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El crac de Wall Street
Autora: PATRICIA CHIA SERRANO
DNI: 28818700E
En el otoño de 1929, la economía estadounidense entró en una profunda fase
depresiva: la producción de acero había caído en picado desde junio anterior y lo mismo
había ocurrido con el transporte de ferrocarriles, el sector de la construcción y, por
último, la bolsa. Según algunas interpretaciones, el hundimiento de la bolsa fue el
reflejo de lo ocurrido anteriormente con la industria, y ciertamente es probable que la
recesión en este sector diese la voz de alarma a los inversores, que se apresuraron a
vender pinchando de una vez la burbuja especulativa en que había estado sumida la
economía. Pero por otro lado, es absolutamente necesario incluir la especulación
dominante en los años veinte, dentro del conjunto de causas que explican la depresión.
La confianza en la bolsa no desapareció inmediatamente pero sí de forma
paulatina. Los periódicos se cubrían de noticias sobre la bolsa, especialmente sobre la
creciente oleada de ventas, mientras la Reserva Federal permanecía impasible. No hay
que pasar por alto el hecho de que la inversión y el gasto estaban sometidos a todo tipo
de influencias, incluyendo las malas noticias. Por eso, en el mes de octubre se extendió
la desconfianza ante unos valores siempre en desorbitado ascenso, de forma que fueron
normales las amplias retiradas del mercado ocurridas los lunes tras el descanso del
domingo, que invitaba a la reflexión y al pesimismo entre los inversores. Eso fue lo que
ocurrió el lunes 21 de octubre, aunque al final de la jornada el mercado se recuperó y al
día siguiente se registraron ganancias, por lo que todo parecía indicar que aquel era uno
de los muchos retrocesos que aquejaban al mercado de vez en cuando. Pero en breve, el
júbilo dio paso a la desesperación, porque el miércoles 23 hubo fuertes pérdidas. El
jueves 24 de octubre, el desorden y la confusión reinaron en Wall Street, donde se
1
transfirieron 12.894.650 acciones. La Bolsa había abierto sin mayores sobresaltos pero
la situación cambió poco después y los precios comenzaron su declive. La sensación de
pánico aumentaba debido al retraso de los tickers, los indicadores telegráficos de
valores1, que nunca se habían rezagado en días de mercado declinante porque la
actividad bursátil no sobrepasaba sus posibilidades, hasta que llegó la semana del 21-26
de octubre, cuando el ticker no podía seguir el movimiento del vertiginoso mercado, de
manera que hubo quienes se arruinaban sin enterarse. Los inversores se apresuraron a
vender, lo cual precipitó la caída de las cotizaciones que fue “tanto más rápida cuanto
más concentrada estaba la propiedad de los títulos en grandes paquetes”2. Pero al medio
día, gracias al “ sostén organizado” que se había estado esperando en días anteriores, el
pánico había pasado en Nueva York. Este sostén organizado consistía en la intervención
de algunos hombres poderosos, importantes financieros de EE.UU, con el objeto de
mantener los precios. Tras la difusión de esta noticia la tranquilidad fue ganando terreno
en el mercado y los precios empezaron a subir de manera que la actuación de los
banqueros fue decisiva. Los dos días que siguieron al llamado Jueves Negro se
caracterizaron por un ambiente de optimismo, los precios se mantuvieron gracias a la
masiva compra de valores que habían hecho los banqueros para evitar el descalabro.
Pero el desastre fue inevitable el lunes 28 y el martes 29 de octubre pues según dice J.
K. Galbraith “fue el día más devastador en la historia de la Bolsa de Nueva York. Los
precios bajaron estrepitosamente aunque se recuperaron algo al final de la jornada.”
El miércoles y jueves siguientes se obtuvieron ganancias, lo que posibilitó el
cierre de la Bolsa el viernes, sábado y domingo ante la situación de estrés que padecían
muchos de sus trabajadores. A pesar del cierre, la actividad bursátil no cesó. El lunes un
nuevo golpe sobrevino al mercado, que se inundó de órdenes de venta, y el martes por
1
2
John K. Galbraith, El crac de 1929 ( 3ª ed, Barcelona: Ariel, 1984) p.41
José Morilla Critz, La crisis económica de 1929 ( Madrid: Pirámide, 1984) p.141
2
ser día de elecciones a la alcaldía de Nueva York, la Bolsa permaneció cerrada. El
jueves se marcó la tendencia alcista pero de nuevo el viernes el mercado volvió a ceder
y así continuó el lunes 11 de noviembre y los dos días posteriores. “En enero, febrero y
marzo de 1930 el mercado de valores mostró una recuperación sustancial. Después, en
abril la recuperación perdió impulso y en junio tuvo lugar un nuevo y grave retroceso”.3
Desde esa fecha el mercado continuó imparable su caída hasta 1932. La profunda
recesión económica que siguió al crac, es conocida en la historiografía como la Gran
Depresión, y duró alrededor de diez años. Algunos investigadores sitúan su origen en el
crac, pero estudios más recientes demuestran que éste fue un elemento más de la crisis,
que había empezado a ser perceptible incluso antes de 1929, eso sí, fue un elemento
decisivo porque la hizo irreversible4. Durante los años treinta, el volumen físico de
producción alcanzó los niveles de 1929, sólo en 1937, y también sólo en ese año el
número de trabajadores en paro descendió de los ocho millones.
