna. Aprueba las extensiones de Gary
RESEÑAS
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Becker del razonamiento económico neoclásico a las áreas no económicas
del comportamiento humano (pp. 74-79, 179-181), y discute que "las fallas
de la economía se exageran comúnmente" (p. 174). Reconocer la naturaleza retórica de la economía resultaría en economistas más agradables y persuasivos al discutir, pero no alteraría el curso de la doctrina económica
(capítulo 10). Esta conclusión causará desilusión entre los economistas no
neoclásicos, ya que la retórica por sí sola no es suficiente para llevar a cabo
cambios decisivos en la economía. Aunque todos los economistas fueran
tan razonables como McCloskey y adoptaran "las normas de la discusión
de la civilización" tan concienzudamente como él lo hace, se mantendría
al margen de la discusión económica a los economistas no neoclásicos hasta
que cambiara la sociedad que los rodea.
Hamish
Stewart
Universidad de Harvard
Para muchos lectores de la R R P E * para quienes el discurso constreñido
de los diarios neoclásicos y los principales departamentos de economía de
posgrado son una fuente constante de opresión, el libro de McCloskey puede ser un tónico refrescante. Tenemos aquí a uno de los altos sacerdotes de la doctrina neoclásica que pide su reforma.
Como lo indica McCloskey, el análisis neoclásico del periodo de la posguerra ha sido formado, en gran parte, por los escritos de Friedman E n s a y o s s o b r e l a economía p o s i t i v a (1953); una interpretación de lo que en ese
tiempo era un dogma positivista existente, formulado por Robbins en su
forma clásica y acogido por los economistas neoclásicos a principios de siglo. Al tratar de solidificar lo que se llamaba "positivismo lógico", Friedman, y más bien la Escuela de Chicago, condujeron inconscientemente al
agudo relieve de la división entre lo "teórico" y lo "empírico" del método
positivista. Esto (entre otras lagunas) fue percibido inicialmente por los filósofos como Wittgenstein, y en los años sesenta, bajo la influencia de Quine,
entre otros; y así el positivismo dejó de tener un lugar en el discurso filosófico escolástico. Sin embargo, en economía, apoyado por la Escuela de
Chicago, el positivismo floreció. Se ha reducido la teoría neoclásica al estatus de "parábola" (un término usado cada vez más por los neoclásicos para
describir su trabajo), mientras que el hecho empírico se ha cargado de inferencia estadística, poniendo un peso insoportable sobre la técnica econométrica. Como lo podrían haber predicho los filósofos los pollos positivistas vienen a casa a dormirse en sus laureles.
* Review
of R a d i a t i P o l i t i c a l
Economics.
188
ESTUDIOS ECONÓMICOS
El derrocamiento de McCloskey de la fórmula de Friedman, es sin duda
saludable, aunque tal derrocamiento sea poco excepcional (e. g. Hollis y
Nell, 1975), excepto con respecto a su fuente. Pero yo insertaría una nota
de precaución, tanto para el propósito básico del libro, como para el planteamiento alternativo que sugiere.
En cuanto a propósito, la crítica de McCloskey es contradictoria en un
sentido que se transmite a lo largo del libro, que consiste en que lo que concierne al autor es el concepto que tienen los economistas neoclásicos de lo
que hacen, cuando lo que hacen se toma sin crítica alguna. El trato que da
McCloskey a la teoría marxista revela mucho. Al principio del libro,
McCloskey tiene cuidado de incluirla en la conversación económica, pero
luego procede a ignorarla. Parecería que el marxismo, como un planteamiento heterodoxo, sería de interés para alguien que busca abrir la disciplina (o que discute qué tan abierta es la disciplina), particularmente porque,
al menos en Occidente y Japón, la epistemiología misma ha sido un tema
significativo del discurso marxista. Pienso que, en este contexto, se revela
pecuiiarmente un argumento que hace McCloskey respecto a que el positivismo sirvió a un propósito útil durante el periodo entre guerras bajo la
amenaza del irracionalismo alemán, y aún sirve a ese propósito en "ciertas
repúblicas democráticas de los trabajadores" donde sus ataduras metodológicas son necesarias para mantener el fuerte teórico. ¿Es ésta una función
de la metodología positivista, servir como escudo contra las multitudes socialistas? McCloskey concluye que ésa no puede ser razón para "asirse" al
pos' fi " i s m o "en una sociedad pragmática, abierta y plural" (p. 41), con lo
cual se refiere a la nuestra.
