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Aculturación, un concepto de la
Antropología colonialista en la mirada de
Gonzalo Aguirre Beltrán
Arqueólogo Raúl Francisco González Quezada
P
ara análisis profundos en la Antropología y también para el día a día, se
usa un término reiterativo para indicar que ha existido un cambio en la cultura,
una transformación derivada de contacto, invasión, comercio, comunicación,
etc. En nuestro estado de Morelos tenemos casos en la Historia y en el Presente donde
se observa la continua transformación cultural, pues nos encontramos en una definición
territorial política donde coinciden profundas raíces de asentamientos humanos desde
hace al menos 3500 años y movimientos sociales desde el desarrollo de cacicazgos,
sociedades clasistas, hegemonías regionales, la invasión española, movimientos
armados como la llamada “independencia”, la “revolución” y la consolidación del
Estado-nacional mexicano hacia el siglo pasado. Para muchos casos se echa mano
rápida de un término que ha alcanzado la calidad de categoría dentro de la Ciencia
funcional y es el caso de la llamada aculturación.
Ad-culturación como bien apunta Aguirre Beltrán “…indica unión o contacto de
culturas; ab-culturación, separación de culturas, rechazo; y trans-culturación paso de
una cultura a otra. En el proceso de aculturación, las ideas de separación y de paso no
constituyen la cualidad propia o medular del fenómeno y sí, en cambio, la de contacto
y unión...” (Aguirre Beltrán 1982:13; 1957 en su primera edición).
El contacto de culturas no existe sino como efecto de la interacción entre sociedades.
O al menos de una sociedad con los efectos culturales de otra. A la interacción en
Antropología se le ha denominado tradicionalmente contacto, y se suelen considerar
procesos tales como comercio, guerra, intercambio de parejas, etc.
Los primeros trabajos que consideraban a la aculturación como un proceso fueron
realizados hace ya muchas décadas, primeramente quizá por por Ralph Beals (1932),
Margaret Mead (1932) y Richard Thurnwald (1932) siguiendo en lo general el
método que en 1920 había declarado por el antropólogo estadounidense Franz Boas
explícitamente como aculturación (Bee 1975:85). En un memorándum producido en
1936 Robert Redfield, Ralph Linton y Melville Herskovits (Rivera 1975:71), dieron
atención a la urgencia emanada de la Asociación Norteamericana de Antropología
para definir específicamente los términos de aculturación y el de asimilación, que por
entonces permanecían en discusión. Se concluyó que el primero daba cuenta de “…
aquellos fenómenos que resultan cuando grupos de individuos de culturas diferentes
entran en contacto, continuo y de primera mano, con cambios subsecuentes en
los patrones culturales originales de uno o de ambos grupos... [donde es necesario
aclarar que la] aculturación debe ser distinguida de cambio cultural, del cual es sólo
un aspecto y de asimilación que es, a intervalos, una fase de la aculturación. (Aguirre
Beltrán 1982:15)
El cambio cultural sería pues, un proceso general que integraría movimientos como el
de la aculturación y endoculturación, el cual se compondría de fases denominadas bajo
el término de asimilación. La difusión solamente sería considerada como un aspecto
de la aculturación misma.
En 1938 se realizaría otro intento por dotar de coherencia a la problemática al promover
la estadounidense Social Science Research Council, la producción del libro Methods
of study of cultura contact in Africa, donde se manejaban categorías como “grupo
donante” y “adaptación” (García Canclíni 1982:67). Se desarrollarían así, diversas
propuestas sobre modelos de “explicación”, desde la escuela angloamericana con
esquemas como el “continuum folk-urbano” de Robert Redfield (1947) quien investiga
desde 1926 en Tepoztlán; la suposición de sociedades duales y el colonialismo interno
de George Balandier (1963, 1966); las “Regiones de Refugio” y “El proceso dominical”
del antropólogo mexicano Gonzalo Aguirre Beltrán (1973, 1982).
