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Diario La República
Martes, 17 de junio del 2003
Página 19
HETERODOXIA, ORTODOXIA Y LA ACTUAL
POLÍTICA ECONÓMICA
Por Félix Jiménez (*).Una amiga de mi hijo, economista ella, me preguntó si era
verdad que la política económica del actual gobierno tenía un
sesgo populista o heterodoxo. Ella había escuchado y,
también, leído este dislate de economistas conspicuos y de
periodistas que suelen hablar de economía. Ensayé una
respuesta, a riesgo de ser incomprendido, que pongo a la
consideración de ustedes.
Ortodoxia-Heterodoxia y los creyentes de la confianza
En primer lugar, le dije que la dicotomía ortodoxia-heterodoxia
fue acuñada hace algunos lustros, en los años 80, en torno a
un debate sobre cómo acabar con las inflaciones muy altas o
con las hiperinflaciones. Y que ese antiguo debate nada tiene
que ver con el debate actual, pues, ahora nos interrogamos
cómo salir definitivamente de una prolongada recesión y cómo
reiniciar un crecimiento económico sostenido, en el contexto de
una bajísima inflación.
En el debate actual de la política económica también hay dos
posiciones. De un lado, están los que piensan que se debe
usar la política monetaria y la política fiscal para salir de la
recesión y, con ello, dar el primer paso para reiniciar el
crecimiento. Del otro lado, están los que creen que es
contraproducente utilizar políticas monetarias o fiscales activas
y que basta con crear confianza a través de anuncios, hechos
políticos y leyes de distinto tipo. Según ellos, a mayor confianza
habrá mayor inversión privada, y que exclusivamente esta
última nos permitirá salir de la recesión.
Economistas de la talla de Olivier Blanchard señalan que el
intenso debate teórico de las dos últimas décadas produjo un
consenso caracterizado por la aceptación de la influencia, a
corto plazo, de los cambios en la demanda agregada sobre el
producto; por el convencimiento del papel determinante de las
expectativas en el comportamiento de la economía; por la
posición de largo plazo de la economía en sus niveles
naturales; y, por la aceptación de la influencia, a corto plazo, de
la política monetaria y, a corto y largo plazos, de la política
fiscal, sobre la producción y el empleo.
Es posible, le decía a la amiga de mi hijo, que nada de esto sea
conocido por aquellos que utilizan la dicotomía heterodoxiaortodoxia para criticar la política macroeconómica actual.
Política macroeconómica y crecimiento actual
En segundo lugar, le mencioné los cambios importantes en la
política macroeconómica, monetaria y fiscal, efectuados desde
el año 2002. Con el uso de estas herramientas fiscales y
monetarias, la economía peruana salió por fin de una
prolongada recesión que duró cerca de 48 meses y cuyos
efectos ayudaron a traerse abajo al régimen fujimorista.
Ciertamente, el crecimiento de los ingresos y del empleo que
ha generado el inicio de esta reactivación durante el segundo
semestre del 2002 y lo que va del 2003, están aún por debajo
de las expectativas de la población. Pero, igualmente cierto es
que mucho más disgustada estaría la opinión pública si el 2002
hubiera sido el quinto año de la recesión nacida en 1998.
Estos cambios, si no son interrumpidos por comportamientos
mezquinos y parcelarios, ayudarán a sentar las bases del
crecimiento económico futuro de nuestro país. Sin duda, la
pesada herencia del fujimorismo, cinco años de caída del PBI,
no se puede superar en un plazo inmediato. Por eso es mucho
pedir que, en pocos meses y cuando todavía no ha terminado
de consolidarse la reactivación iniciada en el segundo semestre
del 2002, se resuelva de una vez por todas los problemas de
desempleo, subempleo y, sobre todo, la pobreza masiva e
insultante heredada de la década fujimorista No comprenden
los mezquinos y parcelarios que la consolidación de esta
reactivación generaría adecuadas condiciones para los
próximos gobiernos democráticos.
Los cambios en la política macroeconómica
Se ha modernizado la política monetaria. Desde el año 2002 -le
dije- se ha adoptado la fórmula trinitaria que hoy es lugar
común en la banca central de países desarrollados. Esta
fórmula contiene, primero, el esquema de metas explícitas de
inflación con el que se busca anclar las expectativas
inflacionarias de los agentes económicos; segundo, una regla
monetaria a la Taylor, es decir, el instrumento tasa de interés
es administrado por la autoridad monetaria para reaccionar
ante los desvíos de la inflación con relación a su valor meta o
ante la brecha del producto efectivo respecto al potencial; y,
tercero, un régimen de tipo de cambio flexible.
