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Reflexión
Reflexión
Ética cristiana y vida
económica
Raúl Pariamachi ss.cc.
“La economía tiene necesidad de la ética
para su correcto funcionamiento;
no de una ética cualquiera,
sino de una ética amiga de la persona”.
(Benedicto XVI, Caritas in veritate, n. 45)
Mi breve intervención en este panel quiere ser un aporte a la reflexión
sobre los desafíos éticos en la economía para un Perú globalizado
desde la perspectiva de la ética cristiana. Por lo tanto, de alguna manera voy a combinar filosofía, teología y economía. ¿Qué puede ofrecer una ética inspirada en el seguimiento de Cristo a la búsqueda de
una economía orientada a la justicia social en un país globalizado?
1. ALGUNAS OBSERVACIONES PREVIAS
Tengo la impresión de que muchas de las personas que se declaran
cristianas en el Perú suelen desconocer las implicancias éticas de su
fe en Jesucristo en el ámbito de la vida económica. Por supuesto, no
dudo que cuando leen las parábolas del juicio final, del buen samaritano o del pobre Lázaro sienten que su fe en Jesucristo exige la práctica del amor al prójimo, preferentemente al pobre, al sufriente y al
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* Este artículo constituye una ampliación de mi intervención en el panel sobre los desafíos
éticos en la economía para un Perú globalizado, en el VI Simposio Filosófico “Desafíos éticos
para un Perú globalizado”, organizado por el ISET Juan XXIII (2009).
Páginas 215. Septiembre, 2009.
olvidado. Sin embargo, dudo que saquen todas las consecuencias de
tal amor para la vida económica de su país. Quisiera comenzar entonces con algunas observaciones previas.
Una primera observación –quizás bastante obvia– es que si bien es
cierto que la fe en Jesucristo no puede ser reducida a ninguna ética
(ni siquiera cuando se dice que lo más importante es el amor al prójimo)1, también es verdad que la ética es una dimensión constitutiva
de la fe cristiana, en la medida en que la adhesión a la persona y al
mensaje de Jesucristo supone un estilo de vida conforme a los valores evangélicos. Cabe advertir que la ética cristiana no se limita al
ámbito de la familia, la sexualidad o la bioética, sino que atañe también al ámbito de la vida política, económica y ecológica.
Una segunda observación es que junto a éticas con referencias religiosas –como la ética cristiana– conviven éticas sin referencias religiosas, que defienden la legitimidad de una ética civil o ética laica, al
punto de que se hace imprescindible el diálogo entre ellas. Por ejemplo, se suele clasificar a la ética cristiana dentro de las “éticas de
máximos”, que proponen un ideal de vida buena según un sistema de
valores, a diferencia de las “éticas de mínimos”, que postulan un ideal
de sociedad justa según un sistema de principios que garanticen que
cada sujeto realice libremente su propio ideal de vida buena2. Al menos, en el caso específico de la ética cristiana, esto no significa que
como “ética de máximos” deba limitarse a la vida privada sin repercusiones en la vida pública.
Una tercera observación es que, si bien la ética cristiana aplicada al
ámbito social comprende tanto el nivel fundante de las motivaciones
como el nivel deliberativo de la conciencia y el nivel directivo de las
normas, se debería subrayar que la especificidad de esta ética cristiana estriba en que se trata de una ética humana abierta a la trascendencia. Es una ética que está motivada por la praxis de Jesús, animada por la confianza en Dios, inspirada por los valores evangélicos,
iluminada por la palabra del Señor y orientada por el amor a la humanidad, que consideramos válida para la vida humana3.
1 Pienso en quienes a partir de la centralidad del amor al prójimo postulan una ética sin
teología, como una ética sin trascendencia que termina siendo un cristianismo sin Dios (Cf.
J. A. Estrada, Por una ética sin teología. Habermas como filósofo de la religión, Madrid,
Trotta, 2004).
2 La distinción entre “ética de máximos” y “ética de mínimos” no coincide necesariamente
con la distinción entre “ética para la vida privada” y “ética para la vida pública”, como tampoco con la distinción entre “ética religiosa” y “ética secular, civil o laica”.
3 Estos temas se pueden consultar en A. Cortina, Ética civil y religión, Madrid, PPC, 1995.
M. Vidal, La ética civil y la moral cristiana, Madrid, San Pablo, 1995. C. Gómez Sánchez,
Ética y religión. Una relación problemática, Santander, Sal Terrae, 1995.
