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Algora
ENTREVISTA
Antonio
e sus 25 años como
obispo (primero de
Teruel-Albarracín y,
desde 2003, de Ciudad Real), Antonio Algora
Hernando lleva 20 al frente de
la Pastoral Obrera de la Conferencia Episcopal Española
(CEE), un lugar desde el que
se sigue con especial preocupación la deriva de una crisis
que lo es económica, sí, pero
que, para él, tiene claras raíces
morales. Por eso, escéptico
ante un sistema que cree injusto, apuesta por hacer vida
el proyecto de humanización
del Evangelio y poner a Cristo
en el centro de nuestras ocupaciones. Niega que la Iglesia
calle ante la crisis, se indigna
por las jubilaciones millonarias
de los ejecutivos y aboga por
una nueva economía que instaure el “trabajo decente”.
Según el INEM, en España
hay 4.048.943 parados. ¿Nos
acostumbramos al dato y olvidamos a las personas que
hay detrás?
4.048.943 registrados… La
EPA del cuarto trimestre de
2009 fijaba en 4.326.500 los
parados y la tasa de desempleo en el 18,83%. Creo que
nos hemos acostumbrado a la
existencia de una cifra persistente de desempleados. Unas
veces es una cifra mayor, otras
menos, pero convivimos con
un porcentaje elevado de paro desde hace muchos años y
eso acaba por convertirse –y
así nos lo han vendido muchas
veces– como un elemento necesario en el sistema económico. Y, al final, nos acostumbramos: tiene que haber paro,
algo de paro, siempre… mientras no me toque a mí… Pero
la cuestión es que ahora, cada vez más, toca a los que no
tocaba. Nos toca más cerca, a
personas de mi propio entorno, de mi familia, o a mí mismo… El desempleo no se queda relegado a bolsas típicas de
marginalidad o pobreza, sino
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Responsable de Pastoral
Obrera de la Conferencia
Episcopal Española
que empieza a saltar las fronteras sociales y se asienta en
colectivos que hasta ahora parecían más inmunizados. La
precariedad se ha hecho norma del sistema laboral.
Los expertos pronostican un
20% de paro en 2010. ¿Es
sostenible esa situación pa-
ra un país como España?
¿Tiene los días contados el
Estado del Bienestar?
En absoluto puede ser sostenible que un 20% de la población viva la humillación de carecer de trabajo. No hay sociedad que lo resista ni desde
el punto de vista económico,
ni mucho menos desde el punto de vista humano. Ni España ni ningún otro país. Igual
que es “insostenible” una tasa
de temporalidad del 25,08%.
Los contratos de trabajo serán
todo lo temporales, flexibles y
precarios que queramos, pero
las personas no somos flexibles, ni sus necesidades básicas lo son. Igual que no es sostenible que el desempleo entre
la población extranjera en España llegue al 29,70%
El Estado del Bienestar puede
tener los días contados en su
concepción económica, pero
no cabe que los derechos sociales conquistados a lo largo
de tantos años, y de tanta lucha, estén llamados a desaparecer. Habrá que buscar
otros mecanismos que nos
permitan seguir avanzando en
justicia y decencia social. Quizá lo que traiga esta situación
sea un bienestar menos ligado
al consumir, al poseer, y más
ligado al ser, a la hondura de
la persona y de la vida.
Esta crisis ha introducido un
dato nuevo: el sistema financiero ha roto su vinculación con
la economía productiva. No la
necesita para obtener beneficios especulando en los mercados o utilizando la ingeniería financiera para robarnos a
todos. El resultado: no sólo
bienestar de la empresa y de
los trabajadores son contradictorios, sino que ambos son
contradictorios con el bienestar del sistema financiero.
La economía española venía
de un ciclo de gran crecimiento. Sin embargo, los índices de pobreza no sólo no
han bajado en esos años, sino que han aumentado. ¿Cómo se puede explicar?
Cuando no se construye sobre
roca… Ya lo dice el Evangelio.
Esta crisis ha puesto de manifiesto –entre otras cosas– cómo el capitalismo occidental,
que hasta no hace mucho se
basaba en la producción de
“Los bancos ya tienen beneficios,
pero los trabajadores siguen angustiados”
bienes y servicios, ha terminado por convertirse en una economía ficticia, especulativa. Se
generaban beneficios sobre el
propio dinero, sobre expectativas de futuro, sin que existiese un respaldo real. Todo lo de
las hipotecas subprime, por
ejemplo, que ya conocemos.