Como alternativa para el positivismo de la Escuela de Chicago, McCloskey apela a la retórica. Desea que sus colegas infieran sobre los discernimientos de la crítica literaria, principalmente la "nueva Retórica" de Richards y Burke. Su discusión sobre esta alternativa es, cuando mucho,
telegráfica, y cae en citar ejemplos dudosos o artificios ingeniosos. Una dificultad básica de McCloskey incluye su incapacidad, por un lado, para distinguir claramente a la "ciencia" como una retórica diferente a la "literatura"; y por otro no tener el valor filosófico (tan disparatado como fuera
tenerlo) para "desconstruir" la ciencia y la literatura. Un pasaje maravilloso
captura el coraje de McCloskey al hacer su apelación, enmascarando su renuencia a confrontar el tema en discusión. Escribe (p. 57): "La economía
es científica, entonces, pero literaria también. Decir que algo es 'literario'
es decir que uno puede hablar de ello de manera que s u e n e m u c h o c o m o
las cosas que las personas cuentan sobre un drama, la poesía, novelas, y el
estudio de ellas" (énfasis propio). Claro que las palabras subrayadas piden
a gritos justo la pregunta que McCloskey no contesta. ¿Acaso discute que
nuestro conocimiento del ficticio Primer Ministro Plantagenet Palliser de
Trollope, no es de diferente naturaleza que nuestro conocimiento de la figura histórica inglesa del siglo xix, lord Russell? ¿Y si aquello que persuade
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en la ciencia es intrínsecamente diferente a aquello que persuade en la literatura, dónde deja eso a la alternativa de McCloskey? Se necesita saber lo
que es la retórica distintiva de la ciencia, en ese caso, una apelación al criticismo literario es necesariamente inadecuada.
David
Gleicher
Universidad de Adelphi
Referencias
Friedman, M. 1953. Ensayos sobre economía p o s i t i v a . Chicago: Imprenta de la
Universidad de Chicago.
Hollis, M. y E. Nell. 1975. El hombre económico r a c i o n a l . Cambridge: Imprenta de
la Universidad de Cambridge.
Robbins, L. 1932. Un ensayo sobre la naturaleza y significado
de la ciencia
económica. Londres: Imprenta de la Universidad de Oxford.
Réplica de Donald N. McCloskey
Universidad de Iowa
Algunas tesis en respuesta
1. Muchos de los lectores radicales de The R h e t o r i c of Economía, representados aquí por Arjo Klamer y la mayor parte de Hamish Stewart, están
favorablemente dispuestos. Lo ven como un arma para acabar con Max
U(x,z,y)S.
T . Y = x + P z . Yo encuentro en M a x U u n tipo mucho más encantador que el que ellos encuentran, pero el libro bien puede ser usado de
esa manera. Muchos economistas piensan así. Max, a pesar de su simpleza,
está alterando los nervios de muchas personas. Nuestros textos de posgrado y artículos profesionales están llenos de residuos de sus colillas de cigarro y tazas de café medio vacías. Ha reprogramado nuestras cabezas con
matemáticas aplicadas de tercera clase, y demasiado a menudo se ha borrado la economía de primera clase. Pero ahora es tiempo de sacar la basura
y borrar nuestras pizarras, quedándonos con los pedacitos útiles de las lecciones de M a x p e t o fijando nuestra atención en el amplio mundo exterior.
2. Me da gusto que mi trabajo libere al demostrar que Max no es tan
diferente de Ü y de mí. No es la mayor liberación que se intentaba. Mi mayor intención era ayudar a liberar a la economía de su mal temperamento
más que de técnicas particulares. La idea era que los economistas dejaran
de despreciarse uno al otro, tanto que puedieran aprender nuevas técnicas
aparte de las propias. El tipo de libro del cual quiero ver más es, digamos,
C r e c i m i e n t o , distribución y p r e c i o s de Steve Marglin: donde trata verdaderamente de persuadir a las personas, en su propio campo si es necesario,
190
ESTUDIOS ECONÓMICOS
en lugar de sentarse cómodamente a mofarse de la teoría neoclásica, austríaca o marxista.