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Quizás sea oportuno citar las palabras de un conocido autor:
“No es simplemente correcto pensar que el bien y el mal moral
se constituyen como tales por un precepto divino. Tener tal precepto era la peculiaridad histórica de Israel. Cristianamente,
habría que decir que las acciones humanas son buenas en la
medida en que sean agápicas. Y tal bondad puede pensarse
que les es autónoma, pues el amor brota de la humanidad y es
para la humanidad. El cristiano puede decir bien eso, con tal de
que añada que ese mismo amor, últimamente, viene de Dios; a
esta última radicación en lo Absoluto habrá que atribuir la fuerza de la exigencia del “¡Ama!”, y por ello puede hablarse de
4
teonomía” .
A continuación voy a presentar una visión de lo que la fe cristiana
puede ofrecer al nivel de las motivaciones éticas para la construcción
de una economía justa en el país, a partir de la eucaristía como fuente y cima de la vida cristiana.
2. EUCARISTÍA Y ECONOMÍA
En efecto, el papa Benedicto XVI ha recordado en su encíclica Deus
caritas est que la mística de la eucaristía tiene un carácter social: la
unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás, el
amor a Dios y el amor al prójimo están realmente unidos; en la eucaristía “el agape de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando
en nosotros y por nosotros” (n. 14). Es así como la contraposición
usual entre culto y ética simplemente desaparece –dice el Papa–, en
la comunión eucarística van incluidos a la vez el ser amados y el amar
a los otros. En la misma línea, en su exhortación Sacramentum caritatis se ha referido a la eucaristía como misterio que se ha de creer,
celebrar y vivir, al punto de que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística. Esto quiere decir que la eucaristía
mueve al cristiano a hacerse pan partido para los demás y a trabajar
por un mundo más justo y fraterno: “Cristo sigue exhortando también
hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: “Denles
de comer” (Mt 14,16)” (n. 88). De hecho, “la eucaristía entraña un
compromiso en favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer
a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf. Mt 25, 40)” (CEC 1397).
En seguida trataré de ensayar ciertas repercusiones éticas para la
vida económica tomando como punto de partida algunos elementos
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4 J. Gómez Caffarena, ¿Qué aporta el cristianismo a la ética?, Madrid, Fundación Santa
María, 1991, p. 51s.
bíblico-dogmáticos de la eucaristía, también reiterando determinados
principios éticos.
La eucaristía es el memorial de la vida entregada de Jesucristo, del
sacrificio de su cuerpo y su sangre: Jesús es el pan que se parte para
la vida del mundo (cf. Jn 6, 51). En la eucaristía se despliega la lógica
del relato cristiano, según la cual la raíz del deseo no es la carencia
sino el exceso del amor compartido tal como se descubre en la vida
de Jesús. Un teólogo ha dicho que vivimos como en el cruce de dos
relatos sobre el mundo: la eucaristía y el mercado (en el sentido de
que narran historias de hambre y consumo)5. Cabe decir entonces
que la lógica eucarística del don –dar sin recibir– deberá cuestionar
la lógica mercantil del intercambio –dar a cambio–. No se trata de
satanizar el mercado por sí mismo, sino de advertir sobre el peligro de
que su lógica implacable invada todos los ámbitos de la vida humana,
en una especie de colonización de la ética, la política, la religión, la
cultura y el arte. El mercado dejado a su propia lógica termina convertido en una suerte de nuevo dios Cronos que se traga a sus hijos.
En su última carta encíclica Caritas in veritate, el papa Benedicto XVI
sostiene que la caridad en la verdad ubica al ser humano frente a la
sorprendente experiencia del don (advirtiendo que la lógica del don
no excluye la justicia): “La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil.
Debe estar ordenada a la consecución del bien común…” (n. 36).
Se debe reiterar entonces la orientación ética cristiana de que una
economía justa está configurada por la satisfacción de las necesidades humanas, del ser humano que es el autor, el centro y el fin de
toda la vida económico-social (cf. GS 63). En este sentido, la Iglesia
enseña que el progreso económico está puesto al servicio del ser humano, bajo su control (cf. GS 64-65)6. Jesús dijo que el sábado está
hecho para el ser humano, no el ser humano para el sábado; podemos parafrasearlo diciendo que la economía está hecha para el ser
humano, no el ser humano para la economía.
