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MISIONEROS (PROTESTANTES) Y ANTROPÓLOGOS:
UNA HISTORIA DE HOSTILIDAD Y AMBIVALENCIA
Patricia Fortuny Loret de Mola
CIESAS Peninsular
[email protected]
Las relaciones entre antropólogos y misioneros se han caracterizado por ser difíciles y tensas
al menos por varias décadas. Esto los ha llevado a la construcción de mutuos estereotipos.
“La caricatura de un misionero es la de un mojigato, reprimido, que lleva la Biblia a cuestas,
e intenta a toda costa que las mujeres nativas se cubran sus partes nobles;el antropólogo es un
barbudo depravado que se quita la ropa y practica ritos salvajes (Keesing, 1976; 459)”
Introducción
Este coloquio me ha dado la oportunidad de reflexionar sobre una temática en la que he
tenido un gran interés profesional como investigadora de minorías religiosas en México.
Asimismo, me ha permitido evocar experiencias personales que sucedieron en los años
ochenta y noventa, etapa en la que experimenté en carne propia los prejuicios y
presupuestos detentados por colegas que se referían ocasionalmente en forma despectiva o
irrespetuosa a congregaciones protestantes, ya sea históricas o pentecostales, o a otros
grupos religiosos como los Mormones y Testigos de Jehová. La revisión de artículos de
diversas publicaciones antropológicas y/o sobre religión y antropología, me dio una gran
satisfacción porque me sentí felizmente identificada en muchos momentos con la posición
de algunos de los autores. Además, estas reflexiones me condujeron a nuevos argumentos
sólidos con base en la propia disciplina antropológica, que en aquellos años me hubieran
sido de mucha utilidad para legitimarme, no sólo frente a aquellos colegas que impugnaban
mi trabajo, sino frente a mí misma y a los sujetos de estudio.
En este sentido, esta presentación constituye un perfecto pretexto para repasar esa
etapa, cuando me iniciaba como investigadora en el campo religioso por una parte y por la
otra, para señalar algunos de los principales vínculos que unen a los misioneros con los
antropólogos y aquellos temas que los enfrentan y han creado una mutua animadversión a
lo largo de los años. Por cierto, la tensión entre los protagonistas de este trabajo, no ha
existido siempre y la intensidad ha variado de acuerdo con los contextos históricos,
políticos y geográficos. Considero importante precisar como dice Frank A. Salamone en sus
comentarios a Claude Stipe (174,175; 1980) que es: “necesario señalar con cuáles
misioneros podríamos tener problemas, con cuáles antropólogos y en qué situaciones
1 específicas” (énfasis en el original). Tanto los misioneros como los profesionales de la
antropología conforman agrupaciones heterogéneas aunque compartan una disciplina e
incluso una forma de vida. Y de la misma manera, los contextos concretos en los que
podemos encontrar a unos y a otros, determinarán y orientarán el comportamiento de
aquellos y los harán aparecer en forma positiva o negativa según sean las circunstancias.
En este documento me concentro en misioneros protestantes originarios de
Norteamérica que realizaron su ministerio entre pueblos indígenas o bien ciudades ubicadas
en el continente de América Latina, dejando para otra ocasión una discusión que incluya a
los misioneros católicos. En cuanto a los antropólogos, citaré tanto a aquellos que
mostraron abiertamente su oposición a los misioneros, como aquellos que incluso exhortan
a sus asociados a apoyarse en la experiencia y conocimiento de los fieles cristianos en la
práctica de la antropología y la lingüística, sobre todo durante el trabajo de campo. Para
elaborar este documento he consultado literatura que data de las primeras décadas del siglo
XX así como también publicaciones recientes del presente siglo, sin embargo mi interés
central es la discusión de lo que sucedía entre 1950 hasta1980.
