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oct.-dic. 2012
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ENFOQUE
Mirar (y ver) desde la cultura
Graziella Pogolotti:
«Hay que construir un puente de confianza» / 4
Raúl Garcés y Rafael Hernández
Actualización y producción cultural.
Algunas hipótesis / 11
Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez
La Actualización del modelo en la prensa:
el periodismo cubano en tiempos de cambio / 20
Luisa María González García
¿Industrias culturales o creativas?
Notas sobre economía de la cultura / 28
Jacqueline Laguardia Martínez
El sentido de la responsabilidad:
un estudio entre jóvenes maestros / 38
Milena Hernández
La sociedad escrita: recuperando
la obra literaria de Marcelo Pogolotti / 45
Olga García Yero
Homoerotismo y nación: otros cuerpos y otras Cubas
en Sonia Rivera-Valdés / 52
Mabel Cuesta
Política cultural en la Cuba actual:
apuntes para el debate / 58
Yanet Toirac
CONTROVERSIA
69 / La Zafra de los diez millones: una mirada
retrospectiva
Selma Díaz, Julio A. Díaz Vázquez, Juan Valdés Paz
ENTRETEMAS
78 / Teoría y práctica en los Lineamientos
de la política económica y social
Armando Nova González
83 / Transición económica: luces y sombras.
Entrevista a Grzegorz W. Kolodko
Ricardo Torres
93 / La transición polaca al capitalismo.
Algunos comentarios
José Luis Rodríguez
LECTURA SUCESIVA
100 / El negro y la africanía
en el ideario de José Martí
Pedro Pablo Rodríguez
105 / Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz
Rodolfo Zamora Rielo
112 / La guerra dentro de la paz. Poder y verdad
en el mundo contemporáneo
Jorge Hernández Martínez
117 / La autenticidad de la voz o el misterio del eco:
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Mirta Yáñez.
Mirar (y ver)
desde la cultura
Desde los discursos sobre el desarrollo
y los esquemas de fomento industrial, pasando
por las escuelas y los medios de difusión,
hasta los patrones de orientación sexual
y las imágenes sobre la sociedad que proveen
la literatura y el arte, los más variados
y aparentemente ajenos problemas se articulan
en referentes culturales determinados.
Así, los llamados cambios económicos, que parecen
responder a una lógica autónoma, implican,
sin embargo, un conjunto de verdades aceptadas,
matrices y enfoques de partida, que responden
a una cierta cultura económica.
Como afirma la antropología social, todo proceso
de cambio supone una transformación cultural,
que afecta las ideas y los comportamientos de los seres
humanos —aunque la mayoría de las veces estos
no la hagan consciente. Es en el contexto
de una sociedad civil y una cultura específicas
que estos cambios adquieren sentido
como patrones compartidos, cuya huella
se manifiesta incluso en el terreno de la política.
De manera que el cristal de la cultura ofrece
una perspectiva única para apreciar
los fenómenos sociales.
Este número de Temas reúne estudios de economistas,
periodistas, filólogos, comunicadores sociales,
psicólogos, que contribuyen a enriquecer
este enfoque cultural de los problemas contemporáneos.
Graziella Pogolotti:
«Hay que construir
un puente
de confianza»
Raúl Garcés y Rafael Hernández
Temas.
N
i su autoridad como una de las intérpretes
más lúcidas de la Cuba contemporánea, ni
su magisterio como formadora de varias
generaciones, ni el respeto con que se le escucha
entre artistas y políticos, han modificado la humildad
sobrecogedora con la que recibe a Temas. A ratos, deja
escapar frases como «estoy tratando de aprender…»
«comprendí la importancia de escuchar…», como si la
experiencia, las vivencias y el conocimiento solo fueran
para ella permanentes puntos de partida. Tal vez por
eso acepta con tanta naturalidad nuestra invitación a
conversar sobre asuntos polémicos de la realidad cubana
actual. «No soy filósofa» —aclara, y de inmediato da
riendas sueltas a un diálogo donde cultura, economía y
política se entrecruzan frente a la claridad conceptual
de la ensayista, la vocación pedagógica de la maestra y
la sensibilidad de una mujer que, si bien está dispuesta
a fundar caminos, también viene de vuelta de muchas
batallas.
Temas: En un artículo suyo reciente («Algunas reflexiones
sobre política cultural»),1 usted alerta que «la valoración
económica del trabajo cultural no puede hacerse
siguiendo los indicadores utilizados para la producción
mercantil». ¿Cómo cree que podría conciliarse el discurso
de la racionalidad, inherente a la actualización de
nuestro modelo económico, e imprescindible a nuestra
sobrevivencia como nación, con la necesidad cultural de
no ponerle límites a la creación?
Graziella Pogolotti: Ambas cosas son conciliables,
aunque, naturalmente, hay que encontrar las fórmulas
para hacerlo. Me parece de una urgencia primordial
4
n. 72:
4-10,Hernández
octubre-diciembre de 2012
Raúl Garcés
y Rafael
buscar esas soluciones económicas, porque cualquier
actualización del modelo económico implica impactos
sociales inevitables; y tiene también sus efectos en el
plano de la cultura y en el de la economía, es decir, en
el plano de la espiritualidad; ese es, digamos, el punto
crítico.
En primer lugar hay que plantearse líneas estratégicas
que conduzcan a un análisis del comportamiento social,
y por ende, cultural. Desde mi punto de vista, sociedad
y cultura no se pueden separar. La cultura llega a su
punto extremo de refinamiento en lo que estamos
acostumbrados a llamar la creación artística y literaria,
pero eso históricamente se ha sustentado sobre una
relación orgánica con los procesos sociales. Sin entrar a
una conferencia académica, hay que reconocer que esta
relación no se revela solo en un país como el nuestro,
sino en la historia de la civilización y la cultura en los
países del llamado Primer mundo.
Si no se hace un diseño estratégico por lo menos
provisional —como puede hacerse en un trabajo de
investigación, partiendo de una hipótesis, que pueda
ser modificada en el camino—, no podemos encontrar
las soluciones que yo llamaría administrativas para el
funcionamiento de la cultura.
En esa consideración estratégica hay que tener
en cuenta también las características de esta islita
pequeñita, situada al borde de un imperio poderoso,
con todas las características de lo que Darcy Ribeiro
llamó «pueblo nuevo», con una historia muy corta,
donde la noción de la conciencia nacional surgió hace
dos siglos y se fue perfilando primero en los sueños de los
intelectuales antes de empezar a fraguar en las guerras
de independencia; ese es un proceso muy peculiar que
nosotros no podemos olvidar.
La Revolución se planteó ese problema, aunque no
lo formulara en términos teóricos, sino mediante una
sucesión de decisiones de orden práctico. En el caso
tuyo, Rafael, tú fuiste alfabetizador y pudiste percibir,
como muchos jóvenes de tu generación, el choque de
culturas que había en este país, más allá de enseñarle
sobre todo a los campesinos el manejo de la letra.
No era solamente eso, sino descubrir las distancias
abismales que separaban a unos muchachos de origen
más o menos pequeño-burgués, procedentes de las
ciudades, de esa otra realidad campesina, marginada,
sin futuro. Por lo tanto, en el sustrato de la Campaña de
Alfabetización, en 1961, aunque no fuéramos capaces de
formularlo ninguno de nosotros, en términos teóricos
estaba implícito ese vínculo cultura-sociedad.
Lo mismo sucede en las Palabras a los intelectuales,
de Fidel. En ese discurso, cuando se está hablando de esa
fórmula tan repetida, dentro y contra, lo que se estaba
debatiendo en realidad era la cuestión del realismo
socialista. La preocupación fundamental de los
intelectuales del mundo de las letras y de las artes era
que se impusieran normativas. Es lo que dice Virgilio
Piñera en su intervención con aquello de que teníamos
miedo; a lo que se le tenía miedo era al modelo estalinista
del realismo socialista. Sin embargo, el cuerpo mayor
del discurso de Fidel no se centra en eso, sino en una
noción de participación en el proceso de disfrute y
de creación de la cultura por parte de las masas: los
instructores de arte fueron la fórmula, una de orden
práctico que probablemente no tuvo los resultados más
felices, precisamente porque tanto aquí como en otros
referentes que pudiéramos tener entonces, se seguía
pensando en la cultura artístico-literaria, y en última
instancia en el trasplante de determinado modelo. ¿Qué
hicieron los instructores? Organizaron el Movimiento
de Aficionados. Les llevaban a los aficionados lo mismo
que se estaba haciendo en el mundo profesional, en
lugar de escarbar y buscar cuáles eran las fuentes vivas
de su cultura.
En un momento en que la situación económica
va a traer tantas repercusiones no solo en el plano de
lo que llamamos cultura en un sentido estrecho, sino
también en el plano de la educación, hay que rescatar
estas fuentes vivas de la cultura, y también preservar
el vínculo esencial entre tradición y cambio, porque si
renunciamos a determinados elementos de la tradición
y de la memoria, nos quedamos absolutamente
desfasados, lo que quiere decir, para emplear un
término popular, «nos serruchamos el piso».
Cuando yo escribí ese trabajo al cual ustedes
están aludiendo, no pretendía abarcar la totalidad del
problema, lo que hubiera sido imposible para mí, pero
sí ilustrarlo con tres zonas fundamentales. Una de ellas
es la conservación del patrimonio. Nosotros sabemos,
en primer lugar, cuál es la situación del patrimonio
edificado más allá de la experiencia de la Habana
Vieja, porque ese patrimonio no está únicamente
en la Habana Vieja. En ese sentido, habría, quizás,
determinadas fórmulas. Una de ellas fue la que diseñó
Eusebio Leal, consistente en beneficiar la preservación
del patrimonio con las ganancias del turismo. En el
plano del turismo, todas las islas del Caribe tienen
sol, playa, y en algunos casos tienen unos ambientes
absolutamente paradisiacos. Pero nosotros, por la
historia y el tamaño de la isla, que es la más grande del
Caribe, tenemos un importante patrimonio edificado
en muchas ciudades, no solo en las siete primeras villas
fundadas por Diego Velázquez.
Ahora bien, hay otra zona del patrimonio que está
en una situación absolutamente crítica, el patrimonio
documental. Ese es un problema que yo he tocado
con las manos en la prensa, que está hecha polvo
en nuestras bibliotecas, y en libros publicados,
tanto en el siglo xix, como en el xx. Esa preservación
requiere una subvención del Estado; se trata de una
inversión que tiene que hacer este, para preservar esa
Graziella Pogolotti: «Hay que construir un puente de confianza»
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dimensión cualitativa, no mensurable, pero que tiene
que ver con la esencia de nuestra historia, de lo que
queremos defender, si no nos queremos convertir en
una factoría.
El otro tema que yo abordé tenía que ver con la
necesidad de plantearse los problemas y las soluciones
de una manera integral. Esa es una palabra que
usamos constantemente, pero como tantas cosas,
no aplicamos. Yo usaba el ejemplo que tenía más
cerca, el del mundo del libro y la literatura. La
institución literaria está desarticulada por completo;
las editoriales preparan la edición de libros más o
menos bien, pero esa acción editorial está desvinculada
de la investigación literaria, y lo que es más grave
todavía, de la educación. Mediante un proyecto de
la Fundación Carpentier, empezamos a hacer una
contribución a la superación de los profesores de los
preuniversitarios. Yo acabo de descubrir que este es el
único país del mundo occidental donde no se estudia
la literatura nacional. ¿De qué estamos hablando
cuando nos referimos al sentido de pertenencia, si nos
encontramos con un programa de literatura en el cual
la literatura cubana está subsumida en la universal,
y que se pasa, por ejemplo, de estudiar a José Martí,
solo como periodista, para abordar inmediatamente
después a Franz Kafka?
Y el último tema que yo abordé fue el del llamado
«trabajo comunitario», en busca de una posible
sustentabilidad que no responda básicamente a
mecanismos mercantiles. Desde mi punto de vista, lo
esencial en este trabajo es que no se puede establecer
un modelo único aplicable universalmente, sino hay
que partir de la base hacia arriba —y no al revés.
Un ejemplo es lo que pasa con las parrandas de
Remedios. Para los remedianos presentes y ausentes,
es el acontecimiento fundamental en el curso del año.
Como se trata de una competencia entre dos barrios,
se está trabajando en secreto durante el año entero en
un proceso que es extraordinariamente creativo. No
sé si en estos momentos reciben alguna subvención,
pero a través de los años ellos han encontrado recursos
y apoyo en su propio entorno inmediato. En alguna
instancia, hay que contar con lo que se deriva del
turismo como beneficio tangible en una zona que
incluye Remedios, Caibarién, los cayos, donde se puede
ofrecer una satisfacción múltiple del entorno, y en una
ciudad que tiene, además, un carácter colonial.
Si nosotros sumamos en la base, en el barrio,
la cantidad de instituciones culturales, deportivas,
educacionales que hay, encontraremos una
infraestructura deteriorada, o al menos, parcialmente
deteriorada. ¿No es posible una complementariedad
en el empleo de esa infraestructura, si se trata de
satisfacer las necesidades e intereses prioritarios de la
población local?
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Raúl Garcés y Rafael Hernández
Hay otro aspecto que no tiene que ver con la
creación artística, sino con las llamadas empresas, que
también tienen sus problemas. Si uno piensa en hacer
rentable una editorial, tiene que contar con títulos que
tengan una respuesta en el mercado interno del país.
Pero en este momento existe una limitación objetiva
relacionada con la doble moneda. Si aspiramos a
democratizar la recepción de la literatura, no puedo
vender los libros en CUC con los precios que tienen
en otros países, porque nuestros salarios no alcanzan
para eso, y, por lo tanto, estaremos marginando a
un sector importante de la población, entre ellos los
jóvenes, los estudiantes, las nuevas generaciones. Lo
que hace rentable al libro es la magnitud de la tirada.
En el mundo entero, las grandes tiradas compensan
las tiradas más limitadas que hay que amparar con
vistas a proteger un espacio para públicos específicos,
para experimentación, etcétera. Esa es la primera
limitante.
Esta cuestión se hace aún más compleja cuando
la situamos en el contexto internacional, donde no
cabe la menor duda de que la cultura o la creación
se han convertido en mercancía —como lo predijo
Carlos Marx, que no está muy de moda, pero
tenía razón en muchas cosas. ¿Y qué pasa en el
mercado editorial internacional? Se ha producido
una transnacionalización de las empresas editoriales,
que en lengua española acabaron con la autonomía
del mundo editorial latinoamericano. Cuando yo era
joven, los libros que nosotros comprábamos procedían
fundamentalmente de Argentina, que tenía un espectro
muy amplio de editoriales, y en segundo lugar, de
México. Eran empresas autónomas, con su propia
política, su destinatario. Hoy en día esto se maneja
como una inversión monda y lironda, con estudios de
marketing y manejo de publicidad de todo tipo. Los
medios masivos llegan a crear una expectativa en torno
a un libro, y por tanto una demanda. El mundo de la
música, como se sabe, tiene un nivel de especialización
altísimo, y en los países subdesarrollados forma parte de
los grandes negocios. Y las artes visuales están sujetas
a otros mecanismos, suntuarios, especulativos, mucha
gente en las subastas, que son las que determinan los
valores, como si se tratara de la bolsa de Wall Street.
Hay quien invierte en obras de artes visuales sobre
todo en épocas en que las monedas y otras inversiones
son menos seguras, porque se piensa que esa sí es una
inversión duradera y que quizás en el mercado aún se
puede ganar con el transcurso del tiempo.
Ese es el entorno en el cual nosotros nos movemos,
y, efectivamente, necesitamos el desarrollo de estudios
sobre las industrias culturales, que aquí no se hacen.
Hace poco me hablaron de alguien que quería hacer
un doctorado en Economía sobre ese tema, y le dijeron
que no podía, porque no tenía contraparte.
Hay que saber escuchar, renunciar a cierto reflejo condicionado que hemos
venido desarrollando en el tiempo, y que nos tiene siempre en guardia
para dar una respuesta inmediata. Se trata de saber de dónde vienen esas
preocupaciones e intereses de los jóvenes, dejar que hablen y no sientan que
pueda producirse a consecuencia de eso alguna forma de represalia.
Temas: Las instituciones culturales cubanas han jugado
un papel trascendente como mediadoras entre la política
cultural revolucionaria y los creadores. Pero un escenario
marcado por el impacto de las tecnologías y la necesidad
de buscar fuentes alternativas de financiamiento ha
obligado a muchos de esos creadores a fundar sus propios
proyectos al margen o paralelamente a esas instituciones
¿Qué desafíos imponen los nuevos escenarios para la
institucionalidad cultural de la Revolución?
G. P.: Yo creo que al hablar de las instituciones y su
papel mediador, hay que tener en cuenta el papel en
la trasmisión de problemas y preocupaciones que,
a partir de finales de los años 80, ha desempeñado
la UNEAC, como factor mediador con la dirección
política. La UNEAC ha puesto sobre la mesa unos
cuantos problemas de la sociedad cubana, aunque no es
la institución preparada para dar respuestas, y creo que
ese papel debe mantenerse y seguir desarrollándose.
En otro sentido, uno de los problemas que afectan la
crisis institucional y existen en varias zonas del país, es
la pérdida del profesionalismo. Los artistas hoy pueden
establecer su propia vía para encontrar un espacio en el
mercado nacional, e incluso en el internacional, porque
consiguen lo que se llama un «representante» más o
menos habilidoso, que ha ido aprendiendo las reglas del
juego sobre la marcha. Esa habilidad no se encuentra
en la mayor parte de las instituciones, con respecto a
lo cual habría que reformular el diseño, la preparación
de los cuadros, el sistema de este trabajo.
El ICAIC es un ejemplo de lo que está ocurriendo,
y que, en este caso, responde, en lo fundamental, al
impacto de las tecnologías. Hace treinta años, para
hacer una película había que mover una cantidad
gigantesca de recursos, que implicaban cámaras,
transporte, una logística impresionante; hoy en día
cualquier joven con una camarita de video hace un
documental y puede hasta producir un corto dramático.
¿Dónde estaría aquí el papel de la institución? Más que
monopolizar el proceso productivo —aunque el apoyo
institucional tiene que seguir existiendo para películas
con otras ambiciones, como se hace en todas partes
del mundo—, el papel de la institución es gestionar
una presencia efectiva en el mercado, en primer lugar,
interno, así como externo.
Temas: Usted mencionó que la UNEAC había desarrollado
una capacidad para identificar problemas, incluso algunos
para los cuales no estaba capacitada en términos de
buscarle una solución. Curiosamente, si uno mira para
atrás, en el Período especial, en el arte, en la literatura,
en la novelística, en la cuentística, en el cine, en el teatro,
es donde se tratan primero algunos problemas, antes de
ser expuestos o discutidos en ninguna otra parte. Ese
fenómeno coincide, en el tiempo, con un nuevo diálogo
entre la dirección política y los escritores y artistas, que,
por cierto, no se da de igual manera con otros sectores de
la cultura en un sentido amplio que usted ha mencionado.
Los escritores y los artistas se vuelven interlocutores
privilegiados de la dirección política en el contexto del
Período especial. ¿Podría comentar sobre esto?
G. P.: Sobre ese tema, como es lógico, yo tengo una
visión en cierto modo parcializada, por haber estado
involucrada en ese proceso. Esa nueva base de diálogo
empezó, efectivamente, con el Período especial, pero
tiene el antecedente de la elección de Abel Prieto a la
presidencia de la UNEAC.
Recuerdo que, cuando empezamos allí, se dio el gran
problema de la película Alicia en el pueblo de Maravillas.
Los escritores y artistas siempre han demandado cierto
grado de atención, porque son todos voces reconocidas.
¿Qué se logró en aquel momento? Que ese vínculo
eliminara los intermediarios. Los intermediarios,
en una estructura de poder, desempeñan un papel
importante, en la medida en que trasmiten estados
de opinión sobre un sector, o sobre una personalidad.
Se estableció un diálogo directo, en una situación tan
difícil como aquella, pues hay que tener en cuenta que
el Período especial significó, en su primer momento,
la paralización de todos los medios de difusión de la
cultura, de las imprentas, la aparición de soluciones
como aquellos plaquettes con unas pocas hojas, en
lugar de libros; se redujo drásticamente la producción
de cine, la presencia de la televisión, hubo problemas
de desempleo en el sector artístico. Sin embargo, a
pesar de esos problemas de orden objetivo, en todas las
ocasiones hubo un diálogo, en un marco más estrecho,
como las reuniones del Secretariado de la UNEAC con
Fidel, o en los Congresos y en los Consejos Nacionales.
Él trataba de no perderse ninguno; a veces no estaba
oficialmente invitado y se aparecía. Recuerdo una
vez en que, por ahorrar dinero, nos reunimos en el
MINCEX, en un salón que era muy incómodo porque
tenía columnas por el medio, de modo que impedía
la visualidad. Fidel apareció allí y empezó diciendo:
Graziella Pogolotti: «Hay que construir un puente de confianza»
7
«Pero, ¿por qué se reunieron aquí en este lugar tan
incómodo?, es que yo no puedo ver a la gente porque
están las columnas por el medio».
En la medida en que ese diálogo directo se fue
fortaleciendo, se fue evidenciando también la profunda
conciencia revolucionaria, el sentido patriótico,
nacional, de los escritores y los artistas, aun a veces
en discusiones con cierto grado de tensión. Recuerdo
la reunión de un Consejo Nacional donde se analizó
el problema suscitado por la película Guantanamera;
pero hubo diálogo y fue un diálogo franco. O cuando
se abordó el tema del racismo, y hubo un momento de
tensión bastante fuerte, a partir de los planteamientos
de Tito Junco; sin embargo, eso puso sobre la mesa
un problema que estaba ya haciéndose sentir en la
sociedad cubana, agudizado por el Período especial,
que creaba diferencias en el nivel de vida, y aunque eran
problemas en apariencia solucionados, no obstante,
como sucede con la memoria colectiva, no desaparecen
de un día para otro.
Por otras razones, este nivel de diálogo, efectivamente,
no se ha establecido con otras áreas; pero no puedo
encontrar una explicación, más allá de este carácter
preponderante como voz pública que pueden tener
los escritores y los artistas, y la capacidad de establecer
un diálogo que priorice los grandes problemas de la
sociedad. En ninguna de estas reuniones nosotros
pedimos computadoras.
Temas: Nadie duda de la centralidad que los medios de
comunicación tienen en la socialización de la cultura
contemporánea. ¿Cómo usted evalúa la relación entre
medios y vanguardias intelectuales en el momento actual
de Cuba?
G. P.: Hay una incomprensión acerca del tipo de
mensaje que corresponde a los medios masivos
distribuir para dar a conocer. Es un mensaje con un
sentido de inmediatez política que pierde casi siempre
la noción de la integralidad de los procesos.
Como ha ocurrido en otros campos, se han ido
desarrollando parcelas. Y la voz del intelectual se
queda fundamentalmente en otro sector, no cuenta
con un espacio propio, como columnista en los medios.
En los años 40 y los 50, ese espacio se conocía con el
nombre de «páginas editoriales» de los periódicos, en
ellas escribían Jorge Mañach, mi propio padre tenía
una columna en El Mundo, Raúl Roa; eran voces
más o menos reconocidas en determinados ámbitos,
lo mismo podía ser el más estrecho de la cultura en
su sentido tradicional, o en torno a problemas de la
realidad nacional. Como es natural, había reglas del
juego difíciles, pero con las cuales cada uno sabía
hasta dónde podía llegar. Mi padre colaboraba en El
Mundo, y él sabía perfectamente que su pensamiento
8
Raúl Garcés y Rafael Hernández
social no tenía espacio en ese periódico; por lo tanto,
se concentraba en la cultura y encontraba un resquicio
de esa manera.
En la actualidad, sin llegar al fenómeno de Internet
y otras derivaciones, la televisión ha sido un medio
que, en todas partes, ha instaurado cierto modelo
banalizador, que entraña una filosofía de la vida, un
sistema creador. En ese terreno —y esto tiene que ver
con la falta de un pensamiento teórico— nosotros no
hemos definido nuestro propio diseño. A partir de
nuestro proyecto, debemos privilegiar en los medios
determinados temas —no me refiero a una retórica—
ámbitos, variantes; eso no lo hemos encontrado.
Nosotros damos una respuesta a partir de la demanda
de la inmediatez. Se introdujeron las telenovelas,
funcionaron, y ahora estamos con telenovelas hasta
las orejas. Yo no tengo inconveniente, pero tiene que
haber otras opciones.
Otra preocupación que tengo es la de dónde está
quedando, para los historiadores del futuro, el registro
de lo que se está haciendo en Cuba en el campo de la
cultura. Cuando un historiador, dentro de cincuenta
años, se plantee investigarlo,¿dónde va a encontrar las
fuentes? Es indiscutible que la actividad cultural ahora
es mucho más extensa de lo que pudo serlo en cualquier
otro momento anterior de nuestra historia; suceden
cosas, y no solamente aquí en La Habana, pero ¿dónde
queda ese registro? ¿Y cómo se convoca a los públicos?
Tenemos decenas de peñas literarias. ¿Quiénes asisten?
Los amigos del homenajeado. Se está produciendo una
autofagia que no logra conectar y reproducirse en un
ámbito mayor.
Entonces, el asunto de los medios es en extremo
preocupante, entre otras razones porque no hay un
pensamiento; porque sufrimos vaivenes; hay ideas
como la de darle a la gente lo que le gusta, mientras
que los gustos los estamos construyendo nosotros, no
son espontáneos. De manera que estamos cayendo en la
misma banalización, menos sofisticada desde el punto
de vista profesional.
Temas: Fernando Martínez Heredia, al recibir un premio
otorgado por la AHS, dijo a la juventud: «No permitan
que prosperen dos Cubas en la cultura». Se refería a la
tensión siempre presente entre una Cuba mercantilizada,
mediocre y banal, y una Cuba rebelde y libertaria. Yo
creo que es una tensión histórica de este país, que está
desde la misma fundación de la nación y que se reflejó
en los primeros cincuenta años de la República de modo
singular. ¿Qué singularidad usted ve a esta tensión
en el momento actual de Cuba y cómo pesa sobre la
juventud?,
G. P.: Lo que plantea Fernando efectivamente es un
problema central. Yo quizás lo matizaría en el sentido
de que, en el plano de la cultura, no hay dos Cubas,
sino varias, partiendo de los mismos presupuestos que
yo antes he planteado. Y ciertamente, uno no puede
ahogar el desarrollo de estas distintas culturas, no se
trata de eso, sino de reconocerlas, definirlas, pensarlas
y establecer un diálogo.
En la historia de Cuba, ha habido intelectuales
que se plantearon ejemplarmente este tema, como
por ejemplo, Fernando Ortiz. Él reconoció que
culturalmente había otra Cuba; pero al estudiar el tema,
desde el punto de vista de un intelectual formado en
la alta cultura, estableció coordenadas que favorecían
el diálogo entre estas distintas zonas. El problema está
claro.
Una de las preocupaciones fundamentales que yo
tengo en este momento se relaciona con la juventud,
y con la necesidad de preservar una continuidad
histórica, de abrirles horizontes, en el sentido de
sus posibilidades de participación y desarrollo en el
contexto cubano. Para enfrentar este problema de la
juventud, como ocurre a mi entender en muchas otras
cosas, hay que eliminar las abstracciones. En primer
lugar, me pregunto qué quiere decir joven. Hay un
rango que llega hasta los treinta y cinco años, ¿no?
Temas: Sí, convencionalmente.
G. P.: Bueno, en ese rango de edades hay diferencias
enormes, biológicas en primer lugar, entre un muchacho
que está en pleno brote de adolescencia y un joven que
ya se está planteando su carrera profesional, que va a
establecer una familia; se trata de mundos diferentes.
Puedo tener cierta idea de lo que sucede con algunos
jóvenes en el universo que me resulta más cercano
—los estudiantes universitarios—; pero no sé lo que
piensa un joven campesino en este momento, no tengo
la menor idea. De modo que lo primero que hay que
despejar es el problema de a qué nos referimos cuando
hablamos del joven.
En segundo lugar, hay que repetir algo que se ha
convertido en un lugar común, pero todavía no se
aplica en la práctica. Hay que saber escuchar, renunciar
a cierto reflejo condicionado que hemos venido
desarrollando en el tiempo, y que nos tiene siempre en
guardia para dar una respuesta inmediata. El diálogo,
la capacidad de escuchar no es eso; se trata de saber
de dónde vienen esas preocupaciones e intereses de
los jóvenes, dejar que hablen y no sientan que pueda
producirse a consecuencia de eso alguna forma de
represalia. Hay que construir un puente de confianza.
Te voy a hacer una anécdota personal. Cuando se
construyó el Partido en la Universidad, que fue un
proceso complejo de asambleas de ejemplares, etc., ya
terminado aquello, yo pude saber qué decían de mi
persona algunos compañeros. Una de las cosas que
decían es que yo sabía escuchar, y que en la medida de
mis posibilidades yo trataba de dar una respuesta; era
algo que había operado en mí de manera inconsciente,
tenía que ver con mis características personales, con la
curiosidad que me inspira el mundo que me rodea. Pero
a partir de ahí, me dije: «Caramba, es verdad que eso es
importante». Y eso no lo hemos sabido hacer.
En estos días, yo recordaba cuáles eran los reflejos
condicionados que históricamente tenían los maestros.
Uno de esos reflejos era que siempre los estudiantes
tenían que sentir que tú estabas a su lado en los
momentos difíciles. Recordaba una anécdota de Ricardo
Alarcón, durante la época de la reforma universitaria
y los días de Girón, cuando el decano en la Facultad
recién estrenada de Humanidades era Elías Entralgo.
Al producirse el ataque de Girón, todo el mundo era
miliciano, se acuartelaron primero en Zapata y G y,
después, había que partir hacia el estadio universitario,
donde les darían las indicaciones de lo que había que
hacer. Entralgo, en aquel momento, era un hombre
ya maduro, al cual —nosotros no lo sabíamos—,
le quedaba poco tiempo de vida. Acostumbraba
siempre a usar un traje gris, una camisa blanca y una
corbata negra, según él porque guardaba luto por la
memoria de Arango y Parreño; y llevaba un maletín
con sus papeles. Y vestido así partió para Zapata y G,
con su sempiterno traje gris, y encabezó la marcha
de los estudiantes y profesores. Estaban todos con
sus uniformes de milicianos. Y Alarcón, que estaba
en la Junta de Gobierno de la Universidad en aquel
momento, le dijo: «Mire, doctor, usted no se involucre
en esto, yo me hago cargo»; y él respondió: «No, yo
tengo que estar junto a mis estudiantes». En la práctica,
él no iba a hacer nada, porque no tenía ni un revólver,
pero era un símbolo moral.
Yo, en este momento, además de ocuparme de
la pelota como fenómeno cultural y social, estoy
tratando de aprender algo sobre los distintos modelos
educacionales. Creo que nuestro modelo de formación,
supuestamente venido de la Unión Soviética, se basa en
una concepción psicológica conductista. Esa no es la vía
adecuada. Aunque tengo pocos contactos personales
con el mundo de la pedagogía y la psicología, en
particular de la psicología de la educación, estoy
tratando de orientarme en ese sentido por lo menos
para organizar un ciclo en la Fundación Carpentier,
que es el espacio del que yo dispongo, que aborde el
tema de Cultura y Educación, porque en este terreno
hay que remover muchas ideas y mucha práctica.
Temas:Volvamos a lo táctico y lo estratégico en las
relaciones entre cultura y sociedad. Al comenzar
esta entrevista, usted nos hablaba de la Campaña de
Alfabetización y otros hechos culturales de los años 60,
como acciones destinadas a resolver problemas
Graziella Pogolotti: «Hay que construir un puente de confianza»
9
perentorios y concretos de la época, impelidos por los
imperativos del momento de insertarse en la formulación
de un diseño de mayor alcance. Cincuenta años después,
¿disponemos de esa visión estratégica para analizar los
vínculos entre economía, cultura y política?
G. P.: El problema de los diseños teóricos es en este
momento una demanda inaplazable. Por eso publiqué
ese trabajo sobre el Che,2 destacando que aún en
aquella terrible situación de la guerrilla boliviana, él
se preocupaba por plantearse problemas de orden
teórico, a pesar de que, cuando uno lee el Diario del
Che en Bolivia, se da cuenta de que no hubo situación
más terrible y más dolorosa que la que ellos atravesaron
allí.
Ahora bien, en un mundo cada vez más complejo, en
una realidad nuestra también más compleja —porque
estamos entrando en una sociedad heterogénea, con
muchos componentes, con características propias—,
se trata de algo inaplazable, que debe plantearse desde
los distintos campos de las llamadas ciencias sociales.
No tengo una idea muy clara de por dónde anda el
pensamiento en esa área. Me han llegado algunos
comentarios acerca de lo que está sucediendo con
la formación de los economistas, a mi juicio muy
preocupante. Según me dicen, alcanzan un nivel
técnico bastante alto; pero han dejado de lado el énfasis
en la economía política, y también en la historia de la
economía cubana. Sin embargo, un economista no
puede ignorar la historia de una economía que fue
construida desde el inicio —y fundamentalmente a
partir del siglo xix— como un modelo dependiente, y
las consecuencias que eso trajo en la formación, como
decía Juan Pérez de la Riva, de una Cuba A y una Cuba
B, que todavía no hemos superado del todo. Esta es una
de mis mayores angustias en estos momentos.
Porque la maduración de un pensamiento teórico
no se hace en un día, sobre todo cuando tenemos que
ir revisando muchas cosas, y replanteando en cierta
medida nuestras premisas. En los aspectos tangibles,
aplicables en la práctica, los resultados de ese rediseño
no van a estar disponibles mañana.
Notas
1. Graziella Pogolotti, «Algunas reflexiones sobre política cultural»,
La Jiribilla, a. XI, n. 591, La Habana, 1-7 de septiembre de 2012,
disponible en www.lajiribilla.cu (consultado el 30 de octubre de
2012).
2. Se refiere a «El Che nos invita a pensar», publicado en Juventud
Rebelde, La Habana, 6 de octubre de 2012.
10
Raúl Garcés y Rafael Hernández
Actualización
y producción cultural.
Algunas hipótesis
Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez
Investigadoras. Instituto Cubano
de Investigación Cultural Juan Marinello.
No podemos resolver problemas con el
mismo tipo de pensamiento que usamos
cuando los creamos.
Albert Einstein
E
l desarrollo como propósito inacabado
es resultado del incremento sostenido del
bienestar material y espiritual de toda la
sociedad, incluida la capacidad de los seres
humanos de tomar decisiones con respecto a sus
necesidades, para prosperar y emprender sus proyectos
de transformación. Es decir, es un propósito en
permanente construcción y reconstrucción colectiva,
en el que el conocimiento, la capacidad de pensamiento
y creación permiten al ser humano conducir sus
acciones en pro de un mayor bienestar.
La cultura que expresa lo mejor del ser humano
genera creatividad, motivación para la innovación y
actitudes y conductas proclives a la búsqueda de la
prosperidad a la que se refería José Martí en su artículo
«Maestros ambulantes»: «Ser bueno es el único modo
de ser dichoso, ser culto es el único modo de ser libres,
pero, en lo común de la naturaleza humana se necesita
ser próspero para ser bueno»;1 es esta cultura la que
permite hablar de competitividad en economía sin
denigrar la dignidad humana ni desvalorizar el trabajo.
El avance económico imprescindible para alcanzar
el bienestar de la sociedad se reconfigura de manera
permanente; de ahí que no haya desarrollo económico
sin cultura y que esta, en su evolución, constituya el
desarrollo mismo.
Todo el arsenal cultural que permite enrumbar la
senda del desarrollo está condicionado por el tipo de
Actualización yn.producción
cultural. Algunas hipótesis
72: 11-19, octubre-diciembre
de 2012
11
intereses que predomine en la familia, el territorio y
la nación, sobre todo cuando se trata de fomentar un
sistema de valores que no mercantilice a la sociedad en
general y al ser humano en particular; donde el objetivo
sea la realización personal y social, la riqueza del ser
humano como sujeto y objeto del desarrollo.
Una sociedad creativa, innovadora y competitiva en
su producción, que potencie el nivel de conocimiento
tecnológico acumulado, solo puede lograrse a partir
de reconocerse en su diversidad y de participar
plenamente en su conducción.
El desarrollo cultural, en su acepción más laxa, ha
permanecido entre los propósitos fundamentales del
proyecto revolucionario. Luego de cincuenta años, la
cultura cubana cuenta entre sus principales resultados
haberse instituido en uno de los ejes de la Estrategia
Nacional de Desarrollo proclamada y, además, ser parte
consustancial del consenso social que ha respaldado a
la propia Revolución.
Según Graziella Pogolotti,
la cultura popular transita a través de un ecosistema
social. Se reconoce en núcleos comunitarios de distinta
dimensión tanto en algunos enclaves resistentes,
articulados según sus orígenes mediante creencias,
costumbres, valores, y hasta en lenguas que son propias
como en el mundo barrial más heterogéneo de las
ciudades […] La plena asimilación del arte y la literatura
se logra cuando entra a formar parte orgánica de un
ecosistema cultural viviente en los núcleos comunitarios
al reconocerse como necesidad vital participativa y de
realización humana.2
Por ello, la política cultural del país debe vincular
la promoción de la creación artística y literaria y a
sus protagonistas y, al mismo tiempo, generar las
condiciones para que emerja la cultura como expresión
de valores e identidad de cada territorio. No son dos
componentes aislados, sino dos ángulos de un mismo
proceso.
En consecuencia, los cambios esbozados en la
actualización del modelo económico cubano implican
retos significativos al ordenamiento existente: incluye
una política cultural que sea herramienta activa en la
consecución de los objetivos de progreso humano de
toda la nación. Coincido con Pau Rusell y Salvador
Carrasco, en que:
La generación de la producción simbólica, la transmisión,
conservación y reciclaje de la información, del
conocimiento, las experiencias y la cultura van a
determinar no solo la configuración de los espacios sino
las bases de su competitividad a medio y largo plazo. La
gestión de la producción simbólica, por tanto, deviene
un elemento estratégico en la definición de la trama
de jerarquías territoriales aun en mayor medida que la
disposición de los medios de producción.3
Una ciudad, un territorio culto dispone de mayores
atributos para la creatividad en sus distintas acepciones
12
Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez
y manifestaciones. De ahí que todo diagnóstico
territorial precise incorporar el análisis de sus recursos
simbólicos y la observación de sus modos de generación,
producción, consumo, así como la conservación y
reciclaje de su propia creación simbólica. Y este es
un componente relevante, sin importar cuál sea la
estrategia y el modelo económico que se aplique y actúe
sobre la realidad del territorio.
La comunidad es el espacio-objetivo de la política
cultural porque es donde se genera y realiza la cultura
nacional; la creación artístico-literaria forma parte de
su expresión. El diseño de la política cultural y su visión
de futuro debe contemplar el ciclo que transcurre de la
creación al consumo, y respetar su unicidad, teniendo
en cuenta la carga económica y cultural que recae
sobre cada una de sus fases intermedias. En términos
económicos esto significa recorrer el camino que va
desde la oferta hasta la demanda con una mirada
estratégica abarcadora de la nación en su conjunto.
Resulta indispensable considerar las proporciones
en cada fase del ciclo de reproducción, que contribuyan
a eliminar las deformaciones estructurales que tipifican
el subdesarrollo en general y el cubano en particular.
No es posible defender la creación sin fortalecer la
producción y distribución de los productos culturales
que garanticen su contacto con los públicos,4 pues esas
creaciones solo se reconocen y realizan en el consumo
cultural.
La actualización del modelo económico en el ámbito
de la cultura no debe circunscribirse solo a la búsqueda
de mayores ingresos o a la sostenibilidad de acciones
culturales; sino reclamar de la política cultural del país
una acción programática decisiva para la promoción
del avance cultural a lo largo y ancho de Cuba, que
impulse la reconfiguración de todos y cada uno de los
territorios como la génesis natural del movimiento
civilizatorio. Al respecto comenta Julia Carriera:
No se trata por tanto de «llevar la cultura» a los
escenarios de toda la sociedad que se aspira transformar,
desconociendo o supeditando lo que en términos
culturales ha sido erigido por quienes se reconocen como
artífices de una identidad que se distingue y guardianes
de un patrimonio que les pertenece […] No se trata de
llevar momentos culturales para la elevación efímera de la
calidad de vida, sino que esté presente en la vida cotidiana
para el aprendizaje y crecimiento cultural.5
La obra de la Revolución cubana dignificó al ser
humano, ha suscitado un profundo cambio cultural
que impulsa la búsqueda del bienestar con esfuerzos
propios. Con este objetivo, desde los inicios del
período revolucionario, se hizo una intensa inversión
económica para elevar los niveles de conocimientos
básicos y superiores en distintas ramas del saber.
Pero, años más tarde, el modelo económico que
debía integrar el conocimiento acumulado al torrente
económico nacional, comenzó a mostrar señales de
agotamiento, actualmente manifiestas en la ausencia de
correspondencia entre el desarrollo alcanzado por los
actores económicos y sociales y el sistema de relaciones
imperantes.
Es necesario elevar la economía a una condición
creativa, integrar conocimientos, información y
participación ciudadana, en la búsqueda del bienestar
desde y para toda la sociedad y no de producir una
redistribución asistencialista y paralizante, así como
gestar la salida del subdesarrollo, distribuir la renta
nacional a través de la creación de empleo útil y
productivo, para lo cual el mercado interno se debe
constituir en la base de sustentación de los recursos
fundamentales y, por último, fomentar los ingresos
por exportación sin abaratar el valor creado por
una fuerza de trabajo con calificación. Eso significa
empoderamiento económico y social.
Lo anterior ha de realizarse mediante una amplia
participación social, en la que la diversidad cultural y
humana no represente una dificultad, sino una cualidad
enriquecedora del proceso por desplegar, y la función
regulatoria del Estado responda al cumplimiento
estricto de la voluntad popular.
Una plataforma de esa naturaleza reclama una
estrategia que tenga en cuenta la interacción de las
relaciones culturales y sociales, el reconocimiento
de su heterogeneidad en los distintos niveles de la
sociedad, políticas que rechacen la homogeneidad y
el igualitarismo como prácticas empobrecedoras del
acervo cultural nacional.
El gobierno se encuentra inmerso en un proceso
de reformas simultáneas pero en ámbitos diferentes:
reestructura la institucionalidad estatal, descentraliza el
ejercicio de gobierno y desconcentra la propiedad. Tal
vez sea la introspección más profunda, multidimensional
y multifacética que ha enfrentado la Revolución en sus
años de existencia y, sobre todo, de sobrevivencia. La
simultaneidad de estos procesos ha provocado no
pocos desencuentros pues los tiempos de la política
no siempre coinciden con los necesarios para aplicar
procesos que requieren maduraciones sucesivas pero
escalonadas modificaciones.
Esas tensiones resultan evidentes en el proceso
de ensayo-error que está teniendo lugar en la
aplicación de la reforma y las transformaciones
institucionales asociadas a ella, en las inconveniencias
y desproporciones entre los ritmos de los cambios
estatales y el establecimiento de los marcos regulatorios
y funcionales para los sectores no estatales; y esto en
todo el espectro nacional, porque estamos refiriéndonos
a una nueva cosmovisión del proyecto revolucionario,
el cual se ha transformado en el devenir de la propia
Revolución y la reforma deberá reconocer para que
pueda refrendarse y potenciar los recursos sociales y
económicos en beneficio de la sociedad.
Los cambios estructurales fueron impulsados para
hacer frente a la crisis económica, agudizada ante la
adversa situación internacional y las contradicciones
propias del modelo económico imperante. Pero la
sistematización integral del proceso quedó rezagada
con las implicaciones que ello entraña: las medidas
derivadas de las urgencias que imponen las coyunturas,
por lo general, provocan altos costos en términos
estratégicos. El debate, por tanto, no debería estar entre
el sector estatal y no estatal, entendido este último
como asociaciones o emprendimientos individuales
que pueden asumir la forma de cooperativas o trabajo
por cuenta propia. Ante la evidencia de una crisis
estructural y sistémica, resultaría más efectivo enfrentar
la recomposición del modelo, integrar armónicamente
las distintas formas de propiedad, y dejar de abordar
la economía desde decisiones coyunturales y en
compartimentos estancos. No puede producirse una
actualización ni una reforma del modelo económico
sin una del sistema de relaciones económicas y sociales
que le da sustento.
La nación debe mantener la propiedad sobre los
recursos fundamentales y estratégicos que aseguren
la planeación del desarrollo. Sin embargo, los
encadenamientos productivos imprescindibles para
salir de la crisis, no pueden seguir considerando al
sector estatal de un lado y al no estatal del otro, y
mucho menos confinarlo a actividades de muy bajo
nivel de desarrollo tecnológico. Hay que inducir
procesos productivos en los que intervengan distintas
formas de propiedad y que las políticas económicas
así lo definan. Asignar al trabajo por cuenta propia,
las cooperativas y toda la amplia gama de formas
organizativas no estatales la única función de generar
empleo compensatorio de la reestructuración del
Estado, no resulta congruente con la realidad de la
que debe dar cuenta el proceso de Actualización del
modelo económico. Si para 2015, 40% del empleo
deberá ser no estatal, pero se le circunscribe solo a
funciones primarias, sin encadenamientos productivos
ni avances tecnológicos, se le estará condenando al
empobrecimiento sistemático que terminará irradiando
al resto de los eslabones de la economía.
Actualización del modelo en la cultura
Para la cultura cubana, la Actualización del modelo
económico excede con creces la reestructuración
de su aparato institucional —incluido su sector
empresarial—, la depuración de sus plantillas o la
adecuación a las nuevas leyes y regulaciones nacionales,
como la de seguridad social. Tal actualización pasa
inexorablemente por todas las fases del ciclo de la
creación y reproducción de la cultura nacional.
Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis
13
Hoy existe un sector no estatal en la producción
de bienes y servicios en distintas manifestaciones
artísticas —artes visuales, audiovisuales, música— que
ha ido estableciendo cadenas productivas dentro y
fuera del país. En ocasiones se vincula a instituciones o
agencias de la cultura y en otras produce y comercializa
al margen de ellas; constituyen formas creativas
alternativas que es preciso reconocer para que puedan
crecer y desarrollarse.6 Los medios tecnológicos y de
la comunicación, herramientas estratégicas de base
en la cadena productiva, tienen un mayor nivel de
acceso social, al apoyar la proliferación de esas nuevas
formas económicas objetivamente. La creatividad y la
innovación se privilegian en el mundo como elementos
indispensables para un emprendimiento de cualquier
tipo, pero en el sector de la cultura constituyen una
condición natural, un recurso congénito, consustancial
a la cultura misma y no podemos desconocer que se
producirán vínculos e interrelaciones entre actividades
diferentes. Esto ha hecho considerar más plausible
y coherentemente, la concepción de proyectos y no
actividades.7 El artículo de Andrea Rodríguez sobre el
coleccionismo cubano también identifica un proceso,
muy reciente —e incipiente según algunos—, que
responde a cambios en la composición de la sociedad
cubana actual.8
La adopción de políticas que estimulen y promuevan
procesos culturales, y que, a su vez, garanticen su
contribución al desarrollo cultural del país, resulta una
necesidad de primer orden.
Por otra parte, los cambios tecnológicos han
modificado los escenarios productivos y reproductivos
de la cultura; los requerimientos de la sociedad cubana
de hoy no son los mismos de hace cincuenta años
cuando, en la Biblioteca Nacional, se echaron los
cimientos de esa construcción permanente que debe
ser la política cultural.
En el listado de actividades cuentapropistas
autorizadas se constata la inclusión de labores creativas
y otras vinculadas a las restantes fases productivas
de los procesos.9 Entre esos trabajadores por cuenta
propia existen creadores que no son miembros del
sistema institucional de la cultura ni tampoco de sus
organizaciones afines —Unión de Escritores y Artistas
de Cuba (UNEAC), Asociación Hermanos Saíz (AHS),
Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA).
Los artesanos no afiliados han ganado relevancia en
los hábitos de consumo de la población y ofrecen una
estructura estratificada de precios para los distintos
poderes adquisitivos. Algunos no muestran interés
por ser miembros de la Asociación, pues sienten que
no les reporta suficientes beneficios, ni necesitan
el reconocimiento para validar sus creaciones.10 La
empresa estatal y el sistema institucional que se ocupa
de la producción cultural pudieran resultar retados
14
Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez
por ese sector no institucionalizado que compite en
precios y calidad, y la respuesta no podrá partir de la
discrecionalidad que otorga el poder de aplicar políticas
de obligatorio cumplimiento.
La «autorización» de la piratería como parte de
las actividades del sector privado ha evidenciado
lagunas en los procesos de cambios que tienen lugar.
Ciertamente, esta práctica no es nueva, pero ha
proliferado de forma significativa dado el amparo legal,
lo que resulta necesario contrastar con los convenios
internacionales que Cuba ha suscrito y evaluar las
implicaciones para la economía de la cultura en el país.
Asimismo, hay que considerar que el tipo de consumo
que prolifera no necesariamente se ajusta al objetivo
de la política cultural.
Hasta ahora, el establecimiento de asociaciones
culturales con funciones similares a las de las
cooperativas como estructura no estatal de propiedad
colectiva no parece estar entre las modalidades
preferidas; sin embargo, cuando se asume esta entidad
como un trabajo realizado por un grupo de personas
que comparten un objetivo y métodos —en lugar de
trabajar por separado y en competencia—, entonces
sí podemos identificar estas modalidades, que nadie
llama cooperativas pero que lo son, aunque se les
otorgue otra denominación.
En los medios de la cultura puede apreciarse
cierto rechazo a asumir la nomenclatura trabajo por
cuenta propia y cooperativas; no obstante, en consulta
realizada por las autoras a creadores de distintas
manifestaciones artísticas y expertos en la cultura,
hemos concluido que tal vez la existencia de formas
organizativas que complementen la producción
cultural de manera articulada, no resulta contradictoria
con las peculiaridades de los procesos creativos.11 Lo
planteado por Marino Murillo durante el IX Período
de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular,
en 2012 —«a esta nueva fórmula de trabajo cooperativo
se integrarán algunas entidades que hoy son estatales
y se incorporarán personas que no tienen propiedades
sino que aportan solo su trabajo»12—, pudiera y debiera
ser válido también para el sector de la cultura. Nos
referimos a servicios productivos de diversa índole:
sonido, luces, escenografías, preparación de atrezos,
vestuarios, servicios de doblaje —todos importantes en
el proceso de producción de la obra creativa y sin los
cuales no es posible la creación. ¿Pudiera encargarse
a una asociación la administración de un teatro y
que demuestre su capacidad de autofinanciarse?
Podrían surgir muchas preguntas relacionadas con
la programación cultural y el cumplimiento de la
política cultural, cuyas respuestas seguramente serán
el resultado del diálogo y la concertación.
Existen modalidades de asociaciones creativas
de larga tradición y otras de reciente surgimiento;
por ejemplo, Fábrica de Arte, que combina de forma
novedosa, con rigor artístico e impacto sociocultural,
la música, las artes plásticas y los audiovisuales, en
cada una de sus presentaciones; los talleres creativos
individuales o colectivos que vinculan espacios
diversos para ofrecer productos culturales novedosos
y de belleza extraordinaria; o Taller Arte Espacio, para
diseño y ambientación, entre otros. Nada impide que
se organicen conservatorios de música, academias de
pintura, actuación, etc., que complementen lo que se
hace desde la enseñanza artística.
Incluso algunos servicios gastronómicos no
estatales pueden integrar expresiones culturales en
sus programas como sello de distinción, y establecer
relaciones horizontales con asociaciones productivas
y de servicios de distinta índole, lo cual redunda en
espacios de mayor realización y satisfacción para la
sociedad. Avanzar en su reconocimiento jurídico resulta
necesario para promoverlos en su justa dimensión.
No existe hoy información estadística pública de la
cantidad de trabajadores por cuenta propia según el
tipo de actividad, lo que limita la validez y efectividad
de los análisis. Los sistemas informativos, en general,
no funcionan con la agilidad con que se producen los
acontecimientos de los que deben dar cuenta; por ello,
hasta que no se disponga de las fuentes necesarias, los
informes dependerán de la observación, y de consultas
con expertos y creadores de distintas zonas del país.
Las diversas preocupaciones alrededor de estos
temas no son baladíes. En primer lugar, el precio
accesible para las presentaciones culturales ha sido
expresión de una política cultural comprometida con el
disfrute de toda la sociedad. En segundo, la aplicación
de la política cultural ha tenido canales estables y
seguros a lo largo de cincuenta años; y la llegada de
estos nuevos actores y espacios obligaría a pasar de una
política directiva a una indicativa. Ambos elementos
reclaman la construcción de canales de diálogo y
concertación que incluyan las necesidades recíprocas
más que el lenguaje impositivo.
Es tarea impostergable como parte del proceso
de actualización del modelo económico en el país,
fortalecer los proyectos socioculturales desde un
enfoque multidimensional y participativo que propicie
la creatividad y la innovación como características
esenciales de la sociedad. Desde hace algún tiempo
se aprecia el surgimiento de proyectos socioculturales
que plantean la necesidad de su autosustentación y la
integración en estos de actividades sociales que a su vez
tienen un carácter económico. Así lo evidencia Eusebio
Leal, Historiador de la Ciudad, cuando señala:
La creación de hermandades entre amas de casa,
jubilados y trabajadores por cuenta propia, […] obedece
a la lucha por el rescate de tradiciones y oficios afines
y ha posibilitado que hombres y mujeres de diferentes
edades se integren en torno a un objetivo común de
ayuda mutua, solidaridad comunitaria y revitalización
de su economía familiar, a la vez que realizan labores en
beneficio de la comunidad.13
El sistema regulatorio autorizado a ese proyecto
le acompaña en esos propósitos. No coincide con el
resto de las estructuras territoriales, lo que deviene un
tema de relevancia, porque no se puede transformar el
modelo económico sin cambiar las relaciones sociales
de producción que lo amparan.
Uno de los principales riesgos que enfrentan los
proyectos socioculturales es su vulnerabilidad al
depender de financiamientos foráneos. La capacidad
del proyecto para autosostenerse no debe ser la
condición necesaria de su existencia, por tanto algunos
requerirán asignaciones presupuestarias de forma
permanente. No obstante, debe contemplarse también
la necesidad y capacidad de algunos de ellos de transitar
a su autosostenibilidad, aunque nazcan al amparo de
financiamientos provisionales o coyunturales; así como
no debe resultar contradictoria la existencia de otros
que puedan generar márgenes de utilidad, lo que no
representa necesariamente un peligro a su condición
sociocultural.
En la indagación realizada se identifica como
necesarias dos áreas de trabajo e investigaciones: la
reconstrucción de una cultura jurídica en la sociedad
y el restablecimiento de relaciones contractuales
amparadas en sus instrumentos competentes, para
la práctica económica horizontal entre los actores no
estatales; y, paralelamente, la generación de sistemas
de conocimientos a través de cursos, conferencias,
materiales, publicaciones, etc.; que construyan los
ambientes sociales instruidos acerca no solo de cuáles
propuestas implementar, sino también cómo hacerlo
para lograr el ejercicio de un sector no estatal que no
compita con la estrategia nacional de desarrollo, ni esté
al margen de ella. Es decir, construir una nueva cultura
con nuevos propósitos.
Actualización del modelo en las industrias
culturales cubanas
En el mundo, la producción de bienes y servicios
cul­t urales es un importante sector económico.
Se estima que solo la creación artística y literaria
representa 8% de la producción mundial de bienes y
servicios, porcentaje de participación que alcanza 15%
si se incluye la educación, la investigación y el turismo
cultural.14
Diversos organismos internacionales ven en
las industrias culturales una de las esferas más
dinámicas de la nueva economía global; que generan
empleo para amplios sectores de la sociedad. Estas,
al estar localmente sustentadas, pueden ser menos
Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis
15
Es tarea impostergable, como parte del proceso de actualización del modelo
económico en el país, fortalecer los proyectos socioculturales desde un enfoque
multidimensional y participativo que propicie la creatividad y la innovación
como características esenciales de la sociedad.
susceptibles a las fluctuaciones de la economía nacional
y mundial. A su vez, reconocen y potencian los
conocimientos locales,15 y sus productos constituyen
fondos exportables muy reconocidos en el mercado
mundial y con comportamientos anticíclicos.16
En Latinoamérica y el Caribe, además de la fuerza
creativa, destaca la creciente aceptación internacional
de sus bienes y servicios culturales, el tamaño de la
población de habla española, portuguesa e inglesa y los
vínculos que se mantienen con la diáspora residente
fuera del continente, que demanda e impulsa el
consumo cultural de sus orígenes. También se registra
que los gobiernos de la región están aún muy lejos de
reconocer la importancia de las industrias culturales,
al elaborar sus políticas culturales y comerciales.17
El valor añadido de estas industrias en el Producto
Interno Bruto (PIB) de los países del continente
demuestra el espacio que ocupan. Dificultades
estadísticas han impedido que se pueda completar la
información, frente a lo cual, esquemas de integración
como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR),
además de la Organización de Estados Americanos
(OEA), el Banco Interamericano de Desarrollo
(BID), y también organismos internacionales como
la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio
y Desarrollo (UNCTAD) y la Organización Mundial
del Comercio (OMC), se han planteado la necesidad
de establecer sistemas de información e indicadores
armonizados que contribuyan a justipreciar el lugar de
este sector en las economías latinoamericanas.
El mercado mundial de bienes y servicios de las
industrias creativas ha disfrutado en años recientes de
un dinamismo sin precedentes. Según los informes de
UNCTAD, el valor de sus exportaciones mundiales
ascendió de 267 000 a 592 000 millones de dólares
entre 2002 y 2008.18 Los países del Caribe insular
exportaron 57 millones de dólares al mercado mundial
de bienes y servicios culturales en 2008, encabezados
por República Dominicana, seguido de Barbados y
Trinidad y Tobago; todas, economías más pequeñas y
con menos potencial creativo que la cubana.
No se puede obviar el alto nivel de oligopolización y
competencia feroz en el mercado mundial de cada una
de las manifestaciones artísticas. No puede entenderse la
lógica del capital simbólico-mediático contemporáneo
sin comprender la espacial global del capital y sus
requerimientos e imposiciones al resto del mundo.
El nivel de internacionalización y bursatilización del
capital instaurado ha ido conformando un patrón de
16
Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez
acumulación profundamente excluyente, lo que ha
originado tensiones entre la necesaria concentración
del capital para potenciar las ganancias y la dispersión
geográfica en que se realizan las mercancías. Para
Claudio Katz, los conflictos entre fijación y movilidad
del capital se zanjan a través de crisis itinerantes y
procesos de desvalorización del trabajo.19
En el caso del mercado de bienes y servicios
culturales ese proceso de internacionalización del
capital mediático-simbólico es aún más agresivo
por el papel que desempeñan las tecnologías de la
información y las comunicaciones en los procesos de
producción. También ha marcado la formación de
capitales mediáticos que se mueven con mayor inter
y transdisciplinariedad, para compensar la pérdida de
ganancia derivada del abaratamiento de las tecnologías
de reproducción y el surgimiento y extensión de la
piratería.
La internacionalización de los procesos implica
homogeneización tecnológica y esto provoca el
desplazamiento de los países subdesarrollados con
mayor atraso. En ese contexto, la captación de creadores
de los países del Tercer mundo con valores actuales
y potenciales, se ha convertido en un objetivo de las
productoras. Dicha práctica se ha visto potenciada por
el modo en que se produce el proceso de acumulación
de los capitales mediático-simbólicos. Constituye un
robo de capacidad creativa en virtud de la incapacidad
productiva demostrada en los ciclos económicos de la
producción cultural de los países subdesarrollados.
Cuando se subordina la creación artística y literaria
a los intereses del capital se destruye su espiritualidad y
el valor cultural de dicha creación, y se daña el legado
cultural de la humanidad. Pero cuando se ignoran y
satanizan las potencialidades de la creación artística y
literaria —como sector de la economía— se afecta a los
creadores y se anula la posibilidad de generar mayor
riqueza nacional. Como el mercado es una relación
social susceptible de ser regulada, no existe dicotomía
entre este y la cultura, sino entre los que la producen y
los que se apropian de la riqueza material y espiritual
de los creadores; entre crear para comercializar o
comercializar lo que se ha creado.
La reflexión académica del sector económico de
la cultura y el arte, aún no alcanza el lugar que le
corresponde en el debate nacional e internacional
de las ciencias, a lo que ha contribuido no solo
la discrecionalidad en la toma de decisiones y la
ausencia de un sistema estadístico que la evidencie,
sino también su no reconocimiento como fuente de
ingresos. Mientras las autoridades académicas, tanto de
la economía, la sociología como la antropología, y los
representantes de los ámbitos de la política en todas sus
dimensiones debaten si es o no un sector económico,
los grandes capitales mediático-simbólicos obtienen
las altas tasas de rentabilidad derivadas de un control
oligopólico del mercado.
Ante esta realidad los países subdesarrollados
tienen dos alternativas: sucumbir y convertirse en los
suministradores de «fuerza de trabajo barata» y su
creación, con la consecuente pérdida del patrimonio
cultural de las naciones que esto provoca, además de
perder la oportunidad de gestar bienestar para sus
pueblos; o, por el contrario, fortalecer el proceso de
producción cultural y sus industrias en el continente
y el mundo subdesarrollado para preservar el
patrimonio y producir ingresos necesarios a la
vida nacional. En esa dirección, un trabajo muy
interesante se está llevando a cabo por la Muestra
Itinerante de Cine del Caribe, donde se reúnen y
accionan directores, productores, y distribuidores
que intercambian criterios, realizan propuestas y
planifican acciones para potenciar el cine de nuestra
región natural, geográfica y cultural.
Cuba no está fuera de ese contexto. Aunque el
sistema estadístico nacional —como ocurre en la
mayoría de las estadísticas mundiales— no identifica
detalladamente, en el sistema de cuentas nacionales, el
nivel alcanzado por la producción de bienes y servicios
culturales, sus resultados no pueden ser ignorados.
Algunos estimados primarios, no oficiales, sitúan la
producción artística y literaria entre 4,5 y 5% del PIB
cubano. El rubro Cultura y deportes de este indicador
ubica estos valores en 4,7%.20
Tales cálculos requieren una revisión exhaustiva a
través de una cuenta satélite, a fin de que reflejen las
magnitudes económicas de la producción cultural en
el mercado interno. Muchos consideramos que esas
magnitudes serían más relevantes, si se consideraran la
fuerza y la obra de los creadores cubanos, tanto nacional
como internacionalmente, y además las que se realizan
fuera del sistema institucional gubernamental. Esa
cuenta satélite permitiría conocer los aportes de cada
manifestación artística al Producto Nacional Bruto.
El avance de los estudios de tasación de obras de arte
expresado en dicha cuenta satélite puede contribuir al
esclarecimiento y dominio de cuestiones como el valor
de mercado de las obras patrimoniales, el económico
de los inmuebles patrimoniales y la correlación entre
asignación presupuestaria y valor económico.
La valoración de las potencialidades económicas
de la creación cultural frente a una proyección
estratégica de la economía cubana es ineludible,
pero hasta el presente no se dispone de información
suficiente para verificar que se visualiza como un
sector potente de la economía y en ascenso —como
sucede a escala internacional. Lo anterior pudiera
resultar contradictorio porque el nivel alcanzado ha
sido fruto de la obra de la Revolución. Ya desde 1961,
el presidente Fidel Castro vislumbraba que «este será
un país de hombres de ciencia».21 La gran campaña de
alfabetización situaba a la Isla en la vanguardia por la
escolarización del continente y todos reconocemos que
la cultura es el escudo de la nación, el cual defiende y
fortalece si potenciamos su valor económico junto al
cultural.
Durante cinco décadas, la cultura ha estado presente
en las asignaciones del presupuesto nacional. La tasa de
inversión conjunta en educación, ciencia, y cultura y
arte ha ascendido sostenidamente. Bajo tal concepción
la cultura cubana está reflejada y es consustancial a todo
el ciclo reproductivo nacional y en esa dimensión, la
asignación de recursos para la cultura es, de hecho,
productiva y, una inversión para el desarrollo. La
destinada a la creación artística y literaria también
se vio fortalecida desde 1959, tanto en el total de la
actividad presupuestada como en el de los gastos de
la nación.
