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 Los wayuu y la etnoeducación.
DESCRIPCIÓN: Panorama general de la mega diversidad
biológica y cultural del país y de la importancia del
proyecto etnoeducativo para el pueblo wayuu
AUTOR: Fundación PROMIGAS – RODRIGUEZ A.
Fronteras y megadiversidad biológica y cultural
Colombia es multicolor por su diversidad biológica y cultural. Con menos del
1% de la superficie terrestre, alberga el 10% del total de las especies de fauna y
flora vivientes, ocupa el primer lugar en el mundo en aves y vertebrados
(exceptuando peces y anfibios), el segundo lugar en plantas superiores y el
tercero en reptiles, mariposas y mamíferos. Esta diversidad biológica ha
convivido armónicamente con la diversidad cultural que representan cerca de
noventa pueblos originarios, cuyo patrimonio cultural ancestral está en manos
de un millón cuatro- cientos mil indígenas, correspondientes al 3,43% de la
población del país. Ellos están concentrados en buena parte en los extensos
biomas de selva y de sabanas naturales propios de la Amazonia y la Orinoquia,
la serranía del Baudó en el litoral Pacífico, la península desértica de La Guajira,
el noreste del departamento del Cauca al sur de los Andes y la Sierra Nevada
de Santa Marta (la serranía costera más alta del mundo). En otras regiones
del país, los indígenas viven dispersos en pequeñas comunidades
y
resguardos (tierras de poblamiento ancestral reconocidas a los indígenas desde
la Colonia hasta tiempos recientes), en áreas donde predomina la población
campesina mestiza y se presenta un fenómeno de urbanización creciente.
El panorama de territorios indígenas muestra entonces tres realidades:
territorios étnicos en zonas de alta biodiversidad, comunidades dispersas y
asentadas en pequeños globos de tierra, a menudo deteriorados, y familias
ubicadas en entornos urbanos o cerca de estos y en proceso de proletarización.
La etnoeducación enfrenta el reto de formar en estas realidades múltiples,
retomando las visiones y saberes sobre el territorio que han garantizado
milenariamente el mantenimiento de la biodiversidad y la relación armónica de
los pueblos indígenas con el entorno, asumiendo una formación encaminada a
la defensa y el manejo sostenible de los resguardos que han dado estabilidad y
seguridad territorial a los pueblos indígenas y, por último, apoyando a las
nuevas generaciones en la comprensión y el manejo de las profundas
transformaciones que viven las comunidades indígenas, como producto del
crecimiento poblacional, las migraciones, los desplazamientos y la economía
intercultural.
Parte importante de nuestra diversidad biológica y cultural se ubica al
nororiente de Colombia, en los cerca de 20.000 km2 que conforman la
península de La Guajira, de los cuales, cerca de 12.000 km2 pertenecen a
Colombia. Son en total 15.380 km2 entre Colombia y Venezuela que hacen
parte del territorio del pueblo indígena wayuu (Van Leenden, 1998).
El mapa a continuación, muestra la ubicación de los quince municipios del
departamento de La Guajira, creado en 1964 con el nombre colonial dado a los
wayuu (‘guajiros’). Allí se ubican tres grandes subregiones: Alta, Media y Baja
Guajira, a lo largo de las cuales se ubican también veinte resguardos indígenas
wayuu (DANE, 2007), siendo el más grande el de la Alta y Media Guajira (con
una extensión alrededor de 1.000.000 ha), que abarca solo dos terceras partes
del territorio ancestral.
Mapa de la Guajira
Pastores indígenas en un desierto binacional
El pueblo indígena más numeroso del país es el wayuu. Llamado «guajiro»
desde la época colonial hasta hace poco tiempo, hoy los wayuu reivindican
la denominación según su lengua, dentro de un fuerte proceso de
reorganización y reconstrucción étnica en tiempos de globalización.
Constituyen el 20% de la población indígena colombiana y el 45% de los cerca
de 656.000 habitantes del departamento de La Guajira, aunque en municipios
como Manaure y Uribia, alcanzan a representar el 90% de la población
municipal.
La literatura científica muestra que el pueblo wayuu proviene de oleadas
migratorias provenientes de la Amazonia. En efecto, el wayuunaiki (la lengua
wayuu) es el idioma con mayor número de hablantes de la familia lingüística
arawak, la más importante de América del Sur, con cerca de cien lenguas
expandidas desde la Amazonia hasta América Central y las islas del Caribe
(Álvarez, 1993). También la mitología wayuu revela sus nexos amazónicos,
como es el caso del mito de la mujer de la vagina dentada (Wolunka), a quien,
como condición para la reproducción de la etnia, se le deben eliminar los
peligros físicos de su vulva (que simbolizan los peligros de una sexualidad por
fuera de las normas culturales), historia ampliamente extendida en la Amazonia
(Preuss, 1993).
Tradicionalmente, los asentamientos fueron determinados por el acceso a
fuentes de agua, la calidad del suelo para el pastoreo y la agricultura y los
recursos pesqueros, de cacería y recolección, en el marco de la tenencia
tradicional del territorio por un clan. Hoy día, ese patrón se conserva para las
zonas rurales, aunque crece aceleradamente la población wayuu que se ubica
en la periferia de los centros urbanos, y que desarrolla también el comercio, el
trabajo asalariado y la economía extractiva de algunos recursos naturales
(carbón de palo, sal, yeso…), que acentúan la estratificación social del
indígena (Vázquez & Correa, 2000), pero que no impiden abandonar su
economía tradicional, sus lazos de parentesco y la práctica de rituales como el
velorio wayuu, la medicina tradicional, el derecho propio, desde los cuales
afrontan los cambios culturales actuales.
