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Perfiles del siglo XXI. Núm. 111, octubre de 2002, www.revistaperfiles.com El síndrome de Greenspan La nueva enfermedad económica que aqueja a los grandes dirigentes de los bancos centrales, Greenspan incluido, parece ser un extraño síndrome que les hace hablar sobre la supuesta función “social”de la riqueza y otros derivados del mismo concepto. Así, creen ellos, están más a la moda y ofrecen al mundo su disculpa por ser economistas. Menos politiqueo y más eficacia en su tarea es lo que se les pide, en cambio, desde la propia economía. John Rutledge He notado últimamente que Alan Greenspan y otros altos funcionarios de la Reserva Federal muestran síntomas del síndrome de Greenspan, un desorden neurológico que se caracteriza por repentinos arranques de comentarios inapropiados, en lugares públicos, sin razón aparente, pomposos y en tono de sermón, como si el biógrafo estuviese tomando notas. Ojalá que sus familiares y amigos tengan la paciencia necesaria para aguantar esta enfermedad degenerativa. Como política monetaria, no ayuda para nada. Hemos debido captar los primeros síntomas de la enfermedad: las acusaciones de “irracional exuberancia”y las interminables declaraciones por televisión. Pero ha empeorado últimamente. En la conferencia de Jackson Hole de la semana pasada, Greenspan nos presentó un largo análisis de por qué la burbuja de la Bolsa no fue culpa suya. Es correcto su argumento principal sobre que los bancos centrales no pueden evitar burbujas, es decir, cuando los valores de la Bolsa suben muy por encima de los valores intrínsecos de las acciones. Pero olvidó decir que los bancos centrales sí pueden empeorar esas burbujas, como lo hizo la Reserva Federal imprimiendo demasiado dinero a fines de los años noventa. Alan Greenspan recientemente se quejó de la “avaricia infecciosa”tras los escándalos empresariales, argumentando que una mayor regulación de las opciones de compra de acciones que se ofrecen a los ejecutivos frenaría el incentivo a la avaricia. En días pasados, con su característica ambigüedad, ante el Comité del Presupuesto de la Cámara de Representantes dijo que el creciente déficit hará subir los intereses a largo plazo y dañará el crecimiento económico o que el mayor déficit no afectará los intereses para nada, dependiendo del momento en que usted se despertó durante esas largas declaraciones. Es alarmante que el mismo síndrome parezca estar contagiando a los demás funcionarios altos de la Reserva Federal. El miércoles pasado, William McDonough, presidente de la Reserva Federal de Nueva York, dijo que “nada en teoría económica justifica”la multiplicación por diez en los sueldos de los presidentes de empresas, durante los últimos veinte años, en relación a los salarios de los trabajadores. Instó a los ejecutivos a rebajarse el sueldo, acusándolos de “malas políticas sociales y quizás también de inmoralidad”. El Sr. McDonough está equivocado en cuanto a teoría económica. La economía y el libre mercado no producen equidad; producen eficiencia. Y la historia nos demuestra que la eficiencia no es siempre bonita. Sinceramente, que los sueldos de los presidentes de las empresas — en relación a los sueldos de los obreros— se hayan disparado en los últimos veinte años sólo refleja el funcionamiento de la economía. En ese tiempo cambiaron las condiciones. La inflación cayó de 15 % a números negativos; el impuesto federal tope de 70 % en 1980 se redujo a la mitad; el libre comercio con México y Canadá abrió las fronteras al capital y a los bienes; la Internet abrió las fronteras a la información y a los servicios; el mundo dejó de tener dos superpotencias y de la Guerra Fría pasamos al terrorismo de Al Qaeda. Todos esos cambios requirieron reestructuraciones masivas, lo que convirtió en mercancía escasa a los presidentes de empresas, a los expertos de los bancos de inversiones y a muchos otros profesionales y técnicos. Todo esto intensificó la competencia para los obreros no especializados y hoy la mitad de la capacidad manufacturera industrial está en China, donde los salarios reales bajos fueron reducidos aún más. Nadie pretende que la oferta y la demanda es bonita. Y yo no tengo inconveniente en que los funcionarios del banco central hablen de “moralidad”, “avaricia infecciosa”y “política social”. Pero que lo hagan en su tiempo libre. En horas de trabajo que concentren sus energías en política monetaria. Así quizás logren que los bancos comerciales vuelvan a prestarle a las empresas para que la economía pueda crecer. La Reserva Federal ha hecho una infame labor con respecto a la economía en los últimos cinco años. En 1999 le dieron más licor a los ya borrachitos en las empresas de telecomunicaciones, cable y tecnología, ayudando a producir la burbuja en la Bolsa. En el año 2000 frenaron el crecimiento del circulante que hizo explotar a la burbuja y que cayeran los financiamientos bancarios. Durante los dos últimos años la Reserva Federal ha estado bajando los intereses para reanimar a la economía, mientras ven que los bancos prácticamente abandonan el financiamiento, en la peor restricción crediticia desde 1982. Ignorar lo que la economía necesita ha hecho más daño que la avaricia de todos los presidentes de empresas. Nuestros funcionarios monetarios deben predicar menos e imprimir más. Eso es lo que necesitamos ahora.P