Esta afirmación del entonces ministro de Cultura
Abel Prieto mantiene una dolorosa vigencia:
El drama que tiene la cultura cubana es que cuenta con un
enorme caudal de talento e instituciones todavía débiles
ante el desafío de promover ese talento. Ello resulta la
contradicción fundamental que se ve en todas partes,
debido a problemas de organización y falta de recursos,
lo cual hay que revertir.22
La actualización del modelo económico supone
retos de significación para el funcionamiento de las
instituciones culturales que operan bajo régimen de
financiamiento presupuestario, así como el sector
empresarial que se dedica a la producción de bienes y
servicios culturales.
Un aspecto fundamental es la necesaria separación
entre el sector presupuestado y empresarial ya en
marcha con toda la carga de autonomía operacional,
responsabilidad con los resultados implicados en
ambos sistemas de funcionamiento y financiamiento
institucional. El análisis estructural no puede ser visto
fraccionado y reducido a las plantillas y subsidios,
porque no se trata de un problema de empleo y de
ingresos, sino del sistema económico, con una política
económica que cumple las tareas asignadas para
promover la cultura y gestar los recursos necesarios
para la nación. Tiene que ser percibido como unidades
de base, de manera integral, que incluya cómo se
organiza, financia y abastece; cómo produce y de qué
tecnología dispone; y cuál es la capacidad para innovar
y gestionar sus necesidades.
Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis
17
Las tendencias mundiales en la conducción de
las industrias culturales están revolucionando la
percepción sobre la producción cultural. En el mundo
contemporáneo, la creación es el núcleo alrededor del
cual gira la valorización de las industrias culturales; el
sistema institucional solo es un mediador instrumental
del proceso. Otra característica es que el sistema
industrial reproductor multiforme también parte de
la creación y se expresa en diversos soportes que van
desde la discografía, audiovisuales, presentaciones en
vivo, artesanías, hasta distintas manifestaciones del arte
y la literatura; por lo tanto, crece la acción transversal
y disminuye la vertical.
La categoría precios, al estar determinada por la
política cultural e impactar la política económica de la
cultura, tiene una importancia trascendental. En Cuba,
el Estado asigna recursos financieros al sistema de
instituciones culturales para el ejercicio de su actividad,
y establece los precios fundamentales de entradas y
venta de muchos bienes y servicios culturales. Ello ha
contribuido a extender el criterio en algunos medios,
de que la cultura es un gasto y resulta inevitable que
opere bajo asignación presupuestaria, al tiempo que
consagra la noción de incapacidad e improcedencia de
la producción cultural para generar mayores recursos
económicos.
El Estado empresario de la cultura despliega
importantes acciones económicas de venta de bienes
y servicios, en las que imperan las mismas reglas
que en cualquier otro de los sectores de la economía
nacional, y recauda ingresos para refinanciar la propia
creación artística y los proyectos culturales nacionales
y territoriales. Constituye un circuito cerrado que ha
beneficiado a la cultura de manera significativa. De ahí
que resulta necesario reafirmar que las asignaciones del
Estado no están subsidiando la cultura, sino ofreciendo
la posibilidad de que la mayoría de la sociedad acceda
al consumo cultural, lo que no responde a decisiones
económicas sino de política cultural.
Es innegable que la creación deberá ser protegida,
en especial la de ciertas manifestaciones artísticas
que no tienen una demanda masiva porque forman
parte del acervo cultural, así como la conservación
del patrimonio cultural, memoria histórica de la
nación. También la enseñanza artística como parte
de la gestación de oportunidades y los medios para
la experimentación, que devienen inversiones y no
gastos.
Actualizar los conceptos nos debe llevar a
transformar las nociones que priman hoy en los
llamados «objetos sociales» para otorgar capacidad
negociadora a las unidades de producción cultural
y a las compañías, en la búsqueda y articulación
de toda la gama de acciones complementarias a
su gestión que no contradicen la naturaleza de la
18
Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez
creación cultural. Se requiere generalizar en el país
la práctica de coauspicios y donaciones nacionales y
extranjeras; el cofinanciamiento con firmas acreditadas
en Cuba, instituciones sin fines de lucro, u organismos
internacionales; funciones o acciones especiales para
ferias internacionales u otros acontecimientos. Ello
deberá suceder bajo el principio de que someterse
a condicionamientos políticos o culturales resulta
inaceptable para la dignidad de la nación. Todo el
sistema institucional de la cultura que genere ingresos
debiera tener la posibilidad tanto de retenerlos como
de autonomía operacional para negociar modalidades,
lo que no significa que no deba rendir cuentas por su
gestión, calidad, rigor y cumplimiento de la política
cultural del país.
La actualización del modelo ha cambiado las
interrogantes sobre los procesos de producción del
sistema empresarial del país y los del sector cultura no
escapan a ello. La pregunta a su dinámica productiva y
sus tiempos no puede seguir siendo únicamente cómo
generar más ingresos sino, además, qué considerar
como productividad del sector empresarial de la
cultura, cómo obtener mayores rendimientos por
peso de inversión, cuáles son los niveles, estructura
geográfica y por productos de las exportaciones de
la producción cultural cubana, y si ha tenido un
comportamiento contractivo o expansivo en el último
quinquenio, en correspondencia con la creación
cultural cubana.
El sistema de administración financiero de los
recursos como cobros y pagos, el impositivo a unidades
presupuestadas y la estructura monetaria de ingresos y
gastos debieran someterse a análisis desde perspectivas
que permitan mayor integralidad del proceso creativo y
económico que tiene lugar. Súmese a ello que el Estado
necesita encontrar soluciones a las dificultades que
pueda ocasionar a la creación cultural la doble y triple
moneda, si tenemos en cuenta la inconvertibilidad
interna en el sector estatal.
Otro elemento sensible es el hecho de que la
introspección que demanda la actualización del modelo
para la economía de la cultura obliga a una mirada
hacia las sociedades de autores. La eficacia de este
instrumento resulta fundamental.
A manera de conclusión
El deber ser del sistema institucional es su carácter
de entidad regulatoria y verificadora del cumplimiento
de las políticas. Su función pública fundamental es
impulsar las acciones y comprobar su efectividad,
lo que resulta esencial en el contexto actual. La
organicidad, integralidad y socialización de su sistema
legal es relevante para que las instituciones y sus medios
de ejecutar la política cultural puedan ejercer sus
funciones con total responsabilidad y conocimiento.
Leyes, decretos-leyes y regulaciones ministeriales
constituyen un componente capital de la actualización
del modelo. El derecho de autor y los derechos conexos
constituyen la célula de la propiedad en la economía
de la cultura y su sector económico, y su actualización
permanente reclama una prioridad significativa en el
reordenamiento de la cultura.
S ocializar más la información sobre los
procedimientos, normativas así como los resultados
económicos de las instituciones y sus beneficios para
la cultura puede contribuir a la comprensión de que
junto a las nociones de calidad y jerarquías culturales,
en el mundo de la producción cultural hay que lidiar
con los conceptos de eficacia en la utilización de los
recursos presupuestarios y eficiencia en la obtención
de resultados económicos, lo que no contradice la
naturaleza de la creación artística. No siempre resulta
evidente que la creación cultural verdadera no se realiza
mientras no llega al consumo y es refrendada como
tal, en una unicidad indivisible mediada por distintos
procesos económicos.
La actualización del modelo económico implica una
introspección integral del ciclo creación-consumo, para
que se apliquen las políticas culturales y las económicas
de la cultura, de manera complementaria y armónica
a fin de garantizar la preservación del patrimonio de
la cultura nacional y su aporte sustancial al desarrollo
económico del país.
Notas
1. José Martí, «Maestros ambulantes», Obras completas, Editora
Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 289.
2. Graziella Pogolotti, «La cultura como factor de integración
social», La Jiribilla de Papel, n. 92, La Habana, septiembrenoviembre de 2011.
3. Pau Rosell y Salvador Carrasco, «Cultura y producción simbólica
en la comunidad valenciana. Un análisis sectorial e implicaciones
territoriales», Departamento de Economía Aplicada, Universidad
de Valencia, Valencia, 2007.
ignorar un fenómeno no lo elimina o lo disminuye, hará que se
avance en esa dirección.
7. Véase la intervención del doctor Johannes Abreu, citada en
Joaquín Borges-Triana, «Por una red de gestores culturales
cubanos», El Caimán Barbudo, La Habana, 2011, disponible en
www.elcaimanbarbudo.cu.
8. Véase Andrea Rodríguez, «El coleccionismo de arte en Cuba
comienza a florecer», disponible en www.cubasi.cu.
9. La lógica que se siguió al agregar grupos culturales específicos
(como los numerados 155, 162, 163, 165 en el listado) es algo que
seguramente tendrá alguna explicación.
10. Entrevista de las autoras con trabajadores por cuenta propia del
ámbito de la cultura en Varadero y La Habana, en abril de 2012.
11. En el caso de las artes plásticas, por ejemplo, no solo no resulta
contradictorio, sino que se desarrolla de forma natural.
12. Marino Murillo, citado en El Economista de Cuba, La Habana, 24
de julio de 2012, disponible en www.eleconomista.cubaweb.cu.
13. Eusebio Leal Spengler, «El desarrollo de la cultura, única certeza
para un proyecto sostenible legítimo», Pensar Iberoamérica, n. 1,
La Habana, junio-septiembre de 2002, disponible en www.oei.es/
pensariberoamerica/ric01a05.htm.
14. Para ampliar este aspecto, véase UNCTAD/UNDP, Creative
Economy Report 2010. A Feasible Development Option, 2010,
disponible en www.apcultures.cu.
15. Véase SELA, «Incentivos a las industrias culturales y creativas en
América Latina y el Caribe», n. 1, Caracas, junio de 2011, p. 1.
16. Véase CCI/UNCTAD, www.trademap.com.
17. SELA, ob. cit., n. 22-10, p. 4.
18. UNCTAD/UNDP, ob. cit., p. 126.
19. Claudio Katz, «Los cambios en la rivalidad ínter imperial»,
ARGENPRESS, 22 de junio de 2011.
20. Véase ONEI, «Estructura del PIB, Cuentas nacionales», tabla
5.5, disponible en www.one.cu.
21. Fidel Castro Ruz, «Discurso pronunciado en la Academia de
Ciencias», 15 de enero de 1960, disponible en www.cuba.cu.
22. Abel Prieto, citado en Nelson García Santos, «Año intenso para
la cultura cubana», Periódico Cubarte, La Habana, 20 de diciembre
de 2005, disponible en www.cubarte.cult.cu/periodico.
4. Públicos cada vez más exigentes y diversos que reflejan todo el
complejo proceso de transformaciones sufridas en el sujeto social
cubano durante los últimos convulsos decenios.
5. Véase Julia Carriera Martínez, «¿Lo sociocultural en la gestión
de proyectos o gestión de proyectos socioculturales?», en Julia
Carriera Martínez, comp., La gestión de proyectos socioculturales.
Una aproximación desde sus dimensiones. Selección de lecturas,
Ediciones Adagio, La Habana, 2010.
6. No se ha logrado sistematizar un mapa que dé cuenta de la
amplia gama de formas de producción coexistentes en la cultura
del país. Documentarlas será una labor de envergadura, pues no
se dispone de las estadísticas oficiales necesarias para los análisis
requeridos, ni de sistemas informativos que hagan transparentes
todos los procesos que están teniendo lugar. La conciencia de que
Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis
19
La Actualización del
modelo en la prensa:
el periodismo cubano
en tiempos de cambio
Luisa María González García
Periodista. Agencia Informativa Prensa Latina.
¿
A Julio García Luis,
decano de la prensa en Cuba.
Cómo deben los medios de comunicación
acompañar un proceso de trasformaciones en
el que se decide el futuro de la nación? Aunque
la cuestión de la prensa no se abordó en los
Lineamientos de la política económica y social del Partido
y la Revolución, que fueron la base de las discusiones
en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba
(PCC) (en abril de 2011) y constituyen el documento
programático de la sociedad cubana para los próximos
años, en el «Informe central» al acontecimiento político,
el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros,
Raúl Castro, realizó algunas alusiones al asunto:
En este frente se requiere también dejar atrás,
definitivamente, el hábito del triunfalismo, la estridencia
y el formalismo al abordar la actualidad nacional y
generar materiales escritos y programas de televisión y
radio, que por su contenido y estilo capturen la atención
y estimulen el debate en la opinión pública, lo que supone
elevar la profesionalidad y los conocimientos de nuestros
periodistas; si bien es cierto que, a pesar de los acuerdos
adoptados por el Partido sobre la política informativa,
en la mayoría de las veces ellos no cuentan con el acceso
oportuno a la información ni el contacto frecuente
con los cuadros y especialistas responsabilizados de las
temáticas en cuestión. La suma de estos factores explica la
difusión, en no pocas ocasiones, de materiales aburridos,
improvisados y superficiales.1
Más tarde, en enero de 2012, la Conferencia del
Partido dedicó un espacio a este tema, presente en su
«Documento base» y una vez más en el discurso del
también Primer Secretario del Comité Central del PCC,
20
Luisa María
González
García
n. 72:
20-27, octubre-diciembre
de 2012
donde se hacía un llamado a elevar la profesionalidad
del ejercicio periodístico con el propósito de que este
contribuyera de manera certera al despliegue de las
necesarias transformaciones.
Las menciones a la función del periodismo en la
coyuntura actual constituyen indicios de la existencia
de una voluntad de cambio por parte de la alta dirección
del país. Para entender este proceso, en relación con las
posibilidades de cambio de los contenidos periodísticos,
se requiere una reflexión en torno a las mediaciones,
sujetos e intereses involucrados en su configuración.
El presente artículo se propone meditar sobre
algunas de las condicionantes que intervienen en el
ejercicio del periodismo actual, vinculadas al contexto
de transformaciones socioeconómicas. 2 Para ello,
en un primer momento se exploran los rasgos que
definen el proceso de cambios que hoy atraviesa la
sociedad cubana, desde la perspectiva de algunos de
sus intérpretes; luego se profundiza en la situación de
los medios de comunicación, y, por último, se abordan
los desafíos que esta particular coyuntura le impone al
periodismo nacional.
El proyecto de cambio: la visión
de los intelectuales
Para el país, la segunda década del siglo xxi ha
llegado con transformaciones que apuntan a una
profunda reforma de la sociedad y transcurren asentadas
sobre una premisa fundamental: la conservación de los
principios socialistas de la revolución iniciada hace ya
más de media centuria.
No es la primera vez que el país promueve
reformulaciones a su propio proyecto e involucra a la
ciudadanía en su consecución.3 La movilización de las
masas ha sido elemento clave a lo largo de la historia
revolucionaria para fomentar la articulación de un
consenso mayoritario. Pero la difícil situación de los
años 90 precipitó la emergencia de numerosísimas
tensiones que han afectado la cohesión social lograda
en décadas precedentes. Según Rafael Hernández,
politólogo y director de la revista Temas:
Se han ido acumulando necesidades a las cuales no se
ha dado respuesta, y ahora es necesario hacerlo, como
dice Raúl, sin prisa pero sin pausa. En ese contexto, lo
que facilita el cambio es que hay en la superestructura
la decisión tomada de adoptar una estrategia que vaya a
reestructurar realmente el ordenamiento institucional,
económico, político y jurídico del país.4
Múltiples son los elementos que están incidiendo
en el desencadenamiento de las reformas. Desde el
punto de vista internacional, la agudización de la
crisis económica y financiera ha puesto en jaque a una
economía como la cubana, cuya excesiva dependencia
del exterior la coloca en una situación de inestabilidad.
Esa condición de crisis se agrava con el omnipresente
bloqueo impuesto por los Estados Unidos.
Con la caída del socialismo europeo y los años del
Período especial, se produjo el desmantelamiento de
la infraestructura productiva del país, mientras que la
tradicional y protagónica industria azucarera disminuyó
en grado notable. Se abrió paso entonces a otros rubros de
la economía, como el turismo y la exportación de servicios
profesionales. Este modelo
muestra debilidades estructurales y signos de agotamiento
tales como limitaciones en la disponibilidad de divisas,
escasez relativa de recursos para proyectos de inversión y,
finalmente, una tendencia a la desaceleración del PIB.5
E l c omp l e j o p an or am a e c on óm i c o e s t á
acompañado por un contexto sociopolítico y cultural
cualitativamente distinto. Se aprecia en la sociedad
cubana el debilitamiento del consenso, la erosión de
valores educativos y culturales que no es exclusiva
de las generaciones jóvenes, el aumento de la
desigualdad, la falta de liderazgo de organizaciones
juveniles, la aparición de expresiones de individualismo
y pragmatismo alejados de los principios de solidaridad
que definen la Revolución, etc. El periodista y profesor
de la Facultad de Comunicación, Raúl Garcés,
asevera que en el orden subjetivo la realidad actual
es más diversa y heterogénea que nunca y, en ella, se
encuentran compitiendo los proyectos personales con
los del país.6
Al reto de levantar la economía se añade el no menos
importante desafío de restaurar la cohesión social en
torno al proyecto revolucionario y reconstruir los más
valiosos valores culturales.
A juicio de José Ramón Vidal, coordinador del
Programa de Comunicación Popular del Centro
Memorial Martin Luther King, Jr., lo que se está
haciendo se concentra en dos propósitos esenciales:
uno, fortalecer la institucionalidad que ha creado la
Revolución —por diversos motivos, como prácticas
políticas o decisiones coyunturales, se ha visto
resentida—, cuyo rescate resulta clave si se pretende
llevar adelante con orden y buenos resultados cualquier
tipo de transformación. El segundo es el imprescindible
mejoramiento de la eficiencia económica, encaminado
a producir bienes y servicios suficientes para cubrir las
necesidades del pueblo. Sin embargo,
esas cosas no están desconectadas del resto de la sociedad,
por ejemplo, de las maneras en que ejercemos el poder a
todas las instancias. El poder popular no funciona; no se
ejercen los derechos de los colectivos de trabajadores en
el conocimiento y en la influencia sobre las decisiones
empresariales; es decir, hay un conjunto de factores que
tienen que ver no solo con la actualización del modelo y
que […] tendrán que entrar en el debate y en el horizonte
de reflexiones.7
La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio
21
Hasta el momento se han tomado medidas como la
transferencia de tierras a cooperativas, la disminución
o eliminación de gratuidades y subsidios, la expansión
del mercado interno —con ofertas turísticas a
nacionales, venta de electrodomésticos y servicios
de telefonía celular, etc.—, el considerable fomento
del trabajo por cuenta propia incentivado gracias a la
reducción de impuestos y la posibilidad de contratación
de mano de obra asalariada, el arrendamiento de tierras
y de pequeños establecimientos —entre ellos barberías
y peluquerías—, la liberación de la compra y venta
de viviendas, entre otras muchas que se encaminan
a liberar al Estado de algunas actividades que puede
desempeñar con eficacia el incipiente sector no estatal.
Así, mientras hace veinte años 95% de los asalariados
trabajaban para el Estado, se prevé que, para 2015, 40%
de la fuerza laboral pertenezca al sector no estatal.8
Si bien, al menos explícitamente, la mayor parte
de las innovaciones apunta hacia la esfera económica,
su trascendencia social es mucho más profunda de lo
que aparenta. Rafael Hernández considera que «son
también cambios políticos: descentralizar, reducir el
papel del Estado, reducir el poder de la burocracia,
formalizar y afianzar el papel de la ley».9
En la práctica, la actualización del modelo
económico alcanza otras áreas más allá de la economía,
de ahí que consideremos más pertinente el término
«transformaciones socioeconómicas». Raúl Garcés
señala: «Marx habló hace mucho tiempo de las
relaciones entre estructura y superestructura, por
lo tanto esos cambios económicos están generando
también cambios en las mentalidades».10
A la luz de los hechos en curso, sería esperable una
configuración un tanto diferente del sistema político,
caracterizada por la descentralización y por un Estado
que asuma principalmente un papel regulador. Ello
implica el fortalecimiento de la participación popular
y un mayor protagonismo de la sociedad civil, cuya
esencia radica en la ampliación de la socialización del
poder y en la implementación de mecanismos que
permitan dicha participación.
Hasta el momento, la participación popular se ha
expresado mediante el desarrollo de consultas con
las masas. En este sentido, la realización de debates
asociados al VI Congreso y a la Conferencia Nacional del
Partido Comunista de Cuba ha legitimado y potenciado
el desencadenamiento de las modificaciones.
En un inicio, la discusión se concentró en los
Lineamientos; el amplio proceso llegó a cada resquicio
de la nación. Durante algunos meses previos a la
celebración del Congreso, el Proyecto de Lineamientos
fue analizado en centros de trabajo, escuelas, barrios,
comunidades. Incluía la política económica, educación,
salud, cultura, deporte, industria, transporte, entre
otros temas.
22
Luisa María González García
De un total de casi once millones de habitantes,
8 913 838 participaron en reuniones en las que todos
podían opinar acerca del programa de transformaciones
propuesto. Se registraron más de tres millones de
intervenciones y, en consecuencia, 68% del documento
original fue transformado a partir de esas opiniones.11
Para Rafael Hernández, la consulta con las masas fue tan
o más importante que el Congreso mismo:
No es posible medir el significado político del evento sin
tomar en cuenta el proceso de debates previos, que es el
vehículo por el cual la ciudadanía se apropió de la política
del cambio. Esa apropiación se dio de manera diferente a
como se pudo haber dado, o se dio, en momentos históricos
anteriores, a través de un debate donde la inmensa mayoría
de las intervenciones fueron muy críticas.12
En un segundo momento, la Primera Conferencia
Nacional del Partido se concentró en el análisis y
perfeccionamiento de los estilos de trabajo del PCC,
su proyección hacia la sociedad y los actuales desafíos
de la vida política y cultural del país. Su amplia agenda
incluyó temáticas asociadas con los jóvenes, la cultura,
la raza, los medios de comunicación, entre otras. Antes
del acontecimiento también se discutió el «Documento
base», aunque esta vez solo tuvo lugar en el seno del
Partido y de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
Sin embargo, en opinión del intelectual cubano Julio
César Guanche, el examen en torno al nuevo modelo
apenas se inicia y está lejos todavía de haber producido
un consenso sobre el modelo social que se busca:
Es necesario continuar esos debates, más allá de una
discusión acotada sobre medios, que permitan ampliar
intensivamente los contenidos del «pacto social»,
mediante un ejercicio genuinamente democrático. 13
La necesidad de un debate que trascienda el mero
hecho de añadir, suprimir o modificar partes de un
documento y que se interese por las definiciones
esenciales del socialismo que se construye en Cuba
es resaltada por Rafael Hernández a través de una
elocuente metáfora:
La Conferencia del Partido, sobre todo los Lineamientos,
son como un rompecabezas al que le faltan piezas, donde
tú distingues el animal retratado, que es diferente al que
había, pero aún le faltan montones de partes y es difícil,
por consiguiente, tener una certeza acerca de adónde
vamos, porque eso no está ni siquiera prefigurado.
Uno de los vacíos que podría ser sujeto de diferentes
interpretaciones, es el vacío en torno a qué socialismo
estamos construyendo, qué nos permite afirmar que
estamos edificando un nuevo modelo social.14
En otro sentido, ciertos aspectos dejaron algunas
insatisfacciones; por ejemplo, ha faltado información
sobre lo dicho en los debates y qué se hizo con lo
expresado por la gente. Para José Ramón Vidal «ese
es un punto débil, porque las lecciones derivadas de
la riqueza de los debates pueden ser de mucha más
utilidad socializadas, que en marcos restringidos».15
Se impone el desarrollo de un periodismo con una vocación cada vez más
pública, un periodismo inclusivo en el que cuenten las opiniones de todos.
Una prensa de ese tipo tendría mejores posibilidades para acompañar de
manera oportuna el proceso de trasformaciones al que está abocada la sociedad
cubana.
En la socialización de la información entra al juego,
como gran protagonista, el periodismo. Sin embargo,
ha quedado cierta inconformidad con respecto a la
escasa presencia que en los medios de comunicación
tuvieron acontecimientos de tanta relevancia para los
cubanos. El proceso, opina Vidal,
fue acompañado casi que formalmente a partir de
informaciones muy oficiales, pero la prensa no dio cuenta
de la riqueza de esos debates. Tampoco ayudó a entender
lo que se estaba discutiendo; debió reflejar los criterios
de expertos sobre determinados temas para que la gente
se nutriera de ellos. En general, estuvo omisa, jugó un
papel muy secundario.16
Faltó mucho por hacer y lo realizado debió y pudo
tener niveles de calidad más altos. Roger Ricardo Luis,
director de investigaciones del Instituto Internacional
de Periodismo José Martí, asevera:
Ese gran debate nacional que debió centrar la agenda
de los medios de comunicación nunca existió en ellos.
Esas asambleas donde se plantearon disímiles problemas
tuvieron una mínima y muy sesgada visibilidad. Esa
es una situación no imputable a los periodistas, es
responsabilidad de la dirección política.17
Los procesos de discusión han significado un paso
adelante en el sentido de que las personas han podido
contribuir, en cierta medida, a la configuración del
programa de la Revolución para estos tiempos. Pero
es necesario también que la sociedad pueda conocerse,
escucharse y sentirse, en aras de funcionar como un
organismo social vivo, para lo cual no basta que cada
quien sepa únicamente lo dicho en la reunión en que
participó, sino que conozca lo aportado por el resto
de los cubanos.
Marco para una fotografía: los medios
de comunicación
En aras de lograr una mejor comprensión sobre la
prensa, debemos explorar las condiciones en las que
desenvuelve su ejercicio. Los medios de comunicación
cubanos experimentaron profundas transformaciones
a partir del triunfo de la Revolución en 1959. Ante la
radicalización del proceso, la oligarquía mediática optó
por huir del país; unos pensando que así contribuirían
a crear una crisis tras la que sobrevendría el fin del
nuevo gobierno, y otros por temor a la irreversibilidad
de lo que sucedía en Cuba.18 Con esta actitud facilitaron
que en un breve período los medios pasaran a manos
del poder revolucionario, con lo cual cambiaron
significativamente las concepciones esenciales sobre
el significado de la profesión. Al respecto, Fidel Castro
afirmó: «Periodismo no quiere decir empresa, sino
periodismo, porque empresa quiere decir negocio
y periodismo quiere decir esfuerzo intelectual, quiere
decir pensamiento».19
En 1965, entre los pasos trascendentales que se
daban en la dirección política del país, se llevó a cabo
la reorganización definitiva de los órganos de prensa,
los cuales quedaron en su totalidad como propiedad
social al servicio del interés público. Sobre el tema,
las investigadoras Rosa Muñoz y Elena Nápoles
afirman:
Pero el gran cambio estructural está estrechamente
ligado a modificaciones superestructurales. Es necesario
ofrecer al conjunto de la comunidad una explicación de
la naturaleza de la sociedad, de la cultura, que contribuya
a la perpetuación del nuevo orden [...] la nueva ideología
está aún en formación. En la ciencia, el arte, la religión,
la educación, la información, la comunicación, están
implícitos los modelos ideológicos que legitiman el nuevo
estado de cosas.20
En la concepción del nuevo ordenamiento mediático
sobresalió un obstáculo fundamental: la ausencia de
teoría acerca de la comunicación en la construcción
del socialismo. El único paradigma disponible era la
experiencia soviética, caracterizada por el esquematismo
y la chatura en la producción comunicativa y cultural.
Los más reconocidos teóricos del socialismo apenas
habían hecho algunas alusiones sobre el tema, por
lo que no existía entonces, ni existe en la actualidad,
una propuesta consolidada. No obstante, los medios
cubanos adoptaron rasgos que habían sido señalados
por algunos ideólogos marxistas: la estatalización
de los medios de producción de la comunicación
que determina su emancipación del yugo del capital,
apuntado por Lenin; el reconocimiento de la libertad
para pensar diferente, de Rosa Luxemburgo; y la idea
gramsciana de que el periodismo no solo satisfaga las
necesidades del público sino que también estimule
el nacimiento de otras necesidades y actitudes en
correspondencia con la nueva sociedad.21
El Artículo 5 de la Constitución de la República,
aprobada el 24 de febrero de 1976, estableció:
El Partido Comunista de Cuba, vanguardia organizada
marxista-leninista de la clase obrera, es la fuerza dirigente
superior de la sociedad y del Estado, que organiza y
La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio
23
orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de
la construcción del socialismo y el avance a la sociedad
comunista.22
Con ello quedó instaurado jurídicamente el papel
del Partido como órgano dirigente de toda la actividad
social. Asimismo, el Artículo 53 de esa Carta Magna
sentenció:
Se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y
prensa conforme a los fines de la sociedad socialista.
Las condiciones materiales para su ejercicio están dadas
por el hecho de que la prensa, la radio, la televisión, el
cine y otros medios de difusión masiva son propiedad
estatal o social y no pueden ser objeto, en ningún caso,
de propiedad privada, lo que asegura su uso al servicio
exclusivo del pueblo trabajador y del interés de la
sociedad.23
Esos principios permanecen hasta la actualidad
y delinean un marco específico para el ejercicio
periodístico. Con el paso del tiempo, se advirtió la
aparición de un fenómeno inquietante: el periodismo
cubano fue mostrando similitudes con su par soviético.
Sin embargo, para el periodista e investigador Julio
García Luis,
más que de una influencia directa del modelo de prensa
soviético, que la conocida impermeabilidad cultural y
lingüística hizo prácticamente imposible, pudo haberse
derivado indirectamente de la similitud de políticas,
estructuras y formas de gestión social adoptadas.24
Los medios cubanos forman parte del sistema político,
con el cual sostienen una relación de dependencia,
y se subordinan estructuralmente al Departamento
Ideológico del Comité Central del PCC. Esa dependencia
se agudiza debido al conflicto histórico con los Estados
Unidos. Durante cincuenta años, el gobierno de
Washington ha llevado a cabo una férrea guerra
económica, política, cultural, ideológica, mediática sin
tregua. Del lado agredido, ha sido necesario arreciar
las posiciones defensivas y uno de los sectores en los
que con más fuerza se ha manifestado esa postura es
en los medios de comunicación, cuyo funcionamiento
ha estado signado por una premisa: no se publica
absolutamente nada que pueda ser utilizado por aquel
país en contra de Cuba.
En relación con ese aspecto existe un consenso
mayoritario, en tanto se refiere preservar la soberanía
nacional. La polémica aparece a la hora de decidir qué es
peligroso publicar y qué no, un cuestionamiento que
involucra a múltiples actores: periodistas, directivos,
fuentes de información, y también el pueblo. Julio
García Luis consideraba que si bien existe el riesgo
de que cualquier cosa que digamos se malinterprete o
sirva a esa agresión […] tiene que haber discreción y
secreto. Pero no pocas veces esa necesidad se hiperboliza
y magnifica. Y esto trae dos fenómenos: la psicología
de plaza sitiada […] [y] el oportunismo de gente que
24
Luisa María González García
se aprovecha de esto para ocultar miserias y problemas,
para manipular.25
Las diversas interpretaciones que puede tener
el principio de autoprotección han llevado a que
regularmente se distorsione el papel de la prensa. Al
respecto, apunta José Ramón Vidal:
Los grados de opacidad nuestros son tan altos que allí,
en esa sombra, se refugia la ineficiencia de la burocracia,
e incluso, a veces, la corrupción. Necesitamos reducir
los espacios de opacidad a aquello imprescindible para
garantizar la seguridad nacional, porque seguimos
siendo confrontados por los Estados Unidos. Desde el
punto de vista comunicativo, es necesario crear espacios
de transparencia que le permitan a la gente estar mejor
informada, y participar más calificadamente. El grado
de madurez y complejidad de la sociedad cubana de hoy
está reclamando eso.26
El I Congreso del PCC, celebrado en 1975, aprobó
las Tesis y Resoluciones sobre los medios de difusión
masiva, en las que se sentaban las bases para el
trabajo periodístico. El documento reconoce que en
el socialismo, como forma superior de democracia, el
hombre tiene derecho pleno a recibir información sobre
las decisiones y directivas del Partido y del Estado, y
sobre todos los aspectos de la vida política, económica y
social del país y del mundo. En algunos fragmentos, se
manifiesta la necesidad de reflejar la realidad nacional
de manera amplia, analítica y crítica, lo que «incluye las
deficiencias que puedan tener las instituciones políticas,
de masas y sociales de la Revolución y comporta el
examen crítico de la gestión económica, administrativa
y de servicios de los organismos estatales».27
Desde entonces, el Partido ha emitido numerosos
documentos y disposiciones que han tratado el tema y
en los Congresos de la Unión de Periodistas de Cuba
(UPEC) se debaten siempre estos asuntos. A pesar de
ello, las avanzadas concepciones han quedado en la
voluntad política y no han logrado materializarse.
La mencionada opacidad ha sido especialmente
evidente en ciertas circunstancias; por ejemplo,
cuando en los años 80 se instó al pueblo a llevar a cabo
el Proceso de rectificación de errores y tendencias
negativas, que dinamitaban el desarrollo social:
Ni una sola de las deficiencias y deformaciones que
después dieron lugar al proceso de rectificación fue
conocida por medio de la prensa. No se habría podido
concebir una demostración más palpable y dramática
de que nuestro periodismo marchaba por un camino
erróneo […] La prensa, no obstante su indiscutible
posición militante, se revelaba incapaz de alertar,
denunciar o prevenir los problemas que pudieran lesionar
a la Revolución. Como una paradoja aleccionadora, el
estilo apologético y el triunfalismo, sustentados bajo
el supuesto de defender a ultranza nuestro proceso hacia
el socialismo, se volvían contra los intereses más vitales de
la sociedad. La opinión pública real no hallaba cauce en
los periódicos y en los espacios de la radio y la televisión
[…] mientras el país verdadero se debatía en una seria
crisis socioeconómica y moral.28
La citada rectificación de errores propició cierto
movimiento en la prensa cubana, frenado a partir de
los años 90, con la caída del campo socialista, hecho
que significó para Cuba el inicio de una seria crisis
caracterizada por extremas carencias materiales y una
inevitable contracción de la actividad mediática.
En 1991 tuvo lugar el IV Congreso del Partido;
con antelación se realizó un proceso de debates que,
en aquella época, por su amplitud resultaba casi
inédito. Uno de los temas abordados fue la prensa;
se tocaron aristas como la necesidad de aplicar una
política informativa que facilitara la inmediatez de los
mensajes, evitara su reiteración en el mismo medio o
en otros, defendiera la objetividad por encima de las
posiciones triunfalistas y estimulara el ejercicio de la
opinión y la crítica. A pesar de que el cónclave mostró
una postura transformadora y revolucionaria en torno
al periodismo, terminó destacando la necesidad de que
este cumpliera sus deberes instrumentales, amparado en
la situación excepcional por la que atravesaba el país.29
Con el trascurso de los años llegó la recuperación
económica y con ella la de los medios de comunicación
desde el punto de vista material; sin embargo,
continuaban presentes las ya conocidas limitaciones. El
último congreso de la Unión de Periodistas de Cuba fue
celebrado en 2008 y una vez más se abordaron los mismos
asuntos: la autonomía de la dirección de los medios para
decidir qué se publica y, en general, disponer sobre los
procesos que ocurren en las redacciones; el deber de los
actores políticos y sociales de brindar la información
que la prensa requiere, la necesidad de desarrollar un
periodismo analítico y crítico que de manera responsable
aborde las tensiones de la realidad, uno variado, creativo
y cada vez más profesional. Pero, «más allá de la voluntad
política, eso no se ha materializado en la transformación
de la conciencia de los actores políticos y sociales de
todos los niveles».30
Estas cuestiones refirman que el necesario
mejoramiento del periodismo no es solo cuestión
de medios y periodistas. Actualmente, los medios de
comunicación continúan siendo blanco de polémicas;
los más recientes pronunciamientos políticos han
vuelto sobre los tópicos referidos a las exigencias que
deben cumplir, aunque no se delinean las acciones
concretas que realizar en ese sentido. Sin embargo,
se aprecia expectativa en cuanto a que la prensa
finalmente trascienda el estado actual y se ponga a tono
con los tiempos que corren, teniendo en cuenta la
coyuntura sociopolítica. Al respecto, Julio García Luis
consideró que
la prensa y el periodismo cubanos, históricamente
hablando, apenas están comenzando. Yo espero ver
un despliegue superior de su capacidad profesional,
que la convierta en una alternativa real al modelo de
prensa liberal. El proceso que ahora emprende Cuba
puede ser la gran oportunidad para llegar a cambios
que nos hagan avanzar en esa dirección. La propiedad
social y el socialismo deben demostrar su vitalidad para
auspiciar ese tipo de prensa emancipadora, participativa,
antihegemónica, humanista.31
Periodismo cubano para el desarrollo social
El proceso de transformaciones socioeconómicas
que vive la nación no es solamente una oportunidad
para que el periodismo cubano evolucione, sino
que esto último resulta hoy uno de los factores
protagónicos en el éxito o el fracaso de la puesta en
práctica de las reformas. Perseverar en las concepciones
instrumentales de las funciones del periodismo, implica
no comprender su relevancia para el desarrollo social;
que se obvien los papeles diversos y complementarios
que le corresponden a los medios de comunicación.
«La prensa también debe servir como espacio
de debate público, y eso aquí no ocurre», 32 por
lo que las discusiones tienen lugar en contextos
limitados donde no se socializa el debate. Además,
en determinados momentos la prensa debe ejercer su
función persuasiva, pero «aquí no hay una noticia que
esté libre de propaganda, y eso debilita la efectividad
de la propaganda cuando tiene que ser usada y mutila
la función informativa, es decir, hace daño por todos
lados».33 El fenómeno descrito tiene consecuencias
para la manera en que el ejercicio periodístico es
orientado, afirma el periodista Félix López:
La dirección de la prensa en Cuba ocurre de una manera
vertical, todo está predeterminado. Se dan unas líneas
de acción sobre cada tema y también se ponen unas
fronteras. En el medio de eso queda la profesionalidad del
que ejerce el periodismo y su manera de decir las cosas:
un poquito más fuerte, menos fuerte, más bonitas, más
feas, mejor redactadas o peor, pero siempre sobre la base
de que hay un círculo del cual no puedes salirte.34
Asumir los medios de comunicación con su real
trascendencia social significa pensarlos en su papel
informativo, que es su razón de ser, mas «no como
mero reproductor de las fuentes oficiales, sino como una
contrapartida informativa en nombre de quienes tienen
derecho a saber: los ciudadanos».35 El pueblo no puede
vivir ajeno a cuestiones que le conciernen en tanto en
ellas se decide su presente y su futuro.
Sobre otro elemento de vital importancia, referido
al funcionamiento y a la organización de la prensa,
reflexiona Rafael Hernández:
Quien dirige un periódico debe tener la autoridad y las
potestades para tomar las decisiones y ser responsable
por eso. Además, necesita un respaldo que le permita
dirimir sus posibles diferencias con los criterios que
La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio
25
recibe de la administración y del Partido. Cada medio
de comunicación tiene que poseer estatutos que le
posibiliten funcionar como una entidad independiente
y cumplir con determinadas normas y reglas vinculadas
con la ética profesional.36
José Ramón Vidal añade que se vuelve imprescindible
una reflexión profunda sobre la función de la prensa en
nuestra sociedad, y luego, diseñar un marco jurídico
que cree responsabilidades, obligaciones y derechos
de los distintos actores presentes en la comunicación
social.37 En este sentido, Raúl Garcés opina que
es necesario generar políticas comunicacionales;
entramados, estructuras e instituciones comunicacionales
que sean capaces de hacer cumplir lo trazado como
política, y que eso se convierta en un movimiento.38
En otras palabras, las directrices señaladas por
el discurso político ameritan vías, mecanismos,
instrumentos concretos que permitan su puesta
en práctica. Para ello, podría resultar conveniente
trascender las estrategias que se preocupan solo por la
información y pensar otras enfocadas hacia el proceso
comunicativo en su totalidad.
A un sistema social le resulta difícil reproducirse
si no se han formado consensos en torno a él, y
aunque la hegemonía no se decide únicamente por las
manifestaciones superestructurales de una sociedad, el
papel de los medios de comunicación en la articulación
de la cohesión social no es nada despreciable. Sobre los
desafíos de la construcción del socialismo, el filósofo
cubano Jorge Luis Acanda ha dicho:
El agotamiento histórico del modelo de socialismo
basado en el unicentrismo del Estado, y la necesidad de
avanzar a la organización de un socialismo pluricéntrico,
conlleva la necesidad de interpretar al socialismo como
tensión, y de estructurar un proyecto alternativo a las
recetas neoliberales que no sea solo económico y político,
sino también —y sobre todo— moral y cultural.39
Cuba posee las potencialidades para consolidar un
modelo de prensa alternativo, sólido y cualitativamente
superior a los precedentes. En opinión de Acanda,
para eso «es preciso forjar una hegemonía pluralista,
potenciando a los nuevos sujetos de la democratización
social, y a las nuevas formas de la política que ellos
tendrán que construir».40
En consecuencia, se impone el desarrollo de un
periodismo con una vocación cada vez más pública,
un periodismo inclusivo en el que cuenten las opiniones
de todos. Una prensa de ese tipo tendría mejores
posibilidades para acompañar de manera oportuna
el proceso de trasformaciones al que está abocada
la sociedad cubana, pues se dispondría de espacios
abiertos al intercambio, al debate y a la expresión
de la pluralidad de criterios que enriquecerían la
construcción de un proyecto colectivo desde su esencia,
constantemente emancipador y revolucionario.
26
Luisa María González García
Notas
1. Raúl Castro Ruz, «Informe Central al VI Congreso del Partido
Comunista de Cuba», Granma, La Habana, 17 de abril de 2011,
p. 5.
2. El artículo se basa en las investigaciones realizadas entre 2011 y
2012 para mi Tesis de diploma, en la Facultad de Comunicación de
la Universidad de La Habana, tutorada por la Msc. Ayrén Velazco
Díaz y el Lic. Abel Somohano Fernández.
3. Aunque ha habido varios referentes en décadas anteriores,
uno muy significativo es el Proceso de rectificación de errores y
tendencias negativas, desarrollado a finales de los años 80.
4. Rafael Hernández, entrevista con la autora, 29 de febrero de
2012.
5. Francisco López Segrera, «La Revolución cubana: propuestas,
escenarios y alternativas», Temas, (sección digital Catalejo), 28 de
octubre de 2010, disponible en www.temas.cult.cu (consultado el
5 de marzo de 2012).
6. Raúl Garcés, entrevista con la autora, 11 de mayo de 2012.
7. José Ramón Vidal, entrevista con la autora, 28 de febrero de 2012.
8. Julio César Guanche, «Esto no es una utopía: lo nuevo, lo viejo y
el futuro en Cuba», Temas (sección digital Catalejo), 20 de febrero
de 2012, disponible en www.temas.cult.cu (consultado el 5 de
marzo de 2012).
9. Rafael Hernández, entrevista citada.
10. Raúl Garcés, entrevista citada.
11. Véase Raúl Castro Ruz, ob. cit.
12. Rafael Hernández, entrevista citada.
13. Julio César Guanche, ob. cit.
14. Rafael Hernández, entrevista citada.
15. José Ramón Vidal, entrevista citada.
16. Ídem.
17. Roger Ricardo Luis, entrevista con la autora, 19 de marzo de
2012.
18. Véase Julio García Luis, «La regulación de la prensa en Cuba:
referentes morales y deontológicos», Tesis doctoral, Universidad
de La Habana, 2004, p. 80.
19. Fidel Castro, citado por Juan Marrero, Dígase la palabra moral.
Rescate de un periodismo digno y veraz, Editorial Pablo de la
Torriente, La Habana, 2003, p. 149.
20. Rosa Muñoz y Elena Nápoles, «De explosiones sociales,
culturales, comunicativas. Apuntes sobre el impacto de la
Revolución en el Sistema Comunicativo Cubano (1959-1961)»,
en Rayza Portal y Janny Amaya, eds., Comunicación y sociedad
cubana. Selección de lecturas, Editorial Félix Varela, La Habana,
2005, p. 203.
21. Véase Arailaisy Rosabal y José Raúl Gallego, «Las cartas sobre
la mesa. Un estudio sobre la relación entre agenda pública y
agenda mediática en Cuba: caso Granma», Tesis de Licenciatura
en Periodismo, Universidad de La Habana, 2010, p. 61.
22. Constitución de la República de Cuba, ed. actualizada, La
Habana, 2005, p. 16.
23. Ibídem, pp. 39-40.
24. Julio García Luis, ob. cit., pp. 81-2.
25. Ibídem, p. 86.
26. José Ramón Vidal, entrevista citada.
27. Partido Comunista de Cuba, Tesis y resoluciones sobre los medios
de difusión masiva, Primer Congreso del Partido Comunista de
Cuba, La Habana, 1976, disponible en http://congresopcc.cip.cu
(consultado el 30 de abril de 2012) .
28. Julio García Luis, citado por Arailaisy Rosabal y José Raúl
Gallego, ob. cit., p. 68.
29. Annerys Ivette Leyva y Abel Somohano, «In medias RED:
debate intelectual entre política y cultura. Acerca de los rasgos
distintivos en el espacio público cubano, del intercambio sobre
política cultural promovido por intelectuales desde el 5 de enero
de 2007», Tesis de Licenciatura en Periodismo, Universidad de La
Habana, 2008, p. 103.
30. Roger Ricardo Luis, entrevista citada.
31. Yoel Suárez, «La prensa y el periodismo cubanos apenas están
comenzando» (entrevista al Dr. Julio García Luis), Juventud Rebelde,
La Habana, 14 de enero de 2012, p. 3.
32. José Ramón Vidal, entrevista citada.
33. Ídem.
34. Félix López, entrevista con la autora, 14 de marzo de 2012.
35. José Ramón Vidal, entrevista citada.
36. Rafael Hernández, entrevista citada.
37. José Ramón Vidal, entrevista citada.
38. Raúl Garcés, entrevista citada.
39. Jorge Luis Acanda, Traducir a Gramsci, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 2007, p. 14.
40. Ibídem, p. 229.
L
La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio
27
¿Industrias culturales
o creativas?
Notas sobre economía
de la cultura
Jacqueline Laguardia Martínez
Profesora. Universidad de La Habana.
L
os cambios fundamentales que distinguen el
mundo de principios del siglo xxi, asociados en
su mayoría a transformaciones tecnológicas y a
la consolidación del sistema capitalista mundial,
han impactado de manera significativa los imaginarios
y prácticas sociales de la mayoría de los habitantes del
planeta. De ahí que tales transformaciones, comprendidas
generalmente como elementos característicos del
fenómeno de la globalización, trasciendan el ámbito
de la economía y las comunicaciones —desde donde
suele ubicárseles—para extenderse a todas las esferas
de la vida.
Un impacto notable de ello se reconoce en el
territorio de la cultura. Más allá de las definiciones que
prefiramos asumir los nexos que relacionan cultura y
economía merecen el examen de académicos, políticos,
intelectuales, movimientos sociales, organismos
internacionales y empresas transnacionales. Si bien los
economistas no suelen prestar demasiada atención al
estudio de la economía de la cultura, el sector ocupa
un lugar sobresaliente y estratégico en la economía
mundial. Según los datos más recientes de la Conferencia
de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo
(UNCTAD) y del Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), en 2008, a pesar de la caída de 12%
en el comercio mundial, el de bienes y servicios creativos1
continuó en expansión y alcanzó los 592 000 millones de
dólares —de 267 000 millones en 2002—, para una tasa
de crecimiento promedio de 14% anual.2 Un estudio de
2008, conducido por Pricewaterhouse Coopers (PwC),
estima que solo la industria global del entretenimiento y
los medios de comunicación inyectarán alrededor de 2,2
billones de dólares a la economía mundial en 2012.3
28
n.Laguardia
72: 28-37, Martínez
octubre-diciembre de 2012
Jaqueline
El peso creciente de la producción de los también
denominados bienes y servicios culturales 4 en la
actividad económica internacional resulta razón
primera para impulsar el análisis de los temas
culturales a través del prisma de la economía. Tal
aproximación, objetivo del presente trabajo, permitiría
una comprensión de la cultura como mercancía que se
produce, se distribuye y consume —de manera masiva
y a ritmos impresionantes.
Economía (política) y cultura: la creación
Desde los inicios de la ciencia económica, a la
creación artística se le reconoció cierto carácter
singular. La formulación explícita de los nexos entre
cultura y economía data de la primera mitad del
siglo xx; sin embargo, los rudimentos para el análisis
económico de la creación artística aparecen ya en Adam
Smith, quien consideraba que el gasto en las artes no
contribuía a la riqueza de la nación. En Investigación
sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones, Smith señalaba: «La obra de todos ellos [los
trabajadores no productivos], tal como la declamación
del actor, el discurso del orador o los acordes del músico,
desaparece en el mismo momento que se produce».5
Reconocía, además, las características especiales de los
trabajos artísticos y los efectos externos de este tipo de
«gasto», al decir:
En el caso de las artes que exigen habilidades especiales,
la educación es un proceso aún mucho más largo y
dispendioso [...] La distribución pecuniaria de los
pintores, los escultores, la gente de Ley y los médicos
debe ser por lo tanto mucho mayor [...] Si el Estado
alentara, es decir, si permitiera gozar de una total libertad
a todos aquellos que, por su propio interés, quieren
tratar de distraer y divertir al pueblo, sin escándalo y
sin incidencia, a través de la pintura, la poesía, la música
y la danza o a través de cualquier tipo de espectáculo
y de representaciones dramáticas, lograría dominar
fácilmente ese humor sombrío y esa disposición a la
melancolía que son, en muchos casos, alimento para la
superstición y el entusiasmo.6
Sin embargo, la mayor comprensión de los procesos
que sustentan la producción artística en la economía
capitalista necesitaba más investigaciones sobre la
nueva formación socioeconómica y más avances en
la formulación del sistema categorial de la economía
política clásica. Las propuestas de Carlos Marx en su
estudio del capitalismo en su fase mercantil abrieron
el camino para una visión diferente del asunto. Decía
Marx que:
La mercancía es, en primer término, un objeto externo,
una cosa apta para satisfacer necesidades humanas,
de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas
necesidades, el que broten por ejemplo del estómago o
de la fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos
efectos.7
Aquí aflora la primera particularidad que distingue a
las producciones que nos ocupan. Estas son mercancías
siempre que satisfagan ciertas necesidades humanas. Su
singularidad radica en que satisfacen, en primer lugar
y en alto grado —a diferencia, todavía, de la mayoría
de sus semejantes— necesidades «de la fantasía», del
espíritu.
Tan preciso principio marxista echa luz sobre
el carácter del valor de uso de la producción
artística. Su utilidad, su materialidad, residen en su
capacidad de expresar complejos sistemas de ideas
que condensan información, conocimientos, juicios,
anhelos individuales e identidades sociales. Su valor,
consecuencia de ser resultado del trabajo humano,
sobresale justamente por la naturaleza peculiar de
este esfuerzo. Así lo establece también David Throsby,
quien reconoce que los bienes y servicios culturales,
al englobar valores artísticos, estéticos, simbólicos y
espirituales, difieren del resto de los productos pues
su sistema de valorización incluye una característica
irreproducible vinculada a su apreciación o al placer
que de ellos se puede derivar.8
El trabajo del artista se distingue por ser único,
irrepetible. En la mercancía-arte la medida de valor
no está dada, exclusivamente, por el tiempo de trabajo
socialmente necesario que entraña su producción.
¿Cómo podría medirse este en la escritura de El Siglo
de las Luces o los trazos de «Gitana tropical»? ¿Son
acaso, «replicables», aun si dedicásemos el doble,
el triple del tiempo que sus creadores emplearon?
Aparece entonces la segunda particularidad: con
Marx reafirmamos que el tiempo de trabajo individual
resulta fundamental para fijar el valor, y por ende el
valor de cambio. Sin embargo, para la producción
artística se impone considerar, primero, el grado
de creatividad individual —destrezas, habilidades e
imaginación— que, si bien necesita tiempo y espacio
determinados para su objetivación como creación,
incorpora aptitudes propias, no reproducibles, de los
productores-artistas. En sus Manuscritos económicos y
filosóficos de 1844 Marx establecía que el arte no era una
actividad humana accidental sino un trabajo superior
en el cual el hombre despliega sus fuerzas esenciales
como ser humano y las objetiva o materializa en un
objeto concreto-sensible. El hombre lo es en la medida
en que crea un mundo humano, y el arte aparece como
una de las expresiones más altas de este proceso de
humanización.
Entendemos entonces que la proporción en que se
cambian estos particulares valores de uso se apoya en
la función simbólica, que los distingue como creación
original que expresa valores, tradiciones, modos
de vida, significaciones, imaginarios individuales e
¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura
29
identidades colectivas. Mas para que este cambio ocurra
y la creación artística se transforme en mercancía han
de intervenir terceros, otros capaces de reconocerle
determinada utilidad como expresión de su capacidad
para satisfacer necesidades humanas. El acto individual
deviene colectivo social y adquiere significado cultural
cuando es asumido por determinados públicos, cuando
alcanza un reconocimiento colectivo. Y al cambiarse
exhibe, definitiva y ¿orgullosamente?, su condición
mercantil.
Años más tarde Alfred Marshall reafirmaba la
excepcionalidad asociada a la creación artística
cuando, desde la economía neoclásica, estableció la
«irracionalidad» del consumo de arte. En Algunos
aspectos de la competencia, 1891, reconocía la ley según la
cual «el gusto por la música aumenta proporcionalmente
al tiempo en que un individuo dedica a escuchar música»,
comportamiento contrario al consumo regulado por el
decrecimiento de la utilidad marginal. En 1890 escribía,
en Principios de Economía:
Es imposible evaluar objetos tales como los cuadros de
los grandes maestros o las monedas extrañas, puesto
que son únicos en su especie y no tienen equivalente
y competidor [...] El precio de equilibrio en las ventas
[de dichos objetos] se fija muchas veces al azar; sin
embargo, un espíritu curioso podría obtener cierto grado
de satisfacción realizando un minucioso estudio de este
fenómeno.9
Sin concretarse una teoría sustantiva para el análisis
económico de la producción artística, desde principios
del siglo xx comenzó la aparición progresiva de trabajos
que, a la postre, darían nacimiento a la Economía de la
cultura. En los países de habla germánica avanzaban
estos estudios gracias a una antigua tradición de
investigación sobre economía aplicada al campo de las
artes, como lo prueba el artículo «El arte y la economía»
aparecido en la revista alemana Volkswirtschafliche
Blätter, en 1910.10
Economía de la cultura: la producción
De Economía de la cultura puede empezar a
hablarse a partir de la consolidación de la fase
imperialista del modo de producción capitalista.
La evolución de las industrias creativas se produce,
fundamentalmente, en función de los cinco ejes
siguientes: 1) transnacionalización de las empresas;
2) concentración empresarial y estructuración de
redes; 3) tendencia a la centralización territorial; 4)
estandarización de los medios de comunicación y de
los contenidos culturales; y 5) proceso de convergencia
digital de los mercados.11 ¿Acaso los ejes anteriores
no nos recuerdan la caracterización de Lenin sobre
el imperialismo en su calidad de fase superior del
30
Jaqueline Laguardia Martínez
capitalismo? Sin pretender equivalencia alguna, se
reconoce en ellos elementos previamente recogidos
en los conocidos cinco rasgos: 1) concentración de
la producción y el capital, en grado tal que conlleva
al surgimiento de los monopolios; 2) fusión del
capital bancario con el capital industrial, que da
lugar al capital financiero y a la oligarquía financiera;
3) exportación de capitales, por sobre la de mercancías;
4) reparto económico del mundo entre los monopolios
capitalistas; 5) terminación del reparto territorial del
mundo entre las potencias capitalistas.
El vínculo entre cultura y economía, condensado
en el reconocimiento de las «industrias culturales»,
data en su formulación de 1947 cuando Theodor
Adorno y Max Horkheimer en Dialéctica de la
Ilustración argumentaron que la producción de los
objetos culturales resultaba análoga a la forma en que
otras industrias manufactureras producían bienes
de consumo —vale reconocer que en 1935 Walter
Benjamin adelantaba pistas al indicar que la obra de
arte estaba comenzando a perder su valor e importancia
debido a la reproducción industrial por medio de
técnicas modernas. Aquí se registra un giro significativo
en el análisis, derivado de la «replicabilidad» de las
creaciones artísticas, posible como consecuencia del
desarrollo científico y tecnológico. Ya no es solo la obra
de arte la que puede devenir mercancía: la compra y
venta de sus múltiples «dobles» desplazó la visión más
romántica del carácter individualmente irrepetible de la
obra como único criterio de valor y centró la atención
en el universo creciente de los bienes y servicios
culturales en la era de la cultura de masas. Fueron
transformados los estereotipos sociales de percepción
y apreciación estética, y se ratificó la urgencia de dotar
de una comprensión económica al hecho artístico.
Desde entonces la consideración del papel de la
industrialización en la (re)producción de arte y de
las posibilidades que representa para la promoción
y el sostén de su consumo masivo permanece como
cuestión central en los análisis sobre economía,
cultura y sociedad. El desarrollo de las diversas
expresiones culturales resulta influido y posible
por la industrialización sistemática de los sistemas
productivos pues estas, a pesar de su diversidad, exhiben
como denominador común ser la combinación de dos
universos: los mundos del trabajo creativo y aquel de
los medios de producción. La posibilidad de reproducir
masivamente las creaciones artísticas no pasa por alto
las particularidades, para cada manifestación artística,
de valorización y comercialización de los contenidos
originales y replicados. Mientras la reproducción de
un texto en formato libro no suele marcar diferencias
significativas entre los ejemplares de una misma tirada,
ni suele haber preferencias entre unas y otras copias de
DVD con idénticos contenidos y calidad de grabación,
es otro el comportamiento de los consumidores en
el terreno de las artes plásticas donde, a pesar de la
capacidad tecnológica para reproducir fielmente las
obras artísticas, sigue primando un reconocimiento
único a la creación original.
Para Adorno y Horkheimer el análisis marxista
de la producción de mercancías era susceptible de
aplicarse a la producción de bienes con alto contenido
simbólico, aquellos cuyo valor de uso fuera estético,
ideológico, para el entretenimiento. Ligaron el concepto
de «industria cultural» al de «cultura de masas» y
concibieron sus producciones como resultantes de
operaciones estandarizadas, repetitivas y rutinarias
que generaban bienes menos exigentes, adecuados
para un consumo cada vez más pasivo y acrítico en
relación con la sociedad que lo permite y fomenta.
Las industrias culturales se comportaban, así, como
cualquier otra industria en el capitalismo: usaban mano
de obra alienada, perseguían un beneficio, dependían
de la tecnología para asegurar la competitividad y su
interés mayor era producir consumidores, a la vez
que se desligaba de los postulados más preciados
de la creación artística. Estos teóricos, al igual que
Walter Benjamin, Daniel Bell, Hebert Marcuse,
entre otros, concibieron una imagen negativa de la
industrialización de la creación artística, visión que
alcanzó una temprana y rápida expansión —y que se
remonta hasta el propio Marx, quien en sus manuscritos
de 1844 señala que, bajo el régimen de la propiedad
privada capitalista, el arte cae «bajo la ley general de
la producción», aludiendo así a la degradación de la
creación artística.
La creciente aparición de documentos y trabajos
sobre el tema se asocia al estudio de Willian Baurmol
y Willian Bowen, El dilema económico de las artes
escénicas, publicado en los Estados Unidos, en 1966.
La obra estimuló trabajos semejantes en distintos
ámbitos académicos, lo que propició la creación de la
Asociación Internacional de Economistas de la Cultura
(Association for Cultural Economics International,
ACEI) y la aparición, en la Universidad de Akorn, del
Journal of Cultural Economics, publicación de referencia
para la nueva subdisciplina. Todos estos antecedentes
posibilitaron la celebración, en Edimburgo, de la
primera Conferencia Internacional en Economía de
la Cultura.
Una vez reconocido el carácter peculiar de la creación
artística, y establecida la naturaleza industrial de su (re)
producción masiva, el debate alrededor de las industrias
culturales ha tendido hacia una fuerte polarización.
Por una parte se agrupan quienes las consideran
más que el resultado de las necesidades creativas y
libertad expresiva de los hombres, instrumentos para
el entretenimiento vano que ahoga la crítica social
o el estímulo al pensamiento en su afán de legitimar
el dominio capitalista en la dimensión simbólica a
través de la cultura de masas. Otros —entre quienes
me incluyo— prefieren pensar en dichas industrias
como elementos claves del quehacer social y espacio
potencial para el ejercicio de la verdadera libertad y
cuestionamiento a la racionalidad hegemónica del
capitalismo pues encierran la posibilidad de multiplicar
y difundir lo mejor de la creación humana a través de
la producción masiva de bienes diversos a costos cada
vez menores, a la vez que extienden las posibilidades
para esa creación gracias al contacto y la interacción
mayores con públicos heterogéneos.
Lo más relevante de las industrias culturales, de
sus bienes y servicios resultantes, no es la simple
conversión de deseos, ideas, mensajes, símbolos en
bienes de consumo, sino su capacidad de reproducir
sistemas de relaciones sociales. En la era del capital,
su cualidad estriba en haber capitalizado a la cultura
como mercancía, en aprovechar su carácter mediador
en toda relación social.
Las industrias culturales ofrecen imágenes que colman
el espacio audiovisual como un complejo de industrias
reproductoras de un sistema social en el que funcionan
como eje de inclusión-exclusión, legitimador de cierto
tipo de «cultura», de cierto estilo de vida y, en tanto
tal, han sido punta de lanza en el constante proceso de
«civilización».12
Revela Karl Polanyi que «lo crucial en la transformación
capitalista de economía, sociedad y naturaleza fue la
conversión en mercancía de todos los factores de
producción en beneficio del capital».13 La cultura
no fue menos. Cuando prácticamente todos los
aspectos de nuestro ser se han transformado en una
actividad por la que debemos pagar, la vida misma
se vuelve producto comercial y la esfera mercantil
se convierte en el árbitro final de nuestra existencia
personal y colectiva. La alineación, la fetichización y
la mercantilización del arte, los artistas, y la vida en
su conjunto es, por ende, consecuencia directa de las
lógicas de funcionamiento del modo de producción
capitalista, y no necesariamente de los mercados o
las posibilidades tecnológicas de producción a escala
masiva.
Los criterios antes expuestos suelen desdoblarse, al
ser cuestionados por el conjunto mayor de los actores
sociales, en múltiples opiniones y puntos de vista, tal
y como corresponde a un fenómeno tan complejo. No
son minoría, lamentablemente, los excesos cargados
de un maniqueísmo infantil que se manifiesta en
una concepción de la economía como un mal menor,
necesario pero incompatible con la condición artística.
En el otro extremo aparecen concepciones meramente
economicistas que suelen concebir la cultura como
gasto y no como inversión rentable, y miran el arte solo
como sector económico de riesgo beneficiado por altas
tasas de ganancias.
¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura
31
Lo más relevante de las industrias culturales, de sus bienes y servicios
resultantes, no es la simple conversión de deseos, ideas, mensajes, símbolos
en bienes de consumo, sino su capacidad de reproducir sistemas de relaciones
sociales.
Afortunadamente, las dinámicas de la economía
mundial han obligado a modificar tales percepciones
en la búsqueda de soluciones menos fáciles y más
efectivas a los problemas que resultan de los vínculos
entre economía, cultura y sociedad. En los inicios del
desarrollo capitalista eran las culturales una especie
de industrias marginales que atendían una demanda
muy específica asociada en su mayoría a la educación
y el empleo del tiempo libre. Sin embargo, al aumentar
la cantidad de tiempo libre individual y social, y
convertirse la educación en una inversión permanente,
comenzó el cambio definitivo en las teorías, discursos
y políticas relativas a la cultura en sus relaciones con
la economía. En la hora actual de la globalización
neoliberal: ¿qué pasa en la Economía de la cultura?