1ª Parte: El rechazo
En 1966 se decía que el total de misioneros norteamericanos en tierras extranjeras nunca
había sido mayor y de éstos 5 de cada 6 eran protestantes. El objetivo de las misiones
incluía las más de las veces llevar junto con el cristianismo protestante, educación, la
medicina moderna, técnicas agrícolas y otros medios para mejorar el estándar de vida de los
pueblos. En esta etapa, con la excepción de la China comunista y Corea del Norte, de donde
fueron expulsadas las misiones en 1959, en Asia, África, América Latina, Madagascar y en
la mayoría de las islas del Pacífico, las comunidades cristianas en donde servían los
misioneros crecían en número y en líderes locales. Era visible el efecto que los portadores
de La Palabra tenían en las culturas en las que ellos mismos estaban inmersos por muchos
años (Latourette; 1966). Es precisamente durante estos años, que se inician los debates más
álgidos entre antropólogos y misioneros. A continuación, paso a describir aquellos
contenidos que me parecen más importantes que tienen en común nuestros protagonistas y
que han influido en la aparición de hostilidades entre ellos: 1) Misioneros y antropólogos
son dos de las agrupaciones profesionales que a lo largo del tiempo, se han ocupado y
preocupado por los “otros”, llámense pueblos primitivos, tribus lejanas, culturas no
2 occidentales. Y sin embargo, no siempre se han apoyado en forma recíproca al realizar su
empresa ya sea como portadores del evangelio o como estudiosos de la cultura. 2) Ambos
grupos, para realizar su trabajo en el campo, han requerido del financiamiento de agencias
privadas o gubernamentales, por tanto, han tenido que servir y favorecer los intereses
ideológicos, económicos y políticos de aquellas agencias, en algún momento dado del
ejercicio de su profesión. 3) Son herederos del colonialismo/imperialismo norteamericano;
ambas empresas siguen o han seguido las rutas de la expansión colonial. 4) Ambos han sido
informados con premisas culturales que los ha sesgado frente a las sociedades con las que
entran en contacto; 5) ambos comparten una urgencia por el conocimiento “objetivo” sobre
los pueblos primitivos en el mundo; 6) ambos han jugado el papel de patrones entre los
pueblos menos favorecidos y con menor nivel tecnológico hacia los cuales se dirigen, es
decir, se ven a ellos mismos como expertos y como autoridad frente a los neófitos, los
misioneros con respecto a los pueblos “paganos” y los antropólogos entre la gente de su
propio país, en consecuencia, también sostienen una relación de poder asimétrica
consciente o inconsciente frente a los sujetos que estudian o que enseñan; 7) ambos tienen
un interés central en salvaguardar las culturas tal como están, con el objetivo de contar con
poblaciones en donde puedan realizar sus actividades.
En lo concerniente a la animadversión de antropólogos hacia misioneros y hacia lo
religioso en general, existe una amplia literatura que se desborda en los años setenta y
ochenta y que se puede resumir en los siguientes puntos: 1) las importantes más no
deliberadas consecuencias de la actividad misionera tanto en los aspectos negativos como
positivos; 2) las relaciones contradictorias entre la filosofía del reclutamiento en casa y las
prácticas misioneras en el campo; 3) la intensa y enigmática relación entre el misionero y el
antropólogo en cuanto a la teoría y la práctica; 4) el estrecho vínculo entre el trabajo
misionero y el colonialismo; 5) estudios que se enfocan en el impacto diferencial que
ejercen los programas misioneros en las poblaciones correspondientes, como los primeros
trabajos de David Stoll, Fishers of Men, or Founders of an Empire, publicado en 1982. 6)
ignorar o minimizar factores económicos, políticos y sociales como causas de los cambios
en los pueblos y al mismo tiempo, sobredimensionar el trabajo misionero en los cambios
culturales. 7) Una de las críticas hacia los transmisores de la fe protestante, ha sido sin duda
alguna que se abocan a transformar las creencias de los pueblos que atienden, en tanto que
3 los etnógrafos tienen como cometido mantener y observar la estabilidad cultural y social,
aunque en muchas ocasiones ese deseo de estabilidad o estatus quo, contradiga incluso el
deseo de los sujetos que observan. 8) La hostilidad entre los profesionales hacia la tarea de
propagar la fe o hacia la religión en general, tiene que ver con la socialización académica
que se practica al interior de muchas de las disciplinas científicas, en particular las ciencias
sociales. En ocasiones esta socialización seculariza a los estudiantes y otras veces los hace
apóstatas.