El crac dio lugar a la elaboración y difusión de una serie de mitos y leyendas
entre las cuales una de las menos rigurosas fue la ola de suicidios que asoló EE.UU. En
realidad la tasa de suicidios había ido aumentando con anterioridad a 1929 aunque entre
1930 y 1932 la tendencia se intensificó. Sin embargo en aquellos momentos, la opinión
generalizada atribuía las razones de los suicidios a las pérdidas bursátiles sin intentar
buscar otras posibles causas. Lo que sí cambió sustancialmente fue el número de estafas
descubiertas. En épocas de auge, cuando el dinero es abundante las personas se vuelven
más confiadas y la tasa de estafas aumenta, aunque no se descubren. Por el contrario,
cuando llegan las épocas de recesión estos fenómenos se invierten: se vigila el dinero y
descienden las estafas pero se descubren las perpetradas anteriormente, de manera que
3
4
K. Galbraith, Op. cit. p.169
Morilla Critz, Op. cit. p.141
3
después del crac creció la tasa de descubrimientos y los informes de empleados
delincuentes se hicieron más usuales que los suicidios.
En medio de esta complicada situación, el presidente Hoover tomó una serie de
medidas con la esperanza de devolver la confianza perdida en el mercado. La primera
de ellas se inspiraba en la obra de Keynes, y consistió en reducir los impuestos. Al
mismo tiempo, seguían difundiéndose opiniones favorables acerca del “buen estado de
la bolsa”. El presidente celebró varias reuniones en el mes de noviembre con destacados
empresarios, directores de líneas ferroviarias y sociedades por acciones. En todas la
conclusión fue la misma: las perspectivas económicas eran altamente favorables.
Hoover era contrario a intervenir en la economía, como proclamaban los cánones del
capitalismo ortodoxo reinante en la época, por eso las siguientes medidas tomadas en
noviembre empeoraron las cosas. El objetivo era equilibrar el presupuesto: no se podían
aumentar los gastos públicos para fortalecer el poder de compra. No habría más
reducciones de impuestos y se desechó la idea de devaluar el dólar, una regla totalmente
contraria al patrón oro. El gobierno no intervendría mediante política fiscal ni monetaria
e ignoró a instancias de sus consejeros económicos, cualquier medida que pudiera haber
detenido la depresión. Se considera que la crisis bursátil se transformó en crisis
económica precisamente porque las autoridades no supieron solucionarla a tiempo y
prefirieron seguir adheridas a la ortodoxia presupuestaria y la no intervención cuando
habría sido mucho mas favorable facilitar el flujo monetario.
El crac, y sobre todo los continuos descubrimientos de fraudes, hicieron que
cambiasen las relaciones entre la bolsa y el gobierno federal: se declararon ilegales las
operaciones interiores y las ventas a la baja. El consejo de la Reserva Federal intentó
eliminar las operaciones a plazo con fianzas. Se prohibieron las ventas masivas,
extender rumores confidenciales o falsas noticias que provocasen el alza o baja del valor
4
de determinados títulos y demás manipulaciones. La gestión de los bancos comerciales
se separó de la de sus holdings. Pero la medida más importante fue la creación de la
Comisión de Valores y Bolsa que regulaba todas las bolsas de valores.
Lo que explica el derrumbe de la bolsa es la especulación creciente que le
antecedió. Existiendo ésta, se podía asegurar que el crac tendría lugar aunque no se
podía prever cuándo. Pero en algún momento, la confianza en el valor siempre en
ascenso de las acciones se quebraría y entonces ciertas personas empezarían a vender y
ellas serían secundadas por el resto de inversores lo cual sería fatídico para el mercado,
porque los valores iniciarían su alocada carrera en descenso. Según John K. Galbraith
“así habían terminado todas las orgías especulativas anteriores. Así terminó la de 1929 e
igualmente, terminarán todas las que se desarrollen en el futuro”5.
En los años 20, había crecido desmesuradamente el afán especulativo, en el que
los norteamericanos habían puesto sus esperanzas de enriquecerse rápidamente y sin
esfuerzo, al menos físico. Entre las razones tradicionales a esa especulación se
encuentra la facilidad de crédito que condujo al público a solicitarlos para comprar
acciones ordinarias a plazo, previo aval monetario. Pero hay que considerar la existencia
de otras épocas en las que el crédito ha sido también fácil y no ha habido especulación,
por eso hay que tener en cuenta, la disposición de quienes intervienen en el mercado. Y
es que la especulación se alimenta de la confianza y el optimismo, la esperanza de llegar
a ser rico, y por otro lado de la fe en la benevolencia de los que harán posible su
enriquecimiento (directores de banco, broker…) la especulación necesita también del
ahorro, sobre todo si éste aumenta rápidamente. Cuando esto ocurre, la gente está más
dispuesta a arriesgar parte de lo conseguido en vista de un beneficio rápido y sin trabajo.
5
K. Galbraith, Op. cit. p.196
5
Se considera sin embargo que si la actividad económica hubiese sido sólida, los efectos
del crac no habrían sido tan desastrosos y la crisis se habría superado sin dificultades.
Bibliografía
-
K. GALBRAITH, John: El crac de 1929. 3ª edición,
Barcelona, ed/ Ariel, 1984.
-
MORILLA CRITZ, José: La crisis económica de 1929.
Madrid, ed/ Pirámide, 1984.
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