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CRÍA EN CAUTIVIDAD
El cernícalo vulgar y la
mutación onuba
Texto de Manuel Diego Pareja-Obregón de los Reyes
Fotografías de Luis Concepción García
Anuario AECCA 2013
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CRÍA EN CAUTIVIDAD
L
as
mutaciones
en
las aves cantoras y
diversas especies de
cotorras y periquitos son en
la actualidad tan corrientes
que muchas personas ignoran
incluso el aspecto que poseen
en estado salvaje sus libreas
nominales. Sirva de ejemplo
el género Agapornis, conocido
comúnmente como inseparables,
en el que se han logrado fijar
innumerables colores de plumas,
con la existencia en el mercado
de más de quinientas mutaciones
y sus consiguientes fenotipos.
La expresión fijar una mutación
hace referencia a las operaciones
de selección y cruzamiento
destinados a que determinada
coloración de la pluma (u
otra característica), inusual
para la especie, se transmita a
su descendencia en distintas
generaciones.
El estudio y conocimiento
de las leyes de la genética han
producido en estas últimas cinco
décadas multitud de especímenes
de diseño, únicos en su género,
de gran belleza e interés para los
amantes de las aves. Pero, ¿cómo
se transmite una mutación?
Ante todo hay que conseguir un
primer especimen que muestre
en su plumaje esa alteración
del color, excepcionalidad que
surge en la naturaleza de manera
aleatoria. Esa mutación puede
estar o no ligada al sexo, mostrar
un carácter recesivo o resultar
dominante, aunque esta última
opción es la menos común en
avicultura. La manifestación de
los genes dominantes a su vez se
ve afectada por los fenómenos
de penetrancia y expresividad.
Según
Darwin,
la
domesticidad de una especie
favorece la variabilidad de sus
rasgos y, efectivamente, así
ocurre. En la naturaleza, las
aves que presentan variaciones
cromáticas en sus plumajes
llaman
poderosamente
la
atención de quienes se alimentan
de ellas y, en consecuencia,
suelen vivir poco tiempo. Por
el contrario, en cautividad, la
inexistencia de predadores que
las eliminen, convierten sus
vidas en serenas y apacibles,
ofreciendo la posibilidad a
los amantes de los pájaros,
de reproducirlas en aviarios
y perpetuar ese gen que los
convierten
en
ejemplares
diferentes. A lo largo de la historia
de las mutaciones se llegaron
a pagar verdaderas fortunas
por esos primeros especimenes
que mostraban libreas únicas
entre sus congéneres. Lo que
convierte en extraordinaria una
mutación es su belleza y su
rareza. Dos cualidades que el ser
humano ha sabido valorar en su
justa medida.
Mis primeros cernícalos
Conseguí mi primer cernícalo
vulgar hace ahora más de
cuarenta años. Nidificaban en
una grieta en los viejos muros de
piedra del castillo de Cartaya, a
pocos metros de un destartalado
nido de escandalosas cigüeñas.
Sus ojos negros y profundos
resaltaban en la blanca bola de
plumón y su mirada, temerosa
al principio, supo conquistar sin
esfuerzo mi incipiente corazón
de cetrero.
Torzuelo zahareño en el castillo de Cartaya
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Rodríguez de la Fuente
aconsejaba esta ave para
aquellos que querían iniciarse
en el arte, como acertadamente
gustaba llamar el insigne
maestro a nuestro deporte.
De hecho, la mayoría de los
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aficionados españoles de aquella
época tuvimos que adiestrar
un “tinnunculus” para adquirir
la condición de cetrero. A tal
efecto, recuerdo que afeité una
vivaracha prima del año que
habían capturado unos rederos
en la época del paso migratorio y
que se había llevado por delante
un cimbel de jilguero.
Cuando comencé a reproducir
mis primeras aves de cetrería
solo pensaba en halcones,
azores y gavilanes. La cría en
cautividad revolucionó la forma
de practicar este deporte y puso
a disposición de los aficionados
un inmenso abanico de especies.
Esos halcones y azores “a la
carta” acabaron con el uso de los
sencillos y humildes cernícalos
vulgares.
La introducción en España de
las águilas de harris, de la que
fui participe junto con el doctor
Luis Carlos Alonso y Miguel
López, terminó de arrinconar
definitivamente a la especie y
raramente se veían cernícalos
en los distintos eventos y
competiciones del panorama
nacional. Pero, por fortuna para
los “tinnunculus”, una nueva
generación de chavales, amantes
de las pequeñas aves, rescató
a los halconcitos del baúl de
los recuerdos y comenzaron
a reproducirlos y a cazar con
ellos. Tuvo mucho que ver, en
el resurgir de los cernícalos
vulgares, la aparición en el
mercado de los cernícalos yankis
–afamados cazadores–, y a la
labor que realizó en favor de esa
nueva especie el guadalajareño
Eduardo
Razola
y,
más
recientemente Alfonso García
“Zarza”, con la publicación de
un magnífico monográfico sobre
estas aves.
Mas la nostalgia y la
admiración que siento y he
sentido siempre por esta especie
hicieron que, a finales de los
noventa, incluyera en mi plantel
de reproductores un par de
colleras de cernícalos vulgares,
líneas de origen de las parejas
que actualmente mantengo
cautivas.
