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CIRCULAR Nº 17 – MAYO-JUNIO 2015
(Carlos Deltell)
LA LECHE, UN ALIMENTO CONTROVERTIDO
Si la leche puede alimentar por sí sola a un bebé, la cual provee su
crecimiento y desarrollo, aportándole nutrientes, anticuerpos y hormonas,
¿por qué no es buena como alimento a lo largo de toda la vida humana?
Amamantar es una característica de todos los mamíferos, pero cuando
las crías adquieren cierto nivel de desarrollo se produce un destete
natural y ya nunca más volverán a tomar leche, ni de su propia especie,
ni mucho menos de otra especie. En cambio, el ser humano es el único
mamífero que después del destete ingiere leche de otras especies, de
esta manera, prolonga a lo largo de su vida adulta una condición de
lactante.
Pero cada especie posee una leche con características específicas, así
la leche de cada especie de mamíferos tiene unas cualidades únicas
diseñadas por las leyes de la naturaleza y de la biología para
proporcionar una óptima nutrición a las crías de cada especie. Los
análisis bioquímicos de las leches de cada especie de mamíferos
muestran claramente que las diferencias son muy marcadas.
Referente al consumo de leche y productos lácteos hay defensores y
detractores, profesionales de la medicina y de la nutrición a favor y en
contra de su consumo. En el presente trabajo no pretendo posicionarme
en contra de nadie, sino, únicamente ofrecer una información no
demasiado difundida, pero muy importante para tomar decisiones que
afectan a nuestra salud.
Todos somos conscientes de las opiniones tradicionalmente expuestas
en favor de su consumo y en la creencia arraigada de los beneficios que
conlleva. Pero, dese hace varias décadas, un número elevado de
informes científicos, médicos y clínicos demuestran que las dietas ricas
en productos de origen animal: carne, huevos, leche y sus derivados
lácteos están asociadas a problemas cardíacos, diabetes, cáncer,
obesidad y enfermedades crónicas. Muchos especialistas advierten la
necesidad de cambiar hábitos alimentarios, entre otros, abandonar la
ingesta de leche.
La leche de vaca posee una composición bioquímica específica para
criar un animal que pesa 30 kg al nacer y que en su edad adulta llegará a
pesar 300 kg. En cambio, el ser humano pesa unos 3 kg cuando nace y
en época adulta depende de su constitución, metabolismo, alimentación
o genética puede oscilar entre 50 y 90 kg de peso, el cual dispone de un
tipo de leche específica para su propia especie.
El contenido de grasas y proteínas de la leche de vaca es
proporcionalmente muy excesiva para la realidad constitutiva del ser
humano. Si examinamos los glúcidos y los minerales también son muy
distintos en la leche de vaca y en la humana.
Ningún mamífero sobrevive, salvo casos excepcionales, si es alimentado
con leche de otra especie. La leche de vaca contiene altas
concentraciones de proteínas que favorecen el rápido desarrollo
muscular de su cría, de esta manera puede levantarse sobre sus patas y
caminar desde casi su nacimiento.
En cambio, la leche humana es rica en ácidos grasos que favorecen un
óptimo desarrollo del sistema nervioso, un desarrollo distintivo de nuestra
especie: el desarrollo de la inteligencia. Cada nutriente está presente en
una cantidad, calidad y proporción específica y adecuada para el bebé.
Toda la evolución humana desde la prehistoria se ha llevado a cabo sin
el empleo de ninguna leche distinta a la de nuestra especie. Como
excepción, que confirma la regla, sólo un grupo humano, los caucásicos
de raza blanca, a partir del Neolítico, empezaron a tomar leche de
animales domesticados. Fue el siglo XIX, con el desarrollo de la
industrialización, cuando empezó a desarrollarse una poderosa industria
láctea y un consumo a gran escala.
Hay dos clases de proteínas en la leche: las caseínas y las proteínas del
lactosuero. Las primeras concentran la parte más importante del valor
nutricional de la leche, mientras que las segundas aportan unas
propiedades importantes pero no necesariamente nutricionales. La
proporción entre caseína y proteínas séricas en la leche de vaca es de
80 a 20, mientras que en la leche humana, es en proporción inversa, 20 a
80. Para un ternero un 80 % de caseína es el adecuado para su
desarrollo, en cambio, el bebé necesita la que contiene sólo el 20 %, de
lo contrario puede tener fácilmente dificultad en digerirla, y con mucha
frecuencia la tienen.