Esta política monetaria es la que ha estimulado la reactivación
y la que está induciendo la reciente desdolarización del sistema
financiero. Y ¿quién es este Taylor?, preguntó la amiga de mi
hijo. Es uno de los economistas que, en el debate de los años
90 respecto a la primacía de reglas sobre la discreción en
política macroeconómica, contribuyó a la construcción de la
hoy denominada macroeconomía moderna; y que hoy ocupa el
cargo de sub-secretario del Tesoro en el gobierno de Bush.
En materia de política fiscal, el otro pilar de la política
macroeconómica, también se han hecho cambios importantes.
Hay que mencionar, para empezar, los objetivos centrales de
mediano plazo de la actual gestión fiscal y que se encuentran
en el Marco Macroeconómico Multianual: a) la disminución del
déficit fiscal y, consecuentemente, de la relación deuda/PBI; b)
la sustitución gradual de deuda externa por deuda interna; y, c)
el mantenimiento de un perfil de endeudamiento público total
con niveles de riesgo aceptables.
Para el logro de estos objetivos, se ha incorporado el tema de
la sostenibilidad fiscal, aparte de los cambios importantes en la
administración del presupuesto del país, no sólo como un
instrumento de determinación y evaluación de las metas de
déficit y endeudamiento, sino también como parte fundamental
de la política de reestructuración de la deuda externa.
El MEF cuenta con una estrategia de colocaciones y
operaciones de manejo de deuda pública interna y externa, que
tomando en cuenta las experiencias y lecciones de otros
países, hace énfasis en la administración de los riesgos de
mercado, del costo de financiamiento y del riesgo de
refinanciamiento.
Mercado Doméstico de Deuda Pública y Mercado de Capitales
Pero, además, le dije, se ha creado, y está en funcionamiento
desde marzo del presente año, un Programa de Creadores de
Mercado, en el que participan cinco importantes bancos
privados, y cuyo propósito central es desarrollar y expandir el
mercado doméstico de deuda pública en soles. ¿Para qué?
Primero, para disminuir la fragilidad de las cuentas fiscales al
riesgo cambiario y a choques externos adversos, como el alza
de la tasa de interés internacional, debido al peso dominante
de la deuda externa sobre el total, y contribuir de este modo
con la sostenibilidad fiscal. Adicionalmente, una deuda pública
interna creciente y a plazos cada vez más largos creará el
espacio para la incorporación de reglas fiscales antirrecesivas
o contra cíclicas y de la propuesta de una meta de ahorro
corriente junto a un presupuesto autosostenido de inversión
pública, llevada por el Presidente a la reciente Cumbre de Río.
Y, segundo, para estimular la expansión del mercado
doméstico de capitales, también en moneda local. La
expansión de este mercado es fundamental para disminuir la
vulnerabilidad del sistema financiero a los riesgos cambiarios y
a choques externos adversos; para desdolarizar el mercado; y,
hacerlo más competitivo y capaz de transformar los ahorros
disponibles en inversión de largo plazo.
Con las emisiones del sector privado productivo, es decir, con
un mercado de capitales en expansión, le dije, mejorará la
relación ahorro-inversión productiva domésticos, para que el
crecimiento económico sea realmente liderado por el sector
privado en una economía de mercado menos vulnerable y
volátil.
Lo que falta
Se podrá decir que lo hecho no es suficiente, pero no podrá
negarse que es importante. En respuesta, mi hijo y su amiga
sentenciaron a coro que disminuir el déficit fiscal sin poner en
riesgo la construcción de la democracia es una utopía en un
país donde el 54% de su población es pobre y, por tanto, hay
notorias necesidades insatisfechas en educación, salud y
bienestar. Salvo que eleven la recaudación tributaria. No es
posible, me dijeron, terminar de modernizar la política fiscal sin
una reforma tributaria que aumente la presión tributaria de su
actual nivel de 13% hasta el 16% o 17% del PBI. Es verdad, les
dije, pero es un tema que compromete a todos, al poder
Ejecutivo, al poder Legislativo en el que están representados
todas las fuerzas políticas, a la sociedad civil en su conjunto.
Es un tema de acuerdo nacional.
(*) Félix Jiménez es profesor principal de la Pontificia
Universidad Católica del Perú.
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