3. Mis amigos austríacos y marxistas, como minorías, probablemente
se han dado cuenta, al igual que yo, de lo injusto de las disputas académicas. En la discusión académica todo vale, ya que los académicos no están
conscientes de su retórica, buena o mala. La palabra retórica ha sido suprimida desde el siglo xvii, confinada a ser sólo un adorno. Sin embargo, la
retórica, aún sin nombrarla y sin verla, Sigue trabajando, para bien o para
mal. El bien gobierna nuestras matemáticas y nuestras analogías. El mal está
en mofarse. La manera de hacer reír a un grupo de estudiantes de Harvard
en los años sesenta era mencionar el nombre de Friedman. El profesor ni
siquiera tenía que refutar nuevos hechos a sustentar, sólo tenía que mencionar el nombre. De la misma manera, para hacer reír a un salón de clases
de Chicago en los años setenta había que mencionar el nombre de Joan
Robinson. Sólo mencionar el nombre. Algo, se dijo el joven economista,
tiene que estar mal con una discusión que cae tan casualmente en el desprecio.
Arjo Klamer y yo estamos impacientes por tal injusticia (en teoría y en
la práctica, al menos yo, no soy predicador de la justicia). Klamer y yo estamos en desacuerdo en la mayoría de las cosas, excepto en las que cuentan:
intento de honestidad, civilidad, respeto mutuo, disposición a cambiar de
opinión ante un buen argumento. Somos como dos amigos, católico y protestante, que intercambian argumentos sobre la transustanciación mientras
la Guerra de los Treinta Años ruge a su alrededor. En sus comentarios, Klamer y Stewart están de acuerdo conmigo en que la guerra entre economistas debe acabar, que debemos empezar a tratarnos con justicia. Me doy
cuenta de que en los círculos académicos no es cortés invitar a las personas
a ser buenas: el horror de Hamish Stewart ante la mera sugerencia (el "aspecto medroso del libro de McCloskey") demuestra cuánto ha caído la moralidad en el discurso occiental Pero en tiempos como éstos sólo se puede
seguir defendiendo la bondad, tan penoso como sea para profesores sin conocimientos de ética.
Sí, la buena moral debería de importar en la academia. Uno de los argumentos del libro es que la devoción a un método no es lo mismo que ser
un buen académico. Claro que lo más relevante obviamente, es la bondad
del académico para informar sobre los hechos con veracidad y estar abierto
a nuevas teorías. La filosofía de la ciencia es una teoría de la ética en la ciencia, aunque no esté así identificada y, por lo tanto, no esté conectada con
la reflexión ética. Así: "Debes buscar instantes de falsificación." La pena es
que muchos científicos y académicos engañan frecuentemente sobre estos
requerimientos elementales de moralidad. Los historiadores y sociólogos
nos han contado recientemente acerca de los dobles libros de laboratorio de
Pasteur, los colegas imaginarios de Cyril Burt y otras sorprendentes fallas
morales. O sea que la moralidad del académico en el trabajo es lo más obvio.
RESEÑAS
191
Sin embargo, pienso que si Stewart reflexiona, llegará a estar de acuerdo conmigo en que una moralidad más amplia también es relevante. No es
necesariamente decisivo en la evaluación de sus trabajos el que el Profesor
X coqueteara con los nazis en Bélgica o que el Profesor Y escondiera los
crímenes de Stalin en Ucrania. Pero es relevante. No quisiéramos señalar
exclusivamente la brutalidad emocional hacia sus estudiantes del Dr. Z o la
explotación de su esposa del Sr. W. . . Sin embargo, los oradores nos hablan de un ethos, un carácter. El estándar que usamos y debemos usar en
la ciencia es el estándar de la corte, no solamente las tablas de la verdad dadas por los lógicos. No estamos mal al descontar en cierta medida las afirmaciones científicas de un mentiroso conocido, ni mucho menos al dudar
del candor de Nixon. El carácter moral de un economista es también un
argumento, como se puede ver en la bondad de Roben Solow y Roben
Heilbroner.
4. A algunos radicales, representados aquí por la mitad de Stewart y la
mayoría de David Gleicher, no les gusta el programa de tolerancia, moralidad y bondad. Admito que el programa es un poco ufano: en parodia diría
"seamos amigos". Al final tal vez Stewart tenga razón en que McCloskey es
demasiado optimista. Pero antes de sacar las armas merece un buen intento.
Si existe alguna esfera en la que se puede tratar de tener una situación de
discurso ideal, es en la vida académica. Se puede hacer que los académicos
(todos los departamentos tienen una que otra excepción) se sientan avergonzados cuando han discutido cruel, irrazonable, intolerante, inconveniente,
ignorantemente y con la mente cerrada. Pero por lo menos argumentan que
les importa. Solamente solicito que tengamos buenas intenciones para obtener buen comportamiento. Esta estrategia no tiene nada más de grandiosa
que el pedir lealtad en una amistad o usar el compromiso teórico de igualdad para lograr más derechos civiles. Se puede avergonzar y lisonjear a la
gente para que sea más tolerante. Deberíamos empezar ahora mismo. La
táctica es antigua, y en el pasado ha sido parcialmente exitosa; y de todas
formas es mejor que permitir que los economistas sigan mofándose uno del
otro alentando a los extraños a sacar sus armas
El argumento de Stewart en contra de la tolerancia en la academia es
que la tolerancia no existe aún. Bueno. . . mmmm. . . sí. . . como creo que
yo dije. Él mezcla la discusión económica tal como es y como podría ser.