¿«Creativas» o «culturales»?: la distribución
Una vez descrito, grosso modo, el sendero recorrido
por la ciencia económica para el reconocimiento de
la (re)producción de arte como objeto sustantivo
de su interés gnoseológico, toca el turno al examen
de los enfoques de uso frecuente en los estudios
sobre economía y cultura hoy en día, manifestado
en la proliferación de trabajos en el área con uso de
categorías múltiples y semejantes que, la mayoría de las
veces, lejos de contribuir al diálogo entre especialistas
y funcionarios públicos, enrarecen la comunicación y
dificultan la construcción del conocimiento. Lo anterior
no debe extrañarnos pues es frecuente que en temas de
novedad relativa, controvertidos y aún poco explorados
como el que nos ocupa, coexistan tradiciones teóricas
y líneas de investigación plurales.
Cualquier aproximación académica que aborde
el tema de los vínculos entre economía y cultura
obliga, al menos de pasada, a una reflexión en torno
al concepto de «cultura». Definir «cultura», si posible,
es asunto que por sí solo merece una —quizás varias—
investigación(es) cuidadosa(s). A los efectos de nuestro
propósito baste establecer qué son en la actualidad las
industrias culturales —conceptualización posible una
vez asumida la cultura como recurso— y contrastar
tales formulaciones con la más reciente de industrias
creativas.
La conceptualización de la cultura como recurso,
ampliamente trabajada por George Yúdice, absorbe
y anula las distinciones entre la alta cultura, la visión
antropológica y la definición de cultura de masas.
32
Jaqueline Laguardia Martínez
Esta resulta útil pues se aparta de la estigmatización
hecha a las industrias culturales de los teóricos de
Frankfurt mientras aún la reconoce como fundamento
de la actividad económica a partir del suministro de
contenidos que se condensan en mercancías. Bajo este
prisma, la cultura se considera el nuevo motor de la
acumulación que ha transformado la lógica misma
del capitalismo contemporáneo sin olvidar su carácter
distintivo de producción mercantil simbólica.
La cultura se transforma en recurso en la medida en
que es instrumentalizada tanto por razones económicas
como sociales. Su noción como recurso apunta de
manera directa, pero no únicamente, a su gestión.
Desde la perspectiva específica de su materialización
en bienes y servicios el énfasis recae en la gestión
económica. La desmaterialización característica de
nuevas fuentes de crecimiento económico como los
derechos de propiedad intelectual —según los reconoce
el Acuerdo de la OMC sobre los Aspectos de los
Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el
Comercio (ADPIC)—, y la mayor participación de los
bienes y servicios culturales en el comercio mundial
han dado a la cultura, entendida como recurso por
explotar, un protagonismo mayor.14
Como recurso circula globalmente, con velocidades
crecientes. Su manejo, administrado a escala nacional,
se coordina local y supranacionalmente por las
transnacionales y el sector no gubernamental
—UNESCO, ONG, fundaciones. La nueva división
internacional para su (re)producción vuelve las
diferencias nacionales y regionales funcionales al
comercio mundial.
La comprensión de la cultura como recurso obedece
a razones variadísimas: el peso creciente del sector
de la economía de la cultura; la reformulación de
visiones y programas en torno a temas globales como el
desarrollo, la diversidad, la pobreza —reflexiones en las
que cobra mayor importancia la dimensión cultural—;
y, por ende, la visualización de la cultura como solución
a múltiples problemas que enfrentan los Estados.
Resulta llamativo cómo la cultura suele ser presentada
como bálsamo milagroso que recompone casi todo:
desde la estabilidad social —garante del sostenimiento
y continuidad del orden capitalista—, hasta la creación
de empleos y la generación de ganancias. Se cree que
esta es capaz de fomentar la cohesión social, revertir
el deterioro urbano, proteger el patrimonio cultural,
mitigar conflictos étnicos y reducir los índices de
criminalidad, además de ser esfera atractiva para el
turismo y la inversión: pareciera que el capital cultural
es la estrella de turno que sucedió a los ya menos
atractivos capital físico, humano y social.
Su importancia y significación, en el terreno de la
economía, parece entonces realidad admitida. Pero,
¿cómo referirla, cómo asumirla, desde las industrias
«creativas» o desde las «culturales»? ¿Cómo se definen
estas actualmente?
La aparición del término «culturales» antecede
a la de «industrias creativas», utilizado por primera
vez en 1994, en Australia, en el lanzamiento del
informe Creative Nation. Ganó difusión en 1997,
cuando funcionarios del Departamento de Cultura,
Medios y Deporte del Reino Unido implementaron el
Destacamento Especial para las Industrias Creativas,15 y
lo adoptaron como estrategia política para abrir frentes
de trabajo, impulsar nuevos mercados y fomentar
la inclusión social. Aunque en varios de los textos
revisados las industrias culturales y las creativas se
tratan indistintamente, la tendencia predominante
presenta a las culturales como un subconjunto de las
creativas.
La denominación «creativas» cobra relevancia pues
incluye, además del espectro de actividades usualmente
identificadas con las industrias culturales,16 a aquellas
que generan derechos de autor y conexos, patentes
y marcas comerciales y que no solían considerarse
sectores económicos como los sitios culturales y la
expresiones culturales tradicionales, entre otros.
Un caso ejemplar de la asimilación a favor de
«creativas» sobre «culturales» lo tenemos en la más
reciente conceptualización de la UNCTAD, que
define las «industrias creativas» como los ciclos de
creación, producción y distribución de bienes y
servicios que utilizan la «creatividad» y el «capital
intelectual» como insumos primarios. Constituyen el
conjunto de actividades basadas en el conocimiento,
focalizadas, pero no limitadas a la creación artística,
con la potencialidad de generar recursos derivados del
comercio y de los derechos de propiedad intelectual.
Abarcan productos tangibles y servicios intelectuales
o artísticos intangibles que contengan contenidos
creativos, valor económico y objetivos de mercado.
Se colocan en la encrucijada entre la artesanía, los
servicios y el sector industrial, y son un nuevo y
dinámico sector del comercio mundial.17 Es desde esta
perspectiva más amplia, donde casi toda producción
encuentra espacio, que las industrias culturales se
conciben como un subgrupo de las creativas para, poco
a poco, desaparecer como formulación.
La reciente atención a las «creativas» se extiende, y
aceleradamente. El sitio web de la UNESCO, que solía
tener una pestaña para las «industrias culturales», recién
se sumó a la tendencia dominante para incorporar
una sección bajo el título de «industrias creativas».18
Curiosamente, su primer párrafo establece que: «La
importancia de las industrias culturales aumenta sin
cesar: edición, música, medios audiovisuales, correo
electrónico, videojuegos, Internet. Constituyen un
verdadero reto para el futuro de la cultura». ¿«Creativas»,
«culturales»? La batalla de las denominaciones en el
discurso global no parece terminada. Pero ¿qué se
esconde tras esta?
El término «culturales» remite a la formulación
de Frankfurt y a su crítica a la sociedad capitalista.
Al sustituir «culturales» por «creativas» creemos que
se intenta desconocer la herencia de Frankfurt que
sí reconoce el papel central de estas mercancías en la
(re)producción de la lógica capitalista —más allá de
la valoración absolutamente pesimista que hicieran,
entonces, de sus propósitos y efectos sociales. Por otra
parte, el adjetivo «creativo» apela inconscientemente
a capacidades y habilidades de los individuos, lo que
favorece la exclusión del Estado y el conjunto social en
el análisis teórico, así como en el diseño y ejecución
de la política para centrar la atención en los agentes
privados y los procesos de toma de decisiones regulados
a través del mercado. La definición de las industrias
creativas, que abarcan un universo más extenso donde
aparecen las industrias dedicadas al entretenimiento
y espectáculos, minimiza las dimensiones ideológicas
de sus producciones masivas o sus efectos culturales
a favor de colocar el interés mayor en la estructura
gerencial, la práctica comercial y la protección a la
propiedad intelectual.
Ahora no solo son «creativas» las otrora industrias
culturales. Otras posiciones impulsadas desde la
academia y la institucionalidad supranacional también
se hacen eco de nuevas formulaciones que parecieran
desear enmascarar o distanciarse de la tradición
marxista. En esta ocasión, se dedica una atención
especial a las industrias creativas debido a la relevancia
adquirida y el consenso alcanzado, pero también
se habla de «industrias del copyright», «industrias
del derecho de autor», «industrias de la propiedad
intelectual», «industrias del entretenimiento»,
«industrias de la información», «industrias del
conocimiento», «industrias comunicacionales» o «de
primera comunicación», «industrias de contenidos» e
«industrias de la experiencia».
A partir del examen anterior preferimos pensar
en términos de «industrias culturales» —a pesar
de sospechar que, lamentablemente y en un futuro
no muy lejano, este término será superado por la
etiqueta «creativa». Y es que el énfasis de estas en el
contenido simbólico y en su proyección ideológica,
maximizados a través del valor de uso y la posibilidad
de su (re)producción masiva en poder de unas pocas
transnacionales, subraya el carácter de los bienes y
servicios culturales como una mercancía muy especial,
¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura
33
también resultante del trabajo productivo que genera
valores de uso entre los que sobresale —y he aquí su
singularidad— su capacidad de expresar complejos
sistemas de ideas que condensan información,
conocimientos, juicios, anhelos individuales e
imaginarios sociales.
Afortunadamente, la denominación «culturales»
predomina en los enfoques y contribuciones que sobre
el tema nos llegan desde América Latina. Destacamos
el concepto manejado por Getino, quien define las
«industrias culturales» como aquellos sectores que «con
criterios industriales, producen y comercializan bienes
y servicios destinados específicamente a satisfacer
y/o promover demandas de contenidos simbólicos
con fines de reproducción económica, ideológica
y social» y en los cuales dichos valores simbólicos
aparecen agregados a través del diseño, la publicidad
o el marketing.19 Por su parte, Néstor García Canclini
las define como
el conjunto de actividades de producción, comercialización
y comunicación en gran escala de mensajes y bienes
culturales que favorecen la difusión masiva, nacional e
internacional, de la información y el entretenimiento, y
el acceso creciente de las mayorías.20
Industrias culturales y globalización
neoliberal: ¿cambio? y consumo
En las décadas de los 50 y los 60 del siglo xx se
verificó una significativa expansión de las industrias
culturales, interrumpida en los 70 y principios de los
80 como resultado de la crisis estructural provocada
por procesos de reconversión y de ajuste a partir de
la destrucción de activos y capitales en las industrias
tradicionales. El crecimiento casi explosivo desde
mediados de los 80 en la producción y mercados de las
actividades y servicios culturales hizo que los grandes
conglomerados y las mayores compañías del sector
realizaran grandes inversiones en el estudio de estos
temas con el fin de utilizar sus resultados, manejados
siempre a nivel privado, en función de una mayor
rentabilidad económica y de una explotación más
refinada de los mercados. Con esto, el capitalismo
amplió la rentabilidad tradicional obtenida del
tiempo de trabajo de las personas y lo extendió
sobre el del ocio, área donde operan principalmente
las industrias culturales. Se consolidaba así la era
del «capitalismo cultural». La economía no podía
continuar desconociendo sus vínculos con los procesos
creativos y su difusión social, a riesgo de su propia
obsolescencia.
En el contexto de la globalización neoliberal,
asistimos a una extensión acelerada de las dinámicas
económicas en los espacios de la cultura. El afán
mercantilista que predomina somete la producción
34
Jaqueline Laguardia Martínez
de bienes culturales a la lógica de funcionamiento
que rige para el resto de los bienes económicos:
se intenta llegar a públicos masivos, lograr una
comercialización acelerada, renovar constantemente
los catálogos, subordinar la innovación lingüística y
formal al reempaquetamiento de las imágenes con
éxito probado.21
La cultura que se difunde masivamente es la
generada desde los centros económicos mundiales. La
mayor parte del mercado mundial queda restringida
a un número limitado de países de altos niveles
de ingresos, que son los mayores productores y
consumidores de bienes culturales. Según UNCTAD
y UNDP en 2008, los líderes exportadores a nivel
mundial fueron, en millones de dólares, China (84 807),
los Estados Unidos (35 000), Alemania (34 408),
China Hong Kong SAR (33 254), Italia (27 792), Reino
Unido (19 898), Francia (17 271), Países Bajos (10 527),
Suiza (9 916), India (9 450), Bélgica (9 220), Canadá (9 215),
Japón (6 988), Austria (6 313) y España (6 287).22 Tal
como afirma Rigoberto Lanz:
Es demasiado claro que las prácticas culturales de los
pueblos del mundo no «circulan libremente» en el
mercado de las industrias culturales. Esa es una enorme
mentira. Esos «bienes culturas» (prácticas, discursos,
tradiciones, patrimonios, sistemas axiológicos, etc.)
están portados en la sensibilidad de la gente, en su
vida cotidiana, en los imaginarios colectivos de grupos
humanos repartidos en todo el globo terráqueo.
Esos grupos humanos habitan territorios simbólicos
desiguales, territorios socio-económicos desiguales,
territorios geográficos desiguales. Estas asimetrías son
estructurales; brutalmente excluyentes.23
Las industrias culturales se organizan en torno a
centros de mando y control, capaces de coordinar,
innovar y gestionar las actividades entrecruzadas de
las redes empresariales. A partir de la experiencia
acumulada por el capital norteamericano nucleado en
torno al polo industrial de Hollywood se multiplican
el tipo de organizaciones basadas en una estructura
de red, prototipo para la reorganización del resto del
sistema de producción capitalista según esta orientación
reticular. Concretamente,
la producción de cada película reúne a un equipo de
compañías de producción especializadas y contratistas
independientes, cada una experta en su campo y con su
propio personal cualificado. Conjuntamente, todas esas
partes conforman una empresa-red de corta vida cuyo
período vital se limita a la duración del proyecto.24
Tal lógica se extiende y consolida en el funcionamiento
general de las industrias culturales.
La organización flexible del proceso de producción
permite descomponer —al asignar tareas a empresas
«independientes»— y recomponer —al concentrar
actividades en las grandes empresas— las diferentes
fases del proceso de producción y distribución de bienes
y servicios culturales. Tal flexibilidad, que obedece
a la extrema especialización en las producciones
culturales, permite la participación de múltiples actores
en el ciclo productivo sin que peligre el dominio
de las transnacionales de las comunicaciones y el
entretenimiento, las cuales protegen su primacía con
complejas y eficaces bases contractuales implementadas
en todos los niveles y procesos de producción.
La organización de la sociedad en una economía de
red comporta no solo profundas transformaciones en
las formas de competencia de las empresas sino también
en el funcionamiento de los mercados. Desempeñan
aquí un papel fundamental las empresas distribuidoras,
especie de «porteras» que determinan las conexiones
entre creadores y audiencias. Uno de los cambios más
relevantes se relaciona con los beneficios asociados al
incremento de consumidores de una misma mercancía.
A este fenómeno se le conoce como «externalidades de
red» (network effects) y existen diferentes fuentes: por
ejemplo, las redes propiamente físicas como el teléfono,
el fax, Internet, etc.; y las «virtuales» como los usuarios de
un mismo software informático, de una misma lengua o
los seguidores de un determinado estilo de vida.
Como consecuencia de la existencia de las redes, de
su funcionamiento y desarrollo, se da un proceso
de estandarización a distintos niveles que incide
directamente sobre las industrias culturales. En el
camino hacia la homogeneización de los consumos
subrayamos, por su importancia, la lengua escogida,
instrumento de comunicación que aumenta su valor
en dependencia de la cantidad de usuarios. En relación
con los contenidos culturales, se señalan los efectos de
contagio derivados de los deseos de los individuos
de adquirir bienes y servicios que los asemejen a
otros consumidores: la demanda de una mercancía
determinada —una película, un disco, un libro o un
dispositivo electrónico— puede verse impulsada por
el consumo previo de otras personas. El dominio que
ejercen las transnacionales en el sector de la producción
cultural, reforzado a través de continuas megafusiones
y adquisiciones, también favorece la homogeneización
del consumo cultural.
La tendencia a la monotonía cultural describe
uno de los cursos de acción en la actividad de las
transnacionales de la cultura, que, a su vez, han sabido
reconocer la imposibilidad de generar un único tipo
de oferta que responda a un único estilo de vida. En
plena consonancia con la lógica industrial moderna,
las grandes empresas del sector conciben las culturas
como segmentos de mercado y han incorporado la
«diversidad cultural» como parte de su estrategia
mercantilizadora para cubrir, amén de la imposición de
una cultura homogénea, esos otros nichos de mercado
que le permitan la explotación de aquellas diferencias
comercializables que no signifiquen conflictos
fundamentales con los intereses que promueven. En
este clima, la diversidad cultural deviene un simple
recurso por explotar.
Los mercados se estructuran a un doble nivel: por
un lado, los grandes gestores del proceso de producción
y difusión de contenidos, líderes con la capacidad de
generar nuevas producciones y de asegurar su difusión,
los cuales funcionan bajo la lógica de las economías
de escala, audiencias masivas, altos costos fijos, fuertes
campañas publicitarias de lanzamiento de artistas y
de construcción de imagen. Por otro lado, un denso
tejido de pequeñas empresas «independientes» y de
trabajadores autónomos que suelen tener una capacidad
de producción y difusión muy limitada cuya actividad
está condicionada, cada vez más, por la demanda de
las grandes transnacionales —a las que sirven como
«descubridoras» de nuevos talentos y nichos de mercado.
En este territorio de las pequeñas audiencias el mérito
creativo permanece como activo fundamental, más allá
de las condicionantes del mercado.
Otra característica de las industrias culturales se
relaciona con las pautas de localización geográfica de
las empresas productoras, marcadas por la obtención
de economías de escala al concentrar territorialmente
los procesos de producción. Si bien las tecnologías de
la comunicación y la información expanden el alcance
de los lugares que pueden conectar a agentes y procesos
al eje principal, la sofisticación de estas producciones
intensifica la importancia de los nodos centrales pues
es allí donde existe el acceso a la tecnología en sus
múltiples formas y donde se ubican las personas y
organizaciones que ostentan el poder para constituir
las redes de flujos.
Las grandes concentraciones urbanas son el espacio
donde parecen confluir las condiciones óptimas para
la localización de estas actividades. Los principales
centros metropolitanos continúan acumulando factores
inductores de innovación y generando sinergias, tanto
en la industria como en los servicios avanzados. La
aglomeración se mantiene como factor altamente
determinante en relación con la ubicación de las
industrias culturales. En general,
las ciudades (como global skill centers de la nueva
sociedad del conocimiento) han de saber invertir
bien en las tres «C»: en concepts (nuevas ideas, nuevas
capacidades de innovación), en competences («know-how»
y capacidades de producción y de consumo apropiadas),
y en connections (vías de acceso y comunicación con los
restantes centros de actividad mundiales).25
El interés de las transnacionales en el sector
cultural se subraya al considerar lo que distingue a
las industrias culturales del resto de las actividades
manufactureras. Recordamos que además de fuente
de creación de riqueza, de empleo y de desarrollo
económico son vehículo de expresiones artísticas,
conocimiento, información e ideas. Dentro de una
¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura
35
comunidad determinada estos bienes y servicios tienen
una alta significación simbólica, como expresión
de aquellos valores y tradiciones que constituyen su
propia identidad. Son bienes indivisibles e inagotables
cuyo consumo no implica su destrucción y estimula la
demanda futura. Se consideran bienes públicos de cuyo
consumo no deberían resultar excluidos los individuos
por razones económicas pues, en este caso, los costos
sociales superarían los privados. Tal razonamiento,
lógico a la luz de la economía neoclásica, «justifica»
la intervención creciente de los Estados a través de
compras, subsidios y exenciones impositivas, por
ejemplo. En este sector la empresa privada tropieza, de
continuo, con la acción estatal y de numerosas entidades
públicas, que intervienen en las diferentes fases de la
producción de bienes y servicios culturales; si bien el
espacio de actuación de las políticas culturales responde
a particularidades nacionales, contextos políticos y
ofensivas neoliberales, se aprecia un reconocimiento
creciente por dotarlas de mayor peso específico en el
conjunto de las políticas doméstica y regional.
La acción transnacional de las industrias culturales
reconfigura la esfera pública, la comunicación y
los hábitos de consumo y estilos de vida en casi
todo el planeta. Por una parte esta interrelación
favorece el conocimiento recíproco entre culturas
antes desconectadas y un acceso más diversificado a
bienes, mensajes y contenidos varios; mas, por otra,
la interculturalidad y su diversificación de ofertas
continúan desigualmente repartidas. Los pueblos
encuentran limitada su participación efectiva en
la construcción y difusión cultural a nivel global
porque solo pueden relacionarse con la información
y los entretenimientos que circulan por los medios de
comunicación gratuitos o accesibles a bajos precios.
Los países con mayor capacidad de producción y
comercialización de productos y servicios culturales,
no solo logran reafirmar la identidad cultural y los
imaginarios colectivos de sus pueblos, sino que, a la
vez, están en mejores condiciones para influir en otras
identidades e imaginarios. Kim Campbell, ex primer
ministra de Canadá planteaba que:
Las imágenes de los Estados Unidos son tan abundantes
en la aldea global que es como si, en vez de emigrar la
gente a Norteamérica, esta hubiese emigrado al mundo,
permitiendo que la gente aspire a ser estadounidense
incluso en los países más remotos.26
Lo que es válido para las naciones lo es,
evidentemente, a partir de los modelos sociales y
paradigmas civilizatorios que se defiendan e impulsen
a través de las empresas transnacionales en ellos
localizadas y desde ellos proyectadas al mundo.
Precisamente este marco de actuación a escala
planetaria en el que operan las industrias culturales
acentúa la necesidad de estudiar sus desempeños:
36
Jaqueline Laguardia Martínez
En la actualidad, la reelaboración de información y
conocimientos ya no ocurre exclusivamente dentro de
una nación sino que se dispersa por los circuitos globales.
La producción cultural se desvincula del ámbito exclusivo
de las comunidades de pertenencia y la conformación
de sentido se vuelve entonces más compleja, acusando
una mayor exposición a la interculturalidad. Las
identidades se encuentran entonces frente a un complejo
proceso que ha puesto en marcha nuevas formas de
intercambio y conexión sustancialmente diferentes a las
ya conocidas.27
Algo similar dijeron Marx y Engels en 1848, al
afirmar que:
En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con
productos nacionales surgen nuevas, que reclaman para
su satisfacción productos de los más apartados y de los
climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento
de regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se
establece un intercambio universal, una interdependencia
universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la
producción material como a la intelectual. La producción
intelectual de una nación se convierte en patrimonio
común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales
resultan de día en día más imposibles; de las numerosas
literaturas nacionales y locales se forma una literatura
universal.28
Comentarios finales
El interés de la economía hacia la cultura, que la
concibe como recurso susceptible de condensarse en
mercancías —bienes y servicios culturales—, ha dado
origen a una teoría sustantiva dentro de la ciencia
económica que busca establecerse y consolidarse como
rama del conocimiento. Esta búsqueda pasa por la
(re)formulación de conceptos, variables, resultados,
propuestas de acción y diseño de políticas. El
establecimiento definitivo de las categorías y supuestos
básicos aún no se consolida del todo, por lo que la
revisión y cita de numerosos informes, artículos y
notas de prensa resulta obligatorio en aras de dibujar
el panorama general de los nexos entre economía y
cultura hoy en día.
La producción de bienes y servicios culturales es
un proceso complejo y singular. Enfrenta al acto de
creación y sus requerimientos de libre expresión y
experimentación con su transformación en mercancía
—la que deberá someterse a criterios de rentabilidad
y eficiencia. Sin embargo, este carácter mercantil no
anula esa función simbólica que los distingue como
creación individual que expresa valores, tradiciones,
modos de vida y significaciones.
El crecimiento y expansión de las industrias
culturales exhibe resultados contradictorios. Expande
los mercados, posibilita el conocimiento entre los países
y aporta valor añadido a los contenidos de los mensajes
y obras generados en cada sociedad. Al mismo tiempo,
bajo la lógica neoliberal, multiplica los desafíos y
conflictos: crea disputas por los usos del patrimonio
cultural y por los derechos de autor y conexos
individuales y colectivos, acentúa la subordinación de
los países subdesarrollados y privilegia los derechos
comerciales de las megaempresas transnacionales.
El papel determinante de las industrias culturales
en economía global se justifica por su peso económico
creciente, pero no únicamente. De ahí que sea tan (¿más?)
importante considerar la naturaleza de sus producciones
y su función central en la (re)producción y legitimación
del sistema capitalista. Su potencial contrahegemónico
como productoras de bienes culturales capaces de
proponer estilos de vida que enfrenten y superen la
lógica capitalista ha sido contrarrestada y hoy se utilizan,
eficaz e inteligentemente, por parte de los grupos de
poder globales —organizados y participantes de las
transnacionales del entretenimiento— en el impulso y
la consolidación de la hegemonía capitalista.
Por último, hay que subrayar la necesidad de conectar
estos análisis con otros temas que, con una significación
marcadamente antihegemónica, son asimilados dentro
del discurso dominante del orden capitalista y le sirven
para su expansión y consolidación. Son destacables, en
especial, las cuestiones ambientales, también muy (mal)
tratadas a escala global. Tanto la cultura como el medio
ambiente están amenazados por el actual proceso de
globalización; y para protegerlos y conservarlos en su
diversidad, la comunidad internacional debe aceptar
responsabilidades urgentes.
La producción cultural es fundamental para el
imaginario poscapitalista y la acción alternativa.
Rescatémosla, cuanto antes, para las ideas y la
construcción de un mundo mejor y posible.
Notas
1. Bienes y servicios producidos por las, recientemente designadas,
«industrias creativas»: aquellas que utilizan la «creatividad» y el
«capital intelectual» como insumos primarios. UNCTAD y UNDP,
The Creative Economy Report 2010, p. 38, disponible en www.
unctad.org.
2. Ibídem, p. 157.
3. Ibídem, p. 53.
4. Según la UNESCO, al ser portadores de identidad, valores y
sentido, no deben ser considerados mercancías y bienes de consumo
como los demás. Véase «Declaración universal de la UNESCO
sobre la diversidad cultural», 2 de noviembre de 2001, disponible
en http://portal.unesco.org.
8. David Throsby, Economics and Culture, Cambridge Press,
Cambridge, 2001.
9. Citado en Margarita Caballero Pulido, ob. cit., p. 2.
10. Octavio Getino, «La cultura como capital», disponible en
http://octaviogetinocine.blogspot.com (consultado el 6 de agosto
de 2011).
11. Xavier Cubeles, «Políticas culturales y el proceso de
mundialización de las industrias culturales», s.f., disponible en
www.uv.es.
12. Umberto Eco, Apocalípticos e integrados, Lumen, Barcelona,
1968.
13. Karl Polanyi, La gran transformación, La Piqueta, Madrid,
1944.
14. George Yúdice, El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la
era global, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 11.
15. UNCTAD y UNDP, ob. cit., p. 36.
16. Según UNESCO, el término «industria cultural» se aplica a
aquellas industrias que combinan la creación, la producción y la
comercialización de contenidos que son de naturaleza cultural e
intangible, son protegidos por los derechos de propiedad intelectual
y pueden tomar la forma de bienes y servicios. Usualmente hacen
referencia a la producción audiovisual y literaria, las artes visuales
y escénicas, el diseño y las artesanías.
17. UNCTAD y UNDP, ob. cit., p. 38.
18. Véase www.unesco.org/new/es/culture/themes/creativity/
creative-industries/ (consultado el 24 de octubre de 2012).
19. Octavio Getino, «Economía y políticas para las industrias
culturales en el MERCOSUR», s.f., disponible en www.asociacionag.
org.ar.
20. Néstor García Canclini, «Las industrias culturales y el desarrollo
de los países americanos», s.f., disponible en www.oas.org.
21. Néstor García Canclini, «Todos tienen cultura: ¿quiénes pueden
desarrollarla?», 2005, disponible en www.iadb.org.
22. UNCTAD y UNDP, ob. cit., p. 162.
23. Rigoberto Lanz, «Cultura y mercado. ¿Qué dicen los
conservadores?», 2004, disponible en www.debatecultural.net.
24. Xavier Cubeles, ob. cit.
25. Ídem.
26. Citado por Jeremy Rifkin, La era del acceso. La revolución de la
nueva economía, Paidós, Buenos Aires, 2000.
27. Francisco Piñón, «Mundialización y diversidad cultural»
(intervención en la 32ª Asamblea Parlamentaria de la Francofonía,
Rabat, 2 de julio de 2006), disponible en www.oei.es.
28. Carlos Marx y Federico Engels, El Manifiesto Comunista,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1979, pp. 26-7.
5. Citado en Margarita Caballero Pulido, «Bases conceptuales y
teóricas de la economía de la cultura y el patrimonio» (material
mimeografiado), Facultad de Contabilidad y Finanzas, Universidad
de La Habana, 2000, p. 1.
6. Ídem.
7. Carlos Marx, El Capital, Editorial de Ciencias Sociales-Instituto
Cubano del Libro, La Habana, 1973, p. 3.
¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura
37
El sentido de la
responsabilidad:
un estudio entre
jóvenes maestros
Milena Hernández
Psicóloga. Centro de Estudios Che Guevara.
Toda nuestra manera de vivir tiene que penetrarse
por una cultura de responsabilidad […] esta cultura
de la responsabilidad es crítica, pero el acento no
está en la crítica, sino en la responsabilidad que
exige ser crítico.
Franz J. Hinkelammert
Cuanto más pienso en la práctica educativa y
reconozco la responsabilidad que ella nos exige,
más me convenzo de nuestro deber de luchar para
que ella sea realmente respetada.
Paulo Freire
C
uando se trata de una esfera como la de la
educación, el significado del modo en que
el maestro asume, concibe y se representa su
responsabilidad profesional, los valores que
se le atribuyen, el ideal simbólico que le autodefine
y le identifica precisamente como educador, reclama
comprensión y valoración a través de estudios
empíricos.
Este artículo aborda el sentido de la responsabilidad
en un grupo de maestros «emergentes» de la
educación primaria en varios municipios de la capital
cubana.1 Al repasar los comentarios, recuerdos sobre
escenarios escolares, climas socioafectivos y vivencias
relatadas, cobran vida las prácticas profesionales de
estos jóvenes. Desde sus saberes —que se enriquecen
como resultado del contexto educativo— aflora una
serie de reflexiones que, lejos de ser inamovibles y
generalizadoras, pretenden compartir conclusiones
parciales sobre el modo en que la responsabilidad,
como valor, se articula en sentido psicológico para
estos docentes.
38
Milena Hernández
n. 72: 38-44, octubre-diciembre de 2012
Se parte de comprender la identidad profesional
como una
configuración personológica, de contenidos y funciones
de carácter autorreferencial, que expresa la conciencia
de mismidad y continuidad del sujeto como miembro
activo de un grupo profesional, con el que se siente
identificado y comprometido y hacia el cual desarrolla
sentimientos de pertenencia, en un momento o contexto
social determinado.2
Ello implica, además, la presencia de una imagen
compartida en la cual se evidencia una idea clara y
definida de lo que significa ser parte de esa profesión,
aunque no siempre esté en total consonancia con los
criterios a nivel social y con lo que cotidianamente
realizan en su práctica laboral-educativa.
La importancia del contexto donde se desarrolla
el educador y de la responsabilidad como «tendencia
de la personalidad a actuar en correspondencia con el
sentido del deber ante sí mismo y la sociedad, como
una necesidad interna, que es fuente de vivencias
positivas»,3 constituye la base para analizar, debatir,
dialogar sobre su presencia en este grupo de maestros.
Asimismo, se considera que la asunción personalizada
del valor tiene lugar a partir de la conciliación entre los
planos individual y social, que median los contenidos
asociados a la responsabilidad como sentido.
El desafío de ser un «emergente»
Si se es un maestro apasionado, el resultado de
la labor va acompañado de la satisfacción por haber
trasmitido conocimientos y haber crecido en ese
proceso; así como de la creatividad, la espontaneidad,
el amor al trabajo, a los educandos y al espacio docenteeducativo en general. Cuando se es auténtico en el
empeño, esas cualidades resultan consustanciales al
desempeño profesional y en su ejercicio (re)producen
grandes dosis de humanismo y otorgan sentido a, como
diría José Martí, «hacer un bien todos juntos».
El acercamiento a la dinámica de vida de este
grupo de jóvenes y a los escenarios laborales en que
ellos se desarrollan muestra una representación
compartida en relación con el valor responsabilidad,
que se ha desarrollado en la medida en que han
ganado experiencia como docentes. Esta noción
colectiva se evidencia en que, para el grupo profesional
estudiado, ser responsables implica asistencia y
puntualidad, respeto por el horario de trabajo, buena
apariencia personal, participación en las preparaciones
metodológicas, revisión de libretas, conocimiento
de las dificultades y características de los alumnos,
habilidades comunicativas, capacidad para organizar
y dirigir reuniones de padres, así como calidad en la
preparación de las clases y superación profesional.
La relevancia que conceden a las transformaciones
del terreno educativo como parte de las acciones para
viabilizar y hacer más efectivo el ejercicio de la profesión
en el ámbito específico de la educación primaria
(reducción de la cantidad de estudiantes por aula,
incorporación de medios y recursos técnicos de apoyo
a la actividad docente), se integra al conocimiento que
poseen acerca de su trabajo y la importancia de este para
la sociedad cubana actual. Sin embargo, las dificultades
en los sistemas de planificación, dirección y control de
la actividad docente, la diversidad y complejidad de las
tareas, la sobrecarga de trabajo, los vacíos no saldados
con posterioridad a la preparación inicial recibida,
junto con el insuficiente reconocimiento social del
maestro, condicionan un proceso de desvalorización
creciente de la profesión, que, en algunos casos, termina
por formar parte de esa imagen compartida por este
grupo de docentes.4
Aunque la gran mayoría de la muestra seleccionada
destaca las ventajas de formar maestros «emergentes»
—como idea novedosa y positiva que amplía las
ofertas de estudio y promueve el desarrollo cultural
de quienes se deciden por esa opción—, algunos
afirman que en el proceso de enseñanza-aprendizaje
existen muchas lagunas relacionadas tanto con la
preparación inicial, como con la sistematicidad de
la superación en la actualidad que se expresan en su
práctica profesional.5
L os pro ces os de s ele cción y for mación,
y de orientación profesional les han generado
insatisfacciones, miedos e incertidumbres asociados
a su funcionalidad. Con ello se ha visto lacerado
el desarrollo de su identidad como educadores y
la construcción del sentido de pertenencia hacia la
profesión. Al respecto comenta Erika, una profesora
del municipio Cerro:
La idea de los maestros «emergentes», como teoría, fue
muy buena, pero la masividad resultó una equivocación;
entraba el que quisiera y no por vocación. También es
importante poner al lado del maestro emergente alguien
que lo vaya guiando, al principio teníamos tutor, pero
ya no.6
Débora, quien también trabaja en ese municipio,
enfatiza:
Quienes están optando por carreras de magisterio es
porque no pudieron coger más nada. Los de más bajas
notas, los casi suspensos, los que no son responsables para
nada. Y ¿cómo tú vas a poner a dar clases a los niños a una
persona que no sabe ni quién es él?
La poca eficiencia del trabajo desempeñado
por algunos de los tutores asignados, junto con el
comportamiento de ciertas instituciones educativas
que en reiteradas ocasiones no se responsabilizan con
la correcta atención a las diversas problemáticas que
le puedan surgir al docente durante su desempeño
El sentido de la responsabilidad: un estudio entre jóvenes maestros
39
profesional, se hallan entre las causas que refuerzan
esta situación aun en la actualidad.
A pesar del conjunto de tareas que estos profesores
deben realizar cotidianamente, las cuales ganan en
profundidad, sistematicidad y demandan preparación
constante —sobre todo en el nivel primario de
educación—, prevalece una valoración externa negativa
y generalizada sobre el joven maestro y la labor que este
desempeña. A la par, emerge un elemento que media la
expresión de la responsabilidad e impacta el desarrollo
de su identidad profesional como configuración más
compleja: la motivación profesional.7 Las deficiencias
del proceso formativo, al no potenciar los sentidos
asociados a la labor del maestro (ni antes ni durante
su desempeño), condicionan un empobrecimiento de
los contenidos que integran el sistema identitario y
generan con ello una multiplicidad de dificultades en
torno a los procesos de apropiación, interiorización y
expresión del valor responsabilidad.
Estos aspectos han sido caldo de cultivo para el
surgimiento de estereotipos sociales sobre los llamados
maestros «emergentes», prejuicios expresados en la
desaprobación, la poca tolerancia y la desconfianza por
parte de los padres y de algunos colegas de trabajo.
Incluso los catalogan de desvinculados sociales,
adolescentes con escasas oportunidades de desarrollo
y de perspectiva profesional, con poco interés hacia
temas políticos y falta de seriedad ante el trabajo. En
ocasiones son vistos como integrantes de un grupo que
hay que controlar.
No es extraño que estos jóvenes experimenten
sentimientos de minusvalía, incertidumbre y temor
en la asunción de sus funciones.8 No obstante, cabe
señalar que 80% de los «emergentes» encuestados
considera la responsabilidad como parte del sentido
atribuido a ser maestro y como un valor consustancial
al ejercicio de su función; para ellos, ser responsable se
identifica, en esencia, con la tarea de enseñar y educar
a los estudiantes.
Al autodefinirse, algunos de los entrevistados
apuntaban hacia lo esperado socialmente, otros
mostraban pobreza en el autoconocimiento y en la
reflexión sobre el «deber ser»; solo unos pocos se
analizaban desde una posición crítica y personalizada.
Sin embargo, es interesante constatar cómo sus
autoimágenes integran —de manera general— la
abnegación, la seriedad, el sacrificio, la alegría, la
laboriosidad, la dedicación.
En ciertos casos se destaca la capacidad y el interés
por la superación y el compromiso ante la tarea
realizada, el bienestar con el aprendizaje de sus alumnos.
A la vez se conciben sobrecargados, incomprendidos,
entregados a una tarea social que tratan de hacer bien
a pesar de haber sido insuficientemente orientados,
40
Milena Hernández
educados. A propósito, Verónica, del municipo Plaza,
comenta:
Yo no seré una de las mejores pero tampoco me considero
una de las peores. Soy una maestra que se esfuerza por
dar lo mejor de sí para que sus alumnos aprendan. Me
gusta prepararme para cualquier materia que vaya a
impartir.
Resaltan, además, que la falta de reconocimiento
a su labor y la ausencia de personal calificado que les
brinde apoyo en algunas de sus tareas no básicas —por
ejemplo, llevar los niños a almorzar— sobrecargan el
desempeño de su profesión.9
Cabe mencionar que algunos de esos jóvenes
relacionan esta imagen compartida y prevaleciente en la
actualidad con el ingreso que dicha profesión le reporta
al país. Achacan la ausencia de facilidades materiales
—como un uniforme de trabajo, aumento de salario
y la estimulación— al poco presupuesto que posee
el sistema de Educación, debido a que «nosotros no
producimos como el turismo». Así, el factor económico
resulta otro de los aspectos desvalorizadores de la
profesión y de la responsabilidad ante el aula, pues
disminuye la motivación profesional de los educadores
entrevistados.10
En este engranaje de reflexiones y experiencias surge
la crítica consustancial al análisis de las dificultades y
conflictos que caracterizan, y condicionan, el desarrollo
y la expresión de los comportamientos asociados a
la responsabilidad laboral. Cabría subrayar que los
maestros reconocen sus limitaciones en las habilidades
de corte instrumental o didáctico necesarias para
enfrentar el quehacer pedagógico. Este fenómeno
encuentra en ellos diversas explicaciones. Entre ellas
la urgencia y rapidez del curso de formación, el déficit
de vocabulario y acervo cultural —por ejemplo, tener
mala ortografía—, la inmadurez profesional, sobre
todo al inicio; y los apremios teórico-metodológicos
que con frecuencia acontecen durante el desarrollo
de las clases.
El impacto de un programa de preparación, que
si bien ofreció saberes generales perpetuó otros
desconocimientos, ha motivado un proceso de
interdependencia en estos jóvenes, dada la necesidad
de cubrir y dominar con profundidad los contenidos
que como profesores de la enseñanza primaria deben
impartir.
En los docentes de menor experiencia laboral
esta situación es generadora de inseguridades y
temores asociados al sentido y al ejercicio de la
profesión; también ha dado lugar a enfrentamientos
con figuras de autoridad: conflictos entre maestros
y directores, entre padres y maestros, y en la tríada
padres-maestro-alumnos. En esos jóvenes, a pesar
del predominio de un vínculo afectivo positivo con
la profesión, existe un pobre desarrollo indentitario,
La enseñanza, puesta en manos de profesores jóvenes, precisa una ética que
hilvane al ser humano con el sentido de su trabajo, y no solamente con el
mérito de su desempeño, la estimulación material y el control externo.
como resultado de la superficialidad de los procesos
de identificación y diferenciación relacionados con
el mundo psicológico comprometido con su esfera
profesional. No poseen una cultura orientada hacia la
autorreflexión que los conduzca al análisis objetivo de
su autoconocimiento. Lo que predomina en ellos es la
crítica de las dificultades externas existentes, mientras
las reflexiones sobre su sentido de la responsabilidad y
eficacia en su desempeño profesional, quedan relegadas
a un segundo plano.
Así, las autodefiniciones estereotipadas laceran
la percepción y diferenciación de sí mismos como
maestros responsables. Por el contrario, los jóvenes
con mayor experiencia docente —que constituyen
60% de la muestra analizada— se piensan a sí mismos
en correspondencia con sus prácticas profesionales:
ofrecen una mirada auténtica y personalizada
sobre su quehacer pedagógico, retratan la enorme
responsabilidad que han asumido ante sus alumnos
y ante el país desde la relación —contradictoria,
asimétrica, y por momentos conflictiva— entre sus
cualidades personales —curiosamente en términos de
potencialidades— y las limitaciones que acompañan en
la actualidad el ejercicio docente.
Desde ese lugar personalizan la asunción del
valor responsabilidad y reconocen que a pesar de su
importancia, no siempre tienen listo el plan de clases,
no aprovechan el horario de trabajo al máximo, en
ocasiones necesitan del control externo. De igual
forma aceptan que le dan prioridad a la enseñanza
tradicional y pragmática (privilegian la memorización y
la reproducción lineal de los contenidos, la asimilación
acrítica de los aspectos trabajados en clases, la
repetición mecánica de los temas de estudio), por
encima de acciones como la estimulación de la
capacidad creadora del estudiante, el ejercicio del
diálogo y de la construcción crítica del conocimiento,
la educación del colectivismo, del trabajo en común y
de la iniciativa y la independencia.
No obstante las diferencias en cuanto a qué motivó
la elección de la profesión en estos jóvenes, en algunos
el ejercicio de la práctica pedagógica ha condicionado
la (re)construcción de un sentido de pertenencia hacia
esta y hacia el grupo profesional en sentido general.
Han desarrollado motivos intrínsecos al desempeño
de su papel como profesor que se nutren del mutuo
aprendizaje establecido desde el vínculo maestroalumno, y de la satisfacción que acompaña el observar
cómo crecen sus estudiantes a lo largo de los cursos
escolares. Ello constituye fuente de gratificaciones
que complementan la personalización y expresión
auténtica de actitudes, comportamientos y conductas
responsables como docentes.
Se constata así que el valor responsabilidad no solo
está relacionado con el cumplimiento de las exigencias
formales del centro educativo, sino también con una
demanda que el ejercicio de la profesión les impone y
que conscientemente regula su actuación.
Sin embargo, la insuficiente articulación entre
la formación pedagógica recibida y las exigencias y
condiciones requeridas para el desempeño de su labor11
ha propiciado que una buena parte de los docentes
estudiados experimenten desmotivación, estados de
agotamiento, ansiedad e irritabilidad; y ha suscitado o
intensificado en algunos casos el sentimiento de que
su ejercicio laboral es temporal.
Se observa cómo el proceso de individualización
del valor responsabilidad encuentra un freno
importante en los escenarios institucionales, muchas
veces dogmáticos, cargados de burocratismo y de
sobreexigencia, demandantes de homogeneidad
en las conductas asociadas a su expresión. La poca
autonomía en el proceso de toma de decisiones sobre
cuestiones vinculadas con su actividad profesional
(horarios, evaluación de los alumnos, temáticas que
tratar en las reuniones con los padres; vías, forma
y contenido de su entrenamiento metodológico,
entre otros), condicionan la vivencia de falta de
participación real en el ámbito laboral. En este
sentido comenta Laura, quien ejerce en una escuela
del municipio Cerro:
Para mí, la responsabilidad como maestra es tomar una
buena decisión de lo que voy a hacer, pero no te dan la
oportunidad de decidir, lo piensan arriba y lo mandan
abajo. Y mi opinión como maestra, ¿dónde está? Eso
también tiene que ver con la responsabilidad porque si
yo no estoy de acuerdo con una cosa, ¿cómo se la voy a
dar a mis niños?
Los encuentros metodológicos, por ejemplo,
cuyo fin es abordar problemáticas generales, a veces
son repetitivos y pierden efectividad al desatender
demandas específicas, particulares. Inusualmente esos
espacios brindan al docente la opción de ser partícipe de
su propio proceso educativo en cuanto a organización
de clases, orden de los contenidos, programas,
evaluaciones. Además, los conflictos entre el personal
dirigente y los maestros estudiados —debido a fallas
comunicativas y a estilos de dirección verticalistas—,
la insuficiencia de espacios atractivos (y su promoción)
para el desarrollo de la colaboración, la discusión, la
El sentido de la responsabilidad: un estudio entre jóvenes maestros
41
reflexión crítica, devienen aspectos medulares si se
pretende incidir en la formación y desarrollo de un
sentido de la responsabilidad que conscientemente
regule el comportamiento de estos jóvenes.12
El hecho de que las instancias superiores impongan
sus puntos de vista, inhiban la creatividad y, por
consiguiente, cohíban la autonomía, propicia la
adquisición formal, lineal e inmediata de códigos
morales externos al maestro, y dificulta —aunque no
en todos los casos— los procesos de identificación y
diferenciación en ese grupo profesional.
Si bien tal situación constituye una regularidad
en los centros educativos en los cuales se desenvuelven
los maestros participantes en esta investigación, en
algunos se evidenció la búsqueda de iniciativas y
estrategias diferentes para impartir las clases y de tiempo
extralaboral para trabajar con los estudiantes menos
aventajados; así como la atención individualizada a los
padres interesados en conocer las dificultades de sus
hijos y cómo avanzan en el grado que cursan.
En este entramado, determinadas condiciones
objetivas atentan contra el buen desempeño laboral e
impactan la expresión del sentido de la responsabilidad
como elemento que es fuente de gratificaciones en los
maestros estudiados, quienes sufren la carencia de
condiciones materiales y medios de enseñanza, como
atlas, libretas, hojas, etc.
Asimismo, cuestionan la pertinencia de los controles
excesivos, que en repetidas oportunidades absolutizan
los resultados por la rigidez y homogeneidad de sus
parámetros y no potencian el (auto) análisis, la (auto)
evaluación y la (auto) responsabilidad del maestro en
relación con la calidad, la eficacia y la eficiencia de
su desempeño durante el curso escolar. Al respecto
testimonia DF, del municipio Plaza:
Tenemos mucha carga arriba y sin una auxiliar. Es
preparar las clases, la revisión, los controles; esa
cantidad de cosas a veces me quita las ganas de seguir
siendo maestra. Me gusta porque veo que los niños van
aprendiendo, pero es demasiado.
Como aspecto consustancial a las preocupaciones
de esos jóvenes se encuentra el bajo nivel de satisfacción
de lo que para ellos constituyen sus necesidades
básicas: ropa, zapatos, espacios recreativos. Lo anterior
contribuye a que en ocasiones se sobredimensione el
valor de todo aquello que se asocia a la satisfacción de
estas, por ejemplo la búsqueda de empleos fuera del
magisterio.
Ahora maestro ¿y después qué?
De los «emergentes» que participaron en la
investigación, en la cual confluyeron jóvenes que se
integraron al plan en sus inicios y otros incorporados
42
Milena Hernández
con posterioridad, la mitad ha elaborado un proyecto
objetivo de cambio asociado a otra actividad profesional.
Esos docentes aspiran a culminar sus estudios
universitarios —motivo por el cual se mantienen en el
proyecto escogido— y cumplir el compromiso asumido
para después ejercer otro oficio. Así, la responsabilidad
está dotada de nuevos sentidos y significados fuera
de su profesión actual.
En ese 50%, su sistema de planificación,
organización y distribución del tiempo se orienta
hacia actividades que propician su desarrollo
personal-profesional, en relación con su futura labor
(Psicología, Comunicación social, Derecho) y no en
dirección a la que hoy realizan. Esto repercute en la
regulación del valor responsabilidad, al limitarse los
maestros al cumplimiento de las exigencias formales
relativas a su actual función social. Ello supone la
realización del plan de clases, la asistencia al centro
laboral, el cumplimiento de lo orientado por los
metodólogos y directores de escuela, la revisión de
libretas, llevar a los alumnos a almorzar, efectuar
reuniones de padres y controles sistemáticos, pero
no implica un esfuerzo adicional para organizar
actividades extras a las exigidas.
Los maestros que componen el resto de la muestra
exhibieron otras peculiaridades en cuanto a sus
proyectos objetivos de cambio, todos ellos vinculados
a la docencia. Entre los elementos que favorecen
esas intenciones se encuentra el hecho de que algunos
no están estudiando, solo trabajan, mientras que los
demás cursan carreras afines al desempeño profesional
que asumen en la actualidad, como las licenciaturas
en Educación primaria, Comunicación social y
Psicología.
Se constató en estos jóvenes cierta flexibilidad de
cara a su capacidad, y necesidad, de responder a las
diferentes situaciones que en la práctica los convocan
como pedagogos. La presencia de metas de cambio
respecto al mundo psicológico comprometido en su
esfera profesional es el resultado de un autoanálisis
que equilibra sus potencialidades, dificultades y retos
en el enfrentamiento de su práctica educativa. En
consecuencia, privilegian el desarrollo a nivel práctico
(didáctico) más que teórico y cultural, aunque este
último no estuvo del todo ausente. Si bien aún no
se manifiesta en toda su magnitud, la cultura como
herramienta tiene una gran significación como agente
transformador y enriquecedor del desarrollo personal
y profesional en estos jóvenes. El interés por su crecimiento profesional, el amor al
trabajo y la responsabilidad en cuanto a la docencia se
evidencian en la constancia, la tenacidad, la persistencia,
la paciencia; y se expresan en la organización creativa
del aula para impartir las clases, en las iniciativas para
enseñar un determinado contenido, en la planificación,
la organización y la distribución del tiempo en
actividades que potencian su formación.
No solo participan de manera activa en las
preparaciones metodológicas, algunos graban
las teleclases para estudiarlas en sus casas y buscan
bibliografía complementaria a la recibida.
Durante el intercambio con estos maestros sobresale
su interés por ampliar su acervo cultural —con énfasis
en la cultura profesional—, desarrollar un vocabulario
extenso, eliminar las faltas de ortografía, y perfeccionar
sus habilidades comunicativas en aras de mejorar su
actuación frente a los educandos. A esto se suma la
preocupación por ganar en experiencia profesional.
Se pudiera pensar que el proceso de aprendizaje y
desarrollo ocurre en ellos fundamentalmente a nivel
empírico, según las necesidades que presenten durante
su quehacer y no como consecuencia del seguimiento
que debe realizar la institución educativa, el cual —en
la práctica del grupo estudiado—, cuando acontece, es
disfuncional. Sin embargo, vale anotar que el proceso
de interiorización y asunción de los cánones, normas
sociales, valores, representaciones, sentimientos,
significados y características generales que se comparten
en torno a la historia colectiva y a la práctica del grupo
profesional que antecede a los docentes estudiados, se
expresó en estos jóvenes en la personalización de la
responsabilidad como valor en su actuar cotidiano.
Frente a la alta y creciente complejidad que implica
enfrentar la práctica educativa, estos docentes intentan
perfeccionar la formación inicial recibida y hacerla más
integral, más humana; pretenden superar el hecho de
enfrentar nuevas situaciones con viejas herramientas y
con ello ocupar una posición social menos vulnerable
o quizás más reconocida en el ámbito público.
Apuntes finales
Doce años después de la implementación del primer
curso de formación de maestros primarios, y a la luz
de las palabras de Fidel Castro en ese entonces, cuando
se mira el presente se constata cuánto se ha avanzado
«a partir de la experiencia alcanzada y a partir de los
valores humanos creados, los valores éticos, los valores
revolucionarios y, de modo especial, el sentimiento de
solidaridad».13
Acercarse a las experiencias vinculadas al desempeño
profesional de diez educadores pertenecientes a
diferentes municipios de la capital cubana, y formados
al calor de los planes emergentes, permitió estudiar
uno de los valores consustanciales a su actividad
pedagógica. Si bien las maneras en que los jóvenes han
procesado sus vivencias no son homogéneas, comparten
determinados pareceres y manifiestan las paradojas
del entorno —comunitario, laboral, institucional
y social— en que se desenvuelven. Se demostró la
existencia de dificultades y contradicciones en
la asunción, personalización, expresión y regulación
de la responsabilidad profesional, debido a múltiples
causas. Las investigaciones sobre esta temática
constituyen, por tanto, un tema de actualidad y una
necesidad, de cara a los desafíos que las actuales
transformaciones de la sociedad cubana imponen a la
práctica educativa contemporánea.14
Entre los elementos claves para comprender cómo
son y qué piensan estos jóvenes habría que subrayar,
en primer lugar, la imagen social negativa, compartida
y generalizada sobre el grupo de los «emergentes».
También el hecho de que, en su sentido de la
responsabilidad, privilegian los aspectos didácticos del
desempeño de su papel como maestros —con frecuencia
esto los lleva a adoptar actitudes estereotipadas en la
solución de los problemas cotidianos— por encima
de las cualidades personales; la falta de preparación
para enfrentar el quehacer profesional y la voluntad de
asumirlo positivamente; y sus proyecciones de cambio,
en algunos orientado hacia una carrera de diferente
perfil, mientas que en otros la actividad laboral actual
se ve respaldada por el estudio de especialidades
universitarias afines con ella.
A pesar de las contradicciones, de la incertidumbre
y de los temores que genera en ellos la complejidad de
los problemas actuales del magisterio, los resultados
alcanzados y los estados de bienestar que emergen
de haber realizado su trabajo otorgan sentido al
orgullo que experimentan cuando son identificados
socialmente como educadores. Es posible advertir que
estos maestros como sujetos o actores fundamentales
de la actividad educacional constituyen «productos
no acabados», pues se manifiestan como profesionales
cuyos valores conjugan, junto a determinados alcances,
muchos caminos aún por recorrer.15 La enseñanza,
puesta en manos de profesores jóvenes, precisa una
ética que hilvane al ser humano con el sentido de su
trabajo, y no solamente con el mérito de su desempeño,
la estimulación material y el control externo. El maestro
como hacedor, como labrador de la historia y de la
praxis social, en el rescate del principio sobre el cual
«el educador necesita ser educado» necesita participar
de modo activo y real en las cuestiones referidas a su
quehacer profesional.
Todo ello incide en el desarrollo de un valor como
el de la responsabilidad ante el trabajo. Un educador
no lo es en verdad si no posee conciencia de la gran
responsabilidad que asume.
Notas
1. Constituye la síntesis de una investigación más amplia iniciada
como parte de la Tesis de licenciatura en Psicología que defendió la
El sentido de la responsabilidad: un estudio entre jóvenes maestros
43
autora en la Universidad de La Habana, en 2009, titulada «Che en
nosotros: una mirada al sentido de la responsabilidad en jóvenes
maestros». En esa oportunidad se realizó un estudio de diez casos
pertenecientes a los municipios Cerro, Guanabacoa y Plaza de la
Revolución, de la ciudad de La Habana. Los entrevistados tenían
entre 17 y 25 años. La Tesis puede ser consultada en la Facultad de
Psicología de la Universidad de La Habana.
2. Beatriz Marcos, «El desarrollo de la identidad profesional del
maestro. Un enfoque teórico y una propuesta de intervención»,
Tesis de Doctorado en Ciencias Pedagógicas, Universidad de La
Habana, 2005, p. 11.
3. Colectivo de autores, La educación de valores en el contexto
universitario, CEPES-Editorial Félix Varela, La Habana, 2001,
p. 121.
4. Hoy, en el país la disponibilidad de personal docente es
insuficiente, lo cual está relacionado con el abandono de la profesión
por un número considerable de maestros y con deficiencias en
la motivación para dedicarse a esa labor, entre otros factores.
Asimismo, no ha existido una adecuada orientación profesional
pedagógica, ni un trabajo sistemático, coherente e integral para
cambiar dicha situación. Esta problemática se agudizó en las últimas
décadas, sobre todo a partir de los años 90. Véanse, entre otros
autores que se acercan al tema: Fernando González Rey, Gustavo
Torroella, Diego González Serra y Ana L. Segarte. En instituciones
especializadas, como el Instituto Central de Ciencias Pedagógicas
(ICCP), el Centro de Estudios para el Perfeccionamiento de la
Educación Superior (CEPES) y el antiguo Instituto Superior
Pedagógico Enrique J. Varona (ISPEJV) se pueden consultar
diversos estudios que incluyen el sentido de la responsabilidad
del maestro, aunque sin la especificidad con que se aborda en el
presente trabajo.
5. Véase Desireé Cristóbal y María I. Domínguez, «La participación
social desde la perspectiva de la juventud cubana» en Cecilia
Linares, Pedro E. Moras y Yisel Rivero, La participación. Diálogo y
debate en el contexto cubano, Centro de Investigación y Desarrollo
de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2004.
6. Los criterios de los maestros, empleados en este artículo, aparecen
bajo seudónimo.
7. Véase Laura Domínguez, «Identidad, valores y proyecto de
vida» (soporte electrónico), Facultad de Psicología, Universidad
de la Habana, 1992.
8. Véase Gloria Fariñas, Maestro: una estrategia para la enseñanza,
Editorial Academia, La Habana, 1995.
9. Para ahondar en esta temática, véase Ana Luisa Segarte y Oksana
Kraftchenko, «Espacio grupal, redimensión del rol del profesor y
educación en valores a través del currículo», Revista Cubana de
Educación Superior, n. 3, La Habana, 2005, pp. 70-84.
10. Véase Edgar Romero et al., «Juventud y valores en los umbrales
del siglo xxi», en Cuba: jóvenes en los 90, Centro de Estudios sobre
la Juventud-Casa Editora Abril, La Habana, 1999.
11. Véase María Isabel Domínguez, «La juventud cubana:
sujeto social del desarrollo» (soporte electrónico), Centro de
Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana, 2003,
disponible en la Facultad de Psicología de la Universidad de La
Habana.
12. Sobre este asunto, Luis R. López Bombino plantea que «para la
configuración individual del valor, en tanto proceso, resulta vital
la defensa de espacios destinados para la reflexión, la discusión
y el debate [...] no por gusto la acción educativa debe ser fuente
44
Milena Hernández
que desarrolle las más variadas potencialidades; a la vez que la
oportunidad para ejercer la crítica hace posible la apropiación de
valores [...] pero esta ha de lograrse apelando al diálogo, nunca al
discurso impositivo y rígido» («El diálogo y la cultura del error en
la formación de valores», Temas, n. 15, La Habana, julio-septiembre
de 1998, pp. 11-5).
13. Fidel Castro, «Discurso pronunciado en el acto de graduación
del primer curso emergente de formación de maestros primarios,
efectuado en el teatro Karl Marx, el 15 de marzo de 2001»,
disponible en www.granma.web.co.cu (consultado el 28 de febrero
de 2012).
14. Véase Nancy Chacón, «Moralidad histórica: premisa para un
proyecto de la imagen moral del joven cubano», Tesis de Doctorado,
Facultad de Ciencias Humanísticas, Instituto Superior Pedagógico
Enrique José Varona, La Habana, 1996.
15. Si bien no he realizado estudios ulteriores de gran envergadura
sobre los maestros «emergentes», los contactos sistemáticos que
he mantenido con fines investigativos con jóvenes profesores
en varias escuelas primarias de La Habana durante los tres
últimos años, me permiten considerar que, en buena medida,
los contenidos asociados al sentido de la responsabilidad y sus
expresiones conductuales hallados en la investigación inicial
reflejan el imaginario de un conjunto más amplio de «emergentes».
Para ellos es válido también, «reconocer su cualidad de no hecho,
de producto no acabado»; como afirmara el Che Guevara «las taras
del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual»
(El socialismo y el hombre en Cuba, Editora Política, La Habana,
1974, p. 6).
La sociedad escrita:
recuperando
la obra literaria
de Marcelo Pogolotti
Olga García Yero
Profesora e investigadora.
Instituto Superior de Arte (Camagüey).
M
arcelo Pogolotti, en los difíciles tiempos
de la vanguardia, buscó su propio lenguaje
pictórico con el presupuesto de una
constante ruptura con los localismos y
el énfasis en lo pintoresquista, lastres que marcaron
mucho la pintura latinoamericana del tránsito entre
los siglos xix y xx. Desde muy temprano, concibió el
arte como intensa expresión de la conciencia de una
época. Al referirse a aquellos primeros momentos de
búsqueda de una poética artística señalaba en Del barro
y las voces:
Me pareció natural empezar por lo más sencillo, vale
decir abordando un problema tan grande y complejo
del modo más despojado posible, presentándome
ante él, por decirlo así, completamente desnudo a
fin de partir desde cero para ir levantando el edificio
desde los cimientos. Pero no resultaba fácil librarse
de todo el lastre de prevenciones, hábitos y conceptos
erróneos o periclitados y volver a ser uno mismo.
Hacer tabla rasa del cúmulo de ideas y opiniones
trabajosamente adquiridas para empezar de nuevo,
constituye una de las renunciaciones más difíciles.
Pronto descubrí, sin embargo, entre el fárrago de mi
chatarra artística, un buen número de conceptos que
coincidían con algunos de los nuevos o más recientes
de entonces.1
Para este hombre el arte era indagación de un
lenguaje desde la decantación de otros textos y a
partir de su propia conciencia creadora. Para eso no
bastaba con la experimentación, sino que se necesitaba
una cultura más allá de la mera visualidad. El artista,
por tanto, tenía que convertirse en antena receptora
de su tiempo. Tales presupuestos están presentes en
libros como Puntos en el espacio y Época y conciencia,
aparecidos entre 1956 y 1961.
La sociedad escrita: recuperando
obra literaria
de Marcelo Pogolotti
n. 72:la45-51,
octubre-diciembre
de 2012
45
Dueño de una pintura única, al punto de que puede
considerarse como el más original artista plástico de
nuestra vanguardia, dejó una extensa obra en prosa
donde pocos géneros o temas quedaron excluidos.
Posiblemente ningún otro de los pintores cubanos que
también ejercieron como escritores, nos haya legado
una obra tan variada, profunda y aportadora como
la suya, de la que el público cubano del presente ha
estado privado por falta de reediciones, y por el silencio
casi total de la crítica y las investigaciones artística y
literaria.
