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De modelos agotados y leyes económicas Fecha de publicación: julio, 2003 Por: Ernesto Sheriff Cada vez con mayor frecuencia se habla en nuestro país del agotamiento del modelo de política económica instaurado en 1985, y se encuentra un creciente malestar en torno a la ineficacia de las políticas económicas “neoliberales” para impulsar el crecimiento económico y revertir los índices de pobreza. Estas tendencias acompañadas de crecientes conflictos sociales lleva a escribir estas líneas acerca de la pertine ncia del modelo vigente, de la validez de las críticas a sus fundamentos y de las posibilidades reales de formular políticas económicas eficaces en torno al crecimiento económico, reducción del desempleo y reversión de índices de pobreza. En lo que respecta al modelo económico vigente, cabe discutir si realmente existe o existió dicho modelo en Bolivia y, en caso de una respuesta afirmativa, evaluar si fue administrado de manera coherente con los fundamentos teóricos que llevaron a su diseño. Sobre los fundamentos teóricos de las políticas llamadas “neoliberales”, discutiremos si la negación de un modelo basado en dichos fundamentos implica la no validez de los mismos. Finalmente, dada la coyuntura actual en el campo político y académico, discutiremos si es pertinente abandonar el modelo vigente. Existió realmente un modelo neoliberal en Bolivia adoptado en agosto de 1985? Fue “bien administrado” este modelo?. Empezaremos por el final. Gonzalo Sánchez de Lozada, dos veces presidente entre 1985 y 2003 y figura representativa del esquema (no modelo) de política económica vigente, manifestó en 1992, en un seminario en la Universidad Católica Boliviana, al referirse al gobierno presidido en ese entonces por Jaime Paz Zamora, que “si el jinete es malo, no hay que matar al caballo”, en el sentido de que si el gobierno administra mal el modelo, no hay que cambiar de modelo. Las palabras del entonces candidato presidencial cobran particular importancia al evaluar la validez de un esquema de política económica cuando la administración del mismo no estuvo acorde a sus principales fundamentos teóricos. Sin entrar en responsabilidades individuales a tal o cual gobierno, el esquema adoptado en 1985 adolecía de algunos “pecados originales” que actualmente imponen restricciones imposibles de ser salvadas sin antes provocar un conflicto social desproporcionado. Demos algunos ejemplos: en el plano fiscal el impuesto a las transacciones y el régimen simplificado. Dos medidas que no están en línea con ninguna recomendación teórica del esquema neoclásico ni sus múltiples variantes y que hoy, dada la coyuntura, no pueden ser revertidas. El impuesto a las transacciones, al ser en cascada, castiga la creación de valores agregados pequeños haciéndolos negativos y, aplicado a sólo un 20% de las transacciones económicas en Bolivia, es suficiente para generar un gran porcentaje de los ingresos fiscales corrientes. De esa manera se relaja el control fiscal y se limita a controlar solamente el 20% del universo tributario facilitando la evasión fiscal. La creación del régimen simplificado ha significado que el Impuesto al Valor Agregado, en teoría, el principal impuesto y generador de ingresos del fisco, pierda universalidad y conduzca a un desorden fiscal de tamaña proporción sólo comparable al estado observado pocos meses antes del lanzamiento de la Reforma Tributaria. El actual gobierno trató de abordar este problema, tal vez de manera timorata, con el llamado “impuestazo”. Sin embargo, la situación social y el deterioro económico existente hacen que sea imposible revertir esta situación en el corto y mediano plazo, por lo que la informalidad y el sistema impositivo regresivo serán una constante en los próximos años. Estos dos ejemplos de “pecados originales” ilustran que, en términos de coherencia con las teorías que dieron lugar al diseño del esquema de política económica vigente, éste no fue “bien” administrado. Ninguno de los gobiernos entre 1985 y 2003 fue disciplinado en este sentido, en cuanto a la coherencia con los fundamentos teóricos de sus políticas. Los ejemplos citados corresponden al gobierno que muchos califican como el más disciplinado en dicho aspecto. Los gobiernos siguientes matizaron con aportes improvisados el esquema vigente y todos, sin excepción, estuvieron marcados por el signo de la corrupción, que en términos de política económica, implica pérdida de credibilidad y pérdida de eficacia de las políticas adoptadas. Hasta aquí, es fácil concluir, que los jinetes que nos tocaron, eran (son) malos. Y, dado que las medidas de política económica que lanzaron no eran coherentes entre sí en muchos casos, y otras estaban desvirtuadas por negociaciones emergentes de conflictos