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LA HORA DE LOS ECONOMISTAS ESPAÑOLES, DESDE
HACE MUCHOS SIGLOS
Por primera vez sonó la hora de los economistas españoles en el siglo
XVI, con la Escuela de Salamanca; en el siglo XVII, volvió incluso a escucharse a
través de los arbitristas y de los novatores al final, aparte de aportaciones de alguno
tan egregio como Mariana, o de las novedades, como Sancho de Moncada.
Después vendría el siglo de la Ilustración, con Jovellanos muy en cabeza, pero no
en solitario. ¿Se explican muchas cosas de nuestra política económica, como la
defensa de la desamortización de la tierra sin tener en cuenta tanto el Tratado de la
Regalía de Amortización de Campomanes como el Informe de la Ley Agraria de
Jovellanos? En el siglo XIX, la batalla doctrinal entre proteccionistas y
librecambistas, dio noticia a todos de la permanencia muy destacada de otra hora de
los economistas, con el preludio estupendo de Flórez Estrada, y figuras tan
interesantes como Figuerola, o Gabriel Rodríguez. Añádase todo lo que concluirá
por reunir el regeneracionismo y, a su cabeza, Costa, del que estamos a punto de
celebrar el centenario de su fallecimiento.
De pronto hubo un golpe de timón, para incorporarnos radicalmente a
las corrientes de la ciencia económica más acrisolada a partir del inicio del siglo XX.
Surgió así una primera generación, vinculada en más de un sentido a la intelectual
del 98, constituida esencialmente por Flores de Lemus –preparación en Tubinga,
Berlín y Heidelberger-, Bernis –que lo hace en Berlín, Oxford con Edgeworth y
Nueva York y el institucionalismo norteamericano- y Zumalacárregui: Escuela de
Lausana. A esa primera generación del siglo XX, le sigue una segunda, en paralelo
con la que Laín Entralgo sitúa a Ortega. Son los Olariaga, los Carande, los Viñuales,
los Gabriel Franco, los Álvarez Cienfuegos, todos ellos discípulos de Flores de
Lemus. Pronto aparece otra, la tercera, más independiente, aunque algunos de ellos
con enlaces en esa primera del siglo. Radicalmente independiente es Perpiñá Grau,
formado primero en la Universidad Comercial de Deusto y, después, en Alemania;
además tenemos a Valentín Andrés Álvarez, vinculado a París y a Flores de Lemus;
Castañeda, al par discípulo de Zumalacárregui y de Flores de Lemus; Torres, que
desde Einaudi y Gini, enlaza con Zumalacárregui; si se incluye a Larraz, su
formación en economía va desde el ambiente belga a una realidad autodidacta;
Sardá, acaba, en sus años juveniles vinculado con el Keynes del Treatise on money,
muy acompañado de Lucas Beltrán, quien acabará girando, desde la London
School, hacia los Hayek y los Robbins. En esta generación hay que incluir también
Ullastres, discípulo de Flores de Lemus.
La cuarta, nacida en los primerísimos años de la Facultad de Ciencias
Políticas y Económicas, tendrá siempre en su activo, el haber sido la que pasó a
participar activamente en la apertura de la economía española. Ahí están, en esos
momentos cruciales, Sampedro en el Gabinete de Navarro Rubio; Albiñana, como
secretario general técnico y como impulsor de reformas tributarias, también en el
Ministerio de Hacienda, donde Barea va a convertirse en un funcionario
imprescindible, así como Gonzalo Arnaiz; Fuentes Quintana, Manuel Varela y Ángel
Alcaide en Comercio; Fabián Estapé desde Barcelona y más adelante, desde la
Comisaría del Plan de Desarrollo, borrando para siempre la idea de que podría
merecer la pena escuchar las tesis de Gual Villalbí; a mi me corresponderá el
flanqueo desde el Ministerio de Trabajo, y no quiero olvidar el papel de ayuda
continua que procederá de un Terán y un Julio Alcaide.