Merece atención, en primer término, su prosa de
ficción, integrada por novelas como La ventana de
mármol (1943); El caserón del Cerro (1961) —publicada
tardíamente, pues se escribió veinte años antes—;
Estrella Molina (1944), sin lugar a dudas el texto más
significativo y depurado de la vanguardia literaria
cubana. A todo esto se añaden cuentos y una comedia
que recogió en Los apuntes de Juan Pinto (1951) y
Segundo remanso (1948). En 1963 publicó en México su
último texto de ficción, Detrás del muro, calificado por
él como cuento-novela. Paralelamente, produce una
prosa reflexiva con un amplio espectro temático. Sus
ideas acerca del proceso de creación artística, el arte,
la cultura, la literatura, la sociología, la psicología y la
filosofía, entre otros, quedaron expuestas a través de
su labor periodística en los diarios El Mundo, en Cuba
y El Sol, en México. Tiene otros textos imprescindibles
como La pintura de dos siglos, La clase media y la
cultura, La República a través de sus escritores, Puntos
en el espacio, Época y conciencia, El camino del arte,
«Víctor Manuel», La clase media en México y Los pobres
en la cultura mexicana. No son pocos los riesgos que se
corren al hacer en su obra un mecánico deslinde entre
prosa de ficción y reflexiva. Muchas veces, Pogolotti
se sirve del relato para dar rienda suelta a sus ideas
en relación con el ser humano, la cultura y el arte. Del
barro y las voces trasciende cualquier clasificación
formal como simple autobiografía, para convertirse en
un documento que recorre un período trascendente
de la memoria cultural cubana desde una perspectiva
culturológica:
46
por cómo ha sido trabajado su personaje principal, sino
también por la postura crítica, aun irónica, que el autor
asume ante determinadas corrientes del pensamiento
de su época. Así, sus ideas sobre el existencialismo y,
a la vez, el impacto de la máquina sobre el hombre
quedan explícitas en: «Mientras tanto, grandes eruditos
escriben copiosos volúmenes analizando la falta de
«voluntad de vivir» que mantiene paralizadas a vastas
capas de la población. Pero su amigo íntimo era víctima
de los metales».4 En ese texto hay un despliegue de
ideas en relación con el hombre contemporáneo en
un mundo en crisis de enajenación. La única salvación
para su protagonista está en el arte, al cual el autor
le concede una enorme fuerza axiológica. Por esa
razón, en efecto, Estrella Molina es la más sugerente de
nuestras novelas de la vanguardia porque toca, como
ninguna otra, todo el andamiaje sobre el que se edifica
el mundo social de la cultura.
En El caserón del Cerro ya aparecen perfilados una
serie de aspectos que constituyen regularidades de
estilo en esta zona de su prosa. Así, el tratamiento de
los espacios alcanza en él una dimensión muy fuerte
dada su óptica esencialmente pictórica. Al referirse
al vínculo entre el espacio narrativo y otras formas
artísticas, Michel Butor advertía: «En lo que concierne
al espacio, su interés no es menor, ni menos íntima su
vinculación con la pintura. No solo puede, sino que
en ciertos momentos debe incluirla».5 En El caserón
del Cerro semejantes confluencias en el tratamiento
espacial hacen que, ante ciertos pasajes de la novela
en cuestión, alcancen la intensidad visualizadora de
la pintura. Es notorio el interés que el artista pone en
mostrar la arquitectura insular:
Era la única niña en una inmensa casona que bien podía
llamarse «asilo de ancianos», porque en el hermoso portal
coronado de un curvilíneo tímpano barroco sobre un
espeso arquitrabe que sostenían ocho gruesas columnas
dóricas, pasaban el día sentados en sendos sillones el
abuelo y la abuela sin cambiar una sola palabra.6
Andando el tiempo escribí contra la corriente Los
apuntes de Juan Pinto, donde expongo en forma de
relato la evolución y conflictos interiores de un pintor,
que lo inducen a dejar el seductor sensualismo y el
deslumbrante artificio superficial, logrados a duras
penas, de su pintura, por algo de más calado, no ya de
tipo surrealista o clínico psicológico, sino de más altura
y amplitud también, vale decir de tres dimensiones
humanas, merced a una conciencia social. 2
Al detenerse en estos detalles de la arquitectura,
no solo devela su profunda cultura al respecto, sino
también rompe toda atadura con la manera plana
y descriptivista de reflejar el espacio, tan cara a la
literatura costumbrista en la Isla. Eso refuerza el
tratamiento psicosocial de los personajes en la novela,
sin la necesidad de detenerse —como en su tiempo lo
hiciera Miguel de Carrión— en extensas valoraciones
condicionadas por una endeble concepción positivista
de la sociedad. Para perfilar el cambio de su protagonista,
a Marcelo Pogolotti le basta con decir:
En su novela Estrella Molina, las reflexiones sobre
tales tópicos son tan frecuentes que, en 1946, en el
prólogo que le dedicara a la primera y única edición
cubana, Guy Pérez Cisneros expresó: «Hay aquí una
novela filosófica».3 Tal afirmación no está dada solo
Su nueva morada en la calle Aguacate era una típica
construcción de esos maestros de obra catalanes que
padeció la República en sus primeros años de vida.
Poco más que albañiles de oficio, atiborraron secciones
enteras de La Habana con sus horrorosas herejías
arquitectónicas. Así, la fachada de la casa estaba cubierta
Olga García Yero
de cursis garambinas, y sus inarmónicas proporciones
hacían añorar la sobría sencillez y las nobles dimensiones
de los edificios de la colonia. En lugar de los pintorescos
balcones de antaño, un adefesio de hierro que no
cuadraba ni con la olla podrida de adornos de distintos
estilos concebida por el maestro de obras, se extendía al
frente de la casa.
Una escalera de mármol asaz estrecha conducía a
los altos, desembocando junto a la sala, separada del
comedor tan solo por dos columnas y una balaustrada.
Las puertas y ventanas eran exageradamente altas y
angostas, y las demás habitaciones, comunicadas por un
balcón interior, muy reducidas. Cuando Paulina entró
advirtió el contraste con su antigua residencia. 7
La espacialidad también constituye un fuerte nexo
con la cultura que se vive. Por eso, no se trata únicamente
de mirar cómo se construyen estos espacios, sino de
analizar también cómo estos, a través de determinados
modelos, expresan una concepción del mundo que
permite estructurar el texto artístico; el espacio actúa
como un organizador del texto que el lector tiene ante
sí. Por eso, puede integrar las diferentes artes, entre ellas
la música, como apunta el propio Butor. En El caserón
del Cerro esta integración se evidencia a través de los
espacios tratados por el novelista. Así se develan las
modas musicales y la creciente americanización de la
vida insular en los años de la República; así como las
formas del vestir, las revistas y otras modalidades que
van a marcar esa torcida modernidad que caracterizó
aquellos tiempos.
La novela se organiza como un perpetuo viaje de
la protagonista, quien recorre diferentes escenarios
sociales y geográficos, dentro y fuera de la Isla. Esa
traslación entraña también cambios sucesivos de
espacios que denotan una geografía social y epocal.
La casa en este texto adquiere tal protagonismo,
que llega a marcar de modo especial la vida de los
personajes que la han habitado. El caserón se presenta
como un destino del cual no es posible zafarse aunque
se cambie de lugar. Habría que observar, desde
una voluntad creativa muy diferente y original, El
caserón del Cerro; sin embargo, forma parte de varias
direcciones que, en las artes de Cuba, convierten
el espacio doméstico en una especie de entidad
suprapersonal y de vagos relumbres ontológicos de lo
cubano: por ejemplo, la extensa secuencia de encierro
en el caserón colonial con que inicia El siglo de las luces,
de Alejo Carpentier; la obsesión de encerramiento de
Jardín, de Dulce María Loynaz, una obra tan diversa en
tono y factura, tan ajena en perspectiva estética, pero
también marcada por la imantación hacia la casa como
microuniverso; la densidad que adquiere el ámbito
del hogar cubano en Paradiso, de José Lezama Lima,
o, ya en la contemporaneidad, la agudeza incisiva de
Casas del Vedado, de María Elena Llana. Se trata de
una perspectiva creadora, más que de una temática
propiamente dicha, en la que se focalizan, en distintas
obras de creación nacional, la familia —recordar Aire
frío, de Virgilio Piñera— y la casa —La casa vieja, de
Abelardo Estorino, entre otras— como obsesiones que
imantan la percepción del artista. Por eso, desde el
prólogo mismo el autor nos advierte que:
La casa se impregna de la vida y el espíritu de sus
moradores. Testigos constantes de las cuitas, los afanes
y las alegrías de las personas que cobijan, acaban por
identificarse con ellas. Con el decursar de los años
forman parte de una misma sustancia. Constituyen
una entidad que deviene un mito. Así, se designa con
la palabra «casa» una estirpe, una empresa comercial,
una familia que se frecuenta. En esa mitología se ceban
la imaginación y las fantasías, tanto individuales como
populares. Pero las mismas llevan impregnadas algo de
la realidad que las nutrió.8
La ciudad como topos es parte de su poética en
El caserón del Cerro y en Estrella Molina. El marcado
interés de Pogolotti por la ciudad como tema
narrativo, se debe a que esta no es solo un espacio de
concentración humana, sino también de producción
de bienes culturales con la dinámica peculiar de la
megalópolis de comienzos del siglo xx.
El personaje principal de Estrella Molina, Lorenzo,
ha perdido la imaginación y, en consecuencia, su
capacidad para apreciar la belleza. Su trayectoria
espacial en el texto es zigzagueante, lo que denota sus
dudas y vacilaciones como la falta de fe en el arte y en
la vida. Las interrogantes de este hombre —de vida
esencialmente urbana— pueden ser también:
¿Es la ciudad fuente alternativa de creación o de
decadencia? ¿Es lo urbano estilo de vida y expresión de la
civilización? ¿Es el medio ambiente factor determinante
de las relaciones sociales? Tales son las conclusiones que
se podrían deducir de las formulaciones más difundidas
en relación con el tema urbano: los polígonos urbanos
periféricos enajenan; el centro libera, los espacios
verdes relajan, la gran ciudad es el reino del anonimato,
el barrio produce solidaridad, los tugurios originan la
criminalidad, las ciudades nuevas suscitan la paz, etc.9
La ciudad es percibida, tanto en El caserón del Cerro
como en Estrella Molina —así como en la también
vanguardista Écue-Yamba-O, de Carpentier—, desde
una fragmentación pictórica; nunca hay una imagen
totalizadora de lo urbano. Todo el espacio se da en
escorzos, detalles de fachadas, esquinas; no parece
tener interés más que en el detalle. Esta es una de las
formas más fuertes del componente pictórico en la
narrativa de este artista. La ciudad, pues, aparece por
sus ruidos, voces y la rapidez de los acontecimientos,
especialmente en Estrella Molina:
Por la ventana del tamaño de un libro de contaduría
entra un rayo de sol. Empieza corto y se va alargando
paulatinamente, a medida que le da vuelta a la habitación,
como un brazo extendido tocando distintos objetos. El
primer día fue interminable. Poco a poco, los ruidos del
exterior iban tomando su sitio exacto en el orden de las
La sociedad escrita: recuperando la obra literaria de Marcelo Pogolotti
47
Dueño de una escritura fundadora, tanto por su afán de renovación narrativa
como por la densidad de su reflexión ensayística, Marcelo Pogolotti no fue
un pintor que a ratos escribía. Es —y resulta terrible reconocerlo tras tanto
tiempo de silencio sobre su escritura— uno de los intelectuales de mayor
intensidad, impulso creador, originalidad y desafío, de toda la literatura
insular en el pasado siglo.
cosas. Los chirridos de los tranvías que frenaban antes de
llegar al bivio, gritos de vendedores, barullo de niños que
vuelven de la escuela, pasos de vecinos que regresan a sus
habitaciones, descarga de agua en las tuberías. Luego, la
sucesión de los días y las noches se hace más rápida, hasta
adquirir la cadencia de la rotación del haz luminoso.10
Hay momentos en esta novela en que se logra un
barroquismo muy peculiar, lleno de una espléndida
expansión tropical, que no es solo belleza, sino un
fenómeno estético de mayor complejidad. El propio
Pogolotti advierte en el texto:
Pero hay veces que la desnudez de las formas se presenta
con la plenitud de su horror. Mientras más bellas son
las cosas, más espantan. Los detalles más insignificantes
cobran una elocuencia temible que se trasmite a través
del espacio con inusitada impetuosidad.11
Entonces, se produce una metaforización muy
peculiar de la realidad hasta alcanzar momentos tan
líricos como el siguiente:
Hay días en que la ciudad cobra una incisiva realidad que
corta nuestras fibras más delicadas. En el Parque Central
los gritos estridentes de dos palacios no consiguen
rasgar el silencio del alba. Bajo el amplio boquete
abierto del cielo, los mil dedos truncos del Centro
Asturiano no logran alcanzar el infinito; y el anhelo
inútil de perpetuar con la piedra en medio de la plaza la
memoria de un alma grande y generosa deprime. En la
luz de los contornos y relieves penetran como navajas,
en tanto que la materialidad de las cosas nos aplasta y
la objetividad de los objetos se manifiesta como una
sentencia irrecusable.12
Muy pocas veces ha habido en la literatura cubana
una evocación tan recia, sobria y, a la vez, desgarrada
de la figura de José.
¿A dónde nos impulsa esta novela? A mirar el arte
y la ciencia como formas de genuina expresión del
pensamiento humanista, que, justo en la primera mitad
del siglo xx, se enfrentó a una de sus crisis más brutales
y, también, promisorias. A encontrar en la naturaleza
una de las savias fecundadoras de la vida del hombre
y, a reconocer en ella la virtud de una pureza en bruto.
El hombre, atrapado por la historia, no puede perder
el sentido de la época en que vive. Arrastrado por
desgarradoras circunstancias puede llegar a la duda
y al silencio, pero está obligado a reaccionar en pos
de una belleza que no solo se encierra en el arte, sino
que forma parte de un presente que, si ya no virginal,
ni vivaz ni mucho menos bello, es el sustento de una
48
Olga García Yero
existencia —individual, social— que debe ser asumida
para poder vivirla con esencial dignidad.
Cuando años después, en 1963, publicaba en México
Detrás del muro, cerraba su ejercicio como narrador.
Aquí, el espacio adquiere otras sutilezas y el artista
concentra su atención en la proyección enormemente
humana del personaje de Loya, hilo conductor de estos
relatos. La ciudad es apenas un referente cuya función
es darles paso a la casa y al destilado tratamiento de
su espacio interior. La saga de la «tribu de los Zabala,
emparentada políticamente con la de los Morente»,13 es
la historia de una familia y la de un país como México
tan dolorosamente desgarrado por revoluciones y
revueltas que han marcado la psicología individual de
sus hombres y mujeres. La casa como espacio vuelve
a ser ahora el centro de atención del artista y logra,
en efecto, un excelente cierre en su periplo como
narrador.
Estas consideraciones sobre aspectos parciales,
son un botón de muestra de lo que podría decirse.
La obra literaria de Marcelo Pogolotti no es un
mero desvío, de gracia menor, ni un violín de Ingres
de su talento pictórico. En un momento en que el
costumbrismo seguía campeando por sus respetos en
Cuba —influjo que se prolongará, aunque no siempre
se reconozca, hasta bien entrada la narrativa de la
Revolución—, cuando había que tomar el toro por los
cuernos y probar una narrativa divergente de la oficial,
Pogolotti se atrevió a una obra llena de sugerencias,
de abocetamientos, destinada a un lector consciente y
activo. Como es obvio, en ello influyó su perspectiva de
pintor de vanguardia. Pero cabría preguntarse si no fue
su condición de narrador nato la que permeó al pintor
de intenso dramatismo. Sus novelas están marcadas por
un humanismo de entraña y una percepción apasionada
de la finalidad del arte, cualidades también presentes,
con fuerza mayor si cabe, en su ensayística.
El periodismo es una de las zonas del artista menos
conocidas. Sus colaboraciones cubrieron poco más de
una década en el periódico El Mundo y luego, en los
años 70, ejercería este oficio para El Sol, de México.
Diversos fueron los temas que le ocuparon entonces,
especialmente en El Mundo, donde daría a conocer
jalones importantes de su crítica de arte, al punto de
ser considerado por Rafael Suárez Solís «como el único
crítico de arte entre nosotros».14 Además, incursionó
en tópicos como la economía, de la cual dijera en su
texto «Lo básico»:
Si la economía no llega a ser una ciencia, tal vez tenga
algo de arte. Esto resulta tanto más cierto si se le atribuye
una finalidad humana, convirtiéndola en algo viviente.
La economía pura no pasa de ser una quimera.15
Publicó reseñas de libros como Biografía del tabaco
habano, de Gaspar García Galló y dedicó espacio a la
obra de Oscar Wilde desde una perspectiva estética
y sociológica. Artículos como «El intelectual puro»
mantienen hoy una enorme vigencia por su carácter
polémico y profundo a la hora de valorar la relación
de este con la sociedad y la cultura de su tiempo. Igual
ocurre con «Los filósofos y la pintura», donde refuta las
ideas del filósofo mexicano Miguel Bueno expresadas
en Filosofía de la cultura:
Los filósofos suelen desatinar cuando hablan de arte,
aun más cuando se trata de las artes plásticas. Siéntense
situados en el ápice de la pirámide del saber. Desde
esa altura, sosteniéndose sobre un sólido cuerpo de
conocimientos con una base científica apoyada en la
tierra, creen orientar la actividad del espíritu humano.
Así debería ser, en efecto. Pero hay experiencias que
por serles ajenas, los desnaturalizan para integrarlos en
la estructura racional del edificio de conceptos que han
levantado en cuya cima se sitúan. Aun cuando atinan en
el descubrimiento y la codificación de ciertas leyes del
fenómeno artístico, son contadísimos los filósofos que
logran dar el salto metafísico en el predio del arte. Ya
sea por instintiva puntería o con apoyo del pensamiento
metódico, son los propios artistas, amén de los filósofos
y críticos excepcionales cuya sensibilidad que les da
acceso a los arcanos del arte, los llamados a elaborar
los conceptos estéticos adecuados a las proyecciones
culturales de cada momento histórico.16
El periódico sirvió para dar a conocer algunos de
los trabajos que luego aparecerían en sus libros de
ensayos. Es el caso de «Primeros pintores paleolíticos»,
publicado en las páginas de El Mundo en marzo de
1961, como parte de un ensayo mayor; «La conciencia
epocal en el arte», con el que inicia Época y conciencia,
editado en México ese mismo año. En este artículo,
Pogolotti refuta la posición de Arnold Hauser en
Historia social de la literatura y el arte, de exagerar de
modo mecanicista la relación entre la sociología y el
arte, hasta el punto de considerar este último fruto
exclusivo de las condiciones sociales. Lo significativo
es que tiene su parangón, en otro que, en 1968, bajo
el título de «La historia social del arte», publicaría
Ernst H. Gombrich en Meditaciones sobre un caballo
de juguete. Ambos autores coincidieron en que Hauser
había sobrevalorado el papel de la sociología en el arte.
Así, Gombrich exponía:
Lo que se propone describir a lo largo de su texto no
es tanto la historia del arte o de los artistas, cuanto la
historia social del Mundo Occidental tal como la ve
reflejada en los modos y tendencias cambiantes de la
expresión artística: visual, literaria o cinematográfica.
Para su propósito los hechos solo tienen interés en cuanto
se relacionen con su interpretación. Incluso, se inclina
a dar por supuesto que se conocen, y a dirigirse a un
lector familiarizado con los artistas y obras comentados,
suponiendo que el lector solamente busca orientación
sobre su significado a la luz de la teoría social. 17
Al respecto, Marcelo Pogolotti había apuntado una
idea fundamental:
La sociología constituye un valioso auxilio para estudiar
el arte, pero este también lo es para aquella. El error reside
en creer que el arte es fruto del medio. La sociología puede
explicar el contenido intelectual y circunstancial del arte,
pero nada dice de su naturaleza ni de la esencia que refleja
el sentido privativo del artista. Mas, los sociólogos hablan
como si el sentimiento estético hubiese nacido, no ya en
el hombre, sino en la vida social. El punto de partida es
el artista, no la sociedad. Historiadores de mirada tan
profunda y de pasmosa erudición como Arnold Hauser
han soslayado o subestimado este hecho, que precede a
los demás de índole adjetiva. Es el peligro en que incurren
quienes se sitúan demasiado exclusivamente dentro del
enfoque sociológico.18
Época y conciencia no solo centra su interés en la
relación del arte con las épocas históricas, sino que
penetra en el fenómeno artístico como un sistema.
Marcelo Pogolotti considera que el miedo, por ejemplo,
puede ser un componente humano y artístico. Al
analizar esta afirmación, el lector puede percatarse de
cómo la historia del arte da fe de la importancia del
miedo y la violencia como componentes temáticos. No
por gusto una personalidad como la de Iuri Lotman
dedicó tiempo al estudio de lo que él denominó
la semiótica del miedo. Para Pogolotti, esto queda
expresado por medio de una interesante relación
sistémica entre el miedo, la violencia y el misterio. Y
todo es el resultado de la conciencia artística la cual
analiza desde la perspectiva del arte, así como desde
de la estética y la filosofía. No se limita, pues, a la
simple búsqueda de relaciones, sino que deja explícita
la evolución conceptual de la conciencia artística desde
posiciones críticas y culturológicas. El ensayista pone
al lector en la posición de obligada reflexión ante las
ideas que él muestra.
Está generalmente admitido que el arte es reflejo de su
época. Pero cabe preguntarse si resulta lícito afirmar que
siempre ha sido así, aun en épocas de las que no poseemos
las pruebas documentales suficientes para fundamentar
dicho criterio.19
Para él, la duda es un principio creador que forma
parte inalienable de la conciencia de una época, en
general, y del arte en particular. La duda es considerada
como categoría que impulsa el conocimiento y que el
hombre asume como norma para la transformación de
la realidad porque es una de las formas de entender el
progreso de una época a otra. Según Pogolotti,
La sociedad escrita: recuperando la obra literaria de Marcelo Pogolotti
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lo que llamamos espíritu de época no es causa sino una
resultante de los estados de conciencia circunstanciales,
directamente relacionados con los acontecimientos,
pudiendo coexistir, inclusive, varios estados de conciencia
diferentes, según la ubicación social y humana, al paso
que cada momento histórico se resume en un solo
espíritu abarcador de la época».20
Puntos en el espacio. Ensayos de Arte y Estética
(1955) constituye un texto fundacional para los estudios
teóricos del arte en Cuba. Resulta verdaderamente
lamentable la ausencia de examen sobre la ideas
contenidas en este libro, cuya vigencia sigue siendo
reconocible:
El anti-intelectualismo a ultranza ha servido de
justificación a una multitud de escritores y artistas que,
carentes de inquietud intelectual, se han entregado por
entero al instinto para derivar hacia la rutina, el hábito,
el lugar común y la trivialidad, sin acertar a descubrir
nuevos derroteros.21
En su ensayística, Pogolotti aborda con énfasis los
problemas de una posible conceptualización del arte
a partir de sus diversas manifestaciones y géneros. Es
el primero en hablar de la cultura no como entelequia,
sino como un sistema abierto y lleno de asociaciones,
en especial, con las manifestaciones del arte; todo ello
lo sitúa dentro de una prosa reflexiva fundacional en
lo que al pensamiento estético insular se refiere. Entre
otras facetas, entenderá que la cultura
a más de impartir amplitud y elevación al arte, afina
la intuición y la enriquece con un vasto acervo de
asociaciones. Para no inflarla monstruosamente, no está
de más examinar cuánto hay de consciente y lógico en la
captación de vivencias artísticas y los descubrimientos
a que conducen. El intelecto ilumina las percepciones
inmediatas, enriquecidas por la cultura planteadora
de interrogantes, tanto en el campo sensorial al que
pertenecen v.g., el color y la textura, como en el formal
del equilibrio y la proporción, e incluso en el de la
empatía, o sea, la tendencia a atribuirle a ciertos objetos
sentimientos que dimanan del sujeto mismo.22
Entre sus ensayos está un excepcional trabajo, «Del
espacio al tiempo», donde subraya la importancia
del espacio como categoría estética: «El espacio es lo
primero que el hombre, al igual que el niño, tiene que
afrontar con el mundo exterior».23 Y agrega:
En la pasada centuria el papel del tiempo creció con el
aceleramiento de la producción, llegando a identificarse
con el oro. Bergson se atiene a él al remitirse al
movimiento. Hoy deviene una obsesión, aunque se
emplea todavía la expresión «espacio de tiempo.24
Estas son reflexiones de quien piensa en filosofía
y estética tanto como en instrumentos de expresión.
Pero el novelista Pogolotti se encarga muy bien de
hacer evidente que lo pensado en términos abstractos
puede traducirse muy concretamente en términos de
construcción artística. Por su doble condición de pintor
y novelista, pensó largamente sobre la espacialidad
50
Olga García Yero
desde una filiación no solo estética, sino también
filosófica. Fue el primero de los ensayistas cubanos en
abordar estas categorías que recién hoy son asimiladas
no solo en los estudios literarios de la Isla, sino
también en los de América Latina.
Por su parte, La clase media y la cultura, texto
publicado en México en 1970, abre caminos para el
estudio de la cultura continental. Así lo demuestra el
ensayo «El meridiano de México», valoración crítica
de lo que ha sido y es para el continente la cultura de
ese país. Sus juicios sobre el surgimiento de la pintura
mexicana, el muralismo, la narrativa de la Revolución
mexicana y su perdurabilidad temática y psicosocial,
constituyen una lección extraordinaria. El desarrollo
del pensamiento filosófico y el papel de figuras como
Justo Sierra y José Vasconcelos, según Pogolotti, son
una muestra de cómo la conciencia de una época
debe ser asumida como una diversidad sistémica y
contradictoria. Al acercarse al estudio de un novelista
como Agustín Yáñez y a su texto, La tierra pródiga
dirá: «Esta novela sí es barroca».25 Y para afirmarlo
se apoya, sobre todo, en el lenguaje empleado por el
novelista. De esta manera entra en el grupo reducido
de intelectuales cubanos —y aun de Latinoamérica—
interesados en meditar sobre las aristas teóricas del
barroco como impronta del arte continental.
Prestó especial atención al problema de la
conciencia estética en su relación con los nuevos
derroteros del arte del siglo xx. Supo darle cuerpo a
textos que mantienen hoy una vigencia impactante.
No puede ser de otra manera cuando la crítica se hace
desde la cultura, la ética y la inteligencia creadora.
Dueño de una escritura fundadora, tanto por su
afán de renovación narrativa como por la densidad
de su reflexión ensayística, Marcelo Pogolotti no fue
un pintor que a ratos escribía. Es —y resulta terrible
reconocerlo tras tanto tiempo de silencio sobre
su escritura— uno de los intelectuales de mayor
intensidad, impulso creador, originalidad y desafío, de
toda la literatura insular en el pasado siglo. Por ello,
para defender nuestra cultura, es necesario reabrir
sus páginas, aceptar el diálogo con una de las mentes
más audaces de su tiempo.
Notas
1. Marcelo Pogolotti, Del barro y las voces, Letras Cubanas, La
Habana, 1982, pp. 246-7.
2. Ibídem, p. 396.
3. Guy Pérez Cisneros, «Prólogo», en Marcelo Pogolotti, Estrella
Molina, Imprenta La Verónica, La Habana, 1946, p. VII.
4. Ibídem, p. 6.
5. Michel Butor, «El espacio en la novela», Sobre literatura II, Seix
Barral, Barcelona, 1967, p. 51.
6. Marcelo Pogolotti, El caserón del Cerro, Universidad Central
Marta Abreu de Las Villas, La Habana, 1961, p. 14.
7. Ibídem, pp. 139-40.
8. Ibídem, pp. 7-8.
9. Manuel Castells, La cuestión urbana, Editorial Félix Varela, La
Habana, 2005, p. 93.
10. Marcelo Pogolotti, Estrella Molina, ob. cit., p. 6.
11. Ibídem, p. 18.
12. Ibídem, p. 17.
13. Marcelo Pogolotti, Detrás del muro, Costa-Amic, México, DF,
1963, p. 21.
14. Rafael Suárez Solís, «Pogolotti, pintor de una época», Diario de
la Marina, La Habana, 1956.
15. Marcelo Pogolotti, «Lo básico», El Mundo, La Habana, 19 de
mayo de 1959, p. A-4.
16. Marcelo Pogolotti, «Los filósofos y la pintura», El Mundo, La
Habana, 24 de octubre de 1962, p. 4.
17. Ernst H. Gombrich, «La historia social del arte», Meditaciones
sobre un caballo de madera, Seix Barral, Barcelona, 1968, p. 113.
18. Marcelo Pogolotti, «La conciencia epocal del arte», Época y
conciencia, Editorial Cultura T. G., México, DF, 1961, pp. 12-3.
19. Ibídem, p. 82.
20. Ibídem, p. 90.
21. Marcelo Pogolotti, Puntos en el espacio. Ensayos de Arte y
Estética, Lex, La Habana, 1955, p. 11.
22. Ibídem, pp. 11-2.
23. Ibídem, p. 219.
24. Ibídem, p. 222.
25. Marcelo Pogolotti, «El meridiano de México», La clase media
y la cultura, Costa-Amic, México, DF, 1970, p. 108.
L
La sociedad escrita: recuperando la obra literaria de Marcelo Pogolotti
51
Homoerotismo y nación:
otros cuerpos
y otras Cubas
en Sonia Rivera-Valdés
Mabel Cuesta
Profesora asistente. Universidad de Houston.
H
ace ya más de una década dejó de ser noticia
que la autora que aquí presento puso sobre el
tablero del pensamiento cubano no solo una
nueva poética de la subjetividad homoerótica,
sino también una serie de diálogos en torno a lo
nacional y sus posibles reconciliaciones, estigmas y
desencuentros, desestimados hasta el momento de la
aparición de sus libros. Las potenciales identificaciones
e intersecciones entre el cuerpo femenino y la gestión
de una nación tan invisible como factible circulan por
su obra con efectividad.
Si la figura de Sonia Rivera-Valdés (1937) resulta
fundamental al estudiar la narrativa de mujeres cubanas
del siglo xxi, es porque la publicación de sus textos
en La Habana despliega una serie de temáticas que
habían estado tácitamente proscritas. Todo sucedió
luego de ganar el prestigioso «Premio extraordinario,
Cuba-Estados Unidos, cuento» (1997) de Casa de las
Américas con su libro Las historias prohibidas de Marta
Veneranda.1
Curiosamente, Las historias… es el primer libro
de Rivera-Valdés y con él incorpora al imaginario
narrativo de la década una serie de tópicos que hasta el
momento no habían sido atendidos en la Isla desde la
extensión rizomática de su complejidad; sintonizando
algunos de ellos con la nueva y desplazada realidad de
la era postsoviética.
Las historias… se presenta como un recorrido de
los emigrantes hispanos por ambientes neoyorquinos.
Comienza con un relato titulado «Cinco ventanas de
un mismo lado» y concluye con «La más prohibida
de todas». Ambos cuentos, según Víctor Fowler,
funcionan como opositores dialécticos,2 en donde dos
52
Mabel Cuesta
n. 72: 52-57, octubre-diciembre de 2012
pares de personajes femeninos responden a situaciones
semejantes: una de ellas reside en la Isla, mientras la
otra es una exiliada.
«Cinco ventanas de un mismo lado» refleja el
reencuentro, en Nueva York, de Laura y Mayté, primas
que han estado separadas desde que la segunda dejara
el país. La visita de Laura a los Estados Unidos propicia
un encuentro homoerótico de señas similares al de «La
más prohibida de todas» donde Martirio, una cubana
residente en Nueva York, se encuentra —primero en
esa ciudad y luego en la capital cubana— con Rocío,
una joven escritora.
Ambos textos se construyen en espacios que
funcionan ocasionalmente como hiperónimos
—ciudades que contienen muchas otras y, además,
están cargadas simbólicamente al sintetizar el histórico
antagonismo político Cuba vs. Estados Unidos. Es por
ello que consiguen, por primera vez en la narrativa
producida por una cubana, poner en discusión la idea
de lo homoerótico femenino como herramienta posible
para una reconstrucción nacional que se mueva en las
esferas del diálogo y la reconciliación. Para Fowler,
más de treinta años viviendo fuera del país. Pero es
un regreso amparado por dos semas particularmente
conflictivos: una memoria de pretensión objetiva —se
trata de alguien que se fue siendo adulta y tuvo la
posibilidad de comparar realidades— y el exilio vivido
como garante, otra vez, de comparaciones prolíficas. Su
obrase establece entonces como una ventana al mundo
de «afuera» —elemento siempre problematizado frente
a la condición insular.
La investigadora Marta Sofía López, al tratar de
caracterizar su primera obra narrativa,expresó:
el encuentro homoerótico es la manera del cuerpo
homosexual de vivir desde la diáspora su interacción
con la Nación, su historia reciente y su futuro. Es lectura,
escritura, memoria, ira, interpretación, metáfora,
símbolo, fracaso, posibilidad, reconciliación.3
Tal condición nomádica, que suscribo, se percibe
en todo el libro; sin embargo, no por ello deja de
conjugarse con una muy peculiar reapropiación de lo
nacional en los relatos arriba mencionados. Para seguir
argumentando la importancia de estos en el contexto
de su aparición, invito a detenernos en las posibles
identificaciones en la trilogía lengua-mujer-nación.
Para entender dichas identificaciones, basta
constatar cómo el relato «Cinco ventanas…» goza
en referencias de orden familiar superpuestas a lo
nacional:
Para los personajes de Mayté («Cinco ventanas…»)
y Martirio («La más prohibida…»), se trata de enfrentar
identidades que han estado en pugna; pero no por
el establecimiento de su alteridad sexual, sino por el
componente demarcador de lo nacional que viene a
ratificarse en los cuerpos de esas cubanas en la Isla que
las reintegra a su «ser» primero.
En 1991, Senel Paz con «El lobo, el bosque y el
hombre nuevo» puso en la palestra pública un primer
anuncio de la conflictividad que suponía el velo de
silencio tendido sobre el cuerpo homosexual, sus gestos
amatorios y su pertenencia o no a la «nación». Según
Fowler, con dicho texto quedó establecido que
Sonia Rivera-Valdés está también participando
activamente en la creación de una cultura alternativa,
mestiza, feminista y cosmopolita, comprometida con
la transformación de la sociedad patriarcal y de sus
mitos acerca de las mujeres. Su obra entra de lleno en
los parámetros de lo que Rosi Braidotti denomina «la
conciencia nomádica», que ella concibe como «a point
of exit from phallogocentrism». Frente a la literatura
del exilio, marcada por el sentimiento de pérdida y
separación, y a la literatura de emigración, que arrastra el
pasado como una carga, la literatura nomádica se define
como «a form of resisting assimilation or homologation
into dominant ways of representing the self».5
superar la oposición fuerte-débil está en la ampliación
del límite de pertenencia al sujeto nacional [...] ensancha
desde el presente las posibilidades del panteón heroico de
la Nación; permite incluir allí los cuerpos que la tradición
quiso prohibidos.4
Tenía el pelo lacio y oscuro, hoyitos en la cara al reírse, las
caderas anchas como todas las mujeres de mi familia por
parte de madre y los pies muy chiquitos. Eso me llamó la
atención. Por la mirada la identifiqué enseguida, aun sin
habernos visto nunca. La misma expresión de su mamá,
mi prima Águeda. Nos abrazamos muy fuerte y lloramos
las dos. Yo no sé por qué lloró ella, puedo decirle que para
mí el encuentro significó tener delante, más que a una
parienta a quien veía por primera vez, a alguien de mi
sangre cuyos ojos veían todos los días el sol salir y ponerse
sobre Caibarién, que al despertar oía cantar los pájaros
cubanos y pisaba yerba cubana cuando salía al patio. La
miraba, no podía dejar de pensar en eso, y lloraba.6
Por su parte, los cuentos de Rivera-Valdés expanden
esa misma conflictividad hacia dos zonas más álgidas
aún: la pertinencia de lo homoerótico proscrito
femenino en dicho «panteón heroico de la Nación»
y, desde esa escisión, la re-integración de los sujetos
diaspóricos al cuerpo nacional.
Al estudiar a Rivera-Valdés me interesa describir el
lugar desde donde se enuncia. Su posicionamiento es el
de una suerte de outsider que regresa a la Isla con sus
ficciones a mediados de los 90 después de haber estado
En este mismo cuento aparecen muchas otras
referencias de orden cultural: los boleros de Marta
Valdés, la música salsa, los Van Van, Pablo Milanés
o Silvio Rodríguez. Con todas ellas, Rivera-Valdés
se asegura de que, a través del encuentro sexual
propiciado entre las mujeres, no dejemos de atender
al encuentro real, que sería de otro orden: quienes «se
fueron» versus quienes «se quedaron». Esos mundos de
referencias entran a escena con la presencia de Laura.
El disco de boleros de Marta Valdés es el elemento que
Homoerotismo y nación: otros cuerpos, otras Cubas en Sonia Rivera-Valdés
53
los concentra pues es el único regalo que la visitante
trae desde la Isla; Mayté sin conocerlos, los toma como
buenos, como símbolos del mundo de su madre: «Esa
era música de mi mamá» dice Mayté, haciendo un
guiño sobre las alianzas entre lo materno y lo nacional.
El disco con que ha viajado Laura, y que representa la
música de la madre-nación, es el garante del encuentro
entre las dos islas-mujeres en Manhattan, territorio que,
además, se difumina de inmediato:
Bajé la cortina y no volví a subirla en las dos semanas
que Laura estuvo allí, gran parte de las cuales pasamos
acostadas y bailando boleros en la sala. Hasta me declaré
enferma en el trabajo por tres días.
Tan poco salimos que me sentí culpable después de irse,
por no haberle enseñado más de Nueva York…7
Víctor Fowler, parafraseando a su vez al investigador
cubanoamericano Emilio Bejel ha sido preciso al definir
lo útil de las identificaciones entre los cuerpos humanos
y el cuerpo nacional; leyendo dicho gesto como
un modo de desvanecer barreras clasistas y raciales, de
capturar lo nacional, de someter la vida personal a una
urticante pregunta sobre el sentido; el amante se hace
metáfora de la Isla, como ella puntual en el espacio, locus
de un eros que encarna en cuerpo únicamente durante
aisladas visitas, Isla también en el tiempo.8
En cuanto a lo referido a la lengua como vehículo
de reconciliación entre los cuerpos aislados por la
política o, si se quiere, la circunstancia económica,
esta se entroniza como elemento narrativo que da pie
a lecturas nacionalistas en el cuento «La más prohibida
de todas». Martirio conoce a Rocío en Nueva York
pero dado lo efímero del encuentro y la diferencia de
edad no se atreve a dar rienda suelta a las sensaciones
amatorias que la chica le provoca. Sin embargo, casi
un año después, en La Habana, decide hacer de este
regreso un evento mayor y su sorpresa al reencontrarse
físicamente con Rocío se debe a una experiencia de
goce léxico familiar. Martirio —quien ha tenido una
buena cantidad de amantes de los dos sexos y está en
la plenitud de su quinta década de vida— se encuentra
por primera vez con una mujer joven y ese encuentro
se inscribe en la geografía de la Isla. La joven, a su vez,
ha sido formada bajo un sistema político y de valores
diferente al que Martirio ha vivido; pero ello no le
impide ser la interlocutora ideal a su diálogo erótico:
No podía creerlo. Fue tanta la sorpresa que casi
interrumpo la sesión para decirle que era la primera
vez que encontraba a alguien que sabía todas las líneas
del guión.
Continuamos improvisando hasta terminar, exhaustas,
en aquel cuarto despintado, inundado del sol del
Malecón, el diálogo perfecto que yo había vislumbrado
hace cuarenta años, pero del cual no había tenido certeza
hasta hoy.9
Luego del éxito que esta primera colección de
cuentos supuso, Rivera-Valdés regresa con Historias
54
Mabel Cuesta
de mujeres grandes y chiquitas. Y el elemento de
conexión entre ambas obras (más allá de su obvio
gusto por destacar en los títulos que es una contadora
de «historias») es uno de los personajes de su libro
anterior: Martirio, la de «La más prohibida de todas».
Ella será la narradora que se repite en cada uno de sus
nuevos relatos.
Historias de mujeres…está compuesto por pequeñas
historias y autobiografías fragmentadas que se enlazan
en un haz común: la travesía desde el terreno personal
hasta la reconstrucción de historias nacionales.
Son también un compendio que puede leerse
como un desmontaje de la épica tradicional que
reaparece travestida de cotidianidad y aparente falta
de significación.
Quien escribe y firma la nota necesaria que antecede
a los relatos, no es Sonia Rivera-Valdés, ni una
prologuista cualquiera, sino Martirio, quien declara ser
la autora del libro entero ya que prometió: «publicar[lo]
durante mi conversación con Marta Veneranda del
Castillo Ovando, hace ya varios años. Con la conclusión
de este proyecto pago varias deudas».10
Al ser Martirio la propietaria de la voz que cierra el
primer momento del ciclo de Las historias prohibidas…,
resulta obvia la voluntad de la autora de establecer un
puente entre «La más prohibida de todas», y «La semilla
más honda del limón» donde Martirio cuenta al lector
el desenlace final de la relación amorosa que comienza
con Rocío en «La más prohibida…».
Tal rejuego de autoras apócrifas, personajes
reaparecidos para revisar historias ya conocidas y
cambios de postura con respecto a la voz, se hace harto
interesante en una lectura que intente desentrañar las
infinitas estrategias con que el yo suele presentarse,
reescribirse, redimensionarse, alterarse.
Para llegar a esa mirada lateral sobre un libro que
propone infinidad de posiciones para acceder a él desde
el feminismo, en primera instancia me gustaría dejar
al descubierto cuáles son los subterfugios reincidentes
que utiliza la Sonia Rivera-Valdés autora, quien vuelve
sobre sus dos alteridades esenciales: la de la escucha y la
de quien registra lo escuchado para hacerlo literatura;
o lo que es igual: la Marta Veneranda y la Martirio,
cambiadas de postura según la ocasión. Esos herrajes
que emplea para recomponer las versiones de la historia
narrada, sea cual fuere, reaparecen con la voluntad de
sondear intimidades y explorar la memoria desde sus
más impensados recovecos. Son asimismo herrajes
de naturaleza inestable porque parten del principio
implícito de que al recordar y contar muchos eventos
quedarán fuera. E incluso algunos tendrán la función
de desmentir lo que fue relatado antes:
La conoció una tarde en un comercio de libros antiguos,
en Nueva York, dijo Martirio a Marta Veneranda, pero tal
vez fue a principios de verano. Sí, un viernes a principios
de verano en una conferencia de literatura en La Habana,
cuando hacía ya siete años de haber concluido lo que
pensó sería su última relación de pareja.11
Aquí se olvida un espacio tan esencial como el del
primer encuentro con alguien que más tarde será una
pareja. Pudo ser Nueva York o La Habana. No interesa,
como tampoco interesa la descripción de exteriores.
Los atrezos más relevantes remiten a una paisajística
de orden sentimental y también sensorial. Más recoge
la memoria olores, sabores, mínimas visiones y
estados de ánimo que la exactitud de horarios, sitios
o estaciones.
La memoria fragmentada, la historia fragmentada,
la mujer fragmentada que cuenta y la que escribe no
pretenden en ningún caso crear un cosmos narrativo
unívoco. Cada una de las intervenciones que vuelve
sobre eventos ya relatados en un proceso de recuento
parece tener la intención de recolocarlos. De tal suerte,
dicha reunión de fragmentos desemboca en el género
testimonio, proveyéndolo de algunas variantes formales
que no suelen aparecer como ejemplos paradigmáticos
al estudiarlo.
Los personajes de lesbianas reafirman todo
un sistema ideológico en el que Rivera-Valdés
mezcla ciertas intervenciones autobiográficas con la
exploración en el mundo de la pareja lésbica, la cual es
atravesada otra vez por las variables que constituyen el
exilio y el cuerpo desmembrado de la nación.
Con Historias de mujeres grandes y chiquitas, RiveraValdés regresa al ejercicio de sintetizar una serie de
simbolismos que también incluye el conflicto históricopolítico cubano en su dimensión transnacional, pero
ahora de manera más pesimista.
Las irreconciliaciones y tensiones entre Cuba
y los Estados Unidos se resumen en sus parejas
lesbianas. Martirtio y Rocío son las elegidas para
cristalizar a través de sus actuaciones todas las dudas,
inestabilidades, amores, agresiones y utopías que los
cubanos desde ambos lados de la frontera física han
sostenido por casi medio siglo. Solo que aquí están
abocadas al fracaso.
Si en el libro anterior se proponía una reconciliación
a través de sus cuerpos y se abría una suerte de estrecho
de luz para las viejas querellas políticas, en este nuevo,
la autora retoma los mismos personajes con la intención
de dejarnos saber que tanto el componente generacional
como la experiencia ante el proceso revolucionario
los alejará en la misma dimensión que sus cuerpos
femeninos y maternales pudieron resultarles familiares
en los primeros encuentros.
La propuesta se hace aquí mucho más espinosa.
Es una mirada que entiende la patria como un lugar
que se extiende más allá del litoral norte de la Isla; un
lugar que continúa reescribiéndose y pensándose en
el espacio continental y que, definitivamente y a pesar
de las buenas voluntades de algunos sujetos de ambos
enclaves, continúa sosteniendo divergencias con el
fragmento de sí misma que se inscribe dentro de los
límites insulares.
Y se abrochó el cinturón de seguridad para el aterrizaje
preguntándose qué habría desencadenado la amargura
en Rocío. Tal vez, se dijo, apreté suficientemente fuerte,
sin quererlo, su tecla del deseo. Pero qué mucho hiere
herir —pensó mientras el avión tocaba tierra y se sintió
contenta de estar de regreso. En una revista sobre salud
leyó que todos los días, al levantarse, debía pensar en tres
cosas de su vida con las que se sentía feliz. Al leerla, lo
primero que le vino a la mente fue Nueva York.12
Si en «La más prohibida de todas» hay un pretendido
cierre esperanzador, en «La semilla más honda del
limón» asistimos al desencuentro de los mismos cuerpos
que se saben ahora imposibles de amar porque la misma
historia nacional de la que han participado desde vórtices
desiguales traspasa su función como escenario de fondo
y desemboca en la intimidad de las protagonistas. Sus
historias de vida están ampliamente conectadas con el
referente histórico que las supera. Inscritas en él, los
rostros de la identidad nacional que representan se
aíslan para reescribir la Historia de manera disonante. El
encuentro homoerótico es un elemento que la escritora
explora desde la dualidad que le brinda el caso específico
de la historia nacional cubana.
De este modo, y muy a pesar de los intentos
conciliatorios que percibimos y suscribimos en «Cinco
ventanas de un mismo lado» y «La más prohibida de
todas», tenemos también que concordar con Madeline
Cámara cuando dice:
Reconciliation is not a priority in writing the «Matria.»
On the contrary, itsdestabilizing accent, its multilineal
effect, operates by deconstructing binary oppositions
such as inside/outside and subject/object, which are more
indicative of the patriarchal order confronted by these
writers.13
[La reconciliación no es una prioridad cuando se habla de
la «Matria». Por el contrario, su acento desestabilizador,
su efecto multilineal opera mediante la deconstrucción
de oposiciones binarias como dentro/fuera, sujeto/
objeto, que son más características del orden patriarcal
confrontado por estas autoras.]
Relacionado también con el instinto natural de
Rivera-Valdés de repasar y desestabilizar la relación de
sucesos de mayor o menor cuantía épica, aquellos que
de ordinario narra la mediática oficialidad, la escritora
hace uso del realismo sucio estético y elige siempre a
La Habana como escenario específico para intentar un
singular e íntimo abordaje sociológico de los años 90.
En otro cuento muy interesante, «La vida manda»,
es donde más claramente observamos lo anterior. Su
protagonista es un resultado del «período especial
en tiempos de paz», y por lo tanto hay que destacar
la concordancia que aquí se anuncia entre realismo
sucio y crisis.
Homoerotismo y nación: otros cuerpos, otras Cubas en Sonia Rivera-Valdés
55
La mirada de Rivera-Valdés se concibe —en el
caso de este relato— panóptica, irónica e inscrita
otra vez desde un afuera que asegure una historia
descarnada y sórdida; una que solo podamos aceptar
en el espacio cubano de la crisis. Para ello se entrega
al ejercicio descriptivo de situaciones exageradas,
casi rocambolescas en su absurdo y, aunque parezca
un contrasentido, reales; como una sinonimia
ocasionalmente establecida entre lo real maravilloso
—centralmente legitimado— y lo real sucio —aún en
pleno forcejeo desde el margen.
Chupé tete hasta los siete años y tomé leche en biberón
hasta los nueve. Esos eran mis únicos consuelos hasta
que empecé a templar. De ahí en adelante, esa ha sido
la manera de resolver todos mis problemas, físicos,
económicos y emocionales. Templando estoy desde los
doce años. Fíjate si empecé pronto que yo dudo que eso de
la virginidad exista porque nunca fui virgen, creo yo.14
Este es un texto donde se aprecian las típicas
exploraciones por el ámbito de la memoria, las
subjetividades adheridas a la experiencia de los cuerpos
sexuados y marcados psicológica y socialmente en
su devenir genérico; la esperada revisión de lastres
y flagelos que la crisis económica trajo consigo a la
Isla; el componente homoerótico, el incesto; y, para
rematar, la exposición tensa del discurso político y de
la experiencia del exilio.
En el caso específico del incesto se dan varios
cruzamientos importantes. El mayor de todos es el
hecho de que Obdulia (la protagonista) esté marcada
por la pobreza. La serie de episodios de hambre y
desamparo determina el final incestuoso. Como única
resolución posible, vuelve la hija a la casa de la madre
para buscar en ella lo que no tuvo en la infancia:
Y ahora hasta se acabaron las habladurías del barrio, ya
no hay chismes. ¿Te imaginas? Todo el mundo fascinado
con que yo esté allí, con que la cuide. Soy la hija pródiga.
La verdad es que esta es la primera vez en la vida que
me cuida, que me hace unos frijoles como Dios manda,
espesitos y todo […] tengo el problema de la casa y la
comida resuelto […] para entender eso hay que haberse
visto durmiendo en la calle. Tú sabes lo que es que esta es
la primera vez en mi existencia que mi madre me abraza
cuando se lo pido, que me abraza sin que se lo pida, que
me pide que la abrace.15
El incesto, asumido desde el desparpajo y la
conveniencia es la piedra de toque con la que RiveraValdés desarticula el sistema esencialista mediante
el cual la imagen de la mujer ha sido construida. Los
referentes míticos de la madre y de la hija quedan
descompuestos y reorganizados en un esquema de
valores que por principio desmorona el binarismo
cristiano del pecado y el castigo.
De ahí que no sea en otro espacio sino en el de la
casa de la madre —quien pasa del estatus tiránico de
quien ha abandonado, expropiado y castigado el cuerpo
56
Mabel Cuesta
y la mente de la hija al estatus benéfico de la amante
que se brinda, con su cuerpo y otros alimentos, al
mismo cuerpo que antes lastimó— donde encuentra la
protagonista el único refugio a su hambre y su estadio
como persona sin techo. Es un juego harto simbólico y
provocador con el que Rivera-Valdés consigue resumir
su poética narrativa mientras se asegura un puesto
entre las narradoras de la propia era postsoviética que
aquí describe.
Para ello recurre a las mismas obsesiones de quienes
producen literatura desde la Isla. Hablo de sus abordajes
y usos de movilizadores temáticos y estructuradores de
las obras: el hambre y la pobreza como condicionantes
inalienables para los que permanecen frente al exilio o
la migración como solución a esos problemas básicos de
sobrevivencia. O, en un texto como «La vida manda», a
través de una recreación de la realidad que se detiene en
la alteración del estatus mítico-simbólico de la madre.
Si asentimos en identificar a aquella con la patria (o
la «Matria» de Madeline Cámara), consentiremos
también que aparece en este relato como promotora
de transgresiones que llevan a la protagonista hasta el
extremo de la prostitución con marca incestuosa.
La figura de la madre y su aparición en este relato
se presta a varios niveles de discusión. Destaca entre
ellos el que propicia la lectura de un ensayo como
«Feminismo y literatura en Latinoamérica», de
Adelaida Martínez, donde esta advierte y recuerda:
El otro estereotipo reprobado por las escritoras
latinoamericanas que adquiere matices culturales
específicos es la figura de la madre. Si bien escritoras
de otras lenguas han desmantelado el mito de la
maternidad como destino personal de las mujeres, cuyo
incumplimiento las convertía en monstruos frustrados
o seres incompletos, las latinoamericanas han sido
testigos de una nueva función maternal ocasionada por la
tiranía de gobiernos antidemocráticos y represivos. Una
vez cumplida la función biológica de la reproducción,
las madres latinoamericanas han inscrito sus cuerpos
maternales en el texto de la historia para denunciar los
horrores de las dictaduras.16
Programada o no, hay una denuncia latente en
«La vida manda» que sirve de vehículo para que
asociemos los eventos que allí son presentados con los
altos niveles de corrupción de los ciudadanos cubanos
residentes en la Isla, quienes, en su día a día, saquean
las arcas estatales como único recurso de subsistencia.
Si entendemos, además, que ese Estado es toda la
referencia que tenemos como patria o matria, entonces
la muy problemática lectura que esta historia encierra
alumbraría nuevas estancias de interpretación.
Recorridos brevemente estos relatos, dejo abierta una
ventana para la producción más reciente de la autora,
Rosas de abolengo,17 en la cual una joven psicóloga
nacida en Argentina, pero criada entre Cuba y Nueva
York necesita hacer varios viajes a la Isla para poder
reconstruir su propia identidad sexual; una que parece
hacer un viaje «inverso»—desde la homosexualidad
hasta la heterosexualidad. Me aventuro, además, a
concluir que la efectividad narrativa de Rivera-Valdés
se verifica en su exquisito regodeo, en el repaso de
las circunstancias nacionales siempre mediatizado
por la experiencia de la migración. Asimismo, se
advierte su complacencia al centralizar historias
íntimas, prohibidas, aquellas donde las mujeres puedan
reconocer algunas de las escenas históricamente
invisibles en los relatos más visitados por los discursos
nacionalistas no importa donde aquellos se gesten;
así como su voluntad enunciativa al poner en escena
las subjetividades del cuerpo homosexual femenino
desde una superposición con lo imaginario nacional
—siempre múltiple y cambiante— que delata los
posibles desafíos, y las esperanzas que la isla de Cuba
aún tiene asociados al futuro.
Notas
1. Sonia Rivera-Valdés, Las historias prohibidas de Marta Veneranda,
Casa de las Américas, La Habana, 1997.
2. Víctor Fowler, Historias del cuerpo, Letras Cubanas, La Habana,
2001, p. 301.
3. Ibídem, p. 313.
4. Víctor Fowler, La maldición. Una historia del placer como
conquista, Letras Cubanas, La Habana, 1998, p. 39.
5. Marta Sofía López, «Las mujeres subversivas de Sonia RiveraValdés», Editorialcampana.com (www.editorialcampana.com),
23 de noviembre de 2010.
6. Sonia Rivera-Valdés, ob. cit., p. 19.
7. Ibídem, p. 22.
8. Víctor Fowler, Historias del cuerpo, ob. cit., p. 312.
9. Sonia Rivera-Valdés, ob. cit., p. 145.
10. Sonia Rivera-Valdés, Historias de mujeres grandes y chiquitas,
La Campana, Nueva York, 2003, p.
11. Ibídem, p. 186.
12. Ibídem, p. 194.
13. Madeline Cámara, Cuban Women Writers. Imagining Matria,
Palgrave Macmillan, Nueva York, 2008, p. 9.
14. Ibídem, p. 205.
15. Ibídem, p. 225.
16. Adelaida Martínez, «Feminismo y literatura en Latinoamérica»,
Sololiteratura.com (www.sololiteratura.com), 3 de julio de 2008.
17. Sonia Rivera-Valdés, Rosas de abolengo, La Campana, Nueva
York, 2011.
Homoerotismo y nación: otros cuerpos, otras Cubas en Sonia Rivera-Valdés
57
Política cultural
en la Cuba actual:
apuntes para el debate
Yanet Toirac
Periodista e investigadora.
C
uba vive un proceso de Actualización de su
modelo económico de magnitud y alcance sin
precedentes en las últimas décadas. En este
nuevo escenario, ¿qué ejes de análisis podrían
ser considerados en la formulación de la política
cultural en una coyuntura marcada por una creciente
heterogeneidad de actores, intereses y expectativas?
El presente artículo tiene como objetivo motivar y
contribuir el debate sobre el ser y el deber ser de la
política cultural en el contexto de cambios estructurales
que vive el país en la actualidad. Sin embargo, los
argumentos expuestos —que se fundamentan en el
análisis personal sobre la temática referida, basados a
su vez en diversos trabajos de investigación realizados
por la autora en las dos últimas décadas1 en los que
numerosos expertos nacionales en la materia han
contribuido con sus criterios y valoraciones— están
lejos de erigirse como conclusivos ni abarcadores de
una problemática atravesada por múltiples aristas de
discusión.
Cambio cultural, hegemonía y emancipación
A la vuelta de cinco décadas, la conmoción social
que supuso el triunfo de la Revolución cubana aún sigue
pareciendo un hecho trascendental. Apenas en sus dos
años iniciales grandes sectores de la economía habían
sido nacionalizados y el ideal socialista era asumido
como alternativa política ante la escalada de sabotajes
y agresiones armadas que tuvo como hitos máximos
la imposición del bloqueo económico norteamericano
y la invasión a Playa Girón. Con todo, la acelerada
58
Yanet Toirac
n. 72: 58-67, octubre-diciembre de 2012
radicalización de aquella revolución no hubiera podido
producirse sin el establecimiento de un pacto social
basado en la redistribución de la riqueza y la apertura
de oportunidades diversas a gran escala, en el contexto
de edificación de un sistema político de transición a
una sociedad socialista que «debía superar a todos los
sistemas precedentes al asegurar la constitución de un
poder popular, la plena soberanía nacional, el desarrollo
socioeconómico y una verdadera democracia».2 De
ahí que en un plazo muy breve las jerarquías sociales
padecieron una ruptura extraordinaria como resultado
de las tempranas medidas adoptadas en beneficio de las
mayorías. La concesión de la propiedad sobre la tierra
y la vivienda, la alfabetización de más de un millón de
niños y adultos,3 la universalización de la enseñanza
y la extensión del sistema de becas en toda la Isla, el
acceso masivo al empleo, la creciente participación de
la ciudadanía en la vida política, irían cimentando un
nuevo sistema de relaciones, actitudes e instituciones
en una sociedad de la que emigraban también,
masivamente, los grandes y medianos propietarios, los
políticos del sistema derrotado y una parte importante
de los sectores profesionales del país.
Si tal mutación vertiginosa de las relaciones
sociales contribuía a instituir los fundamentos de un
nuevo orden, ello no bastaba para subvertir el signo
cultural burgués y así impedir la reproducción de las
formas dominantes capitalistas en la nueva Cuba. «La
transición socialista es la época prolongadísima en que
se produce el cambio social total, de las instituciones
y relaciones sociales, y de los individuos mismos
envueltos en los cambios», refiere el investigador y
ensayista cubano Fernando Martínez Heredia.4 Sobre
esta base, la práctica revolucionaria de los sujetos y sus
organizaciones
debe ser capaz de trastornar profundamente las funciones
y resultados sociales que hasta aquí ha tenido la actividad
humana en la historia. La tendencia predominante
en este proceso tiene que ser la de que cada vez más
personas conozcan y dirijan efectivamente los procesos
sociales, y sea real y eficaz la participación política de la
población.5
Desde estos postulados se hace imprescindible
comprender que la construcción del socialismo no es
solo un proyecto político, sino también, sobre todo, un
proyecto de transformación cultural en su acepción más
amplia. En el caso cubano ello significaría la apuesta por
la formación de un «hombre nuevo» imbuido de nuevos
valores, «un hombre liberado de su enajenación»,
según Ernesto Guevara.6 Desde esa referencia es que
puede explicarse la precoz centralidad conferida a la
cultura por el Gobierno revolucionario, voluntad que
se expresara tempranamente a través de la impresión de
cien mil ejemplares de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote
de la Mancha, hecho devenido símbolo de la epopeya
iluminista, así como en la materialización de muchos
otros eventos de impacto más duradero y trascendente
como la Campaña de Alfabetización, la creación de las
escuelas de arte y la Ley No. 169 que ya en marzo de
1959 decretaba la fundación del Instituto Cubano del
Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), primer
organismo creado por la Revolución en el campo
cultural. Esta ley declaraba:
El cine —como todo arte noblemente concebido— debe
constituir un llamado a la conciencia y contribuir a
liquidar la ignorancia, a dilucidar problemas, a formular
soluciones y a plantear, dramática y contemporáneamente,
los grandes conflictos del hombre y la humanidad.7
El papel protagónico conferido a la cultura en
la construcción de la nueva sociedad supondría la
búsqueda de definiciones axiológicas y organizacionales
que contribuyeran a su regularización como parte
orgánica del proceso; búsqueda que, a su vez,
estuvo directamente condicionada por el clima
político prevaleciente en los diversos momentos del
accidentado itinerario de la Revolución en su etapa
fundacional —desde su triunfo hasta la proclamación
de la Constitución de la República de Cuba en 1976.8
Ello explica también, aunque no necesariamente
justifique, las oscilaciones de sentidos entre Palabras a
los intelectuales (1961) y la Declaración del I Congreso
de Educación y Cultura (1971), así como entre este
último y las Tesis y resoluciones sobre la cultura
artística y literaria (1975) —emanada del I Congreso
del Partido Comunista de Cuba—, tres documentos
rectores que marcaron pautas significativas en las dos
primeras décadas del proceso y que contribuirían a
la articulación de las definiciones programáticas más
generales de la política cultural.9
En los años siguientes, múltiples determinaciones
y circunstancias condicionaron tales fluctuaciones,
entre otras muchas que impactarían el campo de las
políticas culturales en el país.10 Sin embargo, desde
1976 al menos cuatro preceptos conceptuales la
definirían: 1) socialización del acceso a la cultura como
derecho universal a partir de la comprensión de la
función educativa, ideológica y emancipadora de las
manifestaciones artístico-literarias; 2) supremacía del
sentido de compromiso social de artistas e intelectuales
por sobre el concepto de libertad de creación artística
—concepto que a la vez se enmarca dentro de los
límites de «lo revolucionario»—; 3) aceptación de la
responsabilidad del Estado en la ejecución de la política
bajo el principio de la planificación centralizada; y 4)
proclamación del papel rector del Partido Comunista
en su orientación y supervisión. Bajo estas pautas
generales, la política cultural quedaría signada como
uno de los elementos constitutivos de la reproducción
ideológica del poder revolucionario y, por ende, como
espacio medular para la formulación y renovación de
la hegemonía política en Cuba socialista.
Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate
59
La rigidez presente en la institucionalidad constituye una de las superaciones
necesarias que el modelo sociopolítico debe atender como deficiencia que
aqueja a la organización social de la vida en su conjunto y no solo al campo
cultural.
El trayecto recorrido en los tres primeros decenios
de la Revolución estaría marcado por los innumerables
desafíos que supone la construcción del socialismo y
las deformaciones graves que amenazan el avance del
proceso —nuevas formas de burocratismo, sustitución
de la unidad por el unanimismo, ahogo de criterios
diversos, insuficientes niveles de reflexión y debate,
entre otras distorsiones—,11 en un contexto matizado
por la condición de subdesarrollo y la sostenida
beligerancia de los Estados Unidos. Sin embargo, una
sacudida imprevisible padecería la Isla al contemplar el
desplome de las «repúblicas hermanas» del otro lado del
Rin.12 Con el colapso del campo socialista y la posterior
desintegración de la Unión Soviética, el futuro de Cuba
parecía sentenciado. En materia económica significaba
perder 85% de sus relaciones comerciales y enfrentar los
enormes daños directos y colaterales provocados por
el decrecimiento abrupto del Producto Interno Bruto
del país en 35%,13 en un contexto mediado además por
la creciente hostilidad del gobierno norteamericano
contra la Isla. En términos políticos el entorno no era
menos desolador: suponía sobrevivir sin referentes
morales y teóricos que avalaran la legitimidad de un
proyecto contracorriente en un escenario internacional
de total descrédito del socialismo como sistema
alternativo al capitalismo hegemónico.