El antropólogo Guillermo Bonfil Batalla llegaría incluso a plantear finalmente un sucinto
esquema de explicación de transformación de la cultura desde el control cultural que
parte de una hegemonía impuesta, donde se plantean que los dispositivos culturales
están compuestos por elementos, materiales, de organización, de crecimiento, emotivos
y los símbolos; dependiendo del curso del control de las decisiones y elementos
culturales, si resultan ajenas o propias, se tendría como resultado la configuración
de una cultura ya sea Autónoma, Apropiada, Enajenada o Impuesta (Bonfil Batalla
1992:30-31).
No centraremos en la propuesta de Gonzalo Aguirre Beltrán pues sería sin lugar a
dudas dentro del culturalismo antropológico mexicano quien desarrollaría un complejo
conjunto de conceptos que eslabona con la intención de dar cuenta del Proceso de
aculturación. Nuestro autor asiste —sin declararlo con mucho énfasis— a abrevar
teóricamente en la dialéctica, asume haberse basado en el filósofo Elí de Gortari
para desarrollar el concepto de aculturación, al cual considera como “… el proceso
de cambio que emerge del contacto de grupos que participan de culturas distintas.
Se caracteriza por el desarrollo continuado de un conflicto de fuerzas, entre formas
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de vida de sentido opuesto, que tienden a su total identificación y se manifiesta,
objetivamente, en su existencia a niveles variados de contradicción. (Aguirre Beltrán
1982:43, 186-187, nota 58).
El autor conviene en asegurar que son los “elementos opuestos de las culturas en
contacto” aquellos que se mantienen en una constante vorágine de exclusión mutua.
Afirma que “El proceso de aculturación involucra, en realidad, un conjunto infinito de
procesos entre elementos opuestos de dos culturas.” (Idem.:44).
Redfield, Linton y Herskovits plantearon como posibles efectos de la aculturación
a la aceptación, la reacción y la adaptación. Aguirre Beltrán critica y subsume esta
propuesta. Considera que tanto aceptación como reacción no son efectos finitos
sino eslabones de un proceso. La adaptación sería el momento preciso de análisis
que mostraría el “nivel de aculturación alcanzado” por las culturas en procesos de
contacto. Plantea que existen al menos tres gradaciones diferenciadas de adaptación
en este “continuum” adaptativo. En un extremo se presenta la “adaptación comensal”,
definida por la “coexistencia” de culturas en procesos de contacto sin presencia de
“alteraciones básicas”; en el otro extremo tenemos a la “adaptación sincrética”, en la
que las contradicciones se han conjugado, dando lugar a una nueva cultura. Un grado
intermedio lo establecería la “adaptación selectiva”, que como su nombre lo indica
solamente se han “identificado determinados elementos, aspectos o partes, pero no
todos.” (Idem.:45-46).
Hasta aquí se había dado cuenta del nivel cultural; y en un atinado esfuerzo Aguirre
Beltrán logra identificar el asunto más allá del orden culturalista tradicional. Admite
que una cultura es efecto de individuos, de un grupo social; y es por esto que propone
que, paralela y al mismo tiempo contradictoriamente se lleva al cabo un proceso de
integración Social, a la que define como “… el proceso de cambio que emerge de la
conjunción de grupos que participan de estructuras sociales distintas. Se caracteriza
por el desarrollo continuado de un conflicto de fuerzas, entre sistemas de relaciones
posicionales de sentido opuesto, que tienden a organizarse en un plano de igualdad y
se manifiesta objetivamente en su existencia, a niveles variables de contraposición.”
(Idem.:47).