El reto etnoeducativo consiste entonces en incorporar a la formación el enorme
potencial que proviene de la tradición del pueblo indígena más numeroso del
país, y de una milenaria tradición de resistencia cultural. De otra parte, en
reconocer y respetar la diferenciación social wayuu, pero incorporando
respuestas formativas para encarar las profundas trasformaciones en un
apreciable sector de la población, enfrentado a precarias condiciones de
nutrición y de seguridad alimentaria, sin acceso al agua, con los circuitos
económicos tradicionales deteriorados. Por ello es crucial concientizar sobre
las posibilidades que ofrecen los aportes de las regalías que provienen de sus
recursos naturales para el desarrollo de alternativas que, sin urbanizar o
modernizar a la población, la beneficien y ofrezcan respuestas en armonía con
sus valores y prácticas culturales.
Y, por último, el desafío radica en reconocer y educar para el manejo de las
profundas y cada vez mayores interacciones entre los wayuu y la sociedad
mayor, encarnadas por los mismos profesores y profesoras que desarrollaron
el proyecto:
asalariados,
urbanizados,
hablantes
del
wayuunaiki,
comprometidos tanto con la revitalización de su pueblo, con la posibilidad de
consolidar la autonomía y el manejo territorial de los territorios ancestrales y
con el mantenimiento y desarrollo de su lengua, como con la apropiación en
sus educandos de una mayor comprensión de la sociedad nacional que permita
su participación en esta. Este es también el caso de un apreciable número de
profesionales e intelectuales indígenas, que han descollado en los campos
de la política, la literatura, la docencia universitaria, la lingüística y, en general,
las reivindicaciones étnicas. Los procesos etnoeducativos han de nutrirse tanto
de los ancianos y de los saberes tradicionales como de estos nuevos
intelectuales indígenas.
Un proyecto etnoeducativo para un país pluriétnico y multicultural
En la Colonia, los intentos «civilizadores» de los indígenas wayuu, realizados
por misioneros capuchinos, franciscanos y dominicos, fueron fuertemente
rechazados. En la República, el proyecto de formación ciudadana tuvo un
escaso impacto en los pueblos indígenas, debido a la extensa geografía
nacional, la dispersión poblacional, el aislamiento de las regiones y el carácter
profundamente centralista de los gobiernos; solo hasta los años setenta la
educación formal en los territorios indígenas comenzó a tener un incremento de
cobertura significativo.
El deterioro en las condiciones de vida de los indígenas impulsó, desde los
años setenta, su progresiva organización. Como parte de su plataforma, el
movimiento indígena buscó reivindicar una educación que respetase sus
diferencias cultura- les, lo que a lo largo de tres décadas ha producido una
legislación educativa que reconoce la necesidad de una formación diferencial
para estos pueblos.
En ese contexto, un grupo de estudiantes wayuu de la Universidad Pedagógica
Nacional (upn) comenzó a cuestionar la educación impartida a su pueblo y, en
1983, conformó la organización indígena Yanama, con asesoría inicial del
Movimiento por la Identidad Nacional (moin) de Venezuela y del Ministerio de
Educación ‒en adelante, mende Colombia, a partir de lo cual lideraron un
conjunto de acciones para crear en Uribia experiencias etnoeducativas piloto en
el uso de la lengua indígena como lengua de enseñanza y aprendizaje, la
elaboración de materiales educativos en wayuunaiki, el abordaje de la cultura
en los procesos educativos y la construcción de aulas con materiales del medio
(Enciso & ál., 1996).
A lo largo de la década de los ochenta y noventa, se realizaron varios
seminarios sobre etnoeducación que difundieron el ideario etnoeducativo del
bilingüismo y de la interculturalidad como búsqueda de una interlocución digna
con el resto de la sociedad. En 1983, la organización Yanama decidió acoger el
alfabeto de lenguas indígenas de Venezuela (aliv) para la enseñanza de la
lectoescritura del wayuunaiki, inicialmente propuesto por los lingüistas de la
Universidad Central de Venezuela. Se estableció en ese entonces un perfil para
el maestro bilingüe:
Hablante y competente del wayuunaiki, que respete y valore la cultura wayuu,
con solidaridad hacia los problemas wayuu, que posea el nivel académico
requerido, que tenga clara conciencia de su entidad étnica, que resida o esté
dispuesto a residir en la comunidad donde va a trabajar. Al mismo tiempo se
estimó que los maestros deben motivar a los miembros de las comunidades en
la recuperación de su cultura, diseñar y elaborar material didáctico con los
alumnos y recopilar la tradición oral (Enciso & Serrano, 1996: 28).
La importancia del trabajo de Yanama en la etnoeducación de La Guajira y el
país se recoge en el riguroso estudio Evaluación de la calidad de la educación
indígena en Colombia, etnia wayuu (1996), realizado en tres de los centros
etnoeducativos que lideraron el proceso en los años ochenta. Allí se concluye
recomendando que «la propuesta de educación wayuu debe ser replanteada
por las características de la población escolar […] la propuesta curricular debe
pasar de ser el listado de objetivos para convertirse en un currículo completo,
por lo menos para la básica primaria, y difundirse a todas las escuelas wayuu»
(Enciso & Serrano, 1996: 113).
En procura de recoger estas experiencias pioneras y extenderlas a todo el
departamento, en los últimos años los esfuerzos se han centrado en la
construcción de unos lineamientos educativos para el pueblo wayuu (Anaa
Akua’ ipa), liderados por el Comité Técnico Departamental de Etnoeducación
Wayuu con el apoyo y asesoría del MEN. El presente proyecto se ha
desarrollado en ese marco de concertación regional, y ha venido recogiendo
sus planteamientos a medida que estos se han venido difundiendo.