La economía española no era
una excepción. Y se crearon
unas expectativas que luego
han resultado ser irreales. Y
quienes sólo tenían su trabajo
–en tantos casos, precario–, su
piso, su hipoteca… se han encontrado que lo que tenían iba
perdiendo valor. Nadie pagaba ahora aquello que creían
que iba a valer con el paso del
tiempo. La pobreza se ha ido
generando en la medida en que
se nos empujaba a consumir lo
que ni necesitábamos ni podíamos pagar, pero podíamos
obtener a crédito. Y cuando el
crédito desaparece…
Cáritas y las familias
Hasta ahora, el Gobierno ha
priorizado las ayudas sociales a los desempleados. ¿Ha
evitado eso un posible estallido ciudadano ante el impacto de la crisis?
Algo ha evitado. La ampliación
de la protección social a los
desempleados ha hecho de
colchón, aunque en los términos en que se establece, no
afronta la raíz del problema. En
todo caso, retrasa algo las consecuencias; pero, sobre todo,
ha hecho de colchón la red solidaria familiar, que ha salido en
rescate y apoyo de muchas
personas en esa situación. Hay
mucho de solidaridad oculta,
de red social y familiar, que ha
evitado mayores problemas.
Y, desde luego, la red solidaria
de la Iglesia ha jugado un papel importante en estos momentos. Nadie discute ya la
cantidad de ayuda que, a través de Cáritas en las parroquias, y de otras instituciones
de la Iglesia, llega a multitud de
familias cada día para poder
afrontar esta situación.
El Gobierno pide ahora una
reforma laboral. ¿Qué le parece? ¿Son los trabajadores
los responsables de esta crisis económica y financiera?
Cada vez que se habla de reforma laboral, so pretexto de
crecer en competitividad y productividad, estamos hablando
de avanzar en desregulación
del mercado laboral, de avanzar en mayor flexibilidad y precariedad del trabajo, de las relaciones laborales, y con ello,
en mayor desprotección del
trabajador frente a un sistema
que ha reducido a la persona
a la función de productor y
consumidor. Se sigue incitando a consumir para paliar necesidades que, muchas veces,
ha creado el propio sistema.
Pero se impide trabajar de manera digna para poder satisfacerlas. Y se da la paradoja de
que necesitamos todo eso que
se nos ofrece para sentirnos
personas, pero no tenemos los
medios para lograrlo.
No son los salarios los que han
provocado esta crisis. No es
una crisis de liquidez. Es una
crisis del sistema y una crisis
moral, de valores. Hemos pervertido los valores, y de eso
también han participado los
trabajadores, hemos participado todos con nuestras actitudes vitales, pero no han sido
los trabajadores los responsables en el sentido en que creo
que formula la pregunta. Esta
crisis ha producido un cambio
muy sutil: los trabajadores han
pasado de ser víctimas a ser
culpables. La crisis, nos dicen,
se ha producido porque los
bancos han concedido hipotecas a pobres desgraciados
que ahora no pueden pagarlas. En España, dicen, el déficit del Estado se debe a lo gas-
“No es sostenible
que un 20% viva
la humillación de
estar sin trabajo”
tado en desempleo, pensiones,
educación, sanidad, etc. Por
un lado o por otro, los trabajadores siempre aparecen como
culpables.
El Gobierno demanda también, y ahora parece que con
premura, sacrificios, y habla
de retrasar la edad de jubilación. Se habla de que peligran las pensiones… ¿Se ha
tardado demasiado en tomar
medidas?
En horas 24 ya no es lo que
han dicho; ahora lo que está
en la calle son las Líneas de actuación en el Mercado laboral
para su discusión con los interlocutores sociales en el marco del diálogo social. La pregunta podía ser otra. ¿Son
ésas las medidas que hay que
tomar? ¿Pretendemos salvar
un sistema económico o a las
personas? ¿Retrasar la jubilación o precarizar las pensiones
resuelve el problema radical de
este sistema? ¿Se quiere ir de
verdad a la raíz de los problemas o, simplemente, mantener
el sistema actual con algún
lifting? A veces nos preguntamos cosas que no nos dirigen
en la dirección adecuada.
¿Habría que reformar también, consecuentemente, el
sistema de pensiones de los
diputados y otros altos cargos del Estado?
La OIT, hace ya años, en su 83ª
Conferencia, que lanzó el concepto de “trabajo decente”,
que después Juan Pablo II, en
el año 2000, y Benedicto XVI
en su reciente encíclica Caritas in veritate, han retomado.
Trabajo decente es el que hace posible una sociedad decente, que es más que una sociedad justa, una sociedad
cuyas instituciones no humillan a las personas. La existencia de privilegios injustificados que hace que haya personas en situación de privilegio
vital frente a otras, y que esas
personas, además, pertenezcan a instituciones cuyo fin pri-
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ENTREVISTA
mario debe ser servir a las personas, humilla, sin duda, a
otras personas en situaciones
más precarias. Eso no es una
sociedad decente. Eso necesita ser transformado. La política no puede tener sentido
más que cuando se plantea
como la función de servicio al
bien común, y nunca en propio provecho.