Es aquí precisamente donde se advierte la urgente necesidad del autor por dar cuenta
de la contradicción étnico-nacional. No sólo se trata de la contraposición formal que
se gesta en torno a los grupos sociales e individuos durante el proceso de “conquista
y colonización de México”, sino que incluye la contradicción indo-ladina en el siglo
XX. Por esto es comprensible el énfasis en aquello de las “relaciones posicionales” y
lo del “plano de igualdad”, que el autor improvisa como definiciones de procesos que
se naturalizan como explicaciones ad hoc, que encubren el oprobio de la explotación
y exclusión de los grupos étnicos. Consideraciones que a vivas luces no solo son una
pretensión más que una explicación, sino que en el plano real no ocurren; debemos
reconocer que no sólo no se trata de “posiciones” sino que nada indica que se pretenda
la “igualdad”.
Al igual que en el proceso de la aculturación, se supone que existen dos fuerzas
contradictorias que actúan en la dimensión social. Por un lado el proceso de
concentración que tiende a la “incorporación” de sujetos a la sociedad dominante; y
por el otro un proceso de dispersión que orienta a la “independencia” de los grupos. El
resultado de esta contradicción se encuentra en la conversión —la cual es un continuum
y no un efecto finito—, donde es posible distinguir tres niveles. El primero es el de la
“conversión paralela”, donde las “sociedades son autosuficientes y autocontenidas”.
El segundo es el de la “conversión alternativa”, en la que se transfieren individuos de
una sociedad a otra. Y finalmente el tercero definido como “conversión polar”, donde
la “simbiosis” ha llegado hasta el punto de configurar un solo grupo social (Idem.:47).
Aguirre Beltrán logró todo un esquema que pretende dar cuenta de la Integración
del Cambio Sociocultural. Fueron consideradas las dimensiones social y cultural;
intercambio cultural e interacción social, contacto cultural y conjugación social,
adaptación y conversión. Sin lugar a dudas es la propuesta más seria y completa del
culturalismo; sin embargo, carece de elementos esenciales para poder configurarse
como un cuerpo teorético que explique. Se encuentran ausentes la definición de las
ligas causales, y no es posible reconocer cuales son los elementos que integran los
diversos niveles de contradicción tanto cultural como social; es decir, el autor no
jerarquiza las variables ni las liga de tal manera que sean contrastables sus supuestos
fundamentales. Finalmente podríamos agregar que la mayoría de las categorías
utilizadas en el desarrollo formal de los enunciados aseverativos que definen tanto
aculturación como la integración no se encuentran a su vez definidas dentro del mismo
cuerpo teorético, con lo cual se pierde rigurosidad en el análisis.
Sin embargo, la propuesta de Aguirre Beltrán es acertada —en lo general— en muchas
de las direcciones en las que apunta. Algunos elementos son propuestos con ejemplar
acierto, y se muestra en su desarrollo un declarado contrasentido con todo lo planteado
por la escuela culturalista pese a que finalmente Beltrán no escapa de la misma.
Destacaremos primeramente su idea de la cultura como un sistema y no como una
agregación de configuraciones potencialmente registrables por el investigador; “…
una cultura no está estructurada por una simple adición de elementos, aspectos o
partes sino, como reflejo mismo de la dialéctica del universo, por una concatenación
interdependiente de funciones en que la modificación de una de las partes implica,
ineludiblemente, alteraciones en las restantes y, en consecuencia, en el conjunto que
da su forma o configuración a la unidad.” (Idem.:46).
A lo que podríamos añadir el aporte significativo de la idea rectora que mantiene el
autor acerca del movimiento cultural en procesos de contacto derivan en “...niveles
variados de contradicción.” (Idem.:45).
