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IX Congreso de Antropología. Barcelona. 4-7 septiembre 2002. Simposio Recreaciones Medioambientales, Políticas de Desarrollo y Turismo
La cultura como paradigma para
la conservación de la naturaleza.
Experiencias etnográficas
Xaquín S. Rodríguez Campos
Universidade de Santiago de Compostela
Resumen
Se estudian los problemas ambientales desde la perspectiva de cómo las ideas sobre
los procesos de modernización y los discursos sobre ésta constituyen la programación
sociocultural que los motiva. Centrando el análisis sobre parques naturales uno se pregunta
si hoy el turismo está fomentando una dinámica positiva para frenar impactos ambientales,
y sus consecuencias sociales, o si continúa siendo un proceso más del capitalismo
destructor de la naturaleza. Las ideas de conservar o reconstruir “paisajes nacionales” son
las que promueven la conservación de la naturaleza, y nuevos hábitos sociales asociados
con ella, no siendo en absoluto independientes de las dinámicas socioculturales generadas
por el turismo.
Abstract
This paper examines environmental problems by asking how ideas and discourses
about modernization processes constitute socio-cultural programs that motivate them.
When researching national parks one can ask if tourism is now promoting positive
dynamics for avoiding environmental impacts and their social consequences, or it is one of
capitalism’s processes to destroy nature. Ideas about how to preserve “national landscapes”
are today promoting nature preservation, and social attitudes associated with them. But
these ideas are not independent of socio-cultural dynamics generated by tourism.
Desde finales de los años cincuenta del siglo XX los países industrializados
empezaron a vivir su época dorada de desarrollo tecnológico y económico, y comenzaron
también las décadas de las mayores crisis ambientales debidas a los acelerados procesos de
destrucción de las condiciones naturales, que aseguraban la vida de numerosas especies
naturales y también de numerosas poblaciones humanas. Muchos se vieron obligados a
abandonar sus hogares por la destrucción de sus medios de vida. En nombre del desarrollo
se generalizó primero la industria derivada del carbón, provocando la aceleración de la
polución ambiental en amplias áreas urbanas de los países desarrollados, que al mismo
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tiempo atraían por efecto de la inmigración a las mayores concentraciones de población.
Las naciones, a la vista de las consecuencias ambientales, decidieron más tarde sustituir el
carbón por otras fuentes de energía, algunas, menos preocupadas que otras por la respuesta
negativa de la ciudadanía a los impactos ambientales, decidieron destinar extensas zonas de
su territorio a la producción de energía hidráulica, como fue el caso de China, extendiendo
la construcción de embalses para la producción de energía eléctrica. Su rentabilidad les
permitió asegurar electricidad al 40% de la población rural a mediados de los años ochenta,
desplazando a cambio a más dos millones de habitantes hacia nuevos asentamientos en
busca de nuevos hogares y medios de vida. Cerca de la ciudad de Shangai fueron
sumergidos más de 500 núcleos de población rural a finales de la década para suministrar
la energía necesaria para el desarrollo industrial y urbano de la zona. Por esas razones se
desplazó en los años noventa un número aproximado de 7,5 millones de chinos hacia la
región del Tibet (llegando a superar en número a los tibetanos residentes), la región china
que sufriera en décadas anteriores el mayor proceso de deforestación y fuera castigada por
la extracción de minerales, a pesar de ser una de las regiones que más atrae al turismo
internacional por su paisaje y su tradición religiosa. Todo eso se hizo en nombre de los
intereses energéticos de la nación, para asegurar su no-dependencia del exterior.
Los Estados Unidos y la Unión Soviética provocaron otras consecuencias igualmente
desastrosas con el desarrollo de sus experimentos nucleares, desde los años cincuenta, el
comienzo de la “guerra fría”, en diferentes áreas más o menos apartadas de su mundo
civilizado. También en nombre de los intereses de su “seguridad nacional”. Numerosas
islas del Océano Pacífico y grandes áreas de Siberia quedaron devastadas durante los años
cincuenta, sesenta y setenta por dichos planes militares, con hechos que no llegaron a ser
conocidos por la opinión pública internacional hasta los años ochenta, cuando fueron
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denunciados por los movimientos ecologistas internacionales. Fue en esa década cuando el
conocimiento científico se constituyó como un saber crítico sobre los desequilibrios
medioambientales provocados por esos hechos, que fueron tan significativos para el
desarrollo económico
de las naciones colonizadoras como para exhibir el poderío
internacional
industria
de
su
militar.
Las
organizaciones
internacionales
no-
gubernamentales advirtieron sobre las graves consecuencias para la salud de las
poblaciones humanas afectadas, y sobre otras que pudieran derivarse del fenómeno de la
deforestación de extensas áreas rurales.