Por eso el McCloskey de sus páginas parece un tonto utópico. La distinción
entre el mundo actual y el mundo ideal debería estar clara para un estudioso
de Marx. Ciertamente está presente para mí. Dicho explícitamente: estoy
interesado en describir el mundo, bueno y malo, lo cual nc hace la filosofía
convencional de la ciencia; pero estoy interesado también y separadamente
en cambiarlo.
Una noción común entre el profesorado que no puede ver la moralidad en la ciencia sin apenarse, es que las palabras justas o injustas en principio parecen tener efecto; ya sea en ciencia o en política uno tiene que pen-
192
ESTUDIOS ECONÓMICOS
sar otra vez. El supuesto efecto de las palabras debe ser explicado por algo
más básico, más sociológico, que el ingenio, poder. Por lo tanto, el análisis
de las meras palabras no es serio. Es meramente literario. Hasta muchos
profesores de literatura creen tal argumento. Por lo tanto, creen su deber
presumir de ser políticos, aunque sus conocimientos de política surjan de
leer someramente L a reseña de l i b r o s de N u e v a Y o r k . Los economistas
como George Stiegler, el vulgar líder marxista americano, adoptan la misma
teoría, pero sustraen una conclusión conservadora: todo se determina por
la riqueza, la Regla de Oro (aquellos que tienen el oro, mandan), así que
¿por qué molestarse?
Sin embargo, un marxismo vulgar que rechaza el poder independiente
de las palabras está equivocado, como argumentó Marx. Las palabras tienen
poder, no importa quién pague las cuentas o a quién le pertenezcan las
tierras. Consideren éstas: "quema de brassieres", "religión de canal de
desagüe", " n i g g e r " , " J u d e n r a u s " , "todos los hombres son iguales", "trabajadores del mundo unios".
Claro que estoy listo para que mis amigos radicales y conservadores me
persuadan de que las cuestiones del poder figuran excesivamente tanto en
la vida académica como en la vida económica. Sin duda el que le paga al
flautista escoge la melodía, en parte. Pero me gustaría ver más evidencia sobre la hipótesis extrema que ve las vidas académica y económica como sustancialmente idénticas. Me gustaría ver evidencia de que las palabras que
usamos son derivativas y "meras". El declararlo no es suficiente. "Bueno,
es tan obvio que el poder domina a la palabra; cualquier tonto puede verlo." O, como dice Stewart, "los economistas neoclásicos se quedarían al
margen de la conversación económica hasta que cambiara la sociedad que
los rodea". Seguro, tal vez. Veremos.
Mientras esperamos la evidencia de que la sociedad tiene que cambiar
para que cambien las prácticas econométricas, tenemos evidencia, al menos
en libros, de que las palabras sí importan. Tal vez el reconocimiento del poder verbal sea el comienzo de una sociología seria del conocimiento económico. Una lectura retórica de la economía es un lugar donde situarse para
ver el terreno. Así uno verá más lejos que ubicándose sobre la filosofía convencional o sobre el marxismo vulgar.
6. Me sorprenden un poco los tiernos sentimientos de David Gleicher
hacia las repúblicas democráticas de los trabajadores, pero estoy dispuesto
a tomar su consejo sobre incluir a los marxistas. Tiene razón en que los
marxistas (y austríacos) están más conscientes de su retórica que los neoclásicos. Por eso en el libro me concentré en mi propio clan, como el caso más
difícil.
Sin embargo, el tono de la pieza escrita por Gleicher ilustra por qué los
marxistas son excluidos tan a menudo del juego intelectual de Norteamérica. Practican la hermenéutica de la sospecha, que les sienta pobremente a
los confiados y optimistas estadunidenses. No pueden quitarse el gesto de
RESEÑAS
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desprecio de la cara. Gleicher no puede ni empezar a entender el libro porque está subyugado por su disgusto con Chicago y con todas sus obras,
sean o no de hecho suyas. Su retórica exhibe la importancia del ethos, el
carácter que tiene el orador en la mente del público.