Años más tarde el autor desarrollaría su concepto de “proceso dominical” así como la
producción y manutención de las “regiones de refugio”, identificadas como efecto de
tal proceso; este concepto de “regiones” trataba de definir en parte la condición étnica,
al interior del entorno nacional; y al mismo tiempo intentaban evidenciar la estrategia
de resistencia frente al poder hegemónico, primero hispano y luego ladino. El proceso
dominical es pues, el movimiento de integración social en condiciones de dominio de
una sociedad sobre otra. Se pretendía en este estudio explicar a su vez, el proceso del
cambio social, entendido como proceso de integración en momentos de contacto entre
sociedades o entre grupos más o menos complejos. El cambio cultural fue abordado
en ese trabajo de una manera un tanto más amplia que en el primer acercamiento del
autor. Se concedió un espacio a diversas posibilidades de cambio sociocultural, tales
como: la invención y el descubrimiento —como motores sociales del movimiento
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cultural, es decir, endoculturación—; el préstamo cultural —como elemento social
causal de adaptación cultural, ejercido desde afuera, causa necesaria del proceso
dominical—; estabilidad cultural —entendida como conjunto de fuerzas que se oponen
a la invención—; la coyuntura colonial como detonante del proceso dominical; los
mecanismos dominicales fueron distinguidos en diversos momentos.- 1) la segregación
racial —entendida como “línea de color” que separa estratos, superior e inferior—; 2)
el control político —como dominio institucional y exclusión antidemocrática de las
“culturas nativas”—; 3) la dependencia económica —entendida como exclusión de
los “nativos” de los beneficios del sistema-mundo; 4) el tratamiento desigual —tanto
educativo como “en todas las esferas de la vida”—; 5) el mantenimiento de la distancia
social —como estrategia en el mundo de la vida cotidiana de segregación sectaria,
clasista, racista—, y; 6) la acción evangélica —como estrategia de colonización del
imaginario de la cultura nativa— (Aguirre Beltrán 1973:1-17).
Podríamos concluir que tras la propuesta completa de Aguirre Beltrán se encuentran
rastros claros de evolucionismo lineal evidente, así como de un pragmatismo
funcional. Sus ideas de culturas sencillas y complejas, desarrollo cultural, estabilidad
cultural, sociedad dual —una moderna y otra de subsistencia—, etc. acusan no sólo un
nominalismo funcional, sino también una idea de desarrollismo y encubrimiento de los
nexos esenciales de la explotación y el expolio, así como de la exclusión de los grupos
étnicos nacionales mexicanos.
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De cualquier forma, las ideas de Aguirre Beltrán tuvieron eco en los estudios etnográficos
de la época, antropológicos e incluso en los arqueológicos latinoamericanos.
La fundamental problemática con el esquema de Aguirre Beltrán, al proponer que
el asunto de aculturación se basa esencialmente en el desarrollo de un proceso de
“adaptación”; y el caso de la integración, en uno de “conversión”; tiene efectos nocivos
en sentido no sólo metodológico, sino también y más peligrosamente, en la cuestión
valorativa. Se pierde de vista en este análisis funcional a la víctima. La misma idea de
“contradicción” que maneja el autor se desliza hasta la notoria acción pragmática de la
justificación de los hechos.
El asunto no es menor. En la gran mayoría de los casos históricos, el “contacto”
entre sociedades no ha sido necesariamente fraterno; por el contrario, la sujeción
violenta ha sido una práctica tan antigua como la misma humanidad—con un fuerte
acento en el desarrollo de las sociedades clasistas—. A pesar de que el concepto de
“contacto” puede dar cuenta de acciones sociales como el comercio, el intercambio,
la cooperación científica y tecnológica, etc., estas actividades humanas siempre han
estado mediadas por las contradicciones fundamentales de la sociedad —y desde hace
miles de años precisamente en la contradicción de clases sociales—. Así visto, las
descripciones que se pretenden con términos como el de aculturación rebajados hasta
la justificacionista adaptación encubren a la víctima. El problema es que no se discute
cuál es precisamente el motor de las contradicciones sociales; por lo que entonces,
no se definen elementos causales, tanto generales como tampoco singulares, de las
transformaciones culturales efecto de la interacción entre sociedades.