La antropología y los problemas medioambientales
La antropología como ciencia ha intervenido a partir de los años ochenta en el debate
sobre los problemas medioambientales originados por el desarrollo económico, aportando
como ciencia social sus propios discursos. En la obra dirigida por E. Croll y D. Parkin
(1992) sus respectivos autores señalaron como principales consecuencias de la degradación
ambiental la erosión de la base potencial para el desarrollo en sociedades de África y Asia,
insistiendo en la necesidad de contar con el conocimiento local y con la experiencia
etnoecológica de las poblaciones afectadas para afrontar los problemas ocasionados y la
génesis del desarrollo de las respectivas áreas afectadas. Las ideas de Roy Rappaport
(1979:160), defendiendo la insuficiencia de la racionalidad científica para hacer viables los
sistemas ecológicos y proponiendo la necesidad de estudiarlos desde el punto de vista del
conocimiento autóctono para comprender su “viabilidad”, tuvieron una gran influencia
posterior sobre los planteamientos de la antropología ecológica y de la teoría del desarrollo
sostenible. La antropología vio abierto el camino de la crítica del moderno conocimiento de
la naturaleza como método de conocimiento de los ecosistemas, para tener más en cuenta el
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papel que juegan las percepciones locales y las prácticas sociales a la hora de comprender
su “sostenibilidad”. M. Douglas y A. Wildavsky (1983), al afrontar la percepción del
riesgo ambiental, apuntaron que es el conocimiento colectivo sobre la sociedad y sus
instituciones lo que influye decisivamente sobre la percepción popular del riesgo ambiental,
más que las explicaciones científicas del mismo, siempre muy discordantes. Bird-David
(1993), Descola (1994), y Homborg (1996), y otros, insistieron en cómo la modificación de
las relaciones sociales puede influir sobre la construcción del modelo conceptual local
desde el que establece el valor social de las prácticas ambientales, sugiriendo la necesidad
de que la ecología humana deje de ser una ciencia estrictamente biológica para integrarse
como una parte de la teoría social sobre las relaciones y los procesos socioculturales, como
propuso G. Pálsson (1996: 64). La obra dirigida por B.R. Johnston (1994) orientó el estudio
de las consecuencias que producen los impactos ambientales sobre el agravamiento de las
desigualdades económicas y sociales entre las sociedades y dentro de las sociedades, siendo
utilizados además como procesos “naturales” al servicio de la segregación étnica y racial.
Otra modalidad de discurso sobre el tema apareció con motivo de los trabajos de M.
Douglas (1985) y R. Rappaport (1994), que aportaron la necesidad de estudiar los
problemas éticos y culturales generados en las poblaciones afectadas por los impactos
ambientales para poder comprenderlos. M. Douglas estudió los riesgos ambientales por la
estrecha relación que vio entre las actitudes de respuesta ciudadana ante su emergencia y la
confianza moral que inspiran a los ciudadanos las instituciones que los gobiernan, cuanto
más baja sea ésta será mucho más probable la actitud hostil a cualquier proceso o proyecto
de alteración ambiental, por lejano que sea (1985: 93). Rappaport había ido algo más lejos
en el tema de las implicaciones éticas de los riesgos ambientales, al señalar que las
respuestas de las poblaciones afectadas por ellos dependen sobre todo de si se sienten
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amenazadas en lo que consideran sus estilos de vida, su libertad y su propia concepción de
la justicia y de sus derechos, no sintiéndose en cambio tan motivadas para movilizarse
contra ellos cuando solo pretenden obtener beneficios económicos compensatorios (1994:
164).
Todo esto pone de relieve que la antropología está adoptando su propia perspectiva
como ciencia social, planteando el problema de cómo los impactos ambientales son
construidos en cuanto hechos sociales, por ser muy significativos para comprender cómo
son construidos socialmente y también cómo se reconstruyen, a partir de ellos, las
relaciones interétnicas, las relaciones interculturales y, en general, los discursos y los
procesos sociales de modernización de las sociedades. Todo impacto ambiental tiene
siempre consecuencias sociales, pero además esas consecuencias son con frecuencia
previamente evaluadas como una parte favorable y esencial del mismo, entre ellas que hay
que contar alguna determinada noción cultural a cerca de cómo debe orientarse el progreso
social de una moderna nación. En el caso de China los mayores impactos ambientales a los
que antes me referí afectaron siempre a minorías étnicas –véase Johnston and Byrne (1994:
75)- que ocupaban extensos territorios rurales, que el gobierno decretó de alto interés
estratégico para el desarrollo del modelo industrial chino, de manera que desplazar a los
“han” o a los mongoles de sus tierras (para aprovechar agua, madera, uranio, etc) ha
significado siempre hacer pasar a esas minorías étnicas por la frontera cultural que los
incorpora al modelo de civilización china, utilizando una determinada noción sobre el
progreso social. Pero ese hecho social, que favorece un proceso integrador en una manera
de entender la civilización, constituye un elemento esencial a la hora de evaluar los
beneficios de un impacto ecológico, y jamás es un hecho casualmente derivado.
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Un debate reciente y bien conocido dentro de la antropología es el que se suscitó
con motivo de la deforestación del Amazonas y de los ulteriores intentos de “curación” de
la salud de la población Yanomami. Si en principio parecía que el problema de la
deforestación de la zona era solo un problema estrictamente derivado del cambio
tecnológico y ecológico que afecta a toda la humanidad actual, contra el que parecía inútil
resistirse, pronto se vio que con él se trataba de proporcionar también un impacto moral de
gran alcance sobre la manera de entender la civilización occidental (y en particular sobre la
manera de concebir la “nación brasileña” implicada), emitiendo un mensaje mundial en
favor del desarrollo económico global de la civilización occidental. Cuarenta mil mineros y
un número no determinado de extractores de madera, además de nuevos agricultores,
entraron para asentarse en el territorio reservado para los Yanomami de Brasil desde 1980
en busca de madera, oro y otros minerales, causando además de la deforestación (que
ocasionaba la merma de la caza para los Yanomami) la contaminación de las aguas y de los
ríos, cuya pesca constituye otro alimento esencial para la población indígena. La alta
mortandad causada entre la población, que alcanzó la tasa del 10% anual a partir de 1989,
según Terence Turner (1991: 46), llegó a merecer la denominación de “el holocausto de los
Yanomami” –véase Sponsel (1994: 39)- por la larga lista de enfermedades ocasionadas,
incrementándose algunas ya endémicas como la malaria hasta afectar a un 40% de los
Yanomami del Brasil, sin que el problema llegara a ser remediado por la asistencia sanitaria
del hombre blanco, que también fue denunciada por algunas actuaciones sospechosas de
genocidio, entre otros por los representantes de la comisión especial en cargada por la
American Anthopological Association. El gobierno brasileño toleró la situación con el
silencio durante una década, más tarde dudó si imponer o no una clara demarcación
fronteriza al territorio de los Yanomami para impedir esos asentamientos, como se le
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propuso desde las organizaciones internacionales, debido a las fuertes presiones no solo de
las compañías mineras y madereras, sino también del propio estamento militar brasileño,
que veía venir las propuestas internacionales de una “nación para los Yanomami” (bajo el
control de las naciones Unidas) como una clara amenaza para la “soberanía nacional”.