Claude Stipe (1980), junto con otros misioneros protestantes que eran al mismo
tiempo antropólogos, nos informan sobre acusaciones, malos tratos e injustas conclusiones
que algunos etnógrafos tienden a hacer sobre los misioneros. Más no sólo los antropólogos
norteamericanos han atacado a los misioneros. En 1979 sale a la luz en México,
Dominación Ideológica y Ciencia Social. El I.L.V. en México. Declaración José C.
Mariátegui, que es avalada por el Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales, A.C. En
las conclusiones los autores afirman entre otras cosas que:
El ILV brinda un apoyo de gran utilidad a la expansión del capitalismo en las áreas ricas en
recursos naturales, coadyuvando en la tarea de abrir estas áreas al mercado y transforma a
su población en una sumisa reserva de mano de obra barata (CEAS, 1979; 37). Énfasis
mío.
La revisión realizada por El Colegio de Etnólogos y Antropólogos sobre las actividades del
Instituto Lingüístico de Verano se redujo a la inspección del material escrito con el que los
misioneros y lingüistas trabajaban en el campo. No se les ocurrió, ni siquiera porque forma
parte medular de su profesión, entrevistar a los conversos, o realizar observación
participante entre los “supuestos sometidos” a quienes les “impusieron” la doctrina
protestante e imperialista. Estos antropólogos fueron a su vez movidos por otra fuerte
ideología (un marxismo determinista); olvidaron que los indígenas conversos también
cuenta con agencia y capacidad para responder y reinterpretar los mensajes que recibieron.
Sería importante preguntarnos sobre las razones que han provocado la hostilidad
reseñada arriba. Ronald J. Burwell, en sus comentarios al artículo citado de Stipe (1980;
169), sugiere algunos puntos concretos para explicar el rechazo hacia los misioneros.
Primero afirma que queda abierta la posibilidad de que éstos últimos no siempre hubieran
recibido a los estudiosos de la cultura en forma muy entusiasta. Antes de 1950, eran muy
pocos los misioneros que habían tenido acceso o contacto con la antropología y en
4 consecuencia, tampoco habían entendido conceptos centrales para su trabajo en el campo,
como el etnocentrismo o el relativismo cultural. En muchas ocasiones, los etnógrafos
habían utilizado las habilidades lingüísticas y otros conocimientos sobre la cultura que los
misioneros habían alcanzado después de mucho esfuerzo y sin embargo, los primeros no
fueron capaces de reconocer los avances de aquellos y tampoco les dieron el crédito o
respeto intelectual merecido. De igual manera, hay misioneros que han podido ser testigos
del ocasional antropólogo que nunca aprendió la lengua del grupo a estudiar y sin embargo
se erige como experto. Diferencias derivadas del estilo de vida, no necesariamente de
origen religioso, también pueden haber provocado una mayor polarización entre estas
disciplinas, pero como señala Burwell, en este caso, uno esperaría del antropólogo una
sensibilización ad hoc que lo entrenara para enfrentar circunstancias de esta naturaleza. Y
finalmente, el mismo Burwell señala que existe, “especialmente entre muchos misioneros
protestantes norteamericanos”, una suerte de anti-intelectualismo que los hace escépticos
frente a la búsqueda de conocimiento, cosa que precisamente caracteriza a la disciplina
antropológica. Considero que en contraste con el abundante material escrito que existe en
cuanto a las actividades de los misioneros, con respecto al trabajo antropológico, los
primeros han escrito mucho menos. Eso no significa que estén de acuerdo con su forma de
trabajar y concebir a los pueblos que estudian, sino más bien se explica a partir de los
mismos valores que rigen sus principios, no sólo los relativos a su creencia, sino sobre
todo en cuanto a sus intereses centrales. A diferencia del antropólogo, para quién escribir y
publicar forma parte de su profesión, los misioneros, con contadas excepciones, carecen de
la preparación formal para hacerlo y más aún, sus actividades están enfocadas a las
cuestiones más prácticas de la vida diaria en las misiones y enfrascarse en debates teóricos,
académicos y críticos no forma parte de sus prioridades. El trabajo de escritorio que
realizan tiende a resolver las cuestiones administrativas así como a elaborar reportes de los
progresos y problemas que afectan a su grey; también sostienen una amplia
correspondencia con las iglesias madres o agencias misioneras de las que dependen y de las
que reciben indicaciones.
