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MONIMBO “Nueva Nicaragua”
Edición 519 • Año 21
Remesas familiares: un aporte
extraordinario a la economía del país
Javier Matus Lazo
El fenómeno de la emigración de nicaragüenses y el impacto de las remesas en la economía familiar, popular y nacional, no ha sido, a mi juicio,
suficientemente valorado en su
verdadera dimensión por la sociedad y las instituciones del
Estado. Inclusive, hay muchas
divergencias en las cifras del
BCN, empresas encuestadoras e
investigadores particulares sobre
este tema. Según algunos datos
públicos, se estima una población
de unos 800 mil nicaragüenses
radicados en el exterior, una
mayoría establecidos en Costa
Rica, en segundo lugar en los
Estados Unidos y, el resto, disperso en otros países centroamericanos y Canadá y España.
Por otro lado, es frecuente escuchar que la mayor oleada de
emigrantes se dio en la década
de los 80, como producto de la
guerra desatada en el país, sin
embargo, algunas cifras apuntan
a un masivo éxodo a partir de los
90 y hasta la fecha, representando
un 65 % de todo el flujo migratorio en este período, coincidiendo con el renacimiento de gobiernos neoliberales.
Los datos que circulan en el
público muestran que más del 70
% de los nicaragüenses tenemos,
por lo menos, un familiar en el
extranjero y el 40 % recibimos
un promedio de US $ 1,450
dólares cada año, producto de las
remesas familiares contabilizadas. Aquí no se registran las
encomiendas en especie (ropa,
zapatos, cosméticos, electrodomésticos, etc.) y dinero en
efectivo que otros familiares o
amigos nos traen en sus frecuentes y nostálgicos viajes a su
querido terruño.
En cifras brutas, este solidario, oportuno y sacrificado
aporte a la economía popular y
familiar se traduce en unos 950
millones de dólares al año, equivalente casi al mismo monto de
todas las exportaciones del país,
sin incluir zonas francas. En otras
palabras, estos 800 mil nicas,
hombres y mujeres, jóvenes y
adultos, profesionales, obreros y
campesinos, forzados a vivir en
el exterior (EU, Costa Rica y
otros países), sostienen o ayudan
a mantener las necesidades y demandas básicas de unos 2 millones de habitantes. No hay ningún
programa o proyecto público o
privado, o de la cooperación y
ayuda internacional que alcance
esta suma.
Aunque parezca contradictorio, un alto porcentaje de
quienes reciben fondos son familias pobres del sector rural y
urbano, ello explicaría en parte
las razones por las cuales no han
habido reacciones sociales y
manifestaciones de masas frente
a una deplorable situación económica y las continuas alzas de
los productos de consumo, sobre
todo de primera necesidad. En
otras palabras, las remesas familiares constituyen un fuerte aliado
de los gobiernos de turno, y
sirven de colchón para amortiguar semejante crisis.
Hay quienes critican que estos recursos no ayudan en nada a
la gente que, paciente y esperanzadoramente los recibe, y más
bien fomentan el ocio y el consumo en dichos sectores, em-
pujando aún más la inflación.
Pero estos detractores no saben
o no quieren entender que en
otros países el BID y otras
iniciativas de ONG han impulsado proyectos y acciones encaminadas a promover la inversión
y el uso productivo de las remesas; el mismo Banco plantea
que, a nivel mundial, los montos
de las remesas superan en creces
a toda la ayuda internacional y
la inversión, para un mismo período.
En nuestro caso, si bien es
cierto que una cantidad importante de las remesas regresan a
sus lugares de origen vía consumo de productos que no son
de primera necesidad (celulares,
ropa de marca, equipos y accesorios innecesarios, etc.), otra no
menos importante cantidad de
recursos se destina a la inversión,
ahorro y producción, aunque sea,
en estos momentos, a pequeña
escala. Reparación de partes de
la vivienda, asumir gastos de
salud, prestar dinero a un familiar o amigo en dificultad, instalar
un pequeño negocio, abrir una
cuenta de ahorro, cultivar la
tierra, son entre otros, muestras
de un uso orientado al bienestar
socio-económico, cada vez mayor, del esfuerzo de parientes en
el exterior.
Muchos de nuestros coterráneos se han ido del país de
forma ilegal y, si el fenómeno
migratorio es por sí mismo angustiante, incierto y peligroso,
lo es también, para muchos nacionales, evadir permanentemente a la “migra”, trabajar de
forma casi clandestina, en oficios que requieren de un plus
esfuerzo y con salarios extremadamente bajos. Aún en el
marco de esta dolorosa realidad, la solidaridad fraternal y
la responsabilidad familiar de
quienes tienen parientes a quien
asistir en algún lugar de Nicaragua, no se hace esperar y las
cifras arriba expuestas son más
que elocuentes.
Lo anterior no significa que
esté de acuerdo con que nuestra gente, nuestro capital humano, nuestra mano de obra,
tenga que buscar otros horizontes, pero es una realidad
presente y mientras nuestro
país no genere suficiente empleo, ofrezca salarios decentes
y atención adecuada en los servicios sociales básicos, es de
suma y vital importancia que
las instituciones del gobierno y
otros poderes del estado estén
conscientes de este inigualable
aporte de las remesas familiares
a nuestra economía, a la mitad
de nuestra sociedad -sobre todo
la más vulnerable- y priorizar
en sus políticas, planes y programas acciones tendientes a
mejorar el status de los nicaragüenses en el exterior, incidiendo en los países de destino
en un trato migratorio justo, en
igualdad de oportunidades de
empleo y las autoridades nacionales deben empujar la
cedulación, derecho al voto en
el exterior, etc., así como promover y fomentar el uso productivo de los recursos de las
remesas para sostener la economía popular y familiar, y
generar empleo y bienestar social.