En una ansiada unción de intelectualidad ajena a compromisos con la vida humana se
puede llegar a las más variadas conclusiones de las configuraciones culturales efecto
de actos de guerra y colonización, de exclusión y dominación, que sólo devienen
en asertos taxonómicos. El concepto de aculturación sigue y aparentemente seguirá
asistiendo a la tradición de la ciencia funcional; en tanto sólo se atiene a la descripción
de la dimensión más aparente de la sociedad. Incluso cuando se ha intentado explicar
contenidos sociales, estos nunca han sido develados en su esencia última, que es la
contradicción entre el orden social instrumentado históricamente para la producción y
el grado de desarrollo promedio del total de las fuerzas productivas. Por esto categorías
como las propuestas por Beltrán como “adaptación comensal sincrética” o “selectiva”
sirven de muy poco si lo que queremos es explicar.
Lo que hasta aquí tratamos de rescatar es que los conceptos, categorías y esquemas
de la ciencia antropológica funcional tradicional, como el de aculturación, no permiten
descubrir detrás del proceso de interacción entre sociedades, a las contradicciones
sociales que permanecen sin revelarse. Por el contrario se conservan como estrategias
encubridoras del movimiento real de la sociedad; impiden tras sus asertos descriptivos
la visualización de los efectos ignominiosos del pasado. Taxonómica actividad
intelectual resulta la ciencia social funcional con sus casillas clasificadoras de los
efectos de procesos violentos y amantes de la muerte como lo son las invasiones,
los procesos de explotación, exclusión, dominación etc. pero que se clasifican en los
desteñidos matices de la llamada aculturación.
Por colocar ejemplos, mientras que las relaciones con múltiples hegemonías pretéritas
desde las comunidades dentro del territorio del actual estado de Morelos antes de la
invasión española, mantuvieron con centros como Teotihuacan o con la Triple Alianza
y habrían resultado contradictorias e incluso antagónicas, cuando arqueológicamente
se identifican estas interacciones se acude a la categoría de aculturación enmarcada en
procesos de “influencias”, movimientos migratorios, peregrinaciones y al margen de
todo tipo de contradicción.
También se acude rápidamente al concepto de aculturación cuando se abordan temas
virreinales tempranos del estado de Morelos. Ejemplares efectos de procesos de
transformación cultural efecto de la invasión española, los conventos y sus elementos
axiomáticos de la pintura mural, la escultura, los elementos arquitectónicos y tantos
detalles destinados a remarcarse para alimentar al asombro pueril son clasificados dentro
de los lindes de la llamada aculturación porque eventualmente se observan elementos
sígnicos, formas culturales que se advierten como derivadas de convergencias
españolas y de América Media.
Por el momento baste recordar que, tanto en procesos de colonización como en los de
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c) al ser excluida de la definición futura de su comunidad por no participar en la
discusión de la proyección de orden comunitario en los diversos actos de trabajo y,
d) al ser sometida a la explotación desde su niñez en el tejido y las labores agrícolas.
Al desarrollarse la conquista su vida fue prescindible, pudo morir violentamente, por
la espada o aperreada, por extenuación ante trabajos insufribles o magullada por la
viruela negra; pero si esto no sucedió así, bien pudo ser lacerada en el rostro con una
gran letra G y convertida esencialmente en esclava, o sometida al servicio personal de
los conquistadores; integrada a los nuevos actos de producción en un eslabonamiento
mundial que detrás de un par de siglos se vería reflejado en la consolidación de la fuerza
primigenia del capitalismo noreuropeo. Es pues la conjugación de los diversos niveles
de integración de las contradicciones sociales y su superación dialéctica particular en
cada caso, en cada grupo social, lo que configuró el orden social novohispano; es pues
la víctima un hilo conductor de la denuncia y la memoria de la infamia.