Snow, un sueño hecho realidad
La mayoría de mis amigos
cetreros saben de mi pasión por
los cernícalos y, en consecuencia,
cada vez que localizan o
consiguen
algún ejemplar
sobresaliente de esta especie
me llaman y me lo ofrecen. Así
es como se cruzó en mi vida
“Snow”, nombre con el que
bauticé a este singular ejemplar,
en homenaje a la fina capa de
plumas blancas que cubría su
espalda. Su propietario, mi
buen amigo Carmelo Cantalejo,
natural del pueblecito sevillano
de Lantejuela, me llamó una
mañana y me dijo:
¡Diego! ¡no te lo vas ha creer!
El cernícalo vulgar que traje de
Inglaterra se ha puesto blanco
con la primera muda.
¡Envíame una fotografía!, le
contesté.
Sentí verdadero estupor
al contemplar su imagen en
la pantalla del ordenador.
Yo me esperaba un pájaro
albino, pero el cernícalo de
Carmelo, a semejanza de un
pequeño gerifalte de Alaska,
había trocado el ocre terroso
de la espalda por un blanco
marfileño y las tonalidades
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azuladas de la cabeza y la cola
aparecían claramente diluidas.
La mutación me pareció digna
de una reina y sentí la imperiosa
necesidad
de
preservar,
reproducir y conservar esa librea
tan hermosa para generaciones
venideras. Si se podía fijar una
mutación en canaricultura, ¿por
qué no se había de lograr en un
ave de presa? Contaba con dos
factores esenciales a mi favor.
La temprana madurez sexual
de la especie (los cernícalos se
reproducen perfectamente en su
primer año de vida) y lo prolíficos
que son. Le envié a Carmelo una
prima parental de dos mudas y,
como era de esperar, esa misma
primavera sacó adelante cuatro
hermosos pollos, que resultaron
ser dos primas y dos torzuelos,
si bien ninguno mostraba en la
pluma el más mínimo atisbo de
la mutación. Carmelo me cedió
un macho y una hembra. Me
puse en contacto con Luis Carlos
Alonso, doctor en ciencias
biológicas y cetrero prestigioso,
que me aconsejó acertadamente
que formara una pareja con
ambos hermanos. Y así lo hice.
La genética –me dijo– es un
puro cálculo de probabilidades.
Iremos sabiendo y descubriendo
información de esos genes
invisibles que oculta esa primera
generación, cuando nazca una
segunda.
Esta pareja así formada
realizó una primera puesta, que
resultó infértil. Afortunadamente
hicieron una puesta de reposición
y consiguieron sacar adelante
dos pollos de un total de cuatro
huevos: una prima y un torzuelo.
Aparentemente,
mientras
permanecieron recubiertos de
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Snow en su segunda muda
Pollos de cernícalo, hijos de Snow
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Marinero, con un día de edad
plumón, parecían normales. Pero,
para mi sorpresa y satisfacción,
cuando emplumaron comprobé
extasiado que uno de los
dos pollos, concretamente el
torzuelo, mostraba la mutación.
La mayoría de las mutaciones
que conocemos reciben el
nombre de sus creadores o uno
designado por éstos. En un
principio pensé en denominarla
“Agua Marina” pero finalmente,
por sugerencia del biologo
madrileño Carlos Llandres, y
como muestra de la tremenda
admiración y respeto que siento
por la provincia de Huelva
(contando con la aprobación
expresa de Carmelo), decidí
bautizar a esta nueva mutación
con el nombre de “Onuba”. El
cernicalito recibió el nombre de
“Marinero”.
Nodriza cebando a Marinero
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Para hablar de lo acontecido mantuve, en el pueblecito
granadino de Nívar, una reunión con mi buen amigo Quique
Larios, doctor en biología, quien me expuso:
Si damos por supuesto que la coloración de los cernícalos
depende de la expresión de un único gen, y sabiendo que cada
individuo posee posee dos alelos (cada una de las formas
alternativas que puede presentar un gen) de cada gen, tus
resultados podrían explicarse mediante las leyes básicas de
la genética mendeliana. En este supuesto, la mutación Onuba
que has fijado en “el nieto de Snow” sólo se expresaría en
individuos homocigóticos recesivos (aa) para el carácter
coloración.
Un individuo homocigótico es aquel que presenta dos alelos
iguales (AA ó aa), mientras que uno heterocigótico posee dos
alelos diferentes para un gen determinado (Aa). La prima que
cruzaste con Snow poseía una coloración típica, por lo que
debía de ser homocigótica dominante (AA) o heterocigótica
(Aa), si bien esta última hipótesis sería muy poco probable,
ya que la coloración Onuba no se observa en la naturaleza.
Al parecer, el alelo a no se encuentra de forma natural o, si
en alguna ocasión ha surgido, no ha sido fijado. Suponiendo,
por tanto, que la hembra cumplía el primer caso (AA), y
basándonos en los resultados obtenidos, los cruces que has
realizado podrían explicarse mediante el siguiente esquema:
Nodriza cubriendo al pollo portador de la
mutación
Nodriza cebando al pollo portador de la
mutación
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CRÍA EN CAUTIVIDAD
En estos momentos mi
objetivo a medio plazo, no solo
consiste en conseguir el mayor
número de ejemplares portadores
de la mutación sino que,
recurriendo a ejemplares de las
distintas líneas de cernícalos que
poseo, evitar, mediante nuevos
cruces, aquellos problemas
propios de la endogamia.
Después de tres años de
trabajo e ilusiones compartidas
con mi socio en esta empresa,
Carmelo Cantalejo, el bellísimo
y extraordinario plumaje de
“Snow” perdurará en el tiempo
en la mutación Onuba, para
orgullo de nuestro deporte y de
quienes conseguimos fijar sus
genes. ■
Sobre el autor
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