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Más allá del Consenso de Washington Nuevo contrato social en América Latina, basado en el empleo1 Nancy Birdsall y Rachel Menezes2 En la década de 1990 América Latina adoptó el paquete de reformas económicas que llegó a conocerse como Consenso de Washington. Las políticas pusieron énfasis en la estabilización de precios, y en medidas de ajuste estructural para volver más eficientes y competitivas sus economías. Pero después de más de una década de reformas, ha habido escaso crecimiento o progreso social en la región, lo cual ha causado una espiral de ansiedad y profunda frustración en los países. Los hogares pobres y de mediano ingreso se quedan a la zaga Tres sombrías realidades latinoamericanas indican la necesidad de poner mayor atención al problema del mercado de trabajo en la mayoría de los países, y de un nuevo contrato social, políticamente visible y más explícitamente "justo", basado en el empleo y en la economía abierta. Primero, el desempleo ha crecido de 5% en 1990 a 11% en 2003, el mayor nivel jamás registrado en la región. Al mismo tiempo, en muchos países se incrementa la proporción de empleos considerados de baja calidad y se ensancha la brecha entre trabajadores con educación superior y los que tienen estudios primarios y secundarios. Igualmente preocupante es el descenso del diferencial salarial entre trabajadores con secundaria respecto de los que tienen primaria, al punto de que la educación secundaria ya no parece atractiva para los adolescentes que no ven perspectivas de mejorar si no completan estudios postsecundarios. Segundo, los hogares de medianos ingresos no son de "clase media", sino más bien pobres. Sus niveles de salud y educación están asimismo muy por debajo de lo que podría esperarse de la clase media en el sentido occidental del término. En Perú, durante la década de 1990, casi 20% de los niños menores de cinco años en hogares de medianos ingresos eran de baja estatura para su edad. La mediana del nivel educativo de los adultos bolivianos es todavía de menos de dos años. Resumen del artículo y de la ponencia dados en el marco de la conferencia por los 25 años de GRADE. 2 Nancy Birdsall, miembro del Comité Consultivo de GRADE, es presidenta del Center for Global Development. Rachel Menezes es especialista en temas sociales y económicos en Diálogo Interamericano. 1 1 Por último, aun cuando los hogares de medianos ingresos y pobres recibieron grandes beneficios con la reducción de la inflación, los beneficios visibles en términos de crecimiento han sido pequeños, y se han concentrado en su mayor parte entre quienes tienen mayor nivel educativo y activos inicialmente mayores. Ausente: reforma del mercado de trabajo La reforma del mercado de trabajo ha ido a la zaga de otras emprendidas en América Latina, presumiblemente porque el énfasis en su "flexibilidad" ha sido muy amenazador políticamente. En retrospectiva, este fracaso en atender las “rigideces” del mercado de trabajo probablemente socavó el éxito de las aperturas del comercio y del mercado de capitales, así como de la privatización. Las rigideces también minaron la creación de empleos, de modo que los efectos de otras reformas no sólo fueron menos eficientes, sino menos aceptables en términos políticos. En muchos países de la región, los esfuerzos por atender las rigideces laborales se limitaron a reformas parciales, como contratos de trabajo temporal y por tiempo determinado sin beneficios o incentivos para capacitación. Los resultados han sido más distorsiones y desigualdades, sin los beneficios de incremento del empleo o disminución del desempleo. Elementos de un nuevo contrato social Un nuevo contrato social de economía más abierta, basado en el empleo, implica asignar un alto valor a crear empleos en vez de protegerlos y, por lo tanto, al ingreso y consumo de la gran mayoría de hogares. El énfasis debe ponerse en proteger la movilidad en el empleo, no la seguridad, y en los derechos de todos los trabajadores. Asimismo, es necesario proteger los derechos de negociación colectiva de todos los trabajadores, para asegurar que los propios sindicatos sean genuinamente democráticos. Los trabajadores del sector informal también necesitan programas que brinden un mínimo de seguridad económica. Esencial para el contrato social es también una política fiscal radical, destinada a crear una sólida base impositiva y tasas de interés más bajas. Esto implica, sobre todo, voluntad y habilidad política durante los días de bonanza para reducir la deuda pública. Se requiere, además, de un sistema fiscal justo, que vuelva más progresivos los impuestos y el gasto. En la mayoría de países latinoamericanos el 10% de hogares más rico paga pocos impuestos. Por otra parte, América Latina se apoya fuertemente en el impuesto al valor agregado (IGV) y el impuesto a la nómina, que son regresivos, pues gravan el consumo o desalientan la creación de empleos. Ambos impuestos, además, son invisibles para los contribuyentes, lo que impide que asuman su responsabilidad de financiar al Estado y de exigirle cuentas a sus representantes políticos. 2 Del lado del gasto, la mayoría de países de la región administra una distribución del gasto, sobre todo en inversiones sociales, que es más progresiva que la distribución del ingreso. Pero en algunos países, sectores importantes del gasto, como las pensiones civiles o militares, son tanto ineficientes como injustos. Algunas de estas obligaciones serán cubiertas al final por contribuyentes futuros. Eso significa que trabajadores más pobres tendrán probablemente que subsidiar a otros más privilegiados. Por último, un contrato social requiere acceso a los mercados de los países ricos. Por lo menos parte de la inestabilidad que ha sido tan costosa para hogares de mediano ingreso y para los pobres se reduciría en la región si tuviera mejor acceso a los mercados estadounidense y europeo. Además, los empleos creados en sectores como la agricultura, el calzado y los textiles incrementarían la demanda de mano de obra menos calificada. Los beneficios de la economía global serían así mayores para la vasta mayoría de hogares en los que los adultos cuentan aún con relativamente escasos estudios. Si bien no existen indicios sólidos de que la liberalización comercial en la región haya lesionado a los pobres, existen pocos de que los haya favorecido, en parte porque los mercados de las economías avanzadas están menos abiertos a la agricultura y el vestido. En ese sentido, el contrato social que vislumbramos se vería impulsado por un régimen comercial global más liberalizado. Éste es el argumento "social" en respaldo del cual deben unirse las naciones latinoamericanas en el contexto de la negociación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y en la Ronda Doha sobre comercio multilateral. Conclusión América Latina ha emprendido un conjunto de cambios en la dirección de economías de mercado más abiertas y competitivas. Los beneficios del crecimiento de ese paso importante necesitan complementarse y reforzarse ahora con un segundo paso: un contrato social adaptado a las oportunidades y vulnerabilidades de las economías abiertas y con un fuerte enfoque en el empleo y el crecimiento. Esto implica, primero y sobre todo, poner énfasis en el mercado de trabajo que estimule la movilidad laboral en vez de proteger empleos; una administración fiscal radical, con reformas en ingresos y egresos, y presión sobre Estados Unidos y las otras economías avanzadas para abrir sus mercados. Junto con las políticas tradicionales en favor de los pobres, sobre todo el aumento de las oportunidades de educación, un contrato social más amplio contribuiría a atender el profundo sentimiento de injusticia que ha causado la alta desigualdad en la región, y reavivar la esperanza de que los mercados abiertos y las instituciones democráticas puedan reforzarse entre sí. 3