2ª Parte: El acercamiento
Entre los defensores de la religión y de su estudio, se destaca el antropólogo inglés, EvansPritchard, quien se convirtió al catolicismo mientras hacía una temporada de trabajo de
5 campo en Sudán, en donde recibió el apoyo intelectual y moral de una misión católica, este
clásico se expresa así sobre la problemática.
“…la antropología social es el producto de mentalidades que con pocas excepciones,
consideraban todo lo que fuera religioso como resultado de la superstición, que encajaba
bien sin duda alguna con una era precientífica en donde se justificaba,(…) por un periodo
determinado, pero sin utilidad en el presente, y ni siquiera contenía un valor ético, es decir,
se consideraba peor que inútil, ya que se interponía en el camino hacia una regeneración
racional de la humanidad que llevaría a un progreso social (205; 1972)”.
En un artículo poco conocido de otro clásico, Robert H. Lowie, Religion in Human Life
(1963)1, discute el tema de la religión como una materia polémica entre los antropólogos y
explica que después de haber observado el estilo de vida de pobreza y hambre que llevaban
los misioneros al igual que la gente con la que convivían, descubrió para sorpresa suya, que
ellos poseían una fuerza interior de la que él carecía (Op cit. 532). “El sacerdote católico, el
misionero mormón, el chamán esquimal, el brujo africano y el clérigo protestante, eran
todos iguales en el sentido de poseer una fuerte convicción interior, en su intenso deseo de
ayudar a otros y en la dependencia de una suerte de fuerza exterior a ellos que les daba el
coraje. Podían ser fanáticos, ignorantes o rígidos, pero eran hombres de fe”. Lowie dedicó
gran parte de su vida como etnógrafo a la investigación de los pueblos originarios de
Norteamérica como los Hopi, los Crow o los Pueblo. Su contacto con estas tribus, le
permitió percatarse de que la religión –aunque con elementos diversos-, era esencial en
todas las culturas estudiadas. Los individuos y la comunidad más amplia, invertían casi
todo su tiempo en acciones dirigidas a lo sagrado. En consecuencia, si el etnógrafo fallaba
en el análisis del fenómeno religioso, era incapaz de entender la cultura en su conjunto.
En cuanto al acercamiento de los religiosos hacia los profesionales de la cultura, la
revista Practical Anthropology constituye una de las pruebas patentes de la importancia que
las agencias misioneras le dieron al conocimiento antropológico para la realización exitosa,
pero también humana y cuidadosa de su tarea como evangelistas del protestantismo en el
mundo. PA se inicia aunque en forma precaria2 y limitada en el año de 1953. Robert B.
Taylor fue el primer editor de la revista cuando enseñaba antropología en el Wheaton
1
Robert H. Lowie muere el 21 de septiembre de 1957. Este artículo fue encontrado entre sus papeles y
posteriormente publicado en American Anthropologist.
2
Al principio se hacía una reproducción mimeografiada de 200 copias que se distribuían entre colegas
interesados, misioneros y estudiantes de ambos campos (Smalley, 1963; 1).
6 College3. La idea de Taylor era divulgar material que pudiera ser útil para los cristianos que
estudiaban antropología. En 1963, William A. Smalley, resume los diez primeros años de la
revista y explica que en ese tiempo había podido distinguirse de otras publicaciones, en
virtud del énfasis que ponía en la comunicación transcultural del evangelio, porque tenía
una visión transcultural de la iglesia en la sociedad, por el interés puesto en las fuerzas
sociales que entran en juego para dar lugar al cambio cultural, porque consideraba las
razones en las que descansa tanto la aceptación como el rechazo del evangelio, porque
discutía el método misionero y también analizaba a la gente del occidente en tierras
extranjeras, especialmente a los hombres de fe (Smalley, 1963; 2). Practical Anthropology
circuló a lo largo de 19 años consecutivos (1953/1972) durante los cuales aparecían 6
números por año; en 1973, interrumpe su publicación independiente para fusionarse con la
revista Missiology de la American Society of Missiology.