Muchos hubiésemos deseado que las dudas del gobierno brasileño se debiesen a
la
oportunidad de considerar la reserva de la cultura de los Yanomami como uno de los
mayores atractivos culturales para el turismo internacional, por ser “la mayor población
amazónica que todavía vive aislada de Occidente”, frase de Terence Turner recogida por el
New York Times en un reportaje de febrero de 1992. Pero no fue así, sino que el gobierno
brasileño aunque aprobó una
demarcación del territorio en 1992 no llegó a expulsar
realmente a todos los mineros y demás foráneos asentados en la zona. Se propuso
expulsarlos y declarar la zona de interés nacional
para el desarrollo del turismo
internacional, lo que en principio hubiese podido evitar un mayor genocidio de Yanomamis
evitando la usurpación y el asentamiento en sus tierras, pero hasta el momento no se hizo.
Resultó más sugerente para algunos poderes la otra propuesta de “progreso” más conocida,
la de transformar al indio en un trabajador de minas, lo que lo abocaba al rápido exterminio
derivado de la propagación de epidemias, como sucedió en el estado de Mato Groso en
1993, hecho denunciado por un informe del organismo de misiones de la Conferencia
Episcopal brasileña (unos 7.500 indios trabajaban en 1993 en las minas y destilerías en
condiciones “esclavitud virtual”). Convertir al indio en un proletario de las minas había
sido una de las propuestas nacionales para “civilizarlos”, como fue en el pasado una de las
constantes en el proceso de colonización del Nuevo Mundo. Convertir al “otro” en un
esclavo, disfrazando la esclavitud mediante la forma del trabajo asalariado, como lo analizó
Marx, constituía la idea para incorporarlo a la civilización y además para hacer efectivo el
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proceso de su asimilación sociocultural necesaria para el posterior desarrollo del
capitalismo en Occidente, y también fue lo que originó su resistencia cultural al mundo
civilizado, como escribió Lévi-Strauss (1979: 296).
La cuestión que estoy planteando en este caso es en qué medida las formas actuales
del turismo, que se está desarrollando a escala global (para conocer y disfrutar de la
diversidad cultural del mundo actual, para contemplar la biodiversidad de las especies y de
los espacios naturales, o para practicar deportes en montañas, lagos y ríos famosos por su
especificidad), pueden hoy fomentar una dinámica cultural capaz de frenar o evitar los
mayores impactos medioambientales, así como sus dramáticas consecuencias sociales. Si
fomenta, o no, otras ideas sobre el progreso de la civilización basadas en el conocimiento y
el diálogo intercultural. Puede estar promoviendo una forma de discurso alternativo sobre
el desarrollo que niega radicalmente la supremacía global de los valores sociales
introducidos
por
el
capitalismo.
Hay
aquí
dos
cuestiones
diferentes
aunque
complementarias para abordar, la una se refiere al turismo como una nueva forma social
para beneficiar los proyectos de conservación de la naturaleza y de las culturas, y para
modificar las relaciones interculturales e interétnicas, la otra se refiere a la influencia que
puede estar teniendo el turismo para ayudar a reformular importantes nociones sobre el
progreso de las naciones.
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Los parques naturales como metáforas de pureza. En busca de los
estilos de vida alternativos.
Una mirada comparativa a algunos parques naturales permitirá analizar por qué hoy
las naciones occidentales fomentan la conservación de espacios naturales (empleando
denominaciones como “parque nacional”, “parque natural”, etc). Vamos a ver cuáles son
las consecuencias socioculturales de la conservación de los parques naturales y nacionales,
basándome en mis propios datos de campo. Esas denominaciones hoy ya no se utilizan solo
para conservar los espacios salvajes más apartados, sino también para transformar en
espacios naturales protegidos amplias zonas rurales que previamente estuvieron plenamente
“civilizadas”, y a veces plenamente industrializadas y muy contaminadas. Voy a centrarme
en el caso del parque nacional inglés Peak District National Park, situado en el condado de
Derby para estudiar esa dinámica.