Jóvenes sin futuro
La prensa internacional lleva tiempo advirtiendo sobre
el delicado estado de la economía y las finanzas de España. ¿Que cabría exigirle al
Gobierno para afrontar esta
situación?
Los bancos ya tienen beneficios y las grandes empresas
han recuperado sus cotizaciones en Bolsa, pero los trabajadores, especialmente los más
pobres, siguen atenazados por
la angustia. La acción del Gobierno ha sido decisiva poniendo en manos de la banca
160.000 millones para que saneara sus cuentas y facilitara
créditos a empresas y familias.
La banca ha utilizado ese dinero para comprar deuda pública y otros productos financieros. Algunos cálculos afirman que, por este procedi-
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ANTONIO ALGORA
miento, la banca ha ganado
6.000 millones de euros. En
cambio, muchas pequeñas
empresas y familias se han
hundido por falta de crédito. El
desempleo es la cara más dramática de esta situación, porque manifiesta la imposibilidad
de hacer frente a la vida. Familias, individuos y jóvenes viven la angustia del desempleo.
La tasa de paro de los jóvenes
entre 16 y 19 años ha pasado
del 24,3% al 56,8% en los
hombres, y del 36,7% al
55,6% en las mujeres. Jóvenes sin futuro, que siguen el
camino de sus padres como si
de una enfermedad genética
se tratara, cuando sólo son víctimas del pecado personal y
estructural. ¿Es de recibo que
cuando se está debatiendo
prolongar la vida laboral, retrasando la jubilación, y se habla
de recortar salarios, se publique la noticia de que el presidente del BBVA se jubila con
79 millones de euros?…
¿Y a los sindicatos? ¿Qué
habría que demandarles?
En realidad, lo que se está
planteando, y deseamos que
los sindicatos sean conscientes, es una profunda revolución
cultural y espiritual. El trabajo
decente, poner a la persona en
el centro de la economía y del
trabajo, implica poner a la persona en el centro de todo, volver a que el hombre, varón y
mujer, sea la medida de todas
las cosas. Muchas prácticas y
burocracias sindicales no quedarían muy bien paradas si las
mirásemos desde la centralidad de la persona, lo que nos
abre nuevas y profundas perspectivas para construir el sindicalismo del futuro, para entusiasmar a los jóvenes e incluirlos, junto a los precarios,
parados y sobrantes, en la tarea de construir una nueva respuesta obrera a una nueva situación de opresión y explotación como la que padecemos.
¿Y a la patronal?
Es difícil tener fuerza moral para hablar de valores cuando
millones de familias están hipotecadas de por vida, víctimas de la burbuja financiera;
“Tenemos que
poner a la persona
en el centro de
la economía”
cuando miles de familias están
siendo desahuciadas de su vivienda porque no pueden pagar la hipoteca; cuando millones de trabajadores y familias
están en paro y otros llegan al
suicidio ante las explotadoras
e inhumanas condiciones de
trabajo. Las empresas del Ibex
35 son responsables de haber
perpetrado uno de los mayores cambios de valores de
nuestra sociedad: convertir el
dinero en generador de dinero, eliminado el trabajo humano y condenando así a millones de familias a la miseria y a
la desolación.
¿Y qué es lo que pueden hacer los trabajadores?
Los trabajadores tampoco están al margen de todo esto. Todos somos víctimas de la crisis, pero en la medida en que
nos hemos imbuido de los valores de ese sistema dominante, hemos contribuido a
ella. A los trabajadores también
se les debe pedir la capacidad
y el esfuerzo de recobrar valores básicos para humanizar
nuestra existencia, y la honradez y la austeridad son dos de
ellos, junto con la solidaridad.
Es sabido que la Iglesia no
tiene soluciones técnicas,
pero ¿qué puede hacer ella
en una encrucijada histórica
como ésta?
La Iglesia, que queremos ser
pobre y de los pobres, estamos obligados a denunciar esta negación de la vida humana y exigir la restitución de sus
condiciones de vida en virtud
del destino universal de todos
los bienes querido por Dios, incluidos los generados con la
especulación financiera. Cuando los pobres sufren, los profetas son una necesidad. Y todos los bautizados somos
llamados a ejercer ese ministerio profético. Por otra parte,
la Iglesia debe seguir haciendo lo que está haciendo: estar
al lado de las víctimas, desde
la encarnación y la solidaridad.