Los bebés criados al biberón pueden estar más gruesos pero no más
sanos. Por el contrario, aquellos que sus madres les dan el pecho
reciben una leche que contiene más de cien ingredientes, muchos de los
cuales no se encuentran en las leches industriales, puesto que no se
pueden fabricar artificialmente. La leche materna contiene células vivas,
hormonas, enzimas activas, anticuerpos perfectamente adecuados a su
desarrollo como especie.
La publicidad nos vende información sobre los procesos de esterilización,
pasteurización, UHT, como medidas de seguridad que eliminan todos los
gérmenes. Pero recientes estudios han demostrado que no todos los
gérmenes son eliminados, y además quedan rastros de antibióticos y
hormonas en la leche de vaca. Estos procesos industriales mencionados
consiguen que la leche de vaca pueda almacenarse varios meses,
transportarse y tenerla en las estanterías de tiendas y supermercados
varias semanas más, evitando pérdidas económicas y generando buenos
beneficios, aunque se trate de un producto inerte, sin los nutrientes vivos
de la leche materna. También deberíamos tener en cuenta los aditivos
que son incorporados en el proceso industrial.
La leche tiene un único carbohidrato: la lactosa, es decir, el azúcar de la
leche que es producido exclusivamente por las células de las glándulas
mamarias. Al ingerir leche, la lactosa debe descomponerse en
compuestos más sencillos para que pueda ser absorbida en el intestino y
de allí fluir a la circulación sanguínea. Para que esto suceda, es
necesaria una enzima llamada lactasa, producida en el primer tramo del
intestino, ella es la encargada de descomponer la lactosa en sus
componentes más pequeños: la glucosa y la galactosa.
Los bebés y los niños poseen esta enzima, así son capaces de
descomponer la lactosa y asimilar sus componentes. Las investigaciones
realizadas a partir de la década de 1960, han ido demostrando que la
capacidad de producir la enzima lactasa va disminuyendo a partir del año
y medio de vida y esta situación se va consolidando entre este año y
medio y los cuatro años.
Sucede en todos los mamíferos y también en los seres humanos. Es
decir, la sabia naturaleza nunca ha previsto el consumo de leche
después del período de amamantamiento y mucho menos en la edad
adulta.
Cuando la lactosa no se puede digerir, y por lo tanto, no puede ser
absorbida, prosigue su camino del intestino delgado al grueso, donde las
bacterias de la flora intestinal actúan sobre ella fermentándola y
produciendo dióxido de carbono y ácido láctico. Además se produce un
proceso de ósmosis, estos gases afectan también al intestino delgado, lo
cual provoca cierta hinchazón, flatulencias, eructos, y a veces, diarreas,
alergias y migrañas.
Según estudios fehacientes, entre un 75 % y un 80 % de la población
mundial pierden totalmente la actividad enzimática en la infancia. La
actividad de la lactasa únicamente la conservan entre un 20 % y un 25 %
de adultos y sólo los caucásicos.
Es muy curioso, y además contradictorio, que aquellas personas que no
pueden digerir la leche se les califica de “intolerantes a la lactosa” o
también “deficientes en lactasa”, cuando en realidad son absolutamente
normales. Y aquellos adultos que conservan la enzima infantil llamada
lactasa, y por lo tanto pueden digerir una determinada cantidad de leche
más o menos bien, se les debería de calificar de “persistentes en lactasa,
y considerarlo un hecho excepcional, es decir, raro.
Muy a pesar de esta realidad, las administraciones siguen actuando sin
entender el problema. Promocionan la leche como alimento básico,
subvencionan su producción, y en algunos casos, incluyen la leche en los
programas escolares financiados por el gobierno, caso muy concreto de
los Estados Unidos, a pesar que la prácticamente totalidad de alumnos
negros e hispanoamericanos sufren desarreglos digestivos inmediatos
por culpa de la ingesta de leche.
Aunque una parte minoritaria de la población mundial conserve la
capacidad de digerir la lactosa, tampoco hay ninguna ventaja, pues el
efecto de la galactosa resultante en los intestinos, se ha asociado al
incremento del riesgo de cataratas, cáncer de ovario e infertilidad.
Cuando el consumo de lácteos excede a la capacidad de las enzimas en
descomponer la galactosa, ésta se acumula afectando a los ovarios y
según estos informes es una de las causas del incremento de cáncer de
ovarios.