En este caso la recuperación de áreas rurales para convertirlas en “espacios naturales
protegidos” no consiste simplemente en conservar sus de especies naturales ni en
repoblarlos con otras nuevas, sino que pasa necesariamente por poblarlos con imágenes
culturales, y éstas intentan actualizar
una determinada idea para redefinir la cultura
nacional del país. Y es esa idea en torno a la nación (o a la comunidad territorial en otros
casos) lo que hace comprender al ciudadano el interés social que tiene para él la
conservación de los espacios naturales. Si nos situamos en ese parque, situado en el corazón
de Inglaterra, leyendo las rutas del parque nos damos cuenta de que fueron diseñadas para
poder leer sobre el territorio los acontecimientos más significativos de la historia del
condado a lo largo de los últimos cuatro mil años de existencia: la época neolítica, los
sajones, la romanización, la dominación normanda, la época Tudor y el reinado de Enrique
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VIII, la gloriosa revolución de 1688, la revolución industrial, hasta el primer desarrollo del
turismo en el condado a comienzos de la época victoriana en la cual la villa de Buxton,
situada al oeste, atraía a las clases nobles del país por sus baños termales. Parece un
parque pensado para recordar la historia de una nación y sin duda lo es, la ostentosa
mansión Haddon House, perteneciente a la casa Tudor, constituye el mayor atractivo
turístico de todo el parque por su antigüedad y por el esplendor de sus jardines, atrayendo
a unas 8.000 personas diarias en épocas veraniegas. Pero destaca también la reconstrucción
de los pueblos mineros y de las antiguas casas de familias de éstos, hoy transformadas en
austeras casas de turismo rural, que recuerdan los momentos dramáticos de la revolución
industrial en los que esa zona fue uno de los centros de la minería del carbón, la energía que
alimentaba a aquel primer momento del desarrollo industrial de la nación.
Con respecto a la conservación de las especies naturales apenas persisten restos de
la vida salvaje que existió hasta el siglo XIX, un número aproximado de dos mil hectáreas
pertenecientes a la administración del parque fueron arrendadas a 14 granjeros a cambio de
producir leche, queso y carne en condiciones estrictamente biológicas (de fuerte demanda
en el mercado), sus rebaños decoran el paisaje actual y sugieren a los británicos de hoy las
imágenes del antiguo paisaje de la Inglaterra premoderna, anterior a la revolución
industrial. Los rebaños no están pensados por la administración del parque solo para
producir alimentos sanos para un mercado contaminado, sino también para asegurar la
buena conservación del paisaje, siendo decisivos para mantener estable el ciclo
reproductivo de las especies vegetales, ya que de otra manera se produciría un desequilibrio
ecológico a favor de ciertas especies que amenazaría la conservación de la fisonomía del
paisaje inglés. Otra solución para ese mismo problema ecológico hubiese sido importar de
otros países las especies salvajes de tiempos pasados, como lobos, zorros y conejos, para
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recuperar no solo la fisonomía sino también la ecología del antiguo paisaje. Han preferido
conservar la fisonomía del paisaje poblándolo con rebaños domésticos, que recuerdan a los
ingleses las antiguas formas de trabajo de la vida rural premoderna. Los rebaños
representan para muchos ingleses metáforas premodernas para purificar el paisaje de la
nación, con imágenes tomadas del paisaje social premoderno de la nación, después de los
dramáticos episodios sociales y de los procesos de contaminación vividos durante la
primera revolución industrial hasta la segunda guerra mundial. Se trata por consiguiente de
un parque “nacional” que, como su adjetivo indica, fue diseñado para que el moderno
ciudadano británico pueda disfrutar, al recorrer sus rutas, con la memoria de las imágenes
más características de la historia local de la nación, y al mismo tiempo tranquilice su
conciencia posmoderna de que se ha recuperado la salubridad del antiguo paisaje nacional.
También destacan en ese parque las poblaciones de especies de robles, abedules,
castaños, etc, conservados en el pasado por la gran devoción de la nobleza británica, pero
hoy constituyen sobre todo los símbolos naturales protegidos por los movimientos
ecologistas, que luchan en Inglaterra contra la proliferación de la energía nuclear y en
contra de la deforestación del planeta. Sus prácticas a favor de una conservación racional
del planeta no son exclusivamente “racionales”, sino que están
guiadas
por una
imaginación cultural muy conectada con los intereses de la “cultura nacional”. Plantan
árboles a las puertas de las centrales nucleares más próximas, para simbolizar (según ellos)
la vida larga y perecedera del árbol centenario que la radioactividad quiere destruir, y
ponen barreras humanas pacíficas para impedir la deforestación que los gobiernos imponen
para construir las vías rápidas para el automóvil. Simbolizando también en estos casos
(según algunos de sus representantes) la larga vida que el árbol mantiene frente a la vida
corta que las vías rápidas destrozan, debido a los frecuentes accidentes que ocasionan. En
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palabras de una de las representantes del movimiento de mujeres ecologistas inglesas,
Angie Zelter, las campañas de protección con cinturones humanos de la vida los antiguos
árboles ingleses en peligro de extinción representan la protección de “los símbolos del
antiguo paisaje ecológico de la nación” que con su larga supervivencia promueven la
necesidad de recuperar “estilos de vida cultural duraderos y alternativos frente a los estilos
monoculturales, autoritarios y efímeros” de la globalización, que solo mira el interés
material a corto plazo (1997: 227). La idea de los movimientos ecologistas de proteger los
“árboles de la nación” frente a las rápidas ganancias de intereses “a corto plazo” parece
significar, al menos para algunos representantes, la reconstrucción del antiguo “paisaje
nacional”, que ahora se propone como el nuevo paradigma moral para recuperar formas de
vida comunitaria, que son formas sociales modernas de resistencia en contra de los
intereses “corrompidos” de la economía global. Éstos intentan destruir el viejo paisaje
nacional porque es el que conserva la fuerza de la identidad local, aquéllas dinamizan el
arraigo a las formas sociales resistentes a los intereses económicos de la tecnología
moderna. Recuperar el antiguo paisaje significa en este caso fortalecer la forma cultural del
espacio que induce a resistir en contra de una manera de entender la civilización global que intenta disolver las formas de las culturas nacionales para romper la fuerza de su
identidad cultural. Recuperar los espacios naturales está generando, por consiguiente, una
dinámica cultural que está teniendo importantes consecuencias sociales, porque hace revivir
identidades nacionales resistentes ante los efectos de la globalización.