Contra todo pronóstico, evadiendo las leyes
norteamericanas de alcance extraterritorial que
intentaban con su promulgación ahogar aún más
la ya deprimida economía doméstica,14 el proyecto
socialista en Cuba no colapsó gracias al liderazgo
político de la dirección de la Revolución, la capacidad
del sistema de conducir y alentar la resistencia de la
mayoría del pueblo, y la relativa viabilidad y eficacia
de las medidas económicas adoptadas para reinsertar
al país en el mercado internacional.15 Sin embargo, el
impacto de la profunda crisis económica no solo sería
difícil de sortear en los años más duros del Período
especial, sino que dejaría cicatrices perdurables en
el tejido social de la nación. El patrón de relativa
igualdad social alcanzado como resultado de la
sostenida acción redistributiva estatal durante tres
décadas sufriría una fractura significativa tras las
reformas adoptadas, dando lugar a un proceso de
ensanchamiento de las desigualdades socioeconómicas
o de «reestratificación social» de profundidad y
amplitud inéditas en la etapa revolucionaria. 16
Asociado al aumento de las desigualdades relativas al
ingreso y al acceso al consumo, se halla la formación
60
Yanet Toirac
de «constelaciones sociales» de procedencia variada,
fenómeno de especial relevancia para el sostenimiento
de la hegemonía política de la Revolución toda
vez que, como ha hecho notar Martínez Heredia,
«erosiona seriamente las motivaciones y los valores
socialistas, generando un desarme ideológico desde
la vida cotidiana, sutil, ajeno a la virulencia y las
definiciones de los enfrentamientos políticos, pero a
la larga más peligrosos que estos para la vigencia del
socialismo».17
En este contexto era posible visualizar, desde el
discurso político, al terreno cultural como un frente de
importancia crítica para la supervivencia del proyecto
socialista en medio de la contienda librada entre la
Cuba «redentora, solidaria y culta», y la anti-Cuba,
«consumista y despolitizada, apátrida y claudicante»
que creciera a su sombra.18 De hecho, la comprensión
en mayor o menor profundidad de la envergadura y
alcance de esta problemática dio lugar al movimiento
conocido como Batalla de ideas, que surgió a finales
de 1999 en el contexto específico del reclamo por el
regreso del niño Elián González, y fue enarbolado
por la máxima dirección del país como estrategia
ideológica para contribuir a la reorganización moral de
una sociedad mucho más heterogénea en actividades,
relaciones y modos de vida que la heredada hasta
1990, y coadyuvar a la reformulación de un modelo
alternativo al patrón cultural e ideológico hegemónico
promovido por el capitalismo global. Tanto es así, que en
el plano práctico la Batalla de ideas sería esencialmente
una campaña dirigida a ensanchar las oportunidades
educacionales y culturales de la población cubana, con
especial énfasis en jóvenes desvinculados del estudio
o el trabajo;19 al tiempo que en términos conceptuales
era promovida, desde el discurso político, una noción
de «cultura general integral» en la que se expresaba la
necesidad de ampliar los referentes ideoestéticos del
individuo como recurso de empoderamiento para la
intelección de la realidad, y atribuirle a la cultura una
relación orgánica con nociones de bienestar humano y
desarrollo social desmarcadas del ideal individualista
y la racionalidad instrumental promovida en las
sociedades liberales.
A partir de febrero de 2008, fecha en la que el General
de Ejército Raúl Castro toma oficialmente el poder, un
proceso de transformaciones tiene lugar en el país,
fundamentalmente en el plano económico, con el
propósito de lograr mayores niveles de productividad
y mejores condiciones de vida de la población como
garantes de la sobrevivencia del proyecto político y social
de la nación. En este nuevo escenario —caracterizado
por la renuncia del monopolio estatal sobre el empleo,
el incentivo al sector privado y cooperativo, la entrega
de tierras en usufructo, la estipulación de una nueva
política impositiva, entre otros aspectos—, la «batalla
económica»20 absorbe la centralidad política antes
otorgada a la Batalla de ideas, y deja abiertas no pocas
interrogantes relativas al presente y destino del campo
cultural.
Algunas coordenadas teóricas para hablar
de política cultural
El surgimiento y desarrollo de las políticas
culturales en las sociedades modernas ha estado
condicionado básicamente por dos movimientos
cardinales evidenciados a lo largo del pasado siglo.
Por un lado, el enaltecimiento del proyecto ético
emancipador que legitima la democratización del
saber y la cultura como derechos inalienables, luego
devenidos servicios públicos. Por el otro, la rápida
expansión de la producción, circulación y consumo
de bienes simbólicos a escala masiva y, unido a ello, la
progresiva institucionalización y profesionalización
del campo cultural.
Este contexto, así como el predominio de
concepciones tradicionales relativas a las nociones
de cultura y política, determinaron que la política
cultural mayoritariamente se asociara (y aún se asocie)
a la organización de relaciones y procesos referentes
a los ámbitos artístico, literario y patrimonial dentro
del marco institucional del Estado. Sin embargo, a
pesar de que en muchas zonas del sector cultural
siga predominando este concepto, la cultura tiende a
ser comprendida desde el pensamiento social como
categoría multidimensional vinculada orgánicamente
a los demás ámbitos sociales y procesos de desarrollo,
y como recurso de potenciación de la sociabilidad en
un sentido amplio.
Sobre esta base, el reconocido investigador
Néstor García Canclini afirmaría que la política
cultural no debe ser concebida simplemente como
«administración rutinaria del patrimonio histórico,
o como ordenamiento burocrático del aparato estatal
dedicado al arte y la educación, o como la cronología
de las acciones de cada gobierno».21 Antes bien, para
este autor, es
el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado,
las instituciones civiles y los grupos comunitarios
organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico,
satisfacer las necesidades culturales de la población
y obtener consenso para un tipo de orden o de
transformación social.22
Bajo estos presupuestos la política cultural se
hace extensiva a la movilización de lo simbólico en
un sentido más amplio y con fines más abarcadores,
y reconoce así el papel de las formas y prácticas
culturales en la socialización de valores dominantes y
la reproducción del orden social.
Tomando en cuenta estos desplazamientos
conceptuales y otras definiciones afines, parece posible
legitimar una noción de política cultural que la conciba
como instancia social involucrada en la movilización
y confrontación de valores y significados a través de la
agencia de diversos actores e instituciones que operan
en un contexto social estructurado.23 Determinados
presupuestos teóricos también nos permiten sustentar
esta definición, en el marco interpretativo que
proporciona la concepción estructural de la cultura
desarrollada por John B. Thompson24 y la noción de
hegemonía de Antonio Gramsci.25
Primero, considerar vital la interdependencia
existente entre lo estructural y lo superestructural, al
comprender los fenómenos culturales como procesos
constituidos y constituyentes de los desarrollos sociales,
políticos y económicos acontecidos en un contexto
dado. Lo cultural como mediación transversal de otras
esferas de la vida social y «eje estructurante y explicativo
de diversos ámbitos institucionales y productivos».26
Ello también implica reconocer, inspirados en la
perspectiva gramsciana, que la emancipación políticoeconómica no puede ser conducida al margen de la
emancipación cultural.27
En segundo lugar, subrayar el carácter representativo
y situado de la cultura, al entender los fenómenos
culturales como «formas simbólicas en contextos
estructurados»;28 y también destacar la naturaleza
comunicativa de la cultura, al comprender la actividad
interpretativa de los públicos como un proceso
condicionado por múltiples mediaciones micro y
macrosociales —tal como el enfoque de los estudios
culturales fundamentara prolijamente—,29 de modo
que la recepción no sea concebida simplemente
un «proceso pasivo de asimilación» sino más bien un
«proceso creativo de interpretación y valoración, en el
cual el significado de una forma simbólica se constituye
y reconstituye activamente».30 Desde esta perspectiva
García Canclini también ha expresado:
El análisis de la cultura no puede centrarse en los
objetos o bienes culturales, debe ocuparse del proceso
de producción y circulación social de los objetos y de
los significados que diferentes receptores le atribuyen.31
Asimismo, concebir la formulación de la política
cultural como un proceso esencialmente dialógico
en tanto terreno donde se construyen/disputan los
sentidos sociales por agentes e instituciones diversos
que interactúan en un marco de acción concreto, y
recalcan a su vez la necesidad de pensarla como una
Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate
61
entidad inevitablemente dinámica y cambiante. En
este sentido resulta igualmente medular comprender
el papel que Gramsci otorgaba a la participación social
en la obtención del consenso «activo» al que debía
aspirar el socialismo como sistema cualitativamente
superior:
Es cuestión vital el logro de un consenso no pasivo e
indirecto, sino activo y directo, es decir, la participación
de los individuos aunque esto provoque la apariencia
de disgregación y de tumulto. Una conciencia colectiva
y un organismo viviente se forman solo después que la
multiplicidad se ha unificado a través de la fricción de
los individuos y no se puede afirmar que «el silencio»
no sea multiplicidad. Una orquesta que ensaya cada
instrumento por su cuenta, da la impresión de la más
horrible cacofonía; estas pruebas, sin embargo, son la
condición necesaria para que la orquesta actúe como un
solo «instrumento».32
Por último, advertir que la producción y circulación
de las formas simbólicas constituyen en el mundo
moderno un elemento medular en la organización
de la actividad productiva, la reproducción social del
sistema y la obtención y reforzamiento del consenso.
Por tanto, las políticas culturales deben considerarse
uno de los aspectos estratégicos de la formulación o
renovación de la hegemonía;33 por un lado, instancias
de control social que garanticen la reproducción
del orden vigente; pero también, en el plano del
deber ser, espacios de concertación de valores y
representaciones a partir de comprender la cultura
como emancipación y la política como un ejercicio
de participación ciudadana que involucre a múltiples
actores sociales y los convierta en protagonistas de las
prácticas de significación sistemáticas y consensuadas
de la realidad.
Si consideramos la transición socialista una etapa
prolongada de transformaciones sucesivas caracterizada
por avances, rupturas y retrocesos, es posible afirmar
que la circunstancia cubana actual podría constituir
un escenario de concreción posible de un ideal de
política cultural que no solo se interese por erigirse en
instrumento de control social sino, según palabras de
Martínez Heredia,
ser vehículo para que se manifiesten y arraiguen formas
más avanzadas de sensibilidad, de estructura moral, de
creatividad, que sean prefiguración de lo que la sociedad
pretende lograr, y a la vez, brindar a la población más
satisfacciones que las provenientes del bienestar material,
una solución nueva, diferente y superior a la que da el
capitalismo, y no solo opuesta a ella.34
Ello, a juicio de este importante intelectual cubano,
permitiría que la política cultural fuera así «una
concreción y una demostración de la especificidad
del socialismo, de sus potencialidades y de su
promesa».35
62
Yanet Toirac
Debate entre el ser y el deber ser de la política
cultural cubana
Partiendo de estos postulados, ¿qué principios
y desafíos podrían regir la política cultural en un
contexto signado por la creciente multiplicidad de
actores económicos y sociales, así como por una mayor
diversidad de valores, intereses y expectativas?
En el plano conceptual, parece vital la necesidad
de superar una visión iluminista de la cultura,
presente en no pocas zonas del discurso institucional,
y se entronice cada vez más una comprensión de
esta como práctica emancipadora del sujeto social;
enfoque que si bien intentó posicionarse a través de
la promoción del término cultura general integral y,
con él, de unos espectros referenciales que fueran más
allá de los ámbitos artísticos y estéticos, no consiguió
traducirse por completo en objetivos institucionales
que trascendieran lo artístico-literario-patrimonial
desde una concepción difusiva.36 Que en la práctica
se privilegie una interpretación constreñida de la
noción de cultura no solo responde a limitaciones de
la estructura institucional existente dentro del campo
cultural, sino también es reflejo de la permanencia
de ciertos presupuestos conceptuales ambivalentes
que aún subyacen con fuerza en el análisis que de
los procesos culturales se realiza desde el discurso
institucional, así como a la persistencia de visiones
sectorializadas antes que multidimensionales del
ámbito cultural. En tal sentido, confrontar el modelo
cultural hegemónico y sus referentes ideoestéticos en
particular, entendido como fin último de la política
cultural, debe constituir un desafío que también se
interprete desde la problematización de las complejas
dinámicas existentes entre formas de dominación y
subordinación, o desde el análisis de las principales
tensiones que atraviesan los procesos de hibridación
cultural en el contexto de la globalización, tanto en los
centros como en las periferias.
Sin tal visión, se corre el peligro de pensar las
formas culturales desde una dualidad engañosa, «o bien
totalmente corrompidas o totalmente auténticas»,37 al
tiempo que se eluden coordenadas interpretativas más
complejas para el análisis de las diversas mediaciones
sociales que influyen en el papel activo del sujeto, de
los medios como amplificadores de procesos culturales
diversos y de las múltiples articulaciones existentes
entre matrices culturales, formas de reconocimiento,
nuevas sensibilidades y prácticas de resistencia. En la
medida en que ganen terreno lecturas menos lineales
en torno a los procesos culturales y sus sujetos, más se
avanzará en la articulación de una propuesta de política
que no solo se plantee reaccionar contra el modelo
cultural capitalista sino convertirse en una alternativa
En el plano político, la prevalencia de un modelo de relación basado en la
existencia de una élite decisora y una mayoría intervenida, sustentada en
una concepción del sujeto como destinatario/espectador y no como agente
de cambio en un sentido más amplio, sin dudas limitaría un desempeño más
democrático de la política cultural.
más liberadora y revolucionaria de la organización
social en su conjunto que la propuesta desde sociedades
asimétricas y verticales conformadas por una inmensa
mayoría que consume las jerarquías establecidas por
unos pocos emisores.
Asimismo, constituiría un obstáculo significativo
al ideal de política cultural la existencia de una
limitada comprensión y gestión de la diversidad social
(pluralidad que hoy se multiplica con la aparición de
nuevos actores económicos e intereses en la trama
social), así como de la convivencia de variados
sistemas de creencias en los también cada vez más
delineados ámbitos de lo estatalizado, lo privatizado
y lo comunitario y/o asociativo en la Cuba actual.
Quizás una de las expresiones más palpables de esta
problemática se encuentra en la disonancia existente
entre los patrones que fundamentan la programación
cultural y las brújulas que marcan el rumbo de parte
de los intereses culturales de una población que
deviene más heterogénea, tal como han demostrado
variados estudios sobre consumo cultural realizados
en las dos últimas décadas.38 Entre las consecuencias
más lamentables de esta incongruencia se halla la
tendencia, asumida por zonas importantes de la
población, a buscar en el campo de lo privado aquello
que la institucionalidad pública no ofrece o no brinda
de manera eficiente. A nuestro juicio, advertir más
abiertamente la positividad de la diversidad social
como activo político que nos enriquece, coadyuvaría
a la institucionalidad cultural a multiplicar su poder
de convocatoria, permitiéndole asimismo el desarrollo
de una gestión más eficaz, capaz de ofrecer variadas
formas de satisfacción que emanen de intereses
comunes y jerarquizaciones más consensuadas.
En tal sentido, debería establecerse una mayor
articulación entre los valores y expectativas cambiantes
en la sociedad, y una estructura institucional con
capacidad de dar respuesta a esas dinámicas. Si
entendemos por política cultural una instancia dialéctica
que interviene en la movilización y confrontación
de significados en un contexto determinado, la
institucionalidad dispuesta desde el campo cultural
no debe existir al margen de los nuevos movimientos,
desplazamientos y valores que emergen en ese contexto.
No por desplazar a los rockeros de diversos sitios de la
ciudad a inicios de la década de los 2000, ellos dejarían
de reunirse en la calle G todos los fines de semana,
ni la simple existencia de las casas de cultura debería
presuponer su uso eficiente. La rigidez presente en la
institucionalidad constituye una de las superaciones
necesarias que el modelo sociopolítico debe atender
como deficiencia que aqueja a la organización social de
la vida en su conjunto y no solo al campo cultural.
En el plano político, la prevalencia de un modelo
de relación basado en la existencia de una élite
decisora y una mayoría intervenida, sustentada en una
concepción del sujeto como destinatario/espectador y
no como agente de cambio en un sentido más amplio,
sin dudas limitaría un desempeño más democrático de
la política cultural. Revertir esta práctica supondría,
por un lado, terminar de enunciar el carácter activo
del sujeto como premisa teórica y no solo como
objetivo final de la acción cultural; y por el otro, poner
a dialogar/interactuar sistemáticamente al conjunto
de la sociedad civil, esto es, al conjunto de sujetos
individuales, grupales, organizacionales y sociales
que conforman la ciudadanía en el país, incluidos, por
supuesto, los agentes institucionales relacionados con el
ámbito cultural. «Parece evidente que se ha producido
un desfasaje entre el proyecto cultural de la Revolución
y los referentes que establecen para sí mismos amplios
sectores del pueblo», se advertía en el «Informe de
la Comisión Cultura y sociedad» presentado al VII
Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC), en abril de 2008; alarma que también
se reproducía más recientemente en los debates
acontecidos en la plenaria del Consejo Nacional de esta
organización al analizarse, en particular, la «evidente
carencia de valores» de la música que conforma
el entorno sonoro en ambientaciones públicas,
festividades populares, programas de radio y televisión,
instituciones educativas, entre otros espacios.39 Estas
preocupaciones, sin embargo, precisamente refuerzan
la necesidad de que se conozcan, entiendan y tomen
en cuenta los múltiples valores que se disputan en toda
sociedad heterogénea. Ello, a su vez, presupone asumir
y poner en práctica una noción de participación social
que trascienda el momento del consumo y abarque la
intervención crítica de los sujetos en las distintas fases
de los procesos de toma de decisiones públicas para
la conformación de políticas, estrategias y proyectos
de desarrollo en el campo cultural.40 La estrepitosa
caída del socialismo real en la Unión Soviética y los
países esteuropeos corroboraría que, para el logro de
la hegemonía revolucionaria, no basta potenciar las
más variadas y liberadoras formas de subjetividad
Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate
63
humana mediante la garantía de un mayor acceso a los
bienes culturales, si a mediano plazo no se terminan
de subvertir las bases estructurales que limitan un
ejercicio más democrático del poder en el campo
cultural, sumando cada vez más sujetos colectivos al
diseño de la política. Lo anterior es fundamental para
romper con la cultura de la dominación que promueve
una concepción del poder circunscrita a espacios
limitados y basada en la representatividad formal.
No parece ocioso acotar que el papel del Estado
como agente aglutinador de la praxis políticocultural en el país no equivale a estimar viable su
sobredeterminación en el enorme campo de la cultura.
Ello no solo sería contraproducente sino que, en la
práctica, es también ilusorio en la coyuntura actual.
Se habla de «agente aglutinador» porque, tal como
Martínez Heredia precisara, «no es el único agente
cultural ni el que clasifica y valora a los demás, sino
el que se gana la conducción y la coordinación de
ellos».41
En esta dirección resultaría paradójica la existencia,
por un lado, de un alto grado de centralización
institucional en la Cuba de hoy, condición que
teóricamente podría impulsar la discusión colectiva
de valores a escala social de manera organizada y
sistemática; y por el otro la tendencia a la fragmentación
del debate en «circuitos de comunicación» o áreas
de acción específicas sobre las que se estimule la
confrontación de ideas en determinados escenarios,
sin que estos se comuniquen con el resto de los
campos sociales, tal como el investigador y ensayista
Julio César Guanche expresara, imponiéndose así
un «límite sectorialista o profesional» a lo que en
verdad debe constituirse como un ámbito mayor de
participación social donde se concierten los intereses
generales relativos al desarrollo del país.42 Como
señala Martínez Heredia, «el debate sobre temas
«culturales» no es un pugilato permitido gentilmente
por un grupo dominante como sano escape de las
fuerzas y afanes del sector de los «cultos»».43 Unido a
ello, y no menos importante, resultaría la deficiente
disponibilidad de espacios institucionales y/o públicos
para la discusión de cuestiones relativas al campo
cultural, así como de plataformas socializadoras —los
medios de comunicación masiva— que posibiliten
una mayor visualización y confrontación de sentidos
entre agentes diversos, y contribuyan al logro de una
concertación sistemática de los valores vigentes en la
realidad social.
Cuba vive en la actualidad un proceso de
actualización de su modelo económico como garante
de la sobrevivencia de su proyecto sociopolítico.
Pero, si a la par, no se hace ostensible desde
el poder la centralidad que tiene lo simbólicodiscursivo como sustento de la actividad productiva
64
Yanet Toirac
y de los procesos de reproducción ideológica en las
sociedades contemporáneas, tampoco se terminará de
comprender la necesidad de repensar estratégicamente
la formulación de una política cultural más liberadora
y participativa.
Este precepto no debería subestimarse: tal como
fue posible verificar en un estudio de caso, los
significados asociados por el discurso político a la
noción de cultura y su alcance social no resultaron
necesariamente compartidos por agentes de diversos
niveles institucionales del campo cultural en Cuba,
sino que, antes bien, estos ejes temáticos aparecieron
refuncionalizados a través de sentidos y repertorios
interpretativos variados, en la medida en que se
descendía del nivel central institucional del terreno
cultural al nivel local.44 Estos sentidos son relevantes
no solo porque reflejan cosmovisiones específicas que
pueden resultar de interés a un ejercicio político que
aspira a niveles de concertación mayor, sino porque,
a fin de cuentas, ellos orientan las prácticas sociales
de estos actores institucionales y, por tanto, poseen
gran incidencia en la propia implementación de la
política cultural en la base, que son, en gran medida,
los espacios donde primero se cristaliza o erosiona
el consenso social. Además, a través de certificar
estas discordancias de mayor o menor envergadura,
confirmamos que los significados asociados a la
política cultural no deben reducirse mecánicamente
a aquellos que aparecen formalmente estatuidos en
los documentos rectores de alcance macrosocial
o en las declaraciones oficiales de las máximas
autoridades del país, sino también distinguirse en
las resemantizaciones que realicen aquellos actores
institucionales involucrados en su desempeño
cotidiano en diferentes escalas del ejercicio políticocultural y la ciudadanía toda.
Solo la implementación de tramas y dinámicas
participativas que redunden en el logro de una mayor
profundización democrática de nuestra sociedad,
constituirá, en últimas, la alternativa posible para una
misión estatal que pretenda seguir convocando a las
grandes mayorías.
Notas
1. Yanet Toirac García, «La misma película y la película de cada
cual. Un estudio sobre el consumo televisivo de cine en tres
comunidades habaneras», Tesis de Licenciatura en Comunicación
Social, Universidad de La Habana, 1998; «Sin embargo, algunos
se quedan. Acerca de los usos y apropiación de ciertos espacios
públicos en las noches de La Habana», Tesis de Maestría en Ciencias
de la Comunicación Social, Universidad de La Habana, 2003;
«El peso de las palabras. Una aproximación a los fundamentos
conceptuales que sustentan la política cultural en Cuba según
actores institucionales diversos», Trabajo investigativo, Facultad de
Comunicación, Universidad de La Habana, 2008; «Política cultural:
una propuesta de enfoque comunicológico para su estudio», Tesis
presentada en opción al Grado Científico de Doctor en Ciencias de
la Comunicación Social, Universidad de La Habana, 2010.
2. Juan Valdés Paz, «Sistema político y socialismo en Cuba», en
Política y Cultura, n. 8, primavera de 1997, México, D.F., p. 280. Para
este autor, la noción de sistema político incluye a «las instituciones
y grupos sociales tradicionalmente identificadas como parte de
la «sociedad política» —particularmente los del Estado— y a las
organizaciones y actores de la «sociedad civil» que se articulan o
refieren a la sociedad política».
3. La tasa de analfabetos heredada por la Revolución en 1959 era de
23,6%, cifra que alcanzaba 42% en las zonas rurales. Casi dos años
después, Cuba se declaró territorio libre de analfabetismo.
4. Fernando Martínez Heredia, «Transición socialista y cultura:
problemas actuales», En el horno de los 90, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 2005, p. 248.
5. Ibídem, p. 249.
6. Ernesto Che Guevara, «El socialismo y el hombre en Cuba»
[1965], Escritos y discursos, t. 8, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1977, pp. 262-3.
7. Nuria Nuiry y Graciela Fernández Mayo, comps., Pensamiento y
políticas culturales cubanas, t. IV, Pueblo y Educación, La Habana,
1987, p. 7.
8. Véase Julio César Guanche, comp., El continente de lo posible.
Un examen sobre la condición revolucionaria, Ruth Casa Editorial/
Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La
Habana, 2008. El artículo «El camino de las definiciones. Los
intelectuales y la política en Cuba 1959-1971» constituye un texto
seminal para la comprensión de los fundamentos de la política
cultural en esa etapa.
9. Aun cuando representemos como etapa fundacional a la
transcurrida entre 1959 y 1976, no consideramos que se trate de un
período único, homogéneo e indivisible. Antes bien, reconocemos
que en ese lapso pueden establecerse otras periodizaciones en
función del objeto particular que se aborde. Así, por ejemplo,
en relación con la política cultural los tres documentos pueden
conducirnos a segmentar este período en tres fases, a saber, 19591961, 1961-1971, 1971-1976. Véase Fidel Castro, Palabras a los
intelectuales, La Habana, 30 de junio de 1961, disponible en www.
cuba.cu; «Declaración del I Congreso Nacional de Educación
y cultura», La Habana, 30 de abril de 1971, disponible en www.
cuba.cu; y Tesis y Resoluciones del I Congreso del PCC, disponible
en congresopcc.cip.cu.
10. Entre los principales impactos están: impronta del mandato de
Armando Hart como ministro de Cultura, discusiones relativas al
campo cultural y a la organización social acontecidas a la luz del
llamado «proceso de rectificación de errores y tendencias negativas»
de mediados de los años 80, recomposición y ampliación ideológica
del campo cultural en el contexto de ruptura, crisis y transición que
significó el Período especial, entre otras coyunturas.
11. Véanse Fernando Martínez Heredia, ob. cit.; y Juan Valdés Paz,
«Sistema político y socialismo en Cuba», Política y Cultura, n. 8,
primavera de 1997, México, D.F., pp. 279-93.
12. El 26 de febrero de 1986, en el Palacio de los Congresos de
Moscú y ante cientos de delegados al XXVII Congreso del Partido
Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el Comandante en
Jefe Fidel Castro expresó: «No nos corresponde a nosotros, los
invitados, emitir juicios evaluativos sobre lo que ha hecho este
heroico y admirable país, ni sugerir ideas de lo que pueda o deba
hacerse, sino expresar una vez más nuestra ilimitada confianza,
nuestra admiración profunda y nuestra convicción sólida de que
cualesquiera que sean las dificultades, cualesquiera que sean los
desafíos en el camino de la construcción del comunismo, nunca
antes recorrido por el hombre, este pueblo y este Partido lo sabrán
vencer» (disponible en www.cuba.cu). Entonces ya se hablaba del
proceso de reformas económicas conocido como perestroika —cuyo
objetivo central era dinamizar la economía nacional—, introducido
a partir de 1985 por Mijaíl Gorbachov, secretario general del
Comité Central del PCUS. Sin embargo, resultaba difícil imaginar
que apenas cinco años después el país de los soviets abrazaría la
restauración capitalista aceleradamente.
13. Según cifras oficiales, Cuba disminuyó su capacidad de compra
de 8 139 millones de pesos en 1989 a 2 000 millones en 1993 (véase
www.cubagob.cu/otras_info/historia/revolucion2.htm).
14. En 1992, la Ley Torricelli fue aprobada por el gobierno
estadounidense. Entre otras disposiciones, esta ley «otorga al
presidente de los Estados Unidos la potestad de aplicar sanciones
económicas a países que mantengan relaciones comerciales
con Cuba y prohíbe el comercio de subsidiarias de empresas
norteamericanas radicadas en terceros países con la Isla». Cuatro
años después fue aprobada la Ley Helms-Burton, de carácter
extraterritorial aún más marcado, pues pretende reforzar el
bloqueo económico e impedir la inversión extranjera a través del
establecimiento de sanciones a empresas y empresarios (así como
a sus familiares) para así limitar cualquier tipo de financiamiento y
suministro desde el exterior del país. Legaliza, además, el apoyo de
los Estados Unidos a los grupos de oposición interna (véase www.
cubagob.cu/otras_info/historia/revolucion2.htm).
15. La apertura a la inversión de capital extranjero, la despenalización
de la tenencia de divisas, la apuesta por el desarrollo del turismo
como industria proa del país, el decrecimiento del sector estatal
y la ampliación del trabajo por cuenta propia, la readmisión del
mercado agropecuario bajo las reglas de oferta y demanda, fueron
algunas de las más importantes transformaciones que la dirección
del país puso en marcha como parte de su estrategia económica para
afrontar la pérdida de los principales mercados de sus exportaciones
y conseguir reintroducirse en la arena internacional.
16. Para la investigadora cubana Mayra Espina el proceso de
transformación socioestructural que denomina «reestratificación
social» se caracteriza «por la reemergencia de las desigualdades
sociales, haciéndose más evidente y palpable la existencia de
una jerarquía socioeconómica, asociada a las diferencias en la
disponibilidad económica y en las posibilidades de acceso al
bienestar material y espiritual». Según su análisis, los principales
rasgos que definen este proceso son: recomposición de capas medias
y de la pequeña burguesía urbana, segmentación interior de los
grandes componentes socioclasistas precedentes, heterogenización
de los actores propios de la producción agropecuaria, diferenciación
de los ingresos y segmentación del acceso al consumo, reemergencia
de situaciones de pobreza, vulnerabilidad social y marginalidad,
territorialización de las desigualdades, multiplicación de las
estrategias familiares de sobrevivencia y de elevación de los ingresos,
y diversificación de los perfiles subjetivos y de las percepciones
sobre la desigualdad social. Véase Mayra Espina, «Desigualdad y
política social en Cuba hoy», conferencia en Bellagio Conference
Center, 27 de mayo de 2008, disponible en www.focal.ca.
17. Fernando Martínez Heredia, «La alternativa cubana», El
corrimiento hacia el rojo, Letras Cubanas, La Habana, 2001, p. 37.
18. Eliades Acosta, «Palabras a los intelectuales: 46 años después»,
Rebelión, 5 de julio de 2007, disponible en www.rebelion.org.
19. La llamada Batalla de ideas contemplaría más de doscientos
programas en diversas esferas de la sociedad. Algunos de los
Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate
65
más sobresalientes en el campo cultural y educacional fueron:
los programas de formación de trabajadores sociales, de instructores
de arte, creación de sedes universitarias municipales y de la
Universidad de las Ciencias Informáticas, etc.
20. «La batalla económica constituye hoy, más que nunca, la tarea
principal y el centro del trabajo ideológico de los cuadros, porque
de ella depende la sostenibilidad y preservación de nuestro sistema
social». Raúl Castro, «Discurso en la clausura del IX Congreso
de la Unión de Jóvenes Comunistas», La Habana, abril de 2010,
disponible en www.cubadebate.cu.
21. Néstor Garcia Canclini, «Introducción. Políticas culturales y
crisis de desarrollo: un balance latinoamericano», en Néstor García
Canclini, ed., Políticas culturales en América Latina, Grijalbo,
México, D.F., 1987, p. 26.
22. Ídem.
23. Esta definición constituyó uno de los resultados de la investigación
Política cultural: una propuesta de enfoque comunicológico para su
estudio (cit.). El objetivo general de este trabajo era sustentar un
enfoque teórico para el estudio de la política cultural en el contexto
cubano. Véanse también Jim McGuigan, Culture and the Public
Sphere, Routledge, Londres y Nueva York, 1996; Ana María Ochoa,
«Políticas culturales, academia y sociedad», en Daniel Mato, coord.,
Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura
y poder, CLACSO-CEAP-Universidad Central de Venezuela,
Caracas, 2002; Lázaro I. Rodríguez Oliva, «¿La gestión colateral?
Políticas públicas de cultura y superación de la pobreza como
matriz cultural», Tesis de Maestría en Ciencias de la Comunicación,
Universidad de La Habana, 2005.
24. La concepción estructural de la cultura de John B. Thompson se
distingue por caracterizar los aspectos intencional, convencional,
estructural y referencial de los procesos culturales, subrayando
con ello el carácter representativo de la cultura que antes Clifford
Geertz señalara, así como el valor significativo de tales procesos
en las sociedades modernas. Por otro lado, desde este enfoque se
interpretan los procesos culturales como fenómenos situados en
un entramado contextual que los condiciona —marco analítico
del que es prolijamente elocuente la obra de Raymond Williams o
de Stuart Hall, dos de los precursores más lúcidos de los estudios
culturales—, el cual otorga un sentido de movilidad y conflictividad
al interior del campo cultural, y de este con la sociedad como
totalidad, que las concepciones clásica y descriptiva de la cultura
descuidaron. Asimismo, a partir de comprender la recepción de
las formas simbólicas como un proceso activo de interpretación y
distinguir la mediatización de la cultura como un fenómeno central
a la reproducción simbólica en las sociedades modernas, subraya la
naturaleza comunicativa de la cultura, y la valora como un sistema
de significados resultantes de la interacción comunicativa donde
se producen, intercambian y reproducen los sentidos y contextos
sociales en un escenario dado. Consideramos, por tanto, que la
utilidad de la propuesta de Thompson se localiza, más que en la
novedad de los argumentos, en el nivel de articulación y síntesis
que logra a partir de la integración de diversos fundamentos
teóricos que le permiten interpretar los procesos culturales desde
una perspectiva más holística, enfoque que resulta plausible para el
análisis de la política cultural que sustentamos en el presente trabajo.
Véase John B. Thompson, Ideología y cultura moderna. Teoría crítica
social en la era de la comunicación de masas, Universidad Autónoma
Metropolitana-Xochimilco, México, D.F., 1993.
25. Desde la percepción de Antonio Gramsci, la construcción
de la hegemonía refiere a un proceso dinámico en el cual grupos
dominantes acomodan permanentemente los intereses de los
grupos subordinados en pos de asegurar el control político,
66
Yanet Toirac
económico y civil en un contexto determinado. En resumen, la
concepción de Gramsci provee un marco analítico útil a nuestra
interpretación de la política cultural, fundamentalmente en dos
direcciones: para el análisis macrosocial en torno a las relaciones de
poder, el cambio cultural, la construcción del consenso activo y la
organización de la vida social en sentido general; y para el análisis
del campo cultural propiamente en tanto terreno constituido por
prácticas de dominación/negociación/resistencia cultural en las
que se disputan los sentidos por agentes sociales diversos. Véase
Antonio Gramsci, «Selection from Prison Notebooks», en David
Forgacs, ed., A Gramsci Reader: Selected Writings 1916-1935,
Lawrence and Wishart, Londres, 1988.
26. Francisco Sierra Caballero, «Capitalismo cognitivo y
educomunicación. Crítica y retos de las políticas democráticas de
socialización del conocimiento», conferencia magistral impartida en
el XIII Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación
Social, La Habana, 21 de octubre de 2009.
27. Antonio Gramsci, ob. cit., p. 194.
28. Por formas simbólicas, Thompson entiende un «amplio rango
de fenómenos significativos, desde acciones, gestos y rituales hasta
declaraciones, textos, programas de televisión y obras de arte».
Véase John B. Thompson, ob. cit., p. 138.
29. Véase Stuart Hall, «Cultural Studies and Its Theoretical
Legacies», en David Morley y Kuan-Hsing Chen eds., Stuart Hall.
Critical Dialogues in Cultural Studies, Routledge, Londres y Nueva
York, 1996, pp. 262-75.
30. John B. Thompson, ob. cit., p. 169.
31. Néstor García Canclini, Culturas populares en el capitalismo,
Grijalbo, México, D.F., 2007, p. 76.
32. Antonio Gramsci, citado por Jorge Luis Acanda, Traducir a
Gramsci, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 281.
33. Jesús Martín Barbero, De los medios a las mediaciones.
Comunicación, cultura y hegemonía, Editorial Pablo de la TorrienteEditorial Félix Varela, La Habana, 2008, p. 144.
34. Entrevista citada en Yanet Toirac, «Política cultural: una
propuesta…», ob. cit.
35. Ídem.
36. Yanet Toirac, «El peso de las palabras…», ob. cit.
37. Stuart Hall, «Notas sobre la deconstrucción…», ob. cit.
38. María Trinidad Alert y Odette Samá, «Los receptores tienen
la palabra. Breve estudio de consumo cultural en La Habana»,
Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana, 1998;
Yanet Toirac, «La misma película y la película de cada cual…»,
ob. cit; Sonia Correa et al., Algunas tendencias sobre el consumo
cultural de la población urbana en Cuba, Centro de Investigación
y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana,
1998; Cecilia Linares et al.,, El consumo cultural y sus prácticas en
Cuba, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello,
La Habana, 2010.
39. Pedro de la Hoz, «La música a debate: problemas y propuestas»,
Granma, La Habana, 20 de septiembre de 2012, disponible en www.
granma.cubaweb.cu.
40. Cecilia Linares Fleites y Pedro Emilio Mora Puig, «Universos de
la participación: su concreción en el ámbito de la acción cultural»,
en Arnaldo J. Pérez García, comp., Participación social en Cuba,
Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana,
ob. cit., p. 87.
41. Entrevista citada en Yanet Toirac, «Política cultural: una
propuesta…», ob. cit.
42. Ídem.
43. Fernando Martínez Heredia, «Transición socialista y cultura...»,
ob. cit., p. 260.
44. En general, podrían señalarse tres significados fundamentales
del concepto de cultura general integral desde el discurso político.
El primero está asociado al intento marcado por sustraer a la cultura
del dominio restringido de lo artístico-literario y patrimonial, para
extenderla a otros ámbitos de conocimiento e interés general, o
incluso a la esfera ideológica. Un segundo aspecto apunta a reforzar
la asociación entre desarrollo cultural y una noción de bienestar
humano superior, toda vez que desde este enfoque el desarrollo en
la esfera cultural tiende a relacionarse con un modelo de calidad
de vida sustentable, que jerarquiza el enriquecimiento espiritual
y la dignidad humana por encima del sentido de la materialidad
que preconiza el patrón consumista de las sociedades liberales. La
tercera idea clave que fundamenta el concepto de cultura general
integral subraya el papel de la cultura como instrumento de
emancipación colectiva, como recurso que coadyuve a desarrollar
un pensamiento crítico a escala social que permita hacer frente
al modelo cultural hegemónico en general, y a sus referentes
ideoestéticos en particular, aspiraciones genéricas que llegan a
situarse como objetivos últimos de la actividad institucional de la
cultura. En entrevistas con funcionarios culturales y promotores
culturales locales, sin embargo, fue posible constatar cómo aun
dentro de la institucionalidad cultural cubana predomina una
visión iluminista de la cultura por encima de una comprensión
de esta en tanto práctica emancipadora del sujeto social. Por su
parte, para la mayoría de los promotores culturales entrevistados,
la noción de cultura no tiende a asociarse al sentido redentor que
invoca el discurso político, ni al significado estético-patrimonial
subrayado por el discurso institucional. A diferencia de ambas
posturas, en el discurso de la praxis se tiende a explicitar una visión
más pragmática de la cultura al concebirla como «recurso útil para
guiar el trabajo comunitario en la localidad». En correspondencia,
dos grandes objetivos orientan el trabajo cultural en los municipios
donde se desempeñan: proporcionar una «recreación sana y culta»
y, relacionado con esto, combatir los problemas sociales que
impactan en la comunidad. Para profundizar en estas cuestiones,
véanse Yanet Toirac, «El peso de las palabras…» y «Política cultural:
una propuesta…», ob. cit.
Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate
67
CONTRO
La Zafra de los diez millones:
una mirada retrospectiva
¿Cómo se llevó a cabo la Zafra de los diez millones?
¿Cuáles fueron sus principales logros y fracasos?
¿Qué renglones agrícolas se vieron afectados?
¿Cómo estaban organizadas las instituciones
relacionadas con este proceso?
¿Cómo influyó en el desarrollo de la Zafra
la ausencia de una estructura de dirección permanente
en la agricultura?
¿Qué repercusiones tuvo su fracaso en las zafras
posteriores?
¿Cuáles fueron los impactos económicos,
políticos y sociales sobre la Cuba
de los años 60 y los 70?
¿Por qué diez millones?
Estas y otras interrogantes son analizadas
por un panel de participantes en aquel proceso,
así como por un público interesado en él.
La Zafra de los diez
millones: una mirada
retrospectiva
Selma Díaz
Julio A. Díaz Vázquez
Juan Valdés Paz
Juan Valdés Paz:
El debate de hoy estará dedicado a la Zafra de los diez millones, de 1970. La pregunta con la
que quisiéramos iniciar el panel es cuáles fueron las premisas internacionales, económicas
y políticas, de la estrategia azucarera de los diez millones, no solo del acontecimiento en sí,
sino de aquellos sucesos que cierran un ciclo relevante de la historia de la Revolución.
Selma Díaz:
Voy a referir más a la historia porque para los que, en Cuba, trabajábamos en la planificación
física, la Zafra de los diez millones empezó en el año 63. En 1960 se creó el Departamento
de Planificación Física del Ministerio de Obras Públicas para localizar las obras incluidas
en el plan de ese ministerio. A fines de ese año nuestro trabajo se enriqueció porque
las Fuerzas Armadas decidieron asumir Cartografía, y Catastro se quedó sin soporte
institucional. Planificación Física lo asumió y les orientamos a los investigadores —que
estaban distribuidos territorialmente— priorizar el levantamiento de todas las tierras
estatales. Cuando tuvimos los primeros planos comprendimos los serios problemas
organizativos existentes porque, a partir de su creación, el Instituto Nacional de la Reforma
Agraria (INRA) había decidido que con la caña organizaba agrupaciones cañeras; y con
las tierras dedicadas a otras producciones se creaban granjas del pueblo. En 1962, Carlos
Rafael Rodríguez, asumió la dirección del INRA. Nuestro director se reunió con él y le
informó la caótica situación territorial que tenía la organización de las tierras del Estado.
Este decidió crear la Comisión para la Reestructuración de las tierras del Estado integrada
por el INRA y Planificación Física. Cuando comenzamos esta tarea nos dimos cuenta de
que todos los organismos, al asumir las funciones que habían sido actividades privadas,
tenían problemas, por lo que cada organismo estatal se estaba organizando en regiones. De
hecho había comenzado una división político-administrativa en la que desaparecieron los
municipios. Por ejemplo, Oriente era demasiado grande y no había quien dirigiera como
una provincia una región que representaba 33% del país.
Al mismo tiempo, cuando el Che Guevara asume el Ministerio de Industrias solicita
a la Dirección de Planificación Física un estudio sobre las ciudades que podrían ser
depositarias de inversiones industriales y la Dirección de Planes Urbanos escoge
veinte que, por ser centros regionales, podrían asumir esta función e inicia sus planes
directores.
Desde 1961, yo era la directora de Planes Regionales, y, por lo tanto, me tocaba atender
los problemas relacionados con la agricultura.
En 1963, el presidente Osvaldo Dorticós asumió la dirección de la Junta Central de
Planificación (JUCEPLAN). Entonces le solicitó ayuda al Che para trasladar a la Junta a su
ayudante chileno, el economista Jaime Barrios, quien pasó a atender el plan azucarero en
* Panel efectuado en el Centro Cultural Cinematográfico ICAIC, el 29 de julio de 2010.
La Zafra de los diez
una mirada retrospectiva
n. 72:millones:
69-76, octubre-diciembre
de 2012
69
ese organismo. Le pedimos a Jaime trabajar con la Empresa Consolidada del Azúcar (ECA)
porque solo así podíamos compatibilizar las capacidades de cada central con las tierras
sembradas de caña disponibles, o posibles, dentro de su determinada área geográfica.
Desde 1960, el Che había invitado como asesor al economista marxista más importante
de aquel momento, el francés Charles Bethelheim, quien, en 1961, trabajó en un plan
perspectivo (1962-1965), sobre una base elaborada por un economista checo.
Bethelheim visitó Planificación Física en 1962; le mostramos todos los balances
territoriales hechos a partir de los inventarios recopilados en el país; él se percató de que
teníamos una información única y, por lo tanto, habló muy bien de nuestro trabajo en los
informes que emitió a todos los dirigentes del país.
A su vez, Jaime Barrios nos puso en contacto con la ECA. Y así, conjuntamente en cada
territorio, empezamos a trabajar en los planes de los ciento cincuenta y cuatro centrales, en
función de estudiar cuáles eran las posibilidades, de acuerdo con las capacidades instaladas
que teníamos en el país. Casi terminábamos el trabajo cuando se produjo una situación
particular. Para ilustrarla mejor leeré un fragmento de una carta que le escribí a Bethelheim
en marzo del 64:
Nos hemos reunido varias veces con Jaime Barrios; la última vez vino acompañado de los
técnicos de la ECA que lo ayudan en la confección del plan azucarero; después que estuvo
terminado vivimos algunos días de júbilo —el plan azucarero, ¿no?—, nunca antes habíamos
hecho algo mejor. Fidel estuvo en la URSS y solucionó lo único que faltaba, es decir, la seguridad
de venderla a un precio de seis centavos hasta el año 70. ¿Cuál era el próximo paso, en nuestra
opinión?: concretar aquellas directivas generales en ciento cincuenta y cuatro planes azucareros,
uno por cada central. ¿Qué ha ocurrido? Como siempre, se ha pensado que si éramos capaces
de producir nueve millones de toneladas en el 70, por qué no diez en el 68. Y ahora la comisión
ensaya rectificar el plan para ajustarlo a las nuevas metas, con la convicción de que no podrán
hacerlo. El INRA ensaya cumplir sus planes de siembra también con la convicción que no
podrán cumplirlo, y así hasta el infinito. En cuanto a nosotros, ensayamos demostrar que no
podemos seguir trabajando de esta manera, intentamos concretar cuáles deben ser nuestras
funciones específicas, cuál nuestro plan de trabajo, cuáles los de cada organismo, en el caso de
que asumiéramos con respecto a ellos las mismas funciones dentro del plan físico que tiene
JUCEPLAN con el plan económico».
En junio del 64 me fui a cumplir mi servicio social y me hice cargo de la provincia de
Oriente. Dejo esto como una pequeña introducción para que no se hable del 70 sin empezar
a hablar desde el 62.
Julio A. Díaz Vázquez:
70
Para nosotros, desde la academia, la etapa de los diez millones comienza cuando Fidel
logra el acuerdo con la URSS de trazarse ese programa, el cual trajo un cambio en la
concepción que primaba hasta ese momento sobre la línea de desarrollo que adoptaría
el país al abandonar la teoría cepalina, la sustitución de importaciones, etc. En ese
contexto la agricultura se planteó como pivote del desarrollo. Se decía que era más fácil
movilizar los recursos agrícolas por varias razones: había recursos ociosos, la tierra y
fuerza de trabajo de baja calificación; además, la relación producto-capital era más baja
en la agricultura que en la industria.
No vamos a hablar solamente de los diez millones, sino también de otra serie de
ramas, como el programa cafetalero. Al mismo tiempo se proponía una transformación
de la masa ganadera. Algunos recordarán que donde está el Pabellón Cuba, de la calle
23, en el año 65, se hizo una exposición ganadera que promulgaba alcanzar en 1975
una producción de treinta millones de litros de leche diarios. O sea, se trataba de un
conjunto de actividades que involucraba a la agricultura, y junto con eso entra también
el programa de desarrollo arrocero.
Esto generó un cambio en el factor de acumulación del país. A partir de los años 63,
64, más de 30% del Producto Interno Bruto se dedicaba a la acumulación, y en esto estaba
implícito el desarrollo de cultivos como el café —un cultivo permanente—; además, el
cítrico se empezó a valorar como un renglón futuro. Este conjunto de tareas introdujo
una tensión en el país.
S. Díaz, J. A. Díaz Vázquez, J. Valdés Paz
Juan Valdés Paz:
¿Cómo se llevó adelante la Zafra de los diez millones y cuáles fueron sus principales logros
y fracasos?
Selma Díaz:
El primer trabajo investigativo que hicimos arrojó que, resolviendo pequeños cuellos de
botella de las capacidades industriales, el país podía llegar a producir cerca de ocho millones cuatrocientas mil toneladas de caña dentro de las tierras aledañas a los centrales
azucareros. Llegar a diez millones implicaba un proceso inversionista en los ingenios azucareros: cambiar tandems completos, aumentar calderas, etc., que no podían madurar en
el tiempo restante.
Por otra parte, las tierras que esa caña necesitaba ya no existían en las zonas aledañas a
los centrales, y se empezó a sembrar donde hubiera espacio disponible aunque no estuviera cerca de las fábricas. Eso implicó, al final, serios problemas con los traslados. Además,
muchas de las inversiones se terminaron con la zafra empezada. Al mismo tiempo, hubo
problemas de todo tipo; por ejemplo, habíamos trabajado con los técnicos azucareros de
los centrales para definir muy bien cuál era el rendimiento existente en azúcar, y había regiones, como Guantánamo, que por los problemas de la sequía natural de esa zona podía
tener concentraciones de 13 o 13,5 de volumen de azúcar por volumen de caña molida
en un momento determinado; pero había otras, como Bayamo, donde a duras penas se
llegaba a 11,5 de rendimiento azucarero. Por lo tanto, eran muchos los factores en contra
de alcanzar realmente los diez millones.
Julio A.
Díaz Vázquez:
Un dirigente dijo que no se podía hacer diez millones. Tenía razón; sin embargo, estaba
equivocado, pensaba que no iba a haber caña y lo que no hubo fue centrales. La meta
implicaba elevar hasta los sesenta millones de arrobas diarias la capacidad de molida de los
centrales, para lo que eran necesarias la reconstrucción y ampliación de muchos de estos.
La industria no pudo asimilar el programa de desarrollo, de ajuste industrial. Por otra parte,
en dieciocho meses se sembraron cuarenta mil caballerías de caña. Según mi hermano, que
era semianalfabeto, pero tenía una gran sabiduría campesina, el ganado se mueve y la caña
no, por tanto movieron los animales y esto tuvo implicaciones que aún estamos pagando,
pues en el año 67 teníamos siete millones doscientas mil cabezas de ganado, y actualmente
no llegan a cuatro millones doscientas mil. Así, a partir de 1967, comenzó un declive en la
ganadería en Cuba del que no nos hemos recuperado.
El otro elemento que hay que tener en cuenta es que la agricultura no tuvo una estructura
de dirección permanente en la etapa del 64 al 70; ninguna de las que se aplicaron duró más
de tres años. Como también Selma apuntaba, la inestabilidad en las líneas de dirección de
la administración puso en tensión muchas fuerzas; por tanto, se crearon dos organismos
nuevos, el Desarrollo Agropecuario (DAP), y el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos
(INRH). Anteriormente, expresamos que no era solo producir la caña, sino que estábamos
inmersos en un programa de desarrollo ganadero, arrocero, de producción de cítrico, de
café; para ello hubo que traer a colación nuevos organismos que le hicieran frente a ese
cúmulo de actividades. En un momento determinado se dijo que lo grande que estábamos
haciendo entonces no era la Zafra de los diez millones, sino la cantidad de tareas simultáneas,
y todas iban por buen camino.
Ahora bien, en el frente político esta es la etapa en que se pasó de las Organizaciones
Revolucionarias Integradas (ORI) al Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba
(PURSC) y de este al Partido Comunista, el 3 de octubre de 1965. Dos años después aparece
una nueva concepción muy tropical sobre la construcción paralela del comunismo y el
socialismo. En aquella época lo único que se pagaba en el sector de los servicios eran los
sellos de correos, puesto que el teléfono llegó a ser gratis. Luego reconocimos que fue una
etapa de total idealismo.
Además, otro factor era el desgaste causado por el enfrentamiento de clases y la
contrarrevolución armada. Hasta el año 65 duró la lucha contra los alzados en el Escambray.
Eso significó una vasta movilización y grandes recursos.
Traigo aquí cifras que evidenciaban ya en el año 67 que era difícil cumplir la meta. En
el 66 la zafra fue de 4,5 millones de toneladas; al año siguiente fue de 6,1; o sea, en tres
La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva
71
años había que aumentar en casi cuatro millones la producción de azúcar. También hay
que aclarar que la Zafra de los diez millones no fue de ocho meses; arrancó en agosto de
1969 y duró hasta junio del 70.
Se aspiraba a rendimientos por caballería de setenta mil arrobas, lo que no hemos
conseguido, en su conjunto, nunca; y a la vez se planteaba un aumento de la producción
de azúcar por hectárea, cuyos rendimientos tampoco pasaron de cinco toneladas por
hectárea.
La programación de los diez millones se informó el 20 de diciembre de 1969, y debía
cumplirse de la manera siguiente: el 23 de diciembre se lograría el primer millón; el segundo,
el 18 de enero, aproximadamente; el tercero, el 9 de febrero; el cuarto, el 17 de marzo; el
quinto, el 3 de abril; el sexto y el séptimo, el 20 de abril; el octavo, el 7 de mayo, y el noveno
y el décimo se alcanzarían entre el 7 y el 15 de julio. En eso quedó, en el buen deseo, y no
coincidió la programación.
Quiero agregar algo más. Se decía que a partir del 70 la zafra se iba a estabilizar alrededor
de los diez millones de toneladas, o sea, se trataba de mantener esa producción. Se planteaba
que, si eso sucedía, Cuba se iba a convertir en un factor determinante para el precio del
azúcar en el mercado internacional, y eso sería una muestra del poderío que alcanzaba el
socialismo.
En 1792, cuando Francisco de Arango y Parreño preparó su famoso discurso «Cómo
fomentar la producción de azúcar en La Habana», una de las cosas que le decía al Rey de
España era que Cuba lograra sustituir el papel que había tenido Haití hasta aquel momento,
que era el responsable de 50% de la producción mundial de azúcar. A finales del siglo xviii,
Haití producía la mitad del azúcar que se comercializaba en el mercado internacional, y el
azúcar era el principal renglón del mercado. En el año 70, íbamos a volver a conquistar el
papel que otrora tuvimos.
72
Juan Valdés Paz:
Antes de pasar a la tercera pregunta, hay un factor que no quiero dejar de mencionar: la
mecanización del corte de la caña. No resolverlo antes del 70 implicó una movilización
extraordinaria, como nunca: cerca de cuatrocientos mil o cincuenta mil trabajadores para
poder asegurar el corte cañero. Esto introducía una caída de la productividad del trabajo
de los cortadores de caña, lo cual hacía virtualmente inviable la meta, aunque todos los
demás factores hubieran funcionado.
Ahora bien, ¿cuáles fueron los impactos económicos, políticos y sociales de la Zafra de
los diez millones sobre la sociedad cubana?
Julio A.
Díaz Vázquez:
Intentar cumplir el objetivo de los diez millones dislocó todo el sistema de dirección y
administrativo del país, pues poner todos los recursos y el esfuerzo en función de esa
meta hizo que años después, en la etapa que vamos a analizar ahora, entre 1971 y 1975, un
especialista soviético que visitó la Isla dijera que, en términos teóricos, Cuba había vivido
una etapa muy similar al comunismo de guerra de la URSS.
En conclusión, en ese período hay una etapa de transición, que se desarrolló bajo el
principio de «convertir el revés en victoria» y al mismo tiempo de abrir una etapa nueva a
la cual se le llamó de democratización. Se planteó hacer las asambleas obreras, fortalecer
el movimiento obrero; así como atender cuestiones que quedaron descuidadas, como la
construcción de viviendas.
En el año 72 el Comandante en Jefe viajó a todos los países socialistas y, a su regreso, Cuba
se adscribió al CAME. Posterior a este hecho hay tres momentos que yo destaco. El primero es
el discurso del 26 de julio de 1973, en Santiago de Cuba. Allí, Fidel manifestó que los errores
cometidos había que afrontarlos con la voluntad de transformar.
Luego, en el año 74, durante el VIII Congreso de la CTC se propone volver al pago de
acuerdo con la cantidad y calidad del trabajo; se rescata el papel de los sindicatos, y esto
culmina en el 75 con el I Congreso del PCC, del cual quiero destacar, como elemento de
gran peso, la aproximación al sistema de dirección y planificación de la economía de los
países socialistas; es decir, de manera oficial se reconoció que el sistema para dirigir esa
esfera recogía las experiencias de los países socialistas, pero fundamentalmente las de la
S. Díaz, J. A. Díaz Vázquez, J. Valdés Paz
URSS. Al respecto, podría decirse que, en los cincuenta años de Revolución, el país no ha
tenido un sistema integrado de gestión y dirección de la economía; el ejemplo más evidente
es la relativa autonomía de las empresas. Por lo tanto, es válido analizar, cuarenta años
después, la Zafra de los diez millones.
Selma Díaz:
Quiero referirme a las cuestiones prácticas. En el momento concreto de la Zafra yo estaba
en Oriente. La cuestión de las batallas simultáneas significaba una enorme cantidad de
inversiones. Por ejemplo, en el arroz, que empezaron con desmontes en toda la cuenca
del Cauto e inversiones en canales, secadoras, pueblo y, a la vez, una gran movilización
de gente hacia esos lugares. Hubo ministros dirigiendo centrales, porque los cuadros más
importantes se designaron para garantizar este proceso. En Oriente se cerraron todos los
centros nocturnos, no se podía comprar una botella de ron en ninguna parte. Cuando
estábamos en plena zafra hubo que pedirle permiso al comandante Guillermo García,
que estaba dirigiendo la provincia, para darle algunas botellas de ron a los que estaba
cortando caña bajo la lluvia. Al terminar la zafra, en Santiago de Cuba había descontento,
y Fidel estuvo varios días allí, recorriendo las calles, hablando con la gente. Hubo unas
discusiones gigantescas en la Universidad de Oriente, con muchachos que discrepaban de
un sinnúmero de problemas. Además, también influyó que el comandante Guillermo, con
lo de las batallas simultáneas, teniendo que dirigir los planes de arroz, el café, los cítricos
y la caña, había trasladado la dirección de la provincia hacia Bayamo, lo que Santiago de
Cuba jamás le perdonó. Fidel designó al cuadro de dirección que consideró mejor para
manejar la situación existente en esa provincia: Juan Almeida. Esas fueron algunas de las
consecuencias sociales, que todavía no han sido analizadas por la academia.
La zafra del 70 tuvo muchas secuelas. Yo tenía la convicción, desde mucho antes, de que
no se podían hacer los diez millones; había estado llevando todas las inversiones, tanto de
los centrales como de la caña. Pasé los últimos meses entre Guillermo García, movilizado
en el central Antonio Guiteras, moliendo caña de todos los lugares; Armando Hart, en el
Amancio Rodríguez, con caña de Camagüey y Oriente; y Bibinito Betancourt en Banes,
moliendo en los centrales de Holguín. Querían que yo estuviera en todos los lugares al
mismo tiempo. El nivel de locura, de desesperación era tremendo porque estaba, además,
el compromiso de todos, aun de aquellos que no creíamos que esa meta era posible.
Juan Valdés Paz:
El panel ha ofrecido una mezcla de testimonios sobre cómo se vivió aquel proceso y de
la perspectiva que desde hoy este nos merece. Puede ser esta también una pauta para las
intervenciones del público, al cual le doy la palabra.
Yoss:
Es significativo que al cabo de cuarenta años estemos tratando de entender qué significó
la Zafra de los diez millones. Aquel fue un evento fundamental, donde el concepto de
Revolución que existía hasta ese momento, de haber logrado la victoria en todo, chocó
con la realidad.
No puede decirse que la Zafra ya fue estudiada, porque si así hubiera sido no se hubieran
cometido los mismos errores; por ejemplo, en el Cordón de La Habana, o con la ganadería.
Se cometió el error de acallar a los que dijeron: «No es posible». Ciertamente la capacidad de
las tierras de Cuba era suficiente para producir diez millones, pero los centrales no podían
moler toda la caña que hubo, y quedaron cientos de toneladas de caña cortada durmiendo
en el campo. Eso ocurrió porque en un momento determinado había camiones que llevaban
caña de una provincia a otra, lo cual es un absurdo económico. Se trató de saltar, y creo que
se ha mencionado un elemento clave, del capitalismo al comunismo directamente, sin pasar
por el socialismo. No se convierte un país agrario en agroindustrial de un día para otro.
No se habla mucho de las consecuencias sociales que tuvo aquella zafra. Analizar esto
implica, sobre todo, la posibilidad de que no se vuelva a cometer el error.
Julio Travieso:
La historia está para que la veamos constantemente, porque el juicio que tuvimos ayer no
es el de hoy ni será el de mañana. Este período de la Zafra de los diez millones es más que
un problema económico, tecnológico y político; es con mucho un problema sociológico
La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva
73
importantísimo, y de valores, porque de repente los cubanos de aquella época nos
encontramos con un machete en la mano en el proceso de la zafra. Se cerraron centros de
diversión, de recreación, en cierta medida se dividió la familia cubana, porque si alguien
estaba cortando caña un año no podía atender a su esposa. En algunas oportunidades ese
proceso llevó a hechos heroicos, pero también a mucho oportunismo.
Ahora mi pregunta es: ¿por qué diez millones? Si se hubiese dicho: «Vamos a hacer la
zafra más grande de nuestra historia», no hubiese habido fracaso político, porque así fue.
Entonces, ¿por qué diez, por qué no once, o nueve y medio?, ¿cuál es la explicación y de
dónde salió este número que al final llevó al fracaso político?
Ramón García:
En aquel año 70 lo que entra en crisis no es una zafra, o un programa, sino toda una
concepción de desarrollo que luego jamás se discutió. El rostro de esa concepción que se
ha mantenido de zapa ha variado en el tiempo, alguna vez se llamó desarrollismo; otra,
industrialismo; y hoy es «eficientismo».
Alexander Correa:
El arco temporal del 59 al 60 es diferente al que tiene lugar del año 61 al 63, o del 63 al 65,
y del 65 quizás al 70. En términos económicos también hay razones para afirmar que, aun
cuando los acuerdos comerciales que se firmaron con la URSS en el año 64 comprometieron
el desarrollo cubano, no hay un continuo ni en el proceso político cubano ni en las
consecuencias que ese proceso tiene en la sociedad. Curiosamente esta zafra, que empieza
en el 65, es la que tiene más proyectos de estímulo a los trabajadores: incluía hasta quinientos
viajes, mil motocicletas, dos mil refrigeradores, vacaciones pagadas. Un año antes en Cuba
se había zanjado una discusión muy fuerte en torno a dos modelos; lo que se discutía, a
la larga, no solo era el modelo político, sino también el de desarrollo cubano. Ello queda
resuelto tácitamente con la salida del Che Guevara de Cuba y la de Carlos Rafael Rodríguez
del INRA. En este contexto hay un diferendo político-ideológico muy fuerte con la URSS,
de lo que prácticamente no se habla, y habría que analizarlo de ese modo.
Julio decía que se quería estabilizar para el año 70 una producción anual de diez millones.
Sería provechoso hablar de esto en el contexto de la lucha contra la burocracia, una corriente
prosoviética que está trabajando en el interior de las filas del poder revolucionario y que
tiene en la práctica un intento de golpe de Estado a finales del 67, principios del 68. Me
gustaría que se relacionara el diferendo ideológico y político con el tema de la Zafra de los
diez millones.
Ana Vera:
Gladys Marel
García:
74
Si asumiéramos este debate de hoy como un ejercicio de reflexión para aprender de los
errores y los aciertos, replantear procedimientos, entonces sería pertinente que el panel
conectara este análisis de los errores del 70 con los problemas azucareros actuales. Seguimos
arrastrando problemas azucareros, muy graves, estrechamente relacionados con aquella
política económica, que tiene que ver con una insuficiente consideración del papel que la
ciencia debe desempeñar en la proyección del desarrollo, por encima de la política.
Los errores de la zafra del 70 los vivimos en la actualidad, porque la voluntad política a
veces soslaya la voluntad del saber y del conocimiento. ¿Qué sucedió en aquella zafra?
Entonces no se tuvo en cuenta, para el mantenimiento de los centrales y la ampliación de
los tandems azucareros, la experiencia de sus trabajadores, ni la de los maestros de azúcar
y los técnicos que podían analizar si se podía o no cumplir la meta. Ese desconocimiento
es lo que nos lleva a cometer errores.
Por otra parte, aquellas siembras masivas en tierras arroceras que no podían producir
una caña con rendimiento azucarero, es otro de los grandes errores cometidos. Por ejemplo,
en Las Villas hubo un gran debate, resultado del cual los campesinos debían dedicarse
solamente a la zafra. En Yaguajay, los campesinos tenían que sembrar la tierra de noche,
con faroles, para satisfacer su alimentación cotidiana.