La eucaristía es el banquete pascual de la comunión en el cuerpo de
Cristo, cuya condición de posibilidad es la vida abundante ofrecida por
5 Cf. W. T. Cavanaugh, “Consumo, mercado y eucaristía”, en Concilium 310 (abril 2005),
pp. 101ss. El relato del mercado encarna una visión fundamentalmente individualista de la
persona, donde la condición ordinaria para la comunicación de bienes se realiza por medio
del comercio, a diferencia del relato de la eucaristía, donde la abundancia del amor de Dios
orienta a la persona a la solidaridad, donde el don relativiza los límites entre lo tuyo y lo mío.
6 Benedicto XVI subraya que el válido mensaje central de la encíclica Populorum progressio
de Pablo VI (1967) radica en que el auténtico desarrollo humano debe ser integral: debe
promover el desarrollo de todo el ser humano y de todos los seres humanos (cf. CV 18).
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Jesús (cf. Jn 10, 10). Pero la abundancia de la eucaristía es inseparable de la kénosis (descentramiento). De tal modo que por la participación en la comida eucarística se produce en los cristianos un radical
descentramiento, al ser configurados con la vida de Jesús y al ser incorporados al cuerpo de Cristo. La eucaristía convierte al creyente en
el cuerpo de Cristo7, en una comunidad solidaria con todos sus miembros. En cambio, el relato del mercado pretende hacer creer que la
persecución individual del propio interés revertirá milagrosamente en
el beneficio de todos (¿chorreo?), que las necesidades del hambriento
serán atendidas por el cuidado providencial del mercado, una “escatología” en la que la abundancia para todos estaría a la vuelta de la
esquina. Estaríamos entonces ante una especie de novela contemporánea de la multiplicación de los panes y los peces, vista al revés.
Benedicto XVI denuncia en su Caritas in veritate que “el hambre causa todavía muchas víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les
consiente sentarse a la mesa del rico epulón” (CV 27), al tiempo que
anuncia que dar de comer a los que tienen hambre (cf. Mt 25, 35.37.42)
es un imperativo ético para la Iglesia universal, que responde a las
enseñanzas de su fundador sobre la solidaridad y el compartir.
Viene al caso evocar el principio ético cristiano de que una economía
justa debe regirse por el criterio del destino común de los bienes económicos, que deberán llegar a todos en forma equitativa, bajo la guía
de la justicia y el acompañamiento de la caridad (cf. GS 69)8. En estos
tiempos en que se habla tanto de la inclusión social, es lamentable
que la sociedad se siga asemejando más a la mesa anti-eucarística
del epulón (donde el pobre Lázaro tenía que contentarse con las sobras), una mesa excluyente que constituye una negación de la mesa
eucarística de Jesús, donde caben todos.
La eucaristía es la anticipación de la consumación del reino de Dios,
el banquete escatológico (cf. Mt 26, 29); como se recoge bellamente
en la tradición: en el banquete pascual se recibe una prenda de la
vida eterna (pignus futurae gloriae). En la eucaristía el reino de Dios
irrumpe en la historia con un mensaje de esperanza y una exigencia
de justicia: el pobre no puede esperar. Es precisamente en el misterio
de la eucaristía donde encuentran su pleno sentido el anuncio y la
denuncia que se orientan hacia la realización de la nueva creación y la
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7 San Agustín escucha la voz de Dios: “Yo soy el alimento de los que son ya grandes y
robustos: crece, y entonces te serviré de alimento. Pero no me transformarás a mí en ti,
como el alimento que come tu carne, sino que tú te transformarás en lo que yo soy” (Confesiones VII, 16).
8 Cf. J. I. Calleja, Moral social samaritana. Vol. I. Fundamentos y nociones de ética económica cristiana, Madrid, PPC, 2004, pp. 120ss.
nueva humanidad en Cristo. La praxis eucarística aparece aquí como
una crítica de la idolatría del mercado que demanda el sacrificio de las
víctimas9, de los mitos del progreso, de la productividad sin límite, del
lucro sin freno, que atentan contra la convivencia humana y la supervivencia planetaria. La dimensión utópica de la eucaristía rememora
el dolor de los crucificados en el mundo, abre nuevas posibilidades en
tiempos de crisis y detiene el avance de una economía desbocada.
La orientación escatológica de la historia que se significa en la eucaristía conecta con la clásica afirmación del concilio Vaticano II, de que
la espera de una tierra nueva al final de los tiempos no debe debilitar
sino más bien avivar la preocupación por cultivar la tierra presente,
donde va creciendo el cuerpo de la nueva familia humana, que puede
ofrecer ya un cierto esbozo del siglo futuro (cf. GS 39)10.