Pasemos ahora a un parque natural gallego para estudiar la construcción social de
parques naturales a partir de otro tipo de imaginación cultural muy diferente de la anterior.
Aquí no veremos metáforas de estilos de una cultura nacional resistente a la globalización,
ni purificaciones de una historia nacional contaminada, sobre todo porque este parque
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jamás ha suscitado interés en los movimientos nacionalistas gallegos debido a las especies
naturales que lo caracterizan (los bosques son grandes pinares, sin el bosque típico del
clima templado, debido a la naturaleza rocosa del terreno), pero en cambio vamos a ver
cómo el parque natural también sirve para fomentar una imaginación que tiene importantes
consecuencias sociales. Nos situamos en el parque del Xurés, situado en el límite de la
provincia de Ourense con la zona portuguesa de Tras-os-Montes, que también limita con la
parte gallega mediante el parque nacional del Gerés, creado a principios de los años setenta
por el interés de su fauna salvaje. El Xurés se creó como parque natural a partir de la
existencia previa del parque del Gerés, para fomentar también del otro lado de la montaña
la atracción del turismo. Cuando ambos lados estaban separados por una frontera habían
estado viviendo como zonas lejanas y marginales para sus respectivas administraciones,
viviendo fundamentalmente del estraperlo, durante la época en la que Portugal conservó su
poderío colonial, y de la ganadería por ser una montaña rocosa poco apta para la práctica de
la agricultura. Al desaparecer la frontera se abrió una nueva alternativa para el desarrollo de
las dos zonas, la posibilidad del turismo ecológico para atraer hacia ellas una parte de las
motivaciones turísticas de la población urbana, que solo distingue las naciones por el
interés con que motivan sus diferentes historias, y no porque les impongan límites a su
circulación. El parque del Xurés, como el del Gerés, no se crearon a partir de un interés
cultural o histórico específico de esas dos zonas para sus respectivas historias nacionales,
que no lo tenían en absoluto. El del Gerés se creó en 1975 a partir de un interés nacional
por crear una reserva de caza, de la que se derivó el modelo de conservación ambiental,
que no pensaba en el desarrollo futuro de la zona sino más bien en su progresiva
despoblación. El del Xurés se creó en 1993 a partir de la existencia del anterior, para
aprovechar el dinamismo turístico que éste estaba generando desde los años ochenta. Sin
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embargo a partir de la declaración del Xurés como parque natural se creó un órgano
administrativo autonómico para su gestión, que ha recibido importantes subvenciones de la
Unión Europea (al ser considerados administrativamente los dos parques como un mismo
parque natural europeo), y ahora se están generando en sus respectivas áreas protegidas
hechos culturales que están teniendo gran trascendencia. Veamos cuáles son esos hechos.
La antigua ruta del contrabando a pié se redescubrió recientemente como una
importante vía romana (la Vía XVIII, que venía desde Mérida por Portugal hasta Galicia), y
se la ha señalizado. Esto no significa que se la haya olvidado como ruta de contrabando,
todo lo contrario, se insiste en que sirve para recordar ese viejo lazo de unión entre los dos
países, que popularmente no estaban separados. Se ha restaurado un conjunto de doce
molinos de agua en el curso alto de uno de los ríos (el Vilameá, afluente del Limia), donde
éste forma rápidos y marmitas que componen una ruta de gran belleza natural en el curso
alto del río, muy frecuentada en verano por visitantes y bañistas, la mayoría gallegos pero
siendo muy numerosos también los portugueses. Los molinos cercanos a ese curso del río
fueron restaurados, y se utilizan en visitas guiadas para exhibir los símbolos culturales de la
zona desde los que se leen las costumbres, trabajos y los caminos del antiguo modo de vida
rural, que hoy se utilizan como rutas de senderismo e interés histórico-cultural. Se está
reconstruyendo el conjunto de una aldea, que quedara despoblada y fue adquirida por el
parque, en el que varias casas funcionan ya como casas de turismo rural y se está
construyendo en ella un futuro museo etnográfico, para crear una de las rutas del parque
priorizadas para el turismo rural, muy cerca del paso de la vía romana. Más abajo de ese
curso (en la aldea de Vilameá) se han restaurado unos antiguos baños termales siguiendo un
diseño que conserva la belleza de las formas del paisaje tradicional y se está construyendo
un balneario por cuenta del municipio al que pertenece (Lovios). En épocas pasadas
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acudían espontáneamente a esta aldea poco poblada para bañarse gente pobre de las
montañas portuguesas cercanas que tenían gran devoción por esas aguas termales (son
famosas en la zona sobre todo para curar enfermedades óseas), dejaran de acudir desde
finales de los setenta pero hoy acuden en multitud los veraneantes de clase media, que son
muy mayoritariamente portugueses (en un ochenta por ciento), unas 500 personas acuden
diariamente en los meses de verano, para utilizar estos baños simplemente como piscina de
agua caliente. Solo un veinte por ciento utiliza los baños termales. Como consecuencia de
esta nueva afluencia turística reciente se están haciendo nuevas construcciones privadas,
pensadas para el alojamiento de turistas, que están dando a la aldea una nueva fisonomía,
sin que se aprecien alteraciones de la fisonomía del paisaje del entorno, aunque han
cambiado las actividades de algunos de sus residentes para atender el turismo.