Sobre la categoría de aculturación, en la mirada de Gonzalo Aguirre Beltrán, priva la
idea del llamado “indigenismo”, estrategia de aseguramiento de una homogenización
que negaba en esencia al “ser étnico”, ésta vez sin la expresa intención de eliminarlo
corpóreamente —aunque de cualquier forma sucedió en parte—, sino con la intención
del sometimiento étnico, a los intereses de la clase social nacional y de la burguesía
en todos sus colores, pero predominantemente industrial. La Antropología funcional
como estrategia instrumental del la hegemonía se vuelve “colonialista”, ya ahora
no con el tono invasor del colonialismo decimonónico, pero si con la misma carga
colonialista de dominio y control. Es momento y ha sido desde hace décadas, de evitar
las categorías funcionales de la Antropología colonialista y comenzar a hacer de una
Antropología Crítica una vía en permanente irrupción, incluso consigo misma.
conquista; una sociedad se impone y domina a otra. La conquista implica el desarrollo
violento del sometimiento de una sociedad por medio de la fuerza. La colonización
implica incorporación de individuos de la sociedad dominante a los procesos
económicos directamente. Durante el proceso de conquista, el efecto fundamental
radica en la negación de la vida humana en aras de la toma de control político y
económico de una sociedad sobre lo que quede de la otra. La vida humana es colocada
en el anaquel de lo prescindible. Una vez consolidada la conquista, la colonización
generará individuos explotados y excluidos, víctimas enfrentadas a condiciones
de negación de la vida buena; son ahora desde aquí en adelante los inferiores, los
conquistados, los vencidos, los que padecen en una cotidianidad ignominiosa los
atropellos a su condición fundamental de ser humano.
El proceso completo de conquista y colonización es altamente complejo y su análisis
está condicionado necesariamente a la evaluación de las diferentes contradicciones
preexistentes, el proceso de transformación violenta y sus diversos resultados, todo
observado como un continuo. Es en los distintos niveles de adscripción de cada
individuo respecto a cada uno de los grupos sociales donde éste actúa, que se
conjugan los diferentes procesos de contradicciones sociales. Así, por ejemplo, una
mujer macehualli de alguna comunidad agroartesanal entre los Cuauhnáhuac tlaca
(gente de Cuauhnáhuac) en la primera mitad del siglo XVI tras la invasión española,
se encontraba en varias relaciones desventajosas que negaban su condición de ser
humano con posibilidades de desarrollo de la vida buena:
a) al ser explotada por un orden social imperial mundial que la sometía a tributaciones
en trabajo vivo y pasado,
b) al ser negada como factor de decisión fundamental en acciones de carácter político
en su comunidad de vida,
Todas las fotos pertenecen al mural denominado “Milagro de la Virgen del Rosario” ubicado en
una estancia del claustro alto del convento de San Juan Bautista Tetela del Volcán, Morelos.
Bibliografía
Aguirre Beltrán, Gonzalo
1973 Regiones de refugio. Instituto Nacional Indigenista, México.
1982El proceso de aculturación. Universidad Nacional Autónoma de México.
Beals, Ralph L.
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1963 Sociologie actuelle de l’Afrique Noire. Presses Universitaires de France, París.
1966 The colonial situation: a theoretical approach. En Social change. The colonial
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Bee, Robert L.
1975 Patrones y procesos introducción a las tácticas antropológicas para el estudio
de los cambios socio-culturales. Logos Consorcio Editorial, México.
García Canclíni, Nestor
1982 Las culturas populares en el capitalismo. Editorial Nueva Imagen, México.
Mead, Margaret
1932 The Changing Culture of an Indian Tribe. Columbia University Press, New
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Redfield, Robert
1947 La Sociedad Folk. Revista Mexicana de Sociología. Año 4, Vol. 4, No. 4.
Rivera Dorado, Miguel
1973 Modelos de Aculturación en Arqueología. Primera Reunión de Antropólogos
Españoles, Actas-Comunicaciones-Documentación, Publicaciones de la Universidad
de Sevilla, Universidad Complutense de Madrid, España.
Thurnwald, Richard
1932 The Psychology of Acculturation. American Anthropologist, No. 34:557-569.
Órgano de difusión de la comunidad de la Delegación INAH Morelos
Consejo Editorial
Eduardo Corona Martínez Israel Lazcarro Salgado
Luis Miguel Morayta Mendoza
Raúl Francisco González Quezada
Antonio García de León
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Coordinación editorial de este número: Raúl Francisco González Quezada
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