Volviendo a la reciente encíclica del Papa, me gustaría subrayar que
la búsqueda del progreso humano integral se enfrenta al desafío de la
interdependencia planetaria. El Papa considera que los seres humanos tienen que ser los protagonistas, no las víctimas, de la globalización económica. Una globalización bien gestionada ofrece la posibilidad de una redistribución de la riqueza a escala planetaria, pero mal
gestionada aumentará la pobreza y la desigualdad, contagiando con
una crisis a todo el mundo. La globalización debe ser orientada hacia
metas de humanización solidaria (cf. CV 42)11.
3. BREVÍSIMAS APLICACIONES PRÁCTICAS
Finalmente, quiero simplemente enumerar algunas aplicaciones prácticas que se derivan de lo dicho sobre las repercusiones de la eucaristía para la ética de la economía.
a) La globalización económica favorece el acceso del país a nuevas
tecnologías, mercados y finanzas. No obstante, conlleva el peligro
de la productividad sin límite y el lucro sin freno. La indiferencia
ante los efectos de la contaminación sobre las personas a raíz de
la explotación minera en La Oroya y el intento del Gobierno de facilitar la venta de tierras comunales para incentivar la inversión privada sin consulta a las comunidades nativas son ejemplos de que
9 Como se sabe, hablando de Dios y del dinero Jesús dice que no se puede servir a dos
señores; adviértase que Jesús no habla sólo de creer en dos señores, sino de servir a dos
señores, porque la idolatría de la codicia hace que la persona se someta al poder del dinero.
10 En seguida dice: “Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede
contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al reino de Dios” (GS 39).
11 Con audacia Benedicto XVI habla de la urgencia de la reforma tanto de la Organización de
las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional (cf. CV 67).
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muchas veces en el Perú los derechos de las personas, los pueblos y las culturas son subordinados a los intereses de las empresas transnacionales. La Iglesia está desafiada a elevar su voz en
diferentes instancias de la vida pública para abogar por una regulación ética de la actividad económica en el país12.
b) El crecimiento económico en el Perú ha sido positivo en los últimos
años. Sin embargo, su ambigüedad radica en que el país adolece
de una deficiente distribución de la riqueza, de modo que el crecimiento económico no se traduce en desarrollo humano. Los viajes
a Miami por el fin de semana, la proliferación de nuevos centros
comerciales o la construcción de más edificios en Lima contrastan
con las viviendas precarias en los márgenes de la ciudad, el endeudamiento de quienes apenas reciben un salario mínimo o la
pobreza extrema de un amplio sector de la población. Vivimos en
un siglo fascinante y cruel, ¿fascinante para quién? y ¿cruel para
quién? La Iglesia está desafiada a exigir la búsqueda de una economía más justa en solidaridad con los más pobres.
c) La mundialización de la economía ha agudizado la escandalosa
injusticia que sufren los pobres, los excluidos y las víctimas. Esto
se refleja en el círculo vicioso de la pobreza: los niños de las familias más pobres tienen una mala alimentación y una débil salud, el
apremio económico hace que obtengan un nivel de educación poco
competitivo y que salgan rápidamente en busca de trabajo, de modo
que siendo jóvenes tendrán que conformarse con empleos de baja
especialización y de pésima remuneración. Así se van dando las
condiciones que perpetúan la situación de pobreza entre las generaciones. La Iglesia está desafiada a trabajar por la promoción humana a través de iniciativas locales, nacionales y mundiales que
ayuden a salir del círculo de la pobreza.
Ahora permítanme concluir con una referencia al documento de Aparecida que, a mi entender, apunta bien al desafío ético fundamental
en el ámbito de la economía. Los obispos han declarado: “La globalización, tal y como está configurada actualmente, no es capaz de interpretar y reaccionar en función de valores objetivos que se encuentran más allá del mercado y que constituyen lo más importante de la
vida humana: la verdad, la justicia, el amor y, muy especialmente, la
dignidad y los derechos de todos, incluso de aquellos que viven al
margen del propio mercado” (n. 61).
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12 Cabe destacar aquí el hecho de que los obispos de la Amazonía peruana se hayan pronunciado sobre la problemática de los nativos y de su tierra, así como lo hiciera el arzobispo
de Huancayo ante el tema de la contaminación en La Oroya.