Y por último, la consecuencia más grave fue el CAME; y, en el 70, cambiar el modelo,
lo que trajo graves implicaciones.
S. Díaz, J. A. Díaz Vázquez, J. Valdés Paz
Juan Valdés Paz:
Devuelvo la palabra al panel.
Selma Díaz:
La cifra de diez millones fue una decisión personal del compañero Fidel Castro. Nosotros
discutimos con él el trabajo que habíamos concluido en la agricultura, la evaluación de
cada uno de los ciento cincuenta y cuatro centrales existentes, y que, según los resultados,
podríamos llegar aproximadamente a los ocho millones doscientas mil o trescientas mil
toneladas. Le proponíamos ocho millones quinientas mil; en la primera reunión él nos
dijo: nueve millones. Eso no era lo que le habíamos planteado, pero era posible si se resolvían algunos problemas. En el 64, sin debate, de nueve se pasó a diez millones, y ya esa
meta era imposible.
Se determinó dejar solo sesenta centrales funcionando en la Isla. Como planificadora
física, como responsable del desarrollo territorial de este país puedo decir que teníamos
en Cuba la enorme ventaja de una industria ubicada en el territorio, donde había ciento
cincuenta y cuatro centrales. Estos por lo menos seis meses al año tenían una fuerza
calificada de primer nivel que residía allí, y en torno a ese potencial nos fue extremadamente
fácil estructurar el desarrollo territorial y la nueva división político-administrativa. En
general, nuestra población se distribuye de acuerdo con las capacidades agrícolas y de
la industria azucarera. Cuando en los años 90, me enteré de la decisión de desactivar esa
cantidad de centrales, para mí fue un día de duelo personal. Existía la posibilidad de tener
un centro de promoción de cultura industrial; nuestros ingenieros azucareros eran de
lo mejor que existía en el mundo. Utilizando esos centrales para producir sencillamente
derivados azucareros hubiéramos podido tener una de las industrias más florecientes de
toda América Latina. Hoy, Brasil está produciendo en gran medida alcohol y no azúcar.
Las industrias derivadas del azúcar son infinitas, hasta plásticos se puede hacer.
Julio A.
Díaz Vázquez:
Muy pocos de los especialistas que conozco compartieron la idea del desmantelamiento de
la industria azucarera. En este sentido, hay que agregar un elemento: el papel integrador, lo
que los economistas llaman «efecto hacia delante» y «efecto hacia atrás», que tiene o tenía la
industria azucarera en este país. Eso no lo ha podido resolver el turismo que supuestamente
era con el que se iba a sustituir esa industria.
No se puede hacer política social con la economía, y cuando hablamos de eficiencia
hay que unirla con el hecho de la democratización. Para ganar en eficiencia hay que
institucionalizar el mercado, si no hay mercado jamás habrá eficiencia. Es necesario llegar
a un consenso con respecto a qué debemos hacer, cómo enfrentar a realidad teniendo en
cuenta experiencias pasadas. Tenemos que pensar cómo actualizar nuestro modelo a partir
del reconocimiento de que al modelo soviético la historia ya le pasó la cuenta.
Juan Valdés Paz:
En la perspectiva histórica, el socialismo cubano repite una vez más lo que han tenido
todas las experiencias socialistas: la intención de dar un gran salto. Este ha sido un fracaso,
y de él se ha aprendido y se ha iniciado un nuevo curso de desarrollo, nuevas estrategias.
Podemos tomar experiencia histórica de los diez millones como el intento fallido de un
gran salto que nos permitió rectificar nuestras estrategias de transición.
Por otra parte, hay que analizar los factores internacionales en el período del que hemos
hablado, el de mayor agresividad de la política de los Estados Unidos hacia Cuba; también
hay que recordar nuestros numerosos diferendos con la URSS, con China —nuestro segundo
partner—, y esta prosapia nuestra tercermundista.
En este período intentamos un socialismo nacional. A estas alturas de la historia, los
chinos dicen que el suyo es un «socialismo con características propias», los vietnamitas
lo repiten; los venezolanos, que el de ellos también es nacional. Nosotros quisimos en los
60 que fuera cubano y no lo hicimos bien, pero quedó sentada la necesidad de construir
mejor un socialismo autóctono.
Aunque hemos abordado algunas dimensiones, faltan otras; por ejemplo, la ideológicocultural. Aquel fue el período de mayor heterodoxia y sería interesante saber por qué la
dirección es heterodoxa en unos aspectos y dogmática en otros.
La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva
75
Este es el período donde llegamos al punto de promover, en el orden de la sociedad y de
la gestión, un modelo vertical que iba desde la participación directa de las fuerzas armadas
en gestiones económicas hasta disolver los organismos centrales para crear «puestos de
mando». La consecuencia de este modelo es una seria restricción de la democracia, pues
las decisiones se toman y no hay discusión.
Sufrimos demasiado tratando de conseguir una meta, pero nos la creímos. Aquel fue el
momento en que la sociedad cubana ha tenido un mayor nivel de movilización en la lucha
por una meta fijada por la dirección de la Revolución. El llamado a cumplir con el honor
nacional logró mover, como nunca antes ni después, a la sociedad cubana.
Lo mejor que tuvo esa mala experiencia es que pasamos a una nueva estrategia de
transición socialista, que, como ya se mencionó, también tuvo sus limitaciones. Lo que
está en pie ahora es preguntarnos cuál es la nueva estrategia de transición socialista en la
que estamos o estaremos en los próximos años. Agradezco profundamente una asistencia
tan masiva.
Participantes:
Selma Díaz. Arquitecta.
Julio A. Díaz Vázquez. Profesor consultante. Centro de Investigaciones de la Economía
Internacional (CIEI).
Juan Valdés Paz. Sociólogo.
76
S. Díaz, J. A. Díaz Vázquez, J. Valdés Paz
ENTRETEMAS
Definir el modelo agrícola al cual se aspira,
determinar los elementos básicos
y sistémicos que ayudan a conformar
una política agraria, aspectos
estratégicos dentro del significativo proceso
de transformaciones en la política
económica y social cubana;
visiones controvertidas sobre el modo
en que el sistema económico funciona
en países de regiones tan distintas
como Europa centroriental,
Asia continental y Cuba.
Singular propuesta que ofrece esta sección
de Temas para aquellos que,
desde cualquier lugar del planeta,
aprecian la lectura de textos que invitan
a la reflexión y al debate
sobre asuntos trascendentes
de la contemporaneidad.
Teoría y práctica
en los Lineamientos
de la política económica
y social
Armando Nova González
Profesor e investigador.
Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC).
U
n interesante y significativo proceso de
transformaciones, identificado como
actualización del modelo económico, ha
comenzado en todos los sectores de la
economía cubana, con notables implicaciones en
los aspectos sociales y políticos de la nación. Estas
transformaciones han quedado recogidas en los
Lineamientos de la política económica y social del
Partido y la Revolución,1 aprobados en el VI Congreso
del Partido Comunista de Cuba, en abril de 2011, y
ratificados en la Conferencia del PCC, celebrada en
febrero de 2012.
Algunos analistas han planteado que los Lineamentos
reflejan el qué, pero es necesario el cómo llevarlos a la
práctica. A la vez, han señalado que estos no especifican,
al menos de forma explícita, el modelo económico al
cual se aspira; ello se debe, en lo fundamental, a que no
se aprecia una estrategia bien definida, quizás existente,
pero no pública.
Luego del discurso pronunciado por el presidente
Raúl Castro, el 26 de julio de 2007, en Camagüey, el
PCC convocó a reflexionar sobre lo allí planteado. Esto
dio lugar a 215 687 reuniones de estudio y reflexiones,
calificadas de necesarias y útiles, en las que participaron
más de cinco millones de cubanos. Tal proceso, en
ocasiones identificado como una especie de plebiscito
por su masividad, dio lugar a más de un millón
trescientos mil planteamientos. Estos, resumidos,
78
Armandon.Nova
González
72: 78-82,
octubre-diciembre de 2012
constituyeron la cantera de 313 Lineamientos finales
(lo que pudiera llamarse el qué): un documento guía
sumamente importante, como punto de partida para
implementar las transformaciones económicas.
Interrogantes y reflexiones
No obstante, el análisis de los Lineamientos motiva
algunas consideraciones desde el punto de vista
teórico-metodológico y, a la vez, conduce a algunas
reflexiones e interrogantes:
1. ¿Hacia dónde se encaminan los cambios? No se aprecia
de forma clara la estrategia a seguir. No están definidos
algunos conceptos importantes, lo que puede conducir
a diversas interpretaciones y errores.
2.¿A qué socialismo se hace referencia? ¿A los pocos
aspectos tratados por los fundadores del marxismo
sobre el socialismo (necesario punto de partida)? ¿Al
modelo de socialismo planteado por Lenin a partir
de la NEP (Nueva Política Económica)? ¿A la base de
un modelo económico-social-político propio, cada
vez más justo, con la mayor equidad y democracia
alcanzable, con profundas raíces en la frase martiana
«Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el
tronco ha de ser el de nuestras repúblicas»?
En este terreno se manifiestan retos importantes:
¿Cómo caracterizar esencialmente la relación
socialista? ¿Cómo lograr que en el modelo que se
proponga la relación dominante sea la socialista
de acuerdo con la caracterización anterior? ¿Cómo
garantizar la producción del excedente socialista
caracterizado y su acumulación más conveniente?
3.El tema de la propiedad resulta de vital importancia
porque constituye la base económica sobre la cual se
erige la superestructura de la sociedad y determina
las formas de distribución y los ingresos de los
productores y la población en general.2
• La existencia de diversas formas de propiedad en
el proceso de tránsito hacia una sociedad socialista
fue prevista por los clásicos del marxismo. La
propiedad socialista debía demostrar en la práctica
su superioridad en eficacia y eficiencia sobre las
otras que coexistieran con ella, para poder regular
el proceso de construcción socialista a escala
social.
• En su artículo «Sobre las cooperativas» Lenin
expresó: «El régimen de los cooperativistas cultos
es el socialismo».3 El cooperativismo, en todos los
sectores económicos, puede ser el camino más
adecuado para el paso de la propiedad privada
capitalista a la propiedad social.
4.Algunas políticas estratégicas, como la referida al
sector agrícola, no son lo suficientemente abarcadoras
ni están concebidas de manera sistémica, dentro
del sector y en relación con otros (conocido como
efecto multiplicador). Ello genera la carencia de una
definición propia de dicha política, lo que da espacio
a suposiciones sobre el modelo agrícola al que se
aspira, de modo consecuente con la no definición
del modelo económico que se pretende alcanzar.
5.En el documento no se aprecia un enfoque
sistémico.
En el proceso de discusión de los Lineamientos no
se partió de un diagnóstico de la situación económicosocial. El debate se desencadenó como una especie
de tormenta de ideas. Dicho proceso era necesario,
pero no fue suficiente. Hubieran sido aconsejables
dos medidas:
1.Realizar, de forma previa, un análisis y valoración
de la situación del país, con los representantes de las
ciencias sociales, para obtener sus puntos de vista, y
con ellos nutrir el documento de conceptos básicos
y ciertas definiciones, que hicieran más explícito
a dónde se pretende llegar, así como la estrategia
necesaria para lograrlo.
2.Ampliar el proceso de participación; es decir, hacer
extensiva previamente la discusión del Proyecto
de Lineamientos a las ciencias sociales, y luego
a la población en general. Lo anterior hubiera
contribuido a conformar un documento más
abarcador y preciso.
Proceso metodológico
Lo más recomendable sería partir del análisis y
valoración de una situación actual (el diagnóstico de la
economía), que comprenda los problemas y dificultades
endógenas y exógenas existentes, y tener en cuenta
cómo el factor tiempo incide en su agravamiento y en
el surgimiento de otros nuevos. Resulta importante
reconocer y medir no solo las debilidades, sino también
las fortalezas con que cuenta o dispone la economía,
que puedan contribuir de forma efectiva en la solución
de los problemas y lograr los objetivos previstos.
Luego es preciso pasar a una segunda fase: la
situación deseada. Se parte de un modelo económico
que no funciona; es necesario uno nuevo que resuelva
los problemas de la economía y la sociedad, que sea
sostenible y se proyecte más allá de la propia solución
de los problemas actuales.
Lo anterior exige trazar una estrategia; para
ello se requiere elaborar y establecer políticas con
una expresión concreta en el territorio y que se
interrelacionen con la macroeconomía; a la vez, hay que
crear los instrumentos y mecanismos que posibiliten
implementar las políticas trazadas, para alcanzar la
situación deseada.
Ejemplificar este proceso con un tema concreto y
a la vez estratégico como la producción de alimentos,
ayudaría a interpretar lo anteriormente planteado, a
definir el modelo agrícola al cual se aspira, la diversidad
en las formas de propiedad y tenencia de la tierra, la
descentralización, la autonomía; encauzado a lograr la
realización de la propiedad4 y con ello el cierre exitoso
del ciclo productivo. (Ver Gráfico 1)
Ahora bien, ¿cuáles son los elementos básicos
y sistémicos que ayudan a conformar una política
agrícola? Una posible respuesta puede estar contenida
en la siguiente relación.
Política sobre la tierra
• Entrega de la tierra a los agricultores, bajo un
contrato para la producción, el cual deberá reconocer
las obras de infraestructura, la vivienda, así como
aspectos hereditarios.
• El período de entrega en años debe considerar la
vigencia de las leyes económicas y biológicas del
sector agropecuario, así como el ciclo de los cultivos
(temporal, semipermanente y permanente) y los
tipos de ganadería.
• A su vez, el campesino deberá hacer producir la
tierra, sin pagar al gobierno durante un período
de gracia, que le permita el despegue económico.
Luego se deberá efectuar el cobro por la tenencia y
uso de la tierra, lo que significaría un arriendo,5 y al
mismo tiempo constituiría un paso importante para
Teoría y práctica en los Lineamientos de la política económica y social
79
Gráfico 1. ¿Hacia dónde vamos?
Diagnóstico (situación actual)
• Elevados niveles de importación de alimentos
• Elevado nivel de tierras ociosas
• Bajo nivel de exportación de bienes (producción
nacional)
• Grado elevado de descapitalización
y desindustrialización agroindustrial
• Infraestructura deteriorada (pero existente)
• Falta de liquidez en divisas
• Desarrollo científico-técnico
• Capital humano
Situación deseada
• Lograr mayor seguridad alimentaria
• Mayor disponibilidad de alimentos
• Acceso de la población (salario nominal y real, presupuesto
de gastos e ingresos de la población)
• Resultado (calidad de los alimentos)
• Aumento de exportación de bienes
• Sustitución de importaciones
• Una agroindustria bioenergética de la caña de azúcar,
utilización de otras fuentes de biomasa y demás fuentes
de energía renovables
• Desarrollo industrial
Estrategia
Establecer políticas (se concretan en el municipio)
• Uso y explotación de la tierra agrícola
• Diversidad y participación directa de los productores
en el mercado mayorista y minorista de productos
agropecuarios
• Simplificar estructuras organizativas y funciones
• Descentralización
• Mejoramiento y conservación de suelo, desarrollo
forestal, lucha integrada contra plagas-enfermedades.
• Utilización y protección de recursos hídricos
• Inversión Extranjera Directa (IED)
• Programa energético
• Libre contratación de fuerza de trabajo
el reconocimiento y derecho del productor sobre
la propiedad económica de la tierra —beneficiado
por el Decreto Ley 259 (ahora 300)—, además de
la ya reconocida propiedad jurídica (el Estado).
Asimismo, ello contribuye a delimitar la gestión de
gobierno de la empresarial.
80
Crear instrumentos
• Distribución de tierras ociosas
• Establecer y consolidar un mercado de insumos, servicios,
maquinaria, equipos, implementos
• Créditos, microcréditos, financiamientos, seguro,
proyectos agrícolas-productores
• Eliminar barreras de acceso a los productores y productos
al mercado de libre oferta-demanda
• Crear asociaciones de productores
• Mayor grado de autonomía
• Acceso de todos los productores a la IED
• Fuentes de energía renovable
costos de la vida con los derechos de aduana, y aún podrá,
con lo que ha de sobrarle reunir en sus manos y gobernar
por sí todos los medios de comunicación necesaria para la
felicidad humana que por no poder existir sin el elemento
nacional de la tierra, pertenecen de derecho a la Nación
para el beneficio de sus habitantes.7
En este tema resulta un aspecto importante lo
referente a la renta diferencial de la tierra, de acuerdo
con la calidad del suelo, la disponibilidad de agua y
la ubicación geográfica. En la relación contractual
entre el productor que la ocupa y el jurídicamente
propietario quedarán reflejadas las obligaciones de
ambos (sobre todo para este último), en la conservación
y mejoramiento del medio de producción más
importante del sector agropecuario.
Los fundadores del marxismo trataron con precisión
el desarrollo de las formas cooperativas y la utilización
del arriendo en los diversos sectores económicos
y en particular en el agrícola: «Los latifundios de
los Junkers del Elba pueden entregarse en arriendo
sin dificultad, asegurándose la necesaria dirección
técnica, a los braceros y jornales de hoy y cultivarse
colectivamente».6
También José Martí, al analizar la obra del
economista norteamericano Henry George, opinó
sobre la tierra y el arriendo:
Política sobre el riego, drenaje, conservación y
mejora de suelos
Examen hondísimo de los males humanos y sus
causas [que] llega a asentar que todo el mal viene de la
acumulación de la tierra en manos privadas, y sostiene
que el problema de la pobreza no tiene en estos pueblos
grandes más remedio que ir convirtiendo pacíficamente
por una reforma en la tarifa toda la tierra, que la
naturaleza creó para todos los hombres, en propiedad
nacional, por cuyo uso pague el ocupante a la comunidad,
explótelo o no, el alquiler de la tierra que ocupa, el cual irá
como contribución única a pagar las legítimas expensas
del Erario, quien no tendrá en esa manera que agravar los
• El gobierno toma la iniciativa en las inversiones para
facilitar el uso de esa tecnología. Destina importantes
partidas financieras en el Presupuesto para acometer
obras hidráulicas.
• El gobierno asume los servicios empresariales
de riego y drenaje como actividades de servicios
públicos.
• El productor agrícola se hará cargo del pago de
cuotas por uso del servicio hidráulico (teniendo en
Armando Nova González
cuenta un período de gracia, que permita el despegue
necesario de la producción).
• El gobierno velará por la conservación y uso
adecuado del suelo y asumirá la mayoría de las
inversiones necesarias para su recuperación, su
conservación, así como la mejoría de su fertilidad.
Política sobre variedades de cultivo y razas
de animales certificados y la introducción de
los logros científico-técnicos
• El gobierno dará prioridad al tema de la reproducción
vegetal (semillas) y animal sobre bases científicamente
certificadas y lo hará con fuentes nacionales e
importadas.
• El gobierno y las autoridades territoriales estimulan
y facilitan a los productores la compra e introducción
de semillas certificadas y pies de cría animal.
• Es necesario implementar entre los productores
sistemas de divulgación (publicaciones, guías, etc.),
que permitan hacer extensivos los resultados de las
investigaciones en el sector agrícola, para lograr la
introducción de nuevas variedades agrícolas y razas
de ganado.
Política de crédito
• Es preciso constituir un Banco agrícola especializado.
• Implantar un procedimiento simple, mejorado y
gradual para incrementar el número de préstamos
a los productores.
• El sistema bancario apoyado en las organizaciones
territoriales establecerá formas de transacción y
sistemas de financiamiento novedosos, a fin de
propiciar y aprobar créditos para los agricultores
con la correspondiente contrapartida material
expresada en los mercados de insumos y medios de
producción.
Política de liberalización de la producción
agrícola, insumos y equipos
• Establecer mercados de insumos y medios de
producción, basados en los mecanismos de mercado,
y buscar nuevas modalidades de financiamiento que
contribuyan a establecer dicho mercado.
• Reducción y simplificación de estructuras
organizativas intermedias, que separan al productor
del destino final y le imposibilitan tomar sus propias
decisiones.
• Liberalizar, de forma gradual, pero dinámica, la
comercialización de los productos agrícolas y
ganaderos, en correspondencia con el incremento de
la disponibilidad de alimentos. Eliminar monopolios
y oligopolios, así como hacer una libre conformación
de precios con el correspondiente monitoreo
y su interrelación con los precios del mercado
internacional.
• Todas las producciones deberán ser vendidas, bajo
contrato, a las empresas, a precios de mercado, y un
significativo destino final al mercado libre.
• Permitir a los productores exportar productos
agropecuarios, mediante vías organizadas al efecto,
y excluir solo productos claves.
Política sobre la agroindustria de la caña de
azúcar
• Recuperación de la agroindustria de la caña de azúcar
sobre la base de una agroindustria bioenergética
productora de alimentos con destino humano y
animal, generadora de energía renovable (alcohol,
gas metano), y de otras materias primas y derivados
con alto valor agregado para la industria nacional y
fondos exportables.
Política sobre la inversión extranjera
• Ampliar gradualmente las modalidades de
participación de la inversión extranjera de forma
directa con los productores.
Algunas consideraciones finales
Todo camino se inicia con el primer paso; este ya
está dado, está a tiempo de subsanar determinada
ausencia de aspectos teóricos-conceptuales. La
actividad práctica de los seres humanos se halla unida
obligatoriamente a la actividad cognoscitiva y puede
superar las expectativas.
La ciencia ofrece cuantiosos datos confirmativos
de la concatenación y condicionamientos de objetos
y fenómenos. El estudio del mundo como un todo
y el examen de las concatenaciones universales
constituyen una importante función de la dialéctica
materialista. Reflejo de ellas en la conciencia de los seres
humanos son las leyes y las categorías de la dialéctica
materialista.
Conocer las leyes es condición indispensable de
la actividad práctica de los seres humanos. En ello
consiste, precisamente, la misión de la ciencia, así como
en pertrechar con ellas la práctica. Teoría y práctica
conforman una unidad dialéctica.
Disponer de una estrategia —y hacerla explícita—
en la que participe la sociedad en su conjunto, pero
sobre todo los representantes de las ciencias sociales,
constituye un elemento indispensable para alcanzar el
modelo económico-social al cual se aspira.
Teoría y práctica en los Lineamientos de la política económica y social
81
Notas
1. Véase Partido Comunista de Cuba, Lineamientos de la política
económica y social del Partido y la Revolución (Resolución aprobada
en el VI Congreso del PCC, junio de 2011, disponible en www.
congresopcc.cip.cu).
2. Armando Nova, «La propiedad en la economía cubana», Boletín
CEEC (CD), La Habana, agosto de 2011.
3. Vladimir I. Lenin, «Sobre las cooperativas» [1923], Obras
completas, t. 45, Editorial Progreso, Moscú, 1987, p. 389.
4. Es decir, el derecho del productor de poder decidir, qué debe
producir, a quién vender lo producido, a qué precio, el acudir a un
mercado de insumo, para comprar los medios necesarios y en el
momento oportuno, con el objetivo de lograr el cierre exitoso del
ciclo productivo.
5. Ley 59 «Código civil», de 16 de julio 1987, Gaceta Oficial de
Cuba, La Habana, 15 de octubre de 1987: Artículo 140. El Estado
puede conceder derechos de usufructo o superficie sobre tierras
de propiedad esta­tal. También puede conceder en usufructo o
arrendamien­to medios de producción, terrenos, edificaciones,
instala­ciones industriales, turísticas o de cualquier tipo, de con­
formidad con lo dispuesto en la ley.
6. Carlos Marx y Federico Engels, «Engels a Otto Von Boennigk»
[1890], Obras escogidas, t. I, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p.
716.
7. José Martí, Obras completas, t. 7, Editorial Nacional de Cuba,
La Habana, 1963.
82
Armando Nova González
U
U
Transición económica:
luces y sombras.
Entrevista
a Grzegorz W. Kolodko
Ricardo Torres
Profesor e investigador.
Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC).
G
rzegorz W. Kolodko, profesor de economía
política en la Universidad Kozminski,
en Varsovia, es considerado uno de los
académicos más importantes en el área de
las políticas de desarrollo económico. Ha publicado
alrededor de cuarenta libros. Fue viceprimer ministro
y ministro de Finanzas en Polonia entre 1994-1997 y
2002-2003, durante algunos de los momentos decisivos
de la transición en su país. Entre el 20 y el 22 de junio
del presente año, el destacado intelectual participó en el
Seminario Anual sobre Economía Cubana y Gerencia
Empresarial, organizado por el Centro de Estudios
de la Economía Cubana y efectuado en La Habana.
Durante esas jornadas ofreció una conferencia sobre
las características y el estado actual de la transición en
Polonia. Y concedió la presente entrevista.
Ricardo Torres: ¿Qué es para usted la transición?,
¿equivale únicamente a la restauración capitalista en
Europa oriental y Rusia?
Grzegorz W. Kolodko: No, en lo absoluto. La noción
de transición o transformación, que no es lo mismo,
implica mucho más que eso. Pero a veces la discusión
sobre los cambios dentro del sistema de economía
socialista deriva hacia la transición o transformación
poscomunista.
Sin embargo, cuando contemplamos los procesos
que tienen lugar en sitios tan distintos de la economía
del mundo contemporáneo como los Estados Unidos
o los países árabes, los vemos como un tipo de
transformación o transición hacia algo nuevo, distinto.
Desde las perspectivas semántica y lógica, diría que la
transición implica un desplazamiento, un movimiento
de un sistema a otro. Y si hablamos del cambio de una
economía socialista centralmente planificada a una
capitalista de libre mercado, entonces se trata de una
transición que conduce a la economía de mercado o
al sistema capitalista.
No estoy poniendo un signo de igualdad entre
mercado y capitalismo, que es otro asunto. Por lo tanto,
un segundo comentario sería: lo que está ocurriendo
en Europa centroriental, Rusia y las repúblicas
postsoviéticas no es una restauración del capitalismo.
En ellas se construyen nuevos arreglos institucionales.
De modo que no están regresando al capitalismo. La
restauración implicaría una recreación de algo que
había existido. Y este no es el caso.
Usted podría hallar en mis primeros libros una
suposición referida a que el socialismo de la Europa
centroriental fue erigido en un momento inicial como
contraposición a un tipo particular de capitalismo y
luego evolucionó sobre sus propias bases. Es decir,
al principio todo funcionó como antítesis. En el
capitalismo existía una cantidad desproporcionada
de propiedad privada; por lo tanto, para el socialismo,
la estatal debía ser dominante. En el capitalismo la
Transición económica: luces y sombras.
n. 72: 83-92,
Entrevista
octubre-diciembre
a Grzegorz W.de
Kolodko
2012
83
maximización de la ganancia era la fuerza impulsora
de la expansión económica; por ello, en el socialismo
se supone que sea la satisfacción de las necesidades del
pueblo. En el capitalismo era esencial el mercado, de
modo que nos deshacemos del mercado e introducimos
mecanismos de planificación, etcétera.
Ahora, Polonia, los países de Europa centroriental,
Rusia, más de treinta naciones con cuatrocientos
millones de habitantes —y dejando a un lado a China,
a Viet Nam y a algunos otros países asiáticos—, están
inmersos no en la reconstrucción de las estructuras del
viejo sistema, sino en una especie de huida hacia adelante,
en dirección a una economía de mercado diferente, que
ha tomado en cuenta la etapa contemporánea de la
revolución tecnológica, la globalización desenfrenada,
e importantes desplazamientos culturales y políticos.
Al describir, explicar y analizar todo el proceso
no debemos recurrir a términos como socialismo
o capitalismo, porque entonces el debate se enreda
en algún contexto ideológico que no siempre es
suficientemente pragmático para hallar buenas
respuestas a las muchas preguntas que tenemos.
Digamos, pues, que este es el paso de una economía
centralmente planificada, en la cual predomina la
propiedad estatal y bajo control burocrático, a una
de libre mercado y abierta, desregulada, basada en
la propiedad privada. Quedan muchos signos de
interrogación, más allá del modelo preciso a donde
vamos. Es un proceso sin límites fijos.
Hace poco más de veinte años, en Polonia sabíamos
adónde apuntábamos. Teníamos en la mirilla el sistema
de mercado que existe en la Unión Europea (UE), en lo
que incidía nuestra ubicación geográfica: ser el país más
centroeuropeo. Nos convertimos en nación europea
desde una perspectiva geopolítica, y puesto que existe
la UE —institución importante y exitosa agrupación
integradora, a pesar de sus recientes crisis— resulta
obvio que si decidíamos aproximarnos más al sistema
de mercado deberíamos estar en disposición de tomar
todo lo posible del patrón de mercado euroccidental,
que sigue las líneas del accord communautaire;1 es
decir, la desregulación de la actividad económica. Por
lo tanto, sí sabíamos el objetivo de esta transición, de
dónde a dónde iba.
Fue distinto para Rusia, que conocía el punto de
partida —una economía burocrático-centralizada de
tipo soviético—, pero no podía decir a dónde iba,
apenas «a un futuro mejor». Todo el mundo va hacia
un futuro mejor, al menos eso creen las personas, y los
políticos lo prometen. Sin embargo, ¿qué significaba
esto para Rusia? Ellos siguen teniendo un problema
muy grande.
Nosotros decidimos que lo mejor para Polonia es
la economía de mercado del tipo que tenemos en la
UE, y casi hemos cumplido esa meta por completo al
ingresar a ella en mayo de 2004.
84
Ricardo Torres
R. T.: Se toma la perestroika soviética como ejemplo
que ilustra el punto de partida para los procesos de
transición en Europa oriental. Especialmente en la Unión
Soviética, esa política no apuntaba a la restauración
del capitalismo, sino al reenfoque del modelo socialista
hegemónico en el área. No obstante, fracasó. ¿Qué cree
usted que ocurrió?
G. W. K.: De hecho, perestroika significa «reconstrucción».
Cada país tiene sus propios nombres para ciertos
procesos, algunos de los cuales pueden ser similares.
Se les llama «reformas» en Polonia y Hungría, doi moi
en Viet Nam, perestroika en Rusia, y ahora se denomina
«actualización» en Cuba.
A vuelo de pájaro, con una perspectiva de larga
distancia, la perestroika de los tiempos de Mijaíl
Gorbachov, último líder de la Unión Soviética, tenía
una connotación similar a la «actualización» en la Cuba
contemporánea. No apuntaba, en ningún sentido, al
tránsito a un nuevo sistema. Se trataba de mejorar el
existente de manera que las empresas pudieran competir
en una economía que estaba creciendo para convertirse
en global. Era también un intento por flexibilizar el
sistema, ajustarlo al cambiante ambiente internacional;
y tornarlo más aceptable para el pueblo.
Pero incluso antes de la perestroika hubo reformas
más o menos profundas, orientadas en dirección
al mercado, sobre todo en países como Hungría y
Polonia. El proceso comenzó en Polonia después de la
desestalinización de 1956. Hubo cierta desregulación
económica, descentralización y liberalización; sin
embargo, no funcionaba, y resurgió la centralización,
que condujo a la crisis de 1970. Se produjo entonces un
cambio político y de políticas en 1970 y 1971; de nuevo
hubo intentos por reformar la economía socialista,
los cuales volvieron a fracasar. Luego ocurrieron
los desórdenes de 1980 y 1981, el nacimiento de
Solidaridad, que fue llamado sindicato, pero era un
movimiento sociopolítico; ese fue, de hecho, el principio
del fin del sistema en Europa central y oriental.
Y una vez más, bajo la sombrilla de una regulación
especial que se dio en llamar Ley Marcial, digamos un
gobierno fuerte y autoritario, hubo reformas profundas
después de 1981, hasta 1989. La economía adquirió
un poco de impulso, pero a mediados de ese decenio
empezó a deteriorarse otra vez, principalmente por dos
razones: la lucha interna entre el gobierno, orientado
en dirección a las reformas, y Solidaridad, cada vez más
antisocialista; además, estaban los factores externos,
en especial las sanciones económicas que Occidente
le impuso a Polonia a fines de 1981 debido a la Ley
Marcial.
Luego, puesto que en la mayoría de los países el
crecimiento se hacía más lento, la escasez aumentaba,
aparecían más tensiones sociales, se iba perdiendo la
competitividad, trataron de reformar sus economías
Polonia, Yugoslavia, Hungría y la Unión Soviética de
Gorbachov, aunque en ciertos países —como la RDA,
Checoslovaquia, Bulgaria, Rumanía, Albania— nada
hicieron.
Hasta finales del decenio de 1980-1989, Rumania
era un estado ortodoxo, de estilo comunista o de
economía tipo socialismo extremo. Hasta cierto
punto, en Polonia y Hungría había un peso mayor de
la propiedad privada, y eran economías más abiertas,
más liberalizadas. Ello nada tenía que ver con construir
una economía de mercado como la vemos desde hace
veintitantos años.
Me encontré con Gorbachov un par de veces.
Por supuesto, le pregunté: ¿Cuál fue el objetivo de su
perestroika y su glasnost? Glasnost significa apertura,
un tipo de reformas políticas graduales, limitadas,
aunque en aquel tiempo eran profundas y, para
algunas personas, lo eran demasiado. Él confirmó mis
sospechas y mi certeza. Su propósito no fue deshacerse
del socialismo y remplazarlo con el capitalismo, sino
mejorar el sistema, porque ya casi no funcionaba en
aquellos momentos. Pero en lo económico no dio los
frutos esperados. De hecho, fracasó por cierto número
de razones, incluida la complejidad de la Unión
Soviética, compuesta por quince repúblicas distintas
con cientos de nacionalidades y bastante desigualdad
entre las regiones, no solo entre los estratos sociales.
Lo que ocurrió en los 80 en la Europa centroriental
y la Unión Soviética fue un intento por rediseñar el
sistema socialista para hacerlo menos centralmente
planificado y burocráticamente controlado, más
dependiente del mercado y desregulado. Pero debido a
la Guerra fría, a la mala administración, a las ideologías
en contradicción, a algunas políticas y decisiones
erróneas, a la debilidad de las instituciones, y a
muchísimas cosas —porque no hay un factor único—
no funcionó.
Sin embargo, hubo momentos y países en los que la
situación sí mejoró. Por ejemplo, en Polonia, después
de 1956 —sobre todo entre 1971 y 1976— hubo una
mejoría de la situación económica. Y de nuevo en los
años 1982-1985. En Hungría, después de que empezara
a aplicarse en 1968 el Nuevo Mecanismo Económico
—así se le bautizó—, la situación cambió para bien
significativamente. También en Yugoslavia hubo altas
y bajas: tenía una economía y una política socialistas,
pero no del tipo soviético.
No obstante, a largo plazo, ese esfuerzo fracasó. Y
primero en Polonia y luego en otros países, llegamos
a la conclusión de que el sistema no tenía futuro. Una
valiente decisión política se tomó de modo pacífico en
1989, en el contexto de las negociaciones de la Mesa
Redonda: profundizar más los cambios sistémicos.
Todavía en los tiempos de la Mesa Redonda, no
estábamos hablando oficialmente sobre la transición
al capitalismo; sino de movernos hacia un círculo de
economía de mercado socialista o, según decían otros,
socialismo de mercado o mercado socialista, pero no de
capitalismo. Eso fue lo que vino un poco después.
Ocurrió un avance político, exitoso y democrático a
raíz de esas negociaciones entre el gobierno orientado
hacia las reformas y los líderes de la llamada oposición
democrática, dirigida por Solidaridad, y unos pocos
expertos independientes, tecnócratas. Yo participé
como académico en tales negociaciones.
Para muchos, el aspecto político de los cambios
era lo más importante; el asunto medular era el poder,
quién gobierna, a través de qué mecanismo. Para
algunas personas que son y fueron influyentes, lo
central giraba en torno a cómo se escogería a la élite
gobernante, cómo se tomarían las decisiones. Y las
consecuencias para la economía eran de naturaleza
secundaria.
Por el contrario, en lo que a mí respecta, yo estaba
viendo el cambio político como instrumento para
mejorar la eficiencia económica, sostener un índice
mayor de crecimiento, hacer competitivas nuestras
empresas, ponernos a la par con la porción más
desarrollada del mundo y, de ese modo, elevar el nivel
de vida del pueblo.
R. T.: ¿Hasta qué punto siguieron un paradigma todas
las transformaciones eurorientales desde 1989 y en qué
sentido resulta único el caso polaco?
G. W. K.: Jamás he dicho —y estoy seguro de que nunca
lo escribí— que «el caso polaco es único». Diría que
posee rasgos específicos. En primer lugar, hubo más
intentos de reformas antes de que colapsara el sistema y
fuimos los que comenzamos el proceso de transiciones.
También Polonia era más pluralista que cualquier otro
país, tal vez con la excepción de Yugoslavia, a finales de
la década de los 80. Del sector privado provenía 20%
del Producto Nacional Bruto (PNB). Teníamos ciertas
instituciones de economía de mercado; por ejemplo, un
sistema bancario de tercer nivel y regulaciones antitrust
sobre bancarrotas, inversiones extranjeras directas, etc.
Había mucho más espacio para el libre debate de los
intelectuales, los académicos y los políticos.
Solo en Polonia ocurrió que bajo cierto régimen
comunista se permitiera la existencia de un sindicato
independiente, con el nombre de Solidaridad. En los
80 se toleró esta especie de oposición, que jamás fue
reprimida tanto como la de Rumania, Bulgaria, u otros
países de la región.
En lo que respecta a la transición hacia la economía
de mercado, el proceso siguió en gran medida las
mismas líneas; bajo la fuerte influencia de la Unión
Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko
85
El delicado arte de la política económica exitosa depende de poder hacer dos
cosas al mismo tiempo: primero, saber qué cosa depende de otra, cuáles son
los mecanismos, las retroalimentaciones, las relaciones causales; y segundo,
poder aplicar una política que sea fruto de ese conocimiento.
Europea, porque la mayoría de los países —si no
todos ellos— de Europa centroriental y algunas de
las otrora repúblicas soviéticas deseaban el ingreso,
como miembro pleno, en la UE. Hasta el momento lo
han hecho diez naciones, a mediados de 2013, Croacia
accederá a ella.
R. T.: Conversemos un poco sobre el papel de la academia
en la transición. Usted ejercía como profesor universitario
de economía y se unió al nuevo gobierno polaco en 1994.
¿Por qué aceptó?
G. W. K.: Yo fui, he sido y soy un hombre de ciencia.
Me considero un intelectual dotado de ciertos enfoques
interdisciplinarios respecto a temas de desarrollo
económico. Sí, era profesor de economía en 1988.
Y durante la mayor parte de la década de los 80 fui
asesor del Gobernador del Banco Central de Polonia,
la estructura de gobierno más orientada en dirección
al mercado.
La primera vez que se me pidió aceptar el cargo de
Ministro de Finanzas fue en agosto de 1989, después
de las primeras elecciones libres, semiparciales, al
Parlamento, donde Solidaridad se convirtió en mayoría.
No acepté con el argumento de que no existían las
condiciones políticas para ejecutar las reformas
económicas necesarias.
Luego, el primer premier postcomunista, el
Sr. Tadeusz Mazowiecki, me invitó a convertirme
en miembro del Consejo Económico del Consejo
de Ministros. Era una especie de cuerpo asesor
—no tomábamos decisión alguna— formado por
destacados economistas de distintas orientaciones.
De modo que yo estaba próximo a la política, pero
como árbitro, como crítico. Esto ocurría entre 1989 y
1991, durante los dos primeros gobiernos conducidos
por Solidaridad. Yo era muy crítico respecto a lo que
ellos estaban haciendo. En aquellos momentos dirigía
un centro de investigación, el Instituto de Finanzas,
adjunto al Ministro de Finanzas, cuyas instalaciones se
convirtieron en la sede económica del gobierno.
En los años iniciales de la transición polaca se le
entregó el poder económico al Ministro de Finanzas y
Viceprimer Ministro, quien en aquel momento estaba
muy imbuido del consejo neoliberal de ejecutar con
rapidez la terapia de choque, la cual yo describo como
choque innecesario sin mucha terapia, o choque sin
terapia.
86
Ricardo Torres
En septiembre de 1993 hubo elecciones, y puesto
que las personas estaban hartas del choque sin terapia,
de aquellas políticas neoliberales erróneas conducidas
por el gobierno de Solidaridad, eligieron una mayoría
parlamentaria del Partido Socialdemócrata, muy a
menudo llamado postcomunista, porque ese partido
surgió del antiguo Partido Unido de los Trabajadores
Polacos y su socio de coalición, el Partido Central de
Campesinos y Granjeros.
Me invitaron a unirme al gobierno. Y dijeron:
«¿Puedes redactar tu programa?». Elaboré cuarenta
y cuatro tesis: Estrategia para Polonia. Conversé con
los dirigentes de los dos partidos y ellos aceptaron.
Solicité contar con ciertos docentes, sobre todo de
mentalidad reformista, inteligentes pero pragmáticos.
Con excepción de uno de ellos, todos eran académicos,
profesores de Economía o Finanzas, o de Derecho.
Pero en el mismísimo último instante, no aceptaron
mi propuesta. Y rechacé la invitación por segunda vez.
Partí para Tokio, luego viajé a Roma, Los Ángeles,
Washington.
Finalmente me convertí en Viceprimer Ministro,
Ministro de Finanzas y Presidente del Comité de
gobierno —tres en uno— en abril de 1994. Mi Estrategia
para Polonia fue aceptada por los líderes políticos de la
coalición, y se me aseguró que las personas que yo había
designado como viceministros serían nombradas.
La Estrategia… fue debatida de manera pública
con los empresarios, los sindicatos, los partidos
de oposición, los medios de difusión, los círculos
académicos. Luego hubo un debate parlamentario, y
el programa fue adoptado en la primavera de 1994.
Apuntaba a un crecimiento sostenido y equitativo, un
desarrollo sustentable, la gradual desnacionalización y
privatización, la reestructuración de múltiples esferas
del sector agrícola y la reforma del sistema financiero,
la seguridad social… Era una estrategia a mediano
plazo muy compleja y muy dinámica, para integrar en
el futuro la UE y sacar provecho de la globalización
en curso.
Apliqué el programa, con mi equipo, entre 1994 y
principios de 1997. Decidí abandonar el gobierno sin
esperar al final de su mandato porque no me gustaban
muchos otros aspectos de su gestión —de naturaleza no
económica— y no quería ser un chivo expiatorio al que
culparan por perder las siguientes elecciones.
Durante ese lapso el PIB dio un salto, en términos
reales, per cápita, de 28%. El índice de crecimiento
fue de casi 6,5% anual, redujimos el desempleo en un
tercio, y la inflación en dos tercios. Por primera vez
después de la guerra, conduje a Polonia al mercado
internacional de capitales. Obtuvimos un primer
nivel de calificación de inversiones por parte de las
agencias tasadoras. Ingresamos a la Organización para
la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE).
Negocié y firmé un acuerdo con el Club de Londres
de acreedores privados para que perdonaran la mitad
de la deuda polaca a estos.
R. T.: ¿Usted diría que dentro del gobierno la academia
fue importante en el trazado de políticas y en la fijación
de estrategias para Polonia en aquellos años?
G. W. K.: Definitivamente sí. En el gobierno, la política,
la opinión pública, en todas partes. Pero es una espada
de doble filo. Porque desempeñaron un papel, pero
discutían unos con otros, a veces más intensamente que
las personas que nada tienen que ver con la academia.
Los académicos no siempre están del lado del progreso,
de la eficiencia, de la cohesión social. Yo abordo esto,
tanto en el contexto de la globalización como de la
crisis económica mundial, en mi último libro, Verdades,
errores y mentiras: la política y la economía del mundo
en desarrollo.2
Algunos economistas, incluidos profesores muy
conocidos, están equivocados o mienten respecto a la
privatización o a la tasa de cambios, o a la liberalización
o a las transferencias sociales del presupuesto. Y los
formuladores de políticas mienten con mucha mayor
frecuencia que los economistas, por muchísimas
razones que yo discuto y explico en mi libro. A veces
son impulsados por la ideología, como en una religión.
Tienen su dios, que se llama libre mercado, la mano
invisible, gobierno fuerte, o planificación centralizada.
Hay mucho debate ideológico acalorado, puesto que los
temas son realmente controvertidos y en numerosas
ocasiones hemos hecho las cosas por primera vez, sin
haber podido aprender de nadie más.
Puedo apuntar muchos nombres de economistas
académicos involucrados en la formulación de
políticas cuyos resultados en varios países de Europa
centroriental, comenzando por Polonia, fueron
horribles, pero hubo otras que resultaron buenas. No
basta con tener profesores en el gobierno para que este
sea mejor.
El delicado arte de la política económica exitosa
depende de poder hacer dos cosas al mismo tiempo:
primero, saber qué cosa depende de otra, cuáles son
los mecanismos, las retroalimentaciones, las relaciones
causales; y segundo, poder aplicar una política que sea
fruto de ese conocimiento.
En la universidad es suficiente con tener razón y
convencer a los estudiantes, a los colegas, a los lectores
de sus escritos, de que así es como funcionan las cosas.
Pero si usted va a la política, tiene que contar con una
mayoría. Así que es delicado convencer a las demás
personas de que su propuesta es una buena opción. Y
luego cambiarlo todo dentro de la ley.
R. T.: ¿Cuáles son los puntos principales de su Estrategia
para Polonia?
G. W. K.: Es un programa no ortodoxo, complejo,
abarcador, que ofrece mucha atención a la
reestructuración microeconómica, con el objetivo de
elevar la eficiencia y la competitividad del creciente
sector privado, pero a la vez teniendo cuidado para que
el crecimiento sea equitativo en cuanto a la distribución
de los frutos de la economía: por así decirlo, de justicia
social.
Lo conforman catorce programas cruciales, de los
cuales el más importante estipulaba reconvertir las
empresas estatales en sociedades anónimas y exponerlas
a la competitividad del mercado, con vistas a mejorar la
administración macroeconómica y hacerlas lucrativas,
si no a todas ellas, al menos a todas las posibles.
También se proponía rehacer el sector financiero,
para establecer un sólido sector bancario y un sólido
mercado de capitales que actuasen como intermediarios
encargados de incrementar la propensión al ahorro y
de convertirlos en inversiones y en una eficiente
asignación de recursos. Apuntaba, igualmente, a la
reestructuración del sector agrícola de un modo que
estimulase a las personas a no migrar a las ciudades. Yo
lo llamo el «programa de desarrollo multidimensional
de las zonas rurales». Incluía crear oportunidades de
empleo en ellas, pero fuera de lo estrictamente agrícola;
es decir, pequeños negocios, servicios, ecoturismo,
agroturismo, etcétera.
Pretendía, además, reformar el sistema de seguridad
social, que se ha vuelto insostenible como consecuencia
del envejecimiento de la población y del mecanismo
de pay-as-you-go.3
En términos generales su objetivo era poner la
economía en el camino del rápido crecimiento, y al
mismo tiempo cuidar la disciplina y la responsabilidad
fiscales. Teníamos que combatir a la vez los altos niveles
de inflación —la hice descender dos tercios— y los
elevados índices de desempleo —lo disminuí en un
tercio. De modo que una parte indispensable de la
Estrategia para Polonia fue un intento de establecer
una verdadera asociación entre el gobierno, los
sindicatos y el empresariado. Establecimos lo que se
llamó una comisión tripartita, que discutió y solucionó
asuntos relacionados con el presupuesto, las medidas
antinflacionarias, las técnicas de privatización, etc.
También hubo un programa para atraer inversiones
extranjeras directas como apoyo para nuestro capital
Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko
87
doméstico, que no era muy eficiente, y como el principal
conducto de transferencias de nuevas tecnologías y
mejor administración.
En cualquier sentido era un programa liberal, pero
definitivamente no era neoliberal, porque estaba muy
orientado hacia los aspectos sociales del desarrollo. Y
creo que fue el programa más abarcador de ese tipo
con que contamos en cualquier país de la Europa
centroriental.
R. T.: ¿Qué sucedió después de 1997?
G. W. K.: Regresé a la academia, primero al Instituto
de Investigación del Desarrollo Económico;4 allí escribí
el libro que ya mencioné, Del choque a la terapia.
Después asesoré el Departamento de Investigación y el
de Asuntos Fiscales del Fondo Monetario Internacional
(FMI), en Washington, DC. Y luego me mudé al Banco
Mundial, para trabajar durante un semestre con Joseph
Stiglitz sobre el post Consenso de Washington. Impartí
docencia en distintas universidades norteamericanas:
la Escuela de Administración de Yale, el Departamento
de Economía de la Universidad de California, en Los
Ángeles, y el de Ciencias Políticas de la Universidad de
Rochester, en Nueva York.
Regresé a Polonia y ocupé una plaza en la Universidad
Kozminski, la mejor Escuela de Comercio y Derecho
en nuestra parte del mundo. Creé mi pequeño
instituto, un tanque pensante con el nombre de
TIGER5 (Transformación, Integración, Globalización
e Investigación Económica). Para mi sorpresa, cuando
la economía fue de nuevo conducida a un punto de
parálisis en el último tercio de 2001, por la mezcla de ese
neoliberalismo polaco y el populismo de Solidaridad —el
índice de crecimiento era de 0,2%, y cuando abandoné el
gobierno en la primavera de 1997, era de 7,5%—, volví,
una vez más, al cargo de Viceprimer Ministro y Ministro
de Finanzas, en el verano de 2002.
Fue un gran desafío y un período muy difícil, porque
estuve involucrado en la negociación de las condiciones
de nuestra incorporación a la UE. Asistí a la Cumbre
de Copenhague en diciembre de 2002 y a la de Atenas
en 2003, donde el histórico acuerdo de recibir en la UE
a Polonia y otros siete países de Europa centroriental
fue firmado e incorporado al Tratado.
Consideré que mi tarea estaba cumplida, volví
a abandonar el gobierno, y desde entonces he
estado haciendo lo que más me gusta. Realizo mis
investigaciones, publico libros —tengo ediciones en
veintiséis idiomas en más de cuarenta países— y viajo
mucho. Soy un trotamundos, he explorado más de
ciento cincuenta países, la mayor parte de los viajes
son de estudio. Me gusta ver las cosas con mis propios
ojos y conversar con las personas. Esa es también la
88
Ricardo Torres
razón por la cual he venido con tan gran interés a
Cuba, donde es como si estuviera por primera vez,
puesto que hace mucho tiempo de mi última visita en
septiembre de 1989.
R. T.: Si tuviera la oportunidad de cambiar el pasado
¿qué haría usted de manera distinta?
G. W. K.: Algunos aspectos del proceso de privatización.
Mi abordaje del asunto siempre fue muy pragmático,
consistente en que hay que privatizar las empresas
estatales solo cuando coinciden dos criterios al mismo
tiempo: que brinde mayor eficiencia y que maximice
los ingresos para el presupuesto estatal. El enfoque
neoliberal era «mientras más rápido, mejor».
Los estúpidos de la prensa neoliberal y algunos
economistas dijeron que yo estaba frenando la
privatización. No. Yo la estaba racionalizando. Porque
si se privatiza demasiado rápido, se vende demasiado
barato.
En segundo lugar, yo usaría —traté de hacerlo, pero
fracasamos en el intento— el grueso de los activos que
eran propiedad del Estado como capital de partida para
los futuros fondos de pensiones con vista a capitalizar
el sistema en momentos en que nos movíamos de un
sistema de desembolso inmediato (pay-as-you-go) a
otro de financiamiento parcialmente privado.
Pienso que si se va a la economía de mercado, hay
que ser consecuente. También hay que tener parte del
sistema de pensiones basado en el de mercado. Pero
solo tiene sentido si está bien capitalizado. Porque de
otro modo, el gobierno colecta las contribuciones a la
seguridad social, pero no bastan para pagar las actuales
pensiones, por lo cual tienen que existir onerosos
subsidios provenientes del presupuesto estatal.
A la vez, parte de las contribuciones a la seguridad
social han sido transferidas a entidades privadas que
están acumulando fondos para el futuro, y por lo tanto
el déficit se hace incluso mayor, así que el gobierno tiene
que pagar mayores subsidios. El modo en que se está
aplicando esta reforma contribuye a un déficit fiscal
estructural y a una creciente deuda pública. Eso es una
estupidez, no una política. Se supone que se base en un
presupuesto equilibrado; y para tenerlo, y puesto que
hay que destinar algún dinero al futuro —en lugar de
utilizarlo para las pensiones actuales—, entonces ¿de
dónde se saca el dinero? Supuestamente de activos
estatales con financiamiento estatal. La conversión
de una empresa estatal en una sociedad anónima y la
flotación de los valores en el mercado tienen un valor
monetario, y debe ser ese el capital para invertir en
esos fondos.
En tercer lugar, no permitiría que los bancos
privatizados sean vendidos al capital foráneo. En un
país como Estonia, 100% de los bancos son privados
y de capital extranjero. En Polonia, aproximadamente
70% del capital de los bancos es foráneo. Eso acrecienta
demasiado la dependencia respecto al financiamiento
no nacional.
Existe el criterio de que hemos creado en Polonia y
en otras partes un capitalismo dependiente de la parte
rica del mundo, de Norteamérica, Alemania, Francia.
Nosotros deberíamos ver el capital extranjero como
un instrumento para reestructurar nuestra economía
y cofinanciar el crecimiento económico. El enfoque
neoliberal permite ver los mercados emergentes del
postsocialismo como otros tantos escenarios para
la especulación y la explotación. Hoy, en Europa
centroriental, la palabra «explotación» ha sido
borrada por completo del lenguaje de la economía y
la política.
Y existen muchísimos asuntos menores que, desde
un punto de vista técnico, podrían ser manejados de
manera distinta. Cuando yo trabajaba con el gobierno,
daba por sentado que ellos usarían mi conocimiento
porque yo sí sabía cómo funcionan las cosas, para
mejorar el sistema económico, y la política me
proveería todo lo necesario para ejecutar los cambios
apropiados. Yo era muy ingenuo. La mayor parte del
tiempo se trata de una lucha política muy dura, con
distintas agendas, distintos conceptos y, ante todo, con
múltiples intereses.
R. T.: Si analizamos el proceso general de transformación
y transición en Europa centroriental, Rusia incluida,
¿cuáles han sido, en su opinión, los principales costos y
beneficios hasta ahora?
G. W. K.: Hay muchas personas que no se están
beneficiando del proceso. El margen de exclusión social
es grande. Al mismo tiempo, al movernos en dirección
al sistema de mercado, hemos creado desempleo, que
no existía en las economías socialistas centralmente
planificadas. En los peores años de las políticas
neoliberales en Polonia, era superior a 20%. En los
mejores momentos, bajo mi administración, estuvo
ligeramente por encima de 8%, pero de todas formas
era bastante elevado. Ahora se ubica en 13%.
Entre los aspectos negativos, también anotaría el
hecho de que en ciertos casos —mucho más en las que
fueron repúblicas soviéticas y en los países balcánicos—
existe una creciente desigualdad que no refleja la
verdadera contribución al PNB. De modo que sería
incierto decir que solo hay ganadores en el proceso. La
transformación postsocialista en mi parte del mundo
implica una gran redistribución: están los nuevos ricos
y los nuevos pobres. Algunas personas tienen ahora
mayor dificultad para acceder a los cuidados de salud,
a la educación y a la cultura. Definitivamente, afirmar
que se está mejor sería irresponsable.
Pero si el principal objetivo fue mejorar la eficiencia
de la economía y garantizar su capacidad de crecimiento,
en ese punto sí ganamos.
Lo que estoy diciendo no es incondicional, ni
válido para cada uno de los países involucrados. Puedo
argüir de ese modo respecto a Polonia, Eslovaquia,
la República Checa, Hungría; con certeza incluyo a
Bulgaria, Rumania, Eslovenia, Croacia y los estados del
Báltico: Letonia, Lituania y Estonia. Pero es mucho más
difícil hacerlo en relación con Rusia, Ucrania o alguna
otra república postsoviética.
Si bien el PNB polaco de 2012 duplica el de 1989,
el de Rusia permanece al mismo nivel que estaba hace
veintitrés años, debido a la mala administración, en
especial bajo el gobierno de Boris Yeltsin, durante la
década de los 90, porque aquella fue una política de
tipo neoliberal. En Ucrania es incluso un tercio inferior
y hay demasiado compadreo, demasiada corrupción,
una lucha política ineficiente.
En pocas palabras, el único logro importante es
que todos esos Estados se libraron de una economía
de escasez. De modo que ahora allí el mercado es
equilibrado. Hay de todo en él. El problema es que
no todo el mundo tiene el dinero necesario para
comprar los productos. Pero al menos es una economía
basada en el dinero, y eso es un gran logro. El precio
más caro que pagaron las naciones de la región por
ese tipo de transición es el desempleo, que es muy
elevado, estructural en muchos países, y causante de
numerosos problemas de naturaleza social y política.
También provoca una creciente emigración. Muchos
ciudadanos eurorientales abandonaron sus países,
a pesar de que la situación está mejor —quizás un
poquito—, como dicen algunas personas. Porque en
otras partes está muchísimo mejor. Ahora tienen la
libertad de salir, y pueden hacerlo porque la UE cuenta
también con un único mercado laboral. A largo plazo,
ese es otro factor positivo, pues al viajar las personas
están aprendiendo.
R. T.: ¿Hasta qué punto es estable y próspera Europa
centroriental hoy?
G. W. K.: En gran medida. Y si incluimos a los tres
miembros de la UE que fueron repúblicas soviéticas
—Estonia, Letonia y Lituania—, yo diría que mucho.
R. T.: ¿Sus pobladores son más felices que hace veinte años?
G. W. K.: Esa es una pregunta completamente distinta.
Con toda seguridad, nosotros ahora somos más estables
que España o Grecia. De modo que no habrá ninguna
noticia explosiva proveniente de Europa centroriental,
como las de Europa meridional o del Medio Oriente
o África del Norte, los países árabes, etc. No es la
misma situación en Ucrania, algunas otras repúblicas
Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko
89
El factor principal del fracaso del socialismo real en Polonia y Europa oriental
fue el fenómeno de desabastecimiento-inflación coexistentes. La gente no
podía gastar su dinero, porque había escasez de productos y, al mismo tiempo,
la inflación de los precios tomaba impulso. Al decir del ama de casa de Europa
oriental: «No había nada para comprar y todo estaba cada vez más caro».
postsoviéticas y, hasta cierto punto, Rusia. Allí existen
muchos más problemas por resolver, mucho más
potencial de conflicto.
En cuanto a cómo se sienten las personas, la mayoría
está más feliz con el actual sistema que lo que estuvieron
con el de tiempos pasados. Bueno, muchos no saben
cómo era antes. Ya han pasado veintitrés años desde
1989. Para mi hija, mis estudiantes, la libertad de viajar,
con el pasaporte en el bolsillo es la regla. Pero para la
generación más vieja, esa es la gran ganancia.
Aunque en las investigaciones sociológicas y
psicológicas en las que los entrevistados expresan qué
creen, cuáles son sus aspiraciones, las personas son
muy críticas, la abrumadora mayoría está a favor de
los cambios realizados. Sin embargo, como dije antes,
hay quienes se encuentran en peor situación: algunos
jubilados, campesinos pobres, etcétera.
R. T.: ¿Cómo contempla usted el futuro de Polonia y
de Europa oriental? Digamos, en los próximos veinte
años.
G. W. K.: Será uno de los ejes de la economía global.
La región estará creciendo, en términos de PNB per
cápita, al menos con el doble de rapidez que el resto
de Europa. En promedio, crecerá más rápido que el
resto del mundo, aunque más lentamente que China
y Asia suroriental.
Será cada vez más una economía basada en el
conocimiento, porque las personas fueron sólidamente
formadas y están entusiastas por invertir mucho en
sus propias destrezas, y a pesar de que el sistema de
educación no es el mismo, ellos seguirán al mando.
¿Qué tipo de economía de mercado se supone que
tengamos allí? ¿Será más del tipo neoliberal o más de la
economía de mercado social? Esto tiene que decidirse
en los próximos diez o veinte años.
Dentro de dos décadas todos los países de Europa
centroriental serán miembros plenos de la UE, ello
incluye a las repúblicas posyugoslavas, y quizás algunas
postsoviéticas. La mayor interrogante es Ucrania;
si sigue por el mismo camino que hasta ahora, no
ingresará a la UE.
Seguiremos siendo la parte más débil de la UE
ampliada. No obstante, para países pequeños, o
medianos, como Polonia, con economías abiertas en
tiempos de globalización, integrarse a un mercado
planetario interdependiente es una buena opción
90
Ricardo Torres
histórica. Si no perteneciéramos a un bloque de
quinientos millones de personas —la UE aporta 20%
de la producción mundial— tendríamos resultados
mucho peores.
Estamos obteniendo quizás hasta 1,5% de crecimiento
anual adicional del PNB gracias a la condición de
miembros de la UE, debido al acceso a capitales y al
mercado común, también a la flexibilidad del mercado
laboral, la transferencia de tecnologías, de fondos
europeos que podrían financiar nuestro desarrollo;
y, lo que es más importante en mi opinión, debido al
perfeccionamiento institucional.
R. T.: China comenzó sus reformas a finales de los años
70, y ya no sería la misma hacia 1989. ¿Por qué tuvo más
éxito ese reformismo socialista más viejo, en contraste
con la perestroika y otros intentos en Europa oriental
y central?
G. W. K.: Es una pregunta muy buena. Antes de intentar
responderla, permítame hacer un comentario. En uno
de mis libros, Del choque a la terapia...,6 traducido a
varios idiomas, yo me refería no solo a ese asunto, sino
también al hecho de que hasta los años 1989 y 1990,
nadie hablaba sobre transición o transformación. Nadie
se refería a las reformas de China, a la perestroika de
Gorbachov o al doi moi vietnamita, como el comienzo
de la transformación, como transformación sistémica
o postsocialista. Pero cuando, después de mis tres
períodos en el gobierno como Viceprimer Ministro
y Ministro de Finanzas, fui invitado por un tiempo a
laborar como consultante en el FMI —deseaban que
compartiera con ellos mis conocimientos teóricos y mi
experiencia pragmática—, hubo una conferencia y se
publicó un libro sobre diez años de transición.
Y el enfoque del FMI fue en cierto modo ridículo
y molesto para nosotros los polacos, porque en 1999
uno lee que se conmemoraba el vigésimo aniversario
de la transición comenzada en China en 1979 y que
luego siguieron la Unión Soviética en 1985, Viet Nam
en 1986 y Polonia en 1989.
En lo que respecta a China, el modelo Mao Zedong
de economía basada 100% en propiedad estatal ya
no estaba funcionando. Cuando el camarada Mao
falleció, el nuevo gran líder, Deng Xiaoping asumió
una solución pragmática: «No importa de qué color es
el gato, negro o blanco; lo que importa es que atrape
ratones».
Había problemas por resolver: cómo alimentar
al pueblo, proveerlo de vivienda, suministrarle los
artículos básicos, elevar sus niveles de vida. China
era fuerte en lo militar, debido a su arsenal nuclear,
a la cantidad de habitantes —casi mil millones en
aquel momento—, pero era muy débil en términos
económicos. Así que empezó a reformar el sistema en
1979, teniendo en cuenta también reformas efectuadas
en Hungría, Polonia y Yugoslavia.
Pero yo diría que los chinos eran mucho más
disciplinados y estaban mucho mejor organizados
en el sentido de introducir lo que decidía la cúpula
política. Sus reformas han sido, y son todavía, muy
consecuentes.
Desde 1989 viajo a ese país, a veces asesoro un
poco a departamentos del gobierno, a los formuladores
de políticas, a mis colegas académicos, a periodistas
influyentes, creadores de opinión. Y puedo decir que,
como ninguna otra nación, están formulando las
preguntas apropiadas en el momento apropiado. Por
ejemplo, en 1989 preguntaban qué debían hacer para
acabar con la escasez, para acceder al mecanismo de
fijación de precios por el mercado sin incrementar la
inflación. Y en 2011 inquirían hasta dónde deben ir
con la liberalización de la moneda y con la aceptación
de la tasa de cambio.
Fueron capaces —luego de experimentar entre
1979 y 1989— de aprender mucho de los errores que
nosotros cometimos en Polonia, en Europa oriental y
en la Unión Soviética. Y no renunciaron al objetivo de
sustentar el sistema.