El contexto histórico y geográfico en el que surge PA da cuenta de la acogida que
tuvo ya que aumentó de 200 a 3mil suscriptores entre 1953 y 1957. En aquel tiempo, era
común entre traductores de la Biblia y misioneros imaginar que bastaba con traducir La
Escritura a la lengua vernácula para que “ellos” comenzaran a pensar como “nosotros en
occidente”. Whiteman (2004) explica que no fue sino hasta 1970 que la antropología
comenzó a ser de utilidad no sólo para la traducción de la Biblia, sino para muchos otros
aspectos de las prácticas misioneras. Fue hasta estos años que algunos de los portadores del
cristianismo protestante se convencieron de que Cristo entraría en la mente de los
conversos indígenas pero en términos de su propia cultura.
Para finalizar quiero mencionar a uno de los misioneros protestantes
norteamericanos, que fue un pionero en muchos campos. Samuel Guy Inman nacido en
Texas (1877/1965), ocupó el liderazgo de los movimientos misioneros protestantes en
América Latina, representó 30 organizaciones misioneras en Estados Unidos y Canadá, fue
un incansable defensor de las causas de América Latina, combatió contra la invasión
norteamericana a México en 1919, su idea de la evangelización superaba en mucho no solo
a los hombres de su tiempo, sino a muchos que le sucedieron. En 1922, Inman, publica un
artículo en The Journal of Religion, titulado, The Religious Approach to the Latin 3
En la década de 1940 y mucho después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Wheaton College
localizado en Wheaton, Illinois, se había transformado en un centro de entrenamiento para misioneros.
7 American Mind. En diez páginas el visionario texano explica por qué el método que utilizó
en países como Paraguay y Chile resultó exitoso para fundar escuelas e iglesias
protestantes. Una de las premisas centrales en las que se fundaba su enfoque era iniciar la
difusión del protestantismo cristiano a través de programas y obras que no fueran
precisamente religiosas. Exhortaba a entender la mentalidad del latino –basado en las
relaciones personales- y a distinguirlo del pensamiento y carácter anglosajón -basado en los
méritos y en la organización comunitaria-. Este método permitiría al evangelizador
sumergirse en la “otra” cultura sin tratar de imponer la suya, sino al contrario, adaptando y
adoptando los valores y tradiciones de aquellos pueblos a los que deseaban llevar la nueva
doctrina.
Bibliografía
Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales, A.C., 1979, Dominación ideologíca y Ciencia
Social. El ILV en México, Ciudad de México, Edición Nueva Lectura.
Evans-Pritchard, E.E. 1972 [1960], “Religion and the Anthropologists”, Practical Anthropology,
Vol. 19, pp. 193 – 206.
Inman, Samuel Guy, 1922, “The Religious Approach to the Latin-American Mind”, The Journal of
Religion, Vol. 2, No. 5, (September), pp. 490 – 500.
Keesing, Roger M. 1976. Cultural Anthropology: A contemporary perspective, New York, Holt,
Rinehart and Winston.
Latourette, Keneth Scott, 1966, “Missionaries Abroad”, Annals of the American Academy of
Political and Social Science, Vol. 368, pp. 21 – 30.
Lowie, Robert H., 1963, “Religion in human life”, American Anthropologist, Vol. 65, pp. 532-542.
Miller, Elmer S. 1981, “Great Was the Company of the Preachers: The Word of Missionaries and
the Word of Anthropologies”, Anthropological Quarterly, Vol. 54, No. 3 (July), pp. 125 – 133.
Smalley, William A. 1963, “Ten Years of Practical Anthropology”, Practical Anthropology, Vol.
10, No. 4, pp. 1 – 5.
Stipe, Claude E. 1980, “Anthropologies Versus Missionaries: The influence of Presuppositions [and
Comments and Reply], Current Anthropology, Vol. 21. No. 2, pp. 165-179.
Stoll, David, 1982, Fishers of Men or Founders of an Empire? London: Zed Press and Cambridge,
Mass.: Cultural Survival.
Whiteman, Darrell L. 2004, “Part II: Anthropology and Mission: The Incarnational Connection”,
International Journal of Frontier Missions, Vol. 21, No. 2, Summer, pp. 79 – 88.
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