Cuando ingerimos proteínas extrañas a nuestra capacidad de absorción,
nuestro sistema inmunológico reacciona en forma de secreciones a
través de la nariz y la faringe. Así es comprensible la mayor propensión a
la congestión nasal, sinusitis, rinitis, bronquitis, otitis, tanto en adultos
como en niños.
La mala absorción o bien, la imposibilidad de asimilación de la leche de
vaca, produce una irritación en el tracto gastrointestinal, causada por una
alergia, que puede conllevar una cierta pérdida de sangre a través del
intestino. Esto tiene dos consecuencias: una disminución del nivel de
proteína en sangre y una tendencia a la hinchazón abdominal. Esta
pérdida de sangre y del nivel proteico puede conllevar una anemia
ferropática.
Estudios más recientes, han demostrado la relación entre grasa láctea y
aterosclerosis. Beber leche de vaca es causa del proceso de
aterosclerosis en las arterias coronarias, la antesala de las enfermedades
cardíacas en general y el infarto en particular. El agente tóxico causante,
en este caso, es la lactosa, que nuestro organismo convierte en
galactosa.
La aterosclerosis se caracteriza por una formación de unos depósitos
densos e irregulares que poco a poco recubren la parte interna de las
arterias. Estos gránulos restringen el normal flujo sanguíneo; entre otros
efectos negativos, disminuye el aporte de oxígeno a través de la sangre.
También debilitan el grosor de las paredes arteriales.
El proceso de calentamiento de la leche para pasteurizarla puede
provocar una transformación de sus proteínas que las desnaturaliza, y
este factor también favorece la aterosclerosis.
La leche de vaca contiene un tipo de grasa único, que se almacena
debajo de la piel y cuya estructura química no cambia. En Estados
Unidos, estudios clínicos han demostrado que el tejido adiposo de las
personas que consumen leche de vaca tiene este tipo de grasa.
Otro estudio clínico, también realizado en Estados Unidos, demostró la
relación entre el consumo de leche de vaca y el sobrepeso. Y como
consecuencia del sobrepeso se incrementa el riesgo de padecer
enfermedades como diabetes, cálculos biliares, hipertensión,
cardiopatías, cáncer de colón, incluso apoplejías.
Este consumo de leche de vaca desde la más tierna infancia puede no
tener consecuencias inmediatas aparentes, pero sí va a tener graves
consecuencias a medio y a largo plazo. Informes médicos realizados
tanto en Estados Unidos, como en Europa, muestran claramente que a
medida que el consumo de leche de vaca se ha ido incrementando, junto
con el aumento de productos alimenticios de grasas saturadas, la
obesidad tanto infantil, como juvenil ha ido aumentando con las
consecuencias patológicas para la salud.
La mayoría de nutricionistas pediátricos no recomiendan que los bebés
tomen leche desnatada, porque en este caso las calorías que necesitan,
provienen de las proteínas y los hidratos de carbono generando un
desequilibrio en el organismo.
A partir de los seis meses el bebé puede ir consumiendo gradualmente
cereales y frutas, y partir del año, la mayoría de sus necesidades
nutricionales pueden ser satisfechas con alimentos sólidos.
Se recomienda alargar la lactancia materna todo el tiempo que sea
posible, como mínimo hasta un año y si fuese posible hasta dieciocho
meses, ya que es necesaria e insustituible. Cuando llegue el destete
natural, ya no es necesario tomar ningún tipo de leche de ninguna otra
especie de mamífero.
BIBLIOGRAFÍA
ROMÁN, David, Leche que no has de beber, Mandala Ediciones, Madrid,
2003
Un estudio muy completo sobre las consecuencias que puede generar el
consumo de leche de vaca. El libro reseña una amplia serie de opiniones
médicas y una larga serie de referencias bibliográficas sobre este tema.
SEIGNALET, Jean, La alimentación, la tercera medicina, RBA Libros,
Barcelona, 2005
Este libro es un tratado para el estudio de cómo tratar las enfermedades
mediante una correcta alimentación. En su capítulo correspondiente,
corrobora los efectos nocivos de la leche de vaca.
HERNÁNDEZ RAMOS, Felipe, Antienvejecimiento
ortomolecular, RBA Libros, Barcelona, 2007
con
nutrición
En los capítulos, en los cuales se refiere a las leches animales en
general y a la de vaca en particular, mantiene una misma opinión en
relación a las negativas consecuencias de consumir leche de vaca y
otros derivados lácteos.