En China no adoptaron un sistema multipartidista o
de libertad de prensa y elecciones libres de vez en cuando,
que podríamos llamar democracia de tipo occidental.
Decidieron reformar la economía manteniendo
básicamente el sistema político: unipartidista, con una
dirigencia iluminada al frente y un partido socialista o
comunista orientado a favor de la reforma.
Ellos aprendieron el primer mensaje de nuestro
fracaso: que el factor principal del fracaso del socialismo
real en Polonia y Europa oriental fue el fenómeno de
desabastecimiento-inflación coexistentes. La gente
no podía gastar su dinero, porque había escasez de
productos y, al mismo tiempo, la inflación de los precios
tomaba impulso. Al decir del ama de casa de Europa
oriental: «No había nada para comprar y todo estaba
cada vez más caro».
Los occidentales, empezando por Jeffrey Sachs,
jamás comprendieron cómo es posible que uno
no pueda comprar nada y todo esté más caro.
Desgraciadamente lo experimentamos demasiado en
Polonia. Los trabajadores y los administradores, los
directores de las empresas estatales, estaban hartos de
aquello. Cuando el gobierno también lo estuvo, todo
el mundo dijo: «Vamos a dejar de intentarlo. Vamos a
hacerlo de otra manera». En vez de mejorar el sistema,
decidieron deshacerse de él y adoptar la economía de
mercado.
Pero los chinos sí fueron capaces de mantener
bajo control la inflación al tiempo que liberalizaban
los precios. Desde hace veinte años lograron eliminar
la escasez. Lo primero que hicieron fue desregular el
mercado de consumo y permitir el establecimiento
de un mecanismo de fijación de precios a través del
mercado. Y empezaron a reformar otros segmentos
de la economía; algunos de ellos fueron reformados
incluso antes.
El Sr. Deng fue más inteligente, estuvo varias clases
por delante del Sr. Brezhnev y su grupo. En segundo
lugar, en comparación con los soviéticos, fueron
impulsados mucho más por el pragmatismo que por la
ideología. Y en tercer lugar —lo cual es más peliagudo
y más difícil de comprender, explicar e interpretar—,
existe cierto concepto cultural. Creo que la mentalidad
china es más apropiada para ese tipo de cambio que el
alma rusa o euroriental.
En el caso de Europa centroriental hubo otro factor
político. Esos países pertenecían al bloque soviético,
pero sus habitantes éramos mucho más liberales.
Viajábamos, teníamos acceso a la televisión vía satélite
desde los años 80, y a la literatura occidental. Yo no tuve
dificultades de ningún tipo para estudiar economía
con textos en lengua inglesa. Creo que por esa razón
hubo muchas más críticas y se creyó mucho menos
en la posibilidad de que el sistema socialista fuese
reformable.
Eso no ocurrió en China ni en Viet Nam. De
modo que otra pregunta muy buena sería ¿dónde
se encuentran ambos? Yo sostengo que el momento
crítico fue la incorporación de China a la Organización
Mundial del Comercio (OMC), hace diez años. Hasta
entonces yo decía que ese país estaba reformándose,
o, si se quiere, que se trataba de una actualización.7
Sin embargo, para convertirse en miembro de la
OMC, China tuvo que cumplir muchas condiciones
vinculadas a la introducción de más desregulación,
descentralización, privatización. Es decir, China está
transformándose en una economía de mercado o, si
usted quiere, capitalista.
Sus dirigentes no lo reconocen. Según la
interpretación china y la vietnamita, ni hay capitalismo
ni llegar a él es su objetivo. Pero si se analiza con
frialdad el modo en que el sistema económico funciona
allí, es muy diferente al capitalismo occidental, y al
postsocialismo de Europa centroriental, aunque ya ha
dejado de ser una economía socialista en cualquier
significado tradicional del término. Yo diría que se
trata de capitalismo de Estado.
Y ahora la pregunta más difícil es ¿qué depara
el futuro? Creo que a largo plazo —quiero decir, en
veinte o treinta años, pues el proceso de liberalización
política es mucho más lento, gradual y sometido a
Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko
91
control que el proceso político de cambio sistémico—
se producirán liberalizaciones políticas profundas en
China y Viet Nam.
No se deberá a las enseñanzas y prédicas
norteamericanas. A los chinos no les impresionan.
Ellos llegarán a sus propias conclusiones. Pero la lógica
del proceso es que, a muy largo plazo, la democracia
facilita la eficiencia económica, aunque ello no ocurre
de manera incondicional, ni en todas partes, ni en
cada uno de los casos. Esa es la lección que nos brinda
la historia, no solo de la Europa centroriental, sino la
historia de la humanidad.
Traducción: David González.
Notas
1. Acuerdo comunitario, en francés en el original. [N. del T.]
2. Grzegorz W. Kolodko y William R. Brand, Truth, Errors, and
Lies: Politics and Economics in a Volatile World, Columbia University
Press, Washington, DC, 2011.
3. Frase que en este caso se refiere a la inmediata utilización de los
fondos de pensión recién recaudados para pagar la seguridad social
de los jubilados. [N. del T.]
4. El World Institute for Development Economics Research
pertenece a la United Nations University, en Helsinki.
5. Según sus siglas en inglés, Transformation, Integration,
Globalization and Economic Research. [N. del T.]
6. From Shock to Therapy: The Political Economy of Post-Socialist
Transformation, Oxford University Press, Oxford, 2000.
7. En español en el original, para aludir a la política cubana
homónima. [N. del T.]
92
Ricardo Torres
La transición polaca
al capitalismo.
Algunos comentarios
José Luis Rodríguez
Economista. Asesor del Centro de Investigaciones
de la Economía Mundial (CIEM).
A
unque han pasado más de veinte años
del derrumbe del socialismo en Europa,
sus consecuencias se hacen sentir aún no
solo en los otrora países socialistas, sino
que esa experiencia histórica sigue siendo motivo
de intensas discusiones. Sin embargo, la mayoría de
las interpretaciones existentes sobre estos temas se
nutren de una visión preconcebida y sesgada de los
acontecimientos, a lo que se añade la satanización
de todo lo que huela a socialismo, tenga o no que
ver con las deficiencias verdaderas o imaginarias
de su implementación en Europa oriental. Todo lo
contrario ocurre con los resultados de la transición
al capitalismo en esas naciones, pues se enmascara su
real significación y se oculta el elevado costo derivado
de estos procesos.
Uno de los países al que se dedica especial atención
en la historia de las llamadas economías en transición es
Polonia, que se presenta en los medios de comunicación
como muestra del éxito de las recetas neoliberales.1
No obstante, la realidad es mucho más compleja, por
lo que, antes de explicar lo ocurrido desde 1989 hasta
el presente, conviene rememorar algunos elementos
esenciales que caracterizaron el experimento socialista
polaco.2 Su fracaso tuvo que ver con factores inherentes
al modelo implantado en Europa oriental, pero también
se vio reforzado por las peculiaridades históricas del
país.
Las tradiciones nacionalistas y católicas de la
nación tenían profundas raíces y se reforzaron a partir
de un enfrentamiento mantenido durante siglos,
primero con la Rusia zarista y después con el gobierno
soviético, cuyas tropas invadieron el territorio polaco
en 1920 y 1939.3
Al mismo tiempo, múltiples acontecimientos
debilitaron el partido comunista polaco antes del
conflicto bélico, pues fue disuelto en 1938, por
acuerdo de la Internacional Comunista.
Durante la Segunda guerra mundial, el movimiento
antifascista polaco presentó características heterogéneas:
las fuerzas de izquierda que se enfrentaron a los
nazis lucharon en suelo patrio junto a combatientes
nacionalistas y católicos patrocinados por el gobierno
exiliado en Londres, de claras posiciones anticomunistas
y antisoviéticas; al tiempo que tropas polacas pelearon
junto al Ejército Rojo y a los Aliados en el frente
occidental.
Al concluir la guerra —con más de seis millones
de polacos fallecidos y 38% de la riqueza nacional
destruida—, el panorama político situaba al Partido
Obrero Polaco (comunista) como una fuerza
minoritaria frente a los partidos Campesino, Socialista
Polaco y Demócrata. De ahí que las contradicciones
latentes entre las diferentes fuerzas políticas no
tardaran en estallar, lo que condujo a una virtual
guerra civil que duró hasta 1947, conflicto donde
La transición polaca
al93-98,
capitalismo.
Algunos comentarios
n. 72:
octubre-diciembre
de 2012
93
la contrarrevolución se agrupó en torno al Partido
Popular Polaco.
Sin embargo, la influencia soviética favoreció
al Partido Obrero Unificado Polaco (POUP) que
surgió de la fusión de socialistas y comunistas en
1948, el cual pasaría a gobernar el país como fuerza
mayoritaria a partir de 1950.4 El proceso de transición
al socialismo aconteció en Polonia en medio de una
fuerte subordinación a la URSS. Ello implicó la copia de
su modelo económico y político, al tiempo que desde un
inicio se registraron importantes enfrentamientos con
la Iglesia y permaneció casi sin cambios la estructura
de la pequeña propiedad campesina de larga tradición
histórica, pero de baja productividad.5 En ningún caso
el POUP logró integrar a estos importantes elementos
de la sociedad polaca al proyecto socialista, y cometió
graves errores estratégicos en cuanto a su tratamiento,
que subsistirían hasta 1989.
Como ocurrió en otros países de Europa oriental,
la copia del modelo soviético determinó que a partir
de 1950 el énfasis de la política económica polaca se
concentrara en el desarrollo de la industria pesada,
que, en el primer plan quinquenal de desarrollo, llegó a
cubrir 46,3% de las inversiones; mientras la agricultura
solo recibió 9,6%, tendencia que se mantendría con
posterioridad.
La baja disponibilidad de alimentos y sus elevados
costos determinó que en 1956 —ante una elevación
de precios, dictada por el gobierno— se produjera
una ola de estallidos sociales, que provocaron cambios
en la dirección del POUP, en medio de un ambiente
favorecedor de nuevas transformaciones a partir del
proceso de desestalinización derivado del XX Congreso
del PCUS celebrado ese año.
La presencia de Wladyslaw Gomulka6 como nuevo
dirigente del POUP, unida a la creación de consejos
obreros en las empresas y otras medidas de carácter
popular, parecieron asegurar la rectificación necesaria
en los años siguientes, pero las desproporciones en el
desarrollo polaco no se corrigieron ni se transformó
en esencia su política social.
A pesar de contar con economistas como Oskar
Lange, Wlodzimierz Brus y Michal Kalecki, quienes
desarrollaron importantes análisis sobre la economía
socialista en Polonia, en 1965 la reforma económica
que se introdujo fue una copia de la aprobada en la
URSS, sin una definición clara de sus objetivos, lo que
condujo a su replanteo en 1968; sin embargo, ello no
logró enmendar el rumbo, ni evitar una afectación
creciente en el nivel de vida de la población.
A finales de 1970, debido a las restricciones del
consumo y el aumento desproporcionado en los
precios de los alimentos, sobrevinieron de nuevo graves
estallidos sociales que condujeron a una situación
política compleja, que se intentó atajar con nuevos
94
José Luis Rodríguez
cambios en la dirección del POUP y una reorientación
de la política económica.
En este sentido, las decisiones adoptadas por
Edward Gierek al frente del Partido desde 1971 se
dirigieron a tratar de incrementar simultáneamente las
inversiones y el consumo mediante la adquisición de
tecnología capitalista, lo cual tuvo como consecuencias
la profundización de las deformaciones económicas
y un acelerado proceso de endeudamiento en
moneda libremente convertible. La renta nacional,
que había aumentado a un ritmo promedio anual de
6% entre 1966 y 1970, se incrementó en 9,8% en el
quinquenio siguiente, y creó expectativas favorables en
la población. Pero estas esperanzas se desvanecieron
entre 1976 y 1980 cuando la economía solo creció 1,2%
como promedio anual, mientras que se contraían las
inversiones y la producción agrícola, y se elevaba de
manera acelerada la deuda externa.7
Ante la imposibilidad de sostener artificialmente
los niveles de consumo alcanzados, en 1980 se decidió
un nuevo aumento salarial y a la vez incrementar
los precios de los alimentos para tratar de paliar los
crecientes desequilibrios económicos. La segunda
medida desató una serie de huelgas dirigidas por
organizaciones sindicales opositoras que llevarían a
la creación del movimiento Solidaridad, en octubre
de 1981.8
Por primera vez en la historia de los países socialistas
europeos surgía un sindicato independiente, con una
posición abiertamente contestataria del socialismo,
que lograba captar un segmento importante de la clase
obrera y la intelectualidad, sin que los gobernantes
pudieran hacer nada para evitarlo.
A finales de 1980 fue destituida la dirección del
POUP y en febrero de 1981 era nombrado primer
ministro el general Wojcech Jaruzelski,9 hasta entonces
ministro de defensa. En un reiterado esfuerzo por
frenar la crisis, en julio de ese año se planteó otra
reforma económica, con el objetivo de corregir los
problemas fundamentales, y simultáneamente se
dictó una ley que ponía en práctica la autogestión de
los trabajadores en las empresas. Estas medidas no
surtieron el efecto esperado. El 13 de diciembre de 1981,
al profundizarse aún más la crisis económica, política
y social, fue implantado el Estado de guerra en todo
el país, situación que evidenciaba hasta dónde había
llegado el repliegue del socialismo polaco.
El Estado de guerra estuvo vigente hasta el 21 de
julio de 1983. En ese período se trató de introducir con
premura una reforma económica que otorgaba amplia
participación en la economía a los mecanismos de
mercado; asimismo, propiciaba la autogestión obrera
y el autofinanciamiento empresarial, el fomento de
la agricultura privada, el apoyo a los artesanos y los
pequeños comerciantes —estos últimos aspectos eran
financiados por Occidente.
Los cambios no modificaron la situación, pues
la economía polaca decreció 0,8% como promedio
anual entre 1981 y 1985, y el ingreso real por habitante
descendió 1,7%. Tales esfuerzos baldíos se llevaron a
cabo en medio del bloqueo que los países capitalistas
impusieron a la nación a partir de la proclamación
del Estado de guerra y la presión constante de las
fuerzas de la oposición, que fueron reprimidas pero
no derrotadas. A esas alturas la situación de Polonia ya
no podía revertirse a favor del socialismo. La segunda
mitad de los años 80 mostró un proceso indetenible
de descomposición social y retroceso económico que
culminaría con la crisis política de 1989.
Las negociaciones con el sindicato Solidaridad,
realizadas en medio de las huelgas que se desataron
en 1988, continuaron en abril de 1989; el POUP tuvo
que ceder para concertar con la oposición antisocialista
la formación de un gobierno con la participación de
esas fuerzas. No obstante, en las elecciones del verano
de 1989, el POUP fue aislado y derrotado. A partir
de septiembre, un gabinete encabezado por Tadeusz
Mazowiecki, uno de los dirigentes de Solidaridad,
accedió al poder. En mayo de 1990, Lech Walesa,10
líder de ese sindicato, fue elegido presidente de Polonia,
cargo que ocuparía hasta 1995. Quedaba libre el camino
para la restauración capitalista en el país.
El derrumbe del gobierno socialista en Polonia
marcó el inicio de la caída del sistema surgido en
Europa oriental después de la Segunda guerra mundial.
Múltiples fueron las causas de este desenlace, pero si
algo habría que resaltar en primer término, es que el
«socialismo real» polaco violó, por acción u omisión,
muchas de las premisas fundamentales del socialismo,
enunciadas por Marx, Engels y Lenin.
Es cierto que, al concluir la guerra, las condiciones
subjetivas para tal emprendimiento no resultaban
favorables, pero tampoco constituían un obstáculo
infranqueable. En las ocasiones en que logró combinarse
la voluntad de renovación con un dirigente de prestigio
en la clase trabajadora polaca, como ocurrió en 1956
con Wladyslaw Gomulka, el entusiasmo popular se
hizo evidente.
A lo largo de su historia el POUP cometió múltiples
errores a partir de su aislamiento de los trabajadores:
la división interna de sus filas y la influencia en
ellas de la ideología socialdemócrata; la imitación
del modelo soviético; el desarrollo de una política
económica errónea, signada en los últimos años por
la implantación acelerada de un modelo de socialismo
de mercado, que contribuyó a quebrar el socialismo; la
desacertada política en relación con la Iglesia católica y
los campesinos; la aceptación del reto consumista y la
dependencia tecnológica y financiera de Occidente; así
como las manifestaciones de corrupción y nepotismo,
más agudas a partir de los años 70. Un partido que
contaba originalmente con el prestigio ganado por
revolucionarios antifascistas, apoyado por una parte
considerable de los trabajadores, se desnaturalizó
y malbarató su capital político en medio de la
burocratización del trabajo ideológico.
Tampoco puede obviarse la presión ejercida sobre
Polonia por la política exterior soviética y la constante
y efectiva actividad contrarrevolucionaria desarrollada
en el país por parte de la Iglesia católica.
Transición hacia el capitalismo
Durante más de veinte años, la reiterada versión de
los neocapitalistas ha pretendido ofrecer una imagen
idílica de la transición polaca. Ciertamente el desarrollo
que ha alcanzado el país se aparta de lo ocurrido en el
resto de Europa oriental; no obstante, a esa evolución
económica y política han contribuido múltiples
factores, no solo el modelo neoliberal.11
Los gobiernos de ultraderecha han provocado que
en Polonia
de manera mucho más acentuada que en otros países
europeos exsocialistas, el derrumbe del socialismo estuvo
acompañado por una ola de neoconservadurismo y
anticomunismo que no solo se refirió a lo político y a lo
económico, sino también al campo de las ideas y de la
propia fisionomía espiritual de la sociedad.12
Un proceso que ha blasonado del carácter
democrático de la nueva sociedad creada, ha fundado,
sin embargo, el Instituto de la Memoria Nacional,
encargado de documentar los crímenes contra la nación
polaca, sobre todo los cometidos por los comunistas,
entre septiembre de 1939 y diciembre de 1989.13
En línea con esta política de ajuste de cuentas, a
partir de junio de 2010 constituye un delito penal el
uso de símbolos comunistas, entre los que se incluyen
las imágenes de Lenin y el Che Guevara. Asimismo,
en marzo de 2011 se volvió a acusar de «crímenes
comunistas» al expresidente Jaruzelski y a otros
dirigentes polacos.14
La estrategia económica de la transición al
capitalismo en Polonia se basó en los principios más
ortodoxos del neoliberalismo, en línea con el Consenso
de Washington vigente en esa época. Estos axiomas
propugnaban la liberalización de los precios y la tasa de
cambio; así como la del comercio exterior y el mercado
de capitales; la estabilización macroeconómica y la
privatización de las propiedades estatales.
El programa de transición se estructuró en torno a
las ideas del ministro de finanzas, Leszek Balcerowicz,15
y su grupo de expertos compuesto por Jeffrey Sachs,
Stanislaw Gomulka, Stefan Kowalek y Wojciech
La transición polaca al capitalismo. Algunos comentarios
95
Polonia vio frustradas sus aspiraciones de una vida mejor bajo un proyecto
socialista. En los últimos veintitrés años ha debido enfrentar el costo que
supone su reinserción en el capitalismo a un precio que ya ha debido asumir
su pueblo hasta el presente.
Mislag, entre otros economistas polacos residentes en
Occidente.16
Un elemento interesante es que el programa
de ajuste que se preveía no se correspondía con la
política económica defendida por el gobierno de Lech
Walesa, concentrado en la defensa de los ingresos
de los trabajadores y que, por tanto, no contemplaba
recetas de orden neoliberal. No obstante, el gobierno de
Mazowiecki dejó el tema en manos de los tecnócratas,
sin considerar las consecuencias de las medidas por
aplicar.
Las bases filosóficas del Plan Balcerowicz incluían
una rápida transición a la economía de mercado, la
liberalización económica, sobre todo en lo referido
al comercio exterior y la inversión extranjera; la
movilización de la asistencia financiera internacional; la
privatización de las empresas estatales y la construcción
de una red de seguridad social efectiva. Este último
aspecto se apartaba del recetario neoliberal y
diferenciaría en alguna medida el proyecto polaco de
la terapia de choque aplicada en otros países, aunque
sus efectos serían limitados al comprender básicamente
una compensación de los ingresos de los pensionados,
pero no de los trabajadores asalariados.
Otro rasgo distintivo del Plan fue la integralidad del
paquete de medidas, en especial las diez leyes aprobadas
por el Parlamento, entre septiembre y diciembre de
1989: la Ley de Finanzas de las empresas estatales,
que permitía declararlas en bancarrota; la Bancaria,
que prohibía financiar el déficit presupuestario y la
emisión de nueva moneda; la de Créditos, que abolió
el tratamiento preferencial a las empresas estatales
y correlacionó las tasas de interés con la inflación;
la de Impuestos sobre el incremento excesivo de los
salarios, que limitaba el aumento de las retribuciones
en el sector estatal; la de Nuevas reglas de impuesto,
que colocaba en el mismo plano a todas las empresas y
eliminaba los tratamientos preferenciales; la Ley sobre
la Actividad económica de los inversores extranjeros,
que permitía la inversión foránea en Polonia y la
repatriación de utilidades al exterior; la de Divisas
extranjeras, que hacía convertible el zloty en Polonia y
abolía el monopolio estatal sobre el comercio exterior;
la de Aduanas, que estableció tarifas comunes para
todas las empresas; la de Empleo, que regulaba las
obligaciones de las agencias para atender el desempleo
y la de Circunstancias especiales —bajo las cuales
un trabajador podía ser despedido—, con vistas a
96
José Luis Rodríguez
proteger de los despidos masivos a los trabajadores de
empresas estatales y establecer la compensación por
desempleo.
La aplicación de este paquete de medidas de corte
neoliberal provocó un fuerte impacto en la sociedad
polaca, sobre todo entre 1990 y 1995, y su repercusión
fue muy negativa tanto para el presidente Walesa, como
para Solidaridad como movimiento político. En las
elecciones de 1995 accedió al poder el socialdemócrata
Alexandr Kwasniewski, quien retuvo el cargo hasta
2005.
Sin embargo, en Polonia diversos factores atenuaron
el efecto económico y social de la política neoliberal
implementada, en la misma medida en que su
aplicación no siguió el cauce ortodoxo a ultranza por
el cual transitaron, con resultados desastrosos, otras
economías.17
En primer lugar, se aplicaron medidas de
compensación estatal para enfrentar los efectos que
la liberalización de la economía iba a producir. Esto
influyó en que los salarios reales no decrecieran más
allá de 28% entre 1990 y 1993 y la desigualdad en la
distribución de ingresos, medida a través del coeficiente
GINI, no mostrara un cambio significativo en los años
90; lo que tuvo un impacto político positivo.18
En segundo lugar, el Estado desempeñó un papel
decisivo en el ordenamiento de la transición y en la
atenuación de los efectos. Esto puede apreciarse en la
relativamente moderada velocidad de la privatización
de activos estatales: computaban 70% de las propiedades
en 1991 y descendieron poco a poco a 35% en 1999 y
a 25% en 2009, año en el que aún la propiedad estatal
mantenía una posición significativa en la minería, la
energía y los recursos naturales.19
En tercer lugar, el financiamiento externo ha
tenido una función vital en las transformaciones.
En 1991, 50% del pago principal de la deuda externa
oficial fue condonado y, en 1994, las condiciones en
Polonia fueron favorables para reestructurar la deuda
bancaria, lo que en gran medida facilitó el acceso al
capital extranjero en su programa de transición. Este
ha sido el país de Europa oriental que ha concentrado
el mayor volumen de inversión extranjera directa, la
cual se estima en 201 637 millones de dólares, según
datos oficiales de septiembre de 2012.20
Por otra parte, con su ingreso a la Unión Europea,
en 2004, culminó un proceso en el cual Polonia recibió
importantes recursos financieros durante varios años.
Téngase en cuenta que solamente entre 2000 y 2009
los Fondos de Cohesión programados para esa nación
en los marcos de la UE alcanzaron los 5 640 millones
de euros.
La suma de estos diferentes elementos puede explicar
por qué la caída del PIB polaco fue solo de 15,5% entre
1990 y 1991, y que comenzara a crecer en 1992 hasta
alcanzar, aproximadamente tres años después, el nivel
de 1989. A partir de ese período, la economía polaca ha
continuado prosperando, incluso durante la reciente
crisis. En 2009 fue uno de los pocos países europeos
que logró aumentar el PIB —en 1,6%—, y mostrar un
incremento de 81% en relación con el de veinte años
atrás.
Sin embargo, no puede pasarse por alto que estos
logros se han obtenido a cuenta de un elevado nivel de
endeudamiento externo. La deuda externa polaca que
llegaba a 48 000 millones de dólares en 1991, creció
hasta totalizar la suma de 331 790 millones en junio de
2012 —alrededor de 65% del PIB—, y su servicio cubre
alrededor de 46% del valor de las exportaciones cada
año. Además, la deuda pública ha ido creciendo hasta
alcanzar 56,3% del PIB el pasado año.21
El pueblo polaco ha pagado un elevado precio por la
transición, aunque la secuela sea relativamente inferior a
la sufrida por otros antiguos países socialistas europeos.
En relación con el desempleo, Polonia enfrentó tasas
que llegaron a más de 16% a mediados de los años 90
—en 2012 es de 9,4%—; el índice de pobreza hoy es de
17% del total de la población, si bien ha descendido de
manera notable respecto al decenio 1990-1999. Tal vez
uno de los indicadores más dramáticos de esos años
sea el aumento en 25% del índice de suicidios entre
1993 y 1998.
En síntesis, ese país, de treinta y ocho millones
de habitantes, vio frustradas sus aspiraciones de una
vida mejor bajo un proyecto socialista. En los últimos
veintitrés años ha debido enfrentar el costo que supone
su reinserción en el capitalismo a un precio que ya ha
debido asumir su pueblo hasta el presente.
No obstante, se puede apreciar claramente —más
allá de lo proclamado por los seguidores de las políticas
de ajuste— que la excepcionalidad de la transición
polaca tiene mucho que ver con los factores externos
que compensaron su costo y con las medidas de orden
social y de mayor racionalidad económica que adoptaron
los gobiernos polacos, al alejar el curso trazado por el
recetario neoliberal más ortodoxo en los años 90.
Un aspecto que debe mover a la reflexión es la opinión
del pueblo polaco acerca de los resultados de la transición
al capitalismo. Una encuesta publicada en 2007 reflejaba
que 63% de los consultados manifestaba insatisfacción
con los resultados de la reforma económica, en tanto
45% mostraba su inconformidad con los procesos de
democratización de la sociedad.22 Respecto a este último
aspecto, un estudio reciente ha señalado:
La evaluación de la democracia en Polonia es usualmente
negativa. Planteamientos recogidos a aquellos encuestados
en 2011 indican que más de dos quintos de los polacos
(43%) evalúan positivamente el funcionamiento de
la democracia en Polonia y la mitad de ellos (50%)
mantienen un punto de vista contrario. Las instituciones
políticas polacas están, en buena medida, alienadas de
la sociedad. Los partidos políticos atraen solo a una
pequeña fracción de la sociedad y disfrutan de muy poca
confianza del público. Existe también un bajo nivel de
actividad civil individual en Polonia. La falta de confianza
en la integridad de la vida pública es bastante común.23
Notas
1. Ver Oleguer Sarsanedas, «Poland, a European Success Story
(But not Yet an Economic Miracle)», Questions CIDOB, n. 11,
2012, disponible en www.cidob.org (consultado el 25 de octubre
de 2012).
2. Para este trabajo el autor se apoyó en su libro El derrumbe del
socialismo en Europa: del socialismo real al capitalismo salvaje, Ruth
Casa Editorial/Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2012 (en
proceso de edición).
3. En el primer caso la invasión se produjo en el contexto de la
guerra civil que se libraba en Rusia, mientras que en 1939 la invasión
derivó del pacto Molotov-Ribbentrop, firmado entre la URSS y
Alemania en agosto de ese año.
4. Nominalmente gobernaron junto al POUP, el Partido Campesino
Unificado y el Democrático, alianza que se mantuvo hasta el verano
de 1989.
5. En 1960, las tierras de propiedad cooperativa o estatal solo
cubrían 13,1% del total.
6. Wladyslaw Gomulka (1905-1982), uno de los dirigentes
comunistas de mayor prestigio en Polonia, fue un destacado
combatiente de la resistencia antifascista durante la Segunda
guerra mundial, en la que cayó prisionero de los alemanes.
Después de la guerra resultó electo secretario general del Partido
Obrero Polaco pero fue destituido, en 1948, por su oposición a las
políticas propugnadas por Stalin, incluida la colectivización forzosa.
Encarcelado entre 1951 y 1954, fue nuevamente electo secretario
general del POUP, en 1956, cargo que ocupó hasta 1970.
7. En 1981, la deuda externa alcanzaba los 26 000 millones de
dólares.
8. Ya en 1976 habían surgido los Comités de Defensa de los
Trabajadores (KOR), que a partir de entonces serían el embrión de
un despliegue de organizaciones contrarrevolucionarias; también
la Iglesia católica jugaría un importante papel.
9. Wojcech Jaruzelski (1923) huyó con su familia a Lituania, durante
la Segunda guerra mundial. En 1943 se alistó en el ejército polaco
creado en la URSS y combatió por la liberación de su patria hasta
1945. Prueba del rápido desarrollo de su carrera militar es haber
alcanzado, en 1956, el grado de general. Posteriormente fue Jefe del
Estado Mayor del ejército y ministro de defensa. Ingresó al Buró
Político del POUP a inicios de los años 70. Fue Primer ministro
entre 1981 y 1985, Presidente del Consejo de Estado de 1985 a
1989, y Presidente de Polonia entre 1989 y 1990. Igualmente fue
Secretario general del POUP entre 1989 y 1990.
10. Lech Walesa (1943) ingresó en el astillero de Gdansk en 1967
como electricista. A partir de 1970 participó en movimientos
La transición polaca al capitalismo. Algunos comentarios
97
huelguísticos y fue arrestado en varias ocasiones. En 1980 fundó
y presidió el sindicato independiente Solidaridad (ilegal hasta
las negociaciones con el POUP de 1989). Ese año, Solidaridad
—convertido en partido político— ganó las elecciones; en
diciembre, Walesa fue electo Presidente y ocupó el cargo hasta 1995.
Luego se postuló varias veces, pero no logró ocupar la presidencia.
A partir de 2000 se retiró de la vida política.
11. Véase Francisco Brown et al., Europa del Este: el colapso, Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 2002.
12. Ibídem, p. 123.
13. Este Instituto, creado por el parlamento polaco, comenzó a
funcionar en el año 2000. Datos sobre su organización y funciones
están disponibles en www.ipn.gov.pl.
14. El proceso judicial fue suspendido en diversas ocasiones durante
varios años por el precario estado de salud de Jaruzelski. A inicios
de 2012 se le impuso un régimen de libertad vigilada, en espera de
someterlo de nuevo a juicio, si su salud mejoraba. Se juzgó también
a Stanislaw Kania, exsecretario general del POUP, y debido a su
avanzada edad se le impuso igual sanción.
15. Leszek Balcerowicz (1947) se graduó en 1970 en la Escuela
Central de Planificación y Estadísticas de Polonia. Cursó una
maestría en 1974 en los Estados Unidos y en 1975 obtuvo un
doctorado en la Escuela de Economía de Varsovia. Fue miembro
del POUP entre 1969 y 1981 y trabajó en el Instituto de MarxismoLeninismo de Polonia. Posteriormente fue asesor económico del
sindicato Solidaridad. En septiembre de 1989 —y hasta 1991— fue
Ministro de Finanzas y Viceprimer ministro del primer gobierno
de Solidaridad. Ocupó el mismo cargo entre 1997 y 2000, y fue
Presidente del Banco Nacional de Polonia entre 2001 y 2007. En el
período 1995-2000 presidió el partido de centro derecha Unión de
la Libertad y fue electo al Parlamento. Actualmente es presidente
de la Fundación Bruegel.
16. Este grupo fue financiado por el magnate de origen húngaro
George Soros.
17. Tal fue el caso de las repúblicas del Báltico: Letonia, Estonia
y Lituania, que aún hoy no han logrado recuperar los niveles del
PIB de 1991.
18. Este índice pasó de 0,239 en 1991, a 0,30 en 1997. Véase Banco
Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (EBRD), «Transition
Report 2009», 2009, disponible en www.ebrd.com (consultado el
25 de octubre de 2012).
19. Para 2012, el EBRD situaba como una alta prioridad el avance
en la privatización de sectores como la energía y la minería. Véase
EBRD, «Transition Report 2011», 2011, disponible en www.ebrd.
com (consultado el 25 de octubre de 2012).
20. Véase Central Statistical Office (CSO), «Economic and Financial
Data for Poland», septiembre de 2012, disponible en www.stat.gov.
pl (consultado el 25 de octubre de 2012).
21. Ídem.
22. Véase Serguei Guriev y Ekaterina Zhuravskaya, «(Un)Happiness
in Transition», CEFIR Working Paper, n. 111, Moscú, diciembre
de 2007, disponible en www.cefir.ru (consultado el 25 de octubre
de 2012).
23. Véase Transparency International, «Corruption Risks in
Visegrad Countries», Hungría, 2012, disponible en www.
transparency.hu (consultado el 20 de octubre de 2012).
98
José Luis Rodríguez
Oficio de escritor
lectura
sucesiva
Esta sección reúne textos
y reseñas de libros
que tienen que ver con nuestros orígenes,
con problemas del presente
y con claves que marcan el tránsito
de la Isla hacia las próximas décadas.
Percepción del negro y la africanía
en diversos escritos de José Martí;
la práctica del periodismo
de Fernando Ortiz y su trascendencia
en su literatura y en la formación
identitaria de la nación;
poder, fuerza, política, guerra, paz,
en la mirada transdisciplinaria
de Aurelio Alonso Tejada;
palabra precisa, crítica transparente,
en otro legado ensayístico
de Margarita Mateo Palmer;
constituyen interesantes textos para conocer
nuevas facetas y momentos
del desarrollo de la cultura cubana.
L
El negro
y la africanía
en el ideario
de José Martí
Pedro Pablo Rodríguez
Historiador. Centro de Estudios Martianos.
os asuntos africanos no constituyen propiamente
un tema en la obra de José Martí, como sí lo son
Cuba, América Latina y los Estados Unidos,
las realidades más inmediatas a su vida, su
obra y su proyecto, en las cuales no solo vivió sino
que conforman el triángulo geopolítico de su proyecto
revolucionario.
Sin embargo, a su atenta mirada no escapó lo
que probablemente en su época constituía el drama
mayor del continente africano: el colonialismo. Como
vivió la segunda mitad del siglo xix fue testigo de la
expansión colonial por aquella región, oficializada
por las cancillerías europeas con el reparto territorial
acordado en Berlín, en 1884.
En sus crónicas europeas escritas entre 1881 y
1882 para el diario La Opinión Nacional, de Caracas,
el cubano no dejó escapar tres asuntos de la política
africana ejercida por las potencias europeas de aquellos
años: la agresión y ocupación francesa de Túnez, el
movimiento nacionalista en Egipto contra Turquía y la
presencia británica, así como la rebeldía sudanesa contra
la dominación británica.1 Ya en su plena madurez,
cuando organizaba la guerra de Independencia de
Cuba, en 1893 condenó explícitamente la agresión
española contra Marruecos.2 Así, sin ser un experto en
tales temas, y tomando como base las informaciones
de los periódicos europeos y estadounidenses, Martí
se alineó claramente a favor del combate de aquellos
pueblos frente a la dominación extranjera.
Sin embargo, esta postura contrasta tanto con la
perspectiva de sus fuentes informativas como con
la visión de la superioridad material y moral de la que
ya se llamaba civilización occidental hegemonizadora
entonces de la gran mayoría de la clase letrada cubana
y latinoamericana, y que tendía a justificar la conquista
de los llamados bárbaros pueblos africanos a fin de
implantar un proceso civilizador de modernización.
Las propias palabras de Martí de 1884 indican su
comprensión de que tras la dicotomía civilizaciónbarbarie se escondía el afán dominador. En un escrito
dedicado a comentar el trabajo de un graduado de
una universidad norteamericana sobre las ambiciones
inglesas con respecto a Egipto dice:
Pues nada menos que un estudio en que se defiende el
derecho y la capacidad de los egipcios para gobernar su
propia tierra, y se acusa de mera máscara de la ambición
inglesa ese pretexto indecoroso con que, como boa a
la paloma, viene desde hace años enroscándose sobre
Egipto; el pretexto de que unos ambiciosos que saben latín
tienen derecho natural de robar su tierra a unos africanos
que hablan árabe; el pretexto de que la civilización, que
es el nombre vulgar con que corre el estado actual del
hombre europeo, tiene derecho natural de apoderarse
de la tierra ajena perteneciente a la barbarie, que es el
nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado
actual de todo hombre que no es de Europa o de la
América europea: como si cabeza por cabeza, y corazón
100
Pedro Pablo
Rodríguez
n. 72:
100-104, octubre-diciembre de 2012
por corazón, valiera más un estrujador de irlandeses o
un cañoneador de cipayos, que uno de esos prudentes,
amorosos y desinteresados árabes que sin escarmentar
por la derrota o amilanarse ante el número, defienden la
tierra patria, con la esperanza en Alá, en cada mano una
lanza y una pistola entre los dientes.3
Desde su juventud demostró el revolucionario
cubano su perspectiva contrapuesta a la que imponía
el orbe burgués industrial que mundializaba entonces
su ordenamiento, así como su idea de que los seres
humanos en todas partes eran iguales en su naturaleza
y que la gran riqueza de la estirpe radicaba justamente
en su diversidad cultural y civilizatoria. Al mismo
tiempo, su solidaridad hacia esos pueblos de África
—y también de Asia— se basaba, obviamente, en que
apreciaba la similitud de la pelea de estos con la del
pueblo cubano.
II
Esa condición de pensador y político del mundo
colonial que aspiraba alcanzar o sostener su
independencia, anchó los horizontes de Martí a la hora
de analizar y concebir la lucha por la libertad cubana.
Esta, en su criterio, debía contribuir al equilibrio del
mundo que veía vacilante,4 al impedir que los Estados
Unidos, la potencia emergente, se derramasen por las
Antillas hacia el resto del continente latinoamericano,
aprovechando la debilidad interna de las repúblicas
criollas sostenidas en las antiguas estructuras coloniales
y la dominación de las viejas oligarquías de la tierra. Por
eso, para Martí, la república por fundar en Cuba sería
de trabajo y equilibrio entre sus componentes sociales,
para asegurar la presencia e influencia crecientes de
los intereses populares preteridos. Su república «de
mayoría popular» debería resolver los problemas
acumulados durante los cuatro siglos de colonialismo,
entre ellos el de la plena igualdad entre las razas.
Llama la atención que Martí enfrenta decididamente
el concepto de raza, que en aquella época se vestía
con ropajes cientificistas, al impulso filosófico del
positivismo y el darwinismo social sobre la naciente
antropología, de clarísimas intenciones justificativas
de la dominadora expansión colonial.
Para él, las razas no existen en la realidad social, son
solo un concepto de librería, una invención humana,
letrada, que contradice y viola lo natural.5 La Naturaleza
era para él un todo del que participa lo social, y que
entrega, legitima y da verdadera autoctonía al hombre
en armonía y como parte de los demás elementos
naturales. Por eso solía entender como naturales a los
pueblos llamados primitivos o, peor aún, bárbaros
en sentido peyorativo, ya que en su cosmovisión y
en su idea de la historia, todos los pueblos pasan por
etapas necesarias, que no son más que momentos de
la evolución humana. De ahí que, en más de un caso,
aquellos pueblos en etapas iniciales resultaran para el
cubano más naturales, verdaderos y autóctonos que
algunas naciones modernas, apartadas cada vez más,
a su juicio, de esa armonía natural y responsables de
enfrentar un desarrollo material carente de ética y ajeno
a la justicia con el desarrollo espiritual.
Bajo tal ética, piedra angular de su filosofía
humanista, Martí rechazó el concepto de raza ante
la necesidad también de afirmar la existencia de una
nacionalidad y de una nación cubanas, que solía
englobar en el de patria. En su fundamental texto «Mi
raza» es absolutamente explícito su punto de vista.6
Como líder político que buscaba unir a cuantos
fuere posible bajo la bandera de la patria, denuncia el
peligro de pretender dividir a los cubanos mediante
el racismo, línea de acción seguida habitualmente por el
colonialismo español, que en aquellos años trataba de
presentarse ante los negros como el campeón del fin
de la esclavitud y del avance en sus derechos civiles.7
Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de
raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar
la ventura pública, y la individual, que están en el
mayor acercamiento de los factores que han de vivir en
común.8
Incluso afirma en dicho texto, con perspicacia de
político revolucionario y sabiduría de sociólogo de
pueblos que es permisible cierta forma de «racismo»:
si se defiende la naturaleza diciendo que no hay en
el negro «culpa aborigen ni virus que lo inhabilite
para desenvolver toda su alma de hombre», es ese
un «racismo» que él considera «decoro natural»; y
si se observa que la condición de esclavitud no es
consecuencia de inferioridad alguna del negro, pues
hubo esclavos blancos como los galos, se trataría
entonces de «un racismo positivo», ya que con tal
afirmación se «ayuda a quitar prejuicios al blanco
ignorante.» Desde luego, este criterio se halla bien lejos
del racismo de su tiempo —y del nuestro—, pues no
pretende fundamentar superioridad alguna del negro
sobre el blanco, sino justamente desmontar las bases
de la supuesta inferioridad de aquel.
Por eso concluye la idea afirmando que se refiere a
un «racismo justo», ya que en este caso «es el derecho
del negro a mantener y probar que su color no lo priva
de ninguna de las capacidades y derechos de la especie
humana». De ahí, entonces, su conclusión magistral:
«Hombre es más que blanco, más que mulato, más que
negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más
que negro».9 Es decir: la condición humana, así como
la identidad nacional en el caso de los cubanos, están
por encima de cualesquiera de las diferencias somáticas
y culturales.10 Es obvio, por tanto, que la raza de Martí
era, en primer lugar, la humana, como la cubana lo era
seguidamente en términos de nacionalidad.
El negro y la africanía en el ideario de José Martí
101
III
En los Estados Unidos más de una vez se refirió
a este problema constitutivo de aquella nación, al
extremo de considerar una mancha de su Constitución
el haber fundado el país manteniendo la esclavitud
del negro en los estados sureños. Y si consideró
los tiempos de Lincoln como los de la revolución
norteamericana por haber sido abolida entonces la
infame institución, no dejó de advertir con criterio
negativo la idea manejada por el gabinete de dicho
presidente de dirigir una corriente migratoria de negros
de los Estados Unidos hacia la península de Samaná,
en República Dominicana, para no asumirlos como
parte de la nación.
En 1892 publicó una de sus «Cartas» en El Partido
Liberal, de México, dedicada a varias facetas de la
discriminación del negro en aquel país.11 La primera
es una refinada y sofisticada manifestación de racismo
en Nueva York: el paseo del pastel, concurso anual en
que parejas de hombres y mujeres negras, vestidos de
etiqueta, competían por un pastel en medio de apuestas.
De envilecimiento califica semejante costumbre, y
de «judas sin honor» a los participantes. La segunda
es la descripción de un grupo de negros llegados
desde el Oeste a Nueva York para embarcar hacia
Liberia, porque, según el cronista, no tienen raíz ni
alfombra en los Estados Unidos. Martí oscila en ese
relato entre la mirada adusta —porque abandonan
su tierra y favorecen así la disminución numérica del
negro, lo que no le ayudaría a obtener la justicia—,
y la admiración por aquellos hombres portadores
de una sabiduría que hoy comprendemos es de raíz
africana. Así, al concederle la voz a un negro de
Luisiana que justifica la partida hacia Liberia, pone en
su boca la argumentación sostenida en varios refranes,
como solían expresar su pensamiento muchos de los
pueblos venidos de África.12 La tercera y última escena
discriminatoria es una de las páginas más dramáticas
escritas por Martí en sus crónicas norteamericanas.13
Se trata de la narración del horrendo espectáculo de
un negro quemado vivo ante una población de cinco
mil personas, incluidas las mujeres en traje de paseo,
una de las cuales, supuestamente ultrajada por el negro,
fue la encargada de prender sus ropas.
Quien lea esta crónica comprenderá de inmediato
que su autor, más que sentir simpatía por el negro
estadounidense, está a su favor y lo hace asumiendo
su perspectiva. Ello lo conduce literariamente a
pretender hasta reproducir su pensamiento y su forma
de hablar.
Tal actitud martiana resulta congruente con la que
siempre asumió ante el negro de Cuba. Si calificó de
crimen que habría de lavar con su vida el hallazgo de un
negro colgado en los montes de la Isla,14 su actuación
102
Pedro Pablo Rodríguez
como líder político rechazó siempre cualquier asomo de
racismo y ofreció al triunfo de la guerra patriótica una
república de justicia, trabajo, dignidad y equidad.
Sus contemporáneos leyeron tales adjetivos
rectamente y los cubanos negros de la emigración
sintieron, en él, perfectamente representados sus
intereses, como lo demostraron reiteradamente
mediante manifestaciones colectivas y a través de
los conceptos de sus figuras intelectuales y políticas
principales. Por otro lado, más de una vez fue acusado
de promover el choque de los negros contra los blancos.
Y cuando, luego de su muerte, algunos avisados
líderes negros apreciaron un cambio de rumbo en la
dirección de la guerra y del Partido Revolucionario
Cubano, no hallaron mejor remedio para afrontar esa
desviación que acogerse frecuentemente a su palabra
y a su espíritu.15
IV
A pesar de todo lo dicho, no son apreciables de
manera inmediata y directa raíces africanas en el
pensamiento martiano. Varios factores conspiran
contra ello.
Martí fue educado por sus padres españoles y en
un ambiente católico que excluía cualquier motivo
cultural de manifiesta patente africana. Por otro
lado, la colonia, sobre todo desde su transformación
en una sociedad esclavista, apartó y marginalizó
consciente y metódicamente todo lo que transpirara
africanía en cualquier expresión material o espiritual.
Por tanto, su transculturación ocurrió de manera
lenta, premeditadamente oculta en muchos casos
o aprovechando en lo posible los espacios vacíos
que dejaba el rechazo a lo español por la creciente
formación de una identidad cubana. A su vez, la clase
letrada insular nacida en la Isla, a la que se incorporó
Martí en su adolescencia, se formaba bajo los patrones
de la cultura cristiana occidental y de la modernidad
burguesa, y tendió a ignorar, cuando no despreció
abiertamente, todo lo africano.
De ahí que hasta los abolicionistas cubanos, no muy
diferentes que los de otras latitudes, oscilaban entre la
conmiseración lastimosa por el esclavo, la enemistad
de la ética cristiana a esa institución, o el deseo y los
sueños de avanzar hacia el progreso industrial con
asalariados. Pero en la aplastante mayoría de los
casos, bien por razones burguesamente filantrópicas,
morales o económicas, o por todas ellas reunidas, el
abolicionismo de los políticos e intelectuales cubanos
blancos nunca poseyó una filiación hacia el negro,
mucho menos una comprensión o un reconocimiento
implícito de los valores culturales y civilizatorios de que
este era portador.16
Los prejuicios contra el negro, y en particular contra
el africano, se manifestaron en toda la escala social:
desde los ricos plantadores hasta los inmigrantes
españoles trabajadores; desde los cubanos mulatos
y negros libres hasta los mismos esclavos criollos y
domésticos.
La cultura de la esclavitud permeó negativamente
todos los intersticios de la sociedad colonial cubana
y su psicología social, y el africano, confinado en la
plantación azucarera que le exprimía la vida en tres
o cuatro años, no solo se vio desplazado territorial y
espiritualmente de su lugar y cultura de origen, sino que
el brutal sistema laboral forzado al cual se le sometía
prácticamente le impedía sostener su identidad. El
régimen esclavista, inclusive, previó y ajustó de tal
modo la deculturación del africano que mezclaba a
etnias diferentes para impedir la comunicación y la
solidaridad entre ellas en el barracón, el cañaveral y
el ingenio.
Tan efectivos y extremados fueron los resultados
de esa perversa política que en más de una ocasión,
por ejemplo, Juan Gualberto Gómez, negro e hijo de
esclavos que compraron su libertad y la de él, rechazó la
identificación del negro cubano con el africano porque
aquel es civilizado y este es bárbaro. Gómez, aunque
fue un radical enemigo de la esclavitud, un patriota
intachable que colaboró con Martí en la preparación
de la guerra de 1895, y el gran organizador y unificador
de las sociedades de negros y mulatos tras la abolición
en pro de la igualdad plena de derechos, no admitió
que ese negro civilizado tiene raíces que arrancan del
otro continente.17
Solo la Guerra de los diez años comenzó a romper
franca y masivamente tal contradicción entre buena
parte de los combatientes, en un proceso tan largo y
contradictorio como la misma contienda.18
La cubanía, lo nacional, se fue conformando en
abierto rechazo a lo español, pero también, para
muchos, a lo africano, estimado bárbaro y atrasado.
La creciente admisión de lo negro como factor de lo
cubano, como parte de un proceso inconsciente de
transculturación en las clases y sectores populares
mantuvo, pues, significativamente, los prejuicios
contra lo africano e impidió la concientización de su
estudio y apropiación. No fue hasta el siglo xx que se
hizo posible el conocimiento de las raíces africanas
de muchas expresiones culturales cubanas, gracias,
sobre todo, al enorme impulso que dio a ello la
trascendente obra de Fernando Ortiz.
Dados todos los elementos anteriores, esa ausencia
en Martí de explícitas raíces africanas es congruente con
el grado de conocimiento social de ellas, restringido
entonces esencialmente a los mismos africanos que
las habían podido conservar y las manifestaban más
o menos de modo abierto.
Otro elemento que no se debe descartar es que Martí
no fue un científico social sino un político asaeteado
por la necesidad de resolver problemas urgentes
e inmediatos, como alcanzar la plena igualdad del
negro en Cuba.
Sin embargo, dicha ausencia tiene sus límites,
tanto como puede tenerlos en otras personalidades
y sectores sociales de la época, los cuales muy
probablemente eran portadores, de manera
inconsciente, de elementos culturales africanos
más o menos aclimatados y transformados en la
Isla. ¡Cuántas historias, consejas, adivinanzas, frases,
dichos y palabras, asimilaron de sus ayas negras
los hijos de los poderosos plantadores, el sector
social más interesado y necesitado de mantener las
barreras frente a sus esclavos! Ello es muestra de lo
complejos y contradictorios que son los procesos
sociales, sobre todo aquellos que descansan sobre
inicuas y extremadas polarizaciones como las
sociedades esclavistas, en las que algunos hombres
son propietarios directos de otros.
Este proceso de trasmisión oral directa, sometido
indudablemente a restricciones y prejuicios
desfavorecedores, está poco estudiado,19 pero tenemos
una ausencia absoluta en el examen de los textos
martianos en busca de tales elementos y de otros
componentes de la cultura popular cubana.20
Una ojeada apresurada de su Diario de campaña,
durante las escasas seis semanas en tierra cubana
en 1895, permite apreciar ciertos vocablos de sabor
africano y de amplio uso ya entonces en Cuba como
buniato, jolongo y sancocho, o los nombres de Masabó
y Calunga.
Pero la simple constatación de manera aislada
de tales vocablos o de elementos similares no nos
proporciona más que indicios, aunque muy atendibles,
en tanto no es posible el análisis esclarecedor, para el
cual no basta con la simple localización y ordenamiento
de tales elementos de la cultura popular presentes en
su obra.
No existe un estudio de la presencia de la cultura
popular cubana en su enorme obra escrita, como
tampoco sobre las expresiones de esa cultura durante
la segunda mitad del siglo xix, si exceptuamos algunos
rasgos de filiación hispana. Tal examen, que ha de
agrupar a especialistas de la historia, la antropología, la
sociología, y la cultura cubanas, revelaría insospechadas
presencias de las variadas raíces que confluían en ellas,
incluyendo las africanas.21
Entonces, con un buen cuerpo de material fáctico
y analítico podríamos sumergirnos, de manera
verdaderamente científica, en el rastreo de la africanía
en el pensamiento cubano de esa época, incluido el de
José Martí.
El negro y la africanía en el ideario de José Martí
103
Notas
Y si les va a ser difícil hallar casa en África, plantea: «¡Poco a poco
hace el pájaro su nido!».
1. Sobre Túnez y el Maghreb, véase José Martí, Obras completas [en
lo adelante O.C.], t. 14, Editorial Nacional de Cuba, La Habana,
1963-1965, pp. 80, 129-30 y 295; sobre Egipto, O.C., t. 14, pp. 113-7;
y sobre Sudán, O.C., t. 23, pp. 248-9.
13. Por la dureza de su realismo se puede comparar este fragmento
con la crónica dedicada al asesinato de los italianos en Nueva
Orleans o el final de la que trata el ahorcamiento de los líderes
anarquistas de Chicago, justamente titulada «Un drama terrible»,
publicadas en La Nación, de Buenos Aires, el 20 de mayo de 1891
y el de 1887, respectivamente.
2. Ibídem, t. 1, p. 333 y t. 5, pp. 333-4.
3. José Martí, «Una distribución de diplomas en un colegio de los
Estados Unidos» [La América, Nueva York, junio de 1884], O.C.,
t. 8, p. 442.
4. Véanse los estudios del alcance de este concepto para la
geopolítica de la época en Rodolfo Sarracino, «Martí, el equilibrio
del mundo y la unidad latinoamericana», Casa de las Américas,
n. 229, La Habana, octubre-diciembre de 2002, y «América Latina y
Europa en el equilibrio martiano», Honda, n. 7, La Habana, 2003.
5. En su obra, la revisión del empleo de la palabra raza indica el
alto sentido polisémico que le confería, unas veces como sinónimo
de culturas, otras como agrupamientos según la conducta ética
seguida por los individuos, en evidente oposición, en este caso, al
entendimiento de las razas como asunto de diferencias fenotípicas,
étnicas y hasta culturales. Probablemente su último acercamiento
al asunto lo escribió en «La verdad sobre los Estados Unidos»,
artículo publicado en su periódico Patria, el 23 de marzo de 1894:
«No hay razas: no hay más que modificaciones diversas del hombre,
en los detalles de hábito y formas que no les cambian lo idéntico
y esencial, según las condiciones de clima e historia en que viva»
(O.C., t. 28, p. 290).
6. José Martí, O.C., t. 2, pp. 298-300.
7. A lo largo de aquel siglo, el gobierno español atemorizó
sistemáticamente a la burguesía azucarera cubana con una rebelión
de esclavos si se quebraba su dominio, lo cual repercutió en que
esa clase desechara permanentemente la salida insurreccional
ante los desmanes coloniales sufridos también por ella misma. Un
brillante sociólogo y analista político como José Antonio Saco lo
describió así: «La esclavitud del negro es la base de la esclavitud
política del blanco».
8. José Martí, «Mi raza», O.C., t. 2, p. 298.
9. Ibídem, p. 299.
10. Últimamente algunos críticos acusan a Martí de omitir los
elementos culturales propios de los negros y de ofrecer un panorama
idílico y falseado de la igualdad racial durante las luchas por la
independencia. Así, descontextualizan y deforman estas frases al
eliminar la primera y citar solo la segunda con lo que se quiebra
y se deforma la secuencia de la lógica argumentativa martiana:
hombre, o sea, humanidad, es el concepto clave y superior, que
sintetiza las cualidades de cada grupo y de cada individuo; cubano
—como cualquier otra nacionalidad— es para él un concepto
incluido dentro del anterior. Recuérdese su frase, de similar sentido
inclusivo, tantas veces citada: «Patria es humanidad».
11. José Martí, Otras crónicas de Nueva York, Centro de Estudios
Martianos/Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983,
pp. 186-9. Las referencias a este texto a continuación corresponden
a este paginado.
12. Ante el regreso al Oeste, el luisianés afirma: «¡Gato quemado
tiene miedo al fuego!». A que no saben dónde va, responde: «¡El
puerco sabe en qué árbol se frota!». Su rechazo a ser hombre a
medias en los Estados Unidos lo expresa así: «Cortarle las orejas a
un mulo no lo hace caballo». A la indiferencia ante sus necesidades:
«¡El mono dice que si su lomo es pelón no es cuenta de nadie!».
104
Pedro Pablo Rodríguez
14. Así dice en el poema «XXX» de sus Versos sencillos,
explícitamente antiesclavista y antirracista (O.C., t. 16, p. 106-7).
En otra ocasión señala: «¿Quién que ha visto azotar a un negro no
se considera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuando era
niño, y todavía no se me ha apagado en las mejillas la vergüenza»
(O.C., t. 22, p. 189).
15. Por ejemplo, La Doctrina de Martí se llamó el periódico fundado
en 1896, en Nueva York, por Rafael Serra, cercano colaborador
del Maestro en el PRC, para defender la pureza de su proyecto
revolucionario.
16. Por ejemplo, tres héroes literarios paradigmáticos como el negro
Francisco, en la novela homónima de Anselmo Suárez y Romero,
o la mulata Cecilia Valdés en la de Cirilo Villaverde; o Sofía, en
la del escritor negro Martín Morúa Delgado, si bien condenan la
esclavitud y la discriminación racial, piensan y se expresan desde
la perspectiva y los valores de la cultura blanca occidental, aunque
ellos se hallen en sus márgenes y sufran su rechazo.
17. Varias veces Gómez y otros periodistas de La Igualdad estimaron
bárbaros la música, los cantos y los bailes africanos y se opusieron
a que fueran permitidos.
18. Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, republicano
y abolicionista desde joven, confiesa en cartas a su esposa cómo
las penalidades sufridas durante la campaña junto a los negros y
mulatos libres y a los esclavos liberados por la misma revolución,
fueron cambiando sus actitudes y hábitos ante estos y haciéndole
comprender sus valores e ideas.
19. Son muy interesantes los cuentos de esclavos y negros viejos
recogidos por Samuel Feijóo en la región central de Cuba, sobre los
cuales ni la historiografía ni otras ciencias sociales han indagado
en sus significaciones y sentidos sociales ni han ahondado en los
procesos de su conservación, asimilación y reproducción. Véase
Samuel Feijóo, Cuentos populares cubanos, Universidad Central
de Las Villas, La Habana, 1960-1962; y Refranes, adivinaciones,
dicharachos, trabalenguas, cuartetas y décimas antiguas, Universidad
Central de Las Villas, La Habana, 1963.
20. Sí existen, sin embargo, algunos casos de estudios de la
preocupación martiana por conocer y asumir las culturas populares
hispanoamericanas y en particular su componente indígena.
21. Sería algo semejante a lo que se ha hecho en la segunda mitad del
siglo xx con el Atlas de la Cultura Popular Cubana, confeccionado
y en permanente actualización por el Ministerio de Cultura.
E
Notas
sobre el
periodismo
de Fernando
Ortiz
Rodolfo Zamora Rielo
Editor. Instituto Cubano
de Investigación Cultural Juan Marinello.
l trabajo periodístico ocupa un lugar
pre p ond e r ante d e nt ro d el u n ive rs o
bibliográfico del doctor Fernando Ortiz
Fernández (La Habana, 16 de julio de 1881 10 de abril de 1969). A pesar de los escasos estudios
existentes sobre esta faceta del aporte científico del sabio
cubano,1 su jerarquía no parte de la virginidad, sino de
que muchos de estos artículos sirvieron de base a las
obras monumentales que le valieron el título de «tercer
descubridor de Cuba». La presencia de textos orticianos
en las más prestigiosas publicaciones periódicas
cubanas de la primera mitad del siglo xx apunta no
solo a la evolución del pensamiento intelectual en
la Isla a inicios de esa centuria y a la necesidad de
divulgar temas nodales para la conformación de la
nacionalidad cubana, sino al desarrollo de un renovado
sistema de comunicación científico-cultural que reúne
estrategias orientadas al reencuentro de un pueblo con
sus orígenes.
Para algunos, el periodismo siempre ha sido un
arte menor. Sin embargo, más allá de la discutible
simpleza de notas informativas y reportajes, es
un logus composicional en sí mismo, regido por
leyes y estrategias auténticas, equiparables con
cualquier género literario; algo que le permite, incluso,
complementarse y complementar a obras de mayor
impacto. El periodismo, por su carga de oficio, es
el primer escalón formativo que, con el tiempo, se
mantiene como el mecanismo para divulgar ciertos
hechos con determinadas estrategias. Esto lo demuestra
Ortiz y lo sustentan también otros intelectuales de
la época, como Miguel de Carrión, Rubén Martínez
Villena, Pablo de la Torriente Brau, Jorge Mañach,
Francisco Ichaso, Carlos Montenegro, José Zacarías
Tallet y Raúl Roa, quienes siguieron los pasos —legados
de la centuria anterior— de José Martí, Julián del
Casal, Cirilo Villaverde, Anselmo Suárez y Romero,
Enrique José Varona, Manuel Sanguily y todos aquellos
que hicieron de las páginas de periódicos y revistas
escenario particular de su desempeño intelectual.
Ortiz y la prensa
En los albores de una trayectoria creativa muy
rica, el joven Fernando descubre la necesidad de
dialogar con los lectores a través de un medio de
comunicación masiva. Según el doctor Isaac Barreal,
conocedor de su vida y antologador de su obra, con
apenas trece años Ortiz publicó un artículo crítico
sobre algunas costumbres de Menorca, su patria
adoptiva, en el semanario El Noticiero. Este trabajo le
provocó no pocos dolores de cabeza, pues en represalia
fue expulsado del colegio religioso donde estudiaba
y obligado a continuar el bachillerato en Mahon, la
Notas
el periodismo
de Fernando
Ortiz
n. 72:sobre
105-111,
octubre-diciembre
de 2012
105
capital menorquina. Si algo es inherente al verdadero
periodismo, con ello tuvo que lidiar Ortiz desde sus
inicios, son los riesgos de la socialización de puntos
de vista.
A pesar de haber nacido en Cuba, el niño había
viajado con su madre a las Islas Baleares, donde
permaneció hasta los catorce años tras los cuales se
reencontró con su país natal. En su época estudiantil, en
Cuba y en España, participó en la edición y redacción
de gacetas y boletines —como la revista El Eco de la
Cátedra, fundada por él y otros alumnos en la Facultad
de Derecho de la Universidad de La Habana—, práctica
que lo acompañó en toda su etapa intelectual. El joven
Ortiz egresa del Instituto Sociológico de Madrid, en el
cual fue discípulo del prestigioso pedagogo valenciano
don Manuel Sales y Ferré. Baste mencionar que su
primera obra impresa está profundamente marcada por
el periodismo, pues Principi y prostes es una especie de
folleto que cuestiona las costumbres menorquinas.
Graduado de abogado, a la par de sus investigaciones
sobre la sociedad cubana, Ortiz escribió por espacio
de cincuenta años, en publicaciones especializadas
y revistas y diarios de gran tirada y aceptación
popular.2 Para las ciencias sociales actuales resulta
muy interesante el equilibrio temático y la coherencia
discursiva lograda por él en la labor periodística, algo
que pone de manifiesto su capacidad para hacerse
entender por todo tipo de receptores. Esto vuelve la
mirada hacia las necesidades comunicativas de temas
esenciales para la construcción psicosocial de la nación,
como los relativos a la nacionalidad, la tradición, el
folklore, la transculturación, procesos sociohistóricos
formativos, protagonistas esenciales del enramado
sociocultural, etcétera.