sociales o coyunturas particulares, es sencillo concluir que, nunca hubo el tan mentado “modelo neoliberal”; sólo se redujo a un conjunto de directrices, parcialmente coherentes, por lo que, a lo más, podemos de calificar de “esquema de política económica”, una especie de índice de contenido, y nada más, nunca explicitado, o dado el caso de las llamadas “estrategias de desarrollo” (todos los gobiernos tuvieron una), nunca adoptado plenamente. En el campo de los fundamentos teóricos existe mucho que decir, sin embargo, el espacio nos obliga a citar dos aspectos cruciales. Las llamadas recetas “neoliberales” fueron diseñadas en torno a un cuerpo teórico comúnmente conocido como economía neoclásica que agrupa a una serie de escuelas de pensamiento económico que observan como comunes a algunas leyes económicas como la ley de la demanda, la ley de Say, etc. Los aportes de estas escuelas han proliferado hasta el punto de dominar la producción científica en economía en los últimos 20 años, precisamente en la medida que en el mundo se adoptaban políticas de corte neoclásico de manera creciente y la economía mundial se globalizaba hasta los niveles observados hoy en día. De dichos aportes, muchos de ellos basados en dramáticas experiencias de crisis en algunos países, se han extraído lecciones que han sido transformadas en las mentadas recetas neoclásicas. Por ejemplo, se sabe que un dólar de déficit fiscal hoy trae implícita la promesa de mayores impuestos en el futuro. Se sabe que un déficit externo acompañado de déficit fiscal inevitablemente deberán ser compensados con una reducción en el ahorro interno y consecuentemente en la inversión. Se sabe que un banco central independiente es condición necesaria para una estabilidad monetaria (control de la inflación). Con muy pocas excepciones, se ha verificado que la inflación es un fenómeno monetario. Sin embargo, en lo que se refiere a recetas para el crecimiento, para la reducción del desempleo y para la reversión de niveles de pobreza, a pesar de que la producción científica es prolífica y valorable, no se han alcanzado niveles de acuerdo comparables a los anteriores casos. Por tanto, el cuerpo teórico detrás del esquema de política económica boliviano, es sólido y coherente pero no tiene respuestas claras para el tema del crecimiento, del desempleo y de lucha contra la pobreza, al punto, que muchas corrientes no reconocen el desempleo como algo involuntario, y otras, tropiezan, en su elaboración formal, con la conclusión de que la tasa de crecimiento del producto de equilibrio para una economía estacionaria es “cero”. Para muchas, la definición de pobreza no está clara y por lo tanto, es difícil adoptar medidas para alterar algo que no está bien definido. Sin embargo, el consenso general en estas corrientes reforzado por las experiencias de países más disciplinados en su política económica (veamos Chile) es que el crecimiento, la reducción del desempleo y la mejora en las condiciones de vida, son consecuencia de la correcta administración de la política económica de forma duradera. Ante el fracaso de los gobiernos, es normal observar sugerencias o abiertos pedidos de un cambio radical en la política económica, ignorando los aportes teóricos de las mismas o ignorando los fracasos de esquemas alternativos (que tampoco fueron “bien” administrados por los gobiernos de turno). Muchas de las lecciones aprendidas en los últimos 20 años estuvieron basadas en la observación de inconsistencias en otro tipo de políticas económicas que derivaron en profundas crisis económicas y sociales en muchos países, de los cuales Bolivia es uno de sus más vivos ejemplos. Dichas inconsistencias principalmente mostraban que políticas que perseguían ciertos objetivos parecían alcanzarlos en el corto plazo pero, que en el largo plazo, conducían a una situación incluso peor que la observada antes de la aplicación de dichas políticas. La producción científica ha sido contundente al demostrar, ilustrar y evaluar estas inconsistencias temporales, a la vez que los aportes teóricos en el campo de otros enfoques teóricos, disminuyeron su frecuencia e influencia en el diseño de políticas macroeconómicas. Por tanto, Bolivia parece que está encaminada a abandonar el esquema de política económica adoptado en 1985, pero no aparecen recetas de política económica bien fundamentadas a nivel teórico que permitan augurar efectos positivos de largo plazo a partir de las mismas. Estas reflexiones pueden resultar tardías, ante el casi inevitable cambio de rumbo económico, pero es importante concluir que el esquema adoptado en 1985, de ser eficientemente administrado, nos hubiera permitido alcanzar niveles de bienestar mayores que los actualmente observados, independientemente de los shocks externos e internos sufridos.