Vemos que el primitivo interés ecológico por conservar la naturaleza derivó, por
tanto, hacia el interés por redescubrir una tradición cultural, porque la naturaleza solamente
puede conservarse eficazmente hoy si se la representa bajo la forma de un paisaje que tenga
interés por su valor cultural, bajo una reorganización del espacio que permita recuperar
formas culturales, y que éstas sean signos eficaces para reconstruir una identidad local
(que previamente no existía). Y este proceso sociocultural tiene
consecuencias positivas
para la conservación futura de la naturaleza. Las formas simbólicas del paisaje son las que
purifican el valor de la naturaleza, en la mente de la población afectada.
Esos hechos culturales recientes están sirviendo para crear la memoria actual de
una tradición cultural, y por esto atraen también a otros intereses sociales que contribuyen
eficazmente a su conservación. Desde el punto de vista económico es evidente un nuevo
modelo de economía que sustituye progresivamente a la economía ganadera. El aumento de
los servicios hoteleros en la zona, ofreciendo unas 80 habitaciones entre hoteles, pensiones
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y casas de turismo rural. Un número aproximado de 60 personas menores de 50 años se
emplean a tiempo parcial en actividades dependientes del parque, sustituyendo su
dedicación a la ganadería. La administración del parque organizó también una cooperativa
de miel en la zona que vende anualmente alrededor de 7 Tm. de miel. Todo esto está
haciendo disminuir drásticamente las actividades ganaderas, a principios de los años setenta
había en el municipio de Lovios (el centro del parque) 1.500 cabezas de ganado vacuno y
5.000 de cabrío y ovino, que hoy han quedado reducidas a 120, debido a la emigración, a su
falta de rentabilidad y a las nuevas actividades en las que se ocupan sus propietarios y
cuidadores. La población ha disminuido casi a la mitad pero en cambio ha aumentado el
número de casas. Si en 1980 había en esta zona 3.529 casas hoy hay 4.823, a pesar de que
la población residente de hecho en la zona ha caído de los 11.162 habitantes que había en
esa fecha a 6.262 en el año 2000. Las nuevas casas son de mayores dimensiones que las
tradicionales, muchas de ellas responden a un ahorro familiar calculado para los momentos
de ocio de la familia que vive fuera de la zona, pero ello va acompañado de una
preocupación por recuperar la estructura tradicional del entorno del paisaje inmediato a la
casa.
Pero hay otro hecho social que no es menos relevante. Me refiero a una
modificación parcial de hábitos de consumo que se están observando en la zona, los
médicos que llevan trabajando allí desde hace más de diez años señalan que hay un fuerte
descenso progresivo del consumo de bebidas alcohólicas por parte de la juventud en los
últimos cinco años, lo que en cambio no se observa claramente en el resto de la población
adulta. Este cambio en los hábitos de la juventud de la zona (que muchos vecinos señalan
también como muy positivo) lo atribuyen a la adquisición de nuevos hábitos cotidianos
posteriores a la creación del parque, como pasar menos tiempo en los bares, especialmente
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en el período estival en el que están de vacaciones, y dedicarlo más a excursiones, al
aumento de la afición a la lectura y a la práctica de la jardinería en sus casas. Insisten
también los médicos en que la creación del parque fue un hecho positivo para este cambio
de hábitos porque ha dado a los jóvenes de la zona la oportunidad hacer amistad con gentes
preocupadas por actividades de conservación del medio ambiente y por otras actividades
culturales. Probablemente ha influido también la nueva educación ambiental a base del
moderno conocimiento de la naturaleza que inculca la conservación, y que hoy se inculca
en los estudios primarios y secundarios.
Este nuevo hecho social, muy apreciado en la zona, hay que interpretarlo como un
hecho producido como consecuencia del cambio en la imaginación cultural de la juventud,
al adoptar la representación de la naturaleza promovida por el conocimiento moderno de la
misma. Pero las nuevas actividades prácticas a las que da lugar (en sustitución de la
presencia masiva de los jóvenes en los bares) no son probablemente el resultado simple de
una nueva forma de conocimiento abstracto, sino del redescubrimiento de la naturaleza
como una parte sensible de su identidad social. Las rutas del paisaje, sus espacios y sus
formas estéticas son reconstruidas como los lugares de una identidad local, y es esto lo que
les motiva a caminar por él y a luchar por conservarlo, y no el mero conocimiento
abstracto. Pero a su vez la identidad local es una consecuencia del proceso práctico de
conservación de la naturaleza, al transformarla en un paisaje.
Otro problema distinto, pero igualmente importante, consiste en analizar cómo están
influyendo estos procesos socioculturales, incluida la gestión administrativa del parque que
se lleva con fines conservacionistas, sobre la conservación de la naturaleza. Los incendios
forestales castigan anualmente la tierra gallega arrasando gran parte de su superficie, y esto
también ha afectado recientemente al parque del Xurés. Tres razones parecen ocasionar
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estos incendios, a) porque se trata de una zona con gran abundancia de especies coníferas
(debido a la pobreza del terreno para otras especies de árboles), que son más fácilmente
inflamables que otras especies, b) porque no hay animales ni salvajes ni domésticos (en el
pasado existió la cabra salvaje que ahora se piensa en introducir) que reduzcan la biomasa
que anualmente crece y amenaza con incendiarse en las épocas de calor (en una zona con
altas temperaturas en verano), y c) porque el escaso número de miembros que hay en cada
una de las explotaciones ganaderas (hoy en claro retroceso) y el escaso equipamiento
técnico del que disponen para el trabajo de desbrozar, les impiden eliminar todo lo silvestre
que crece en su entorno inmediato sin tener que recurrir a las quemas ocasionales. Parece
que la solución ecológica pasa hoy por reintroducir la cabra ibérica (desaparecida en la
zona hace como 100 años) o por financiar la ganadería doméstica que controle el
crecimiento vegetal. La primera solución es del agrado de los administradores del parque,
pero irrita al campesinado (que ve que después de la cabra salvaje vendría la reintroducción
el lobo, etc), haciendo imposible su mantenimiento, aunque el campesinado no está en
contra, por ejemplo, de proteger el pony semisalvaje que puede ser utilizado en actividades
ordinarias, o la vaca “cachena” (una vaca semisalvaje de gran antigüedad en la zona) para
la producción de carne de calidad. La segunda solución no motiva a los administradores del
parque, que ven que con el aumento de la ganadería doméstica se perdería una vieja idea
sobre la pureza del “bosque natural”. Se trata de un conflicto por la representación del
paisaje. En la base de ese conflicto está la representación social de un campesinado
“sucio”, que todavía existe en una parte de la administración gallega, frente a la cual se
considera que hay que asegurar la “limpieza” cultural de la naturaleza sustrayéndola del
control de la vida rural, retrotrayéndola a una utópica pureza “natural” de tiempos pasados.