La quinta generación es la que se podría denominar de imperio
definitivo de los economistas. En este libro aparecen figuras tan notables como las
de Gonzalo Anes, Tamames, Luis Ángel Rojo, Muns, Raga y Sánchez Asiaín.
Y mezclada con ella está, a mi juicio una sexta, que pasa a ser
realmente decisiva por su capacidad investigadora, su estar al día, su papel concreto
en mil momentos clave de nuestra historia económica y, desde luego, política. Son
los Schwartz, los Tortella, los Lluch, los Victorio Valle, los Cuadrado Roura, los
Lagares, los Andrés Santiago Suárez, los Álvaro Cuervo, los Gámir, los García
Delgado, los Albi, los Terceiro –José y Jaime-, los Mas-Colell, los Enrique Barón, los
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Eugenio Domingo Solans, los Jesús Huerta, los Muñoz, los Sala i Martín, los
Serrano, los Aurelio Martínez Estévez, los Iranzo, los Torrero, los Molero, los Jaime
Lamo de Espinosa, los Solchaga, los Buesa. Y ahora mismo aparece, en revistas de
economía más allá de las fronteras españolas una joven, brillantísima, séptima
oleada de economistas españoles.
Bastantes de los mencionados del siglo XX han sido recogidos en este
volumen, gracias al esfuerzo, que nunca ponderaremos bastante, de los profesores
Luis Perdices y Thomas Baumert. Algunos hemos conocido las dificultades que han
tenido que vencer. Gracias a ellos, y como una especie de complemento y
actualización de esa obra colosal que dirigió el profesor Fuentes Quintana,
Economía y economistas españoles disponemos del libro que aquí se presenta. Yo,
al menos, he puesto esta obra con su conjunto de entrevista a cuarenta economistas
españoles del siglo XX al lado de los tomos mencionados fruto de la tarea a la que
dedicó Fuentes su último esfuerzo antes de dejarnos. Aprovecho este acto para
decir que no entiendo que exista discrepancia alguna entre este planteamiento de
historia de las doctrinas económicas de Lluch, Fuentes, este libro que yo ahora
presento, frente al de Schwartz de estudiar sólo los clásicos y neoclásicos. Lo
nuestro es enlazar el pensamiento que existe, equivocado o no, y lo realidad
económica y política, y la de Schwartz es ofrecer estupendos análisis de Stuart Mill o
Jeremias Bentham. Insisto en no ver contradicción.
Vuelvo a la relación de nuestros economistas. Gracias a todos ellos,
desde los del siglo XVI hasta los últimos aparecidos, España es mucho más eficaz y
los españoles, sencillamente, viven mejor, que si los economistas no hubiéramos
existido, y esto como consecuencia de lo que, por lo menos treinta y nueve de los
cuarenta que se encuentran en este libro, han publicado, han aconsejado, han
dictaminado. Lo han hecho mientras aceptaban aquello que escribió Stigler, en su
ensayo ¿Tiene la economía un pasado útil?: “La literatura científica (económica) es,
en un grado considerable, literatura polémica. Las nuevas ideas se venden como los
automóviles nuevos: exagerando su superioridad sobre los modelos anteriores. Sin
embargo, existe una diferencia en el método de venta: una nueva teoría puede ser
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eventualmente más importante de lo que incluso su descubridor cree y postula, pero
el valor de los teóricos más viejos es invariablemente mayor de lo que él reconoce”.
Desde luego, todos sabemos, porque lo hemos leído en algún momento, el
gigantesco poder de las ideas, tal como nos lo explica Keynes como final de la
Teoría General, y en cuya correcta traducción al español de una palabra clave, como
sabe el profesor Perdices, he participado.
Concluyo señalando que siempre me resultará muy difícil enjuiciar
adecuadamente este libro porque su comentario por mi parte –lo que sigue es
fundamentalmente un párrafo del Prefacio escrito por Ralf Dahrendorf, para A
History of the London School of Economics and Political Science. 1895-1995- está
siendo aquí efectuado por quien ha estado “estrechamente comprometido y
permanece hondamente vinculado” con todo, absolutamente con todo, lo que este
libro contiene.
JUAN VELARDE FUERTES
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