Otro aspecto significativo de la obra de don Fernando
es la perenne vinculación con su época, con su entorno,
y no solo por ser este fuente de información sobre
costumbres y dinámicas, sino como destinatario de las
revelaciones sobre los orígenes y etapas constitutivas
de los procesos culturales. En los textos orticianos
se percibe, además de esa voluntad de conexión con
el lector, una inclinación por integrarse, por develar
su sentido de pertenencia a una realidad —no a una
clase o grupo social— con todas sus implicaciones
fenoménicas. Por eso realizó todo lo posible por ser
escuchado, ya fuera difundiendo sus hallazgos en
impresos de diversa índole o introduciendo tambores
sagrados en el Aula Magna de la Universidad de La
Habana para ilustrar sus conferencias magistrales.3
El investigador cubano Virgilio López Lemus
afirma:
Pocos hombres de ciencias o de letras de Cuba se
adentraron tanto en los problemas básicos de la
identidad cultural de la nación, para desentrañarlos,
discutirlos, explicarlos, mejorarlos y fijar pautas que son
106
Rodolfo Zamora Rielo
imprescindibles y hay que tener en cuenta ante cualquier
planteamiento del «problema cubano» como problema
nacional […] A todo esto se agrega un Ortiz de alta prosa,
un «comunicador » de sus ideas con verdadero sentido
del estilo, con cabal sentido ensayístico, en que el ensayo,
cualquiera que sea su orientación temática, es una pieza
completa en sí y a la par sugerente, claramente expuesta,
pero sin ínfulas de magister dixit, siendo él, realmente,
un maestro.4
No se debe temer la perspectiva de asumir a
Ortiz como un comunicador en toda la extensión del
término, un ente reflexivo que orienta la mayoría de sus
esfuerzos no solo a crear mensajes sino a colocarlos en
circuitos frecuentados por los receptores. Si importante
resulta la confección de productos cuyos contenidos
reflejen las pautas de un proceso psicosocial, político,
económico, cultural, determinado, tanto más esencial
es encontrar la estrategia para hacerlos extensivos a la
mayor cantidad posible de receptores validados. Y digo
«validados» porque la difusión a gran escala implica
una maniobra consciente para socializar sus propuestas
en una comunidad «sensible», o «sensibilizable», acerca
de determinadas problemáticas. Pienso, por ejemplo, en
los lectores, con diferentes grados de especialización,
de la revista Bohemia.
Es un hecho que Ortiz escogió el periodismo como
vehículo apropiado para el análisis y divulgación
de mensajes reflexivos con una tónica extensiva e
incluyente. Su rúbrica apareció en Pueblo, Alerta,
Excelsior, El País, Bohemia, Diario de la Marina, Cuba
y América, Cuba Contemporánea, Prensa Libre, Social,
La Nueva Democracia, entre otros.
La importancia de los medios de comunicación
masiva fue comprendida por intelectuales cubanos,
en especial la relevancia de llevar temas nodales de las
ciencias sociales y humanísticas al debate público. Ortiz
profundizó en aspectos de la historia, la sociología, la
etnología, y los hizo llegar a grandes grupos de lectores,
cuando ciertos temas culturales estaban reservados
a pequeñas élites de especialistas e interesados. Su
afán investigativo y su ascendencia en los estamentos
humildes —cultores de tradiciones perseguidas — le
permitieron palpar la cultura cubana en sus fuentes
y divulgarla. Esta actitud fue descrita por el afamado
ensayista mexicano Alfonso Reyes: «el estudio no lo
aísla del mundo, antes robustece en él los saludables
intereses por la vida que lo rodea».5
Al hablar del periodismo de Fernando Ortiz
hay que destacar el vínculo de valorización entre
el autor y ese público receptor que incluía a los
protagonistas de estos cultos, hermandades, prácticas
y tradiciones. Entre finales de los años 40 e inicios de
los 50, el investigador ya era una voz reconocida en
la antropología afroamericana. Leer un artículo suyo
en un periódico o una revista era una aventura del
conocimiento y una satisfacción para quien se veía
representado —validado—, a través de sus raíces, ante
la comunidad.6
El doctor Isaac Barreal ha señalado que por aquellos
años se hacía harto difícil colocar con éxito un libro
sobre temas antropológicos, históricos o folklóricos.7
Lo más usual era consumir una literatura pasteurizada,
refritos de traducciones ibéricas que pasaban por el
tendencioso filtro cientifizoide foráneo antes de carenar
en las librerías antillanas. Poco o nada se publicaba en
Cuba. A llenar este vacío orientó Ortiz su quehacer
intelectual, gracias a lo que obtuvo una noción holística
de los procesos socioculturales y desarrolló una
voluntad promocional comparable a la emprendida
por el doctor Emilio Roig de Leuchsenring, al frente
de la Oficina del Historiador de la Ciudad a partir de
1938.
Desde 1947 hasta bien entrada la década de los años
50, Ortiz colaboró de manera asidua con la revista
Bohemia. En ella, sus trabajos histórico-antropológicos
trataban de dilucidar problemáticas conceptuales
y referativas sobre facetas de la historia, la cultura
y la política cubanas: desde la arquitectura de los
aborígenes cubanos, la introducción y uso de tambores
rituales en las fiestas religiosas, hasta la sobrevivencia
de conglomerados espiritistas en el sur de la región
oriental con toda una organización tradicional, y los
acercamientos a los ritos funerarios de la hermandad
abakuá. En ese semanario publicó artículos sobre
lingüística, musicología, etnología, religión, geografía,
danza, teatrología; temáticas que se interrelacionaban
en varias de las entregas.
La estrategia comunicativa y extensión social de
la obra de Fernando Ortiz se ven potenciadas por el
hecho de ser Bohemia uno de los principales soportes
de su labor científico-divulgativa. Fundada en 1908 y
considerada la decana de las revistas latinoamericanas
—todavía hoy en circulación—, la publicación se
caracterizó por practicar un periodismo renovador
y temerario, tanto desde una noción formal como
informativa, sin estereotipos, permeado de un sello
muy particular. El periodismo de investigación tuvo
en sus páginas un innegable respaldo, que en especial
prosperó en la sección «En Cuba», creada y enriquecida
por Enrique de la Osa. Se puede decir que era la revista
más leída en el país; algo que se ve refrendado por
la decisión del Premio Nobel de Literatura Ernest
Hemingway de que la primera edición en lengua
española de su novela El viejo y el mar apareciera en
Bohemia. Baste decir que, en la época en que Ortiz
regularizó su colaboración con la revista, en la década
de los años 50, las ediciones semanales alcanzaban,
como promedio, los 240 000 ejemplares.
Al respecto, López Lemus comenta:
No siempre se ha tenido en cuenta al estudiar el desarrollo
de la llamada «prosa de pensamiento» en Cuba, la relativa
importancia del órgano difusor. A diferencia de otros
géneros literarios […] el ensayo suele ajustarse, muchas
veces al número de páginas que conceden las revistas o
periódicos donde se ha de publicar […] el receptor de
la publicación periódica desempeña su papel definido
cuando el ensayista o crítico escribe, pues el tono, la
intensidad y especialización de los contenidos no serán
los mismos si el texto se publica en Social, Carteles o en
la Revista de Avance, o cuando el texto sea para Hoy o el
Diario de la Marina.8
Fernando Ortiz comenzó su relación de trabajo con
Bohemia en una fecha temprana para la publicación e,
indirectamente, a instancias de la más alta gobernación
del país. El 2 de enero de 1911, el presidente de la
República, José Miguel Gómez, lo comisionó para que
rindiera un informe sobre la organización científica
del servicio de identificación de criminales. En aquel
momento ya Ortiz disfrutaba de prestigio como
criminólogo, polígrafo y etnólogo. El investigador
hizo un enjuiciamiento crítico del establecimiento del
bertillonaje9 en los presidios y resaltó la figura de Juan
Francisco Steegers Perera,10 por haber ampliado el taller
fotográfico del Presidio Nacional, y convertirlo en un
verdadero Gabinete de Identificación Científica. Dicho
informe, titulado «La identificación dactiloscópica»,
es uno de los monumentos cubanos de esa ciencia y
permitió considerar a don Fernando Ortiz como el
«padre de la criminalística cubana». Gracias al Decreto
Presidencial No. 1173, del 20 de diciembre de 1911,
se creó el Gabinete Nacional de Identificación (GNI),
adscrito a la Secretaría de Gobernación y Ortiz fue
nombrado Inspector Técnico de Identificación, para
implantar el sistema en todo el país. Un extracto de
ese informe sirvió para escribir el artículo del mismo
nombre, publicado en Bohemia el 26 de marzo de
1911, con el que comenzó una duradera y sugestiva
colaboración.
Cada uno de sus artículos constituye un excelente
acercamiento a temas poco tratados o desconocidos
en la época. Gracias a sus aportes etnológicos, otros
especialistas emprendieron empresas investigativas
que condujeron a realizar valiosas contribuciones a la
cultura cubana. En un principio, los trabajos de Ortiz
estuvieron matizados por la influencia del positivismo
sociológico, algo comprensible si recordamos su
filiación al Instituto Sociológico de Madrid y a las
ideas de Cesare Lombroso (1835-1909), un reconocido
médico y criminólogo italiano, máximo exponente de
la Nueva Escuela del positivismo criminológico, que
concebía el delito como resultado de tendencias innatas,
de orden genético, observables en ciertos rasgos físicos
o fisonómicos de los delincuentes habituales, unidas a
factores criminógenos: el clima, la orografía, el grado de
civilización, la densidad de población, la alimentación,
el alcoholismo, la instrucción, la posición económica
y hasta la religión.
Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz
107
No se debe temer la perspectiva de asumir a Ortiz como un comunicador en
toda la extensión del término, un ente reflexivo que orienta la mayoría de sus
esfuerzos no solo a crear mensajes sino a colocarlos en circuitos frecuentados
por los receptores.
Ortiz maniobró con todo este sustrato cuando
proyectó, en los albores del siglo xx, una obra
genésica para la antropología en colaboración con
Miguel de Carrión y Mario Muñoz Bustamante.
Mientras Ortiz trabajaría la criminalidad emanada del
ñañiguismo como fenómeno socio-étnico-religioso,
Carrión investigaría la prostitución y Bustamante la
mendicidad. Aunque el empeño no fructificó,11 su
impulsor pudo palpar la urdimbre de relaciones que
acompañaba a los fenómenos de la sociedad cubana y
la necesidad de profundizar en estos de manera más
sistemática. Fue tal el entusiasmo de Ortiz por los
preceptos de la criminología positivista que el propio
Cesare Lombroso le escribió una carta-prólogo a su
libro Los negros brujos, de 1906.
Ortiz y los ñáñigos
Varios pueden ser los ejemplos de la estética
periodística de don Fernando; sin embargo, prefiero
esta vez resaltar los que trataron de develar aspectos del
universo abakuá.12 Siempre me ha resultado interesante
la evolución de Ortiz en sus estudios antropológicos
sobre la cultura cubana de origen africano. Cómo, a
partir de un comienzo impresionista, tamizado por
prejuicios y temores segregacionistas, los acercamientos
del sabio se convirtieron en defensa auténtica del
ingrediente africano de la nacionalidad cubana, aunque
eso conllevara una negación rectificadora de sus
primeras aseveraciones. Como todo científico social,
de una forma u otra, Ortiz también fue una extensión
de sus fuentes: «mis amigos abakuá», solía decir. Como
apunta Wolf:
En la dinámica que produce la formación de la opinión
pública […] el resultado global no puede ser atribuido
a los individuos considerados aisladamente, sino que
deriva de la red de interacciones que vincula a unas
personas con otras. Los efectos de los media solo son
comprensibles a partir del análisis de las interacciones
recíprocas entre los destinatarios: los efectos de los media
se realizan como parte de un proceso más complejo que
es el de la influencia personal.13
El tema ñáñigo fue su tarjeta de presentación en
los estudios socioetnológicos. Este ensayista escogió
el tema de la cultura abakuá para describir la «mala
vida habanera» desde una perspectiva criminológica,
pues las referencias delictivas de la naciente República
antillana orientaban su animosidad, herencia de la
colonia, hacia esa organización secreta fundada en la
108
Rodolfo Zamora Rielo
comunidad habanera de Regla, alrededor de 1830. En
los primeros años del siglo xx, gracias a sus vínculos
con el Instituto Sociológico de Madrid, a Ortiz se
le solicita un ejercicio académico en el que debía
describir la situación criminal de La Habana, el punto
de partida era una relectura del volumen La mala vida
en Madrid, de los españoles Bernaldo de Quiróz y José
Llanas. Por supuesto, la exposición de Ortiz versó sobre
la resonancia criminal de la «secta secreta» abakuá,
distintiva de la nación cubana.
Los artículos publicados en Bohemia en los
años 50 —al igual que los aparecidos en otros
medios— permiten destacar la contribución del
trabajo periodístico de Ortiz en cuanto a reformular
las concepciones del ñañiguismo y presentarlo como
elemento sociocultural esencial; de igual modo revelan
las estrategias comunicativas de las que se valió el autor
no solo para legitimar los juegos abakuá, tras décadas
de criminalización, sino para hacerlos comprensibles al
público a través de la descripción de ritos, costumbres y
atributos; relacionándolos, incluso, con elementos de la
cultura clásica occidental, dominante en esa época.
De todos los artículos me gustaría acercarme
a dos de ellos, por la manera en que Ortiz teje la
madeja de contemporizaciones y equilibrios entre las
manifestaciones religiosas de los pueblos, como amplia
expresión de su universo cultural. El primero, «El
origen de la tragedia y los ñáñigos», del 10 de diciembre
de 1950, y el segundo, «Dos diablitos de Landaluze»,
del 1 de noviembre de 1953.
En «El origen…», Ortiz, grosso modo, resalta la
teatralidad de la liturgia abakuá; reseña los bailes,
el cortejo, el vestuario, los cantos, la jerarquía de los
practicantes y la implicaciones «dramatúrgicas» de
sus ritos. Si bien el modelo del que se sirve el escritor
no es otro que la evolución teatral, a partir de los ritos
litúrgicos, ocurrida en la cultura occidental, en especial la
grecolatina, en el texto se señalan sus puntos de contacto
con la cultura africana, la cual, según Ortiz, también
debe su devenir representativo a dicha evolución. No
es extraño, nos dice el investigador, que las trazas que
llevaron al teatro griego a trascender las festividades
agrarias y propiciatorias en honor a la tierra y al dios
Dionisos, sean también las que hayan promovido en el
tiempo un teatro netamente africano:
En realidad, en esas ceremonias misteriosas siempre
hubo teatro, como lo hay en toda liturgia ceremonial. Sin
duda, existe un teatro de los negros. Si la erudición clásica
sostiene que la tragedia, el drama y acaso la comedia […]
nacieron de aquellos «misterios» o liturgias esotéricas
de los citados pueblos, lo mismo puede sostenerse
con referencia a los negros, en cuyas ceremonias
espectaculares se pueden observar los mismos elementos
germinales, episódicos, agonísticos y estéticos que en las
milenarias culturas de los pueblos del Egeo.14
Este paralelo con la cultura clásica no es un recurso
artificial para lograr una universalización de la cultura
africana, sino un verdadero punto de contacto,
comprobado en el terreno y sustentado por los estudios
de otros antropólogos, como el reconocido helenista
inglés Sir James G. Frazer. Que estos hallazgos validen
la trascendencia de la cultura africana, en este caso
la abakuá, y la coloquen en una posición de equidad
con respecto a la que, hasta ese momento, la había
considerado inferior, no responden a una voluntad
tendenciosa o forzada, sino a vínculos que muchos no se
atreverían a confesar. En otro momento, Ortiz destaca:
El Eribó recuerda al modius, la cista y el timpanon de
los clásicos cultos de Osiris, Attis-Cibeles y Dionisos,
donde se guardaban «los secretos de la gran religión»,
las cenizas del Gran Sacerdote muerto […] pues el Eribó
encierra también un secreto de magia necrolática; y así
mismo hace recordar el kernos de Eleusis con sacros y
análogos secretos.15
Además de la descripción de la liturgia ñáñiga como
si fuera una obra teatral, dividida en actos, escenas y
desenlace final o apoteósis, Ortiz destaca la importancia
de lo histriónico en la manera de hacer teatro de los
africanos y de los criollos herederos de aquellos. Según
el etnólogo: «El africano es un actor congénito debido a
su extraordinaria emotividad en busca de la expresión.
El drama en África, sin embargo, no se manifiesta a la
europea, sino a la manera africana».16 En el caso abakuá,
el Mokongo, el Mosongo y el Abasongo son personajes
protagónicos.
La esencia del segundo artículo citado es la
sistematización de características de la liturgia y
la indumentaria abakuá, a partir de dos pequeñas
acuarelas realizadas por el pintor español Víctor
Patricio Landaluze —adquiridas por Ortiz a muy
bajo precio—, en las cuales se aprecian dos escenas
relacionadas con el universo ñáñigo: el entierro
secreto de una figura preponderante de un juego y
la comunión de un diablito con una santera en una
supuesta ceremonia. Tanto «El entierro de un ñáñigo»
como «Un diablito ante una negra bruja» sirven para
que Ortiz se refiera al pintor costumbrista y a su trabajo,
testimonio de una época; y destaque las inclinaciones
integristas y muchas veces agresivas del artista hacia
los elementos socioculturales cubanos. Luego Ortiz
señala los elementos de la liturgia mortuoria abakuá
que aparecen en el cuadro, se detiene a explicar aspectos
que considera importantes para entender lo que el
creador pretendió bosquejar.
De tal manera, encuentra el pretexto preciso para
introducir al lector en un mundo completamente
nuevo para él; uno censurado por los poderes
gubernamentales. Con la guía especializada de Ortiz,
es posible penetrar en los orígenes de la fraternidad,
sus conexiones africanas, la permanencia de los juegos
en Guanabacoa y Regla, las jerarquías sacerdotales, los
bailes, instrumentos musicales, la cultura escatológica.
Este acercamiento orticiano se propone establecer
el perfil de un entorno particular que brilla con luz
propia desde su uso como objeto pictórico. Asimismo,
en el artículo se nota dominio de la terminología y los
códigos idiomáticos abakuá, otro elemento del que
se vale Ortiz para develar la realidad con su propio
lenguaje, sin traducciones, sin rechazos velados, sino
con voluntad de asimilación, de alineación; algo que
desde la colonia es penado, como lo demuestra el
Bando de Buen Gobierno y Policía, que en su artículo
86 destaca:
Los que fueren formando el duelo en los entierros de
gente de color, si lo hicieran a pie, deberán ir de dos
en dos y no de otro modo, y no podrán pararse en las
bodegas ni a la ida ni a la vuelta del cementerio, bajo la
pena de ocho pesos al contraventor.17
Además, don Fernando subraya elementos
interesantes de ambos cuadros, que, incluso, provocan
confusión por su particularidad. En esos apuntes
describe el vestuario de los conocidos «diablitos»
o íremes y su ubicación en las ceremonias. Para el
investigador, el «diablito» que participa en el entierro es
especial, y lo obliga a consultar a sus «amigos ñáñigos»;
algo que demuestra la ascendencia de Ortiz entre los
conglomerados que estudia.
El ejemplar de diablito ñáñigo de mi cuadro de Landaluze
es único; los símbolos adornos de su enmascaramiento
o akanaguán son todos de color rojo, como la sangre,
cosa excepcional […] Todos conveníamos […] en que
podía deberse a un capricho del pintor. Pero no, al fin
logré averiguar que ese íreme con el vestido rojo existió
realmente y es de rigor litúrgico; es el correspondiente a
un gran antepasado guerrero que debe aparecerse a las
exequias funerarias de un iyamba, o al menos de un obón
o magnate de la tetrarquía que gobierna la logia ñáñiga,
el cual haya sido muerto en acción de guerra.18
Como se aprecia en la cita anterior, Ortiz amplía el
diapasón cognoscitivo a partir de una rareza, de algo
no usual, lo que demuestra la extensión representativa
de estos ritos y, además, su profundidad y complejidad.
También a un capricho del pintor se atribuye la
convivencia de un supuesto diablito ñáñigo con una
santera, durante la celebración de una ceremonia en una
habitación donde se ven elementos exclusivos de uno
y otro culto; dichos elementos, en el momento en que
fue escrito el artículo, no se consideraban correlativos
o, por lo menos, no de manera espacial. El diablito está
desnudo, no posee los cencerros a la cintura ni tampoco
lleva nada en las manos. Ni siquiera el gorro-máscara
Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz
109
tiene las características de las máscaras abakuá. Plantea
Ortiz desconcertado:
El resto del cuadro de Landaluze aumenta la confusión.
Frente a la figura del insólito diablito está otra, la de una
vieja negra que por los colores de su vestido, blanco y
rojo, puede ser una iyalocha o santera hija de Shangó
[…] Todo lo cual induce a pensar si se tratara de un rito
yoruba o lucumí. Pero de la pared cuelga un cinturón de
cuero con varios cencerros, o sean los enkaniká que solo
usan los íreme ñáñigos.19
Más adelante, cuando parece que nos quedaremos
confundidos sin la ayuda de información fidedigna, el
autor dilucida el entuerto; un recurso, a mi modo de ver,
también teatral y significativamente clásico: elevar la
tensión dramática en torno a un tema para aumentar la
atención del lector y mover a la búsqueda de información
o a la aceptación: «Lo cierto es que ese diablito de
Landaluze» —asevera el investigador— «es exactamente
uno procedente de una nación bantú. Sin duda entre
los bantú de África también se estilaron los danzantes
enmascarados, o sean las figuras de entes fantasmales
aparecidos para la eficacia de ciertos ritos».20
¿Conclusiones?
Alejados de complicadas galimatías, los artículos
orticianos presentan la información con un tono
dialógico, de complicidad, con una tendencia hacia
la narración vívida que, algunas veces, difumina los
límites del artículo y lo acerca a la crónica. Ortiz trata
con la misma seriedad lo teórico y lo empírico, como
si fueran raíces del mismo árbol. La excelencia de
esta propuesta periodística radica en la perspicacia al
abordar cada uno de los temas y en la comunidad de
experiencias de las que emanan las obras, pues la gran
mayoría son el resultado de una labor investigativa
sostenida por la observación en el terreno, así como
el uso adecuado de las fuentes orales y bibliográficas.
Nunca —y lo afirmo con toda responsabilidad— se
vislumbra un rictus de superioridad. Su fórmula viene
respaldada por un sentido de comunión que hizo brillar
hasta al más modesto de los colaboradores.
Connotaciones sociales aparte, en algunos de
sus artículos más sobresalientes resulta interesante,
además, la frescura y la riqueza fotográfica. Y este
es otro aspecto por profundizar en Fernando Ortiz:
la comunicación visual. La mayoría de los textos
entregados a Bohemia, iban acompañados de una
impresionante galería de instantáneas —tomadas por
él mismo y por su compañero de indagación, Manuel
Navarro Luna— que revelan con holgura descriptiva
los fenómenos que encontraban en el trabajo de campo.
Harto explicativas, como imágenes antropológicas,
resultan las dedicadas a las ceremonias espiritistas, que
reseñan los momentos más importantes de ese culto.
110
Rodolfo Zamora Rielo
Asimismo, las que testimonian las danzas africanas,
con sus vestuarios tradicionales, y los movimientos
que conforman nuestros bailes populares. También
aparecieron en las páginas de Bohemia, gracias a
la magia de la fotografía, rostros de practicantes,
bailarines, objetos rituales, zonas geográficas y otras
imágenes que enriquecen el fondo imagenológico de
la antropología cubana.
Todavía están por estudiarse las connotaciones
sociales que tuvo un periodismo de este tipo, viático
de un ensayismo que develó, durante varios años,
las esencias más auténticas de nuestra nacionalidad.
Entre los méritos de Ortiz está el dinamismo de
sus estudios, la búsqueda de fuentes primarias. Los
ancianos yorubas lo llamaban «el blanco que pregunta
mucho»; marginados por una sociedad excluyente, se
convirtieron, gracias a él, en protagonistas reconocidos
de una rica realidad, que no puede ser rechazada,
porque es parte de Cuba. Como todo genio de popular
estirpe, Fernando Ortiz tiene mucho que enseñar a la
contemporaneidad cubana. Un acercamiento dialéctico
y un procesamiento justo de sus trazados serían las
pautas de un verdadero tributo.
Notas
1. Los acercamientos más notables, limitados a la selección y
publicación de fragmentos de sus entregas periodísticas, se deben
al doctor Isaac Barreal.
2. «Vulgarizaciones criminológicas» (Cuba Libre, La Habana, 21
de septiembre de 1902) se considera el artículo más antiguo de
Ortiz, publicado en Cuba. Este intelectual fundó y enriqueció
publicaciones especializadas que promovían el trabajo de
instituciones a las que él estaba vinculado: Revista Bimestre Cubana,
de la Sociedad Económica de Amigos del País; Archivos del Folklore
Cubano, órgano de la Sociedad de Folklore Cubano; Ultra, magazine
de la Institución Hispano Cubana de Cultura; Estudios Afrocubanos,
de la Sociedad de Estudios Afrocubanos; Afroamérica, del Instituto
Internacional de Estudios Afroamericanos, entre otras.
3. La comunicología contemporánea estudia la manera de motivar
en el público el conocimiento de temas poco difundidos: «Si los
que muestran interés hacia un cierto tema han llegado a interesarse
después de haber sido expuestos, los que se muestran desinteresados
y desinformados aparecen como tales porque jamás han sido
expuestos a la información relativa. Cuanto mayor es la exposición
a un determinado tema, tanto mayor es el interés y, a medida que
el interés aumenta, mayor es la motivación de la gente para saber
más». Mauro Wolf, La investigación de la comunicación de masas,
Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, s/a, p. 18.
4. Virgilio López Lemus, «La obra de madurez de Ortiz», en Historia
de la literatura cubana, t. II, Instituto de Literatura y Lingüística
José Antonio Portuondo Valdor-Letras Cubanas, La Habana, 2003,
p. 479.
5. Alfonso Reyes, «Prólogo», en Fernando Ortiz, Los bailes y el
teatro de los negros en el folklore de Cuba, Letras Cubanas, La
Habana, 1981, p. VII.
6. Una reflexión teórica actual precisa: «El efecto de la comunicación
de masas es entendido como consecuencia de las gratificaciones
a las necesidades experimentadas por el receptor: los media son
eficaces sí y cuando el receptor les atribuye dicha eficacia, sobre
la base justamente de la gratificación de las necesidades. Dicho
de otra forma, la influencia de las comunicaciones de masas sería
incomprensible si no se considera su importancia respecto a los
criterios de experiencia y a los contextos situacionales del público:
los mensajes son disfrutados, interpretados y adaptados al contexto
subjetivo de experiencias, conocimientos, motivaciones». Mauro
Wolf, ob. cit., p. 39.
7. Véase Isaac Barreal, «Prólogo», en Fernando Ortiz, Etnia y
sociedad, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1994.
8. Virgilio López Lemus, «El ensayo y la crítica. Desarrollo evolutivo»,
en Historia de la literatura cubana, t. II, ed. cit., p. 678.
9. Término de la identificación criminal, derivado de Alphonse
Bertillon (Francia, 1853 - Suiza, 1914) policía e investigador que
impulsó métodos de individualización antropológica. En 1882,
expuso una nueva disciplina, la antropometría, basada en la
medición y comparación de partes del cuerpo, así como las marcas
individuales, tatuajes, cicatrices y características personales del
sospechoso. En 1884 aplicó este procedimiento para identificar a
241 delincuentes múltiples, y su metodología ganó enorme prestigio
y fue rápidamente adoptada en Europa y los Estados Unidos.
10. Fotógrafo de presidios desde 1904, Steegers realizó estudios
sobre dactiloscopía y sobre el sistema de clasificación de Edward
Richard Henry, que modificó. Ideó un sistema dactilofotográfico
que empleaba modelos de impresiones digitales, confeccionados en
papel transparente, los cuales eran utilizados como negativos para
imprimir fotográficamente las impresiones. El 28 de noviembre de
1907 emitió el primer informe técnico dactiloscópico y dos años
más tarde se creó el Gabinete de Identificación de Criminales, en
el que se aplicó su método.
11. No obstante, las obras literarias de Miguel de Carrión (18751929), médico, pedagogo y periodista cubano —en especial Las
honradas (1917) y Las impuras (1919)—, recrean las concepciones
sociológicas positivistas del autor: consideran a la sociedad un
ser vivo que va inevitablemente a su propia destrucción; y a la
prostitución, una inclinación innata que se desarrolla como parte
de esa «espiral» social que succiona al ser humano para sumirlo
en la ruina.
12. Los principales artículos de Ortiz sobre el tema fueron, en
Bohemia, «Los espíritus o «diablillos» de los ñáñigos» (a. 42, n. 39,
24 de septiembre de 1950, pp. 20-1, 114-5); «Dónde hay ñáñigos»
(a. 42, n. 43, 22 de octubre de 1950, pp. 4-5, 144-5, 156); «El origen
de la tragedia y los ñáñigos» (a. 42, n. 50, 10 de diciembre de 1950,
pp. 26-8, 138-41); «Dos diablitos de Landaluze» (a. 45, n. 44, 1 de
noviembre de 1953, pp. 36-8, 99-101).
13. Mauro Wolf, ob. cit., p. 29.
14. Fernando Ortiz, «El origen de la tragedia y los ñáñigos»,
ob. cit., p. 26.
15. Ibídem, p. 140.
16. Ibídem, p. 26.
17. Fernando Ortiz, Los negros brujos, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1995, p. 55.
18. Fernando Ortiz, «Dos diablitos de Landaluze», ob. cit., p. 38.
19. Ibídem, p. 99.
20. Ibídem, p. 100.
E
Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz
111
E
La guerra
dentro
de la paz.
Poder y verdad
en el mundo
contemporáneo
Jorge Hernández Martínez
Sociólogo y profesor. Universidad de La Habana.
s muy probable que al lector le resulte familiar
la conocida la expresión con la que Carl von
Clausewtiz refiere que la guerra debe ser
comprendida como la continuación de la
política por otros medios, a saber, violentos. Retomada
por Lenin, desde un cuadro interpretativo diferente y
más amplio, la utilidad y pertinencia de esta frase han
sido incuestionables desde entonces. Ella se convirtió en
un punto de referencia obligada, tanto en la teoría —en
el territorio del pensamiento social y militar—, como
en la práctica, lo que se ha materializado en el ejercicio
diplomático y bélico de la política internacional. Sin
embargo, pudiera hacerse una lectura contraria, si se
parte de la aceptación convencional que entiende la
guerra y la paz como una relación antinómica. Así, la
política podría verse como la continuación de la guerra
por medios pacíficos.
Una perspectiva de esta naturaleza es la sostenida
en la reflexión del intelectual cubano Aurelio Alonso
a través de los dieciséis artículos que conforman el
volumen reseñado en estas notas. En ellos se recorren
temas centrales en el denominado pensamiento único.
Quizás la diversidad de temas y la extensión limitada del
libro comprometan la profundidad de algunos análisis
e impliquen la omisión de matices necesarios. Pero la
relevancia de las cuestiones que atraen la atención del
autor y su imaginación sociológica, como diría Wright
Mills, imprimen a la lectura de La guerra de la paz* un
carácter de aprendizaje y ejercitación crítica. Con un
inicio y un final concentrados en la vigencia del debate
acerca de la sociedad civil, y deteniéndose en el camino
en interpelaciones conceptuales y procesos políticos,
socioeconómicos y culturales —como las tendencias
globales, el sistema internacional, el pensamiento
contemporáneo, la realidad estadounidense y la
cubana—, el libro de Aurelio deja claro su anclaje
dialéctico, bajo una lectura que justifica su título:
[L]a guerra nos demostró en el pasado su potencialidad
monstruosa de confundirse dentro de la paz, como la
vivimos hoy, hasta el punto de vaciar el sentido de la
exclamación «¡Se acabó la guerra!», que tantas veces
sirvió para congratularse del fin de un conflicto bélico.
La definición de la guerra imperialista no se reduce
solamente a las circunstancias de las confrontaciones
que debimos adjetivar como mundiales. Su silueta se
asoma en la Historia, con diversidad, y se consolida
en un presente y en un futuro que se me antoja fatal y
dolorosamente brutal.1
Las circunstancias que rodean estas aproximaciones
de Aurelio, junto a los resortes epistemológicos que él
movilizó, le confieren a la obra el carácter de indagación
comprometida con la verdad sobre las relaciones
de poder en el mundo actual. De ahí el sentido que
* Aurelio Alonso Tejada, La guerra de la paz, Ruth Casa Editorial/
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010.
112
Jorge Hernández
Martínez
n. 72: 112-116,
octubre-diciembre de 2012
adquiere la expresión estremecedora que concluye
la presentación de su texto: «El panorama que se
despliega ante nuestros ojos no deja mucho espacio al
optimismo» (p. 7).
Indagar en las relaciones de poder en el mundo
actual es sumamente oportuno, sobre todo cuando
lleva consigo, además, una óptica multi, inter, o mejor,
transdisciplinaria, asociada con la vieja dicotomía entre
objetividad y partidismo, prácticamente descartada
del lenguaje actual de las ciencias sociales, pero de
total vigencia epistemológica. La teoría social no
es propiedad de una disciplina concreta, pues las
cuestiones relativas a la vida y a los productos culturales
de la sociedad se extienden a todas las disciplinas
científicas y humanísticas. El análisis teórico en el
pensamiento social siempre ha sido muy diverso, pero
en un determinado momento posterior a la Segunda
guerra mundial cierto conjunto de puntos de vista
tendieron a prevalecer sobre el resto, lo que impuso
una suerte de aceptación general.
Los trabajos que entrega Alonso en su reciente
libro (y que propone leer según el orden en que los
ha colocado) se acogen a esa imprescindible mirada
transdisciplinar —aunque la tentación sociológica y
la vocación filosófica asomen constantemente—, y
lo hacen con un elevado coeficiente ideológico, que
apuesta a la cultura de resistencia frente al afán de
dominación imperialista mundial. El autor no necesita
apelar a la antológica frase leninista que puntualiza
que dentro de los marcos de una sociedad clasista no
es posible desarrollar una ciencia social imparcial.
Lo que hace más bien es seguir el precepto esbozado
con agudeza por Carlos Rafael Rodríguez, cuando al
inaugurar, en La Habana, un evento internacional de los
partidos comunistas y obreros, a comienzos de los 80,
decía que no se trataba de citar o glosar a Marx, Engels
y Lenin, sino de utilizarlos al modo marxista-leninista.
Y esto es lo que hace en su libro, como lo ha hecho en
otros trabajos, Aurelio Alonso.
Esa mirada posee los atributos que subrayaron
Santiago Alba y Carlos Tablada en la presentación del
texto, en la Feria Internacional del Libro de La Habana
de 2011, así como Yohanka León y Fernando Martínez
Heredia en las palabras que pronunciaron en la sesión
«El autor y su obra», con la que el Instituto Cubano
del Libro, en abril de ese mismo año, homenajeó
su condición de intelectual orgánico. En La guerra
de la paz, como en otros casos, Alonso propone,
con derroche de erudición y una prosa cautivante,
un elocuente ejercicio analítico, cuya fidelidad a la
concepción materialista de la historia no puede ser
mayor.
El autor da por sentado, y así lo ha asumido a lo
largo de su prolongada vida profesional, que «orgánico»
y «oficialista» de ningún modo son «conceptos
coextensivos», y agrega que sería «una confusión
equiparar niveles de autoridad política con supuestos
grados de comprometimiento con los ideales», lo
que «conduce o de alguna manera se vincula a otra
[confusión] mayor». Se refiere a la de «equiparar
autoridad política y razón» (pp. 202-3).
Para Aurelio Alonso, ahí radica una clave desde
la cual se sostiene su enfoque teórico y metodológico
de cuestiones como las abordadas en los trabajos que
conforman el libro, que comparten como telón de
fondo la reflexión acerca del poder y la fuerza (sobre
todo en el ámbito de la acción militar imperialista). Lo
hace explícito cuando señala que tras la equiparación
mencionada
podemos ver incluso un problema de naturaleza
epistemológica, aunque sería ingenuo querer reducirlo
a ello: detentar la autoridad no nos pone necesariamente
en posesión de la verdad. Aunque tampoco vale afirmar
que la verdad esté en manos del intelectual orgánico.
(p. 204)
Queriéndolo o no, reconociéndolo o no, cuando
Aurelio afirma que «el prisma weberiano de las
relaciones del político con el científico sería, en
consecuencia, un prisma sesgado en cuanto a la
disparidad, la asimetría o el disenso» (p. 204), se coloca
en una posición cercana a lo que Michel Foucault
llamaba «el intelectual específico»; ese que «encuentra
obstáculos y se expone a peligros; peligro de atenerse
a luchas de coyuntura, a reivindicaciones sectoriales;
riesgo de dejarse manipular por los partidos políticos
o los aparatos sindicales que conducen estas luchas
locales».2 Y en un momento «en el que la función del
intelectual específico debe ser reelaborada».3
Así, La guerra de la paz comparte, sin mencionar
a Foucault, la convicción de este, referida a que «la
verdad no está fuera del poder, ni carece de poder»,4 y
estimula a recobrar la idea de que
hay que pensar los problemas políticos de los intelectuales
no en términos de «ciencia/ideología» sino en términos de
«verdad/poder», y que el problema político esencial para
el intelectual no es criticar los contenidos ideológicos que
estarían ligados a la ciencia, o de hacer de tal suerte que
su práctica científica esté acompañada de una ideología
justa. Es saber si es posible constituir una nueva política
de la verdad. El problema no es «cambiar la conciencia»
de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen
político, económico, institucional de la producción de la
verdad. No se trata de liberar a la verdad de todo sistema
de poder —esto sería una quimera, ya que la verdad
es ella misma poder— sino de separar el poder de la
verdad de las formas hegemónicas (sociales, económicas,
culturales) en el interior de las cuales funciona por el
momento. La cuestión política, en suma, no es el error, la
ilusión, la conciencia alienada o la ideología; es la verdad
misma. (p. 200)
En la obra de Alonso tiene un gran peso enfrentar el
reto de la lucha ideológica, el diversionismo ideológico
La guerra dentro de la paz. Poder y verdad en el mundo contemporáneo
113
y la penetración cultural promovidos desde los centros
del poder mundial en sus intentos de establecer,
imponer, mantener, reproducir, sus proyectos de
dominación y control en los escenarios del Tercer
mundo en su conjunto, si bien el énfasis en América
Latina se manifestaba en los 80, bajo la llamada
revolución conservadora, con mayor fuerza que en los
años que siguieron a la Segunda guerra mundial y al
triunfo de la Revolución cubana.
El llamado «Informe de Santa Fe II» —emitido
por un importante «tanque pensante» conservador,
muy vinculado a la administración de Ronald Reagan
y a la de George Bush— concedía, ya desde 1988, una
relevancia explícita a la guerra cultural, como recurso
ante la difusión e influencia del marxismo-leninismo,
y llamaba la atención sobre el papel subversivo de la
intelectualidad. En este sentido, vale la pena recordar
que en ese texto, inspirador en buena medida de la
política latinoamericana de los Estados Unidos entre
finales de los años 80 e inicios de los 90, se llamaba
la atención sobre el efecto «contaminante» del
pensamiento de Antonio Gramsci, y se alertaba sobre
el «peligro» que representaban las corrientes marxistas
para los procesos democráticos en América Latina,
si llegaran a difundir, crear e imponer sus valores en
una nación.5
Han transcurrido más de veinte años desde esa
toma de conciencia imperialista que legitimaba una
guerra cultural ante la intensidad de los cambios
revolucionarios en el hemisferio. Lejos de amortiguarse,
se han vuelto más sofisticados los mecanismos de
legitimación ideológica y de agresión cultural, junto
al descomunal perfeccionamiento tecnológico de los
armamentos. Luego de desaparecida la «amenaza» del
comunismo internacional, y de los atentados terroristas
del 11 de septiembre de 2001, los Estados Unidos
recodifican la percepción del enemigo asignando al
terrorismo la función de nuevo eje articulador de su
política exterior. Con este pretexto se troquela una
operación ideológica de dominación dentro y fuera de
la nación a través del miedo. Según Alonso, «para el
discurso en la cúpula del imperio el terror se definirá
a partir de ahora como algo que viene de afuera: del
mundo islámico en primer lugar» (p. 138). De ahí el
relieve que cobran corrientes ideológicas, como las
religiosas de índole fundamentalista, y las políticas,
como las de extrema derecha y neofascistas.
Expone Alonso:
[E]n nuestro tiempo los mecanismos totalizadores de la
manipulación cultural a nivel mundial han copado casi
todos los espacios y la hegemonización ha desdibujado
considerablemente las fronteras nacionales. Lo terrible de
esta adversidad es la capacidad adquirida por los centros
de poder para extender y consolidar su lectura (Gramsci
se refirió al poder hegemonizador de la prensa y de todo
lo que fuera capaz de incidir en la opinión pública, y su
114
Jorge Hernández Martínez
tiempo vivió solo el auge de la palabra impresa y de la
radiodifusión; podemos calcular la potenciación ulterior
de los instrumentos de hegemonización, primero con
la televisión y después con el desarrollo de las redes
informáticas). (pp. 14-5)
Después de la caída del muro de Berlín en
noviembre de 1989 y del desplome del socialismo
como sistema mundial entre 1990 y 1991, han surgido
diversos paradigmas que intentan dar cuenta de la
nueva situación internacional. Como se sabe, los
enfoques que consiguieron mayor impacto fueron
los propuestos por Francis Fukuyama y Samuel
Huntington, quienes intentan naturalizar, justificar y
aplaudir el sistema neoliberal que domina actualmente
el mundo globalizado. Son representantes académicos,
o intelectuales orgánicos, del establishment imperialista;
como dos caras de la misma moneda. El éxito de las
tesis neoliberales y neoconservadoras contenidas en
sus obras estuvo íntimamente ligado a los think tanks
norteamericanos y a las fundaciones «benéficas»
u organizaciones no lucrativas de la sociedad civil
internacional que financiaban esos laboratorios de
ideas.
Sin embargo, en medio de ese dinamismo de
las ciencias sociales, no faltaron alternativas que
venían, oportunamente, a echar una mano a los
afanes imperialistas por hacer más efectivo y viable su
empeño de dominación cultural, como complemento
de las guerras a través de las armas. En este sentido, no
menos conocidas resultan las propuestas de Joseph Nye,
sobre todo a partir de su obra La paradoja del poder
norteamericano, donde sostiene que la supremacía
estadounidense se mantendrá, a pesar del terrorismo, y
que durará hasta bien entrado el siglo xxi, si se aprende
a utilizar el poder sabiamente.
Para Nye, si los Estados Unidos quieren conservar
su supremacía, deben prestar atención al poder
blando, lo cual obtuvo credenciales bajo el gobierno
de George W. Bush. El poder duro es el poder militar
y el económico, y se basa en incentivos o en amenazas;
en tanto que el blando busca obtener los mismos
resultados que el poder duro, pero de una forma
distinta, indirecta y funcional, apelando a las nuevas
tecnologías de la información, a los valores y a la
cultura. En elaboraciones ulteriores, se incorpora a
esa noción la de poder inteligente, que ha hecho suya
la administración Obama.6
En este contexto, como apunta Alonso, la dimensión
ideológica acrecienta su papel, y puede considerarse que
ya sean el poder blando o el inteligente, la justificación,
la coartada o la purificación, son imprescindibles:
[E]l vencedor ni siquiera respeta la legitimidad de la
defensa: resistir con las armas te hace ser tratado como
criminal de guerra por matar invasores en el combate. La
ideología del poderoso no deja espacio para conceptos
como el de «guerra justa», «guerra necesaria» o «guerra
patria», que han validado en la historia y el deber del
agredido. Podemos constar, incluso, que el halo de
cruzada redentora que circunda la agresión tiene una
justificación meramente ideológica. Las filas que portan
las armas de los poderosos para pelear esta guerra no
tienen por qué entender la verdadera naturaleza de la
misma, más bien lo contrario, y se les debe proveer,
además, de una buena coartada para el abuso sin paralelo
que adquiere la confrontación. Tienen que sentirse
portadores de algún tipo de purificación. (pp. 83-4)
En sus reflexiones específicas sobre Latinoamérica,
Alonso examina la situación de pobreza y la
problemática religiosa, y engarza en su análisis los
efectos acumulados de la consolidación hegemónica
del imperialismo estadounidense que sigue a la
Segunda guerra mundial, sus búsquedas en el
apuntalamiento del sistema de dominación, bien
utilizando el reformismo económico, bien acudiendo a
los experimentos neoliberales, a la transnacionalización
mediática, al reforzamiento del american way of life y el
american dream. En esos reajustes, desde luego, nunca
está ausente el remozamiento de las concepciones
de seguridad nacional, que permiten modificar los
diseños de la política exterior y de defensa de los
Estados Unidos, en contubernio con las fuerzas
armadas y los sectores comprometidos con las empresas
multinacionales y el denominado complejo militarindustrial norteamericano.
Al detenerse en el presente, constata que:
La gravedad de la situación social en América Latina
hoy se ve resumida en la extensión de la marginalidad,
la pobreza y el desamparo. La definición del peso de las
clases subalternas la encontramos en los conjuntos más
representativos de las necesidades y los intereses populares,
y no en la asunción inmovilista de una clase principal;
estas características que ya se prefiguraban en los 60,
cuando el término de marginalidad daba precisamente
el sentido de minoría, ahora son una golpeante realidad
generalizada. Millones de latinoamericanos nacen y
mueren sin haber conseguido en su vida un empleo o
una ubicación formal estable en la economía de su país.
Cientos de miles emigran todos los años. (p. 44)
Con una referencia de especial significación al
tema de la derechización de la cultura política y de la
orientación externa de los Estados Unidos, Aurelio
Alonso aclara que más que incursionar en precisiones
semánticas que pueden beneficiar al discurso político,
lo que le interesa es centrarse en la connotación
histórica de conceptos como nazismo y fascismo, y en
la manera en que ambos se proyectan en los procesos
socioeconómicos y políticos actuales. En este sentido,
el autor distingue dichos conceptos como experiencias
singulares (la alemana y la italiana) «con diferencias que
van más allá de lo episódico, al margen del coeficiente
que las unifica», y precisa que
hemos terminado, en el discurso político, por identificar
los conceptos o, más exactamente, por manejarlos en
una tácita relación de inclusión […] [hemos] asignado
al de fascismo una connotación más genérica que al de
nacionalsocialismo o nazismo. (p. 60)
Sin afirmar que el fascismo sea una opción ideológica
y política de corto plazo en el devenir de la sociedad
norteamericana, Aurelio se detiene en las tendencias
de extrema derecha, su viabilidad, bases sociales y
acomodos coyunturales que han tenido lugar durante
los últimos años. Sin embargo, matiza los posibles
alcances y límites, pues reconoce que dicha sociedad
está fuertemente marcada por concepciones acerca
del papel central de la democracia, que condicionan
la naturaleza del sistema político en ese país. Aunque
estas reflexiones están sobre la mesa de debate desde
que Theodor Adorno, Cedric Belfrage y Bertram Gross,
escribieran sus obras respectivas, La personalidad
autoritaria, La inquisición democrática en los Estados
Unidos y El fascismo amistoso, Aurelio las examina
con prisma propio y mayor sentido de actualidad; no
obstante (atribuyámoselo a la brevedad del artículo),
la complejidad del asunto hubiese requerido mayor
contextualización y antecedentes. En rigor, si bien sus
reflexiones resultan muy sugerentes, quedan limitadas
en su valor interpretativo por tales ausencias:
A menos que ante la certeza de un fracaso electoral el
presidente en funciones imponga su reelección mediante
un golpe de Estado, los requisitos formales por los cuales
la ideología liberal define la democracia se mantienen
vigentes en los Estados Unidos. Por cuestionable que
se nos haga esta definición de democracia, cuando la
presidencia ha devenido un objeto de subasta, es la
aceptada por la opinión pública norteamericana […] No
ignoro que la variante de un golpe en los Estados Unidos
puede ser objetada con muchos argumentos que harían
incluso que esta hipótesis pareciera ridícula. Sin embargo,
recuerdo lo cuestionable de los métodos que dieron la
presidencia a Bush en las elecciones de 2000 […] quizás
sea un poco excesivo calificar lo sucedido en 2000 como
un golpe […] Pero lo que me interesa es, en primer lugar,
subrayar la indiferencia aparente con que la opinión
pública norteamericana admitió aquel flagrante fraude y
aceptó el veredicto que llevaba a la presidencia a George
W. Bush. […] Otra cuestión sería saber si la opinión
pública norteamericana, en un escenario muy saturado
por un menú de necesidades básicas tan elevado […]
una opinión pública tan moldeada por el totalitarismo
de la manipulación a través de la televisión y de las
comunicaciones electrónicas, tan insensibilizada ante la
magnitud de la tragedia de los millones que en el mundo
mueren todos los días de hambre, o de enfermedades
curables, podrá dar al menos el paso de mostrar que
todavía depende de su voluntad decidir quién no les debe
gobernar. (pp. 69-70)
También ocupa al autor la realidad de Cuba. Precisa
desde las primeras páginas que,
de ningún modo es un libro centrado en el tema cubano, pero
tampoco me parece discutible que el tema cubano sigue
clavado en el núcleo de lo que pasa en nuestro pedazo
de mundo. (p. 6)
La guerra dentro de la paz. Poder y verdad en el mundo contemporáneo
115
Y aclara:
Cuba ha estado en la agenda del imperio al principio y al
final de este recorrido: dilemas de la geopolítica. Primero,
un siglo atrás, como víctima de una independencia
duramente luchada, y usurpada por la intervención
militar. Ahora, acusada del imperio como el puerto
occidental del «eje del mal» por el pecado de seguir
defendiendo su independencia. (p. 141)
Sobre esas bases, añade:
[L]a realidad del medio siglo de historia cubana vivido
desde la victoria revolucionaria de 1959 no admite
miradas sesgadas, porque está saturada de complejidades.
Su historia de paz ha resultado ser la de medio siglo
de estado de sitio económico, diplomático, mediáticoinformativo, ideológico, sometida a agresiones terroristas
sin que se haya producido la justificación del casus belli.
Medio siglo en el cual la paz se ha tenido que vivir como
un estado particular de la guerra, de asedio continuo, en
el cual la coartada del agresor se cifra en el argumento
falaz de quien no usa las armas para agredir, y encubre
su agresión en la pretendida ignorancia acerca de su
víctima, simplemente execrada, descalificada para la
existencia. (pp. 5-6)
En una breve explicación, coloca el análisis del tema
cubano bajo el prisma del significado y consecuencias
del histórico y prolongado conflicto, y alude a las
políticas de los sucesivos gobiernos norteamericanos,
desde Dwight Eisenhower hasta Barack Obama,
con comentarios tan ágiles que apenas se perciben
particularidades que hubiesen reclamado alguna
puntualización a fin de evitar generalizaciones que
abren la puerta al reduccionismo. La sociedad civil,
la democracia, el consenso interno, las desigualdades,
son cuestiones examinadas en el libro, a través de un
paisaje que posee el beneficio de la síntesis, pero con
el costo de ciertas esquematizaciones que, más allá de
su enunciado, no consiguen avanzar en la explicación
objetiva de los hechos que motivan su interpelación.
No obstante, la balanza favorece más la presencia que
la ausencia. De particular interés resulta la entrevista
que cierra el texto, bajo el original título «Sociedad civil
en Cuba: ¿un problema de geometría?». Hasta cierto
punto, aquí se compensan algunas simplificaciones y se
añaden referencias omitidas en algunos de los artículos
que abordan el tema cubano.
Retomando lo dicho al inicio, nada sería más
ilustrativo que compartir con el lector algunos
fragmentos con los que Aurelio Alonso resume la
lógica expositiva con la que concibió la compilación
de trabajos recogidos en La guerra de la paz y procedió
a organizarlos, teniendo en cuenta que no los ordenó
con un criterio cronológico, sino que los agrupó por
afinidad temática, a partir de sus presupuestos de
partida:
Aquella magistral y siempre recordada afirmación, puntal
de la filosofía de Clausewitz, que identificaba a la guerra
como una extensión de la política con otros medios,
116
Jorge Hernández Martínez
resulta hoy incompleta. La guerra no es ya solo una
extensión de la política, sino del mercado, en el cual el
rubro «armamento» tiene un peso superlativo, segundo
solo al rubro «petróleo», decididamente más importante
en la decisión de agredir que la erradicación de cualquier
tipo de terror. (p. 78)
Aurelio considera que
la posguerra tampoco será la posguerra, en tanto este
concepto debiera significar, en esencia, la recuperación
de la paz, es decir, de la tranquilidad, y más aún de
una perspectiva de relaciones menos competitiva y más
solidaria. (p. 81)
Las sensibilidades y preocupaciones racionales
que hayan podido despertar los comentarios de esta
reseña no son suficientes, desde luego, para convencer
al lector de que hasta ahora las guerras comenzaban y
terminaban, se decidían, desencadenaban y ganaban
de otra manera. Se impone conseguir (y leer) el libro,
para constatar que la cuestión del poder, la fuerza, la
política, la guerra, la paz (su comprensión cabal), es
la verdad misma.
Notas
1. Aurelio Alonso Tejada, La guerra de la paz, Ruth Casa Editorial/
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 3-4. En lo
adelante, solo se indicarán, entre paréntesis, las páginas.
2. Michel Foucault, Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid,
1992, p. 197.
3. Ibídem, p. 198.
4. Ídem.
5. Aunque a partir del decenio siguiente la visión sobre el supuesto
«peligro externo o extracontinental» en América Latina ya no
se construye en torno al «enemigo marxista y comunista», el
procedimiento codificador es el mismo, y se reproduce en otros
informes de tales «tanques pensantes», bajo otras construcciones
ideológicas sustitutivas, donde el «terrorismo» es definido como
la principal amenaza.
6. Véase Joseph Nye, La paradoja del poder norteamericano, Taurus,
Madrid, 2003. A los efectos de la perspectiva que propone Aurelio
Alonso en su libro, lo más interesante es la visión multidimensional
del poder que ofrece Nye, la centralidad que le atribuye a la ideología
en la política mundial y los mecanismos que la difunden en el
sistema internacional, al ser capaces de convertir la fuerza, el poder,
la guerra, en verdad.
Yo he visto en todos los lugares mansiones
en ruinas, y estatuas, y el cielo, y la tierra,
y todo siempre es el hombre.
La autenticidad
de la voz
o el misterio
del eco:
ensayos
de Margarita
Mateo
Sergio Pérez Hernández
Profesor. Instituto Superior de Arte (ISA).
C
Montaigne
on coherencia discursiva, Margarita Mateo
—la estudiosa, la viajera a país extraño
en búsqueda de pistas reveladoras que
descubrieran entresijos de la obra del escritor
argentino Julio Cortázar en su archivo personal,
la invocadora zodiacal en un prólogo a su labor
cuentística— llega buscando ahora la confluencia de
voces que misteriosamente arman la palabra en el eco.
La conciencia académica de Ella escribía poscrítica
invoca su herencia literaria para hilvanar otro tejido
intelectual.
La compilación de textos recogidos en El misterio
del eco,* este nuevo cuerpo ensayístico de Margarita
Mateo, me insta a la lectura selectiva y no atino al
examen lineal. Posiblemente el ofrecimiento de una
estructura externa diseñada para distinguir los ejes
temáticos y los motivos inspiradores individuales de
cada investigación sea una de las eficientes estrategias
editoriales y/o autorales que verifican mi particular
manera de emparentarme con la obra en general. Y es
que, la organicidad interna que se transparenta de la
pericia analítica de Maggie en cada uno de sus estudios,
cuyos recursos el lector ratifica como marca estilística
de su escritura, libera de ataduras al receptor de la obra
y permite la autonomía de los trabajos como voces
independientes de la misma composición. Me regocijo,
entonces, con las palabras de Jean Paul Sartre:
cada obra literaria es un llamado, la lectura es una
creación dirigida; solo la conjugación de los esfuerzos
del autor y de los lectores crea la obra literaria; todo
producto del intelecto contiene una imagen del lector
para el que está destinado.1
Defino, pues, mi interacción con estos textos como
una convergencia entre las prioridades personales,
alcanzadas en la pasión por algunas de las obras
que Mateo repasa, y las funciones experimentales
que sujetan siempre a la creación literaria. Otra
vez se anega en el infinito literario que le recorre
el consciente autoral. Una vida entregada a la
investigación y la enseñanza, otrora constatada en Ella
escribía poscrítica, la hace desenvolverse como héroe
principal de sus textos ensayísticos. Aunque todos
los trabajos recogidos en este libro se dejan halar por
significaciones comunes: maestría lingüística, frases
proverbiales de alto lirismo, eficaz colocación de
intertextos, etc.; uno de ellos, «La ruta del huracán»,
nos remite a las palabras que, sobre la concepción del
género, fijara Virginia Wolf:
* Margarita Mateo Palmer, El misterio del eco, Ediciones Unión, La
Habana, 2011. Premio de la Crítica 2012.
La autenticidad de la voz o el misterio
eco: ensayos
de MargaritadeMateo
n. 72: del
117-119,
octubre-diciembre
2012
117
el ensayo nos debe someter a su encanto desde la primera
palabra y no permitirnos despertar hasta la última
dejándonos reposados. En el intervalo, pasaremos a
través de las más variadas experiencias de diversión,
sorpresa, curiosidad, indagación; pero no debemos
despertar. El ensayo debe envolvernos y envolver el
mundo en su cortinaje… Hazaña tan notable rara vez
se realiza, y la culpa puede ser tanto del lector como del
escrito. 2
Sin temor a correr riesgo infructuoso, el pensamiento
de la también novelista Margarita Mateo se concreta
en la palabra precisa, no escogida por mera casualidad,
para distinguir en su recorrido investigativo todas
las páginas letradas que ha ido envolviendo con
su paso tempestuoso el huracán, gran conmovedor
terrestre, y las marcas disímiles que ha dejado en ellas,
convirtiéndose, antes, en curiosidad poco explicativa
materialmente para los primeros habitantes, luego, en
motivo esencial para el discurso literario de cronistas,
ensayistas, poetas y novelistas. Así, desde el párrafo
introductorio, la autora anuncia una red de significados
en torno al eje temático que, por su misma intención,
deviene carga simbólica matizada en metáfora:
Danza de los vientos que como soplo de vengativas
deidades impulsa sus giros siniestros y desciende de las
alturas atropellando nubes, sumándolas a su baile de
quebrados contoneos, llega el huracán a las islas del mar
Caribe y un súbito enfriamiento recorre el espinazo del
monte. El aliento poderoso, que parece salir de los labios
de una divinidad inflamada para ir trenzando los cuatro
vientos en torcidas tempestades, descarga todo su furor
sobre la tierra…3
Entonces comienza el periplo autoral en la búsqueda
de contenidos relevantes acerca del fenómeno natural y
mitológico, particularmente en la literatura cubana, y
va tejiéndose, azarosamente, un argumento huracanado
—por intenso—, que levanta en su espiral discursiva
una estimable cantidad de textos divergentes entre sí
respecto al contenido y la forma que los individualiza,
pero concurrentes en cuanto a su motivo inspirador.
Una parada prolongada en El Siglo de las Luces y
Oppiano Licario nos revela el «intervalo» y dos de «las
variadas experiencias» a las que se refería Virginia
Wolf. Conocidas son las miradas que Maggie, en
diferentes momentos, ha ofrecido en conferencias y
publicaciones sobre la obra en prosa de Carpentier y
Lezama. Inspirada, otra vez, por la búsqueda mitológica
que siempre la impulsa hacia las investigaciones, regresa
la ensayista a estas novelas para correr la cortina de los
acontecimientos y mostrar el culpable de los sucesos
que conforman aspectos de la línea argumental en cada
novela: el huracán.
Con el texto que cierra el ensayo, la escritora subraya
la defensa de su asunto con el carácter simbólico del
mito y le imprime, así, voz y presencia imperecederas
en nuestro acervo cultural:
118
Sergio Pérez Hernández
Con una extraordinaria riqueza de matices y perspectivas
ha impuesto su presencia en la cultura cubana el más
sobrecogedor y majestuoso fenómeno de la naturaleza
del Caribe —que fue, para los primeros habitantes de la
isla, el dios más poderoso de su mitología, tanto en su
carácter destructivo como en su poder fecundador […]
Este poderoso símbolo, representado por los cubanos
precolombinos con su inquietante figura en actitud de
baile, aún sigue batiendo, con su estela germinadora, el
imaginario de la isla. (p. 128)
El último asiento lo ocupa esta vez, otra revisitación
a la obra lezamiana: «Paradiso: la lucha entre Eros y
Thánatos».4 La pulsión entre la vida y la muerte a la
que se someten los personajes lezamianos regresa con
nuevos apuntes de la mano de la estudiosa que, si bien
no desdeña vistazos anteriores, ahora conforma, desde
la incorporación de recientes miradas que recalzan la
indagación anterior, una visión más totalizadora en su
profundidad. Esta nueva vuelta sobre el mismo trabajo,
y con algunas inclusiones que hace Maggie, no debe
prejuiciar a quien ha seguido su obra, si comienza,
como yo, por el índice; sino que el lector debe sentirse
compulsado para descubrir el afán de la insistencia
autoral y —como apuntara, en cierta ocasión, Hans
Robert Jauss— «el carácter siempre nuevo que la obra
en toda su estructura puede adquirir bajo la influencia
de las condiciones histórico-sociales variables de la
recepción».5
Cuando enfrento las palabras que introducen
el estudio de la obra de Jean Rhys, precediendo en
páginas avanzadas del libro a la ruta huracanada de las
intenciones literarias cubanas de los siglos xix y xx, y
hallo a Antoinette emparentada con la Alicia de Lewis
Carrol, ambas frente al espejo en develación, cada una,
de su alter ego, veo también a Gelsomina reconciliada
en Tituba en Desde los blancos manicomios, reunida en
la llanura con los personajes de Gobernadores del rocío
o sintiendo en alma propia las añoranzas de Un verano
en Tenerife. Reconozco asimismo, desde la lectura, la
minuciosidad en la búsqueda de los pasajes que, en El
vasto mar de los sargazos, van proponiendo la temática
del doble, tesis tan imprescindible para el desarrollo
argumental de la trama y aspecto que sustenta desde
el punto de vista narratológico las aspiraciones de la
protagonista. Muy bien ensayada queda la creencia en
el zombie y la alusión en la novela: otra vez Margarita
Mateo ofrece las claves míticas en comunión con su
repercusión simbólica.
La lectura saltarina que he realizado del libro,
me permite romper el ordenamiento ensayístico
propuesto en la publicación y traer, bajo la égida de
mi voluntad, también licenciosa, los trabajos que allí
se presentan para que vayan apareciendo según mis
pasiones en esta reseña. Por ello no debe sorprender
que, finalizando, abra la puerta al estudio que recoge el
título del libro: «El misterio del eco». Desde —y en— el
espacio gnóstico lezamiano, ese eco se alza como voz; y,
aunque multiplicada o reproducida, es también vívida,
auténtica en su sonoridad y adquiere entonces una
significación otra que define una cultura y un sentir.
Como se plantea la propia escritora, «una voz que se
torna poderosa en su propia aceptación» (p. 13).
La crítica transparente, la intertextualidad definida
y solidificada, la marca distintiva que autoriza a Maggie
para ocupar un lugar seguro en la historia del ensayo
cubano, se devuelven ahora desde el eco. En toda su
obra y desde su iniciación escritural, ensayo y ficción,
verso y prosa, copulan para danzar en la autoría
académica o en la historia novelada.
Notas
1. Citado por Henryk Markiewicz en «La recepción y el receptor
en las investigaciones literarias. Perspectivas y dificultades», en
Desiderio Navarro, sel. y trad., Textos y contextos», t. II, Arte y
Literatura, La Habana, 1989, p. 146.
3. Margarita Mateo Palmer, El misterio del eco, Ediciones Unión,
La Habana, 2011, p. 91. En lo adelante, solo se indicarán, entre
paréntesis, las páginas.
4. Ensayo publicado en Temas (n. 27, La Habana, octubre-diciembre
de 2001, pp. 98-113). Véase también aquel extenso y riguroso
análisis que, a la novela del poeta, realizara Margarita Mateo y
quedara recogido en Paradiso: la aventura mítica (Premio Alejo
Carpentier, 2002), Letras Cubanas, La Habana, 2002.
5. Citado por Henryk Markiewicz, ob. cit. p. 149.
C
2. Camila Henríquez Ureña, Invitación a la lectura, Editorial Pueblo
y Educación, La Habana, 1975, p. 156.
La autenticidad de la voz o el misterio del eco: ensayos de Margarita Mateo
119
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