Vemos que la representación cultural de la naturaleza es utilizada para construir una
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determinada representación de la sociedad, como sucedió en otras sociedades causando
mayores tragedias nacionalesi.
Será preciso, por tanto, un proceso de gestión cultural que tenga en cuenta el
significado cultural de la naturaleza, para poder gestionar desde él las condiciones
ecológicas para su conservación, sin las cuales tampoco se podrá conservar el paisaje. Los
gestores ingleses lo tienen decidido y bien resuelto, recurriendo para ello a una metáfora
social del paisaje inglés premoderno, pero los gestores gallegos aún no han entendido que
el problema no está solo en el proceso material de la ecología gestionada por las ideas de la
ciencia biológica, ni tampoco está en recuperar solamente una pequeña parte del viejo
paisaje decimonónico (el de las especies animales salvajes en este caso), sino en recuperar
una forma de tradición de la cultura rural que pueda ser “sostenible”, por el
aprovechamiento práctico de los recursos y por su coherencia con la imaginación cultural
de la población rural. Sin la imaginación cultural, que tenga en cuenta una representación
social de la relación entre el paisaje y la cultura, no puede haber conservación ambiental.
El turismo como alternativa social a la crisis medioambiental
El interés mostrado dentro de las ciencias sociales por el tema del turismo se ha
decantado muy mayoritariamente hacia la reproducción del discurso que subraya los
impactos negativos del turismo sobre las economías locales, la destrucción de los recursos
naturales y del paisaje autóctono debido a las presiones especuladoras, no beneficiando a
los locales sino a los especuladores foráneos sobre todo en los países menos desarrollados,
señalando los impactos negativos sobre la cultura local, contribuyendo a conservar
“artificialmente” formas culturales que erosionan los valores “auténticos” que tiene la
cultura para el pueblo. Desde la antropología se ha corregido con cautela ese discurso
anatematizador que prevé, desde el punto de vista de la teoría del cambio cultural, el
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arrollador proceso de globalización cultural causado por el turismo en perjuicio de las
identidades locales. La segunda edición de la obra dirigida por V.L. Smith (1989) ha
constituido un intento, por parte de varios de sus colaboradores, de corregir ese discurso.
Otras aportaciones subrayaron de manera más decidida que el turismo también sirve para
regenerar la industria artesanal local en diferentes partes del mundo menos desarrollado,
como es el caso de la obra dirigida por J.Nash (1997), y que además está contribuyendo a
dinamizar el desarrollo de las áreas rurales más deprimidas, tanto en países desarrollados
como es el caso de Inglaterra y Gales, véase por ejemplo M. Winter (1987), como en el
caso de los países menos desarrollados, como bien señaló S. Neate (1987) estudiando
Sicilia. No hay que olvidar tampoco la mala acogida frecuente que tuvieron las propuestas
conservacionistas entre las poblaciones rurales afectadas, siendo calificadas dichas
propuestas de perturbadoras de la “paz” de la vida rural, por ejemplo en la Inglaterra de la
posguerra, como insistieron en señalar Bouquet y Winter (1997: 5), o también en la Galicia
de finales de los años ochenta, como puede verse en Rodríguez Campos (1990: 178).
Hoy puede decirse que la recuperación de la identidad de la cultura local está
dependiendo en gran parte del turismo (nacional e internacional), o si se lo prefiere de la
llamada “Revolución del Ocio”, para dinamizar tanto áreas rurales como urbanas. No
podríamos entender de otra manera las enormes inversiones en bienes culturales
pertenecientes al modelo de “cultura global” (y no de la cultura local) realizadas en
ciudades como Bilbao o Valencia (hoy capitales de culturas nacionales), que se utilizan
para transformar ciudades previamente contaminadas por las industrias decimonónicas en
ciudades culturales. No es para creer que la limpieza cultural de la ciudad, atrayendo
potentes instituciones culturales para eso, fuera el
único motivo de
esas cuantiosas
inversiones, que fueron afrontadas exclusivamente por gobiernos autonómicos. Algo
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parecido pretende hacer hoy la Xunta de Galicia con el monumental proyecto que se
propone desarrollar en Santiago con la “cidade da cultura”. En las áreas rurales periféricas
el turismo está jugando un papel central, al presionar a favor de la conservación de la
naturaleza está resolviendo al mismo tiempo el problema del desarrollo en esas áreas y
contribuye a mejorar sus comunicaciones con el resto. De lo contrario esas poblaciones
permanecerían desconectadas de los intereses del mundo de la economía y de la política.