Hagamos algunas distinciones. Gleicher describe a "Chicago" con
"positivismo" y "formalismo", y claro, con reacción. Todo este aglomeramiento simplificado le facilita mofarse. A menudo se me acusa de "inconsistencia" por los críticos izquierdistas. McCloskey hace análisis literarios,
pero a d m i r a l a econometría. Cree en la competencia, en el monetarismo
global, precios por costo marginal, y el uso de la oferta y la demanda, p e r o
n o p i e n s a q u e t o d o el r a z o n a m i e n t o económico se r e d u c e p r o p i a m e n t e a
formalismo infantil.
Por mucho tiempo ha sido un feminista activo y
miembro del ACLU (incidentalmente, Milton Friedman también lo fue por
años), p e r o n o c r e e en m a t a r a l a g e n t e p a r a l o g r a r u n m u n d o n u e v o . Se
aboca a las soluciones de mercado para la mayor parte de los problemas,
p e r o n o a d m i r a a Pínochet. Les pido a los radicales que me concedan la
cortesía que yo les concedo a ellos. En verdad, este principio de cortesía
racional es un principio importante: asumir, hasta que la evidencia sea contundente, que tu oponente es una persona inteligente y honorable. Ande,
inténtelo. Le puedo prometer que eso hará su vida intelectual más complicada, pero mejor en todo sentido.
Los radicales están familiarizados con el hábito holgazán de los intrusos
de maiinterpretar a un grupo intelectual, al presentarlo en términos aglomerados. Estoy aquí para decirles que deben diferenciar entre el neoclacisismo
escencial (el buen M a x U), el C h i c a g o n o u v e l l e ( M a x Expected D i s c o u n t e d
U, y el infeliz hijo de M a x U, el Viejo y B u e n C h i c a g o ) y la B u e n a y
Vieja
Escuela
de C h i c a g o , a la cual pertenezco yo. La mayoría de las personas
consideran a la Escuela de Chicago como lo que Melvin Roder definía en
términos de prioridades apretadas. La frase describe a algunos de los
C b i c a g o e n s e s (y a algunos Yalies
y C a n t a b r i g i a n s que yo conozco también) pero él mismo admite que no incluye la otra y más grande tradición
de Chicago. En 1972 Roben Vaughan, un caricaturista privilegiado, así
como economista urbano talentoso, creó una obra maestra sobre "La Escuela de Chicago" basada en "La Escuela de Atenas" de Raphael. Milton
Friedman está parado, orgullosamente, en el centro de la B u e n a y Vieja Esc u e l a de C h i c a g o , identificándolo con un Aristóteles de mente abierta. En
esta versión, Stigler es Platón, que estrecha la agenda y lo lleva a la escuela
a conocer a Max U. Sin embargo, en la caricatura, Theodore Schultz, el tercer premio Nobel incluido, está parado a un lado como diciendo: "Aquí
yace la B u e n a y Vieja E s c u e l a de C h i c a g o " Muchos economistas y yo nos
sentimos identificados con la imagen que presenta Vaughan de Schultz. Mi
escuela de Chicago es Viner Knieht Hamilton Havek Friedman Alchian
Coase, Schultz Demsetz Tullock Hirschleifer'siaastas Telser Lewis Bu'
chanañ, Reid, Tolley, Leijonhufuvd, Miller Brozen, Director, Yeagerjohn-
194
ESTUDIOS ECONÓMICOS
son (Gale y Harry), y Robert Fogel (detrás de quien estoy agachado en la
caricatura). Tal vez no le gusten intelectualmente (si no es así, no ha leído
a Donald Coase) o políticamente (si no, no ha leído a Frank Knight), pero
son distintos a la mezcla de filosofía sin examinar y matemáticas sobrexaminadas que caracterizan a la otra multitud en estos días.
7. El último párrafo de Gleicher es a lo mucho telegráfico. Nadie sostuvo que no haya diferencia entre la ciencia y la literatura. Después de todo
el personal cambia, una bata de laboratorio es diferente a un saco de lana
de Harris, y demás. Pero el usar tales absolutos como la Naturaleza de la
ciencia es como resolver problemas desde un cómodo sillón. El propósito
del libro es presentar la evidencia, mas allá de la especulación, de que podemos hablar de la ciencia y de la literatura de manera que suenen similares.
Gleicher, como la mayoría de las personas, considera el capítulo 1, rutinariamente antipositivista, como la escencia del libro. Pero la mayoría del libro trata del análisis literario de la ciencia.
Traducción: B e a t r i z
Paredes