Cáritas es el rostro visible del
acompañamiento a los más
necesitados, pero a veces
puede echarse en falta algún
pronunciamiento de la CEE
sobre la situación, sus causas, etc., como sí se hace
con otros temas que también tienen una honda incidencia en las personas…
Si se refiere a más cantidad de
pronunciamientos, o a que encuentren eco en los medios de
comunicación, no siempre todo lo que hace de bueno la
Iglesia, ni todo lo que dice, encuentra el eco que desearíamos, cuando no se apaga con
noticias que desprestigian a la
Iglesia. Las noticias lo son, muchas veces, al margen de su
veracidad. Hay cosas que no
son noticia simplemente porque no son llamativas, estentóreas. La Iglesia hace su labor
de forma callada, a modo de
levadura, en muchos ámbitos,
y eso no tiene eco. Pero ha habido y hay pronunciamientos,
y pronunciamientos de bastante calado.
Las voces de la Iglesia
Es verdad que hace algunas
semanas, la CEE presentó
una Declaración sobre la crisis, a los dos años de que estallase ésta. ¿No es mucho
tiempo para reflexionar?
La Conferencia Episcopal no
es la única voz de la Iglesia española. La Iglesia tiene muchas
voces; algunas, a veces, son
tan poco estridentes que no
encuentran el eco suficiente en
los medios de comunicación,
pero basta con repasar las cartas pastorales de los obispos
en estos últimos años. Basta
con acudir a las reflexiones, estudios y comunicados de Cáritas Española, al Informe
FOESSA, a los comunicados,
publicaciones y campañas de
la HOAC y de la JOC, o de
otros movimientos apostólicos
desde hace años, a las realizaciones de las Delegaciones
de Pastoral Obrera en las
diócesis, y al pronunciamiento
que la propia Conferencia Episcopal, a través del Departamento de Pastoral Obrera de
la CEAS, ha venido haciendo
en sus Jornadas y comunicados desde que se iniciara hace bastantes años una reflexión sobre el conflicto social,
que generó la publicación del
libro El trabajo humano, principio de vida, donde ya se hacía
pública esa reflexión. La Declaración no es más que un paso más –tampoco el último– en
ese camino.
¿Tiene la Iglesia miedo a que
la acusen de hacer política
si se pronuncia sobre cuestiones económicas?
La Doctrina Social de la Iglesia
no ha obviado nunca las cuestiones económicas. Hay pronunciamientos claros y rotundos. El Vaticano II ya nos recordaba que nada hay verdaderamente humano que nos
pueda resultar ajeno. Y la reciente encíclica Caritas in veritate contiene pronunciamientos muy definidos sobre cuestiones económicas. Por otra
parte, política deberíamos hacer todos, es un derecho. Interesarnos por el bien común,
implicarnos para que sea de
verdad común, que eso es hacer política, debería ser una tarea de todos. Lo que la Iglesia
no hace es partidismo.
Y los fieles, ¿son sensibles a
esta situación o el individualismo acolcha también sus
conciencias?
El capitalismo y su injusticia se
mantienen y reproducen porque los fundamentos de su
funcionamiento han arraigado
en nuestro corazón y han desterrado de nuestra conciencia
la responsabilidad ante el dolor del otro. Es como una enfermedad contagiosa. Sí, hemos de trabajar para formar la
“Cuando los
pobres sufren,
los profetas son
una necesidad”
conciencia, para escapar de
todo aquello que genera corrupción, según decían ya los
primeros cristianos en el libro
de los Hechos, que en el fondo no es otra cosa que recuperar la conciencia de Cuerpo
Místico: cuando un miembro
sufre, todos sufren…
Para la Pastoral Obrera, esta situación, ¿es una oportunidad de revitalización o los
trabajadores españoles ya
han perdido totalmente su
conciencia obrera?
La Pastoral Obrera de toda la
Iglesia tenemos una gran responsabilidad en este quehacer: se nos ha dado el privilegio de contar con un proyecto
humano y el deber de darlo a
conocer y proponerlo como
fundamento de esa nueva economía que debe alumbrar el
trabajo decente que todos deseamos y necesitamos. Gracias a Dios, vivimos tiempos
de esperanza, lo que no es poco cuando el dolor y la injusticia se ha adueñado de nuestra vida, de la vida de tantos
trabajadores.
A raíz de esta crisis, desde
el G-20 se habló de refundar
el capitalismo. ¿En qué ha
quedado todo aquello?
“Mirad que lo hago todo nuevo, dice el Señor” (Is 43, 19).
Quizá lo mejor sería no refundar lo que no tiene futuro. Lo
que vamos viendo es que se
está tratando de volver a las
andadas, con otras cautelas.
La nueva humanidad que va
naciendo no la van a refundar
los responsables del G-20. Nacerá de poner a Cristo en el
centro de la vida personal, social, económica y política, haciendo vida el proyecto de humanización del Evangelio. San
Ireneo ya lo decía: la gloria de
Dios es que el hombre viva.
Ésos son los verdaderos brotes verdes, y a esta crisis la podemos convertir en ocasión de
hacerlos crecer más y mejor.
José Lorenzo
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