El parque del Xurés constituye un buen ejemplo de ese proceso. Es un paisaje de
coníferas (y no de los árboles “nobles” de Galicia, como son el roble y el castaño), y por
este motivo su propuesta de conservación no constituyó en ningún momento una
reivindicación de los movimientos nacionalistas de Galicia. La identidad local que está
fortaleciendo en la zona no ha despertado el interés de estos movimientos preocupados por
la identidad nacional de Galicia. Por otra parte Galicia es hoy un lugar estratégico para la
producción de madera para la industria española, produce el 60 por ciento de toda la
madera que se produce en España, suponiendo su superficie solo el 6 por ciento de la de
todo el estado español, el cual necesita importar de otros países más de un 40 por ciento de
la madera que está utilizando la industria. En este contexto las presiones de la industria de
la madera sobre las coníferas del Xurés hubiesen sido irresistibles si no estuvieran
contrarrestadas por los intereses del gobierno gallego por el desarrollo del turismo en esa
zona fronteriza. Sobre el vecino parque del Gerés son todavía mayores las presiones del
comercio de la madera, afectando a las demandas populares para reducir las dimensiones de
la reserva natural.
Un caso bien diferente es el de Inglaterra, donde sí hay una conciencia nacional muy
arraigada que ha impulsado la transformación de una buena parte de su territorio en parques
“nacionales”. Pero aún en este caso parece adecuado admitir que si bien el nacionalismo
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constituye la presión cultural para la conservación del paisaje, el turismo rural constituye el
agente social que demanda la buena conservación de los parques naturales, y que la hace
viable económicamente.
El nivel de la imaginación moral que se desarrolla con motivo de la conservación de
la naturaleza tampoco es independiente de la dinámica de la interacción social generada por
la presencia del turismo. Vimos, en el caso inglés, el desarrollo de una imaginación que
busca en los parques naturales los estilos de vida alternativos a los del progreso técnico, y
el fortalecimiento de una identidad nacional resistente a la globalización, y en el caso
gallego vimos cómo las ideas sobre la conservación de la naturaleza en su estado
culturalmente puro generan ideas sobre la purificación de los hábitos sociales locales. En
ambos casos la imaginación moral está muy relacionada con la interacción social cotidiana
del “turista” con el residente de hecho, en la que se produce un diálogo no solo sobre ideas
sino también sobre hábitos y actitudes prácticas. Debido a estas consecuencias sobre las
formas de imaginación moral de las sociedades hay que evaluar los proyectos de
conservación de la naturaleza (dependientes del turismo) no solo por sus beneficios para el
desarrollo económico, sino también como procesos modificadores tanto de hábitos sociales
como de la identidad cultural de las poblaciones.
Conclusión
Empecé este trabajo con un repaso de hechos ambientales muy conocidos para
proponer la idea de que los impactos ambientales, sobre todo los más conocidos, estuvieron
orientados siempre por las consecuencias sociales que se pensaba que iban a producir,
tanto para las poblaciones directamente afectadas como para la representación de las ideas
sobre la sociedad, la nación o la civilización que se deseaba producir. Éstas tienen gran
importancia porque si bien los impactos ambientales solo parecen afectar a una
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pequeñísima parte de la población de las respectivas naciones, en cambio producen otras
consecuencias de gran trascendencia social, al imponer en las sociedades ciertas ideas
acerca sobre el progreso social que son las que ciertos poderes de la sociedad sienten
amenazadas en esos momentos. Puede que en el futuro inmediato de las sociedades
occidentales, caracterizadas por una creciente complejidad étnica, deberemos estar más
atentos a los impactos ambientales como posibles programas de segregación étnica, aunque
se disfracen de sucesos “naturales” o de intereses nacionales.
Después formulé la otra idea complementaria de que los proyectos de conservación
de la naturaleza, ejemplificados en parques naturales directamente analizados por mi, deben
ser evaluados no solo como programas para la conservación biológica de las especies
naturales sino porque como consecuencia de ellos se elaboran representaciones sociales de
la naturaleza y de la cultura que generan interesantes dinámicas sociales para la
construcción de identidades; de gran importancia para la adaptación de las sociedades a los
procesos de modernización. Subrayando así el interés social (y no solo biológico) de los
parques naturales para las poblaciones implicadas.
Tratando sobre el tema del desarrollo he indicado que el desarrollo económico de la
población local debe ser fomentado como parte de la dinámica de la conservación de la
naturaleza, para poder llevarse a cabo con éxito dichos proyectos, y no puede ser
considerado una consecuencia no deseada por ellos. He insistido en la importancia de tener
en cuenta las ideas de la población local para llevar a cabo dichos proyectos, sin contar con
la imaginación local no son efectivos los proyectos de desarrollo económico de las zonas
deprimidas, que han de basarse en la participación activa de la creatividad local en la
dinamización del turismo.
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El interés “turístico” de la cultura local ya no puede ser considerado como una
“profanación” del valor sagrado que tiene la cultura para los locales, sino como la
condición social para conservar su dinamismo y también su autenticidad. Estamos en un
momento histórico en el que el turismo fomenta el conocimiento mutuo entre culturas,
actuando como una poderosa fuerza a favor de la conservación de los patrimonios más
amenazados de extinción e incluso de exterminio. Está trayendo formas de progreso
diferentes a las que proponen los poderes fácticos que dominan en numerosas naciones, que
parecen querer alimentar hoy el proceso contrario, generar tensiones sociales para producir
la asimilación o la destrucción de la cultura de los más débiles. Conservar la identidad
cultural puede ser para muchos pueblos un privilegio que depende de la posibilidad de
interactuar con otros pueblos y naciones en un permanente diálogo.
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parques naturales en la conciencia de la nación estadounidense.
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